La leche del butanero.
Una joven universitaria deja entrar al hombre del gas en casa.
LA LECHE DEL BUTANERO.
¿A quién se le ocurre abrirle la puerta al hombre de la bombona de gas, al butanero, vestida con un escueto camisón de dormir rojo? Las prisas por que no pasara de largo el camión por la mañana temprano y te quedaras sin gas todo el fin de semana te han llevado a ello. La prenda te cubre justo tus intimidades: tus jóvenes y firmes senos de chica de 19 añitos, tu entrepierna y los macizos glúteos. Ahí termina la tela roja, coincidiendo con el final de tu culito, un par de centímetros más abajo.
La presencia del hombre en tu piso alquilado de estudiante debe durar poco, lo que tarde él en llevarte la bombona hasta la cocina y el tiempo que tú emplees en pagarle. Será un minuto, dos tal vez. No verá nada comprometedor, si no sucede ninguna anomalía, simplemente a una jovencita ligera de ropa.
Cuando le abres la puerta, se queda asombrado por lo que tiene delante. Te recorre en un segundo con su mirada, como si quisiera devorarte por completo. Se fija en tus pechos ocultos desnudos bajo el camisón, en tus muslos, luego te mira directamente a los ojos aún con la boca abierta. En ti se mezcla una doble sensación de halago (¿quién no se siente bien al provocar ese reacción en otra persona?) y de incomodidad por la situación. Le dices que te siga hasta la cocina. Un par de pasos detrás de ti el hombre se deleita ahora con el majestuoso espectáculo de tu trasero en movimiento, mientras su polla crece de tamaño bajo el pantalón del uniforme de la empresa de gas. Con tu caminar el final del camisón se levanta un poco y deja ver el inicio de los glúteos. El butanero no pierde detalle y ha visto ya esa parte de tus nalguitas al tiempo que siente su miembro cada vez más erecto y tieso. Ya le has indicado dónde debe colocar la bombona de gas y él saca la que está vacía y la reemplaza por la nueva.
Llega el momento de pagarle. El hombre no deja de contemplarte cada vez con más descaro. Te pones un poco nerviosa ante las miradas lascivas del individuo y esto hace que al abrir tu monedero para extraer el dinero varias monedas se te caigan al suelo. Tu reacción instintiva es la de inclinarte con rapidez para recogerlas, sin pensar en que al hacer este brusco movimiento el camisón se te subirá por detrás hasta dejar al descubierto completamente tus glúteos. Y justo eso es lo que sucede: mientras te inclinas para recoger una de las monedas, todo tu esplendoroso trasero, sin bragas, sin una mísera tira de un tanga que se hunda en tu rajita y al menos oculte la última parte del culo, desnudo, queda a la vista del hombre del gas. Te das cuenta de lo que ha ocurrido al sentir el camisón sobre la parte baja de la espalda. Te levantas inmediatamente pero aún quedan más monedas en el suelo. El hombre no hace nada por cogerlas, sino que espera a que seas de nuevo tú la que tengas que agacharte. Lo vuelves a hacer, esta vez con más cuidado pero no puedes evitar que otra vez te quedes semidesnuda ante los ojos deseosos del individuo. Tus mejillas se enrojecen de la vergüenza y recoges al fin la última moneda. Antes de que puedas reincorporarte, notas sobre tus nalgas algo duro, caliente y un poco húmedo a la vez en la parte final. Giras un poco la cabeza y confirmas tus “sospechas”: el hombre del gas se ha sacado su polla y la tiene pegada a tus glúteos, rozando piel con piel. No quieres ni moverte, estás paralizada. Y eso es lo malo: al no reaccionar, al no rechazar las intenciones del butanero, éste se envalentona y comienza a restregarla sobre tus nalgas y a deslizarla sobre tu raja del culo. Sigues sin apartarte lo más mínimo, sin reprocharle su actitud, sin gritarle que pare.
¿Qué es lo que te ocurre? ¿Por qué no se lo impides? ¿Por qué dejas que un desconocido maduro te haga eso? Yo lo sé: cuando escuchaste la llegada del camión del gas, te estabas masturbando, estabas haciéndote unos dedos y esa llegada te interrumpió en plena excitación, cuando se acercaba el momento de la explosión de placer. Te pusiste el camisón de forma apresurada para cubrirte un poco para cuando entrase el individuo. Pero tu coño estaba empapado y palpitando, quería seguir y que terminaras lo que habías empezado, al igual que tu ano, al que también habías estado perforando con varios de tus dedos. Pensabas continuar en cuanto se marchara el butanero, pero ahora acababas de sentir su miembro gordo sobre tu trasero, ese movimiento, la humedad de la punta, la fricción sobre tu raja…y ardías por dentro, te quemaba el deseo. Ya no harían falta tus delgados dedos: tenías una auténtica polla a tu disposición.
El individuo entiende que con tu falta de reacción le das permiso para hacer lo que quiera y no tarda en despojarte del camisón hasta dejarte en pelotas ante su mirada. Tú, sin embargo, mantienes la postura, inclinada, con el culo en pompa. Se lo estás ofreciendo, es una tentación para el maduro. Pone las manos sobre tus nalgas, te las separa y de un golpe seco te clava toda la tranca hasta el fondo. Lanzas un grito de dolor y de placer al mismo tiempo y comienzas a notar el continuo e incesante bombeo de aquella polla venosa y gruesa. Te está partiendo el culo con una maestría y experiencia innegables. El individuo empuja cada vez más fuerte, más rápido y acompaña sus embestidas con cachetadas sobre tus blancas nalgas que pronto comienzan a enrojecer ante esas palmadas sin piedad. Tu sexo te quema, arde, y los flujos te chorrean por la cara interna de los muslos, piernas abajo. El ritmo de penetración es ya frenético y estás a punto de llegar al orgasmo. Al hombre tampoco le queda mucho para correrse. Un empujón más con las caderas, otro más fuerte. Notas como su polla te llega hasta lo más profundo, y estallas de placer por fin de manera descontrolada. En pleno éxtasis sientes cómo la leche hirviendo del butanero fluye a chorros desde su glande hasta tus entrañas dejándote llena entera.
El hombre no retira su verga hasta derramar dentro la última gota. Luego te saca el pene de golpe, toma tu camisón del suelo, se limpia con él los últimos restos de esperma sobre la punta de su miembro y vuelve a arrojar la prenda al suelo, antes de meter su verga dentro del pantalón y marcharse de tu casa, dejándote desnuda y con el ano bien follado y rezumando blanco y viscoso semen.