La Leona y su presa

Estaba harta de que el no la hiciera caso... él y su inocencia... debia recibir su merecido.

Tal y como ella supuso, sus ojos se abrieron desmesuradamente, en el momento en que ella se atrevió a colar su lengua entre sus labios, pero, lentamente los cerró, y se enredó también en el beso.

Podía sentir cómo se estremecía, y, cómo, a pesar de estar en contacto con los suyos, sus labios temblaban, nerviosos, al experimentar aquello por primera vez. Cómo, a pesar de respirar lentamente, por sus venas la sangre circulaba a una velocidad endiablada, que se calmó en el momento en que ella supuso que era suficiente y abandonó aquel vínculo de una forma muy cruel.

Le había hecho probar un trozo del dulce y ahora que le gustaba, se lo había arrebatado.

No hubieron más palabras, todo se expresaba en la mirada. Él la miró con cierta tristeza, o un deje que recordaba mucho a aquella expresión, y bajó la mirada a otro lado, dejando escapar un leve e incontrolable suspiro. Ella seguía observando, con una sonrisa fría e impasible su reacción. Para ella era un juego, él, su nueva e inexperta víctima.

Desde ahí, sus ojos parecían más grandes, brillantes, más claros verdes y avellanados, enmarcados en sus negras y largas pestañas. Incluso parecían los ojos, muy grandes, de una niña. Pero no eran de una niña, no, su verdadero dueño, ahora se mantenía callado, procesando todo lo que acababa de ocurrir e intentando comprenderlo. Se pasó la mano por el pelo, para apartarse el flequillo de su pálida cara y tragó saliva antes de volver a mirarla pareciendo asustado. Entreabrió sus labios, y tras dudar unos segundos los estiró en una tímida sonrisa que dejaba a la vista sus dientes de conejo. A sus blancas mejillas se asomó un profundo color rosado, y tomó aire con intención de decir algo.

-Que yo sepa, no me he tragado tu lengua, verdad?

-Eh… -el perdió el fuelle y la sonrisa, pero no el rubor –no

-Te ha gustado verdad?

-Claro, cómo no va a gustarme un beso

-Si si, ya, seguro. –ella se calló y dibujó una sonrisa temible- y que piensa tu amiguito?

-Lo qué? quien? –la pregunta le había pillado desprevenido y esperaba equivocarse al suponer a qué se refería.

Ella no le respondió, pero le empujó hacia dentro del portal frente al que se habían parado, y le empotró contra su fría y sucia pared. Cuando quiso darse cuenta, ella le había desabrochado el cinto, y los pantalones, y había metido una mano dentro de sus calzoncillos.

-No… por Dios…-dijo, intentando chillar en susurros, como si no hubiese logrado sacar la voz suficiente. Apretó sus ojos intentando evadirse de lo que le estaba pasando, pero era inútil controlarlo. Aquella chica no le había soltado, y seguía frente a él, mirándole fijamente y acariciándole con delicadeza. Con demasiada delicadeza… le encantaba

Apoyó la cabeza contra la pared que tenía detrás y al fin se atrevió a abrir sus ojos, mientras su respiración se aceleraba más y más. La miró, suplicando que parase, podía sentir su propio sudor deslizándose por su frente, pero sentía como si tuviese ambos brazos paralizados y no podía secárselo.

Y ella le miraba con la misma sonrisa, que empezaba a molestarle, porque le hacía sentir peor. Pensó que otro beso la distraería, y trató de inclinarse hacia ella, cerrando sus ojos, indicándole su intención. Como respuesta, ella sonrió más ampliamente y le tapó la boca con toda malicia.

Ese instante de tiempo, un corto segundo, fue terrible. No lo esperaba, y abrió de nuevo sus ojos con horror. Acababa de ponerse erecto, lo sentía y ella ya le tenía los pantalones y los calzoncillos bajados hasta las rodillas. Pero no era solo eso. Algún vecino del portal acababa de entrar y encender la luz, y les había visto. A ella no le había importado, le daba igual que él se sintiese tan avergonzado, y esperó a que el habitante del edificio se marchase de allí, mientras no le dejaba de masturbar, para que el susto no le bajase la erección.

-No te comprendo, siempre te habías quejado de que la tenía pequeña –le miró y disfrutó de sus ojos atemorizados y de su expresión confusa, cuando intentaba expresarse con la boca amordazada –Yo creo que tiene un tamaño perfecto- seguía masajeándole y procuraba ralentizar al máximo el ritmo, para alargarle en la tortura –ni muy grande –volvió a fijarse en sus ojos –ni tan pequeña.

Él se sintió inexplicablemente feliz con aquel comentario. Quizá sería que ya no podía pensar con claridad. Ella lo percibió y apartó la mano de su boca, sin olvidarse de pasar a continuación un dedo sobre los rosados carnosos labios, que, entreabiertos, dejaban escapar su cálida y húmeda respiración.

-Más… -la palabra fluyó sin mucha razón

-Quieres mas? De verdad?

-Sí, por favor.. –Creía que iba a reventar, aquello era muy bueno, distinto e cuando él mismo se masturbaba, pero más lento y delicado

-Vale… tienes pinta de saberme bien… Seguro que nadie te ha hecho esto. Te encantará.

El siguió los movimientos de la chica, primero con temor, y luego sin reparo alguno. Ella se había puesto de rodillas, y había empezado a pasar su lengua por todo su órgano. Le daba lametones, a veces tímidos y perdidos otras veces, más fuertes, como si intentase saborearle. Él movió un poco su pelvis, hacia delante, pera intentar decirle que aquella tortura no era suficiente, a pesar de que se sentía a punto de desmayar. Pensar que la lengua que le estaba proporcionando tanto placer, la había tenido dentro de su boca hacía tan poco… sentir ese tacto tan suave y húmedo, haciéndole delirar

Gimió con fuerza, cuando ella al fin se metió su pene en la boca y empezó a succionarlo con delicadeza, a la vez que lo masajeaba con las manos y hacía mil virguerías con aquella lengua tan flexible.

-Ah… Dios!! –volvió a exclamar; aquello se ponía cada vez mejor; ya no encontraba desagradable sentir cómo su sudor se deslizaba y caía desde su frente, mojándole el pelo, goteando desde su nariz, o escurriéndose por su cuello y su espalda. Instintivamente, comenzó a embestir tímidamente, al compás de las succiones y mimos de su amiga, que lo disfrutaba con cierta maldad.

Cuando al fin probó el líquido preseminal del chico, hizo una pausa.

-Quieres que me lo trague?

-Tragar? –Él seguía moviéndose, por inercia

-Te vas a correr… quieres que me lo trague, o quieres hacerlo en mi cara?

-Haz lo que quieras pero no pares!- No podía ponerse a pensar en ello.. no podía concebir que alguien quisiera plantearse ahora un dilema así

Ella prefirió no mancharse, y tragarlo todo, para poder degustarle; en verdad, tenía muchas ganas de hacerlo. Hacía tiempo que había estado deseando algo así con él, y al fin, aquella noche les habían dejado solos. Una leona, a solas con su presa, a punto de probar su sabor… Amargo, como todos, pero levemente diferente. Con un punto más picante y dulce, dentro e su amargor. Un sabor único y genuino que él mismo no debería perderse.

Cuando el dejó de eyacular, ella reservó un poco de su semen en la boca, y fue directa a besarle, a hacer que el también se lo tragase, hacerle caer en su cruel trampa. Él no se separó enseguida, es más se molestó en descubrir qué era esa cosa extraña que se encontraba en la otra boca, hasta que finalmente picó el anzuelo y también lo tragó, sin separarse de ella hasta que el sabor hubo desaparecido del gusto de ambos.

-Te ha gustado, verdad? –ella había "vuelto a la normalidad" y le acarició la cara y su pelo. Él estaba sonrojado y sudando, pero su cara mostraba una gran sonrisa relajada y de satisfacción

-Ha sido increíble –suspiró y resopló haciendo que se levantase un mechón de su pelo, sin llegar a apartarse de su cara –pero que ha sido eso último?

-No lo sabes?

-No… has comido chicle o algo así?

-No cariño. Deberías de saberlo –sonrió

-Qué?!

-Lo que has probado… era tu propia leche.

Él se quedó planchado, y serio, y se llevó la mano a la boca, como si fuese a vomitar. No podía creérselo esperaba cualquier cosa menos aquello, y menos viniendo de ella. Ella no podía haberle hecho esa jugada, no después de lo que acababa de hacer

Su "desvirgadora" le miró otra vez con crueldad, y miró su reloj, fingiendo sorpresa.

-Mira que tarde es! Mi madre me va a matar. Deberías de darte prisa, perderás el bus… -canturreó, y se relamió con una sonrisa picarona. Se giró y dio unos pasos alejándose de él, pero se paró. –que sepas que sabes muy bien… no lo crees así? Hasta luego… porque te veré, no?

-Supongo… yo

-O quieres que le cuente a todos que te tragaste tu propia lefa?

-eh.. hasta el viernes

-Hasta el viernes!!

Y al fin, ella se marchó, dejándole sólo en aquel portal frío y oscuro, medio desnudo, y a menos de un minuto de que pasase el bus, tres manzanas más abajo.

Fin.