La Libertad_06
Para compensarle, le hago una paja a Pablo, y acabo follándole como una puta. Pero soy incapaz de rematar, y acabo con el cuerpo perdido de semen y la cabeza de remordimientos.
- Tú haz lo que yo te digo, primo... Y solamente lo que te he dicho que hagas… por favor, no lo estropees… - me estaba costando demasiado reunir valor para aquello – Yo sólo voy a ayudarte a dormir... - sonreí, intentando aparentar normalidad; una vez intentado, me di cuenta que no me costaba aparentarlo, e incluso sentirlo… la puta que llevo dentro había vuelto a tomar los mandos de la situación, y era capaz de actuar como si nada en tan surrealista situación. - Mira, tú me has dado un masaje a mí en la… espalda, para que pudiese dormir, y ahora yo voy a hacer lo mismo contigo... te voy a dar un masaje en la... eh... en tu polla.
¿Realmente le acababa de decir eso a mi primo? Pffff… no había por dónde cogerme, cierto… ¡pero ya estaba bien de mentirme! yo tampoco podría dormirme así... y lo sabía. En parte, estaba pensando que si era yo la que llevaba la situación, si además me ponía por delante, haciéndole desnudarse por completo mientras yo me mantenía sólo semidesnuda, si podía tener la sartén por el mango -y nunca mejor dicho, jiji- entonces sí podría llevar las cosas por donde yo quisiera y pararlo todo sin problema cuando la cosa se pusiera demasiado peligrosa. Solamente tenía que tener la precaución de evitar dejarme llevar, cuidando para ello de no tocarme y, sobre todo, de no dejar, bajo ningún concepto, que él me tocase. Y ya estaba. Porque estaba decidido, y lo tenía muy claro. Deseaba verle totalmente desnudo. Deseaba tocar otra vez su polla. Deseaba verle correrse directamente, de cerca. Y, sobre todo, deseaba ser yo la que por esa vez le hiciera correrse, hasta el final.
Cuando escuchó lo del masaje en la polla, Pablo no se lo pensó un segundo... Su cara cambió, y se le puso una sonrisa de oreja a oreja. Al levantarse de la cama, su pantaloncillo resbaló, dejándole el sexo colgando fuera hasta los mismísimos cojones. Hinchados, claros, y con su suave vello, estaban pidiendo a gritos soltar una carga que prometía ser abundante y enormemente placentera… el olor de su sexo en pleno estado de celo era penetrante e intenso.
- ¡Pablo! – protesté, riendo, mientras señalaba su polla - Apaga la luz ¡antes de desnudarte!
Obediente, se giró rápido para presionar el interruptor. A continuación, sin detenerse ni un segundo, se despojó de la camiseta, lanzándola a un rincón de la habitación. Y luego, por fin, inclinándose, se bajó el pantaloncillo y, de manera inmediata, el calzoncillo, sacándolos primero por un pie, luego por otro.
Cuando se irguió, su pene en erección se levantó con él, quedando orgullosamente vertical, prácticamente paralelo a su plano vientre. La dureza de su miembro al nivel máximo de excitación era insultante, y más con semejante tamaño de verga. Pocas veces había visto una polla con tal pretensión de verticalidad. Y era hermosa, francamente hermosa, reluciendo con un resplandor blanquecino, como toda la clara piel del completamente desnudo cuerpo de mi primo, bajo el resplandor de la brutal luna llena que lucía aquella noche. ¿Tendría eso algo que ver con que estuviéramos todos tan cachondos? Entraba, digo, gracias a la luna y pese a ser noche cerrada, bastante luz de la calle. Además, siendo como era una calle estrecha, estaba bastante iluminada, y además de hecho teníamos la farola casi encima de la ventana.
De esta manera, y pese a la reducción de luminosidad en el cuarto, la luz era sobrada para que, una vez que mis ojos se acostumbraron, pudiera deleitarme morbosamente en contemplar la maravilla que suponía la joven anatomía de mi primo completamente al descubierto para mí. Suponía que era la primera vez que se desnudaba para alguien. Y había sido para mí… Él se giró un momento para dejar pantalones y calzoncillos sobre una silla.
Me relamí mirando el hermosísimo trasero de Pablo, que se delineaba a la perfección ante mis ojos, mientras la boca se me hacía literalmente agua, pensando en tocarlo y hurgar en el con mis dedos, mi nariz, mi boca, mi lengua. Perfecto, delicioso, brillante de sudor, la piel lisa, suave, sin un solo pelo, todo músculo, tenso, terso, duro, deseable, la negra hendidura de su raja llamándome a gritos, y, a la vez, tan joven, con esa apariencia de estar recién formado… Las ganas que me entraron de comerle el culo fueron brutales.
Pero no, no podía dejarme llevar tanto, aunque el deseo fuera implacable… Debía mantener la cabeza lo suficientemente frío, y recordar que él ya no era para nada un niño. Pablo se giró, avanzó los dos pasos que nos separaban, y el mástil de su verga enhiesta se plantó ante mi cara. A eso me refería con lo de que no era un niño… Pufff… ¡tuve que contenerme para no lanzarme sobre ella para clavarla en mi boca!
- Túmbate en la cama, primo - dije titubeando.
No me creía lo que estábamos haciendo, lo que yo pretendía hacerle… Al principio dudé un momento entre pajearle allí de pie, o tumbado. De pie lo vería mucho mejor y lo podría disfrutar más, pero estaría demasiado cerca de mi boca. No, mejor no ponerme tan a prueba… bien sabía que no podría contenerme. Pero ¿sería capaz acaso de evitar quitarme las bragas y sentarme sobre él, empalándome yo solita el coño con su miembro, cuando lo viera erguirse en perpendicular a su cuerpo tumbado? ¡Joder!... El espectáculo de su cuerpo desnudo era demasiado fuerte, así que, mientras Pablo permanecía de pie delante de mí, inmóvil, aguantando por unos segundos eternos en los que se negó a obedecer mi orden, para mantener su cipote a escasos centímetros de mi cara, no pude evitar que me entrara una necesidad irrefrenable de darle una pequeña compensación por tan hermosa y excitante visión.
Así que decidí quedarme tal cual estaba, sin ponerme el camisón, que aún apretaba contra mis senos, pero siempre con un descuido premeditado y más que evidente. De esta manera, lo dejé finalmente caer junto a la cama con cierta indolencia. Me enfrentaría a él solamente con mis braguitas. Demasiado pequeñas, como siempre incapaces de cubrir mi anatomía, y aún bajadas, descolocadas y húmedas, aunque en esa tenue penumbra las trasparencias ya no eran tan evidentes… Como él continuaba sin moverse me levanté yo, quedándome de pie pegada a mi cama, con las piernas pegadas al colchón, frente a él, con su polla erguida entre nuestros cuerpos, ahora sí desnudos los dos de cintura para arriba.
Perfectamente iluminados por la violenta luz que entraba por la ventana. Mis tetas al aire, orgullosas, erectas, con sus pezones en pleno apogeo. No podía evitar pensar que yo también me había desnudado para él. Y él lo había hecho para mí. Completamente. Se había desnudado completamente para que yo lo viese, y porque yo se lo había pedido, dejando a la vista su más completa excitación. Y yo también había decidido mostrarme desnuda ante él, sólo para sus ojos. La luz era suficiente para que me viese perfectamente, sin problema. Él me miraba y yo le miraba. Y, en realidad, me apetecía mostrarme completamente desnuda, deseaba llegar dónde él ya había legado, en el fondo quería quitarme las bragas también...
La sensación de intimidad era total. Él se inclinó levemente. Su capullo tocó la base de mis tetas, y sentí avanzar el reguero húmedo que no paraba de escupir en la parte inferior del canalillo, como intentando entrarme entre las dos berzas. Como buscando la postura perfecta para una cubana.... Todo aquello me hacía dudar, sabía que las tentaciones iban a ser continuas e implacables ¿y si le hacía esa cubana? Pero no… ¿iba a empezar cediendo desde el primer movimiento? Tenía que intentar calmar mis ánimos para limitarme a hacer lo que había pensado, sin ir más allá… La situación se prolongaba ya en exceso. Ambos aprovechábamos para contemplarnos, deleitándonos con el cuerpo del otro, sin disimulo alguno. En un instante concreto, nuestros ojos se cruzaron y nos miramos a la cara. Ambos sonreímos.
Asumí que quería hacer el amor con él. Y, precisamente asumir eso, fue lo que me llevó a tomar la determinación de no hacerlo, de obligarme a mantener la decisión inicial de hacerle correrse sin permitir que continuara profanado mi cuerpo. Por fin, por primera vez, yo iba a quedar claramente por encima de Pablo. Había sorteado una primera andanada brutal de lúbrico deseo, consiguiendo además que mi parte más íntima continuara a buen recaudo de su vista. Era un detalle, pero marcaba un abismo moral; me hacía parecer casi vestida a su lado. Enseñarle mis tetas desnudas no era nada comparado con la absoluta exposición en que se encontraba él ahora, ya que su sexualidad más íntima no solo estaba desnuda ante mí, sino que se hallaba desplegada en toda su majestuosidad por mí.
Miré para abajo, entre mis tetas. Enmarcado entre mis pitones duros y disparados, tirando como siempre con las abultadas areolas de los globos de mis senos, asomaba su falo. Insisto en que era increíblemente bello. Largo, larguísimo, con esa forma ligeramente triangular en la base, que después se ensanchaba haciendo que el tronco alargado no resultara excesivamente delgado, en proporción. Y el capullo, florecido por completo en su cumbre, sonrosado, pero con ese color rosa pálido que hacía casi se confundiera con el blanquecino color de su miembro viril, de piel delicada y casi transparente, piel de vampiro, lechosa, como si esa transparencia dejase ver los litros de semen que almacenaba en su interior, ríos de lefa dispuestos a salir en cuanto yo lo ordenase, así fuera con un solo roce de mi cuerpo...
La tranca se le empezó a mover, palpitando en repentinos espasmos que Pablo no controlaba. Aunque todo su cuerpo se agitaba leve pero perceptiblemente, nervioso, inquieto, ansioso de que por fin empezara y le tocara. Mis órdenes no habían dejado lugar a dudas de lo que pretendía hacer: le había dicho que le iba a hacer una paja. La prolongación de la espera no hacía más que aumentar la tensión sexual de la situación, insostenible por el mero placer que la mutua contemplación ¡al fin! de nuestros cuerpos desnudos nos estaba provocando.
Sus huevos no dejaban de bombear. Los tenía pequeños, en comparación con el desarrollo de su miembro y, sobre todo, de la cantidad de esperma que era capaz de producir, a la vista de las corridas que había yo podido contemplar ya. Redondos, compactos, duros, levemente más oscuros, cubiertos de ese pelo poco espeso y claro y alargado. Los miraba hipnotizada: no dejaban de moverse, como girando, mientras todo el tronco se bamboleaba en sucesivos espasmos, y el capullo parecía subir y bajar, en una suerte de mini follada del arranque inferior de mi canalillo, enjuagándolo con el líquido claro que brotaba de su orificio superior, para permanecer siempre brillante, al tiempo que lubricaba también mi torso y me embriagaba con el despliegue de sus aromas.
También la delgada y tensa piel del resto del falo brillaba, por la presión de la carne y la sangre y el semen que no podía contener, así como por el sudor que chorreaba por nuestros cuerpos. También mi cuerpo debía brillar para él, también mis tetas, bañadas en sudor, mío y suyo, restos de su baba, y ahora, también... el anuncio de su semen. Imposible aguantar más, cada segundo que pasaba me hundía más en el deseo, amenazando con perder los nervios y, con ellos, mi fortaleza para oponerme a lo que delante de mí se me plantaba como inevitable... (sí, y digo por algo plantaba y no planteaba). En cualquier caso, ¡¡tenía que hacer algo ya!!
- ¡Vamos! - le grité imperiosa - ¡túmbate ya! - no podía soportar más aquella espera. Quería tocarle.
Me pegué a él, irguiendo mis tetas hinchadas ante su cuerpo mientras le empujaba con ellas hacia su cama. La cara de Pablo mostró abiertamente su reacción de pánico, y dio un paso atrás. Yo le seguí, empujándole, decidida a llevarle de una puñetera vez hasta su cama... Con su polla pegada a mi cuerpo, a mi vientre, sus pelotas duras frotándose sobre mi sexo, el glande asomado entre mis tetas, que quedaron aplastadas por un momento contra su suave y virginal torso, le puse una mano en el hombro, y empujé hacia abajo, forzándole a sentarse... quedando así, en un instante en el que el mundo se detuvo, su cara delante de mis bragas, haciéndome sentir su caliente aliento en mi ardiente coño... Notaba su boca abierta, besando la tela, y lo que parecía ser la punta de su lengua acariciando y empujando la tela y empezando un húmedo y torturado camino sobre la superficie de mi pubis…
- …vamos, túmbate... - casi se lo rogué con voz ahogada, muerta de miedo y empezando a sentirme incapaz ya de ordenarle nada, o quizás hasta deseando que no me obedeciese, y me bajase las bragas y me comiera el coño, y terminara tomándome por la fuerza de una puta vez, acabando así con mis tonterías.
¿Pablo? No, no, no… demasiado pequeño, Pablo, para forzarme. Físcamente no podría conmigo, moralmente yo no podía permitirlo, no, no era eso lo que había decidido hacer, yo no podía dejarme obligar a cambiar mi iniciativa, y desde luego que él era incapaz de obligarme a hacerlo por la fuerza, aunque eso lo hubiese arreglado todo... ¡Basta! No era el momento de seguir dudando, ya estaba decidido lo que iba a pasar, y yo ya no quería pensar más, no era momento de pensar. Empujé de nuevo con más fuerza a mi primo hacia el colchón, muerta de miedo por su leve pero efectiva resistencia.
- …túmbate… - le supliqué ya a las claras - …vamos… ¡quiero tocarte! – Esa confesión involuntaria, pero imposible de contener, pudo ser mi salvación. El simple reconocimiento de mi deseo por mi parte ablandó o desmontó a mi primo, que se dobló con la flexibilidad de un junco joven.
Con él tendido en su cama, con la cabeza y la parte superior del torso recostados en unos almohadones, lo que le daba un dominio visual claro de lo que iba a pasar en su cuerpo, me dejé llevar por lo que ya había asumido que era nuestro destino. Me arrodillé ante su cama, ante su cuerpo desnudo, y cerré las dos manos en torno a su miembro.
Por fin.
Por fin solos, él y yo, desnudos y dedicados únicamente al sexo, sin ocultarlo y sin disimularlo. Iba a ser corto, sí. Así que había que aprovecharlo...
Al sentir mis dos manos cerrarse aprisionando su duro mástil, el cuerpo tenso de él se desmadejó, cayendo sobre las sábanas revueltas tal cual estaba, medio tumbado a los pies de la cama, con la cabeza incómodamente apoyada en esos almohadones y contra la pared y la mesa de trabajo. Yo me desentendí de todo para centrarme en su polla. Pensaba que si no le miraba la cara, el resto del cuerpo, sentiría menos pudor, menos vergüenza. Y menos deseo.
Sí, por primera vez en años sentía vergüenza, desnuda, dándole sexo a alguien… Bien, aclaro que tal vergüenza derivaba exclusivamente ni más ni menos que de ese deseo, de reconocerme incapaz, después de lo que debían ser ya casi tres horas de lucha contra mí misma, contra mi propia evidencia, de soportar la fuerza de la atracción que su anatomía desatada provocaba en mí. Pues bien, centrada de tal manera en esa polla, al principio más que masturbarle sólo se la sobaba, recorriéndola con mis manos, calientes como caliente estaba la piel y la carne de su verga, que sudaba, y me hacía notar su sudor, que se mezclaba con el pegajoso sudor de las palmas de mis manos, tan abundante que les permitía recorrer el tronco deslizando sobre él, tan suave, tan fácil, casi sin poder dedicarle el cuidado y la atención que merecía ese instrumento de placer, un placer que ya me había y que me estaba dando a raudales… a pesar de no haberme penetrado, pero me sentía nuevamente al borde del orgasmo sólo tocándole el sexo a mi primito, recorriendo ya con avidez toda la tranca con las manos, buscando grabarme su tacto en las yemas de los dedos...
Sacando ventaja de mi postura, tan cercana a su entrepierna, pegué mi cara al cipote que se erguía ante mis ojos, amenazante, para poder verlo todavía mejor aprovechando la luz que entraba desde la calle, para poder olerlo y sentir su calor en mis mejillas... y entonces sí empecé a masturbársela, a machacársela con todas las de la ley, a dos manos, porque daba de sobra para dos manos, y aún sobraría para la boquita, con los puños bien cerrados en torno a su dura herramienta ¡estaba taaan duraaa!
Mmmmmm me encantan los tíos a los que se les pone la polla así de dura cuando se empalman. Como la de mi cuñado, aún más dura quizás, sobre todo las primeras veces que lo hicimos, se le ponía como una roca... mmm y cuando me la metía, fuera por donde fuera, así grande, y más que grande, gorda, pero sobre todo tan dura, que te mataba por lo dura que estaba, te destrozaba sexualmente, acababa contigo, te hacía imposible resistir tanto placer... creo que fue con él con quien descubrí que, más todavía que el tamaño, el mejor placer para mi coño lo daba la dureza de las pollas; a más dureza, más lacer.
Pablo la tenía pese a su tamaño más delgada que Guille, pero desde luego ya la tenía considerablemente más larga. Y casi tan dura. Lo que, precisamente por su tamaño lo hacía brutalmente excitante. Cuando creciera un poco, y alcanzara su grosor, y aún más tamaño… Su herramienta llegaría a ser mortal en la cama, estaba segura... Quizás, algún día lejano, acordándonos de esto, nos aventuráramos a repetir y yo me decidiera a probarla por fin, me decía, pero en ese momento estábamos estrenándole, estrenando su polla… ¡¡y era yo la que la estaba estrenando!!
Pablo intentaba mirarme, pero parecía incapaz de mantener los ojos abiertos o, incluso, la cabeza quieta. Todo su cuerpo se retorcía increíblemente al compás de mi sube y baja. Evidentemente, no estaba acostumbrado a aquello, y su deseo acumulado en las últimas horas le debía de tener en un lugar francamente complicado. Arriba, abajo, mis manos no paraban, apretando con firmeza, no tanto por darle un mayor placer, sino por no perder ni un milímetro de esa sensación en mis manos... mmm qué delicia tan pura... sentir esa piel suya deslizando sobre su carne, estrujarla hasta el capullo, terminar de subir por completo frotando y apretando la carne de su glande, con la piel empapada que deslizaba también a la perfección, pero sin perder ni un poco de su hipersensibilidad...
En fin, lo cierto es que Pablo tardó menos en correrse de lo que habrás tardado en leer esto que he escrito, aunque yo lo disfruté como si hubiera pasado toda la eternidad unida a su miembro. Pegada como estaba mi cara a la polla, vi venir el orgasmo: el pene entero se puso a temblar bajo mis manos, el agujero de su glande se dilató preparándose para liberar los gruesos chorros de esperma que prometían sus hinchados cojones, que saltaban salvajemente, moviéndose por sí solitos en lo que parecía un violento estallido de fuegos artificiales.
Bajé una de mis manos, y me agarré a aquellos sacos hinchados. Sus bolsas ardían, y estaban increíblemente duras. Los apreté, los masajeé levemente, algo asustada ya que jamás había sentido un tacto parecido en los cojones de nadie. Dejé que el calor de mi mano y el de sus testículos se mezclaran. Y, entonces, la fiesta, los fuegos artificiales, salieron al exterior, saltando en violentos y alegres chorros, uno, dos, tres, hasta cinco al menos que saltaron alegremente desde la punta de su verga y por encima de mi cabeza, desarrollando una blanca y brillante parábola antes de estrellarse en su torso, en su pecho, su abdomen, que se movía agitado incapaz de mantener una respiración pausada y tranquila, reventando una y otra vez en aparatosos jadeos que, afortunadamente, no eran demasiado escandalosos.
No sé dónde cayeron todos los chorros, de todas maneras, ya que los escuchaba silbar, y tardaban en caer de vuelta, como si hubieran conseguido alcanzar el techo de la alta habitación. En medio de tan violenta eyaculación, mis manos seguían estrujando el cipote, que no perdió en absoluto su firmeza, centrándose sobre todo en su parte más alta, estrujando también el capullo, que se iba cubriendo de una leche blancuzca y muy espesa. El olor a sexo era brutalmente embriagador. El semen paró ahí de salir a presión, en chorros, pero en absoluto paró de salir. Es más, manaba continuo como si se tratara de una fuente. Los pequeños y compactos huevos no paraban de moverse, agitados, en un movimiento de bombeo sin fin, subiendo y bajando alternativamente una y otra pelota, llegando a incrustarse casi dentro de su cuerpo, dejando el escroto colgando uno de ellos, mientras el otro, en la cima de su apogeo, casi doblaba su tamaño, acompañando tal prodigio con un nuevo impulso en la fuente de semen que le brotaba por el capullo, para luego invertir los papeles con el otro huevo, que volvía a salir al exterior a medida que descendía de nuevo.
Todo un portento de la anatomía que tuve la suerte de estudiar con deleite desde un privilegiado primerísimo plano, que incluía todo tipo de sensaciones táctiles, olfativas, olorosas, visuales hasta, prácticamente, poder sentir los sabores de mi primito casi en mi boca golosa…. durante unos míseros segundos. Pero no porque la fiesta de su orgasmo hubiera concluido, no. Ese deleite casi intelectual del observador de un portento de la naturaleza como estaba siendo la corrida del pequeño de mis primos, no era para mí, al menos desde luego que no lo era en ese momento. No estaba mi cuerpo caliente para estudios anatómicos, ni para soportar una imagen tan gloriosa bajo la absurda imposición de una voluntad tan débil como la mía.
Y es que toca aclarar que aquí me volví literalmente loca viendo la erección que mantenía Pablo aún después de una corrida de más de un minuto y que no cesaba de manar en la punta de su polla, sintiendo y oliendo el sabor de su sexo por todas partes, contemplando babeante el torso de mi primito absolutamente bañado por su propio esperma. Con ese calor asfixiante que reinaba la habitación, avivado por la temperatura siempre en aumento de nuestros cuerpos (y de nuestros sexos), esos primeros chorretones de su semen que habían vuelto a caer sobre su cuerpo ya estaban casi completamente licuados sobre su cuerpo. Y, mientras, su abdomen se empezaba a llenar también de una marea creciente de lefa que caía fangosamente por su tallo, tras bañar mis manos, que chapoteaban encharcadas en aquella mezcla de su semilla y nuestro sudor, yo seguí adelante con la masturbación a pesar de haber alcanzado sobradamente ya nuestro objetivo hacía unos pocos segundos (que se me antojaban, sin embargo, una eternidad tremendamente lejana).
Le había prometido una paja. Y ya. Pero había sido tan corto... Me negaba, ¡no! No podía, no quería parar... Semen por todas partes, por todo su cuerpo ya, inundando su torso. Un lago de semen semi deshecho, amarillento, con coágulos densos y blanquecinos entremezclados… sin duda ya no debía venir demasiado espeso al principio, aunque los primeros chorros los noté muy blancos y densos, de excepcional calidad, con fuerza y olorosos, aunque esta era ya, o debía ser, no sé, al menos su cuarta o quinta corrida consecutiva, tampoco tenía la seguridad de las pajas que se había rematado, al margen de las que yo le había provocado, inspirado u ordenado. Pues, pese a todo, a juzgar por lo que seguía saliendo, mi primito igual podría haber llenado una botella de litro en toda la noche sin problema ¡qué bárbaro! Y así estaba, hecho una sopa viscosa sobre su vientre y pecho, lubricando y llenando de brillo y aroma aquel joven y fibroso cuerpo también todo bañado en sudor, y en la sopa nadando los tropezones de los gruesos goterones iniciales con lo mejor de su lefa, que como digo aún, aguantaba blanca y espesa sin deshacerse, ensortijándose con sus duros pezones y el leve vello que bajaba desde su ombligo a su sexo.
Y ante tan excitante visión, agarrada aún a la dura tranca palpitante, yo no pude contenerme con la visión de aquel manjar, sopa de semen con crema de lefa, servida en la mejor de las fuentes, ese cuerpo que hacía largo rato que estaba deseando probar, y chupar y comer y morder, y morirme aferrada a esos pezones que se le habían endurecido por mi culpa... y me lancé como la puta que soy sobre su capullo tenso, incrustándome varias veces la punta de su miembro duro, deleitándome con ese codiciado caramelo llenando mi seca boquita hecha agua, y no quise ir más lejos, aunque lo deseaba, pero lo deseaba tanto que quería meterle hasta mi garganta, pero sabía también que meterle hasta mi garganta me iba a poner tan bruta que luego no podría contenerme en absoluto, ¡pero si ya le estaba comiendo la polla después de prometerme una y otra vez que sólo iba a ser una paja!
Así que me forcé a echarme para atrás, pero mi lengua siguió pegada a esa flor, repasando lenta y voluptuosamente la base del capullo en su unión con el grueso y tenso tallo, mirando a la cara de mi primo y acariciándole cuerpo y verga, todo ello mientras le relamía, así suavito con la lengua, para beber y aprovechar el semen que no quería dejar de salir de su verga. Parecía un grifo abierto, con un caudal insultantemente continuo. Yo lamía y esparcía, aunque casi no tragaba, sino que dejaba caer la lefa espesa, desbordando mis manos y lubricando mi masturbación de su polla.
Finalmente, y más de dos horas después, aquello había acabado como tenía que acabar, como no podía haber acabado de otra manera, con la polla de mi primo corriéndose en mi boquita, tal como estábamos a punto de hacer cuando Carlos entró y lo tuvo que joder todo… El semen de Pablo era delicioso. Después de ayudar a ordeñarle con la boca, seguí usando mi mano izquierda para ayudar a ordeñarle apretando sus huevos sádicamente, seguí adelante, cada vez más emputecida; y ya estaba con mi cara hundida en su tripa, encharcándome de su lefa derretida, de su sudor, mientras Pablo gritaba cada vez más fuerte y sus jadeos se descontrolaban, y ya no nos preocupábamos por no ser oídos, todo nos daba igual, a mí al tener una delicia tal para mí solo y completo deleite, a él al comprobar que, pese a todo, yo le deseaba, que le besaba y le tocaba de aquella manera, lamiendo su abdomen, sus músculos, su ombligo, de nuevo el comienzo de su polla y su peludo pubis, siempre recogiendo y bebiendo su esperma líquido, subiendo por su cuerpo, estirándome y levantándome del suelo, sin despegar jamás los labios de su torso, sin dejar de refrotar toda mi cara, mis labios y mi lengua, mis mejillas, mi nariz, y la barbilla, mi pelo, mis ojos, contra su cuerpo, su olor, sus musculatura y su excitación juvenil… ni en el mejor de sus sueños podía mi pequeño primo haber imaginado que estaría completamente desnudo con su prima, igualmente (casi) desnuda y tendida sobre él, cuerpo a cuerpo y haciéndole todo eso, todo lo que él más oscuramente podía haber deseado, todo lo que yo ya le estaba haciendo, ya me había atrevido a hacerle, ya no había sido capaz de controlarme para seguir conteniéndome y no hacérselo más...
También el propio Pablo supo aprovechar mi derrumbe, quizás momentáneo, motivo de más para no dejar pasar la oportunidad, por lo que se lanzó a tocarme, rozándome si quiera un poco al principio, pero haciéndolo, a las claras, sus manos luego acompañando mi cabeza, animándola y empujándola contra su cuerpo para hacer más íntimo y más duro el contacto… y yo continuaba en absoluto frenesí, y mi cuerpo empezó a subir, froté mis tetas contra sus piernas desnudas, sus muslos, noté sus huevos bombeando apretándose contra mis senos a punto de reventar, lo notaba todo con las tetas porque era lo que me iba por delante, las tenía hinchadas de deseo y excitación, los pezones se clavaban con la brutalidad habitual en su carne desnuda, abriendo surcos en su piel, noté su verga aún dura, no se le había rebajado ni un mínimo su excitación en ningún momento, seguía exactamente igual de empalmado: y el falo se me colocó en el canalillo, la verga bien instalada en una fugaz cubana que le hice al paso, notando la humedad exuberante de su capullo empapándome ambos senos hasta la areola de los dos pezones; pero tan sólo estuvo un momento follándome así su polla, porque mi cuerpo seguía subiendo y subiendo, cumpliendo mi misión autoimpuesta de recoger hasta la última gota de su semilla que había sido esparcida por mí encima de todo su cuerpo. Y pegué un último empujón hasta alcanzar sus pezones, y le comí las tetas, las dos, como si fuesen las de una tía, como una de esas amigas mías, Lucía o Nuria que tan planas son, sorbiendo siempre lefa cuando mordía su carne y sus órganos, que estaban duros como si fueran los de una chiquilla, mientras él aprovechó para coger las mías a manos llenas, y sobármelas soezmente, estrujármelas, aplastarlas entre sus manos fuertes y nerviosas, pero no sentí dolor, al contrario, sólo placer, de tan excitada que estaba...
Sorprendentemente, mientras yo seguía comiéndole a él las tetas, él se detuvo poco en las mías (sobre todo considerando que yo estaba convencida de que le obsesionaban mis peras y que se volvería loco con ellas...) Lo cierto es que él con sus manos ya me acariciaba la espalada, y se estiraba hasta alcanzarme el culo, y me las metía dentro de las bragas y me lo sobaba, a manos llenas nuevamente, sobre mi culo, no acariciaba suavito, sino que palpaba y sobaba y sopesaba con desabrida grosería, áun más que en mi pecho, aunque también con delicadeza, como si pareciera que, en parte, todavía no se atreviera del todo, me enloquecía que me tocara así, me emputecía que me tocara el culo, y más cuando luego sus dedos largos y gruesos me entraban en la raja sin cuidado, aunque pareciera que lo hacía casi por casualidad, y me acariciaban el ano de pasada, para luego cogerme autoritariamente las nalgas con ambas manos, abriéndome y separándome mientras me empujaba hacia arriba con rotundidad, con fuerza, y yo me resistía, enganchada a sus pezones, los notaba en mi lengua, le chupaba las tetillas, las duras bolas erectas, me resistía y me resistía, hasta que ya no pude más porque él empujaba mucho.
Y me acabó haciendo subir, al tratar, o hacer ver que trataba, de introducirme en el ano - que yo tenía por la postura (y por mi entrenamiento) abierto y bastante dilatado – uno e incluso varios dedos al mismo tiempo, y me hizo saltar así, mi cuerpo sobre el suyo, y ya no quedaba torso ni pecho ni nada, solamente el cuello que no pude probar, porque ya estaba con toda mi boca abierta llena de semen suyo buscando su boca, igualmente abierta y deseosa de mí, y se juntaron las bocas y nos juntamos nosotros, predestinados desde siempre a ese beso, y su lengua entró en mí, follando mi boca, mientras mi lengua follaba la suya: no se trataba de un beso fugaz, no era un beso delicado, apenas controlado, como si se nos hubiese escapado el deseo, no; el deseo había explotado y corría ya a raudales, como corrían en regueros los mares de saliva que pasaban de la boca de uno a la boca del otro, todo era húmedo, estábamos los dos tan mojados en todas partes, notaba yo nuestros cuerpos sudados resbalando entre sí, mientras mi saliva remezclada con la suya y con su propio semen se vertían en su boca bien abierta para recibirme y dejar salir además su lengua, lengua que notaba ávida y dura, abriéndose camino reciamente en mi boca, separando mis dientes, apartando mi propia lengua, restregándose por mi paladar y por el interior de mis mejillas…
Por primera vez le sentía dentro del todo de mí, metido en mí, de verdad, antes con la mamada me quedé a medias, tan sólo fue una mojadita de polla, que me dio para advertir la dureza de su miembro y el deseo que nos empujaba el uno al otro, pero que yo misma decidí cortar antes de tiempo... y ahora este beso, que era tan sólo un beso pero con el que Pablo me hacía sentir como si me estuviese haciendo el amor de la manera más brutal y sucia posible... sucia porque me sentía sucia, lujuriosa, pervertida y puta, porque mientras me propasaba con el crío, más allá de donde le había prometido, más allá de donde a mí misma me había jurado y perjurado que nunca llegaría y, lejos de arrepentimiento, sentía tales calores que mientras le hacía a él todo eso, a mí misma yo me masturbaba alegremente el coño, que me seguía salido por el lateral de las bragas, absurdas e incapaces de contener nunca la excitación de esos labios míos, que se me hinchaban como un pollón cuando me ponía bruta para acompañar a la erección de mi clítoris, siempre estrambótica.
Me vi de nuevo haciéndomelo a mí misma, otra vez, a pesar de todo, buscando mi autosatisfacción como acción sustitutoria ante la inacción del universo ante mi coño, pero es que Pablo pese a estar tocándome como un pervertido, aún no terminaba de buscarme el sexo, y yo no podía aguantarlo más, y mis bragas estaban tan empapadas que no servían de nada, tontas y enroscadas y clavadas entre mi vulva y el comienzo de mi muslo izquierdo, expulsando de mí a la entrada de mi vagina, peluda y goteante y cada vez más abierta, con los pelos empapados de sudor y de a saber cuántos fluidos más, y mi clítoris empalmado, tan empalmado que notaba con él sin extrañarme la punta de la polla de Pablito con la punta de mi propio pequeño miembro... pequeño en comparación al suyo, pero me pareció como si le estuviese follando por un momento el agujero de su polla con mi micro pene, como si mi clítoris fuera un falo a punto de penetrarle el agujero que su sexo lucía en el capullo... joder, si estaba tan cachonda que se me había hinchado tanto aquello que podría haberle abierto el culo incluso... sentí ahí el mareo más inoportuno de mi vida, pero también el más explicable, porque no respiraba, sólo tragaba todo lo que él me ponía en mi boca y, al constatar que su miembro completamente erecto estaba a punto y dispuesto en la entrada de mi sexo, abierta entonces como nunca lo había estado y escupiendo inopinadamente un flujo incomprensible - por no haberme corrido aún - e innecesario - teniendo en cuenta que el nivel de lubricación de nuestros cuerpos era equivalente ya al de estar bañados en aceite...
Sentí mis dedos encharcarse de mi flujo una vez más. Pocas cosas, poquísimas, hay que me exciten más que tocarme cuando estoy así, sentir mi clítoris como una polla, mi coño bien abierto, humedad por todas partes, los muslos, las nalgas que también se me abren, sintiendo que me divido en dos y que podría recibir a cualquiera o cualquier cosa que cualquiera quisiera meterme, de abierta y húmeda que estoy, y eso me hace tocarme como una furcia, y me encanta tocarme y sentirme en mi mano y sentir mi mano en mí, sentir que no soy más que coño, enorme coño húmedo, chorreante y absolutamente abierto, por donde todo mi pequeño primo podría entrar, completito, pese a que parecía que ni se atrevía a meterme su polla; y eso que se la notaba en la entrada.
Con mi mano y con mi clítoris la puse en mí, y ella se clavó en mi clítoris, sexo con sexo el cipote de Pablo empujando para empotrar su cabeza en mi botón duro, y mi clítoris se clavó en su polla, mientras la entrada de mi vagina continuaba escupiendo flujo en mi mano y en su sexo. Pablo no dejaba de tocarme el culo obsesivamente mientras, puro deleite suyo y mío en ese magreo, sintiendo yo sus manos en mi piel desnuda, bajo mis braguitas, y de vez en cuando una de sus manos se acordaba de mis tetas y subía, pero en seguida volvía a bajar, sorprendida, me agradó esa obsesión suya por mis nalgas, por mi culo, aunque me matara que fuera tan superficial, que no profundizara, que no me profundizara el culo... ¿por qué no me das por culo mi niño? dije para mis adentro, sorbiendo mis palabras junto con su lengua y su saliva, mordiéndonos la boca el uno al otro, hasta que yo separé la cara porque necesitaba tomar aire: el morreo estaba siendo demasiado largo, asfixiante, y yo me asustaba al sentir mi corazón palpitar locamente, que hasta parecía que me va a iba a reventar en el pecho en cualquier momento, que me reventaría la teta izquierda de la exagerada aceleración de mi palpitar, mis nervios, mi excitación, alcanzando máximos cuando aparté la mano de mi coño y conseguí empujar un poco hacia abajo mi pubis, clavando la vulva hacia el colchón…
…hacia el cuerpo de Pablo…
…apretando las nalgas...
…y notándole, notando por fin su capullo apoyarse claramentecontra mi sexo, mientras mis labios mayores abiertos e hinchados se separaban y abrían para dejar pasar todo lo que fuera necesario, y los menores salían aleteando, ligeros, carnosos y ágiles para posarse sobre el tierno capullo de Pablo, buscando cerrarse a su alrededor para atraparle y llevarle dentro de mí, mi vulva actuando para ayudar a succionarle la polla como si fuese un aspirador, como si tuviese vida propia, como si tuviera ahí unas manos tirando hacia arriba de algo que se cae, sorbiendo como los labios de la boca comiendo spaghetti, y sintiendo siempre reventar mi pecho, por mi corazón desbocado dentro y sus manos sádicas sobre mis tetas, mi sangre bombeando a una velocidad enloquecida, retumbando en mi cabeza, que hacía que se me nublara la vista, obligándome a arquear aún más la espalda en un violento espasmo de placer, y acabar gritando. Podía notar a Pablo gritando también, asustado bajo mi cuerpo enloquecido, lo que me hizo reaccionar instintivamente doblándome sobre él, para taparle la boca con la mano que acababa de sacarme del coño. Aquel movimiento brusco e inesperado provocó que casi se me saliera pero, por nuestra postura y, seguramente, por la longitud de su polla, aquel mástil siguió pegado a mi cuerpo y con su cabeza amenazando con romperme.
Me revolví de placer, sintiendo perfectamente cómo el capullo de su polla mojado de semen entraba por fin en mí, claramente, abriéndome, separándome, sentía su base abultada encerrada entre mis labios, los mayores apretándole hacia dentro y los menores recogiendo los rebordes del glande, agarrándose a ellos para tirar aún más de él, siempre hacia adentro, estaba claro que, más allá de lo que mi cabeza pudiera pensar, mi cuerpo quería el duro miembro de Pablo dentro. La boca de mi vagina se había cerrado sobre las paredes del capullo de mi primo, palpitando frenéticamente sobre su tersa y tensa piel, al ritmo de ese corazón mío tan desbocado, así que notaba yo toda la punta larga y dura en mi interior y mi vagina segregando siempre más y más líquidos para que ese duro mástil la penetrara de una vez y hasta adentro, hasta el fondo de mi alma partiéndome el cuerpo y la vida, así que sin que yo lo decidiera empecé a moverme convulsamente sobre él, en espasmos de indecisión, intentando mi voluntad zafarme de él y mi cuerpo clavarse en aquel cipote, en una constante lucha absurda entre mi deseo y mi pudor, entre mi pasión y mi razón, entre mi mente y mi cuerpo...
Pero la razón fue extraordinariamente fuerte esa vez, yo soy débil y en ese tipo de situaciones siempre acabo cayendo, pero aquella vez algo desde el fondo de mi cabecita seguía golpeando con sorda constancia, amenazando con hacerme reventar la cabeza, del mismo modo que el bombeo exagerado de mi sistema sanguíneo amenaza con destrozar mi pecho y todo mi cuerpo cada vez más debilitado de la desmedida tensión, del desproporcionado orgasmo que me llevaba guardando desde hacía un rato, desde hacía horas, desde hacía, por qué no, ya varios meses… y que cada vez me costaba más contener…
Recuerdo los siguientes momentos como escenas sueltas, como flashes o fogonazos… cuando vi mis dedos hundidos en su boca, me estaba chupando los dedos, o la mano entera, o era yo soy quien se los estaba metiendo en su boca, untando mis flujos en su lengua, recuerdo esa masa viscosa, densa y blanquecina que me empapaba la mano, el dorso, los dedos, como encharcando mi palma, y que él la iba recogiendo poco a poco, recuerdo su lengua asomando entre mis dedos, rebañando ágilmente, estirándose para limpiar el dorso de mis largos dedos, que a su vez se hundían enteros perdiéndose en su boca, tocándole bien por dentro, viendo mis líquidos deslizar en la oscura caverna de su cuerpo, entre sus blancos y brillantes dientes, manchados de mi propia saliva, su saliva y mis líquidos más íntimos, su legua me lamía la mano abierta, la palma entera, a lengüetazos, como un perro, y luego sus labios se cerraban adueñándose de uno de mis dedos, que sus morritos chupaban hacia dentro igual que mi coño trataba de hacer con su tranca, y yo me sentía como una perra en celo, como pocas veces me he sentido, pero siempre que me he sentido así he acabado por perder del todo la cabeza, el dominio de mis actos, eso seguro… y estaba convencida de que aquella vez no iba a ser una excepción, aunque el retumbar de mi conciencia tratara de sujetarme de manera ya desesperada, ante la inminencia del desastre.
Recuerdo sus manos aferrando mi culo bajo las bragas, recuerdo cómo me restregaba la raja, recuerdo mis manos cogiendo sus manos, guiando sus dedos más abajo, apretando la yema de su dedo corazón contra mi ano, sintiendo por fin cómo entra y cómo busca y como abra, gritando, bramando de placer y de deso. Tenía ya medio dedo en mi culo y la punta de la polla de mi primo, siempre chorreante de semen, escupiendo lefa, metida en mi coño, con los labios cerrados y húmedos de mis lubricantes viscosidades, sintiendo rezumar entre ellos su esperma rebosante en todo momento. Hundí la cara en su pecho para no ver más, pero sentir su olor, sexo y cuerpo joven, y el mío, ácido deseo reconcentrado por mi más absurdo, irreal e inoportuno puritanismo, y cómo se mezclaban, olor a sudor, a sobacos, a cuerpo sudado bañado en sexo, a saliva en la piel, a sexo de macho joven y a semen, a lefa espesa que todavía, con la cara pegada a su torso, mi boquita seguía encontrando en su cuerpo y mi lengua recogiendo para tragarlo y llenar otra vez más mi boca glotona de ella; y, por encima de todo, mi olor, mi olor de sexo de mujer en celo, desbocado, brutal y exagerado, húmeda lubricidad que lo envolvía todo, el olor de mi sexo que impregnaba nuestros cuerpos, que llenaba la habitación, que debía inundar toda la casa y olerse desde la calle, en toda la ciudad...
- ¡¡¡ Laura, Laura, Laura, Laura...!!!
Pablo más que susurrar, comenzaba a gritar ya, gritaba mi nombre que se escapaba entre mis manos desarmadas incapaces ya de contener sus jadeos crecientes, en una escalada que sólo podía significar que se encontraba en un nuevo y frenético ascenso al cielo del orgasmo, lo que sólo podía suponer una nueva eyaculación, una nueva fiesta de explosiones y ríos de esperma que esta vez iban a reventar en la boca de mi sexo, mientras yo continuaba frotando incesantemente mi coño alrededor de su capullo, incapaz lo mismo de abandonarle que de clavarme en él, pero tampoco él se decidía a algo tan sencillo como levantar su pubis y empujar lenta y constantemente: mi apertura absoluta y mis flujos, que mantenían mi vagina como untada en una mezcla de aceite y vaselina, terminarían el trabajo de penetrarme. Empálame ya, Pablo. Sí, tan fácil habría sido, con que solamente hubiese apretado un poco el culito para levantarlo levemente hacia arriba… naturalmente si lo hubiese hecho yo hubiese muerto en sus brazos, lo hubiese dado todo cabalgándole una y otra vez, me lo hubiese tirado esa primera vez, para luego obligarle a hacerme el amor sin parar durante toda la noche, enseñándole las más oscuras y deliciosas artes del sexo, habría sido capaz de todo aquella noche, a esas alturas…
Pero mi primo mantenía su casi total inmovilidad - sólo sus manos seguían acariciando fervientemente mis nalgas y su dedo tratando de avanzar en mi ano, pese a lo forzado de su postura, y su lengua dando lametazos inconexos en mi mano, sucia ya más de él y casi nada de mí, lamiendo ya sólo su saliva, exclusivamente sus babas la impregnaban ahora... y no cesaba de repetir mi nombre, en un grito incompleto, una especie de quejido de animal agonizante que suplica ser rematado. Y así justamente me sentía yo, mortalmente herida y deseando que me rematase y me clavase de una vez su brutal lanza en las entrañas para destrozar mi deseo de una vez por todas... porque yo misma era incapaz también de rematar nada.
Le deseaba más que vivir, era casi imposible no terminar follando y, sin embargo, seguía allí como si una mano invisible sujetara mi coño impidiéndole descender. Cogí su boca con mi mano, estrujando sus labios entre mis mojados dedos, que resbalaban con la saliva de su cara, pero conseguí abrirle los labios, la boca, los dientes, y le besé con mis labios en los suyos, apretando, girando y morreando, me separé levemente, y abrí mis dientes, empujando con mi lengua hacia fuera la mezcla de mi saliva y su esperma, lefa y baba que cayeron en viscosa mezcla entrando en su boca sin impedimentos, metí mi lengua detrás y, como una batidora girando frenéticamente, esparcí su semilla por el interior de su boca, empapando su lengua y asegurándome de que la saboreara y la tragara... me enloquecía cada vez que sentía que había traspasado una puerta más, cómo poco a poco le iba desvirgando de todas las maneras posibles, cómo la virginidad y la inocencia de mi primito se iban deshaciendo bajo el ardiente calor de mi cuerpo desnudo, sin que él pudiese frenarme... pese a que el gran paso estuviera siempre por dar…
- ¡AAHHHHHHGHHHMMMmmmm!
Un gemido contenido se ahogó en su garganta; Pablo se desencajó en una expresión de total placer, mientras tragaba su propio fruto que yo había dejado en su boca... mi excitación subió todavía más y, desquiciada y con el sentido prácticamente perdido en medio de mi febril temperatura, conseguí clavarme su polla un poco más en mi interior, si quiera fue un milímetro más, un avance imperceptible sin duda, pero que noté arrollando mi interior más íntimo, provocando que me abriera todavía más, mientras repetía esos movimientos circulares de mis caderas que hacían que mi sexo completo y apretado pivotase sobre ese eje clavado en su punta en mi interior. Me lo estaba follando, lo quisiera o no, estaba ejercitando mis más depuradas artes para follarme ese pollón que…
Laurahhh.... creo que he comido tu...
¡shhh! - le pedí silencio, tapando su boca con mis dedos, apretando mis pechos, mis duras tetas, mis violentos pezones en su joven y tierno pecho, - sí, has comido tu propio semen, Pablo- le dije, ignorando lo que había tratado de decirme, la inmensa e imperdonable locura que, en realidad, estaba diciendo: que era a mí a quien había comido, mi sexo, mis flujos, y que estaba ya dispuesto a devorarme entera, comer mi cuerpo después de destrozarme, de matarme a lanzazos con su asta.
Porque su inmovilidad empezaba a ya tímidamente desmontarse, mientras yo clavaba mis dos manos en su boca, ignorando el dolor de sus dientes que mordían mis manos, en esa blanda carne que se extiende en por debajo de los dedos meñiques… Él muerto de placer y yo muerta de placer, estirando mi cuerpo mientras, ¡por fin!, Pablo, en convulsos movimientos, empezaba a dar leves empujones con su culo, y el mástil sobre el que giraba mi coño, mi cuerpo, mi existencia toda en esos cruciales momentos, empezaba a su vez a luchar contra mis movimientos giratorios, oponiéndoles un lento avance longitudinal hacia el fondo de mi vagina. Fueron sólo uno, dos, tres, cuatro, cinco empujones, muy leves, tímidamente ayudados por ambos de manera simultánea, en los que apenas entró unos milímetros más de lo que ya estaba mientras su dedo seguía hundido en mi culo. Pero que hacían que todas las sensaciones se concentraran precisamente allí, ya que la radical sensación de ser por fin penetrada por mi primo desató todos los sentimientos de mi cuerpo, el orgasmo apenas controlado amenazó con descontrolarse, y empecé a empezar notar que me corría con él dentro.
Y, justo en el momento del todo o nada, el otro gran sentimiento que se contraponía al total placer de mi sexo en pleno goce terminó por concretarse en una explosión de ansiedad finalmente convertida en horror. El horror. Horror del incesto y del fantasma del pudor, de la familia, de mi madre y de mi tía, de Carlos, de la conciencia del peor de los males, de la inseguridad, de la sensación suciedad y de pérdida irreversible de una pureza ideal, que muchas veces había sentido ya antes, pero que nunca estuvo en mi mano parar, ni siquiera cuando me partieron el himen y entré por vez primera en este glorioso mundo de sensaciones, horror al constatar que esa pureza perdida la estaba mancillando ya hasta el olvido al arrasar de esa manera la misma pureza ideal que mi pequeño primo ya no tendría tampoco nunca más: le había mordido contagiándole con mi propio veneno… horror al constatar que una vez iniciado lo que estaba al filo de iniciar ya nada podría contener este río que rugía intentado devastar mi cuerpo y ser liberado por fin, y que en medio de aquel fervor yo ya en absoluto sería capaz de ser dueña - ni siquiera consciente - de mis actos, y que mi primo iba a ser la víctima inocente y propiciatoria de todo aquello; horror, sin ir más lejos, por la seguridad de que mi joven primo, mi niño, aún tenía mucho que descargar, y poca o ninguna capacidad de contenerse; menos aún era la que a mí me quedaría para parame, o pararle, para parar, para evitar que me llenase de semen, que me inundase el cuerpo de su esperma y su semilla, que me fecundara y enraizara en mi útero sus vástagos, mi útero entero empapado de lefa de Pablo y yo sin poder hacer nada más que pedir una y otra vez que siguiera, que me lo repitiera, así apareciese también su hermano y los dos peleasen por empalarme y fecundarme una y otra vez, y otra vez, y otra... abierta a ser follada y a ser llenada de semen y fecundada por ellos y por todo el vecindario si fuera necesario.
No sé cómo fui capaz, con mi coño ya temblando por el orgasmo desbordando, de sacarle de mí, o salirme yo de él, pero me vi proyectada junto a él sobre la cama, golpeándole la cara con mis piernas, arrastrándome como un despojo sobre la colcha arrugada y húmeda y sucia, sintiendo como se hundía bajo mi peso el blando colchón, concentrándome en el ligero alivio que me daba el aire levemente fresco, al menos en comparación con mi tórrida temperatura corporal y la asfixiante atmósfera del cuarto, que corría a ras de suelo desde la puerta que aún nos separaba de la casa oscura y amenazante, con la atormentada presencia de Carlos siempre como una presencia superior y temible, y la luz de la luna y las farolas iluminando brutalmente toda aquella ardiente oscuridad, cegándome pero mostrándome el camino, mientras me arrastraba para separarme de su cuerpo, de su piel, esquivando charcos de semen que punteaban todo lo que tocaba, que me rodeaban por todas partes, delante de mis ojos, a escasos milímetros de mi cara, de mi piel, y mientras mi propio cuerpo iba dejando también un hilo plateado, blancuzco, denso y tibio detrás de mí, como si fuese un caracol, un flujo viscoso y blanquecino que no dejaba de manarme del coño...
Parada por un momento, dolorida por la tensión hasta el límite de la inmovilidad, Pablo, atónito, empalmadísimo, estiró su mano para tocarme los muslos empapados y, por primera vez en su vida, rozar mi coño. El calambrazo en los labios y el clítoris me hizo encoger las piernas en un respingo y proyectarme fuera de su alcance. Casi me caigo de la cama.
Laura…
¡Joder! …mierda Pablo… creo que me… ¡me estoy corriendo! – gruñí.
Pero, por fin, ¡por fin mi cuerpo había huido de él!, evitando justo al final la tentación, la caída, el abismo. Notaba aire fresco, y podía por fin respirar, y mi mente iba recuperando su consciencia a medida que el riego sanguíneo abandonaba mis pezones, mis tetas, todas mis zonas sexuales y empezaba a irrigar de nuevo mi cerebro. Sin embargo, al tiempo no dejaba de masturbarme frenéticamente, tumbada boca arriba sobre la cama, sin importarme hacerlo despatarrada delante de él, pegando saltos espasmódicos con mi cuerpo sometido a violentos ataques, mientras una sucesión de micro orgasmos que se encadenaban unos con otros, y otros más después.
Yo frotaba y hundía mi mano derecha en mi coño delante de él, y con la izquierda tiraba de lo que se suponía que eran mis bragas, tratando quizás de arrancarlas o romperlas, sacármelas como fuera totalmente del medio, cosa que no conseguía, pero tampoco importaba, ya que seguía siempre con todo el coño fuera desde que empezamos a tocarnos en el salón al principio de todo, y desde entonces sólo había ido cada vez más y más fuera, así que ya era como si no tuviese bragas, y tampoco se podía considerar como una prenda interior en condiciones a aquel despojo empapado. Y Pablo me miraba atento masturbarme, desnuda y desnudándome, mi coño abierto y mi sexo peludo y cómo me masturbaba y cómo me corría, y le oía, le escuchaba a él masturbarse y correrse, aunque no veía sus manos, sólo su polla moverse agitada, chapoteando al ritmo de su pajeo, subiendo y bajando frenéticamente, tratando de seguir mi propio ritmo. Traté de incorporarme, levantar la cabeza, quise verle, pero ya estaba alcanzando el clímax total, mi cabeza se incrustó en la cama dándome golpetazos contra el colchón como una demente, él había quedado fuera de mi campo de visión, casi no podíao ni abrir los ojos, no podía verle, aunque sobre su cama nuestros cuerpos tendidos estaban volviendo a entrelazarse por las piernas...
-Pablo, por favor, mhhhhhmmm Pablo, levantahh quiero verte, primo, quiero ver cómo te masturbas....
¿Era una barbaridad lo que dije? Pues no sólo eso, no sólo quería verle a él, sino que quería que él me viera a mí hacerlo también, masturbarme y correrme gracias a él, a lo que habíamos hecho, a lo que le había hecho yo a él y lo que me él me había hecho a mí... a lo que podríamos haber llegado a hacer si... Al fin y al cabo, se lo debía. Nos lo debía. Por estar a punto y no hacerlo. Queriendo suponer que era lo mejor. Pero debíamos terminar, al menos, corrernos, relajarnos para poder dormir, para poder separarnos, agotados, exhaustos y arrepentidos, avergonzados de todo aquello, sí, avergonzados como para que nunca más se volviera a repetir. En el futuro. Eso, en el futuro. Ahora, nos merecíamos corrernos, juntos. Nos merecíamos ese orgasmo compartido.
Pablo no tardó ni medio segundo en incorporarse para que pudiera verle, como le pedí, completamente desnudo, de rodillas sobre su cama, totalmente empalmado pajeándose con brutal violencia, mientras contemplaba absorto, atónito, feliz, el espectáculo que le estaba dando, entregada, sólo para sus ojos, para su mirada soez que me recorría con una lujuria impropia de su edad, como era impropia de su edad la descomunal tranca que agitaba delante de mí, sobre mí en realidad, sobre mi anatomía desnuda para él, brillante de sexo y sudor, con mi coño peludo brotando entre mis piernas, y mi cara desencajada por el orgasmo, y yo sin tratar ya de ocultarme, ni mi coño, ni mi paja, ni siquiera mi corrida, al contrario, eso era lo que me excitaba, me excitaba terriblemente mostrarme así ante Pablo, emputecida, igual que él se había estado mostrando emputecido todo el rato, pero entonces ya era yo, ante el permanente asombro de mi pequeño primo, que continuaba completamente desnudo pajeándose para mí, babeando atónito ante la imagen de mi cuerpo convulso, acariciando, sobando mi muslo desnudo con su mano libre mientras con la otra se pajeaba encima de mi cuerpo, que se estremecía de placer por él, tiritando de gozo, desnudo sobre su propia cama, con los pechos al aire, henchidos para él, mientras mis manos escarbaban en mi sexo, y abrían mis braguitas para que él no perdiera detalle: estaba viendo el primer orgasmo femenino de su vida, seguramente el primer coño de su vida, al menos el primer coño excitado y abierto; bien abierto y peludo, con sus labios desbordados y el clítoris empalmado, la vagina abriendo su boca pidiéndole a él que se acercara a llenármela, a cerrármela de una vez y para siempre con su polla.
Me pareció que él lo quiso intentar, deslizando una rodilla sobre la cama, como intentando dar un paso, sin soltar su verga tiesa, sin dejar de acariciarse ni frotarse el mástil de su sexo con fuerza, escupiendo sobre mí directamente restos de lefa y ya también los nuevos primeros espesos goterones de presemen. Pero aunque mi cuerpo le llamaba, mi razón no quería que se acercara y eso, en este momento, separados ya por fin, aunque estuviéramos los dos en medio del orgasmo, fue definitivo. Si además ya no tenía sentido, si ya nos estábamos corriendo, si yo estaba ya gozando como nunca sólo con eso, y por fin escapaba de mí todo el placer contenido durante meses, reprimido brutalmente durante las últimas dos horas, durante esos últimos minutos...
- ¡MMMMMHHHHHHH! Nohhh, Pablo... no quiero que me toquessss... sólo... solo ¡¡¡¡¡mírame, mírame, mírameeeee!!!!!
Mientras me corría, veía y oía silbar los chorros de semen que escapaban disparados de su polla, exageradamente cargada todavía entonces, mientras mi cuerpo se revolvía con el sexto o el séptimo orgasmo consecutivo. Los ríos y lagos de su semilla cubrían ahora mi cuerpo. Mi primo se estaba corriendo directamente encima de mí apuntando su polla dura hacia mi cuerpo desnudo. Perdí primero la cuenta de mis orgasmos y luego el conocimiento, hundiéndome en un dulce sopor, desnuda y boca arriba, sobre la cama de mi primo.
Nada me importaba ya...