La Leona I

Una noche de fiesta por la capital, un garito, una mirada. Las dos mujeres se encontraron la noche adecuada en el momento preciso.

Sara se terminaba el ligero maquillaje, se acomodaba el pelo en un tupé y se miró por última vez en el espejo. Era la segunda vez que salía de fiesta por la capital, y la primera en un bar de ambiente gay. Llevaba unas zapatillas a juego con los pantalones ajustados. ¿Iba poco arreglada? ¿Debería vestirse mejor? Apenas le quedaba tiempo para ser puntual, y llegar tarde no le gustaba. Era un pequeño defecto que tenía. Cuando logró aparcar, sus amigas le señalaban el reloj de su muñeca, llevaban diez minutos esperándola.

  • Lo siento, no encontraba parking.

  • Ya, eso dices siempre Sara. Anda, vamos.

Entraron al local. La luz era débil, apenas se veían los sofás, las pocas mesas y la barra. Entre medias, grupos de mujeres que bailaban, se abrazaban, se besaban, y Sara intentando pasar entre ellas. Debido a su baja altura, apenas llegaba a la barra, y tuvo que ponerse de puntillas para pedir. Sonriendo, recogió la cerveza de manos de la camarera y se giró, esperando a que sus amigas llegasen a su lado. Mientras se llevaba el botellín a los labios, notó una fría mirada clavada en ella, y giró la cabeza, hasta encontrarse con su admiradora. Una mujer esbelta, delgada, probablemente deportista, con el pelo rizado y castaño, con reflejos pelirrojos. Llevaba en la mano una copa, pero no un vaso largo, sino un vaso más elegante. Sara recorrió con sus ojos desde los zapatos negros, subiendo por sus piernas, la falda ajustada, hasta su pelo, pasando por la blusa. Cuando se encontraron sus miradas, la joven se sonrojó y cambio su vista al frente, disimulando al iniciar la conversación con sus amigas. La noche prosiguió, entre bailes y copas, el alcohol en sus venas... Y Sara las miraba desde un rincón, sentada en uno de los sofás. Llevaba un par de cervezas, y no podía evitar sonreír al ver como dos de sus compañeras se acercaban despacio, rozando sus labios, hasta besarse. Agachó la cabeza. Lo echaba tanto de menos... Sentirse querida, protegida. Sintió como sus ojos se empañaban ligeramente, pero se le pasó cuando notó una mano posada en su hombro. Pegó un salto del susto, y giró la cabeza para ver a la mujer de la barra, la medio pelirroja.

  • ¿Puedo sentarme?

  • Eh, sí, claro. Siéntese.

  • No me trates de usted, no soy tan mayor, Sara.

  • Cómo sabes mi nombre. Y no es por la edad, es la costumbre. Respeto.

La mujer intrigante se sentó en el sillón de su derecha, y se cruzó de piernas, con una nueva copa en la mano.

  • Oí tu nombre y me quedé con él, Sara. Es bonito.

  • G-gracias...

Las horas pasaron, hasta el cierre del bar. Una vez fuera, las amigas de Sara desaparecieron emparejadas y con plan para el resto de la noche. Sara se giró para ver a la mujer morena a su lado. Se despidió de sus amigas y se dirigió hacia el parking, acompañada por la otra.

  • Tengo el coche aqui, ¿te acerco a algún lado?

  • ¿Podrías llevarme a mi casa?

Sara asintió en silencio. Una vez en el coche Sara encendió la música, para darle algo de vida a una conversación que se había agotado. Lo primero que salió fue algo de un grupo heavy, asi que cambio el cd a uno más suave tras pedir disculpas.

  • No hace falta que te disculpes, aunque me he asustado. - dijo riendo la mujer.

Ambas se rieron, y el coche parecía que había evaporado la tensión. Al poco tiempo, llegaron al piso de la morena.

  • Por qué no.. Subes y te tomas la última en mi casa.

  • Tengo que conducir...

  • Sara, si te pillan vas a dar positivo en alcohol, descansa un rato y luego te vas.

La joven agachó la cabeza, y aparcó en un sitio cercano. Tragó saliva al llegar al portal, donde la esperaba apoyada en la puerta. Veinte escalones después, la llave terminó de girar en la cerradura, y Sara sentía que el corazón se le salía del pecho. La mujer pasó y colgó el abrigo de un perchero, junto al bolso, e invitó a la joven a hacer lo mismo. En silencio, llegaron a la cocina, que se comunicaba con el salón gracias a una barra.

  • ¿Vino?- enseñó la castaña una botella a Sara.

  • Si, por favor.

El sonido del corcho, el chocar de las copas, el vino cayendo sobre el cristal, eran sonidos que Sara parecía oír más, quizás por el silencio o quizás por los nervios. Sara comenzó a andar por el salón, iluminado ligeramente por la luz de la cocina. En una enorme estantería de madera, se agrupaban libros de todos los tamaños.

  • ¿Te importa si miro tus libros?

  • Adelante, como en tu casa.

La mujer cogió su copa y se acercó despacio a ella, marcando claramente cada paso con sus tacones. Sara pudo distinguir algunos autores y libros, y sonrió ligeramente al ver que se asemejaba mucho a lo que ella solía leer.

  • ¿Le interesa el Arte?

  • No me trates de usted, o te quito el vino.- sonrió.

  • Perdón, Sofía. ¿Te gusta el Arte?

  • Un poco, sí, tengo una tienda de restauración. ¿Y a ti?

  • Estoy de becaria en una galería. Me gustaría tener una algún día.

Se miraron, y durante un instante, parecía que solo se oía el corazón de Sara retumbar en su cabeza. Pegó un trago largo a la copa y comenzó a ponerse roja. Notó como los cabellos medio pelirrojos se mezclaban con los suyos, la respiración de la morena en su cuello la hacia temblar.

  • Cuidado con el vino, Sara, es traicionero.

  • No, traicionero no. Un poco salvaje quizás.

Se giró y la besó.