La Lámpara

De la fantasía a la realidad a veces no hay mucha distancia. Es cierto, siempre hay que tener cuidado con lo que se sueña.

No lo podía creer, ahí estaba yo temblando de nervios con mis muslos abiertos, con la sábana de esa cama de hotel cubriéndome hasta el pecho, sintiendo como un completo desconocido se comía mi vagina con prestancia tal que nunca había sentido esa sensación que me quemaba el vientre. Mi esposo estaba recargado en la cabecera a mi lado diciéndome al oído que me tranquilizara y que me concentrara en lo que sentía allá abajo. En una de sus manos tenía una lámpara de mano que traía siempre en las herramientas del auto, con ella iba a alumbrar lo que ese elegido que exploraba bajo la sábana me estaba haciendo en los últimos 5 minutos. Así como, de acuerdo a lo pactado, iba a encandilarlo deslumbrándolo con la luz y que él no pudiese verme, aunque lo intentara. Y nosotros sí.

Me llamo Guillermina, Mina me dicen y mi marido es Juan. Así es como empezamos a jugar.

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CAPITULO I – JUEGOS NUEVOS.

Varios meses teníamos trayendo a nuestro lecho todo tipo de fantasías cuando hacíamos el amor. Éramos un matrimonio maduro con dos hijos casi en los 20 años. Mi esposo de 45 y yo en los 39 años, morena, bajita de estatura y de cara atractiva. Algo rellenita, no mucho, con buenas mamas y cola muy levantada todavía. Mi orgullo son mis piernas, mis nalgas y mis pechos, no enseño nada de nada, no me gusta, pero mi marido nunca ha dejado de chulear esas características mías. Tampoco estoy diciendo que sea una belleza monumental, pero no soy fea y él siempre se ha preocupado por mi vanidad de mujer. Eso ha mantenido alta mi autoestima, pero últimamente como que no nos sabían tan lindos nuestros encuentros íntimos, digamos que en los últimos 5 años no éramos los mismos de antes. Pero una de esas noches de amor él con su cara en medio de mis pechos me dijo a bocajarro:

-¿qué tal que otro estuviera allá abajo, entre tus piernotas comiéndote mientras yo te chupo las tetas, mamacita?

-…mmmmhhh, ¿qué?, ¿cómo dijiste? Respondí habiendo escuchado muy bien lo que me dijo, y sintiendo además como mi vagina se abrió repentinamente como si ella también hubiese escuchado tal pregunta de boca de mi amado esposo, el único hombre que me había tocado en 20 años.

-¿no oíste?

-sí, amor, pero dímelo de nuevo… Le pedí mirándolo fijamente a los ojos, des tanteada y des tanteándolo, pero ardiendo instantáneamente.

-que ¿qué tal si otro estuviera allí abajo, lamiéndote la papayita mientras que yo me encargo de tus tetas lindas?

-me daría pena, pero qué rico, qué morboso.

-pena ¿porqué?

-pues de estar así con otro delante de ti. Sería feo.

-pero si es por mí, no te apures. Se supone que yo lo permití, ¿no?

-por eso, pero él sabiendo que soy tu esposa… hay no, qué horrible.

-pues no le diríamos que lo eras y ya- me respondió acercándome al orgasmo sólo de pensar en tal situación.

-me ve, mi amor. Eso me apachurraría moralmente, no soy tan valiente.

-bueno, imaginemos que estamos a obscuras y él debajo de la sábana, entre tus piernas comiéndote deliciosamente y yo con una lamparita lo alumbro para que si voltea a quererte ver, lo encandilo y no lo logra, pero nosotros sí vemos el trabajito que te hace en tu papayita, ¿cómo ves?

-hay, Juan, eres tremendo- le respondí. Mis piernas se estremecieron al imaginar una cosa así de loca.

Eso detonó algo que estaba guardado dentro de mí. Lo agarré de la cabeza con mis manos y lo acerqué a mis pechos para que me los chupara fuerte, diciéndole que me siguiera diciendo, que sentía muy rico con eso que me decía. Él mismo no lo podía creer cuando se bajó a mi entrepierna a nutrirse de mí como tanto le gusta siempre, desde novios. Cuando apenas sentía su boca en mi florcita él se alzó en sus brazos y con la boca embadurnada me dijo,

-¡mira cómo estás, mi amor, mira cómo me dejaste la boca llena de liquidito que tienes ahí!

-me siento muy mojada, mi vida… ¿porqué?, le pregunté pasándole los dedos por la cara, cerciorándome de lo que se la cubría.

-será por lo que te dije, nunca te habías mojado así que yo recuerde.

-no, ¿verdad?, me siento muy rara, como con calores, le respondí, llevándome un dedo a mi boca para probarme a mí misma.

-¿sabes rico, Mina?, me dijo mirando como me chupaba el dedo con calma.

-sí, mucho. No te creía cuando me decías que estaba dulce, le contesté cogiendo con mis dedos más de lo que le cubría la boca para llevármelo a la mía.

-cómeme más, Juan… le pedí como nunca. Jamás le había yo solicitado eso.

En lugar de eso se acercó a mi cara y me chupó la boca, devorándose lo mío. Yo abrí la mía y nos hundimos en un beso de aquellos que no nos dábamos en años. Yo, también contrario a mi modo de ser, bajé mi mano a mi vagina y me la empecé a recorrer completa sin dejarle de dar mi lengua en su boca, metiéndola lo más dentro que me alcanzaba, mirándolo como gozaba con sus ojos cerrados de mis besos. Ha esto, no dejaba de pensar en lo que me había dicho y pensaba que mi mano era la lengua de otro hombre que me atacaba mientras yo hacía disfrutar a mi marido con mis besitos. Él abrió sus ojos y me sorprendió mirándolo gozar, también bajó su mirada al sentir el movimiento de mi brazo.

-¿qué hace mi amor?, preguntó.

-qué me hacen más bien, le respondí, me miró sonriendo y repreguntó.

-bueno, ¿qué le hacen a mi amor?

  • me están comiendo, como tú no quisiste… están aprovechándome.

-¿quién se come a mi amor?

-un muchacho que me chupa muy bien, mi vida… mmmmhhhh…. Qué rico me come.

-¿sí, mi cielo?

-sí, mira, le respondí bajándolo de mí, echándolo sobre la cama para que me viera tocándome sola.

Nunca, pero nunca en nuestros casi 20 años de matrimonio había hecho yo semejante cosa, jamás de los jamases. Me asenté bien en las almohadas, bien recargada en la cabecera de nuestra cama y abrí mis piernas, apoyando mis pies en la sábana. Mi marido recargó su cabeza en mi hombro y miraba casi lo mismo que yo, mi mano subiendo y bajando lentamente sobre mi peludito pubis, y mis dedos sobre mi vagina humectada, empapada.

-hay amor, qué rico me chupa, le dije continuando con el jueguito nuevo.

-¿te gusta, mami?

-bastante, Juan, me encanta que me coman ahí, ya lo sabes.

-dile que se quite, que sigo yo.

-no, déjalo, me lo hace muy bien. Hasta que me deje bien chupada sigues tú, ¿sí?

-bueno, respondió mirándome como me masturbaba a las claras y me subía a la ola de la lujuria, tan rara siempre en nuestra vida en común, en nuestra intimidad.

-pero si quieres, para que no sólo estés mirándonos, dame tu pene para comerte mientras mi novio me come a mí, le propuse invitadora a la orgía virtual que teníamos.

Se enderezó ardiendo, con su miembro gordito pero corto y me lo acercó a la boca. Hacía tiempo que no se lo chupaba, mucho, desde nuestros primeros años de casados, era otra variante que recobrábamos en nuestra sosa intimidad. Con una mano lo sostuve entre mis labios y con la otra seguí arremetiéndome la vagina. Luego la retiré de su miembro y lo dejé que me la metiera por la boca sin meter las manos.

-¿te la va a meter tu novio, mi amor?, me preguntó dándome pequeños empujones con su pene en la boca, mirándome desde arriba. Yo moví mi cara a modo de negativa.

-¿no, porqué?, preguntó, me le separé y le dije,

-no, eso sólo tú me lo haces, sólo soy tuya. Y ya ven, métemela, ya no aguanto, le respondí bajándome bien a la cama y abriendo mis piernas para recibirlo. Me sentía muy ardiente.

Fue el mejor sexo que tuvimos, el mejor de todos. Lo hicimos durante horas. "Mi novio" siempre estuvo presente, ya fuera besándonos o haciéndolo chuparme la vagina, siempre "estuvo" ahí con nosotros. Incluso cuando mi marido me comía el sexo, le decía "mi novio", sobreponiéndolo a él que era quien realmente me satisfacía, pero toda la noche estuvimos inventando utopías. Hasta cara, cuerpo y algo más le pusimos entre lo dos:

Alto, 25 años, moreno, muy fuerte. De grandes ojos color café oscuro y largas pestañas, cabello largo al cuello, con bigote y de barba cerrada… y de pene grande, más que el de él.

-¿qué tan grande, mi vida?, me preguntaba mi esposo entre nuestros respiritos, bien abrazados los dos.

-pues grande, mi amor. Más que el tuyo, le decía yo, descarada de mí.

-pero, cuánto, me retaba a responderle.

-unos 20 centímetros y bien gruesa, le decía yo dando la medida con mis dedos índices y entornando los ojos, dándole a entender que así lo deseaba realmente.

-mamacitaaaa…. Me respondía y me lo hacía de nuevo. Todo un éxito que fue el jueguito.

Así se nos pasaron los meses disfrutando, ambos, de "mis novios" durante las noches y hasta las tardes en que nuestros hijos no estaban en casa. Poco a poco fuimos agregando nuevos participantes a nuestros momentos íntimos. Maduros, jóvenes, muy jóvenes, rubios, pelirrojos y hasta negritos "invitamos" a acompañarnos. Pero nunca acepté, metafóricamente, que ellos me tuvieran completa, nunca llegué a "permitir" que me penetraran. Dentro de la lujuria desbocada que nos invadía, siempre tenía un feo sentimiento hacia esa variante, no me convencía el soñar con que otro me poseyera delante de él, de mi muy amado esposo y padre de mis hijos. Pero ya había "cedido" a chupar sus grandes miembros, siempre de 20 centímetros, esa medida era estándar en nuestras figuraciones y lo imaginábamos cuando me chupaba la vagina mientras yo se la estaba chupando a uno de ellos.

Él cuando me veía muy caliente, casi desfallecida de lo excitada que me ponía, me decía,

-¿está buena, mi amor, está rica?

-deliciosa, papi, la tiene muy rica, mmmmhhhh…. Mira como se la como… está muy cabezona y bien gorda., le respondía yo notando como me chupaba con más ahínco mis partes con los insanos comentarios que la hacía yo. Era como si siempre descubriéramos nuevos detonantes de nuestra sexualidad, cada noche salía algo nuevo y perverso en nuestras fantasías.

CAPITULO II- VIAJANDO.

Nuestro amor cogió su segundo aire, lo amo más cada día. Y él, ni en sus viajes de trabajo me quiere dejar en casa y me llevaba con él. Hasta una semana nos pasamos de viaje dejando a nuestros hijos solos que como ya están grandes, no hay problemas al respecto y salimos de la ciudad conforme se le ofrece a él. Por el día yo permanezco en el hotel mientras él visitaba a sus clientes, o salgo de compras a los centros comerciales de las ciudades a donde vamos.

Uno de esos viajes es en donde inicio mi historia al principio del relato. El último que hicimos.

Nos fuimos ese día, hace una semana a una ciudad a 600 kilómetros de la nuestra, la más lejana de las que visita mi marido. Al medio día fue por mí al hotel para llevarme a comer y nos metimos a un centro comercial muy grande a buscar un lugar. Mientras pasábamos por los aparadores de las muchas tiendas que ahí hay, miramos uno de ropa para dama, muy atractiva. Miramos las prendas, pequeñas y pegadas al cuerpo y me ofreció comprarme un juego de falda y blusa por fuera, todo en color negro, muy relevador para mis gustos. No muy convencida le dije que me lo probaba antes para ver cómo se me veía. Así que entramos y pedí el trajecito en mi talla. La chica me lo trajo y me metí al probador y me, literalmente, enfundé la ropa. Mis pechos redondos, mis amplias caderas y mis muslos se dibujaron debajo del negro del traje, la mitad de mis piernas quedó al descubierto, y bien apretadas por lo estrecho de la faldita de tela suave.

Salí para pedir el visto bueno de mi marido y sólo con notar sus facciones cambiar, intuí que iba a pagar por él sin mucho pensarlo. De inmediato le dijo a la empleada que me lo iba a llevar puesto y sonriéndome al sentirme adulada por su reacción sólo me devolví adentro del vestidor a traer mi jeans y mi camiseta amplia. Salimos y no se hicieron esperar los comentarios aduladores de mi marido al notar lo bien que me sentaba, todavía, ese tipo de ropa. No sé si él lo notaría, pero las miradas de algunos de los hombres que pasaban junto a nosotros me atendían claramente, apreciaba como ellos ponían cara de ver algo que les gustaba mucho. A pesar de que yo llevaba unos zapatos de piso y de que más bien soy chaparra, los señores que pasaban, algunos de ellos, hasta se giraban para verme ahora por detrás. Yo me tomaba con más fuerza del brazo de mi esposo, no estaba acostumbrada a eso.

Comimos y seguimos de paseo por la plaza comercial. Cada momento me sentía más relajada con las miradas de algunos curiosos viejos que se nos cruzaban por el camino, poco a poco hasta me sentía ensalzada con eso. Al pasar por una zapatería le dije a mi esposo que me comprara unos zapatos bonitos para el traje y entramos a escogerlos, desde luego que me compré unos bien modernos y de tacón muy alto. Sin que él dijera nada, le dije a la vendedora que me los llevaba puestos, así que, mientras él iba a la caja a pagar, en la misma zapatería jalé la mirada de un par de tipos que ahí se encontraban comprando o acompañando gente. Eso me dio la idea de acercarme a un espejo para ver lo que habría yo cambiado con esos tacones… y pues sí que lo había hecho.

Mis pechos se erguían desafiantes, mis caderas ganaban volumen y líneas más sutiles y mis piernas se miraban muy largas y atractivas, hasta sentí como se humedecía mi conchita con esa visión, no lo podía creer. Mi marido vino a mí y me cogió por la cintura rodeándome por el estomago con un brazo, se agachó y puso su barbilla en mi hombro para ver lo que yo veía atentamente en el reflejo del espejo.

-estoy muy buena, ¿verdad mi amor?, le pregunté de golpe. Me desconocí.

-estás que te caes, chiquita, me dijo el oído subiendo la vanidad y la calentura que yo sentía.

Avanzamos y lo tomé de la mano. Yendo tras él, contrario a mis costumbres, antes de salir de allí, volteé y le dirigí una mirada al más joven de mis dos "admiradores" y le sonreí con simulado delito. Él se quedó mudo, hasta se le cayó un zapato que sostenía en su mano. ¿Tanto así había cambiado en unos minutos? Lo noté, lo notamos más bien cuando salimos de la zapatería y ahora todos los hombres me miraban con expectativa por los pasillos del mall; era increíble lo que provocaba yo, una simple ama de casa que nunca se había dado cuenta de tal cosa. Desde luego que mi esposo se dio cuenta del éxito que tenía su seria esposa entre el sexo opuesto.

-mira como te ven esos canijos, me dijo.

-son bien bobos, mi amor. Déjalos que miren algo bueno. Le respondí retadora, provocando que me agarrara de la cintura y me atrajera a él para darme un buen beso en la boca, como cuando éramos novios. Era de no creerse como casi lo alcanzaba en estatura, no se tuvo que agachar mucho para darme su boca.

-traigo muchas ganas, mi vida, le dije cuando nos separamos después del beso. Sentí claramente mi vagina cuando dio un suspiro y expulsó un poco de moquillo, me sentía muy excitada con todo eso de las miradas de los señores y jóvenes que ahí andaban.

-¿ya mi amor?, si apenas son las 4 de la tarde, me respondió.

-es que con las miradas de los hombres me dan ganas, como que se me moja mucho mi parte, ¿porque será, mi cielo?, ando empapada, le dije sincerándome con él.

-pues será porque sientes sus ganas de tenerte, ¿no?

-¿tú crees?, ¿tú crees que me quieran hacer cosas?, le pregunté alejándome de él, mostrándome entera disimuladamente a sus ojos.

-¿y cómo no?, estás re buena, mamita.

Nos reímos y seguimos nuestro camino. A los poco pasos me dijo que mirara rápido su bragueta y lo hice,

-¡mi cielo!, ¡lo traes muy parado!, le dije asombrada por eso tan raro en él cuando andábamos en la calle.

-así me pones mi amor, bien malo, respondió.

-pues ya vámonos al hotel, ya no aguanto las ganas de que me comas la cosita, ¿si?

Nos subimos al coche y enfilamos al hotel donde estábamos hospedados.

-mira lo que te vas a comer, papito… le dije mientras manejaba el auto, subiendo mi falda hasta casi enseñarle mis pantis para que viera completas mis piernas vastas.

-ahorita te las voy a chupetear todas, vas a ver, me respondió masajeándolas con su mano libre. Qué emoción, parecíamos recién casados. Así llegamos al hotel y entramos.

No faltaron las miradas de los hombres que estaban en el lobby cuando él fue por la llave a la administración. Jóvenes y viejos usaban su vista al 100% para verme toda, me sentía rara con eso, nunca había sido el centro de tanta atención. En el elevador él me lo dijo, la manera en que era vigilada por los hombres.

-si, ¿verdad?, y no viste al muchacho que estaba en la zapatería, casi babeaba el pobre, le respondí queriendo empezar a subir la temperatura del momento.

-hasta vi las miradas que se cruzaron, ¿Cómo de que no?

-no es cierto.

-sí es cierto, te vi claramente por uno de los espejos. Casi se derrite el pobre chavo.

-hay amor, no lo hice a propósito, perdóname, le dije sinceramente apenada ya que nunca había mirado a hombre alguno, mucho menos cuando iba con él.

-no, si me gustó, descuida. Te conozco y sé que no eres así, mi cielo, no te apures.

-¿cómo que te gustó?, no entiendo.

-sí, me gusta verte viva. Saber que eres una mujer que le gusta sentirse gustada por los hombres, ya habías perdido eso, ¿no?

-pues sí, la verdad sí. Ya ni me importaba llamarles la atención a los hombres. Qué bien me conoces, le dije muy convencida de que tenía a la persona de mis sueños conmigo toda.

Ahí en pleno elevador nos fundimos en otro beso y hasta sentí sus manos en mis nalgas apretando el volumen entero y redondo de ellas. Cuando me acercó y me pegó a su cuerpo, creí sentir como me recargaba su miembro erecto en el estomago.

-está muy parada, mi amor, le dije dándome unos tallones en ella con el pubis.

-si, mi cielo, ya me duele.

-horita te la calmo, le dije pasándole la lengua por los labios.

-¿cómo?

-así, con mi lengua te la voy a recorrer toda, desde la cabecita hasta donde empieza, muy despacito

-¿y si viene el muchacho de la zapatería por ti?, ¿con el que coqueteaste?

-pues a él también

-a él también, ¿qué?

-a él también se la lamo toda.

-¿serías capaz?

-sí, mi amor… está muy guapo, como me gustan.

-mamita, vas a hacer que me venga aquí mismo, eres lo máximo.

-no, espérate, quiero que me des mucho, muchísimo, todo la tarde y toda la noche

-mi vida, no aguanto tanto, ya no, ya estoy viejillo- me dijo sintiendo como ya me había apoderado de su miembro y lo acariciaba sobre su pantalón sin dejarle de pasar mi lengua por sus labios.

-pues entonces vas a tener que traerme a otro, porque yo ando muy caliente, cielo. ¿Qué vas a hacer?

-pues lo que tú me pidas, mi amor, como siempre.

-pues si no vas a poder conmigo, me vas a ir a buscar al muchacho de la zapatería. No me quiero quedar con ganas, ¿cómo ves?

-mmmmmhhhhhh….. y a ese ya no lo voy a encontrar, ¿cómo crees que va a seguir allí?

-ese es tu problema. Entonces, o me cumples en la cama o me buscas uno parecido. Así de buenote, para comérmelo todo y que me la coma a mí.

CAPITULO III- IRRECONOCIBLE

Cuando llegamos al piso que nos correspondía él iba casi al borde del clímax, un poco más y se hubiera venido en el pantalón. No podía abrir la puerta porque yo me interponía entre ella y él, no dejaba de comerle la boca y de agasajarle la entrepierna, estaba muy ardiente y no me controlaba con nada. Cuando por fin abrió, ni cerraba la puerta cuando le bajé el pantalón y el calzoncillo para caer de rodillas y engullirme completo su cortito pero grueso pene, le daba unas chupadas tremendas como si quisiera arrancarlo de su cuerpo. Me era escaso su tamaño, me lo metía hasta la garganta, no sentía náuseas ni malestar alguno, me parecía un caramelo muy sabroso, sólo eso. Siempre el miembro viril de mi marido había sido más que suficiente para mí, pero esa noche no lo era y no lo fue.

A los minutos estalló en mi boca. Como mendiga necesitada me tragué todo lo que me dio, parecía que no hubiera comido en días. Me levanté y caí de espaldas en la cama de un salto, me bajé mi calzón a tirones y lo aventé con mis pies a un lado de la cama gritándole,

-¡ven, mi amor, cómemela ya!, abriéndome de piernas, vestida con el traje que me compró y con los zapatos puestos me acariciaba yo sola la vagina tan expuesta que sentía mis dedos entrar fácilmente. Me sentía ebria, nunca había bebido nada de alcohol, pero me imaginé que así se apreciaría.

Él se vino tras de mí tambaleante porque mi sexo oral había sido sumamente fuerte y aun no se reponía de eso. Pero como pudo cayó de bruces ante mí y mis piernas abiertas para satisfacerme ahora a mí, su inédita esposa. Con mis manos lo acabé de sepultar en mí, sintiendo como el pobre se esforzaba por no quedarme mal. Sentía su aliento esforzado, como si no pudiera terminar de tomar aire después de lo que le hice. Pero no me era suficiente, la mujer que él mismo había despertado no completaba con eso, necesitaba más fricción; así que sin decirle nada me le retiré y lo puse boca arriba para ser yo la que tuviera la posición privilegiada y me le monté en plena cara para darle uso a mi antojo. Así lo tuve debajo de mí, utilizándolo oralmente, como nunca. Él me tomaba del culo, de ambas nalgas no sé si acariciándomelas o tratando de dosificar mi desbocada intensidad, lo ahogaba con mi fuerza, con mi peso y con mi entrepierna alocada.

Hasta que estallé en un orgasmo a gritos, tan intenso que no recuerdo otro igual en la vida, me bajé de él y me tiré a su lado, flácida y somnolienta. Me desabroché la blusa y me eché el bra para arriba de los pechos, tentándome sola con ambas manos,

-mira, mi amor, cómo tengo los pechos bien grandes y erectos, ¿te gustan?, le dije observándolo como me veía incrédulo de que fuera la mujer que se casó con él.

-los tienes hermosos, mi cielo, me respondió comprometido por la pregunta, casi afirmación, que le hice.

-ven, come de ellos, le pedí tomando uno con mi mano y ofreciéndoselo a la boca.

Como pudo se me subió encima y arropó su miembro flojo en mi vagina ardiente. Sentí como con mis movimientos pélvicos empezó a tomar vigor y a levantarse poco a poco llenando el espacio sobrante en mi corredor femenino hasta ponerse bien firme. Levanté mis brazos sobre mi cabeza dándole a saborear de mis senos y mi Juan tragaba de ellos alternadamente sin dejar de bombear su recobrado pene en mis interiores. Bajé mis brazos y lo tomé por las nalgas para sentir un poco más de penetración, quería sentirlo más adentro de mí. Al sentir mis manos usándolas de gancho en su trasero se me detuvo y con la pura mirada me preguntó "¿porqué eso?" y le dije,

-la quiero sentir más adentro, la quiero más grande. ¿No podrás hacerla crecer un poco?

-no, mi amor, es lo que tengo. ¿Por qué? ¿Cómo la quieres?, me dijo queriendo empezar a jugar y quedándose quieto y bien metido en mí.

-bien grandota, mi cielo, bien rica, le aclaré moviendo lento mi trasero para masajear su miembro duro y ancho.

-¿sí Mina?

-sí Juan, sueño con una de esas, bien larga para sentirla dentro de mí, para que me llegue bien lejos, papi, como nunca, tengo mucha curiosidad- él se movía de lado, molestándome las paredes vaginales, sufriendo y gozando con lo que escuchaba de voz de su casta esposa.

-¿curiosidad de qué, mami?

-de saber lo que se siente hacerlo con un hombre así, mi amor, grande, muy dotado- le respondí con los ojos cerrados, gozando de cómo me estaba poseyendo lento pero de modo continuo y satisfactorio y soñando con algo así, con un macho poderoso encima de mí. Mi vagina lo empezó a apretar, a presionarle el miembro con sus paredes, involuntariamente sentía como ella se plegaba a su pene sujetándolo y luego aflojando.

-hay, mamita, me haces explotar. Qué sabroso me lo aprietas.

-no, mi amor, no te vengas todavía, aguántate más. Que estoy sintiendo delicioso- pero ya no dio más.

Empezó su descarga, no pudo soportarme el ritmo y me dejó al borde del orgasmo, un disgustado "…hay amor…" salió de mi boca. Desencanto puro.

-perdón mi cielo, ya no resistí, me matas- me respondió al notar mi desilusión. Se echó a mi lado y yo me quedé en silencio, con mis piernas abiertas sintiendo como su leche salía de mí empapando mi culo y resbalando rumbo al colchón.

Algo me dijo pero ni lo escuché. Me volteé y me puse de espaldas a él, de costado en la cama. Mi calentura se confundía con un sentimiento de enojo, de decepción femenina que nunca había sentido, estaba cambiando mucho en poco tiempo. Así permanecí en silencio, Juan me decía varias cosas, planeaba una salida a cenar y bailar, pero mis planes eran diferentes, muy diferentes. Mi conchita no estaba nada contenta, todavía quería jornada. Me levanté sin decirle nada y me desvestí para darme una ducha, quería bajarme la temperatura, me dolían la cabeza y los ovarios.

CAPITULO IV- ¿SOLICITUD O PROPOSICIÓN?

Como nunca he soportado el agua fría mi baño fue con pura agua caliente, así que salí igual o peor del baño. Mi esposo estaba muy recostado en la cama, viendo el televisor. Así desnuda y húmeda me recosté encima de él y lo empecé a besar y ha agarrar su miembro vencido, flácido. Lo jalé del cuello y me aventé espaldas a la cama, trayéndolo conmigo, para que él fuera el que estuviera sobre mí. Lo atraje a mis pechos y los pasaba por su cara, queriendo que los chupara, que los mordiera, pero él se resistía.

-¿qué pasa, Juan?, chúpame- le pregunté y le ordené.

-espérame, Mina, déjame reponerme, me respondió respirando profundo, estaba ya muy cansado mi pobre amor.

-hay papi, tengo muchas ganas… y me la vas a tener que meter otra vez, no me vas a dejar así, le dije volteando mi cara con fastidio aparente y pellizcándome los pezones con mis dedos, no tenía la menor intención de dejarlo en paz. Cuando regresé mi cara para mirar la de él, vi que me observaba con reserva, como si no me reconociera. Yo lo que hice fue confirmarle que ni en sueños iba a permitir que me dejara con tal calentura y me abrí de piernas surcando mi vagina caliente y jugosa con mis dedos y poniéndome de rodillas sobre la sábana, demostrándole que iba en serio.

-ya Juan, chúpame aquí y cógeme mucho… ven, ándale… ya no aguanto la picazón.

-deja que se me levante, mami, deja me repongo un poco, no seas malita.

-no no no, ya dame, métemela así aguadita de nuevo, ahí adentro se te para, ¡ándale!, le dije en voz alta, irreconocible en mí.

-no Mina, espérate tantito, horita te doy, me va a dar un infarto, me dijo vencido mi amor, rendido ya por esa mujer que supuestamente siempre fue tan equivalente a las potencias amatorias de su hombre. Sin consideración a nada, más por molestia y con más ganas de humillarle que ya de sexo mismo, me senté a su lado cruzando mis brazos sobre mis pechos y le dije disgustada, muy resentida,

-entonces tráeme a otro más joven que tú, para que me dé lo que no puedes- hasta yo misma me desconocí, y él no se diga. Sin embargo me dijo,

-¿segura, Mina?- me sentí muy mal.

-no, mi vida… ¿cómo crees?- le respondí arrepentida y abrazándome a él muy apenada.

-dime, mira que si es lo que quieres, si es lo que deseas, voy y te consigo algo por ahí.

-no, ¡ya deja de decir esas cosas, amor!- le dije empezando a mudarme de la pena a la sorpresa.

-de veras, Mina. Tú nomás dime cómo lo deseas y voy y te lo busco. Tienes razón, si yo no puedo, no voy a dejar que te me quedes así- vi que su miembro empezaba a tomar forma, a llenarse de sangre, lo tomé con mi mano y, recargada en su pecho, empecé a subirla y bajarla suavemente, haciéndome las ilusiones de que con esa conversación se me haría que me cogiera de nuevo.

-¿sí, papi?, ¿como yo lo quiera… en serio?

-sí, mi vida, ¿cómo lo quieres?, dime.

-pues así, así como te he dicho.

-¿cómo?

-así, alto, guapo, moreno y varonil. Limpio, de pelo larguito. Así como lo hemos platicado. Así como el muchacho de la zapatería.

-¿y de allá?

-¿cómo de allá?

-de la verga- era la primera vez que usaba esa palabra conmigo, nunca se la había escuchado.

-pues muy grande, ya sabes cómo la quiero- le respondí jalándole suavemente el pene, poniéndome a tono del momento y percibiendo la humedad creciente entre mis piernas.

-¿Cómo ésta?

-no, papi, más grande; 20 centímetros como dijimos… qué chiste.

-¿qué chiste de qué?

-pues sí, si me das a desear, pues una mejor que ésta, ¿no?, más grandecita. ¿Cómo ves?

-bien, y ¿cómo voy a saber si tiene la verga como la quieres?

-no sé, ese es problema tuyo, ya sabrás qué hacer, ¿no?

-¿para qué?

-para eso, para saber si tiene una verga grande- también fue la primera vez que pronunciaba esa palabra en mi vida. Él se enderezó y se iba a poner de pie, pero yo lo retuve y le pregunté que si le pasaba algo, temí que con mi lenguaje lo hubiera ofendido.

-espérame, mami, voy a darme un bañito, no me tardo.

No le insistí más que me amara porque como que lo vi algo raro, noté un cambio en su actitud, así que muy a mi pesar lo dejé irse a la ducha. Pero con la plática más me sentía fuera de mí. Pensé en ir y alcanzarlo en la regadera para gozarnos bajo el agua, pero lo recapacité bien y mejor iba a esperarme a que él se repusiera del todo, todavía nos quedaba la noche. Me levanté y mientras que Juan salía de la ducha yo me vestí y me maquillé para salir a cenar y bailar como él lo propuso minutos antes.

Cuando él salió, me dijo que había recordado que tenía que verse con un cliente, que iba a salir un rato. Le dije que lo acompañaba, pero no quiso. Puso como objeción que el barrio no era muy bueno que digamos y que no me podría bajar del auto con él, no sé, uno y mil pretextos que ya no le rebatí. Ahí me quedé, muy maquillada y muy vestida con mi nuevo traje negro y mis tacones altos, así que cuando se fue yo me fui al lobby del hotel donde había tiendas y restaurante, tenía algo de hambre. En el elevador, en sus grandes espejos pude contemplarme completa y me encantó lo que vi. En verdad que ese atuendo me favorecía mucho, cualquier vecina o conocida no me iban a reconocer si me pudieran ver.

Cruzar el lobby para entregar la llave en administración y recorrer los aparadores de la sección comercial del hotel, también fue muy alentador para mi vanidad femenina, tan incrementada ese día. Hombres solos o acompañados de una mujer, me dispensaban su atención visual. Y en el café interior no fue la excepción, una decena de consumidores masculinos y meseros observaban atentos mi presencia. Ni cuando joven había tenido similar atención por parte del sexo opuesto, estaba sobresaltada, pero lo disimulaba lo más que podía, saboreando mi ensalada y mi limonada, cena que pedí ligera a propósito, para proseguir con mi amor en la noche. Apreciaba con esas miradas masculinas que mi sexo les correspondía con humedades continuas. Como si presintiera que ellos pudieran percibirlo cruzaba mis piernas y las apretaba, queriendo con eso cortar el flujo de aromas que según yo, emanaban de mi intimidad. Pero sólo conseguía multiplicar su atención al subirse mi falda, de por sí corta, hasta más allá de la mitad de mis muslos.

Pensativa, repasaba lo que había pasado en el día, lo que había pasado en el elevador con mi esposo, lo que había sucedido en la habitación, y desde luego, en su "oferta" de traerme un garañón, pues ni más ni menos eso le había yo solicitado con mi descripción de su relevo. ¿Sería en serio lo que me dijo? ¿Sería verdad que pensó en un momento dado consentirme el satisfacer y ser gozada por un adonis de esos? ¿Sería yo capaz de aceptarle una proposición así? No lo sabía, no me daba la mente para tal contexto. Lo que sí era fabuloso era como me inundé durante la cena, sentía mi calzón empapado. Hasta frotaba mis muslos uno contra el otro sintiéndome siniestra con esos pensamientos y muy resbalosa de en medio. Esas medio escondidas frotaciones no pasaron inadvertidas para un par de mirones, así que apuré mi consumo y me fui de ahí. Claro que uno de ellos salió tras de mí y me abordó, claro que notó que andaba muy caliente, se me notaba a leguas de distancia; pero le aclaré que era casada y que mi esposo estaba en el lobby y se retiró sin más insistencia.

CAPITULO V- LA LÁMPARA

Seguí rumbo a la administración por mi llave. No estaba donde la dejé, mi marido ya había vuelto y estaba en el cuarto, así que me enfilé para allá. Toqué la puerta y me abrió. Me preguntó que dónde estaba y le dije que fui a merendar algo al restaurante del hotel. Me respondió que le había preguntado al empleado pero que no le supo decir a donde había yo ido. Le aclaré que no se lo dije, pues no pensaba que regresara tan pronto. Me senté en la cama y ahí noté que estaba su linterna de mano del auto, la que siempre trae en sus herramientas. Le pregunté que si se le había descompuesto el coche y me dijo que no. Me quitó la lámpara de la mano se sentó junto a mí y me dijo,

-ya lo encontré, Mina. Me está esperando en el coche para venir acá.

-¿ya encontraste qué?- no sabía ni de lo que hablaba.

-a "tu novio", mi cielo. Ya lo encontré.- pensando en nuestros jueguitos le seguí la corriente, especulé que ya estaba repuesto e íbamos a empezar a calentar la pista para amarnos toda la noche. Eso es lo que yo quería.

-¿si papi? ¿Y está buenote?

-pues está como lo pediste, joven, fuerte… y de buen aparato. No sé si guapo, eso apenas tú, pero se ve limpio, esa fue otra de tus condiciones.

-¿y cómo sabes que tiene buen aparato?

-le pedí que me lo enseñara.

-jajaja… ¿y eso, mi amor?

-esta es la capital del sexo. No fue difícil localizar un tipo que se dedica a eso por dinero. Le pregunté a un taxista en la calle y me dijo dónde había. Le dije que lo necesitaba para un trabajito para una dama, para una amiga muy exigente y que necesitaría ver su armamento. El del taxi me recomendó que sin más le pidiera que me la enseñara, que eso era muy normal para ellos. Así que fui y busqué lo que me pediste. Al distinguirlo y ver que reunía la mayoría de los requisitos, fui y lo abordé y le expliqué de ultimo requerimiento. Me dijo que lo acompañara al baño y se bajó el pantalón. Ahí estaba lo que quieres, mi cielo, fácilmente 20 centímetros de carne, ¿cómo ves?, ¿lo traigo?

-¿¿estás hablando en serio, Juan??- eso ya no era fantasía, era muy muy en serio.

-completamente, mi amor. Está en el coche esperándome, esperándonos pues.

-ay, mi amor… me da miedo. Me da pena.

-qué te da más, ¿miedo o pena?

-pues los dos.

  • si es miedo, yo voy a estar en todo momento contigo; si es pena, por eso traigo la lámpara ésta. Para que no te vea la cara para nada y tú a él sí.

-¿cómo?, no entiendo.

-lo traigo y tú te metes debajo de la sábana. Nunca te ve, apago la luz y luego le digo que se meta él por los pies de la cama, por debajo de la sábana, hasta que quede en posición, ¿cómo ves?- me dijo emocionado, agarrándose el bulto que se lo hacía en el pantalón; se estaba enardeciendo mi marido con el plan.

-¿y la pena que voy a sentir por ti al saber que otro hombre me hace de cosas en tu presencia, mi amor?

-¿pero qué te va a hacer?, sólo a comer, ¿no?, o ¿sí vas a hacer de todo con él?

-claro que no… sólo eso que dices- empecé a caer, a darle el sí.

-¿qué cosa?, aclaremos si quieres.

-que me chupe la parte, solamente. ¿sí, papi?, pero sin la condición de que me vea a mí.

-sale. Entonces, ¿voy por él?

-pues tú dime. ¿Ya le pagaste?- todavía buscaba réplicas de su parte, quería asegurarme.

-ya, amor. Esos no te acompañan si no les sueltas el dinero.

-pues tú decide. ¿Se ve bien limpio?

-si, es muy joven. Hasta parece estudiante, como que se dedica a esto parcialmente, algo me comentó. No huele mal y se le ve muy aseado. Ese no es problema.

-entonces, ¿hay algún problema?, dime.

-nada, sólo que ya nos tardamos demasiado y no vaya desconfiando.

-bueno, ve por él. Te espero como quedamos.

¡Madre mía! Juan salió de la habitación y yo me quedé hecha un auténtico manojo de nervios. Fui al baño a lavarme los dientes y hasta me retoqué el maquillaje, no para el muchacho, para mi esposo más bien. Sabía que el chico ni siquiera me vería la cara. Me quité la falda y los calzones y me metí a la cama, tapándome hasta la cabeza. Pero sentí sumamente resbalosa mi vagina y me toqué con los dedos. Estaba retumbando de mojada, así que me levanté y volví al baño a limpiarme con un poco de papel. Me pasé dos y hasta tres papelitos y ni así quedó seca, seguía húmeda, mucho.

A los pocos minutos escuché que se abría la puerta y la voz de Juan invitando a pasar al convidado.

-ve a los pies de la cama, le dijo, cuando yo te diga te metes debajo de la sábana. Escuché los pasos del muchacho que avanzaba al lecho y de repente todo se puso obscuro, mi esposo había apagado la luz. Sentí a Juan sentarse a mi lado y me dijo que descubriera mis ojos. Así lo hice y encendió la linterna de baterías alumbrando el rostro del joven. Él medio cerró sus ojos por lo fuerte del resplandor y mi marido me dijo al oído,

-ahí lo tienes, mi cielo. ¿Te gusta?- yo sólo contesté con un sí impresionado. El chico ese no debía tener mucho más de 20 años, a lo mucho 22, casi la edad de nuestro hijo. Era muy alto y guapo, blanco de cabellos largos y se veía muy pulcro.

-ya, metete bajo la sábana y empieza- le dijo mi esposo. Yo temblaba muy perturbada.

Él llegó y comenzó acariciándome las piernas, comenzando por las pantorrillas y subiendo por mis muslos hasta llegar muy arriba, con los dedos de una mano me tocaba la vulva y con la otra continuaba con mis muslos al mismo tiempo. Poco a poco, casi imperceptiblemente me los abría para acceder a mi vagina. Yo no podía contener mis temblores, casi s eme salía el corazón por la boca.

-estoy muy nerviosa, mi amor- le dije con voz temblorosa a mi esposo, en secreto.

Él me acarició el cabello y me confortó, diciéndome que me calmara. Tomó la sábana y dirigió la luz hacia adentro para ver los dos lo que el chico me hacía.

-mira, pequeña, mira que rico te hacen, gózalo y clámate.

En ese preciso instante el muchacho se metía de cara entre mis piernas y me dejaba sentir una lengua larga y hábil recorriéndome completa la raja de mi papayita. Desde la parte alta de mi vulva hasta casi mi ano percibía la humedad de su movediza lengua. Así estuvo cerca de 5 minutos, nunca jamás olvidaré lo que sentí. Mi vientre me cosquilleaba, mis piernas no se podían mantener abiertas, se cerraban involuntariamente en la cabeza del chico, él me aferraba con ambas manos de los muslos para mantenerlas separadas y luego me volvía a atacar la vulva con decisión, con determinación. Sentía casi como cuando mi esposo me hacía el amor con su pene, así de dentro de mí sentía la gran lengua del jovencito.

-aaaayyy, mi amor, me está matando este niño- le dije a mi marido ya loca de placer. Juan me volteó la cara para darme un beso en la boca, pero contrario a lo acordado a cerca de besarnos mientras otro me comía, dejé su boca y lo quité para que no me estorbara. Quería seguir observando a ese angelito devorándome toda.

-mi cielo, ya te gustó, ¿verdad?- me preguntó al ver mi reacción.

-mmmhhh, sí papi. Que rico me chupa, mi amor… me voy a venir….aaahhhhh- le respondí con mi autocontrol completamente hecho trizas. Bajé mis manos y las metí debajo de la sábana para acariciarle el sedoso cabello al muchacho y para presionar un poco su cara entre mis piernas. El chico, levantó su carita y me miró mientras Juan lo alumbraba con la lámpara. Yo al ver esa belleza de cara no pude menos que acariciar con mis pulgares sus cejas largas y hermosas y él no dejaba de sacudir mi clítoris con su lengua, masajeándolo con maestría, como todo un experto.

-hazme venir, chiquito- le dije retirando completa la sábana que nos cubría, ya no me importaba que me viera, presionando con fuerza su cabeza en mi centro y revolviéndole la larga cabellera. El chico se dedicó con más ahínco a chuparme y seguetearme con la lengua y luego sentí un dedo que me penetraba muy hondo. Vaya que obedeció mi orden, ese niño se las sabía todas. A su edad era más competente que mi esposo. Vino el primero de mis orgasmos, ruidoso y desbocado. Mi marido me tomó de la cara y me besó fuerte en la boca, ahora sí le correspondí y le entregue mi lengua y chupé la suya, pero nunca solté los cabellos de "mi novio", siempre lo mantuve bien pegado de boca a mi raja y con su dedo bien adentro.

Yo misma me volteé sobre la cama y quedé bocabajo en el colchón, con mi cara de lado en la almohada. Abrí mis piernas y simplemente le dije,

-ahora mámame así, mámame toda completa, papacito- me valió esposo, hijos, me valió todo de todo, solo me importaba ese chico tan lindo que tenía a mi disposición. El jovencito empezó mordiéndome las nalgas muy suavemente. Luego me pasaba la lengua por una y otra y me masajeaba todo el culo, lo hacía temblar con sus manos, le gustó. Mi esposo lo iluminaba con la lámpara, yo sólo sentía lo que me hacía, tenía mis ojos cerrados concentrada en esa tormenta de sensaciones nuevas. Empecé a balbucear algo y mi marido se inclinó para escucharme.

-¿qué dices, mami?

-¿le gustan?, ¿le gustan mis nalgas?, pregunté casi inaudiblemente.

-sí, Mina. Se ven que le gustan mucho- me respondió pasándome la mano por una mejilla.

-pregúntaselo.

-¿cómo dices?

-pregúntaselo, que él lo diga- le dije casi inconciente.

-dice la señora ¿que si te gustan sus nalgas?

-sí, está bien buena. Las tiene sabrosísimas- dijo el chico, ahí fue que escuché su voz por primera vez. Hasta su voz me pareció bella.

-ya oíste, mami. Dice que estás bien buena- me dijo Juan.

-dile que me coma así, que me coma toda.

Mi marido le hizo la solicitud y el muchacho se fue de boca a mi culo de nuevo, a besarlo y lamerlo todo. Yo puse mis piernas en 4 para que me llegara más en medio y él desplazó su lengua hasta mi vagina bien abierta, lamiéndola completa y absorbiendo bien de ella. Yo echaba mi trasero para atrás, con la intención de sentir más profundamente su caricia, estaba en la gloria. Luego, sin previo aviso, se dedicó a mariposearme la lengua en pleno anito, casi grito de la sensación tan profunda y desconocida que sentí.

-mi amor… mi amor…- llamé a mi consorte que miraba extasiado lo que ese mocoso le hacía a su esposa. Se inclinó y vino a mi cara.

-mande, chiquita.

-me está lamiendo la colita, papi- le dije en un suspiro con los ojos cerrados.

-sí, mi cielo, ¿te gusta?

-mucho, amor. Me encanta como me hace ahí.

-¿qué sientes, mami?

-muy riquísimo, Juanito. ¿no te enojas de que otro me tenga así, mi amor?, ¿de que otro me coma el culito delante de ti?

-no, mi cielo. Me gusta verte gozar. Te amo y quiero que disfrutes del amor- me dijo bien enamorado mi maridito.

-gracias, mi cielo. Yo también te amo… mmmhhh

-¿qué, mami?-me preguntó al ver cómo me estremecía.

-me vengo, papi. Me vengo de nuevo. Dile que me chupe fuerte, dile, aaahhhggg….

No hubo necesidad de decirle nada, ese prostituto bien que sabía cuando una mujer estaba por llegar. Como si se tratara de un colibrí movía su larga lengua contra las paredes de mi ano, mandándome al mismo infierno. Yo me retorcía como culebra herida, tratando de soltármele, pero me tenía bien pescada por las caderas con las manos y por el culo con la lengua. Exploté en un segundo orgasmo, infinito. Rebotaba sobre el colchón aún sin hacer esfuerzo alguno para eso.

CAPITULO VI – CONVENIO ROTO.

En uno de esos brincos involuntarios, apoyé mis rodillas en el colchón y quedé empinada hacia la cara del chico. Eché una de mis manos para atrás y le hice la seña de que me comiera la vagina de nuevo. La cara de mi esposo, sentado recargado en la cabecera, quedó a la altura de la mía y me miraba embelezado. El chico empezó su nuevo ataque oral en mis partes y yo le desabrochaba el cinto a mi marido con una mano, ya luego él me ayudó al interpretar lo que pretendía. Cuando vi su erecto miembro libre me incliné y lo succioné con hambre absoluta e incontrolable. Nuestro sueño hecho realidad, un hombre comiéndome la vagina mientras yo lo comía a él… Era mil veces mejor la realidad que la ficción, más de mil veces mejor.

Yo me aplicaba en el oral que le hacía a Juan y el muchacho se afanaba en darme placer a mí. Perdí el sentido del tiempo y del espacio, no medía la fuerza con que chupaba el miembro de mi marido; lo metía todo en mi boca, claramente sentía su bello púbico en la punta de mi nariz, y lo absorbía con muchas fuerzas. Al ritmo de la lengua de "mi novio" se movía mi mano en el pene de mi esposo, masturbándolo con rapidez, como el niño me aleteaba su lengua a mí en mi raja, igual de vertiginoso. No soportó más y estalló en mi boca con gruesas gotas de esperma, pero casi sin presión ya que aún no se reponía del todo de nuestros juegos de en la tarde. Al sentir lo amargo del sabor de su venida la eché en la palma de mi mano y la usé para untársela en todo el miembro y así le di unas cuantas masajeadas, hasta muevas caricias estuve inventando. Poco a poco perdió completamente su fuerza y ya sólo me dediqué a sentir la excelente labor bucal que el muchacho me seguía regalando.

El jovencito metía toda su cara en mi trasero para acceder a mi raja vaginal y ya allí, atravesaba gran parte de mi canal con la lengua. Si así tenía la lengua de larga, ¿cómo tendría el miembro? Ante esto me acerqué al oído de mi esposo para hablar con él,

-mi amor, prende la luz, por favor… mmhhh

-la tengo prendida, o ¿la luz del cuarto?

-sí, la del cuarto… ya préndela…. mmmhhh… ¿total?, ay papi… me mata este niño

-sí, mami, mira cómo te tiene,

-aaayyyy…. ¿cómo mi cielo?... mmmhhh

-ardiendo, madre. ¿Segura que quieres que prenda la luz?

-sí, amor, me vale… aaayyy… Quiero vérsela, ándale… mmmhh… ¿me das permiso?

Ya no vi su reacción, pues se levantó de la cama y se enfiló al interruptor de la pared. Cuando el cuarto se iluminó enceguecí, pero seguí percibiendo las dedicadas atenciones orales de "mi novio". Qué bárbaro chiquillo, cómo lamía mi papayita. Eché mi brazo para detrás de mí y alcancé su nuca para presionarla en mi trasero un poco y acariciar sus cabellos lacios. Al sentirme se salió de mi culo y me miró sonriendo tan lindo que me dejó absorta con su belleza. Me puse de espaldas a la cama y lo llamé en silencio sobre mí.

Se tendió encima de mi cuerpo y acercó su cara a la mía para darme un beso exquisito. Hasta pude sentir mis sabores en su lengua. Bajé mi mano derecha y la metí entre nuestros cuerpos para alcanzar su pene y tocárselo sobre la tela del jeans. Se lo estuve apretando completo unos minutos en los que nos dábamos lengua mutuamente. Él dejó mi boca y buscó mi cuello, yo volteé mi cara de lado para dejarlo acceder con más facilidad. Luego sentí como bajó a uno de mis senos y lo empezó a chupar ricamente. Recordé a mi esposo y abría mis ojos para verlo y noté en su semblante algo de impresión mezclada con tristeza.

Me retiré al jovencito de encima y me senté en la cama mirándolo completo y bien iluminado. Él se puso hincado en la cama. Estaba hermoso, era un espécimen perfecto de hombre. Juan ya no decía nada, así que volteé mi rostro y le pregunté muy quedo si ya se había arrepentido, que si así lo dejábamos; aunque me sentía todavía muy excitada no sería capaz de lastimar a mi esposo.

-no, Mina. Sigue adelante, te ves feliz.

-pero tú no, mi cielo. Estás muy serio, si quieres ya que se vaya.

-no estoy serio, dale. No hagas caso. Sólo estoy sacado de honda.

-¿sacado de…?- no me dejó acabar y le dijo al muchacho,

-a ver, nene, enséñale lo tuyo- le dijo directo.

El chico como resorte se levantó de la cama y se empezó a desabrochar el jeans que traía puesto. No llevaba calzoncillo así que emergió un pedazo de miembro que me dejó sin habla. Juan al notar mi asombro, vino a sentarse a mi lado, mirando la misma perspectiva que yo veía. Animándose de nuevo y animándome a mí,

-ándale… mira, mami. ¿Te gusta?

-sí… qué grande, cariño… la tiene muy grande

-ven, acércate- le dijo al chico. Antes se despojó de su camiseta y zapatos quedando desnudo total y se vino hacia nosotros de rodillas por la cama. El pene se balanceaba a cada lado cuando adelantaba cada pierna. Yo nunca dejé de observar eso que jamás pensé que existiera en el mundo. Llegó y casi me lo planta en la cara. Con su mano lo maniobró y lo agitaba frente a mis fascinados ojos.

-mira, Mina, te gusta mucho, ¿verdad?- me preguntó mi marido en mi oreja derecha, sentado a mi lado. Ni le respondía, sólo tenía ojos para el chico y su majestuosa virilidad. Paro Juan insistió.

-te gusta mucho, ¿verdad mi vida?

-sí, me gusta muchísimo. Está muy… no sé, pero me gusta, sí me gusta, papi, me gusta- le repetía en voz baja.

-pues ándale, mami. Tócala.

-no, no debo. Eso es feo, mi amor. Ay no, mira cómo está este niño

-¿cómo, mi cielo?

-bien grande, mi amor. Muy así… duro… parado… muy tieso

-siéntela, Mina. No me enojo, te lo juro… no pasa nada

-ay no, Juanito… me da cosa por ti… mira cómo se la hace- le dije cuando el chico se la recorría con su mano y la pelaba toda y la ponía levantada ante mis ojos descubriendo una bola irregular debajo de su miembro, sus testículos. Uno le llegaba más abajo que el otro haciendo una como punta en la bolsa de el par de huevotes que se cargaba el niño.

-agarrásela, anímate. Ahí la tienes, toda tuya, mami, como lo deseabas- me animaba mi marido, hablándome al oído como el diablo mismo.

Mi propio esposo tomó mi mano derecha y la adelantó hacia el enorme pene que se jalaba ese muchacho delante de nosotros y lo rodeé con ella, era tremendamente grueso y fuerte, musculoso y muy firme, muy pesado. Sólo lo sostuve con mi mano completa en él, sintiéndolo todo. Juan tomó mi mano izquierda que estaba sobre mi pecho, como protegiéndome, impresionada por todo eso y la levantó también hacia el miembro. Y con ella pasé mis dedos por sobre el lomo mientras con la derecha seguía sosteniéndola. Nunca en la vida había tocado cosa igual.

-¿cómo la sientes, nena?

-gruesa, amor. Muy gorda y grande.

-mira debajo como le cuelga ahí.

-sí, papi, mucho, ¿verdad?- pereciera como si estuviéramos revisándolo médicamente.

-tócale ahí, cariño.

Bajé una mano y toqué sus cosotas. El saco ese más se jaló hacia abajo al sentir el contacto de mi mano en él, creciéndole hasta casi medio muslo. Lo cogí como si fuese una ubre de vaca hinchada y lo maniobré con suavidad como tal notando como el muchacho se estremecía. Él puso su mano sobre la mía, la que le sostenía todo el pene por en medio y comenzó a masturbarse lentamente con ella, como dándome a entender que se lo hiera yo misma. Continué con la inercia del movimiento y él retiró su mano de la mía, dejándome sola jalándosela. Avanzó con sus rodillas más cerca de mí, hasta situarse entre mis piernas y yo continué masturbándolo y acariciando sus impresionantes testículos.

Luego de nuevo sostuvo el miembro con una de sus manos y con la otra me tomó de la cabeza acercándome a la punta de la cabeza. Yo, antes de que llegara a mis labios, volteé a ver a Juan y él sólo me dijo que sí con su cara. Redirigí mi mirada al pene y ya éste rozaba mi boca. La abrí y con trabajos pude acaparar la cabezota, era demasiado voluminosa. La solté y junté mis manos debajo de ella, con ambas acariciaba sus huevos mientras el chico se agarró el miembro y me lo daba en mi boca, metiendo y sacándolo de ella, muy lentamente. Luego poco a poco fue aumentando el ritmo y la profundidad, pero sólo lograba entrar unos centímetros más, lo tenía muy robusto y no era posible que me entrara más sin lastimarme mucho la boca. Yo a pesar de lo incómodo que era engullir tal objeto estaba como loba en celo, recibiendo con beneplácito lo que ese prostituto me hacía delante de mi marido de quien ya ni me acordaba. Como si el muchacho lo notara me la sacaba y me hacía lamérsela desde la cabezota hasta los huevos y luego de regreso; así me tenía un par de minutos, usando mi lengua, con la experiencia que a su corta edad tenía ya, dejándome descansar de lo voluminoso de su miembro. Luego de esos minutos, volví a hacerme chuparle la verga otro rato, soltándola y tomándome de la nuca para follarme a ritmo sostenido por la boca.

Ya tenía bien entumecida la mandíbula, cuando empezó a descargárseme en plena boca, no sin antes darme pequeños golpecitos con sus dedos en las mejillas, avisándome, con consideración, que ya se venía. Afortunadamente lo hizo, pues de lo contrario me hubiera ahogado con su esperma tan cuantiosa y a violenta. La presión fue tanta que sentí su fuerza en el fondo de mi boca. Empecé a tragarme lo que pude, pero sentía como el sobrante iba saliéndome de mi boca y caía caliente en mis pechos. Era muy terso, muy delgado y de sabor muy suave, no como el de mi esposo, muy diferente. Y en cuanto a cantidad, muy diferente también. Me la sacó de la boca y se la limpió con la sábana.

CAPITULO VII- POR MI CUENTA

Yo, con la boca toda batida de su vaciada, sólo tenía ojos para ver como iba limpiándose el instrumento que seguía tieso y listo, nunca recapacité en Juan, mi esposo. Estaba atontada con todo eso. Cuando por fin me cayó el veinte, miré hacia él y me miraba como desconociéndome y más serio que hacía un rato y ya no estaba sentado en la cama sino en una silla a dos metros de ahí, ni me di cuenta de cuándo se había retirado hasta allá. Hasta ahora no sé si fue antes o después de que el sexo servidor se vino dentro de mi boca. Me levanté de la cama y fui a donde estaba, limpiándome los excesos del esperma que tenía en la boca, quise sentarme cariñosa en sus piernas, pero no me dejó. Le quise dar un beso, pero se me retiró y me volteó la cara,

-ay, amor… ya mejor dile que se vaya- le dije molesta, ya convencida de que íbamos a discutir por todo eso y me fui al baño sin decir más.

Abrí la regadera y me metí en el agua lavando mi boca y cara antes que nada. Cuando me enjabonaba, le grité a Juan que me trajera mi cepillo de dientes y la pasta de la mesa, pues sentía el gustillo de lo mucho que me echó el chico en ella, pensaba que él ya se habría retirado de la habitación, como se lo pedí a mi esposo. No me respondió y le grité de nuevo pero nada. Ya está enojado, pensé. Saliendo voy por mi cepillo y me lavo la boca. Pero el que, para sorpresa mía me trajo aquello, fue el muchacho. Venía desnudo como lo dejé en la cama y todavía con todo el miembro completamente inflamado, totalmente erecto.

-¿y mi esposo?- le pregunté tapándome como pude con mis manos pechos y pubis, sorprendida, no era para menos.

-pues está muy serio, como si usted no le llamara. Así que yo le traje esto.

-¿no te dijo que te fueras ya?

-sí, pero cuando me iba a vestir me dijo que me esperara y cuando usted gritó pidiendo esto, me hizo la seña de que se lo trajera yo.

-bueno, ya vete, ¿sí?

-¿no me deja darme un baño antes?- me preguntó jalándose el miembro provocativamente.

-es que mi esposo ya se me enojó- le respondí sin apartar mi mirada de su cosota.

-no, es mi esposo. Ándale, vete por favor.

-sólo me baño y me voy- me insistió pasándose a la regadera conmigo.

-no… salte- le dije nerviosa y volteándome de espaldas a él como acto reflejo de defensa.

-aquí en un ladito me baño rápido, señora.

Yo permanecí inmóvil delante de él sin saber qué más decir. La punta de su pene tocaba mis nalgas y mi cintura. Luego, seguramente maniobrada por él mismo pues no lo volteaba a ver, sentí como la ponía en medio de mis pompas por debajo. Con el jabón que traía ahí, resbalaba intensamente y me hacía estremecer. Pasó sus brazos por mis costillas y se apoderó de mis pechos, liándose con ellos con ambas manos. Poco a poco se fue apoderando de mi voluntad con esas caricias y con el contacto de su enorme instrumento debajo de mí, rozando mi vagina de ida y vuelta. Vi sus grandes rodillas adelantarse a mis piernas y sentía como empezó a hacer intentos para penetrarme desde atrás, emparejándose a mi estatura, pues me sacaba más de 30 centímetros de diferencia.

Sentí con claridad como la cabezota de su trozo iba traspasando mi umbral, me estiraba mucho los labios, sentía claramente la diferencia con la de Juan. Luego se me fue yendo el tronco, me dolía un poco, pero gozaba con una loca y me le echaba de trasero para que me diera más cacho. Cuando me llegó hasta el fondo, sentía una sensación de relleno nueva en mi vida. Estiré un brazo por debajo de mí y con mi mano me toqué la vulva para revisarme manualmente ahí, quería saber cómo estaba. No daba crédito a lo que apreciaron mis dedos, estaba muy abierta, pero lo que más me impresionó fue el pedazo de pene que todavía palpé fuera de mí, eran como diez centímetros los que faltaban por entrarme y ya me sentía totalmente invadida. Cerré mis ojos y mandé todas mis sensaciones allá atrás.

Me agarró de las cachas y me empezó a bombear. Casi me saca los ojos y comencé a quejarme muy fuerte y sin quererlo. Parecía que no tuviera control sobre mi voz, los quejidos salían de mi boca involuntarios. Abrí los ojos para buscar donde recargar mis manos para empinarme un poco y facilitarle el trabajo, pues el fabuloso pene se me salió un par de veces por la importante diferencia de estaturas. En eso es que vi a mi esposo sentado en el inodoro, observando como me cogía el muchacho. Le sonreí y me devolvió la sonrisa.

No lo dejé de mirar a los ojos mientras me poseían con furia tal que mis pies se despegaban del piso. Con la regadera abierta sobre nosotros, el chico y yo seguimos amándonos durante mucho rato, en presencia de Juan, mi amadísimo esposo. Me volteé y me le subí en los muslos para que me diera ahora de frente. Sentía que su largo hierro me llegaba donde nunca había llegado nadie. Me chupaba las tetas y nos besábamos viciosamente. Hasta que el agua se enfrió y nos incomodó nos salimos de la regadera; y cuando mi esposo se levantó del sanitario y se salía del baño rumbo a la habitación, el chico se sentó allí, cansado por el esfuerzo de cargarme tanto rato.

Yo tomé una toalla y, a su lado, me quitaba el exceso de agua del cuerpo, pero observaba la belleza del jovencito y sobre todo, la incansable apariencia de su verga dura y grande. Solté la toalla en el piso y me acerqué a él. Sin decirle nada le pasé una pierna por encima y me monté sobre su cuerpo bajando poco a poco sobre su firme virilidad, dejándome caer hasta que me llegó al fondo mismo. Otra vez mi voz se hizo lastimera, lo que llamó la atención de mi esposo y lo hizo venir a nosotros, pues seguramente ya estaba esperándonos por allá, por la cama. Así estuvimos muchos minutos, "mi novio" sentado en la tapa del sanitario, yo montada en él y Juan recargado en la puerta del baño viendo gozar a su, hasta ese día, recatada y disciplinada esposa con ese hermoso jovencito que él mismo me había llevado.

-mi hijito… mmmhhh… qué verga tienesss…. Me estás matando…aaahhhh

-y usted qué sabrosa está, señora… muy cerradita… bien buena….

-¿te gusto, chiquito?... aaayyy… estoy bien buena todavía, ¿verdad, mi amor?- le dije así delante de Juan. Era el primer hombre aparte de él al que le decía así, y me salió del alma.

-sí, señora. Está enterita todavía, y mire que yo sé de mujeres.

-pues gózame toda, mi cielo… mmmhhh… gózame toda la noche…¿sí?... uuummm…¿verdad que tú sí puedes darme tu verga toda la noche?.... aaayyy papacitooo

-si, claro que sí puedo, para eso me trajo el señor. Ya lo verá.

Volteé a ver a mi esposo con una mezcla de maltrato y lujuria como si quisiera que supiera que me estaba refiriendo a él, me sentía muy maldita. El garañón se empezó a venir a chorros dentro de mí, su infame trozo se expandía y me forzaba más el chuchito en cada descarga. Me desboqué como maniática sobre él sosteniéndome de su cuello y cabalgando violentamente y me prendí de su boca hasta que terminó de entregarme todo su líquido. Así me quedé encima de él. Cuando me enderecé ya Juan no estaba con nosotros. Todavía pude seguirme frotando en su pene otros minutitos, pues se tardó un ratito en debilitarse, siguió durito otros minutos. Bendita juventud.

Volvimos a abrir la regadera y nos bañamos mutuamente, dándonos muchos besos y acariciándonos. Leonardo, por fin le pregunté su nombre, me pidió que le hiciera sexo oral ahí en la regadera. Así que me puse de rodillas y empecé a chuparle el miembro que fue creciendo en mi boca hasta ya no caberme. Así, empapados, nos fuimos tomados de la mano a la cama y siguió amándome delante de mi marido, sentado en una silla al lado del lecho. Sobre mi cuerpo Leo me atravesaba hasta el alma sin darme tregua, me comía los senos y me tomaba de las caderas como si quisiera traspasarme entera. Juan me importaba muy poco, pero me importaba, lo quiero. Y aunque tenía mis sentidos puestos en ese mancebo griego que me poseía completa, me preocupaba.

CAPITULO VIII- DUÉRMASE, MI CIELO.

Bajé a Leo de mí y le dije que me esperara ahí. Fui con Juan y me le senté en sus piernas, ahora no me rechazó.

-mi vida, ¿qué tienes, mi amor?- le dije cariñosa.

-nada.

-cómo nada. Mira cómo estás.

-no me hagas caso. ¿Estás disfrutando?

-sí, papi, mucho, gracias, mi amor. Eres bien lindo.

-¿te gustó el chavo?

-me encantó. Pero a ti te amo, grávate eso, ¿sí?

-sí, ya lo sé. Ya te dije, no me hagas caso, es que te quiero demasiado.

-y yo a ti, Juan. Si quieres dile que ya, mi amor, de veras. Si ya no estás a gusto dile que ya se vaya. No quiero que te sientas mal.

-no, Mina, síguele, o ¿ya no quieres?

-yo sí, pero ¿y tú?

-yo, lo que tú digas, ya sabes.

-pues un ratito más, ¿sí, mi amor?

-pues ve, ándale. Yo los veo.

-horita. Quiero estar contigo un momento. ¿No quieres?

-bueno. Y, ¿si se le baja?

-¿la erección?

-pues sí.

-no lo creo, mi cielo. Mira cómo la tiene. Es que le gusté mucho, ¿verdad?

-pues sí, estás muy guapa todavía. Ya ves, siempre te lo he dicho y no me creías.

-sí. Mira cómo traigo los pechos, muy parados… chúpamelos- le pedí dándole uno en la boca.

Dócilmente se lo metió entre los labios y succionaba con calma, saboreando con los ojos cerrados a su nueva mujer. Cuando más emocionado estaba le hice una seña a Leo para que se acercara a nosotros y se plantó de pie junto a mí. Cogí su deliciosa lanza y empecé a hacerle lo mismo que mi marido me hacía en mi pezón. La lamía en la cabezota y le daba chupetines ruidosos para que Juan abriera sus ojos y me viera comiendo también de lo de "mi novio".

-Minita, ¿ya estás otra vez en acción?- me dijo.

-sí, ya… sígueme chupando. Y mírame como me como esta vergota rica

A escasos centímetros de los ojos de mi esposito me saboreaba a todo lo largo y ancho el enorme miembro de otro, como lo habíamos imaginado durante tantos meses en nuestros juegos de alcoba. Juan me chupaba una teta y miraba atento las filigranas que le hacía con mi lengua en el cuerpo del pene y en los testiculos al chiquillo. Ponía peligrosamente cerca de su cara la enorme virilidad de él y la lamía toda y la absorbía ruidosamente.

Cuando sentí que el pene de mi esposo crecía debajo de mí, me levanté y me lo llevé jalándolo de su mano a la cama, poniéndome en cuatro y ordenándole que me la metiera. Juan se me montó y me penetró de filón su gruesa y cortita verguita, pero a los cinco minutos explotó en un mudo orgasmo cayendo rendido a mi lado, en posición fetal. Le dije a Leo que me atravesara así como estaba y vino a tomar el lugar que dejó mi marido, detrás de mí. De un sopetón me dejó empalada la terrible herramienta en la vagina y me aseguró fuerte por las ancas para darme una inmisericorde andanada de metidas y sacadas. Me usó como jamás pude imaginar que se pudiera usar una mujer; aun hoy lo recuerdo y me atrapa un estremecimiento severo. Mis lamentos se hicieron muy agudos, muy sonoros, convirtiéndose en gritos lastimeros; pero ni así mi esposo despertó ahí a mi lado, ya estaba agotado de esa jornada tan desbocada que vivimos.

Leo volvió a vaciar sus formidables testículos dentro de mi maltrecho útero. Y a los pocos minutos ya estaba repuesto del todo y ya me tenía encima de él, recostado al lado de mi esposo conmigo a horcajadas sobre su cuerpo sintiendo su pene llegarme bien lejos adentro de mí y al mismo tiempo haciéndose cargo de mis pezones, bebiendo de uno y de otro. Ahí fue que sentí que Juan despertaba y se levantaba al baño. Regresó y su esposa seguía entregándose incansable a "su novio". Ya estaba para amanecer.

Cuando se recostó a nuestro lado para seguir durmiendo, me volteó a ver, yo me enderecé bien sobre mi amante y alcé mis brazos sobre mi cabeza, recogiéndome le cabello con las manos y le dije mirándolo a los ojos,

-duérmase, mi amor… aaahhhh… duérmase, mi cielo… aaayyy… yo lo cuido… mmmhhh

F I N