La lámpara mágica 2ªT (12: reina)

Sé que es una bobada, que los reyes no existen, pero la magia de la navidad se adueña de mi, ja ja, ¡ostia puta!.

-Sombrera: ¿Qué dices Ratita? estará escogido ya hoy mi principe negro por Didac?

Ayer me lo dijo, me dijo que prestaría atención y hoy mismo ya me tendría escogido ese ser repelente al que le gustan los infantes. Al que curiosamente su repelencia le confiere para mi un encanto irresistible. Anteayer se me mostró con gran claridad este gusto particular mío, e incluso sentencié una fórmula científica: cuanto más repelente, abyecto, repulsivo sea mi amante, más me gusta. Esta fórmula se compuso en mi mente después de ser cogida por ese pintor del parque. Comparado con otros amantes era bastante normal, sin mucha tacha ni mucha gloria, y fue durante la cogida que yo fantaseaba otras cosas; que me estaba follando un zombi, un caco, en fin, seres despreciables que daban la vuelta en mi mente y se convertían en mis amantes predilectos. Y entonces me impuse un reto; buscar el ser al que más desprecio profeso. Los hay muchos, en diferentes intensidades y colores, pero hay uno que guarda gran intensidad de mi repulsión; los pedófilos.

Esas personas a los que gustan los pobres niños y niñas, que se les incha el rabo de ver un inocente chiquillo de 5 años jugar a pelota. Puaj, qué asco, hay que haber recibido muy duros palos en la vida para tener una mente con tal deformidad. Pero llámame masoquista o loca o... quizá es eso, que soy masoquista, en un aspecto muy diferente al de conocimiento popular, que consiste en una persona a la que gusta que le peguen y maltraten. A mi me gusta ser "maltratada" haciéndome el amor un ser, cualquiera, pero considerado por mi repugnante. Sí, definitivamente, hay instaurada en mi una perversión sexual de la que quizá nunca se ha tenido dato. Sin duda no soy el primer ser humano que la tiene, pero al ser tan rara, no es de conocimiento público.

Sería una mezcla de gustos por la gerontofilia, el masoquismo, añádele incesto, zoofilia, también un poco de pedofilia. En fin, que estoy hecha una joya, ja ja ja.

Pues bien Rata, yo te voy hablando en telepatía y estoy segura que tú lo captas todo, pero como no sabes hablar no contestas. Bueno pues, vamos a ir al parque, esta tarde, quiero dar tiempo suficiente a Didac para que me escoja el engendro. Mientras tanto tú y yo podríamos ir esta mañana a... ¿a donde? fua, qué importa. Yo te ato la correa y nos vamos a pasear, que para eso soy una linda mujer, para engalanar las calles con mi presencia, je je modestia aparte.

La casa ya está arreglada, por eso me arreglo un poco a mi con un vestido de sábado y tomando un poquito de plata tomamos rumbo a.. sin rumbo. Como hago a menudo permito al perro que decida donde ir. Soy yo la que lo sigo a él durante un rato, hasta que, siguiendo su iniciativa, impongo un destino fijo al que nos dirijimos; la zona ociosa. Precisamente el barrio donde se hospeda el centro comercial donde hace unos días, sin proponérmelo, conocí a Pablo, que me cogió en un probador de ropa y días más tarde, en mi casa ante la cámara. No, no tengo intención de volver a hacerlo con Pablo, sería como coger una costumbre, aparte de que dudo que me lo vuelva a encontrar, porque estas casualidades se dan una vez en la vida.

En fin, que llego al barrio ocioso y me dedico a pasear elegante por él. Debo estar como para echarme fotos, una bella mujer que soy de 20 años, bien vestida, bien cuidada, circulando presumida con el perro de una mano y el otro penduleando, je je, modestia aparte. Estamos en época navideña por lo que la zona está atascada de gente. La imagen es la típica que todos recordamos de niñas hubiendo ido estos días a ver los juguetes al centro comercial con los padres. Las calles están ensoñadoramente engalanadas, hay gente con grandes bolsas cargadas a todos lados, se escucha un leve hilo musical de canciones navideñas, y es que el ambiente navideño casi que se respira.

En esto que paso por delante un cúmulo de gente que está espectante a alguna cosa importante. Yo me acerco y estiro la cabeza, para ver de qué se trata. Es uno de los reyes magos, el rey blanco a juzgar por su larga y canosa barba. Que con un niño sentado en la falda parece que conversa con él.

Le debe estar diciendo chorradas, el niño le cuenta lo que le ha pedido en la carta y él le dice que sí, que si se porta bien se lo traerán todo. Como si no me acordará, a mi me hicieron, oh ilusa, lo mismo hace lustros. Paro aún sintiendo el desengaño y la absurdidad de la situación, me parece gracioso. Ver a ese niño del todo ilusionado por estar sentado en la falda de uno de los reyes magos, que le cuenta mil y una chorradas, pero que todos, niños y padres alrededor de ellos, miramos hechizados. Se me dibuja, sin quererlo yo, una boba sonrisa en el rostro. Sé que es una bobada, que los reyes no existen, pero la magia de la navidad se adueña de mi, ja ja, ¡ostia puta! De pronto noto algo que me tira de la manga izquierda, giro la cabeza confundida de realmente sentir algo y me encuentro a Beta, que como si Dios lo hubiera dispuesto de tal manera, ha hecho que nos encontremos aquí.

-Sombrera: ¡Beta! qué haces aquí!

-Beta: hola Sombrera, he venido a ver los reyes.

-Sombrera: pardiez, casualidades de la vida, ¿y tu abuelo Didac, está aquí?

-Beta: no, he venido con mamá.

Dice señalando una bella mujer al lado, que nos mira con la misma boba sonrisa que tenía yo hace un minuto.

-Sombrera: ¡hola señora! mi nombre es Sombrera y conocí a Beta hace una semana, y me parece una niña preciosa.

-Mamá: hola Sombrera, ya sé un poco de ti. Que hiciste de modelo para probar el vestido de mi hermana Eloísia y te estamos todos muy agradecidos.

-Sombrera: bien pues mire, hoy no tenía mucho que hacer y he venido a pasear por aquí con mi perro, y que bendita casualidad que me haya encontrado con Beta. ¡Eh guapa!

Digo pelizcándole la barbilla a la niña.

-Beta: je je je.

Seguimos Beta, la madre y yo juntos ante el cúmulo de gente un rato, hablando de cositas. De pronto a Beta le entra el capricho de ir a sentarse a la falda del rey.

-Beta: vaaa mamá, déjame ir, que quiero saber si me va a traer la muñeca... vaaaa.

-Mamá: uy, es que, me da mucha verguenza. ¿Porqué no te lleva Sombrera con él? Dime Sombrera, porqué no la llevas junto a Melchor.

-Sombrera: sí, porqué no. Ven Beta, que te llevaré junto al rey.

Tomo a Beta de una mano y nos acercamos al rei. Tenemos que guardar cola durante unos minutos, yo y ella cogidas de la mano esperando turno detrás de unas pocas personas, y al final nos toca. Avanzamos hacia él y dejo que Beta se le suba. El rey y Beta tienen la misma o muy parecidas conversaciones que ha tenido Melchor millones de veces; Beta le dice cosas con ilusión infantil y Melchor asiente lentas cabezadas consintiendo los mágicos caprichos de la niña. Sospecho que Melchor le dice a Beta que ya hay suficiente, que tiene mucho trabajo y que tiene que dar paso a otro niño, porque Beta se baja de él pero.

Me toma de la mano y posesa por la magia de la navidad me dice.

-Beta: ahora tú Sombrera, dile lo que quieres al rey.

-Sombrera: pero... je je... qué dices... eso eras tú que tenías que pedírselo, yo no...

-Beta: ¡sí, va! va, siéntate en él! y pídelo lo que quieres ¡vaaaa! por favorrr!

Mi ojo médico me dice que Beta va a estallar a llorar si no hago lo que me pide. Es una mamarrachada, sentarme yo con 20 años a la falda de Melchor para decirle lo que quiero, pero si no lo hago representará un desastre para Beta, y un día repleto de magia se convertirá en un cubo de basura lleno de residuos orgánicos.

-Sombrera: está bien, está bien Beta, le voy a decir lo que quiero.

-Beta: ¡bien, bien!!!!

Se me escapa la risa a mi y a todos los adultos que nos rodean, cuando concediendo el capricho de la niña me siento en la falda del rey.

-Sombrera: hola Melchor.

-Melchor: hola hija, dime, qué has pedido en tu carta.

Nadie nos puede oír por lo que no le sigo el juego en la conversación que mantengo con el rey.

-Sombrera: vaya chorrada ¿haces esto cada año?

-Melchor: pues cuando el hambre aprieta hija uno hace lo que sea.

-Sombrera: uy perdone, no se enoje porque merece usted todo el respeto del mundo.

-Melchor: si supieras lo crudas que las he pasado. Este admirable monarca que ves aquí sentado ha pasado días sin comer ni un mendrugo de pan y dormido entre 4 cartones.

-Sombrera: cuanto lo siento señor, pero ¿cómo se vio usted dedichado de la sociedad?

-Melchor: pues... muchas cosas... si juntas un poco de mala suerte con un mucho de mala suerte la cosa se derrumba encima de ti y no puedes hacer nada para detenerlo.

-Sombrera: sí, ya lo digo, que lo único medianamente justo que hay en el mundo es la navidad, porque tanto vale la ilusión por tener una pelota como por tener un coche.

-Melchor: claro pequeña, veo que no eres la típica cara bonita, aunque no por ello dejas de ser bonita.

-Sombrera: gracias por el cumplido pero... creo que ya va siendo hora de que deje turno para uno de los otros niños ¿verdad?

-Melchor: sí maja, ve con dios y se buena.

-Sombrera: espere un momento, ¿tiene donde dormir esta noche?

-Melchor: euh... me hospedo en un recinto de protección al indigente, donde me darán cena y cama hoy.

-Sombrera: yo le daré algo mejor, mire, pásese por esta dirección (le digo mi dirección).

El hombre se queda atónito al escucharme, yo no espero respuesta y me levanto para dejar puesto al siguiente.

-Sombrera: ya está Beta, dice que me lo va a traer todo.

-Beta: ¡que bien! ves como te lo dije que te sentaras!

Me junto con la niña y la madre que aún lleva puesta la sonrisa que supongo que tanto ella como el resto de adultos han traginado durante todo mi turno. La madre se me acerca al oído y me susurra un "muchas gracias" la mar de sincero. Acompaño a la pareja un rato más, paseando por la zona comercial y hablando chucherías con Beta casi todo el rato. Pero al cabo de ese rato me despido de ellas.

-Sombrera: ¡adiós señora, y adiós Beta, me tengo que pasar por el parque un día de estos!

Así es que una mañana que me esperaba aburrida me ha resuelto todo el día. Por la tarde no acudo al parque pues tengo "otro planes". La paso entera holgazaneando, escuchando la radio y preparando una copiosa cena que espero no comerme sola. A las 22 por fin suena el timbre, yo estoy vestida y peinada digna de una boda real. Abro la puerta y aparece otro rey, pero no disfrazado sino vestido también muy elegante pero con la discrección que marca su masculinidad.

-Sombrera: hola Melchor.

-Melchor: hola preciosa, apenas me acabo de creer que no fuera todo una broma pesada.

-Sombrera: claro que no, pasa.

Tenemos mi rey y yo una cena la mar de romántica, sonando música clásica y luces bajas. La cena resulta deliciosa, el postre no acaba de llegar, por lo que me vuelvo a sentar en el faldón de Melchor.

-Sombrera: me he olvidado de pedirle una cosa en la carta.

-Melchor: dímelo, aún estás a tiempo.

-Sombrera: me gustaría ser reina, aunque sólo fuera una noche.

-Melchor: eso está hecho.

Mi rey me toma en brazos y me traslada al dormitorio. Allí me desnuda con ceremoneidad a la vez que lo hace él. Jugamos largo rato a comernos mutuamente, pues tenemos toda la noche para nosotros. La hora H acaba llegando y me le monto encima, mientras lo cabalgo él me aprieta los pechos y yo grito en estampida, a la vez que recuerdo que este miércoles viniente volveré a ser hombre, por lo que aprovecho hasta el último temblar absorviendolo todo de él. Con mi estrategia de renovación energética de yogur, leche, fruta y nata, renovamos energías unas cuantas veces. Hacemos el amor como mínimo tres durante la noche. Al cabo de estas me acabo durmiendo abrazada a él y le entrego mi corazón, como se lo he entregado de forma virtualmente eterna a tantas personas estos días. Pero da igual, yo me siento su mujer y reina por una noche.