La lección

Mónica nunca se hubiera imaginado que aquella nueva amistad con esa chica acabaría como acabó...

La lección

Nada. Llevaba dos horas paseando por el centro comercial y no encontraba nada que me llamara la atención. Había mirado blusas, minifaldas, hasta zapatos de tacón alto – que nunca me canso de ellos -, pero nada. Mi cura infalible después de un desengaño amoroso no me servía esta vez. Esta vez me había dolido, pues realmente estaba colada por él.

Llevábamos ya un año saliendo juntos. La cosa funcionaba. Yo estaba muy contenta de haber encontrado a Jordi. Nunca me hubiese imaginado que el vicepresidente ejecutivo de una multinacional electrónica se fijara en mi, una becaria de veintidós años, en prácticas, en su último año en administración y dirección de empresas. Al principio de nuestra relación me decía a mi misma: - Mónica, no te engañes, éste es el típico rollo entre el jefe y la becaria -. Pues sé que tengo un buen tipo y que mi cuerpo, aún menudo debido a mis 165 cm y 55 quilos, es objeto de deseo de muchos hombres. Mi carita angelical de ojos azules, mi larga melena rubia, mis pechos pequeñitos pero bien firmes y mi culito moldeado por cuatro horas semanales de spinning en el gimnasio hace que los chicos caigan rendidos a mis pies. Y eso es lo que creía al inicio de mi relación con Jordi. Pero casualidades de la vida, que cada vez me fui colando más por ese hombre de negocios. Era atento, considerado, guapo y rico. ¡Qué más podía pedir! Por eso el viernes por noche fui a buscarlo al trabajo por sorpresa para llevarlo a cenar en uno de los restaurantes más románticos de la ciudad. Me pongo uno de mis vestidos de noche más sensuales, un traje negro de satén ajustado que marca toda mi esbelta silueta abierto por la espalda. Llego a las oficinas. Saludo al portero, mientras éste se me queda mirando atónito. Cogo el ascensor hasta la octava planta. Me dirijo hacia el despacho de Jordi. Y me detengo justo antes de picar a la puerta ya que oigo sonidos extraños. Miro por la puerta entreabierta y le veo. Le veo. Lo vuelvo a mirar ya que mis ojos no dan crédito. Mi Jordi se estaba tirando encima de la mesa a la guarra de contabilidad. Una niñata siliconada un poco mayor que yo para la cual la frase en tu casa o en la mía era la forma habitual de iniciar una relación. Me di media vuelta sin hacer ruido como si no hubiera pasado nada fuera de lo habitual. Me despedí con normalidad del portero. Me dirigí hacia casa repasando mentalmente la lista de la compra de mañana. Llegué a mi pequeño apartamento en el centro. Vi un rato el televisor, ya que había programado el video para ver mi serie favorita, mientras cenaba unas tostadas con jamón. Y me fui a la cama. Donde tuve las fuerzas necesarias para tumbarme y echar a llorar. A la mañana siguiente me fui de compras.

Me siento en una terraza del centro comercial a tomar un agua cuando me fijo en una chica. Desde luego era una chica impresionante. Alta, morena, con un cuerpazo de impresión y unos ojos verdes en los que te podías llegar a perder. Vestía con una chaqueta larga de cuero negro, una camiseta blanca escotada que dejaba que se intuyesen dos pechos de medidas perfectas, un gran cinturón negro y unos tejanos viejos y desgastados. Además, llevaba una cinta negra en el cuello que la verdad es que daba mucho morbo. No había ningún hombre en aquella terraza que no le quitara la vista de encima. Pero ella se mantenía impertérrita, muy por encima de todos esos hombres que la miraban con lascivia. Ella tenía el control. Por un momento sentí envidia de esa chica. De cómo dominaba la situación, de que jamás un chico le haría a esa diosa algo como lo que me hizo Jordi. Sin duda ella debió darse cuenta de cómo la observaba porque se levantó dirigiéndose hacia mí.

  • Hola! Te importa que me sienta? - y sin esperar respuesta apartó la silla y se sentó.

  • ... No..., claro que no. Puedes sentarte... – respondí nerviosa aunque ella ya estaba sentada.

  • Me llamo Sara, y tu?

  • Yo Mónica

  • No he podido evitar ver cómo me observabas. Te gusto, quizás?

Esa pregunta directa me dejó atónita. Sin saber que contestar. Sí que alguna vez había tenido una relación lésbica, pero sólo había sido un rollo esporádico de una noche en la universidad, sin importancia. Aunque esa chica era guapísima y con un cuerpazo, que para que iba a engañarme, me ponía. Quizás si la hubiera conocido en otra situación, la cosa hubiera sido diferente. Pero hoy no, no me sentía con fuerzas.

  • No..., no me gustas. Bueno, sí. Sí me gustas. Eres una chica muy guapa. No quería decir eso. Esto... - Estaba muy nerviosa. No sabía qué decir. Así que inspiré hondo, me serené y le contesté: - Sí, eres muy guapa, pero a mi no me va ese rollo. Perdona si te he dado esta sensación. Yo no quería

  • Y entonces por qué no me quitabas el ojo de encima? – me preguntó seria cortándome en seco, y mirándome fijamente a los ojos.

Yo no sabía qué responderle. Así que le conté todo lo que me había sucedido anoche medio lloriqueando; y de cómo me había impresionado su completo desdén por todos los hombres que había a su alrededor. De esta forma empezamos ya a hablar de cosas triviales, y poco a poco nos fuimos conociendo mejor. Enseguida congeniamos pues teníamos muchas cosas en común. Me invitó a comer, donde seguimos hablando y conociendo. La verdad es que Sara era muy agradable. Daba gusto hablar con una persona tan sincera y directa, que no se andaba con preámbulos ni rodeos. Después de comer, Sara me invitó a su casa a tomar un café. Sé que era un poco extraño que una completa desconocida te invite a su casa, pero me dio muy buenas sensaciones esa chica y acepté. Sara tenía una pequeña casa en una colina justo a las afueras de la ciudad, en una zona residencial tranquila y apacible. Entramos en su casa. Era un pequeño chalet en una zona residencial. Tenía un gran comedor, con una escalera que subía hacía lo que intuía que debían estar los dormitorios. La casa estaba prácticamente vacía. Sara se disculpó, pues me contó que estaba de mudanza y prácticamente ya no quedaba nada en la casa. Nos acomodamos y seguimos charlando, mientras tomaba un café. Cuando me dijo:

  • Pues es una lástima que no te vaya este rollo

  • No te entiendo, qué rollo? – pregunté sin saber de qué me estaba hablando.

  • Ya sabes... – me decía mientras me apartaba el pelo con suavidad y me acariciaba el cuello

Me levanté del sofá inmediatamente.

  • Creo que ha habido terrible malentendido, Sara. Me tengo que ir. Lo siento. Me ha encantado conocerte pero, me puedes traer mi chaqueta, por favor?

  • Claro que sí, ahora vuelvo – me dijo con un tono de malicia que entoces no supe entender. Pasaron un par de minutos incómodos cuando volvió con mi chaqueta – Me permites? – Y al darme la vuelta pensando que Sara me ponía la chaqueta, me agarró con una fuerza inesperada la muñeca doblándome el brazo por la espalda. Yo incrédula no supe cómo responder, a lo cual Sara con la pierna me doblo la rodilla echándome de cara al suelo con ella encima de mí de rodillas con mi brazo aferrado siendo yo incapaz de moverme.

  • Sara! Qué coño haces? Que te pasa? – yo le chillaba sin entender todavía lo que estaba sucediendo. Fue entonces como sentí algo frío en mi muñeca acompañado de un clic metálico. Sara me torció el brazo esposado con el fin de aprovechar ese momento para asir mi otra muñeca y acabar de esposar mis manos juntas. Sólo entonces me di cuenta de la situación donde me había metido. Chillé pidiendo auxilio. Chillé con todas mis fuerzas cuando Sara me dio la vuelta y me abofeteó dejándome la mejilla sonrosada.

  • Deja de chillar de una vez, niñata. – dejé de chillar durante un breve momento para volver a pedir auxilio gritando con todas mis fuerzas. Pero no sirvió de nada. Sara me metió en la boca una bola de goma con una correa que cerró por detrás de mi cabeza. – Mmmmmmmm! - Yo intentaba gritar, pero me era imposible emitir ningún sonido audible y se me llenaba la boca de saliva.

  • Shhhht, así estás más guapa, mi cielo. Con la boca cerradita, como las niñas buenas – me decía mientras ponía su dedo índice en mis labios. – Y ahora vas a estar quietecita o voy a tener que enfadarme, cariño

Intento zafarme de ella pataleando pero Sara estaba preparada y me tenía a su merced. Cogió una cuerda, y con un nudo corredero me anudó las piernas por los tobillos. Estaba completamente inmovilizada e indefensa a manos de una completa desconocida. Estaba aterrada. No tenía ni idea de cómo iba a acabar aquello.

  • Así que a ni no te va ese rollo, eh? Primero me buscas en la terraza, me repasas de arriba abajo, me acerco, y me rechazas. ¡Me rechazas! A mi nadie me rechaza y menos como lo has hecho tu. Me has dejado en ridículo. Y lo juro que lo vas a pagar muy caro.

Estaba aterrada. Tenia mucho miedo. Esa chica estaba mal de la cabeza y no tenía ni la más remota idea de lo que iba a suceder. Me cogió por las muñecas y empezó a arrastarme hacia una habitación. Yo intentaba liberarme con todas mis fuerzas, gimoteando y llorando, pero no podía hacer nada atada y amordazada.

  • Me voy a divertir mucho contigo. Espero que estés de acuerdo. ¿Lo estás? ... Perfecto. Tomaré tu silencio como un sí. – esa mujer estaba mal de la cabeza. Cada vez tenía más miedo. Me llevó hasta una habitación y cerró la puerta.

  • Ahora, bonita, te voy a desatar las piernas pero te vas a quedar en el suelo como estás como la perra que eres. Y como intentes alguna gilipollez, te rajo tu preciosa carita. ¿Lo has entendido? – asentía mientras me rozaba la mejilla con una navaja.

Me desata las piernas. Me quedo en el suelo sin hacer nada por miedo de su represalia, pensando que si me llevaba bien y obedecía en todo lo que me decía, quizás tendría alguna posibilidad. Al cabo de un rato, noto como Sara me colocaba una soga en el cuello y como ésta me tira de ella estrangulándome. Pensé que era el final. Iba a morir ahorcada a manos de una loca sádica. Me pongo en pie rápidamente intentando sobrevivir un rato más. Cuando la soga dejó de tirar. Me obligaba a estar de puntillas para poder respirar.

  • Tranquila preciosa, no tengo intención de que esto acabe aquí. – Decía mientras me quitaba la correa con la bola.

  • Por favor, déjame marchar! – le pedí entre llantos y sollozos. – Te juro que no... – Plas!!!! Me soltó una bofetada en la mejilla

  • Cállate, zorra! Aquí no tienes derecho para hablar. Te juro que como vuelvas a abrir esa boca desearás no haberla abierto nunca. Sólo hablarás cuando yo te haga una pregunta. - Tras un breve momento, empecé a llorar. Era lo único que podía hacer. Llorar y esperar un milagro. Aunque intentaba disimular mis sollozos por miedo a posibles reprimendas.

  • Pero primero voy a quitar toda esa ropa. No la vas a necesitar ya. – Empezó desabrochándome la blusa poco a poco, y a bajármela hasta donde permitían mis manos esposadas a la espalda. Con el sujetador no tuvo miramientos. Con un par de cortes se deshizo de ellos cayendo al suelo y dejando al descubierto mis pechos. – Mmmmmm, preciosos. Son como dos manzanitas maduras – y mordisqueándome suavemente un pezón mientras con la mano apresaba mi otro pecho como si tuviera miedo que éste se escapase.

  • ¿Por qué... ? – dije con voz entrecortada

  • Shhhhht, no me obligues a cumplir mi amenaza. Por favor... – me contestó susurrándome al oído. Ya no me atreví a decir ni una palabra más. Continuó desabrochándome la minifalda. Ésta cayo al suelo, y detrás de ella fue mi tanga después de un pequeño corte que ni siquiera me rozó la piel. Estaba desnuda, esposada, y con una soga al cuello que me obligaba a estar de puntillas y a moverme lo menos posible. Entonces me colocó una venda en los ojos mientras le soltaba un por favor apenas audible. Seguidamente empezó a acariciarme suavemente colocándose a mi espalda y uniendo su cuerpo con el mío. Empezó acariciándome el cuello apartando mi larga melena. A sus dedos les siguieron sus labios que se entretuvieron mordisqueándome mi oreja mientras con un dedo me rozaba el labio sensualmente. Continuó con su dulce tortura bajando sus manos hasta mis pechos donde empezó a masajearlos suavemente. Se entretuvo jugando con ellos. Los acariciaba en círculos con ternura para luego aprisionarlos con fuerza el uno con el otro. Me tocaba suavemente mis pezones para después pellizcarlos inesperadamente emitiendo yo un gemido. Mis pezones iban poniéndose duros, lo notaba, y Sara también. Mi respiración se acelera, mi pecho se hincha cada vez más y unos pequeños gemidos escapan de mi boca. No sé si de ahogo..., o de placer. Las manos de Sara continúan su viaje por mis caderas llegando a mi cintura, donde una mano se detiene al llegar a mi monte completamente rasurado dando pequeños círculos. La otra mano, sin embargo, me la mete por detrás muy despacio entre las piernas buscando mis labios vaginales. Los acaricia hacia adelante y hacia atrás, excitando simultáneamente mi clítoris y los labios menores. De vez en cuando un dedo se introduce entre la carne. Cada vez estoy más excitada. Mi coño se va humedeciendo más y más, con lo que cada vez noto más los dedos de Sara. Y parece que Sara no se cansa. De vez en cuando, mientras me va sobando todo mi coño, lame mi cuello con la puntita de su lengua, me lo mordisquea, y yo cada vez estoy más excitada. Me muerdo el labio de placer mientras arqueo mi cuerpo por una nueva ola de placer. Mis gemidos son constantes y profundos, pero se entrecortan de forma súbita por la asfixia que produce el hecho de que con cada ondanada de placer, me relajo y caigo sobre mis pies. Es una terrible pero a la vez dulce tortura. No sé cuanto tiempo llevamos. Mi cabeza sólo piensa en mantenerme de puntillas mientras mi cuerpo está entregado completamente a este doloroso placer. Mis piernas, habituadas al ejercicio en bicicleta, no creo que aguanten mucho más. Me duelen como si un centenar de agujas se me clavasen en los gemelos. Empiezan a temblar agarrotados justo cuando el objetivo de Sara está a punto de cumplirse. Empiezo a notar como un calor que emana de mi ser. Un volcán a punto de estallar. No lo puedo controlar. Gimo y grito de placer. Me corro con un desgarrador grito, presa de terribles compulsiones. Un enorme caudal de flujo emana de mi coño. Abandono. Dejo de luchar. Me rindo. Caigo. Me ahogo. Se me nubla la vista. Me desmayo. Es el fin.

Cuando recobro el conocimiento me encuentro sentada en una silla. Me duele la cabeza. Me doy cuenta de que estoy en una habitación pequeña iluminada solamente por decenas de velas. Estoy sola y no puedo moverme. Estoy completamente inmovilizada. Sigo desnuda y tengo los tobillos atados a cada una de las patas delanteras de la silla. Y de cada uno de los tobillos sube la cuerda atando firmemente mis piernas a la silla obligándome a mantener bien separadas mis piernas y dejando mi coño al descubierto. Finalmente, la cuerda termina en mi cintura rodeándola y dando varias vueltas alrededor de mis muslos haciendo tensión para mantener aún más abierto mi coño. Mis manos las tengo maniatadas por encima la cabeza y dobladas hacia atrás. La cuerda debe estar atada en el respaldo de la silla porque la cuerda tira de mis manos hacia atrás obligándome a arquear mi espalda y manteniendo mi cuerpo en tensión. Vuelvo a tener la correa con la bola de goma en la boca impidiendo emitir ningún sonido ininteligible. No tengo ni idea del tiempo que ha pasado desde que perdí el conocimiento. ¿Minutos? ¿Horas? Parece ser que Sara se ha tomado su tiempo para dejarme en esa posición. Intento liberarme forcejeando pensando que una cuerda no era como unas esposas. Quizás pudiera soltarme. Así lo pruebo durante unos minutos, pero lo único que consigo es lastimarme las muñecas. La cuerda las rodea firmemente. Además, en la posición en que estoy prácticamente no podía moverme. Las piernas las tengo completamente inmovilizadas, y la tensión de la cuerda prácticamente impide ningún movimiento de mi torso. Ante la imposibilidad de hacer nada, intento chillar pidiendo auxilio. Pero lo único que consigo es llenarme la boca de saliva que no puedo tragar y me cae por el costado mojando mi cuello y mis pechos. Al cabo de poco, oigo unos pasos que se acercan a la puerta. Ésta se abre y aparece Sara con su mirada clavada en mi. Va vestida con unos tacones altos de aguja. Sus largas piernas caminan hacia mí envueltas por unas medias negras sujetas por unos ligacamas también negros que acaban en un tanga negro minúsculo. Todo forma parte de un corsé de cuero negro muy ajustado que aprisionaba sus grandes pechos, mientras que dejaba media espalda desnuda.

  • Veo que ya has despertado. – me dice mientras se sienta sobre mis piernas y me abraza susurrándome al oído. - Espero que antes hayas disfrutado tanto como yo. Y como perdiste el conocimiento, decidí continuar divirtiéndome yo solita. Por eso me puse un poco más cómoda. ¿Te gusto? Ah!, no me acordaba que no era tu tipo y que a ti no te van estos rollos. Pero tranquila, que esto no acaba aquí. Vamos a jugar un poquito más tu y yo.

  • Mmmmmm, mmmmmmm... – es inútil. Solo consigo llenarme la boca de saliva que se derrama por mi cuello.

  • Como disfruto viéndote así, Mónica. Eres una obra de arte preciosa. Mi obra de arte. Y al ser mi creación, tengo todo el derecho del mundo sobre ti. ¿No crees? – y seguidamente me lame mi cuello recorriendo la saliva que me cae hasta llegar a mis labios, mordiéndolos suavemente. – Tengo una sorpresa preparada para ti. Espero que te gusten las sorpresas. Me tienes que prometer que no vas a mirar. ¿De acuerdo? ... No me fío. Así que te vendaré los ojos. - Sara saca un pañuelo negro de seda que sin duda ya llevaba preparado y se dispone a vendarme los ojos. Yo me resisto ladeando la cabeza. Tengo mucho miedo y quiero estar preparada para mi próxima tortura. Pero todo era inútil. Apenas puedo moverme y a Sara no le cuesta mucho vendarme los ojos. Sara se levanta. Intuyo que se marcha. Estoy sumergida en una profundo silencio y oscuridad. Sé que en cualquier momento Sara me someterá a una nueva tortura. Y la incertidumbre de lo que va a acontecer hacia que por mi mente desfilen los más crueles castigos que puedo imaginar. Me revuelvo y lucho con todas mis fuerzas, pero tras cada intento, me doy cuenta de que no puedo hacer nada. Estoy en sus manos. Los segundos se me hacen minutos; y los minutos, horas. La espera es insufrible. De repente, noto una quemazón súbita en mi pecho que me eriza toda mi piel y que me recorre hasta llegar al ombligo. Emito un gemido de dolor que se amortece y muere antes de salir de mi boca. Sara me saca el pañuelo y la veo a mi lado con una vela inclinada sobre mi. – ¿Me has echado de menos, mi cielo? He traído un juguete con el que creo que nos vamos a divertir las dos. – e inmediatamente me va introduciendo un enorme vibrador por el coño. Es enorme, y con salientes por los costados. Me duele. Su tamaño es enorme, y los bultitos de sus paredes, lejos de excitarme hacen de él un mecanismo sacado de los relatos del marqués de sade. – Pero esta vez no vas a disfrutar tu solita, como antes. Pues esta porra tiene dos extremos.

Y ahora disfrutaremos las dos. Es justo, ¿no crees? – y se acomoda poco a poco hasta encajar su coño con el otro extremo del vibrador, que es idéntico al mío. A medida que éste penetra en ella, va soltando un suave gemido mientras se muerde el labio inferior y cierra sus ojos. Acopladas las dos a la perfección como un reloj de maquinaria suiza, Sara enciende el vibrador. Cada extremo de este se contornea con un movimiento ondulante a la vez que sus bultitos vibran de forma continua. Al principio grito de dolor mientras Sara emite suaves gemidos de placer. Por si fuera poco, Sara va dejando caer gotitas de cera de la vela sobre mi pecho, mi vientre, mi espalda, etc. Poco a poco, el dolor se va transformando en placer. Noto que cada vez estoy más húmeda. Cada vez que la cera impacta contra mi piel enrojecida, mi cuerpo es recorrido por una ola de sensaciones contradictorias de dolor y éxtasis que luchan para imponerse sobre mi. Mientras, Sara suspira al compás del vaivén del vibrador. Tiene todo el cuerpo empapado en sudor que le resbala por su espalda hasta llegar a sus pechos. Contornea su pelvis con el fin de buscar aun más el contacto con el vibrador. Y este movimiento hace que el mío se excite más pues nuestros coños están unidos. Su cabello le oculta media cara, y gotitas de sudor le caen por él hasta llegar a su boca por un mechón de su pelo. Su respiración cada vez es más acelerada, y su color más rojizo. Está a punto de tener un orgasmo. Hace ya rato que me ha librado de la cera de la vela, aunque ésta ya había dejado de ser un castigo. Ahora con una mano de masajea el clítoris mientras que con la otra de pellizca un pezón con el fin de obtener su ansiada recompensa. Mi ser también está a punto de estallar, y sólo espero a que llegue el momento pues es lo único que puedo hacer. Esperar. Al fin Sara no puede aguantar más y estalla en un desborde de éxtasis y desenfreno. Su coño se desborda inundando el mío, mientras de la pasión desatada Sara me clava sus uñas en la espalda. Este dolor causado acompañado de ver a esa bella y malévola ninfa correrse sobre mi provoca que yo también me corra fundiendo nuestros coños y orgasmos en uno. Sara cae sobre mí besando mi frente con una ternura que me sorprende. Estoy tan exhausta que mis párpados ceden y caigo rendida.

Me despierto. Estoy desnuda en una cama mullida y confortable, envuelta en sábanas de lino. La luz de la mañana se filtra por una ventana. Reconozco ese lugar. Es el dormitorio de mi apartamento. Me levanto de un salto y salgo al comedor. Registro todo el apartamento. Estoy sola. Sé que no ha sido un sueño. Aun tengo las marcas de las cuerdas en mis muñecas. Me echo a llorar. No sé si lloro de rabia por lo acontecido, o de alegría por saber que estoy sana y salva. Cuando me repongo, me acerco al teléfono para llamar a Jordi. Necesito en este momento a alguien que esté a mi lado. Cuando voy a coger el teléfono, veo en él un sobre con mi nombre. Sin entender nada, lo abro

Para Mónica,

Soy Sara. Te preguntarás por qué te escribo esta carta y por todo lo acontecido. Permíteme que te cuente. Yo también me fijé en ti en la terraza del bar ayer. Eras una chica muy guapa y parecías simpática, aunque se te veía triste. Me acerqué a ti porque como no dejabas de mirarme, pensé que podría pedirte una cita y salir contigo. Pero no fue así y me contaste lo sucedido. Me inspiraste mucha ternura, aunque preveía que ibas a cometer un grave error y volverías con ese cerdo de tío que te trató como un pañuelo. Así que decidí darte una lección con el fin de que entendieras que una chica como tú, al igual que yo, no debe dejarse tratar como hizo ese tío contigo. Nosotras somos las que debemos ejercer el control, pues lo tenemos. Y cuando aprendas esta valerosa lección, y estoy segura de que la has aprendido, ya ningún hombre podrá volver a hacerte daño nunca más.

Con cariño,

Sara

PD: No trates de buscarme. No me encontrarás

Y tuvo razón. Nunca más volví a saber de ella. Acabé mi último año en la universidad de las primeras de mi promoción. Entré a trabajar como ayudante de dirección en una multinacional y ascendí rápidamente. Nunca más volví a querer saber nada acerca de Jordi. Sin embargo, jamás olvidé a Sara.