La Libertad II_04
Por fin todo ocurre con mi cuñado Guille. Después de mucho tratar de negarnos la realidad más evidente, nuestra entrada conjunta a la experiencia sexual fue tan plena y profunda, que jamás mis remordimientos conseguirían hacer que me arrepintiera lo más mínimo de haber dado aquel paso.
La verdad que con él ya estaba ya todo decidido, a esas alturas sólo dependíamos de que se planteara el momento oportuno. Y eso dependía sólo de mí, ya que él estaba siempre dispuesto; era yo la que al final siempre cerraba la puerta. Aunque yo me estuviera muriendo de ganas por hacerlo lo mismo que él. La temporada anterior a nuestro gran momento, él no paraba de buscarme, de intentar tocarme, hacerme caricias, cosquillitas, pequeños masajes, no importaba quien estuviese, o quizás sí, tampoco lo hacía con cualquiera delante, sólo en momentos de manifiesta intrascendencia. Yo, claro, no decía nunca nada, ni sí ni no, en aquellos casos. Si él empezaba, yo sencillamente me dejaba hacer, siempre hasta donde él se atreviese, siempre agradeciéndole sus cuidados, aunque eso sí, no volví a animarle a seguir adelante después de aquella vez que casi nos pilla mi prima.
Posiblemente, es que también aquélla fue la última vez que estuvimos realmente solos. Solos al menos con seguridad y por rato largo. Es que él no se cortaba, y atacaba en casi cualquier oportunidad, pero a mí, la más leve posibilidad de que nos volviesen a pillar después de ese día me aterraba. La vez de mi prima podía haber acabado en catástrofe, si hubiese llegado tan solo unos segundos más tarde: en verdad yo había decidido entregarme y él parecía estar demasiado caliente, demasiado asombrado por ver todas mis defensas abatidas, por fin, para ser capaz de poner freno por su propia cuenta.
Él tenía cuidado, claro, siempre se ponía el límite dependiendo del momento, pero casi siempre era un límite más allá de lo estrictamente correcto. Se le veía impaciente, ansioso, deseoso de mí, incapaz de aguantar más, tratando de forzar mis barreras y nuestras fronteras mutuas. Aunque siempre procuraba quedarse dentro de lo explicable, al menos para los demás. Quizás entre nosotros ya no, ciertos besos, ciertas caricias, ciertas manos resbalando más de la cuenta, siempre con mis terribles silencios de fondo... en cierto modo, todas esas veces hacían que todo estuviese ya dicho entre nosotros. Pero, aún así, mis barreras eran poco menos que insuperables. Y él no iba a superarlas sin una señal expresa mía, por lo que se detenía siempre a la espera del más mínimo gesto mío, como el "puedes subir un poco más" del día de mi prima.
Pero no se puede seguir retrasando siempre lo que ya está decidido, así que a pesar de las aparentemente insalvables dificultades que cada vez veía más ciertas, el momento culmen acabó por llegar, finalmente. Aunque de manera quizás un tanto inesperada, y no tan tarde como yo misma hubiera podido pensar en aquella época, donde la cortada de mi prima pendía como una espada sobre mi cabeza. El caso que aquel día él estaba en mi casa, no sé por qué razón había conseguido colarse para ayudarme con algo, del curro, de la casa, de la comida, joder yo qué sé...
Yo me había dado cuenta hacía tiempo de que si no volvíamos a estar solos, si de hecho casi nunca lo habíamos estado antes, realmente solos por tiempo indefinido, era porque yo hacía siempre lo imposible por evitarlo, consciente de mi debilidad. Incluso antes de la pillada. Pero ese día bajé la guardia, o realmente es que me era ya imposible seguir diciendo que no, y había decidido acabar con todo aquello de una vez. Me moría de ganas por hacerlo con él desde hacía ya demasaidos años, y cada vez me costaba más aguantarme. Total que, completamente solos y sin posibilidad de ser molestados aquel día por mi prima ni por nadie, sin más le ofrecí ver una peli en el ordenador, después de una rica comida que cocinamos entre los dos. Creo recordar que la excusa de nuestra cita era efectivamente currar en algo (juraría que fue la época en que de nuevo él me ayudaba con un trabajo para un curso de universitario que estaba haciendo ese año), pero debimos autoconvencernos de que, después de descansar un poco con una peli tras la comida, nos pondríamos con más ganas... Bueno, él como siempre me seguía el juego a todas mis propuestas, especialemente si podían suponer una oportunidad de contacto físico.
Pensándolo bien, ahora, creo que para mí estaba todo decidido desde que esa mañana, por teléfono, acordamos el plan conjunto. Tenía que pasar, era casi imposible que aquella vez se viniese abajo. Sí, íbamos a estar solos, y sin plazos, por vez primera en mucho tiempo... O casi siempre. Sólo una vez, antes, habíamos pasado bastante rato los dos, un día en su casa que él también me ayudaba y mi hermana había salido... el mismo día que dejé las bragas encharcadas de flujo, brutalmente sucias del calentón que me pegué de pensar en todo lo que quería hacer con él. Fueron las primeras braguitas en las que él probó mi sabor. Y aquella vez, años más tarde y muchas braguitas sucias después, mi prima estaba fuera de la ciudad y mi hermana volvía a salir con sus amigas y, aún más, aquella noche no iba a dormir en su casa ya que se iba también de escapada fuera. Así, solos en mi casita por primera vez los dos, por primera vez tenía a Guille todo para mí durante más de 24 horas.
Ya antes de que él llegara me empecé a poner nerviosa, no podía dejar de pensar en la última vez que le dejé tocarme, el día de mi prima, ni en cómo dejé aquellas bragas nuestra primera vez juntos y a solas. Me puse nerviosa hasta el punto de empezar a mojarme sin remedio. Y luego la cosa fue a peor, claro... Creo que, por eso, tampoco hice nada extraordinario cuando decidí quitarme las braguitas después de comer. Hacía más bien calor, y yo llevaba un viejo vestido muy corto, que era casi un camisoncito. Ya iba sin sujetador en aquella época del año, y creo que le debí enseñar hasta el alma desde que entró en mi casa, y luego durante toda la mañana y comiendo. Cuando hacía eso con él era que solía estar muy caliente, y necesitaba ese punto de intimidad, pero creo que nunca antes lo había hecho tan descaradamente, y menos estando los dos solos.
Siempre buscaba momentos en que me pudiera sentir protegida, con más gente alrededor, como para permitirle a él verme las tetas. De todas formas él siempre aprovechaba cualquier oportunidad que yo le brindaba, y muchas otras que se trabajaba él solito. Ese día, viendo mi extraordinaria docilidad y entrega, pronto dejó de trabajarse nada y se mostró sencillamente a la expectativa, consicente de que no era ya que él estuviese mirando rebuscadamente nada, no. Era yo la que le estaba dejando ver. O, más bien, era yo la que le estaba enseñando. Por primera vez, debió sentir que no tenía que esforzarse en robarme fugaces visiones de mis tetas y mis pezones duros; tampoco en disimularlo. Por primera vez, era yo quien le había dejado el camino franco, libre y sin vigilancia.
Y es que yo estaba pletórica, en una estado de excitación superior, cercano a la calentura sexual evidente, algo que me ponía casi como si estuviese medio borrachita. El vestidito que llevaba, solía acompañarlo con unos mini pantaloncillos, dentro de casa solían ser aquellos negros muy viejitos, tan cortos y destrozados que tampoco aportaban mucho (joder, sí, ¡esos que llevaba el puto día de la puta pillada de mi prima!), pero evitaban tener que estar pendiente de parar cuidado para que no se me viesen las braguitas al agacharme, o al sentarme, en plan cruzando las piernas y eso. Por destrozados que estuvieran, podía estar a mi aire, saltar, abrirme de piernas, tumbarme... las braguitas se me acababan viendo, de pequeños que eran y rotos que estaban, y seguro que más en muchas ocasiones. Pero evitaban males mayores, en todo caso.
Sin embargo, aquel día, decidí no ponérmelos. A pesar de intentar negarme a mí misma que hubiese un motivo para ello (de hecho en realidad me autoconvencí a mí misma que, precisamente, de nada me servía llevar los pantalones ya que eran las bragas solamente, y para nada los pantaloncitos, las que realmente podían ocultar algo… llegado el caso). Visto ahora en retrospectiva, resulta taaan evidente que en mi subconsciente bullía la idea de dar el salto... o, por lo menos, darle un calentón a la persona objeto de mis más inconfesables deseos sexuales... y darle a él un calentón tenía que ser, a esas alturas, forzosamente algo más serio que dejarle ver mis bragas.
No se perdía una, eso es verdad. Era tal el deleite de su mirada cuando se perdía por las partes prohibidas de mi cuerpo mal ocultadas por mi insuficiente vestuario, que me fui excitando sin remedio durante toda la mañana. Sólo con mis fantasías ya me había puesto al borde del precipicio... Así que, cuando fui al baño después de comer para lavarme los dientes y hacer pipí (y algo más, lo confieso, no pude por menos que masturbarme con brutal intensidad, aunque eso en nada rebajó mis niveles de excitación), pude comprobar que tenía las braguitas súper manchadas y empapadas. Además, eran unas viejitas que tenían también sus rotos por los lados, así que tampoco es que tapasen tan bien como deberían todo lo que se supone que tenían que tapar. No sé si él vería algo inconveniente aquella mañana por alguno de esos resquicios, yo diría que no había tenido ocasión, sólo mi culo cubierto por las bragas, algún vistazo por delante, pero nada por debajo, hacia la zona más sensible. Además, estaba demasiado concentrado en robarme vistazos de las tetas, que esas sí que las tenía bien libres en el generoso escote, bien hinchadas y con los pezones completamente de punta.
Total, que empecé por quitarme las bragas para limpiarme bien el coño con ellas después de la paja, la raja hasta arriba de humedad, el culete, bien por dentro y la rajita, todo todito, vamos. Supongo que cuando me vi en ese plan, ya poco sentido tenía seguir negándome nada. Además estaba cada vez más caliente. Me acababa de limpiar la vulva y ya notaba humedad de nuevo rezumando entre mis labios. Y las braguitas estaban, para colmo, sucísimas... podía ir a la habitación y ponerme unas limpias pero, la verdad, tal y como estaba no iban a tardar mucho en acabar igual... además, me di cuenta de que en realidad es que prefería esas rotitas, viejas y pequeñas… antes que otras más nuevas, que enseñasen menos. Desde luego, a esas alturas ya no pensaba en ponerme los pantaloncillos... Así que, ¿para qué quedarme a medias? si lo que quería era enseñar... No pensaba forzar nada, si tenía que pasar algo iba a pasar de todas maneras. Y, si ese día superábamos la prueba sin liarnos, me comprometía a ser la viva imagen de la castidad en lo que a él respectaba, por los días de mi vida. Evidentemente, esta última reflexión era poco menos que un grito de guerra. Laurita se lanzaba al ataque.
Total, que salí por fin al salón. Él había preparado todo, y sólo faltaba que yo me sentase para empezar a ver la peli. Yo, claro está, no me senté; me tumbé. Soy incapaz de estar en un sofá y no estirar las piernas, y menos con gente de confianza y más aún en mi propia casa... No fue nada raro, por tanto, que yo estirase mis piernas sobre las suyas. Mis pantorrillas se apoyaron sobre sus muslos, y mis muslos desnudos quedaron completos a la vista de sus ojos. La habitación estaba en penumbra, ya que había echado las cortinas para ver mejor, supongo que también para crear un ambiente más íntimo. Pero hasta aquí, en realidad, todo normal.
También cuando él empezó a pasar sus dulces manos por la piel desnuda de mis piernas. Es que habría sido implanteable que él y yo, al fin y al cabo, no nos concediéramos al menos ese contacto. Me hizo un leve masajito de pies que me entonó terriblemente. Pero masajito, al fin y al cabo. Que me hiciesen cosquillitas mientras veíamos la tele no era una práctica infrecuente en mi casa desde siempre, así que tampoco suponía nada, a la hora de la verdad. Y, como él estaba ya tan acostumbrado a darme masajes en pies, piernas, manos, cara, cabeza, brazos, espalda (vamos, toda parte de mi cuerpo que no fuese explícitmanente sexual, aunque esos masajes casi siempre tuviesen entre nosotros implicaciones sexuales...), tampoco era raro que me hiciese también cosquillas. Así que allí estábamos.
Yo siempre disfruto esas situaciones, me hagan masajes y cosquillas quien me las hagan, como si es mi madre, mi tía o mi primo pequeño (aunque como ya he contado, con el tiempo descubriría que mi primo pequeño, Pablo, también "disfrutaba", jijiji...) Pero, cuando es alguien deseable y con segundas intenciones manifestadas más o menos abiertamente... pufff. Vamos, que estaba a mil, claro. Pero era bastante disimulable, a no ser por mis excesivas expresiones de placer, "¡qué gustito!", "¡ay, sí ahí, ahí!", "mmmmh, no pares, qué biennnn" , acompañadas de inevitables caras de deleite, cerrando los ojos y sonriendo como una idiota...
Pero quería recompensarle, al menos así... También quería ir a más. Y se me debió de notar: él me fue haciendo cosquillas por la pierna desde los tobillos hasta por encima de la rodilla pero, poco a poco, no obstante… fue subiendo lentamente sus caricias hasta mitad del muslo. Estaba llegando casi al camisón. Sin esperar permiso, retiró un poco el borde de la tela en una de las pasadas y, al ver que yo no decía nada, limitándome a proclamar cada vez con más exageración el inmenso gusto que me estaba dando, él siguió acariciando un poco más arriba, cada vez más arriba. Estábamos repitiendo casi exactamente nuestro último encuentro. Sólo que él, llegado a aquel punto, se encontró con mi pantaloncillo y mis braguitas que, por muy rotos y gastados que estuvieran, habían conseguido detenerle antes de que le pidiera seguir, y consiguieron evitar nuestra caída y tapar la evidencia cuando mi prima nos pilló, justo después de que yo le solatara a él esas palabras que esa otra tarde, por fin completamente a solas, le volví a repetir… esta vez ya sin protección alguna debajo de mi vestido:
- Puedes subir un poco más... - le dije en un claro gemido...
Y me arrellané aún más sobre el sofá, elevando un poco los muslos, clavando mi culo en el asiento y tirando de él hacia mí con mis piernas. La misma operación que la otra vez. Aqella vez debí enseñarle casi el alma, cuando abrí las piernas sin ningún pudor y le entregué la visión de mis pantalones y bragas rotas, y lo que fuera que hubiese sido capaz de ver a través o por los lados. Pero nada comparable a lo de ese día, claro.
Abrí las piernas, la misma inclinación que la otra vez, el mismo ángulo de apertura... notando cómo el aire fresco bañaba mis partes íntimas, abiertas, mojadas por completo y por completo descubiertas. Noté la fina tela del camisoncito resbalar por mis muslos sudorosos hasta mi cintura. Eché una mirada de reojo y le vi mirándome atónito entre las piernas, sus ojos absortos clavados al final del túnel de mi camisón casi recogido por completo en la parte de abajo de mi tripa, disfrutando por primera vez en su vida de la visión completa y sin obstáculos de mi pubis negro, peludo, de mi chocho abierto para y por él, con el negro agujero de mi vagina llamándole y expulsando líquidos sin parar…
Noté bajo mis pantorrillas algo duro empujando. Algo que antes no estaba ahí. Guille se acababa de empalmar. Su pene había reaccionado de inmediato a la visión de mi coño. Era alucinante, se había puesto a mil con sólo verme desnuda. Y su mano seguía y seguía subiendo por mi muslo. Cerré los ojos, a punto de dejarme llevar ¿era así como lo había imaginado la otra vez? Pero no, claro, el pantaloncito, las braguitas, aunque rotas y mojadas, no sé, había más barreras, habría sido más lento, él subía y subía, siguiendo mis órdenes, a la caza del trofeo que le acababa de poner en bandeja. Demasiado obvio, pero él no iba a poder frenar... ¿o quizás sí? ¿esperaría una nueva señal por mi parte antes de tocarme ahí?
Notaba sus manos muy cerca, acariciando el interior de mis muslos, ya por la parte alta, yo sudaba de excitación, apretaba con fuerza los ojos muerta de gusto, y los labios para no seguir gimiendo de placer como una idiota. Me entraron ganas de llorar de emoción, de placer, de alegría. Todavía no había llegado a ninguna zona realmente sensible, y a mí ya se me estaba saliendo el corazón por la boca... No, tenía que pararle cuanto antes, o lo iba a tener entre mis piernas antes de que me diese tiempo a decidir realmente si quería o no dar un paso más. Un paso que sería ya forzosamente el último.
El caso es que, antes de que sus caricias, enervantemente lentas, llegaran demasiado lejos, me incorporé delicadamente, como saliendo de un precioso sueño, y con la mejor de mis sonrisas le dije que si no le importaba darme un masaje en la espalda, ya que la tenía algo dolorida… Nada raro, una petición que le había hecho antes millones de veces. Pero nunca después de enseñarle el coño. Por muy glorioso que hubiera sido, acababa de abortar aquella situación definitiva, echándole encima un jarro de agua fría.
- Claro... - contestó, visiblemente nervioso.
Mucho más visible su nerviosismo que el mío, en realidad. Rápidamente, me vi forzada a improvisar para evitar que el nivel de excitación decayera. Tampoco quería cortar tan de pronto. Estaba caliente y necesitaba sentir algo de él... Me levanté ágil y me fui al dormitorio casi corriendo. Él tardó en reaccionar, avanzando por el corto pasillo con precaución, como dudando si de verdad le estaba pidiendo que entrara allí conmigo, dudando lo que podía encontrar al otro lado de la puerta, dudando si estaría desnuda y abierta de piernas para él, o me habría puesto ropa interior y cinturón de castidad, turbada al darme cuenta de que le había enseñado más de lo que quería sin darme cuenta...
De eso me di cuenta luego, las implicaciones que tenía para él que yo le estuviera llevando a mi dormitorio, a mi cama... Yo no pensaba en eso entonces, sólo en tener un lugar cómodo para el masaje, igual hubiera servido el propio sofá, aunqe no hubiera sido tan cómodo... No, para mí el pequeño paso que me salió dar no era ése, no era llevarle a mi cama, era otro.
Cuando llegó, no encontró ni una puta salida, ni una niña asustada: me encontró a mí, tumbada boca abajo, con la espalda descubierta y metida en la cama con las sábanas subidas hasta la cintura. No podía saber si estaba o no desnuda. Varias veces me había dado masajes sin llevar yo nada en la parte superior, o incluso vestida solo con braguitas. Nunca separaba mis pechos del colchón, así que era imposible que ninguna de esas veces él viera ni tocara nada. Ese día, aparentemente, podía ser una más de esas veces. Y, después de lo que acababa de dejarle ver, ya habría sido en conjunto mucho más que nunca. Podíamos haber cerrado ahí y ya habríamos avanzado bastante.
Pero ya digo que a esas alturas, yo necesitaba más...
- ¿Por qué no te quitas los pantalones para estar más cómodo? Y te puedes subir encima de mí para hacerlo mejor...
Ya no volvimos a cruzar palabra alguna aquella noche.
Le sentí desabrocharse el pantalón. Era surrealista, se estaba desnudando en mi habitación, conmigo casi desnuda en la cama, y después de que yo le hubiera enseñado el coño... ¿todavía alguien podría pensar que no iba a pasar nada? Pero yo me hacía la ilusión de un falso control por mi parte, que me iba permitir parar todo si así lo decidía...
Guille se subió a la cama y se montó sobre mí sin más, a la altura de mi cintura, pero sin sentarse directamente encima de mí. Ni más ni menos que como había hecho otras tantas veces. Pero no era como otras veces... Yo le había dejado a su lado unas cremas y él empezó a untarlas en mi espalda. Guille era un experto en masajes, pero ese día se aplicó aún más que nunca. O eso sentí yo, al menos. Y, en un momento dado, se incorporó un poco y retiró las sábanas.
No había preguntado, ni esperado permiso. ¿Para qué? debía pensar, después de lo de antes. Debía estar muerto de curiosidad, preguntándose si mi coño todavía estaba allí, libre de molestas braguitas. Y allí estaba.
Ante su sorpresa apareció mi redondo culo desnudo en todo su esplendor. Me había metido en la cama absolutamente como dios me trajo al mundo.
A partir de aquel momento, todo fue muy rápido. No podía ser de otra manera, tanto tiempo llevábamos los dos retrasando aquel instante, que cuando por fin llegó todo brotó a raudales. Pero yo entonces lo viví muy despacio, deleitándome con cada momento, saboreando cada segundo, cada sensación nueva y por tanto tiempo deseada... y así lo recuerdo también, siempre que pienso en ello: largo y fructífero; y todavía lo rememoro a menudo, cuando quiero pensar en algo agradable de verdad... pocas veces me he sentido tan querida, tan deseada, tan importante para alguien.
Guille se arrodilló a la altura de mis rodillas, dejando mis piernas entre las suyas. Oh, oh... desde ahí debía tener una visión fantástica de mi imponente trasero. Se contuvo, de entrada, empezando decidido a masajear mis piernas en primer lugar. Qué masaje. Nunca me había tocado así, y eso que ya he dicho que nunca se cortaba. Pero aquella vez lo hacía con total libertad, más aún que nunca antes, y por eso yo lo notaba bien distinto. Abiertamente lujurioso, además de puramente placentero.
Sobándome lo más soezmente posible, pero dándome placer en cada milímetro de mi cuerpo que recorrían sus ávidas manos. Tocándome fuerte, con crudeza, pero también con delicadeza y sabiduría. Poco a poco fue subiendo hasta las estribaciones de mi culo, rápidamente, aunque se me hiciera eterno, mientras mi cuerpo se estremecía y mi espina dorsal se congelaba de ansiedad. Realmente se deleitaba en mi cuerpo, mis carnes, palpando, sobando, sopesando, acariciando mis duros muslos, mi culo grande pero curtido de subir cuatro pisos sin ascensor varias veces al día... Por fin, por fin ¡me estaba tocando! Sus manos me masajearon el culo como si le perteneciera desde siempre, como si llevara siglos haciéndolo a diario. Con la naturalidad que daba el que ambos hubiéramos imaginado ese momento infinitas veces.
Puedo decirlo con orgullo, en aquella época ese culito era duro, duro, nada de blandeces ni carnes fofas. Era respingón y altanero, desafiando la gravedad se mantenía en su sitio. Sus manos untadas en crema resbalaban sobre mis carnes duras, con la piel ya de por sí engrasada por mi sudor. Era algo increíble. Estaba desnuda, completamente desnuda para él. Un paso más desde que, en aquella misma cama me mostré, en idéntica postura, tan solo tapada por unas breves braguitas. Ahora ya, ni eso. Mi desnudo integral bajo su cuerpo, casi desnudo también, igualmente excitados los dos, y él tocándome, tocándome como siempre y como nunca, pero ya me estaba tocando donde nunca antes lo había hecho, creo que donde nunca nadie antes lo había hecho jamás, porque nunca nadie antes se había interesado en tocarme así allí, ni en ninguna otra parte, nadie antes se había excitado tanto con el simple contacto con mi cuerpo, con mi carne caliente, sudorosa, olorosa a sexo y deso, como Guille estaba haciendo en ese momento sublime que por fin había llegado, como siempre había querido hacer y como yo siempre había imaginado que sería.
Empezó a masajearme el culo de arriba abajo, en círculo y de mil maneras. Conforme iba acelerando el ritmo empezó a separar los dos cachetes del culo. Ante él se estaba abriendo ahora mi vulva, el gran secreto, el único que había permanecido oculto. Hasta ahora. Ya no tenía más secretos para él. Se acabó, me había entregado. Porque, haciéndome lo que me estaba haciendo, yo comprendí de pronto que era ya del todo incapaz de prestar resistencia alguna. Ni podía ni quería. Justo en aquel momento perdí todo resquicio de seguridad, y supe que había caído y que ya no era posible volver atrás. Igual estaba casi convencida ya a esas alturas, pero aún fantaseaba con la idea de que me quedaban unos segundos para cambiar de opinión, y que, quizás, finalmente lo haría...
Todo estaba decidido, mi voluntad estaba vencida. Pero no era momento de remordimientos, tan solo de recibir placer... Porque también eso había quedado claro, me entregaría a él hasta el final, por completo, para todo lo que el quisiera hacerme. Y no pensaba ni mucho menos dejar de disfrutar de ello. Sólo en el último momento, aferrándome a un resto de orgullo, de temor, de miedo, decidí que yo no iba a hacer nada, no podía, no podía decir que no, no podía privarle a él ni a mí de todas aquellas maravillas, pero tampoco podía hacerle yo a él... no, no, era demasiado, cerré mis ojos, no quería ver nada, no quería oír nada más que el roce de su piel sobre la mía, el ruido de mis líquidos frotando mis pliegues más íntimos, no quería más que sentirle a él por todo mi cuerpo, hasta el último rincón, y oler su olor, su sudor y su sexo, su sexo mezclado con el mío, mi olor de hembra en celo que ya había estallado esparciéndose brutalmente por toda la habitación.
Oliéndome así, él tampoco podría tener ya capacidad de dar marcha atrás, si es que lo que tenía delante de sus ojos y bajo sus manos no le había privado ya de toda posibilidad de razonar. Aquello ya era demasiado, era un calentón sin igual. No. No era un calentón. Era más. Era la mayor experiencia sexual de mi vida, y no había ni empezado, y ya el corazón me cabalgaba a punto de salir disparado de mi pecho. No es exagerar si defino aquél como el momento más excitante de toda mi vida, mucho más que cuando perdí la virginidad, o cualquier otro por morboso o deseado que haya sido, mi primera vez con Mer, con Nur, con Lu, las orgías, los tríos, los desconocidos...
Él seguía, y seguía, tocándome parecía estar disfrutando todavía más que yo,
casi imposible, porque ya estaba casi corriéndome tan sólo con su masaje en el culo. Aprovechando un magreo mas intenso, Guille acercó su cara y se puso a escasos centímetros de mi chochito. Apreté los labios al sentirle ahí. Me daban ganas de gritar fuerte. Le noté moverse como un animal olisqueando, olfateando su presa, metiendo su nariz a fondo y aspirándome hasta el último rastro de mi olor. Todo mi perfume de mujer impregnado en su nariz, en su cara, en su cerebro, en su vida entera. Me iba a llevar con él para siempre, mi olor es un olor que no se borra cuando alguien sabe sacármelo a fondo. Yo misma podía olerme sin dificultad, excitadísima, olor fresco y potente, entre dulce y amargo.
Olor recién producido, junto con el leve reguero que notaba resbalando desde mi entrepierna, mojando las sábanas lo que no había acabado ya en su cara, mezclado con mi sudor. Como la saliva que se me escapa por la comisura de los labios, y que mi boca segregaba involuntariamente, como cuando tienes mucha hambre y te enseñan un plato absolutamente delicioso que está esperándote para acabar todo en tu interior. Se me hacían literalmente agua la boca y el conejito. ¡Era imposible que Guille no se estuviese dando cuenta de cómo estaba excitándome con sus mimitos!
Cuando hubo terminado con mi culo, empezó a darme largos masajes desde ahí abajo hasta los hombros. Al principio parecía que había reducido la intensidad sexual en sus tocamientos, que estaba frenando después de haberse dado cuenta de que se estaba pasando... Tuve miedo por un instante: si él se echaba para atrás, si era capaz de parar, acabaría dejándome a mí en evidencia y, lo que es peor, ¡me mataría si era capaz de rechazarme de esa manera! Ya nunca más se nos presentaría otra oportunidad así, para empezar porque yo jamás la iba a volver a buscar, si él osaba dejarme colgada, caliente y en pelotas…
Conmigo sumida en infinitas dudas pero completamente carcomida por el deseo, siguió estirándose, a su propio ritmo, desde la base de mis nalgas en el sudoroso pliegue donde se juntaban con mis muslos, hasta la parte superior de mis hombros. Cada vez más rápido, más hacia arriba, con mayor entrega. Y para llegar hasta allí arriba y al final de mis brazos, lo que hacía era tumbarse sobre mí... Literalmente. Noté que se había quitado la camiseta, no sé si por calor, para no ensuciársela, o directamente para aumentar el contacto ardiente de nuestras pieles. El vello grueso de su pecho ardiente estaba empapado en su sudor, que se mezclaba con el mío propio, almacenado en la piscina de mi espalada que se había formado entre los homóplatos.
Y siguió masajeándome hasta quedarse completamente tumbado encima de mí. Por mucho que me jodiera, estaba marcando el ritmo, había cogido las riendas de la situación que yo creía haber controlado perfectamente, y me estaba sacando de quicio cruelmente para llevarme a su terreno y poder jugar con toda la ventaja. “Laurita, date por follada”, me dije con una sonrisa.
Inevitablemente, o más bien deliberadamente, supongo, su pene erecto, encerrado en sus calzoncillos pero luchando denodadamente por salir de su encierro, se hundía entre mis nalgas cada vez que se estiraba sobre mí. Al principio lo hizo más pudorosamente, pero conforme iba pasando el tiempo y al comprobar que yo seguía sin oponer resistencia, ya no se cortaba y me lo fue clavando sin recato en mi culo. La sensación era mágica. Parecía que estábamos follando sin estarlo, pues sólo el capullo envuelto en la tela de sus bóxer me abría la raja como queriendo asomarse a mi ano, pero sin más. “Si hay tela no hay sexo” , ésa es una máxima que aprendí de Nurita hace tiempo, jiji.
Pero, por fin, estaba sintiendo ese proverbial cipote, esa verga con la que tanto había soñado, que había hecho que mi boca se deshiciese babeando al verle reventar su ropa interior más de una vez, que me moría por tocar cada vez que lo entreveía siquiera en sus fugaces desnudos ante mí... Sus movimientos pélvicos eran como los del amante en plena acción, sólo que más suaves. Y yo me dejaba, pasiva, sumisa, como si no reaccionara ante sus lascivos actos y simplemente le dejase hacer. Porque eso era lo que él quería, que yo me dejara follar. Para eso estábamos ahí. Los dos. Yo lo había desatado, pero él se había prestado desde el primer segundo… ¡qué coño! ¡No sólo yo estaba excitada!
La humedad exageradísima en sus deformados calzoncillos invitaba a imaginar, sin lugar a dudas, en una enorme y jugosa mancha que debía de ser ya de tamaño preocupante. En un momento dado, pensé que aquí se le plantearía el dilema definitivo entre atacar a muerte, ahora o nunca, o dejarlo estar, acabar con esta locura, porque estábamos cruzando una línea no ya peligrosa (ésa la habíamos sobrepasado hacía tiempo), sino definitiva.
Efectivamente, ya no tenía sentido decir que la situación se nos estaba escapando de las manos, aquello hacía mucho tiempo que ya no era en absoluto manejable por ninguno de los dos. En realidad, al menos un par de años. En el fondo yo siempre había tenido claro que era tan sólo cuestión de tiempo... Evalué como pude la situación, constatando que no tenía ya posibilidad alguna de decidir sobre mi futuro. Si Guille quería follarme en ese momento, yo no podría resistirme, aunque quisiera, tal y como estaba, tumbado sobre mí, yo completamente desnuda… desde luego que él no tendría que hacer un gran esfuerzo para forzarme, llegado el caso. Y, teniendo en cuenta el anormal nivel de lubricación de mi sexo en aquel momento, para él iban a ser todo facilidades.
Además, dudo mucho de que pudiera convencerme a mí misma de querer pararle... y eso que ya tampoco era solo hablar de unos besitos, de un lío sin mayor complicación: yo estaba desnuda integral, con él en calzoncillos tumbado sobre mi cuerpo, su falo duro entre mis nalgas abiertas, como abierta estaba yo para él, mi sexo completo, abierto y sediento de su carne. No, no dediqué en realidad tanto tiempo a pensar sobre todo esto. Llevaba años dándole vueltas, queriendo evitarlo, negar la realidad. Para llegar una y otra vez a la misma conclusión, no quería hacerlo bajo ningún concepto, pero sabía que era mi destino acabar así antes o después. Entonces, ya era cuanto antes mejor, ¿no?
Así que sí, aunque las ráfagas de dudas y miedos me atacaban una y otra vez, en realidad estaba casi exclusivamente sintiendo, disfrutando, extasiándome con cada mínimo roce de su cuerpo con mi piel desnuda. Le había abierto el sexo, y él no me estaba defraudando. Quería que me hiciese el amor. Sí. Y ya.
Mientras tanto, él ya había decidido su táctica. Aprovechando un cambio de postura rápido que hizo, se despojó de sus calzoncillos sin que yo lo notara al principio. Luego volvió a sentarse encima de mí, y comenzó nuevamente el mismo masaje de antes. La diferencia era que ahora estaba restregando su verga directamente sobre mi cuerpo. Para mí casi daba igual ya, de lo verraca que estaba (aunque, sin duda, si yo hubiera sabido entonces que él se sentaba sobre mí desnudo, seguramente hubiera empezado a orgasmar en ese mismo instante). Y es que, cuando se tumbaba sobre mí, era ya su polla sin paños interpuestos, la que se frotaba por fin contra mi culo y mi entrepierna. Lo cierto es que enseguida empecé a sentirla contra la piel de mis nalgas... Si él podía temer una reacción negativa por mi parte, naturalmente no se produjo.
Aparenté no inmutarme y le dejé seguir, como si simplemente me estuviese haciendo ese masaje de espalda que sus manos expertas seguían regalándome con exquisita sabiduría. Porque a ello seguía, pese a que ahora sentía claramente su polla sudada resbalando caliente en la raja de mi culo, deslizando lubricada por los flujos de ambos, y por nuestros sudores. Al principio dudé de si realmente estaba pasando aquello, estaba todo tan caliente ya, y yo tenía tanta ansia... quizás era imaginación mía tan solo, quizás él seguía mínimamente vestido con su ropa interior...
Pero sí, Guille se restregaba desnudo contra mi propio cuerpo desnudo. Por fin. ¡Por fin, joder! ¡Por fin! Y lo que sentía, estaba ya a años luz por delante de lo que siempre había imaginado que sería llegar a culminar con él. Y eso que ni habíamos empezado. Mi cuerpo respondía sutilmente a cada menor estímulo del suyo, multiplicando por cien, por mil, por millones cada roce, cada caricia, cada milímetro de contacto de nuestras pieles, cada olor, cada sensación. Notaba ahora no sólo ese largo miembro, enorme, grueso y duro, también sus huevos golpeando mi culo, hinchados, y muy peludos, los largos pelos acariciando mi piel hipersensible, mojándose en las humedades de mi raja, mezclándose con mi propio vello.... Podía reconocer cada milímitero de su cuerpo, de su sexo, con mi hipersensibilizado culo y mi hipersensibilizada vulva.
Seguimos así un buen rato, yo completamente impávida, intentando soportar los deseos de gritar, decidida a no mostrar que era consciente de lo que pasaba, incapaz de reconocer nuestra caída, queriendo evitar que la losa de la culpa nos aplastase, aunque ello me supusiera aferrarme con fuerza al colchón, morderme los labios hasta desollármelos para no gritar, para contener los alaridos de plecer que luchaban por salirse de mi boca a borbotones. Guille, mientras, jadeaba no muy fuerte, pero sí hondo y cada vez más ahogado.
Empezó a soltar líquido preseminal por encima de mí. No sólo noté aquella nueva sensación, otra temperatura, otra textura, abundante líquido, sino que pude percibir claramente como su penetrante olor inundaba mi habitación, confundiéndose con el mío. Aluciné: teníamos unos olores sorprendentemente parecidos. El empalagoso olor a sexo fresco lo inundó todo, y me sentí pringada de arriba a abajo. En parte, así estaba en realidad, untada de su presemen en mi raja y mis nalgas. A pesar de todo, me mantuve sin realizar el más mínimo movimiento, ningún gesto que él pudiese interpretar como incitación o rechazo. Todo seguía transcurriendo en completo silencio.
Llevábamos más de media hora así, completamente callados, lo que tenía un efecto aún mas erótico si cabe, por la sensación de estar haciendo algo prohibido y, a la vez, muy deseado, y sin haberlo acordado previamente. Sensación que, sin duda, ambos compartíamos. Me sentía completamente compenetrada con él en lo emocional, en lo mental. Pronto lo estaríamos también en lo físico. Era demasiado, para mí y seguro que más para Guille. No entiendo cómo consiguió resistir tanto, sin atacar de una vez hasta el fondo. Aunque le notaba deleitarse de tal manera con cada nuevo rincón de mi cuerpo que descubría, que sólo el tiempo que le suponía dedicarme nuevas atenciones a cada una de mis terminaciones nerviosas llenaba sobradamente los, en el fondo, pocos minutos que llevábamos instalados en la gloria. Ambos estábamos extasiados, felices, con el profundo goce de haber cumplido por fin uno de nuestros mayores sueños.
Ya era definitivo. Aunque no hubiera habido penetración aún, para mí ya estaba follando con él. O, más exactamente haciendo el amor. Porque amarme era lo que Guille estaba haciendo con cada poro de su piel, directamente pegado a cada poro de la mía.
Ya había caído. Así que, todo lo que me hiciera en adelante, en realidad ya no era más que llover sobre mojado.
Finalmente, dio un nuevo paso. Se centró entonces nuevamente en mi culo y en mis piernas, separándome ligeramente éstas. Me masajeó los gemelos y fue subiendo hasta dedicarle unos minutos a mis muslos. Así, con las piernas separadas, le notaba tan cerca de mi chochito, abierto, caliente y chorreante, le imaginaba arrodillado entre mis piernas, sobando mis muslos lubricados por la crema y el sudor, y los fluidos de su propio cuerpo. Me imaginé su mirada penetrante, ardiente, deseosa clavada en mi sexo deseoso, ardiente, abierto y deseando ser penetrado.
Con su pene enhiesto, palpitante, duro como una piedra (lo acababa de sentir taaan bien entre mi culo, y sí, era taaan duro, durísimo, y muy muy caliente, con esa enorme cabeza como siempre había soñado), me lo imaginaba y tenía que resistirme para no mover la cabeza, porque quería vérselo ya, cuanto antes, deseaba conocerlo a fondo, tocárselo,acariciarlo, olerlo, pasarlo por mi cara, mis labios, mi rostro, mis ojos, mi nariz, metérmelo en la boca y tragármelo hasta los huevos, comérselo hasta el final, sentir de inmediato cómo se corría en mi interior, cómo se sentían su polla y su semen dentro de mi boca, su semen rebosando y empapando mi cara, goteándome encima, manando desde la comisura de mis labios, fuertemente apretada en torno a su duro miembro agradecido...
Deseaba hacer que se corriese, y de repente quería llevarle yo también al orgasmo... joder, yo me había corrido, y él casi no me había tocado... no más que otras veces, desde luego... pero nuestra mutua desnudez lo cambiaba todo, eso estaba claro... No, no podía comerle la polla, no al menos tomando la inciativa, no podría resistir si me intentaba follar la boca, era evidente, pero tampoco tenía la energía suficiente para voltearme, tomar su sexo, mamarlo... no podía permitirme actuar así, no podía permitirme actuar, de ninguna manera... Bueno, él tenía su propio plan, afortunadamente.
De mis muslos pasó nuevamente a mi macizo culo. Primero por un lado, luego por el otro y finalmente masajeándolo con ambas manos a la vez en círculos. Glorioso. Me estaba tocando abiertamente el culo. Los dos desnudos. Celestial. Estaba arrodillado sobre mí y notaba su verga apuntando directamente a mi raja. Taaan cercaaaa. ¡¡¡Mmmmmmmh!!! Y siguió, y siguió, por esa zona tórrida que es el interior de los muslos, esa zona que ya alguna vez le había permitido alcanzar antes, aunque nunca tan explícita ni tan profundamente como ahora. Y fue masajeándome el interior de los muslos de arriba abajo. Poco a poco fue subiendo las manos hasta alcanzar el borde de mi sexo. ¡¡¡¡¡No podía ser verdaaaad!!!! Ya estaba aquí... ¡por fin!
En cada círculo que hacía, iba rozando mi cuerpo cada vez más cerca de mi vulva, muy ligeramente primero, para luego ir cada vez haciéndolo con más detenimiento y claridad. Acercámdose a mi coño con precisón. Con determinación. Implacable. Ésta era seguramente mi última oportunidad de pararle los pies, o de alentarle, o de participar activamente en aquello. O quizás ya no. Desde luego, si no lo hacía era que daba mi consentimiento tácito y él, por lógica pura, seguiría adelante pero, de alguna manera, mi actitud podría abortar cualquier posible continuación posterior de todo esto. Auqnue casi mejor. Confiaba en que no pretendiese ni tan siquiera hablar de ello. No me veía capaz. Mejor no pensar en el luego, en el después. Sólo debía existir el ahora. Y, por ahora, sólo pensaba en que continuase adelante, y lo más rápido posible.
En realidad su deleitoso detenimiento ya comenzaba a exasperarme, a ponerme a mil, era incapaz de soportar taaanta excitación y taaanta ansiedad junta. No pude evitar realizar un ligero movimiento para abrir un poco más las piernas, intentando provocarle, casi inconscientemente, para que acelerase el final. Temía no poder aguantarme mucho más tiempo. Fue entonces cuando ya pasó su dulce mano directamente por mi raja, muy suavemente. Yo, claro, estaba completamente mojada, y él se llevó todo aquello en sus dedos. Bien, Guille, pues ahora ya sabes sin ninguna duda (por si te quedaba alguna) lo mojada que estoy y lo caliente que me pones... ¿A qué coño esperaba? No sería al mío, desde luego.
Las siguientes pasadas las hizo con el dedo corazón ligeramente hacia dentro, consiguiendo que se me metiera un poco. Dios mío, qué flujos más salvajes estaban saliendo de mi cueva... ¡Guille me estaba penetrando! Aunque sólo fuese con su dedo, le había abierto mi entrada más sagrada, dándole todos los permisos para profanármela por completo. Y los estaba usando, profanándome como nadie. Se estaba dando un festín, degustándome con deleite. Y aquella extrema atención sobre mi cuerpo era lo que más me ponía, lo que siempre me ha puesto de él. Nadie se ha excitado, nadie se excita tanto conmigo, con mi cuerpo. Me hace sentir como una diosa...
Fue delicadamente elevando la cadencia de su masaje, y no sólo me pasaba los dedos por los labios, sino que también se estaba concentrando en buscarme el clítoris. Ese día prácticamente descubrí de nuevo aquel prodigioso apéndice de mi anatomía. Ahora no concibo el sexo sin mi clítoris, pero terminó por parecerme que hasta aquel día yo y mis amigas sólo habíamos sido capaces aún de jugar torpemente con ellos... ni siquiera con el mío, que aún entonces era casi normal, pero aún así ya muy grande, gordo y con claros signos de convertirse en prodigioso... y fue relamente Guille quien me lo descubrió de aquella nueva manera, y poco a poco lo iríamos descubriendo los dos juntos con el tiempo. También luego, claro, la Sandra y sus conocimientos anatómicos supusieron un avance definitivo, jiji, pero Guille fue el primero...
Cuando lo palpó me llamó poderosamente la atención lo prominente y abultado que lo tenía. Nunca antes lo había sentido así. Es que nunca me había parado a pensar en eso... y mira que soy de esas mujeres que realmente tienen un sexo grande, un verdadero monte y un clítoris muy marcado. De esas que en bikini y tumbadas boca arriba parece que marcan paquete.
En fin, que empezó a hacer círculos por mi clítoris. No entiendo por qué nunca nadie antes... ohhhhhahhhhhhh. Increíble. Yo ya no podía seguir disimulando. Empecé ya a jadear abiertamente, sin poder evitarlo, pero ahogaba mis emociones con lo que, a pesar de estar demostrando lo mucho que disfrutaba, lo mucho que me gustaban sus caricias, el silencio no se rompía, y con ello la magia del momento permanecía intacta, invitándole a seguir adelante. Las piernas las tenía ya muy separadas y el culo ligeramente en pompa, flexionando suavemente las rodillas. Por mucho que quisiera permanecer impasible, mi cuerpo reaccionaba casi por sí solo, y no podía evitar esos mínimos gestos de aliento.
Le estaba ofreciendo mi sexo sin ambages, y él pasó ya a masturbarme sin parar y con un ritmo in crescendo. Yo no quería dejar de sentirle jamás... Con un dedo seguía jugando con mi clítoris, mientras que otros dos de la misma mano iban entrando y saliendo de mi coño húmedo sin parar. Yo estaba a mil, pero no rompí en ningún momento el silencio. Sólo por el errático jadeo y por los espasmos de mi sexo se podía adivinar que me estaba corriendo. Siempre lo había estado, en realidad, pero el orgasmo se estaba rompiendo ya, alcanzando la cresta de la ola.
No sé cómo él podía aguantar dándome tanto placer sin lanzarse sobre mí, cómo podía ofrecer tanto, recrearse tanto en mi cuerpo. Yo ya no podía más, me vine escandalosamente, esparciendo de manera copiosa mis jugos femeninos por su mano, que yo atenazaba en mi interior apretando mis muslos. Fue el segundo movimiento que hice esa noche, también involuntario. No podía dejarle escapar... Así me pasé unos 30 segundo mágicos, aprisionando su mano entre mis muslos apretados al tiempo de dejaba escapar sobre ella uno, dos, tres, cuatro chorros de espeso y abundante flujo a presión, avergonzada de aquella corrida tan escandalosa, de estar empapando a mi cuñado con mi meada de puro placer… que él me había provocado tan hábilmente.
Los estertores del orgasmo fueron brutales, no pude evitar contraerme, dejarle escapar y, a pesar de mantener la misma postura, había flexionado un poco más las piernas, con lo que estaba casi a cuatro patas con mi coñito brillante y bien abierto. Estaba todo empapado, parecía que me acabara de mear. Suponía que mientras, Guille debía estar muuuy excitado, con la polla completamente trempada, una caliente verga rezumando semen por todos lados, pero sin acabar de correrse. Y mi coño allí, abierto ante él, sedientos ambos, mi coño y Guille. Se tenía que ver tan rico y delicioso, que no se lo pensó dos veces.
Estábamos follando, todas las barreras habían caído. Luego ya veríamos lo que hacíamos. Sólo faltaba el último empujón. El empujón definitivo. Ese momento fue insuperable. Acercó la cara, separó con las manos mi culo, abriéndomelo bien, las dos nalgas separadas, la raja totalmente abierta, mi ano tirante, noté cómo pasaba lentamente la nariz por toda mi vertical, el aire cálido de su respiración en mi ojete, la punta de su lengua juguetonamente reconociendo toda mi hendidura, recogiendo mi sudor allí acumulado, penetrando incluso intrépidamente mi ano. Él no se lo había pensado dos veces... No era algo a lo que estuviese acostumbrada pero... me había encantado... me pregunté hasta dónde podría llegar con él, quería decir... ¿probar cosas nuevas? ¿sería él, acaso, con quien podría disfrutar finalmente el sexo anal en toda su magnitud, extensión y profundidad?
Y no sólo era eso, lo teníamos todo por hacer aún, bueno, y sí, allí estaba ya, su lengua se retiró para dejar paso a sus labios que tiernamente me besaban, ano y culo, la raja bajando poco a poco, sin importar sudor o pelos, al contrario, deleitándose con ello, con lo que fuese mientras fuese mío, y bajó, bajó hasta el centro mismo de la humedad, empapada, y empezó a besarle con ansia a mi conchita. Sin reparos. Y la tenía muy excitada, el clítoris descomunalmente erecto, los labios menores súper salidos, rebosando mis hinchados labios mayores, aleteando, arrugados, sudorosos de flujos, retorciéndose con cada caricia, intentando succionar, atraer hacia el interior de mi ávida vagina cualquier cosa susceptible de penetrarme en condiciones.
Primero fueron besos suaves por todo mi coñito, luego sacó la lengua a pasear y empezó a juguetear con mi clítoris haciendo círculos y chupando de arriba abajo y de un lado al otro. De siempre me ha gustado mucho el cunnilingus y creo que mi cuñado ha llegado a dominar la técnica con la lengua. Pocas veces había sentido algo parecido, y tan solo estaba empezando. Pronto aprendería que donde Guille puede llevarte con su boca, nadie más es capaz de llegar. Por lo menos a mí... empezaba a temer que realmente mi cuerpo estaba hecho para su ardiente pasión. Me encontraba totalmente desbocada. Me movía como si estuviera cabalgando un caballo en plena carrera. Mis jugos empezaron a aflorar de nuevo en cantidad, y caían a borbotones sobre él, untando y empapando toda su cara.
Algunos dirían que me entregué como una puta, que cedí muy rápido, que no opuse resistencia antes de abrirme de piernas. Ciertamente, pensándolo luego en frío, nada más empezar con su masaje yo ya le estaba enseñando el coño, libre de bragas y otros obstáculos. Vale. Pero tampoco es justo decir que no opuse resistencia. Los dos lo hicimos, resistencia de años, antes de llegar aquí, pero nada se puede hacer ante una fuerza de magnitud semejante...
Yo ya no podía más. Era horrible, aquella mamada, me iba a ir otra vez, tan rápido, en su boca, pero era incapaz de aguantar más. Era insoportable la tediosa parsimonia con la que recorría cada mínimo pliegue de mi piel, cada rincón de mi cuerpo, el detenimiento, el cuidado, la atención que ponía para sacar hasta la última gota de placer de cualquier lugar, así era capaz, claro, de encontrar desconocidos lugares que ocultaban profundos placeres, absolutamente desconocidos, de manera que yo estaba emborrachada ante tan brutales arrebatos de goce y placer.
Podemos decir que, naturalmente, tampoco ya estaba tan en silencio como antes, que a ver quién es la guapa que aguanta sin un solo gemidito con una comida de chocho como aquélla... Así y todo, él fue capaz de saber cuándo estaba ya realmente cerca de correrme. Paró entonces un momento, se giró, se metió con las piernas por delante y boca arriba entre mis piernas, hasta que su boca quedó debajo de mi chochito y su polla empalmada a la altura de mi boca. Era todavía más deseable que cuanto podía haber esperado.
Naturalmente, no fui capaz de entretenerme contemplándola, aunque ganas tenía de hecerlo. Pero había algo aún más urgente, para él y para mí, así que me la metí de un trago hasta la garganta. Nunca había hecho hasta entonces algo parecido (con tantas cosas fue Guille el primero...) Mi ansiedad, mi avidez, quizás también la ayuda de una posición favorable, permitieron la hazaña. Noté sus bolas hincharse en mis narices, sobre mis labios. Agarrando mi culo con las dos manos, Guille se metió mi desaforada almeja empapada nuevamente en la boca. Entera, empezó a succionar, penetrando al tiempo como si fuese un cipote, repasando su lengua dentro y fuera de mi vulva, empezando a penetrar de nuevo mi vagina.
Mientras yo seguía ensartándome en su falo, engullendo su polla completa una y otra vez de una sola tacada, en bruscos movimientos hasta sus peludos testículos. Empecé a juguetear con mi lengua en su enorme y ardiente glande de una forma como no había hecho nunca hasta ahora. La enorme excitación era como una brutal borrachera, haciendo todas las locuras que nunca me atrevía a hacer, absolutamente deshinibida, como si estuviese empapada en alcohol.
Guille bajó las manos de mi culo y me agarró mis dos desenfrenadas tetas desde abajo. Mis dos hermosuras estaban colgando encima de su estómago, frotándose contra su cuerpo de una forma irresistible. Pocos secretos me quedaban ya para él, le había entregado definitivamente mis tetas, esas que tanto tiempo llevaba codiciando, babeando cada vez que me veía en bikini o ropa interior, o conseguía adivinarme sin sujetador bajo la ropa, e incluso lograba arrancar furtivas ojeadas a mis pezones, erectos siempre por la excitación que me suponía saber que me los estaba viendo él... o las pocas veces que me las vió, cuando se me desabrochó el bikini, calculadamente flojo, saltando a la piscina, o cuando me pilló arreglandome en el baño, con la puerta intencionadamente abierta, o cuando me duchaba en casa de mis padres, bien pegada al cristal traslúcido de la pequeña ventana de la bañera, sabiendo que estaba al otro lado, y yo me frotaba las tetas más de lo necesario al enjabonarme, además de algunas fotos íntimas mías, que sin pudor iba dejando, "descuidadamente" en su camino.
Las joyas de la corona, y se las acababa de entregar mientras tenía su sexo en mi boca y él tenía mi sexo en la suya. Sólo me faltaba mostrárselas sin pudor, en un desnudo frontal, abierto, con mi sexo y mis pechos al descubierto. Y la penetración, el coito puro y duro. Quizás sea una tontería, además de estar comiéndome el chocho y magreándome las tetas a pleno gusto (para ambos, todo sea dicho), pero para mí un desnudo completo, el estar desnuda frente a otra persona desnuda, desando tocarse, darse placer, disfrutarse mutuamente, visual y físicamente… es algo que pienso desde mi primera vez, mi estreno, fue emocionante, pero recuerdo siempre que me impactó especialmente mi primera vez, ese momento que estuvimos los dos desnudos, entonces sentí algo tan impresionante, algo tan bonito... Por eso para mí ese contacto tan especial es tan importante, totalmente determinante. Aunque no podía negar que con lo que estábamos haciendo estaba claro que mi destino ya era entregarme hasta el final, antes o después. Aún así, a ratos pensaba que aquélla sería no sólo la primera, sino la última vez... ¡Ay, qué equivocada estaba! (afortunadamente).
El ritmo fue en aumento. Yo ya no estaba meramente pasiva, claro. Tenía algo en mi boca que llevaba mucho tiempo deseando, así que no me anduve con tonterías. Puedo decir sin temor a equivocarme, ni de lejos, que se la mamé como nunca se la había mamado a un tío. Esa forma de comer pollas, es que ni se me pasaba por la cabeza ser capaz, ni siquiera había llegado a ver algo tan... parecido quizás, pero nunca tanto. Y no sólo eso. Él me estaba haciendo un trabajo estupendo. En ese momento creía que era por mi propia excitación, pero con el tiempo me iría dando cuenta de que realmente sabía comerle el sexo a una chica, y es que se aplicaba como nadie, y consiguía encontrar en mí los rincones que nadie más buscaba, como si me conociera a la perfección, pudiendo así dominar mi cuerpo mejor incluso que yo misma.
Vamos, que estaba al borde de una corrida de campeonato, como pocas en mi no escasa experiencia. Y yo ya no podía estar quieta. Sería una subnormalidad pensar que podía seguir fingiendo que sólo estaba recibiendo un masaje, Guille se estaba aprovechando de mí, pero porque yo le había dejado al principio, animándole incluso, le había incitado luego y provocado lascivamente casi en todo momento. Así que mi cuerpo respondía feliz a sus embestidas, me retorcía, buscaba más sexo, más de él en mi coño, en mi cuerpo, más y más. Me estaba frotando todo el coñito chorreante contra su cara, mientras seguía haciéndole una mamada impresionante, al menos a mí me lo parecía.
Pues eso, que yo ya no sólo me dejaba chupar y besar, sino que me estaba frotando activamente contra su cara, además de haber pasado yo tambien a darle placer a él practicándole el sexo oral. Había veces que me faltaba la respiración, pero yo chupaba, besaba, mordía suavemente y sobre todo tragaba y tragaba aquel enorme cipote, mientras Pablo hacía lo mismo conmigo, bebiendo sin freno, sin pudor, todo tipo de flujos que manaban de mi interior. No tardé mucho en notar que me corría. Creo que él lo notó enseguida también, porque empecé a culear en su cara aún más violentamente, y diría que la cantidad de líquidos que salían por mi almeja aumentó súbitamente, provocando ya una auténtica catarata. En ese momento, él apretó su polla contra mi boca todo lo que pudo.
Nos corrimos a la vez. Fue un orgasmo bestial. Yo tuve una de esas corridas mías que me dan cuando me excitan muchísimo, en plan tocándome el punto G y volviéndome loca con estímulos múltiples (cosa que sólo un par de personas habían conseguido hasta entonces, y ninguna de ellas era un chico...) Guille debió flipar; como me dijo una vez Nurita después de hacerme algo parecido (no, no llegó a tanto, es que lo de Guille fue... mmmmh): "¡me he quedado como si me hubiera comido de una sentada una docena de ostras sorbiendo todo su jugo!" Por mi parte, yo me tragué hasta la última gota de su corrida, que tampoco fue pequeña, quedándome plenamente satisfecha. ¡Rico!
Al poco, él salió de entre mis piernas, y todo se detuvo por un instante. Yo estaba muerta, pero quería más ¿se rajaría él después de la corrida? ¿Sería capaz su cuerpo de darme algo parecido otra vez? Era increíble, siempre hubiese pensado que, inmediatamente después de nuestra primera vez, yo tendría tal sentimiento de culpa que me negaría a hacer absolutamente nada más, negando incluso que lo que hubiese pasado hubiese pasado realmente. En realidad, no era la culpa lo que podía haberme parado en aquel momento, más bien el sentimiento de inutilidad de todo, aunque acababa de conocer tales cimas sexuales que empezaba a darme cuenta que unos líos ocasionales no podían hacer daño a nadie, y sí mucho bien a nosotros, a nuestros cuerpos, a nuestra sexualidad.
De esta manera, después de dos corridas consecutivas, yo seguía a cuatro patas, delante de él, en una postura desafiante. El culo en pompa, la boca rezumando su lefa, que me afanaba por tragar, aunque no pudiera con toda, y mucha salía de hecho manchando mis labios, mi cara, mis sábanas. Notaba mi sexo limpio y brillante después de su trabajito. Creo que se lo estaba dejando bastante claro, todavía quería más guerra. No sabía en qué plan estaba él.
Estiré un brazo, tanteando la mesilla junto a mi cama, allí donde guardaba las cosas más secretas... abrí, busqué, sí, aquí, esta cajita de cartón, la dejé caer. Noté que se había abierto. Esperaba que se hubiesen salido el puñado de preservativos que guardaba allí, que hubiesen quedado correctamente esparcidos, a su vista. Yo no iba a ponerme a hablar a estas alturas, no iba a decir esta boca es mía, si habíamos llegado hasta allí sin hablar, podíamos seguir así por siempre jamás. La postura y los condones debían de ser suficientemente expresivos de lo que le estaba pidiendo. Aunque hiciera la pantomima de no hablar, le estaba pidiendo a mi cuñado que me hiciera el amor. Aunque mantenerme en esta postura me evitaría también la tentación de besarle... ¿Habría visto los condones? Había varios XXL, desde luego que a él le iban a hacer falta...
Y no se lo pensó. Sentí que se inclinaba a mi derecha, recogía un paquetito del suelo. Oí cómo rasgaba el envoltorio, notando también los movimientos y leves sonidos que hizo mientras se lo colocaba. Me hubiese gustado hacérselo yo... con la boca, desde que aprendí a hacerlo me parecía tan excitante, jiji. ¡Qué bárbaro! No había tardado nada en ponérselo, debía estar como una moto, a pesar de que acaba de correrse, y de qué manera. Sí, pronto supe con certeza que su polla estaba hinchada, lista para el ataque final. Hasta el fondo.
Se acercó por detrás, apoyó en mi raja su glande grande, que yo imaginaba hinchadísmo, caliente, tenso y rojo, casi morado de la presión de su sangre, lo repasó arriba y abajo, jugando con mi ano (no me esperaba eso, no, no, que no lo intentase por ahí, me moría de gustoooo...), me lo colocó finalmente en la vulva y lo introdujo hasta el fondo de mi coño de una embestida. Así de fácil.
Después de tanta historia, Guille me la había clavado finalmente de un solo golpe. Sin mayor problema, sin oposición, mi cuerpo estaba totalmente abierto y entregado a su miembro viril. Nuestros cuerpos encajaban, se acoplaron alucinantemente bien el uno al otro, tenía ese enorme rabo alojado en mi interior, colmándomelo hasta el último rinconcito. ¡Era muuy grueeeeso! Y duro, muy duro. Durísiiimo. Me estremecí sin soltar un gemido, pero arqueando el cuerpo hacia delante y respirando profundamente. Era incapaz de pensar siquiera en disimular mis sentimientos. Aquella polla en mi coño me volvía salvajemente loca.
Guille me agarró por ambos lados del culo y empezó a follarme sin parar y cada vez más rápido. Brutal. ¿Por qué nadie me había hecho algo así hasta aquel día? ¿Era casualidad que tuviera que ser precisamente él? Imaginar su polla entrando y saliendo desenfrenadamente de mi almejita prieta, me produjo una excitación enorme. También él estaba muy caliente. Esta vez tardó solamente un par de minutos en correrse dentro de mí. Su esperma salía del saturado condón, chorreando por mi vulva y mis ingles. Y mientras, Guille seguía embistiendo sin parar, sin descansar ni un segundo después del orgasmo ¿Era aquello posible? ¿Acaso estaba él tan desenfrenado como yo? Me dio pánico tal unanimidad de sentimientos.
Siguió follándome y follándome hasta que tuvo al poco su tercer orgasmo. Ya no podía contenerme los jadeos y los gemidos, pero continuábamos sin cruzar palabra. Afortunadamente, Guille había entrado en mi juego, o estaba simplemente a lo suyo. Pero creo que me conocía demasiado bien, tenía que saber las extrañas deducciones que estaban guiando, o tal vez sólo justificando mis actos. Siguió follándome entonces, recostado sobre mi espalda y agarrando mis majestuosas tetas que se movían frenéticamente al mismo ritmo que sus embestidas. Nos fueron viniendo alternativamente orgasmos hasta cuatro o cinco cada uno. Yo ya estaba rendida a él. Le iba a dejar hacer hasta que quisiese o aguantase.
Por mi parte, esperaba aguantar cuanto se me viniese, y a disfrutarlo... desde que Valentine me hizo descubrir que soy multiorgásmica, y yo solita descubrí que soy adicta al sexo, nunca nadie ha podido conmigo, al menos ninguna persona sola ha sido capaz de agotarme antes de rendirse. Confiaba en que tampoco sería aquel día la primera vez, por mucho que fuese Guille, o ya no sabría cómo actuar. Porque estaba siendo follada salvajemente, un orgasmo detrás del otro, disfrutando como una loca; sin decir una palabra, eso sí.
Después de mi quinto o sexto orgasmo, salió de mi interior. Se tumbó boca arriba a un lado de la cama. Yo seguía tumbada boca abajo, ya completamente derrumbada. Nada más caer sobre la cama se removió; adiviné que se estaba sacando el preservativo, que dejó caer en el suelo, junto al resto que seguían esparcidos desde que tiré la cajita donde los escondo.
Al girarse para tumbarse, Guille me tocó con su pene. Tenía la polla todavía dura, pringosa, tensa y caliente, enhiesta todavía como un palo. Podía haber seguido utilizándola, pero le sentía casi sin respiración y sudando a mares. Había hecho ya un esfuerzo sobrehumano, y yo estaba colmada para varios meses. Ciertamente, hacía un calor horrible en la habitación, sentía el ambiente cargadísimo, me notaba empapada, cubierta de sudor mío y suyo que se iba enranciando, luchando cada vez más ese espeso olor con el acre recuerdo del de nuestros sexos que ya empezaba a remitir, aunque toda la habitación estaba impregnada de él. Así permanecimos sin hablar hasta que el cansancio y el sopor me hicieron caer en un dulce sueño.
Desperté unas horas mas tarde en la misma posición. Guille no estaba. Seguía empapada en sudor, me di la vuelta intentando conciliar el sueño de nuevo, pero me comía la curiosidad saber si él seguía en casa o había escapado en cuanto me quedé dormida. Cuando rumiaba la tentadora idea de levantarme a mirar, convencida de que se habría marchado (pensaba que lo deseaba, aunque no se sí en el fondo era lo que verdaderamente estaba deseando en realidad...), oí pisadas acercándose por el pasillo. Abrí los ojos levemente. Tenía una postura un tanto extraña, con mi brazo derecho retorcido sobre mi cara, de manera que ocultaba mi mirada, pero lo bueno era que eso me permitía observar discretamente. Guille acababa de entrar en la habitación, y me contemplaba. Él seguía desnudo completamente, con la polla y dos enormes testículos colgando. La polla, ahora en reposo, no era tan grande como podía imaginar por su tamaño en erección, y por el paquete que le había visto muchas veces que pude pillarle en calzoncillos. No es que tuviese un cuerpazo, pero estaba bastante bueno y, después de comprobar lo que podía hacer con su cuerpo... Deseé abrirme de piernas para que me follase otra vez. Pero no era capaz ser tan explícita.
Todavía no... al menos.
¿Por qué no hacerlo? Reconocer mi oculta mirada espiándole, entregarle mi desnudo conscientemente, suplicarle así más sexo... Bueno, al menos sí sentí la insoportable emoción de estar completamente desnuda delante de su cuerpo desnudo, los dos mirándonos, aunque él no fuera consciente. Tenía bajo su atenta mirada mis tetas levantándose libres sobre mi pecho, relajado, agradecido, y mi coño todavía palpitante, semiabierto, asomando entre mis muslos separados para él, mi pubis cubierto de una generosa mata de pelo oscuro, apenas levemente rizado, contrastando con la piel blanquísima de mi sexo... Fue un rato larguísimo el que pasamos mirándonos, no fue una apreciación mía, pudimos estar así más de veinte minutos, y no me sobró ni uno.
Entonces, Guille salió y se metió en el baño. Yo aproveché para recolocar la cama y cubrirme con las sábanas las piernas y el sexo, dejando sólo al aire mis tetas, que cubrí disimuladamente con mi brazo. Cuando terminó, Guille volvió a asomarse a mi habitación. Quizás estaba pensando que debía animarse a meterse en mi cama, era ahora o nunca. Mi repentino cambio de postura, a peor para él, debió convencerle de lo inoportuno de su idea. Volvió hacia el salón, le oí dejarse caer sobre el sofá. ¿Por qué coño había sido tan tonta de hacer eso, si me estaba muriendo de ganas de que me follase nuevamente? Me daba cuenta de que lo tenía clarísimo. ¿Y qué hacer? ¿Levantarme? ¿Ir al salón a buscarle? Joder... Me estiré hacia el suelo. Cogí el condón usado, y lamí los restos de semen licuado, en parte ya reseco. Mierda, demasiado tiempo, sabía más a látex que a su deliciosa lefa... Guardé los preservativos en la caja, y metí dentro la goma usada de Guille. Me resistía a perder ese recuerdo...
Cogí entonces su calzoncillo, un boxer ajustado, negro, de esos que le hacen un paquetón de impresión y que me han hecho salivar como una muerta de hambre cada vez que se lo he visto, incapaz de disimular mi sorpresa y excitación. Olía totalmente a él. Me comí los restos que encontré pegados, volviendo a sentir su aroma, mientras me pajeaba con furia un par de veces. Una detrás de otra. Me hacía falta. Me puse después sus calzoncillos. Aquello me excitó al límite, y sobándome sobre la tela de su ropa interior, me masturbé de nuevo, encadenando un par o tres orgasmos más. Me cubrí a penas con la sábana las ingles, tratando de ocultar que vestía sus calzoncillos, por si volvía a asomarse, mientras caía en un sopor irresistible. Había conseguido hacer pasar la tentación de largo.
Cuando me desperté por completo, era todavía de día, debía estar atardeciendo. Me levanté y me asomé al salón. Guille seguía allí, profundamente dormido, todavía desnudo por completo. Yo volví a mi habitación, me quité sus calzoncillos, pringosísimos de mí misma a esas alturas, y los tiré al suelo sin preocuparme de disimular mi rastro... Me metí en el baño sin cerrar la puerta ni casi la cortina, y me di una buena ducha, aunque corta. No escuché moverse a Guille.
Salí, me peiné, terminé de arreglarme, y me vestí, con pantalón corto, camiseta holgada, pero con ropa interior esta vez, sujetador y braguitas. Acababa de decidir que la locura que acabábamos de hacer debíamos guardarla en nuestro recuerdo como una de las más bellas locuras que se hayan hecho nunca, pero sin afectar en absoluto a nuestras vidas. No sé por qué llegué a esa estúpida conclusión. Cuando le vi de nuevo, desnudo, dudé. Claro. Pero ya me había decidido. Digo yo que sería eso. O que quería a seguir jugando. Menudo absurdo. Sería un poco raro cuando se despertase, pero me dije que bastaba con ignorar ese hecho. En todo caso, me di un buen atracón visual de su cuerpo, quizás explicándome que así me resultaría más fácil obviarlo luego.
Cuando él se despertó, le saludé desde la cocina preguntándole si quería comer. Se incorporó de un respingo y toda la escena debió de venirle a la cabeza de golpe. Le notaba totalmente avergonzado y a duras penas se levantó con la cabeza gacha.
Sin duda, su peor sorpresa fue encontrarme hablando como si tal cosa, como si no hubiera pasado nada. Yo hablaba sin parar y le explicaba que había decidido ir esa noche a casa de mis padres, aunque estaban fuera y no volvían hasta el día siguiente, porque tenía cosas que hacer allí y prefería empezar pronto a la mañana siguiente, mientras le decía que podía quedarse a dormir en mi casa, si no prefería volver ya a la suya, pero que imaginaba que estaría deseando ir allí.
Él permaneció callado, seguramente asumiendo que yo daba el capítulo de ese día no por no sucedido -su desnudo impedía pensar eso- sino, simplemente, por inexistente. Lo que debía de corresponderse en realidad, ni más ni menos, que con el peor de sus temores después de mi actitud de aquella noche. Debió sentirse entonces muerto de la vergüenza por su desnudez, ya que me dijo que quería darse una ducha rápida antes de comer, cenar, o lo que coño fuésemos a hacer a esas horas indeterminadas de la tarde. El no haber hablado durante toda la noche anterior, hacía que todo tuviera un halo de irreal, como si lo hubiéramos soñado, como si de repente nos hubiéramos echado una siesta y hubiéramos despertado así, él desnudo y yo como si nada... Un sueño. Un bello sueño.
Nos dejamos llevar, pero al estar yo en todo momento tumbada boca abajo durante la tarde-noche, hasta con mis ojos cerrados, permitió que, mientras cumplíamos nuestra fantasía más loca, consiguiésemos al mismo tiempo neutralizar nuestro sentimiento de culpabilidad, al menos el mío, por la falta de contacto visual ni oral. Ni nos miramos, ni hablamos en ningún momento. Así que sí, quedó como si hubiera sido un sueño. Así no hubo lugar a comentarios ni nada. Y si no lo hablábamos en ese momento, menos lo tendríamos que hablar después… tal era mi razonamiento. Fin de la historia, así quedó la cosa.
Guille salió por fin del salón, y ya no volví a verle desnudo. Debió encontrar sus calzoncillos sucios, dándose perfecta cuenta de lo que yo había hecho. Pero ningún sentido tenía venir a reprochármelo. Hizo, por otra parte, lo mismo que yo. Buscó en mi baño, dentro del cubo de la ropa sucia, las braguitas que yo había llevado antes de quitármelas para él. Por descontado, sabía cuáles eran, me las había visto mil veces esa mañana, bien lo sabía yo. Las había mojado tanto, que todavía a estas horas debían estar húmedas. ¿Qué cómo supe todo eso? Es fácil, le oí masturbarse y correrse un par de veces... perfectamente, además: ¡desde la misma cocina! Por lo que se ve, había decidido no cortarse tampoco.
Cuando, mucho después de comer -una comida agradable, con una conversación ligera y animada, y los dos de un humor espléndido, la verdad... es lo que tiene el buen sexo, jijiji- pasé un momento por el baño, pude ver mis bragas: retorcidas en medio del suelo y empapadas de su semen. Tampoco me sorprendió. Igual que yo, sin palabras ni decir nada directamente, Guille había querido dejar también su mensaje, su recado. Lo de hoy había sucedido, quisiera yo reconocerlo o no. Me eché a temblar de manera incontenible, sabiendo que no sería capaz de apartar de mi cabeza lo ocurrido. Recogí y olí mis bragas, bebiendo su fruto una última vez. Cuando volviese de casa de mis padres, aquello estaría seco, y no era cuestión de desperdiciarlo así. ¿Por qué me negaba aquello? ¿Por qué me lo negaba?
Me desnudé por completo y salí del baño, saltando directa a mi habitación. No lo bastante rápido, ni lo bastante afortunada: me di cuenta de reojo que él estaba justo en la parte del salón que daba al pasillo de mi habitación, así que pudo verme en pelotas una vez más. De hecho, nada más verme así se levantó y salió disparado hacia mi puerta. Venía buscando más, obvio. Y lo normal, seguramente, habría sido que se lo diera. Pero, a pesar de todo, no era mi idea. No. Todavía mi forma de pensar era rara, complicada. Todavía no me había liberado por completo en aquél tiempo. Todavía tenía mucho que aprender.
Cuando alcanzó la puerta abierta y miró dentro, ya me vio cubierta de un vestido negro, ligero, escotado y muy corto. La decepción se pintó en su cara, pero es que es justo lo que quería hacer. Ponerme ese vestido... y nada más. Él no se dio cuenta en ese instante, claro, pero no llevaba nada más debajo, ni siquiera ropa interior. Me había dicho a mí misma que no querer hablar del tema no debía implicar ser una desagradecida tampoco... y que aunque no me fuera dejar follar otra vez, al menos bien podía dejarle ver a él un poco más... sobre todo si yo me había dado un atracón con su polla al aire toda la mañana... ¡hasta le había hecho fotos! jijiji. Para aquella época ya había empezado mí costumbre de hacer fotos de mis amantes, de mí misma desnuda, fotos de sexo, de mí teniendo sexo... Naturalmente, no iba a desaprovechar la oportunidad de tener una buena colección de Guille, dado que había decidido que no iba a seguir con él... ¿no?
Me agaché sin parar de hablarle, explicándole que me había cambiado para irno,s ya mientras cogía mis sandalias y me las ponía... moviéndome con habilidad para que él pudiera verme las tetas colgando, saliendo fuera de mi escote sin el menor problema. Las vio. Claro que sí. Me sonrió cuando lo hizo. Pero yo salí sin más de la habitación, tomé mi bolso y delante de él me fui hacia la puerta de entrada... subiéndome la mini faldita del vestido mientras andaba, como si me la estuviera recolocando, y dejando mi culo desnudo al aire por unos segundos... por si quería más datos. No pretendía nada. Nada más que eso, me refiero: enseñarme. Aunque por un momento temí que, con razón, él tomara esas señales como algo más y me...
Me apresuré a abrir la puerta de la calle y a decirle que viniera, que nos íbamos. Al fin y al cabo se estaba haciendo de noche. Fin de la histora, me dije. Hasta en esas condiciones él tendría que entenderlo. Seguramente, habíamos follado y nos habíamos corrido ya tanto, que su deseo debía estar por lo menos algo más bajo del 100%, como era mi caso (uffff... debía de andar por el 90% en realidad, jijiji). Seguramente de otra manera me hubiese violado allí mismo, y yo no podría haberme negado... Pero no, salimos y bajamos, bastante civilizados. Y, pese a todo, cuando ya bastante tarde montábamos en mi coche rumbo a su casa, antes de salir yo hacia la periferia a casa de mis padres, no volvimos a hablar del tema ni a tener la más mínima salida del guión más estrictamente convencional. Creía que había sido todo suficientemente fuerte.
Evidentemente, no fue así.
Al despedirnos, explotó todo. Él no había dejado de mirarme todo el camino. Mis piernas, mis tetas. Pendiente de cualquier movimiento de mi faldita, de mi escote, que pudieran dejar a la vista un poco más de carne de lo conveniente. O un mucho. Y pasaba continuamente, pero yo no hacía nada por impedirlo. No hacía ya nada por disimular. Daba igual. De hecho quería que pasara, quería que me mirara. Lo necesitaba. Estaba cachonda. Tampoco había pensado hacer nada, en realidad. Calentarle, regalarle eso al menos. Pero iba callada, pensando en lo mío. En nosotros, en lo que habíamos hecho… en lo que me había hecho disfrutar… Uffff…
En masturbarme, en llegar a casa de mis padres y masturbarme. Lo necesitaba de veras. Así que nada más. Aparqué en su calle, aunque separada de su portal, aprovechando que milagrosamente había un sitio. Las farolas estaban ya encendidas, y mi hermana hacía un rato que había regresado a su casa de su corto viaje (le había enviado un mensaje a Guille poco antes de que saliéramos, aunque él sin más le había dicho que estaba conmigo, que había vuelto a mi casa para ayudarme con el trabajo… nuestra excusa perfecta de siempre). Por qué aparqué, tampoco lo tengo claro, cuando lo normal hubiera sido parar delante del portal, dejarle y seguir. Creo que ver un sitio libre en su calle me hizo decidirme, ya que no era nada habitual. Puede que, durante un momento, hubiese pensado en quedarme a dormir allí con ellos. No sé. Lo cierto es que se produjo un silencio espeso, aunque tampoco particularmente incómodo. “Laura, mejor que sigas tu camino y salgas de aquí cuanto antes” me dije, movida por una molesta y repentina sensación de urgencia. Estaba mojando, y bastante.
- Beso - le dije.
Sin más explicación. Sólo había pronunciado esa palabra dentro del coche. Él entendía perfectamente lo que significaba, claro. La despedida.
Hacía tiempo que yo jugaba a un juego con Guille, cuando nos saludábamos. Igual que él, cuando me daba algo o lo tomaba de mis manos, siempre deslizaba sus dedos sensualmente por los míos, por mis manos, alargando el contacto de manera indecible, yo empecé a inclinar la cabeza hacia el lado contrario del habitual cuando nos besábamos para saludarnos o despedirnos. Sólo en el último momento rectificaba el rumbo, siempre con cara de sorpresa, de despiste, exclamaciones, risas y sonrisas… Nuestras caras se tocaban, nos acariciábamos con las mejillas, alguna vez nuestros labios se rozaban levemente… Me gustaba el tacto de aquellos labios, finos, firmes, cálidos… Siempre supe que alguna vez los besaría, pero ¿quién me iba a decir a mí que los besaría antes con mis labios vaginales que con los de la cara?
Aquella noche volví a hacerlo, volví a inclinarme hacia el lado donde él tenía su boca. Solo que no recuperé el rumbo. Él tampoco se apartó. Los labios se rozaron primero. Luego se buscaron. Por fin, se apretaron. Pronto nos besábamos, nos comíamos la boca, nos bebíamos el uno al otro con ansia. Joder, había sido demasiado tiempo, demasiados años jugando al gato y al ratón. Ansia, demasiada ansia. No recuerdo cómo acabé sentada sobre él, sobre sus piernas, sobre su paquete duro ya, abierta de piernas, sin bragas, con el vestido por la cintura. Frotándome contra él. No podía parar ¿pero quién habría querido? Él me culeaba, además, se me clavaba su paquete, la tela de su vaquero en mi coño abierto. Mierda. Ya a partir de ahí sí recuerdo bien todo lo que pasó. Todavía hoy me estremezco al recordarlo, y me complazco en hacerlo.
Nuestra primera vez, cara a cara, besándonos, amándonos de veras. El corazón se me salía por la boca, me reventaba el pecho, amenazando con salir disparado entre mis tetas. Sus manos me sujetaban por las caderas desnudas mientras yo me aferraba a su cuello para apretarme contra él. No quería ni una micra de aire libre entre nosotros. Mientras me sobaba el culo desnudo, el cuerpo entero, nuestras lenguas se babeaban mutuamente, llenando de saliva la boca del otro, besándonos las caras inundadas en lágrimas, y sus manos subiendo mi vestido, que pronto tuve en mi pecho, sus manos en mis tetas, y pronto en las orejas, su boca en mis tetas… qué manera de comerme, de devorarme, mientras yo amenazaba directamente con correrme…
- Laura… tienes unas tetas preciosas - mientras me devoraba glotonamente… - tienes unas tetas que no son de este mundo…
Mi vestido saliendo disparado, junto con su camiseta, también yo besaba su pecho, bebía el sudor de su pecho, de su vello, mordía sus tetillas igual que él chupaba mis areolas, mordía mis pezones, mamaba de mis pechos, y nos frotábamos, nos frotábamos sádicamente, hasta que él se abrió el pantalón, o yo se lo abrí, o los dos, los dos queríamos, amor, amor, amor nos decíamos, nos frotábamos, su cipote duro salió disparado, claro, o yo tiré de él con mis manos… decidí deleitarme con lo que tenía y ya nunca más quería perder, apoyé mi cabeza en la de Guille, que jadeaba, excitado, nervioso, mientras observaba cómo mis manos recorrían la gruesa erección, acariciándola, grabando en mi memoria cada pliegue, cada palpitante vena que cada vez que presionaba obtenía un fuerte gemido, envolviendo amorosamente la resbaladiza erección, asombrada de su envergadura, de su dureza, empezandoa mover la mano con la justa presión, era algo que sabía hacer bien, era una experta tocapollas a esas alturas de mi vida, acariciando a lo largo, arriba y abajo, sin dejar de mirar cómo la amoratada punta aparecía y desaparecía en mi mano, llamándome, hipnotizándome, haciéndome de nuevo perder la noción del tiempo y de mi propio cuerpo, que casi por sí solo se fue pegando más a Guille, trepándole, colocándose sobre él, sobre su falo, montándole…
- Méteme tu verga Guille… - le susurré, besando su oreja, mordiendo su cuello…
Yo ya no quería callar con él. Ya no quería ocultarme, no quería dejar ya de follarle. Nunca.
Él lo hizo, o ella sola se me escurrió dentro, estaba demasiado abierta, demasiado húmeda, demasiado caliente, le follé y él me folló, ni rápido ni despacio, normal, aunque me sentía a morir, tan gorda, tan dura, tan caliente…
- Ayyyyyyy… ahhhhhhh… mi amor… Guille… la tienes tan dura… tan grande… ayyyyyyyy…. - realmente la tenía muy dura, y más que grande gorda, de buen tamaño pero gruesa, y yo sentía que me abría y me llenaba, y movía en círculos mis caderas y sentía aquella enormidad removiendo mis entrañas, frotando mi interior, mis partes más íntimas, me había entragado totalemnte a Guille, era totalmente suya como él siempre había querido, y él era mío, yo gemía y me mordía los labios mientras me follaba – hazme el amor Guille… ayyyyyyyyyy!!!
Él me sobaba los pechos y me besaba la boca, y yo le mordía los labios mientras me lo follaba, yo le cabalgaba y él me culeaba, yo me frotaba en círculos con él, untándole de flujos, mientras él me frotaba el clítoris, los pezones, la cara, sus manos estaban en todas partes, igual que nuestras bocas, y follábamos, y follábamos… yo me corrí, luego él, yo otra vez… seguíamos, seguíamos follando, empapados de sudor, flujos y semen, que desbordaba mi vagina llena de su vástago duro, y vi de reojo cómo un cerdo nos fotografiaba con su móvil desde la calle, estábamos los dos desnudos, follando, yo super expuesta, del lado de la acera, se nos veía perfectamente, pero me daba igual, no iba a parar por un idiota que me estuviera fotografiando, es más, hasta me excitó pensar que se pajearía viendo fotos mías, mías follando, follando con Guille, aquellas fotos demostraría que todo había ya pasado entre nosotros, por fin, y se correría viendo mis tetas, me ponía tan bruta ser capaz de dar placer de esa manera, ser objeto de placer, y más aún estar haciendo lo pero, lo más prohibido, lo que siempre me había negado hacer, y me volví a correr, y otra vez más, y él también, y los dos juntos follando y follando hasta caer exahustos… Nos quedamos quietos, temblando de gozo, mojados por completo, hasta que sentí que él se deshinchaba, jadeando.
Empapada por todas partes me giré hacia mi asiento, levantando una pierna sobre él. Las piernas abiertas, el chocho peludo y chorreante muy abierto, las tetas desnudas, hinchadas, brillantes… no podía enseñarme más, mostrarme más a él, le había entregado mi intimidad más absoluta…
No, no te vayas Laura…
Mi amor… - me sequé el sudor con mi vestido, que utilicé hasta para limpiarme el coño. Total, ya me cambiaría, pero lo que no podía era ir mojando así.
Tratábamos de recuperar nuestro ritmo respiratorio normal los dos. No dejábamos de mirarnos en ningún momento, aún desnudos. Pero aunque los dos seguíamos excitados, su polla se vino abajo definitivamente y no tenía pinta de ir a recuperarse… en realidad, mejor… yo estaba rota, agotada, por no tener no tenía ni los pezones de punta ya. Seguiría follando toda la vida con él, pensé, pero necesitaba descansar, los dos lo necesitábamos. Y no había opción. Me puse el vestido, aquel quiñapo sucio.
- Vamos, vístete. - Le ordené.
Yo misma le subí los calzoncillos y le metí la polla dentro. Necesitaba tocar su sexo una vez más. Más que tocárselo, se lo sobeteé. Pero ni por esas se empalmó. Y eso que Guille se empalmaba con rozarle. Con mirarle. Con estar con él. Le cerré el pantalón, y le pedí que se pusiera la camiseta. Mientras la recogía y se la empezaba a meter por la cabeza, le acaricié el pecho, y acabé besándoselo y lamiendo su sudor, su vello, sus pezones… Se puso la camiseta, y volvimos a besarnos. Apreté las piernas cerrando bien el coño porque noté que se me salía su lefa. Nuestros besos eran francos, plenos, abiertos, muy húmedos y calientes, donde labios, lenguas, dientes, todo jugaba su papel… Deseé que me comiera otra vez el coño, como la noche anterior… delicioso… que probara el sabor de su propia lefa mezclado con el mío… no cabía duda de que yo le había gustado… yo le gustaba…
- Qué buenas estás, Laura… y qué rico sabes – me dijo, como si fuera capaz de leerme la mente.
Quería follarle. Más. Por al noche me había hecho tocar el cielo, una y otra vez. Y en realidad había seguido allí todo el día. Pero lo que acabábamos de hacer… pffff me había hecho sentir que era la reina del Paraíso. Seguramente nadie me había follado así antes. Tenía una buena polla, cierto, pero tampoco tan grande… aunque sí especial, muy gruesa, cabezona, hiperdura… y me llenaba de tal manera… ufff ufff ufff parecía que su cuerpo y el mío encajaban como ninguno, y eso que siempre me dicen que tengo un coño grande, tragón, insaciable… Seguramente, a pesar de todo, tampoco me había dejado follar yo por nadie de esa manera antes. Ni con nadie me había comportado igual, moviéndome de esa manera, buscándole, frontándome, pero es que me llenaba tanto que me hacía sentir cosas que nunca antes, que ni yo misma conocía…
Le obligué a ponerse la camiseta y dejar de tocarme las peras, que me había sacado del escote. Me las metí dentro, mientras le decía que era mejor que se marchara ya. Nos despedimos con un simple “adiós, entonces”, después de un tierno pico. Puerta cerrada, y ya. Arranqué sin esperar ni quedarme a mirar, no quería hacerlo. Tampoco pensar. Y qué si me sentía una puta. Hacía tiempo que sabía que lo era. Quizás era momento de empezar a asumirlo, si esas eran las consecuencias. Si sentirme así de a gusto, así de libre, así de bien… follada era lo que iba a sacar en claro ¿qué había de malo? Me gustaba el sexo, el buen sexo. No quería renunciar a ello. No había nada de malo en ello.
Detuve el coche un centenar de metros más adelante, en la siguiente esquina, donde había una farmacia 24 horas. Bajé y compre la pildorita de rigor. No quería tardar en tomármela, y cuando salía por la puerta ya bajaba por mi garganta. Al ir a entrar de nuevo en el coche, un tipo estaba sentado apoyado en la puerta del copiloto, mirando el móvil. Me acerqué a él, para pedirle que se apartara, pero antes de poder hablar el tipo me miró con una deliciosa sonrisa y me enseñó lo que miraba en el móvil. Una foto mía en bolas y corriéndome con cara de zorra dentro del coche… Puffff… Era el cerdo que me había hecho las fotos… mierda.
- Anda, pedazo de puta, ¿por qué no me comes un poco la polla a mí también?
Lo dijo un poco riendo, como metiéndose conmigo. Seguramente no quería más que reírse de mí. Pero lo había pedido bien, educadamente. Y muy clarito. Yo no tenía motivos para negarme a ello. Todos tenemos derecho a disfrutar del sexo. Estaba emputecida. Me arrodillé delante de él, y le abrí la bragueta de las bermudas verdes que llevaba. Debió de flipar cuando vio que le metía al mano y le sacaba la chorra fuera, aún floja. Tampoco me iba a andar con rodeos, quería irme de allí cuanto antes. Se la lamí y se la babeé bien hasta que fue gogiendo un poco de grosor. Él no hacía más que gemir joder, joder, pero en seguida supe que aquello iba a ir bien, sobre todo cuando me la metí en la boca. Se le empezó a poner dura de verdad, y me cogió la cabeza mientras se agarraba aquello por la base, justo sobre los cojones, y me empujaba la cabeza contra él…
En fin, después del buen pollón que me acababa de trajinar, y por la noche me lo había metido hasta las pelotas, la de ese tipo no tenía mucha comparación… Pero yo ya iba calentita, era él quien tenía que gozar… así que me dediqué a mamarle con mis mejores artes de putita. En seguida la tuvo bien dura, y ya era yo quien se la sujetaba y se la comía abiertamente, metiéndola y sacándola por completo, primero en cuidadosos movimientos circulares y luego ya directamente follándosela con la boca, antes de pajearle un rato mientras le comía las pelotas. Por algún motivo no pasó nadie por allí, aunque es posible que desde la farmacia me estuvieran viendo. Igual daba, ya me habían puesto cara de “pedazo de puta” al pedirles la píldora… El tipo no aguantó más, y se dejó caer entre los coches.
Yo fui tras de él y, sentada en el bordillo, agaché sumisa la cabecita y seguí comiendo hasta que le hice correrse. Él no se privó durante toda la mamada de meterme mano en las tetas y el coño, que en esa postura en el suelo tenía perfectamente a su alcance, y más teniendo en cuenta que estaba sin bragas. No protesté ni cuando me empezó a penetrar con un dedo. Entraba fácil de lo verraca que estaba, además de toda la lefa de Guille que llevaba dentro… Pero debo decir que tampoco me daba mayor placer, el sexo con mi cuñado me había dejado el coño casi insensibilizado, y lo que me ponía y me excitaba de veras con aquél desconocido era más lo que yo le estaba haciendo que lo que él pudiera hacerme a mí.
De nuevo noté la excitación y el palcer de sentirme sucia, de sentirme un objeto sexual en manos de aquel hombre… Casi toda su abundante y espesa corrida cayó dentro de mi boca, aunque solté buena parte mientras levantaba la vista para mirarle. Mi sorpresa fue que, mientras me relamía aún y tragaba los restos de semen con sabor acre, una chica se había aprado delante nuestro y me miraba. Lo cierto es que me entró la risa. Me puse de pie. Con el vestidito que llevaba y teniendo en cuenta que no había tenido ningún cuidado, llevaba el coño y el culo al aire. Me entró más risa aún, pensando que además me seguía escurriendo lefa de Guille entre las piernas. Pero en fin… me recoloqué la ropa, y rodeé el coche… Si mi cuñado supiera lo que acababa de hacer… él que debía estar pensando igual que yo unos segundos antes lo excepcional, maravilloso y absolutamente increíble que había sido lo nuestro…
Entré en el coche, que a todo esto seguía abierto, y arranqué. La chica me seguía mirando, pero a él no le veía. Imaginé que seguía tirando en el suelo, con la chorra fuera.
Maniobré para salir de allí y me fui.
Yo, por mi parte, me masturbé repetida y compulsivamente al llegar a casa de mis padres. Aprovechando que no estaban, sólo subir del garaje, medio ahogada, abrir la puerta del jardín, quitarme el vestido y caer de rodillas en la hierba, con una mano entre las piernas y la otra estrujando mis pechos. Me metí una mano entera para rovocarme una serie de orgasmos hasta que me volví a sentir agotada. Y todavía entonces me levanté y me lancé tal cual a la piscina. Nadé hasta caer rendida, y entonces me fui a mi habitación y, sin siquiera secarme, me tiré sobre la cama. Allí dormí hasta bien entrada la mañana, que me despertó el estómago rugiendo. Evidentemente, moría de hambre.
Ese día recibí un par de llamadas suyas, que ignoré. Después mensajes, absolutamente fuera de lugar por su tono baboso y apasionado. No. Eso no. Quería sexo, y nada más. Le escribí diciendo que borrase los mensajes, que no pensaba ir por ahí, que lo nuestro había sido un calentón, que había sido inevitable porque la atracción era demasiado fuerte, pero que era algo puramente sexual, y contra aquello no se podía luchar. Después de aquello, me volví a masturbar varias veces cada día de la siguiente semana con toda esta historia en la cabeza. Me quedé en casa de mis padres, intentando evitar todo posible encuentro con él.
Pasado ese tiempo, mi temor se había aplacado, hasta pensé que podía superarlo, pero estaba decidida a caer si era necesario, porque lo que no podía era estar así. Después de darle muchas vueltas, llegué a la conclusión de que, una vez que había caído, de nada servía ya volver a actuar como una niñata ignorando lo ocurrido. Tenía que conseguir tener una relación normal, fuera con sexo o sin él. Y en esas estaba, cuando recibí un mensaje con una foto de su polla dura y chorreando esperma. Le contesté con una sonrisa, y me mando tres más. No pude evitar masturbarme, y en la excitación le acabé mandando una foto de mi sexo. Él contestó con otra sonrisa, y ya. Pero aquella extraña conversación lo desbloqueó todo.
Volví a llamarle, a mandarle más mensajitos. Más fotos. En la semana siguiente, tuvimos un par de conversaciones telefónicas subidas de tono. El fin de semana nos besamos apasionadamente, tórridamente, a escondidas, en una comida familiar. Pero yo no quise llegar a más y él lo respetó. A mitad de la semana siguiente, ya le había pedido que viniese a mi casa para echarme una mano con un tema del trabajo ese en el que andaba metida. Y, evidentemente, para trabajar, lo mejor era estar los dos solos...
Lo peor es que todavía cuando le abrí la puerta ese día estaba casi convencida de que no iba a pasar nada grave, tonteo, cariñitos, algún beso quizás... O era muy ingenua, o una falsa. Pero no me arrepiento de haberle abierto la puerta de nuevo. Porque aquella fue la definitiva. Empezamos casi igual, nos pusimos a trabajar al llegar, como si nada. Yo me había puesto exactamente el mismo conjunto que la vez que nos pilló mi prima, quería ser abiertamente explícita… el caso es que él no terminaba de hacer ni de decir nada, bueno, quizás era lo norma, pero yo estaba muy nerviosa y ansiosa, así que no debía haber pasado ni media hora cuando paré aquel absurdo:
Esto es un rollo ¿por qué no descansamos un poco? – le dije, levantándome de la mesa. Él me miró, divertido.
¿Descansar? ¿Y qué quieres que hagamos?
No sé… - dije traviesa, acercándome al sofá. Podíamos tirarnos en el sofá un poco… - me tumbé, estirándome como una gata - y quizás hacernos unos mimitos… - Guille me conocía de sobra como para saber a qué me refería cuando usaba la palabra mimitos.
Él vino detrás de mí, y se arrodilló junto al sofá. Me empezó a acariciar las piernas, masajeándomelas en la misma postura que la vez de mi prima. Bien, había entendido todo, mi niño listo. Pronto estuvo en la misma situación en la que ella nos detuvo, pero ya no había nadie que le impidiera seguir. Y menos yo, claro. Sentí sus dedos ágiles y sensibles en mi vulva, en los pliegues entre mi coño y mis muslos, en los labios, en la vagina. Enmarañada de pelo y sudor… Sus dedos dentro de mí, entrando expertos, ya conocedores del lugar. Parecía que Guille llevara toda la vida follándome. Me quitó pantalón y bragitas, o lo hicimos entre ambos… pero vamos, que cuando me quise dar cuenta estaba tirado en el sofá, entre mis piernas y con la lengua en mi sexo. Me lo chupó todo lo que pudo, y sentí que me corrí sobre su boca. Me traté de girar quedando sobre él, pero se revolvió y me acabó tirando al suelo. Quedé tendida en el suelo, con la cabeza apoyada en el sofá.
- Toma mi polla y mama - me soltó, sin más.
Él mismo me la introdujo en la boca. Al principio me hice la tímida, aunque al verle entrar decidido en mí con el palo tan erecto, me hizo sentir un miedo repentino a no ser capaz. Sin ser enorme era grande, y ya digo que sobre todo era gorda y extraordinariamente dura. Vamos, un pene de buena talla. Me estaba entusiasmando con la mamada, pero mi coño rugía…
Vamos a la cama, anda – le pedí cuando conseguí sacarme aquello de la boca por un momento. Me ayudó a levantarme, y me acompañó a mi habitación, terminando de desnudarnos por el camino, mientras nos besábamos y reíamos sin dejar de tocarnos.
Túmbate – me pidió. Yo me reí, y le obedecí, abriéndome ligeramente de piernas, justo lo suficiente.
Aquella vez ya sabía lo que iba a pasar, y había tomado precauciones. Hacía un tiempo que veía probando en ocasiones los anillos anticonceptivos, por recomendación de Elenita y Mariu. Y aquel día llevaba uno. No quería volver a usar un preservativo con Pablo, claro. Con él me apetecía hacerlo a pelo, después de haberle probado así ya una vez… Se subió encima de mí, y su verga se introdujo en mi sexo, pero pasaron sólo 10 segundos antes de que me tuviera deshecha y gritando...
- ¡Para! Para…no aguanto más… - no daba crédito, aquella barra de carne estaba tan caliente y dura, y era tan gorda, que sólo con penetrarme me había hehco correrme… así que cuando empezó a culear me vi deshecha y rota de placer.
Tocándome todo y sobándome mucho las tetas, Guille parecía no tener problema con nada, se notaba que era perfectamente capaz de entender que tenía infinitas posibilidades de obtener placer de mi cuerpo. Así que se recostó en la cama y me dijo:
- Sigue chupando, entonces - a lo que yo me puse, como una niña con su piruleta.
No pareció sorprenderse de que me metiera su verga hasta la garganta, y aún así no me entraba completa, así que me incorporé un poco sobre él para acomodarla mejor, y poder meterla del todo… en esa época todavía me costaba, y más con una tranca así tan poco flexible, pero pronto noté sus pelillos del pubis haciéndome cosquillas en la nariz y los labios. Mientras mamaba, él me tocaba la garganta, sintiendo cómo se clavaba su glande ahí.
- Espera Laura… ahhhhmmm… voy a correrme… - entendí que no quería hacerlo. Porque, de otra manera, poco me hubiera importado que lo hiciera dentro de mi boca. – Quiero que me folles Laura… como el otro día, en el coche.. – me pidió. O más bien, me ordenó. Como siempre que en medio de un polvo me ordenaban algo, obedecí, sumisa.
Me subí sobre él despacito, y a gemiditos insistentes, logré introducirme toda su verga en mi conchita. Su comida me había puesto a tono, pero no había sido suficiente como para abrirme del todo, no al menos todo lo que era necesario para alojar cómodamente su cipote bien duro. Esta otra vez tampoco aguanté casi nada, no sabía lo que pasaba, pero con él no duraba nada y en segundos me estaba corriendo ya… Tuve que bajarme, temblando de nerviosismo al verle a él cada vez más excitado. Estaba claro que me iba a follar a saco, y yo en el fondo así lo deseaba, pero estaba tan cachonda que me iba a matar del gusto...
Ponte de rodillas, como el otro día… - Aluciné que me pidiera algo así, pero le obedecí, claro. ¿Qué otra cosa podía hacer? Y al fin y al cabo ya lo habíamos hecho de esa manera antes. Me puse para él como una perra… ¡cuánto le desaba!
Métemela, vamos… estoy preparada… te quiero… dentro de mí – noté sus manos primero sobando y abriendo mi coño, sus dedos entrando, pronto su cara, como aquella vez, yo no dejaba de echar líquidos en su boca, mientras su lengua me follaba mejor que muchas pollas que habían pasado por allí antes. Pero antes de correrme por completo, él paró y, no sin antes magrear un poco mis tetas colgantes, me apoyó su gordo glande hinchado en la entrada. – hazlo con cuidado… suave… tienes una verga muy grande y gorda… y se te pone tan dura…
Tú me la pones dura, Laura – me dijo, descontrolado, mientras le notaba invadir mi sexo por tercera vez en nuestras vidas.
despacito… - rogué, casi llorando. Realmente era grande, pero su dureza y grosor era lo que me mataba, y mi excitación que me hacía romperme con sólo sentirle cómo me cubría… Pero era él quien tenía el control total. Al principio sí me penetró suave, me la metió despacio aunque sin parar, de un único y lento empujón. Hasta que su verga estuvo toda dentro.
Una vez dentro, prácticamente me violó.
Guille me dió sin compasión, y se demoró en venirse en mi interior. Lo suficiente como para poder correrme yo casi cinco veces en el camino. Tanto me gustó que al acabar le seguí chupando la verga. Cuando me di cuenta que me había descontrolado, le dije:
¡Terminé!
No… sigue todavía un poco – me respondió, acariciando mi carita entre sus manos. Realmente, su polla estaba casi totalmente tiesa todavía. La notaba palpitante, exudando su fuerte olor, tan parecido al mío. Muy, muy caliente.
¿Quieres que siga…? – estaba dispuesta a mamarle hasta el orgasmo, pero tenía ganas de otro polvo, para qué engañarnos. Él pareció entenderme.
Date la vuelta, anda. A cuatro patas otra vez…
Te gusto como una perrita ¿verdad?
Ya verás - me dijo sonriendo, mientras me abrazaba, obligándome a darme la vuelta.
Sentía su cuerpo resbalar sobre el mío, sudados, y su pollón duro golpeando toda mi anatomía. Dibujando en mi piel brillante con sus esencias, resbalando dulcemente por todo mi cuerpo… no entendí lo que quería hasta que tuve la cabeza de su polla en el ojete, que él mismo se había ocupado de dilatar y lubricar un poco con la lengua cuando me comió el coñito… Solté un hondo suspiro que se convirtió en un grito desesperado. Tantos tiempo deseándolo sin que ninguno diera el paso, y al final… ciertamente, con él estaba destinada a todo… también a que me rompiera el culo. Siempre lo había estado, siempre lo estuve... Temblé de emoción, estaba muerta de miedo, pero en realidad lo que me pasaba era que me moría de ganas. Que precisamente fuera él quien tuviera su capullo empujando en mi ano... Poco a poco fue metiéndomela, a empujones secos y fuertes, como a golpes, mientras con sus manos me separaba las nalgas. En cada penetrada sentía mi ano rompiéndose. Así estuvimos largo rato metiendo y sacando por detrás, cada vez un poco más hondo... joder, es que vale que me hubiera obsesionado con la idea del sexo anal pero… uffffff ¿cómo iba a saber yo que la tenía tan gorda? era increíble que mi culito se estuviera abriendo de esa manera para recibirle, pero su determinación y mi deseo, su deseo y mi determinación lo hicieron posible.
Aunque dolió. Mis gritos no paraban, pero mi voz aterrada le excitaba, y cuanto más gritaba yo él más empujaba, y eso me hacía excitarme y abrirme más y él entraba más y yo volvía a gritar, y así hasta que le tuve todo dentro ¡todo! y acabé con la cara empotrada en la almohada y mientras él me miraba y me follaba a saco ya el culo, me decía ¡toma! ¡toma!, y yo me sentía como una perra que le succionaba la verga y seguía gritando ¡¡¡oooohoooomaoommmmmommm!!! y le pedía ¡dame! ¡dame más!, mirándole con cara de dolor mientras le decía "soy tuya, soy tuya Guille..."
Nunca antes le había dicho eso a nadie sintiéndolo tan sinceramente. Desde luego a ningún tío. Luego me recostó de lado y se puso detrás de mí, todo esto sin sacarme el cipote del culo, estuvo como cinco minutos más dándome a toda velocidad, me puse a llorar de dolor, de placer y de alegría, porque por fin sentía ese placer, ese placer oscuro, deseado y profundo que da una buena follada anal, y mis lágrimas y gemidos le excitaron aún más, hasta llegar al final. Le dije "dámelo todo, no quiero soltar nada..." y se corrió a borbotones dentro de mi culo, llenándome y dejándome saciada como hacía años que no me sentía. Caí rendida sobre la cama, y él salió despedido, hacia atrás. Tenía la verga medio hinchada todavía... Rodé ofreciéndole mi desnudo frontal, estirada en la cama, y con el culo apretado para no perder ni una gota de su esencia. La cremosidad de su lefa me calmaba el escozor de las heridas en el culo desgarrado.
- Ven que te limpie... - le pedí. No sé por qué. Tampoco me daba miedo, ni asco, estaba muy acostumbrada al sabor de los culos, era algo que me ponía, claro. Hasta el mío, no era la primera vez que me metía un dedo y luego lo chupaba.
Pero su verga estaba cubierta de mi mierda y mi sangre, mezcladas con su leche. La mezcla era tan tentadora... Y mi cara de lujuria pidiéndole que me dejara limpiarla, le dibujó una sonrisa libidinosa y sádica en la cara... Nunca había probado nada tan delicioso. Al entrar en mi boca su polla se empezó a hinchar en cuestión de segundos, pero su ansia y su erección incompleta le permitieron meterme hasta los huvos en la boca del primer golpe. Cuando me quise dar cuenta la tenía alojada por completo en la garganta, y al engordar con rapidez sentí bloqueada mi respiración. Aún así no me puse nerviosa, sino que me decidí a disfrutar y hacerle disfrutar. Me sobaba las tetas mientras me follaba la boca firme pero no muy rápido. No quería salirse de mi boca, así que se movía levemente dentro de mí. Era yo la que cerré los labios y succioné y lamí como pude, apañándomelas para respirar algo. Al menos al principio, porque luego se puso tan bestia que me entró casi por completo en la garganta. Pero una vez controlado conseguí alojarle por completo y pude entender cuál era la forma perfecta para hacerlo sin morir en el intento. Me di cuenta de que era todo cuestión de postura.
Afortunadamente, de todas formas, él se corrió enseguida. A reudales en mi garganta. Se me salió el semen hasta por las orejas. Eso fue lo peor. Mi boca, mis fosas nasales, todo lleno, le expulsé a él y abuena parte de su leche, que acabó esparcida por toda mi carita... Sin embargo, eso a él no pareció importarle. Más bien le gustó, porque empezó a besarme y lamerme precisamente allí, limpiándome y bebiendo su propio semen mezclado con mis babas y mocos. No se detenía ante nada y me aceptaba entera, tal cual, igual que yo le deseaba a él. Mientras me besaba hondamente, me di cuenta de que mi boca debía de saberle a mierda de mi culo. Pero tampoco eso le paraba, y me besaba cada vez más fuerte y hondo, como queriendo llegar con su lengua en mi garganta hasta donde había llegado poco antes con su polla. Mientras, con una mano me sobaba las berzas y la otra me hurgaba en la raja del culo, hasta que me metió uno o dos dedos y me lo empezó a follar otra vez sin dejar de besarme. Me moría de gusto. Antes de ser consciente de ello me di cuenta de que estaba mojando otra vez, y comprendí que me corría. No hubiera pensado que el buen sexo anal podía provocar orgasmos. Tenía todavía mucho que aprender.
Pronto estábamos dándonos besitos, lamiéndonos, tocándonos todo. Él se chupaba los dedos que me metía en el culo. Me follaba un rato, yo le comía la polla y le metía un dedo en su culo también, chupábamos los dos mi dedo, volvíamos a empezar... hasta que volvió a follarme, tumbado sobre mí, yo abierta del todo, besándonos y sintiendo cómo me comía hasta el último rincón de mi anatomía, chupándome los sobacos, las orejas, nariz, dedos, cada hueco, cada rincón, cada curva, mis tetas, ufffff supe aquel día lo que era follarse unas tetas... Después de varios polvos, infinitos polvos, terminamos con su cara comiendo glotona entre mis piernas totalmente separadas para dejarle toda la libertad, pero estaba destrozada y no podía hacer nada para ayudarle, nada, sólo abrirme, abrirme más, al máximo y entregarme.
Con Guille no necesitaba sentirme deseada, porque él siempre me había deseado más que nadie. Y eso, claro, se notaba cuando me hacía el amor. Después de hacer que me corriera varias veces con aquella mamada, se incorporó. La polla siempre medio emplamada, todo sudado y la boca reluciente de mí. Apestaba a sexo, a sexo mío, a mi sudor y a mi culo. Llevaba todo mi ser encima. Estiró la mano, cogió mi cámara de fotos de encima de la cómoda y me fotografió hasta cansarse.
Quiero recordarte siempre así. Cada vez que piense en tí para pajearme, como hago siempre, te veré así, y me masturbaré y serán las mejores corridas que nadie podrá tener, viendo tu cuerpo, que es como sexo en estado puro... - casi me hizo reír. Le cogí la cámara, para ver las fotos. Me sorprendió verme así, no me imaginaba lo emputecida que estaba. Pero yo misma sentí que excitaba al ver mi propio cuerpo expuesto y entregado por completo, el coño negro, sudado, y del todo abierto, el cuerpo resplandeciente, la cara de viciosas... se me pusieron los pezones de punta, también el clítoris... él se dio cuenta. - Estás tan buena que te pones cachonda hasta a tí misma - me dijo apretándome un pezón y el clítoris entre sus dedos en fuertes pellízcos. Sentí un micro orgasmo cuando lo hizo.
Ufffff... - quise ser mala, pero lo que hice y dije lo sentí de corazón - sí, pero esta imagen quiero que sea tuya y que la guardes dentro de tí... nadie más la verá jamás, así que quiero que sea sólo tuya... no me importa que me hagas fotos mientras las guardes bien, me fío de ti, pero estas... son demasiado especiales, y quiero que sean sólo tuyas... y mías... lo que hemos hecho hoy ha sido tan... bonito...
¿Vas a borrarlas?
Sí, porque me tendrás siempre en tu mente. Te masturbarás acordándote de mí - le dije tras soltar la cámara una vez formateada la tarjeta - y te acordarás de mi ahora, en este momento, de mis manos en tu polla - se la cogí y empecé a pajearle, suave, suavito... duró, bastante, aunque no tanto. Todavía le quedaba vigor como para soltar un par de chorros saltando sobre mis pechos y mi tripa. Al acabar, se tumbó sobre mí y nos besamos y tocamos durante largo rato.
¿Sabes que era mi primera vez, verdad? – me dijo.
¿Tu primera?
Sí. Por detrás, me refiero...
El culito... - reí, dejándole que me acariciara las nalgas, la raja y el ano.
Sí... - dijo sonriéndome y besándome... - Siempre supe que serías tú...
¡¿Qué?! - le miré medio divertida, medio asustada. Le conté mi primera vez de aquel verano, cuando lo de Javi... tal cual, además. Le dije de corrido lo de María, lo de las dos con mi novio, lo de su hermano Víctor… lo que los dos hacían juntos, y conmigo... Él se reía, o me miraba complacido, o me animaba a seguir contando... Nunca se mostró molesto, o sorprendido, en cambio. Todo le pareció bien. Y muy excitante. Me interumpió un par de veces el relato, de hecho. Una para comerme el coño y otra para follarme.
Fue un día extraño. Extraño y maravilloso. Guille parecía tener asumido que era un puta, que me liara con amigas y les dejara a mi novio, que hubiera tenido todo tipo de experiencias, cruces y relaciones abiertas, en grupo... Pero lo tomaba con la mayor normalidad, como si en el fondo siempre hubiera sabido que yo era así, con la misma normalidad que habíamos asumido ambos estar por fin juntos. Y hacer de todo. Él mismo se había dejado penetrar analmente por mí. Había llegado con él más lejos que con ningún otro tío y tan lejos al menos como con María o Valentina… ¡y mucho más que con Nuria! Jijiji… Estaba siendo tan... ¡sublime!
A partir de ese día, las cosas se normalizaron bastante. Normalizar con él quería decir que follábamos como monos a la primera oportunidad que se nos presentara. Quería recuperar todo el tiempo que había perdido absurdamente... al menos eso, antes de introducirle a Nurita o Meri en su vida... De hecho, al principio no quise contarles nada a ellas, sobre todo a Nuria, ya que sabía que me exigiría probar mi nueva pieza... y no podría negárselo, ya que hacía tiempo que compartíamos siempre nuestras pertenencias pero, claro, ella era la que solía llevar mucho más a menudo la comida a nuestros particulares festines... Meri, bueno, estaba fuera de España... y prefería esperar a que volviera para darle la noticia. Era demasiado para hacerlo por internet. Y mientras tanto, él y yo... follábamos y follábamos en mi recién estrenado hogar.