La Leyenda de Terra (Parte 3): Las reviviscencias

Una antigua joven aparece y una mujer marcara el destino de Alan. Mientras tanto Saen, vera algo que nadie mas ha podido ver y poder contar.

Al siguiente día, el bar volvió a llenarse de gente, esperando la continuación de la historia, pero Saen no apareció. Todo el mundo quedó extrañado, pero no sabían que hacer ya que nadie sabía dónde vivía el anciano. La gente se marchó desilusionada a casa, incluso el dueño del bar se temió lo peor. El segundo fue igual que el primero. La gente esperaba y esperaba pero Saen no aparecía. A mediodía, asustados por la posibilidad de su muerte, un par de jóvenes salieron en busca de su casa, pero volvieron sin saber nada.

Fue en el tercer día cuando el hombre mayor apareció por fin en la taberna. Se le veía agotado y parecía haber adelgazado bastante, pero evito las preocupaciones del resto diciendo que había sido una pequeña enfermedad y que ya estaba listo para seguir.

-¿Dónde lo habíamos dejado?- Preguntó Saen, tras dos días sin pensar en aquello.

-El entrenamiento.- Dijo un joven. -Cassia, le acababa de contar, a Alan, quien era Alexia.

-¡Oh! ¡Sí! Ya me acuerdo.- Rió Saen. –Muy bien, ahora nos tenemos que ir un año después.


Los días pasaban y ya llevaba más de un año entrenando con Cassia y Alexia. Sus métodos cada vez eran más duros, pero incluso yo notaba como mi cuerpo cambiaba. Era más fuerte, ágil… Todavía no había sido capaz de dar diez vueltas seguidas al campo de entrenamiento, pero por lo menos hacia cinco vueltas, con lo que eso me motivaba para seguir. Incluso cuando se suponía que debía dormir, seguía ejercitándome para mejorar más rápido. La única pega que tenia, era todavía no había podido ver a Alexia desnuda del todo.  A veces los pechos, pero poco más.

Un día, Cassia y Alexia se marcharon en busca de alguna “Filia Caelum” y después aprovecharían para realizar alguna compra en algún pueblo cercano. Volvieron muy tarde, pero yo había aprovechado el tiempo, haciendo los típicos ejercicios que ellas me mandaban. Pero cuando las vi, me temí lo peor.

-¿Qué os ha pasado?- Les pregunté en cuanto las vi a las dos completamente ensangrentadas. Cassia me miró, levanto un brazo, mostrando la cabeza de una joven, me sonrió y estuvo a punto de caerse del caballo, si no hubiese sido por mí. La baje lentamente, y me la apoyé en la espalda. Fue entonces cuando reparé en que Alexia estaba en peor estado, por lo que me dirigí a ella y la cogí en brazos. Cargando con las dos mujeres, entre en el edificio principal, y las llevé directamente al baño, donde las deje tumbadas en el suelo. Salí corriendo de allí, en busca de alguna almohada para las dos, vendas y algún remedio para las heridas.

-Alan…- La voz de Cassia estaba totalmente quebrada.

-Shhh… Descansa.- Le dije poniéndole el dedo indicé en la boca. -Mañana me tienes que entrenar.- Le dije con una sonrisa, que ella me devolvió y después cerro los ojos. Estaba asustado y no sabía qué hacer, pero debía de actuar, sino seria su fin y el mío. De primeras, les coloqué las almohadas, para que sus cabezas y el cuello descansaran mejor. Para empezar lo mejor seria ver las heridas, y después comenzar por la más grave. Las manos me temblaban mientras iba desnudándolas, hasta dejarlas con la ropa interior. Me excité, lo admito, pero en seguida desapareció, al ver sus feas heridas. Sin saber elegir bien, alcé a Alexia con cuidado y la metí en el agua para limpiar sus heridas.

-Escuece…- Susurró Alexia, al sentir el agua tibia en sus heridas.

-Lo siento, pero tengo que limpiarlas.- Le avisé antes coger una especie de jabón, y tras mojarlo, lavar sus heridas. El descomunal grito que pegó, casi me hizo llorar por el sufrimiento que debía de estar pasando, pero mis manos no se detuvieron en el trabajo de limpieza. Cuando creí que ya había sido suficiente, la saqué del agua donde deje que el aire nocturno refrescara sus heridas, que ya casi no sangraban y fui a hacer lo mismo con Cassia. Ella intentó aguantar pero finalmente también gritó. La saqué, y la coloqué junto a Alexia, y tras colocarles unos ungüentos y unas cremas, las vende, casi por completo. Me eché a Cassia a la espalda y cogí a Alexia en brazos de nuevo, para llevarlas esta vez a sus cuartos. No sabía si dormían separadas, pero las deje en la misma habitación.

-Alan…- De nuevo Cassia me llamaba, pero eran las dos las que me miraban.

-Quédate con nosotras…- Me pidió Alexia.

-Por favor…- Continuo Cassia. Cerré la puerta y las coloqué en una posición más cómoda. Yo me acomodé cerca de ellas pero dejándoles su espacio.

Cuando me desperté a la mañana siguiente, las chicas seguían dormidas, por lo que me levanté para ir a preparar algo de desayunar para las dos heridas. Cuando volví Cassia estaba con los ojos abiertos y llorosos, sollozando en silencio. Deje el desayuno y me acerque a ella.

-¿Qué pasa, Cassia?- Le pregunté acariciándole la cabeza.

-Casi hago que maten a Alexia.- Me confesó mirándome directamente a los ojos.

-No habrá sido culpa tuya.- Intenté animarla.

-Sí... Pensaba que podría, contra esa bruja y mira como hemos acabado.- La intensidad de sus lágrimas había aumentado. Estaba muy afligida y dolida.

-Eso ya no importa. Estáis aquí, a salvo y vivas, y yo os protegeré hasta que os recuperéis.- Le anime con una sonrisa, que ella me devolvió, pero que en seguida quitó. -Vamos a desayunar, ahora solo tienes que preocuparte de descansar y mejorar.

-Gracias.- Me dijo mientras le ayudaba a incorporarse.

-Voy a despertar a Alexia.- Le avisé, dejándole delante de ella la comida. Cuando me acerqué a Alexia, que estaba de espaldas a Cassia, pude ver como aun con los ojos cerrados, esta estaba llorando. -Tranquila.- Le susurré al oído, para luego darle un beso en la mejilla. Después volví con Cassia a ayudarle a tomarlo todo.

-¿Que tal está?- Me preguntó de pronto, Cassia.

-Mejor que tú, diría yo.- Le expliqué.

-Alan, creo que dentro de unos días van a venir a rematarnos.- Me dijo de pronto. En sus ojos podía ver impotencia y rabia.

-¿Como lo sabes?- Bajé la voz para que Alexia no nos oyera.

-Antes de cortarle la cabeza, la bruja esta mando un mensaje y me pareció entender eso.- Me miró directamente a los ojos. -Prométeme que no dejaras que toquen a Alexia.

-Te lo prometo.- Accedí con rotundidad pareciendo estar seguro de mi mismo, pero en realidad estaba haciendo un soberano esfuerzo por que las piernas no me temblaran. -Descansa. Si es verdad eso, solo puedo hacer dos cosas, entrenar como nunca hoy, y dejar los otros días para descansar y estar al cien por cien contra ellas.

-Gracias.- Estiro su cabeza y me dio un suave pico, el cual me pilló desprevenido, excitándome un poco. Después de eso, termino de comer en silencio y volvió a recostarse para dormir. Al rato tuve que hacer lo propio con Alexia, pero esta estuvo todo el rato en silencio.

Tal y como le había dicho a Cassia, aquel día lo pase entero entrenando y machacando mi cuerpo hasta su límite, excepto cuando me dediqué a atenderlas. Los siguientes días los pasé cuidándoles, y dos noches después ocurrió lo que Cassia sospechaba, pero por suerte solo yo me levanté y salí de la habitación mentalizándome en lo que tenía que hacer. Una vez fuera del edificio de las chicas mire a mí alrededor, pero no vi a nadie. Pero cuando iba a dar un pasó, una pequeña luz cerca de donde yo solía dormir llamo mi atención.

-Has cometido un grave error.- Susurré para mí, mientras me acercaba silenciosamente hasta allí. Deslicé la puerta y vi el pasillo completamente vacío y oscuro. Comencé a andar, y llegue hasta mi habitación. Con la mano temblorosa abrí la puerta, y suspire al ver que no había nadie. Me di la vuelta y no pude dar un solo paso, alguien me había agarrado por el cuello tirándome contra el suelo y cerrando la puerta. Lo siguiente que sentí fue una punzada de dolor en el pecho y un frio acero atravesándome de un lado a otro.


Saen, cayó contra la mesa golpeándose la frente contra esta. Todo el mundo se levantó y rápidamente lo levantaron para llevarlo al médico del pueblo. Aunque era mediodía, el medico abrió sus puertas a la gente para atender al anciano, conocido en todo el pueblo.

-¿Que ha pasado?- Quiso saber el doctor mientras se preparaba.

-De repente se ha desplomado.- Explico una mujer. -Hace dos días que no sabíamos nada de él, y cuando vino hoy a la taberna se le notaba débil, y entonces...- La mujer calló temiendo se lo peor.

-Está bien, dejadme que le haga una revisión.- Dijo el doctor mientras entraba en su sala donde ya estaba metido el hombre mayor con una enfermera.

[En algún sitio]

Saen miraba a su alrededor atónito. No podía creer que hacia escasos segundo estuviese contando la leyenda de Terra en la taberna de su buen amigo. A su lado pasaban todo tipo de personas, de todas las edades, tamaños... En seguida reparo en que se notaba aliviado de su dolencia, y era capaz de andar, incluso de correr.

"¿Estoy en el cielo?" Pensaba mientras caminaba por aquellas calles pavimentadas de un color amarillento, pero que estaban completamente limpias. De pronto una voz le habló en la cabeza.

-Saen, preséntate en el palacio.

-¿Quién es?- Gritó asustado, y fue entonces cuando vi el enorme palacio que ascendía hasta las nubes. Tras dudar unos segundos, Saen, echó a andar hacia allí, con la esperanza de saber donde estaba. Una vez alcanzó la entrada principal, se dispuso a llamar, pero esta se abrió, invitándolo a pasar, antes de llegar a tocarla. Dentro había un enorme pasillo, que llevaba hasta un altar donde había tres tronos ocupados. Desde tan lejos no podía distinguir a nadie, por lo que empezó a andar hacia ellos, a la vez que miraba a su alrededor. El pasillo estaba decorado con una enorme alfombra que iba desde la entrada hasta los tronos. A los lados había montones de pilares que sujetaban el techo y detrás de estos, en una pequeña oscuridad había montones de personas desnudas teniendo sexo. Sus gemidos casi no llegaban hasta el, por lo que dé inició pensó que aquello era una alucinación, pero entonces descubrió que algo trasparente los envolvía, por lo que pensó que aquello acallaría los sonidos.

Una vez en la base del altar, miro al ocupante del trono central. Parecía un joven de no más de treinta años que irradiaba paz y armonía, a la vez que fuerza y seriedad. Vestido con una túnica de color de la arena, el cual mostraba una mitad de su torso y llegaba hasta sus rodillas. Solo necesito unos segundos para saber de quien se trataba y en seguida se arrodillo.

-Disculpe, mi atrevimiento.- Se disculpó Saen, con el joven.

-Tranquilo puedes levantarte.- La voz sonó en su cabeza aunque en realidad sabía que provenía del chico que estaba a unos metros delante de él. Saen, tembloroso se levantó y volvió a mirar a la cara al joven.

-Gracias.- Dijo el con una pequeña reverencia de cabeza.

-Por lo que veo sabes quién soy.- Empezó a hablar, y fue entonces cuando vio a las dos mujeres que lo acompañaban. A su izquierda una joven pelirroja de ojos verdes, piel morena y que vestía una túnica azul oscuro, y a su derecha una joven rubia de ojos color miel, de piel clara que vestía con una túnica blanca. Sus rasgos eran muy parecidos, pero casi sin necesidad de mirarlas, sabia quienes eran. -Y por lo que veo a ellas también, ¿No?- Quiso saber el joven, al ver las miradas de sorpresa de Saen.

-Sí, así es.- Contestó casi tartamudeando.

-He seguido tu vida desde que naciste. Por eso, ahora, antes de que llegue tu hora tengo un regalo para ti.- Le explicó el joven. -Tendrás parte de mi sabiduría, y la utilizaras para guiar al mundo.

-Por supuesto.- Contestó sin rechistar, aunque por dentro no sabía lo que hacer. Su corazón estaba por salirse de su cuerpo de la emoción.

-Acércate.- Le ordenó el joven y este obedeció en seguida. Estaba a un metro de él, cuando este se levantó y estiro una de sus manos, tocándole la frente. Segundos después, un rayo amarillo recorría el brazo del joven, entrando en la frente de Saen inundándole de conocimientos y sabiduría, a la vez que lo dejaba ciego.

[De vuelta a la consulta]

Saen despertó solo y tumbado en una habitación de la casa del médico. Estaba desorientado y no podía ver nada. Ni siquiera su nariz. Entonces recordó su extraño viaje, y se dio cuenta de que todo lo ocurrido allí era real. Su ceguera, sus conocimientos y aquel que se los dio.

-¡Saen, has despertado!- El médico sorprendido, exclamo desde la puerta al verlo incorporado. -Pensaba que habías muerto.- Confesó acercándose.

-¿Dónde estoy? ¿Quién eres?

-Soy Olvio, el médico. Te trajeron desde la taberna porque te habías desmayado de repente.- Le explicó.

-Tengo que volver y seguir hablándoles. Es mi destino, tengo que hacerlo.- Saen se dispuso a levantarse y notó, que aun estando ciego, sus otros sentidos habían aumentado, dándole la posibilidad de andar.

-Tienes que des...- Intentó detenerlo el médico, pero Saen, lo desplazó ligeramente para seguir su camino. No tardó nada en volver a la taberna, donde todo el mundo estaba triste y alicaído, pensando que Saen había muerto.

-¿Quién quiere seguir escuchándome?- Todos se volvieron a la puerta y gritaron de júbilo al ver a Saen, de pie y vivo. Tras felicitarle por su repentina recuperación e intentar disuadirle para que descansara, volvió a sentarse en su sitio y prosiguió con la historia.


Alan miró a su agresor, pero solo pudo ver una pequeña silueta encima de él y unos ojos castaños que se habían clavado en él.

-Mira a quien tenemos aquí...- Rio una voz femenina.

-¿Quien... Eres?- Balbucí echando sangre por la boca.

-¿No me reconoces?- De pronto una pequeña luz en algún sitio de la sala se encendió y delante de mi apareció el rostro de la joven que intenté salvar un año antes. La joven que era una "Filia Caelum". Mis ojos se abrieron como platos al reconocerla. -Vaya, veo que ahora si.- Volvió a reír.

-¿Tu... Tú les hiciste eso... A Cassia y a Alexia?- Le pregunté con las pocas fuerzas que me iban quedando.

-Esas putas... Casi me mataron hace un año...- Recordaba con odio. -Pero cuando recibí el mensaje de mi hermana muerta, decidí venir a por ellas.- Esbozó una sonrisa maléfica. -Primero te utilizare para tener hijas, y luego iré a por ellas y las remataré.- Dijo con un tono maquiavélico y comenzó a desnudarme aun con la daga clavada en mi pecho.

No podía negarlo, al fin y al cabo tanto tiempo sin sexo, hizo que tuviera una erección incluso en aquel momento. Sus manos acariciaban mi cuerpo produciéndome satisfacción y placer. Comenzó por masturbarme mientras su lengua se abría paso por mis labios, hasta que  finalmente, descendió, y se introdujo mi pene en su boca y me hizo recordar la anterior vez. Pero esta vez era diferente. Poco a poco me iba muriendo y conmigo, Cassia y Alexia también.

-Alan... ¿Quieres vivir y proteger lo que quieres?- Mientras la joven seguía a su trabajo una voz de mujer más mayor, pero que también era joven, sonó en mi cabeza.

-"¿Quién eres?"- Pregunté a la voz por mi mente.

-¿Aceptas lo que te ofrezco?- Volvió a preguntar la voz.

-¡Quiero protegerlas!- Grité sin saber por qué, haciendo que la joven se detuviera y me mirara sorprendida pero a la vez seguía masturbándome lentamente.

-Cállate y déjame jugar tran...- Me gritó la joven, pero tuvo que detenerse cuando una mujer pelirroja, de unos treinta años, de ojos verdes, piel morena y una túnica azul oscuro, apareció detrás de mi cabeza. La joven en seguida la reconoció y clavó su cabeza en el suelo, en señal de reverencia. Por el contrario la mujer arqueó la espalda hacia delante quedando su cabeza por encima de mi herida más de un metro por encima, y entonces una lágrima resbaló por su rostro cayendo sobre mi maltrecho pecho.

-Nunca me olvides.- Dijo con la mujer con voz intimidatoria, y de seguido desaprecio igual que vino.

La lagrima que había derramado sobre mí, había entrado en mi cuerpo y tras unos segundos, un humo morado, envolvió la daga y la extrajo de mi cuerpo, cerrando la herida a su paso. Mis fuerzas empezaron a volver.

-Caelum te ha bendecido...- Dijo alucinando la joven. -Tienes una lágrima de Caelum.- Confirmó casi extasiada, pero enseguida su rostro se convirtió en terror, cuando vio como me levantaba mirándola con odio. -Somos aliados... Vamos juntos por esas dos pu...- No le deje terminar la frase. La tenia cogida del pelo, mientras ella trataba de arañarme las muñecas para que la soltara.

-Abre la boca.- Le ordené.

Sus ojos llenos de lágrimas me miraron, suplicándome que la dejara ir, pero no cedí y finalmente la joven abrió la boca lentamente. Antes de que dijera nada, le clavé mi pene hasta la garganta, donde lo deje unos segundos y lo volví a sacar. Repetí aquella operación varias veces hasta que en su cara solo había lágrimas y saliva. La levanté tirándole de los pelos y de un solo tirón le arranque su ropa dejándola desnuda.

-Por favor...- Suplicaba desesperada pero sin moverse.

-¿No querías follarme? Pues ahora lo hare yo contigo.- Le amenacé y la joven abrió los ojos de par en par asustada.

-No, por favor.- Trataba de resistirse. -Seré tu esclava, pero no me hagas eso, por favor.- En sus ojos cada vez había más lágrimas.

Casi sin esfuerzo la tiré al suelo, donde se quedó un poco aturdida, y yo me lancé sobre su cuerpo agarrándole ambas muñecas y separando sus piernas con las mías. Tenía su rostro a escasos centímetro, mientras notaba su vagina con mi pene.

-Tendrás lo que querías, puta.- Le insulté y le introduje de golpe mi pene. Un terrible grito de dolor salió desde lo más hondo de su garganta. -Esto no ha acabado.- Le avisé mientras trataba de recuperarse, y comencé a embestirla fuertemente, arrancándole fuertes gritos de dolor. Llegó un momento en el que dejo de moverse, incluso de gritar, pero seguía llorando. Mis embestidas no cesaron, ni si quiera cuando estaba cerca de eyacular. -¿No querías mi corrida? Pues toma.- Le dije a la vez que eyaculaba dentro de ella.

Cerró los ojos al sentir mi esperma llenar su útero y pareció relajarse cuando notó que mi pene salía de su maltrecha vagina. Lejos de dejarla en paz, agarré la daga y la cogí de nuevo del pelo, la levanté y de un corte rápido y preciso, separé la cabeza del cuerpo. Recogí el cuerpo y lo tiré al rio, que pasaba por detrás del edificio, para que se lo llevara la corriente. De vuelta a la habitación, me vestí y cogí la cabeza de la joven y fui hacia la habitación de las chicas.

-¡Alan!- Exclamó Cassia al verme con la cabeza de la joven en la mano.

-El peligro ha pasado. Podéis descansar.- Las tranquilicé.

-Gracias.- Susurró Cassia mientras unas lágrimas salían de sus ojos.

-Recupérate. No pienses en nada mas.- Después de aquello, dejé la cabeza en otra habitación para volver con ellas y dormir juntos.