La ladrona y la mujer-gata

Rose, una joven ladrona humana, decide robar en el palacio de una de las gobernadoras de la ciudad, una mujer-gata más que dispuesta a encontrarse con ella y darle todo lo que desee a cambio de su amor.

El palacio de la Alta Consejera Selene, una de las gobernantes de la ciudad, se levantaba imponente en la zona rica de la ciudad, protegido por una muralla hecha con roca traída ex profeso de las minas de los enanos y formado dos edificios bien separados. La vigilancia había menguado con el caer de la noche, pero eso no hizo bajar la guardia a Rose.

Rose White apenas llegaba a los veinte años y todos sus recuerdos eran de haber pertenecido a la cofradía de ladrones. No era demasiado alta ni robusta, apenas 1.57 metros y poco más de 50 kilos; ni demasiado llamativa, sus pechos apenas habían crecido con el pasar del tiempo. Sus ojos, algo separados y de color avellana tampoco ayudaban demasiado a su atractivo. No obstante, siempre había tenido mucho cuidado en cuidar su melena, recortada y limpia con esmero, de un vistoso color castaño y recogida siempre en pequeñas trenzas. Su piel, a base de actuar únicamente por las noches y en la oscuridad, había clareado bastante, sin dejar de tener un color algo oscuro. Esa noche había decidido llevar su traje de cuero marrón oscuro, adecuado para andar sigilosamente.

Superar la muralla fue bastante sencillo, un gancho y una cuerda le sirvieron para saltar al jardín, sólo vigilado por una patrulla que pasaba cada quince minutos exactos. Forzar la ventana norte no fue mucho más difícil, en menos de cuatro minutos la ladrona ya había entrado. Se encontraba en un pasillo interminable, con puertas a cada lado y una moqueta que, a causa de la poca luz, parecía negra. Se quitó los zapatos y caminó descalza por la moqueta, alerta ante cualquier ruido que proviniera del pasillo que estaba recorriendo. Ya había conseguido orientarse cuando de repente un pequeño silbido procedente de la pared a su izquierda la sobresaltó. Lo último que notó antes de perder la consciencia fue un aguijonazo a la altura de su cadera izquierda.

Poco a poco fue recuperando la noción de lo que le rodeaba. No sabía el tiempo que había pasado, pero se encontraba cómodamente tendida en una cama, sólo cubierta por una sábana y rodeada de varias personas que iban de un lado a otro de la enorme estancia con vendas y un sinfín de recipientes cada cual más extraño que el anterior. Un elfo, de edad indeterminada, pareció darse cuenta de que Rose había despertado.

— Llamad a la señora, ya ha vuelto en sí.

Rápidamente varios de sus compañeros salieron por la única puerta de la habitación y, cinco minutos después, entraba la Alta Consejera Selene, dueña de aquél lugar.

Lo primero que sorprendió a Rose era su raza, el informador no le había dicho en ningún momento que Lady Selene era una félida. Su pelo, de un rubio tan claro que parecía más bien de color blanco, estaba coronado por dos pequeñas orejas de gata y sus ojos de color ámbar parecían estudiar todos y cada uno de los movimientos que se realizaban a su alrededor. Su piel estaba muy bronceada y su larga cola, del mismo color de su pelo, se mantenía totalmente erguida a su espalda; la consejera no llevaba zapatos, dejando al aire dos pies llenos de un vello muy corto. El resto de ella podría haber pasado perfectamente por una humana que apenas hubiera superado los cuarenta años, con unos pechos bastante grandes y turgentes. La consejera llevaba puesto un batín de color burdeos con unos ribetes dorados, bastante adecuado para andar por casa.

— Yo me ocuparé personalmente de la desconocida a partir de aquí, no interrumpáis en toda la noche – Ordenó Selene, tras lo que todos sus criados hicieron una reverencia y se marcharon sin mirar en ningún momento atrás.

La mujer-gata caminó, sin hacer ninguna clase de ruido en el suelo enlosado, en dirección a la cama donde se encontraba Rose, que empezó a inquietarse mientras veía acercarse a una mujer mucho más imponente de lo que ella pudiera haber esperado.

— Shhhh… tranquila – Dijo con suavidad la mujer acercando su mano a la frente de la joven.

— ¿Qué… ha pasado? – Preguntó cautelosa la ladrona.

— Caíste en la trampa del pasillo norte. Se te aplicó rápido el antídoto, pero la herida aún tardará algunas horas en curarse del todo. Dime, pequeña, ¿cuál es tu nombre?

— Me llamo Rose, mi señora – Dijo la ladrona, bastante asustada, tras unos segundos en los que dudó sobre si mentir.

Selene se sentó junto al torso de la chica, que instintivamente alejó su cuerpo todo lo que el ancho de la cama le permitía.

— Eres preciosa, Rose —. La mujer gato miró atentamente el rostro de la humana, estudiando cada uno de sus rasgos.

Selene se acercó mucho más a Rose e, inclinándose, acarició las mejillas de la humana, que la miraba con ojos embelesados. Al pasar cerca de la comisura de los labios, Rose giró lo justo la cabeza para evitar el dedo de la mujer-gata sobre ellos.

— ¿Por qué entraste en el palacio? – Preguntó Selene.

— Yo… escuché que guardabais en vuestra caja fuerte una fortuna– Se sinceró la joven apartando la mirada por completo incapaz de sostenerla mucho tiempo.

— ¿Y cuántas monedas de oro pensabas llevarte? – Susurró, cerca del oído de la humana.

El color subió con rapidez a las mejillas de Rose que se movió inquieta, sin poder escapar.

— Tranquila – Dijo Selene mientras volvía a acariciarle las mejillas —, tengo demasiado oro.

La mujer-gata usó dos de sus dedos para coger de la barbilla a la joven y obligarla a volver a fijar su mirada en ella.

— Pero me faltan otras muchas cosas – Añadió sonriendo con dulzura.

Rose volvió a sentirse como si estuviera hipnotizada al mirar fijamente esos ojos color ámbar que parecían llegar hasta el alma.

La mujer-gata deslizó distraídamente su mano por el torso de la muchacha, apartando distraídamente la sábana hasta por encima de los pechos de Rose.

— Dime, pequeña. ¿Cuánto oro bastaría para conseguir tu amistad?

La joven entreabrió los labios, exhalando sorprendida una pequeña bocanada de su aliento directamente sobre el rostro de la mujer.

— No… — Rose tragó saliva mientras buscaba las palabras —. No lo sé, mi señora.

— Te daré todo el oro que desees – Dijo Selene mientras se lanzaba a besarla.

Rose, al principio sorprendida, pareció dejarse llevar. Entrecerró sus ojos castaños y empezó a jugar con su lengua algo áspera, notando un sabor como a regaliz en la boca de la otra mujer.

— Quiero comprobar qué tal te han tratado mis criados – Dijo la mujer-gata apartando de un tirón toda la sábana, que cayó al suelo de la habitación con un ruido sordo —. ¿Sabes? Antes de formar parte del Alto Consejo fui sanadora en el templo.

Selene recorrió con su mano la única venda que recorría los pechos de Rose y que ocultaba poco más que sus pezones, dejando al aire el resto de los pequeños senos y manteniéndolos algo comprimidos contra su cuerpo. Un apósito a la altura del riñón izquierdo parecía contener la herida provocada por la trampa, y unas bragas anchas y de seda blanca ocultaban por completo las vergüenzas de la humana. No había ni rastro de la ropa que había llevado al entrar en el palacio. La joven volvió a sonrojarse al notar el tacto de los dedos de la félida sobre sus pechos.

— ¿Te aprieta mucho? – Preguntó Selene sin despegar la mirada de la venda en ningún momento mientras volvía a recorrerla con su mano de un lado a otro, distrayéndose un poco más cada vez que llegaba a la zona de los pezones.

— Sólo un poco – Respondió la muchacha con la voz algo entrecortada.

La mujer-gata, con una sonrisa en los labios, introdujo sus manos por debajo de las axilas de la joven, obligándola a incorporarse un poco. Mientras desataba el vendaje, Selene aprovechó la cercanía para volver a fundirse en una serie de apasionados besos con la ladrona que la humana devolvía de forma mecánica.

La venda quedó suelta, únicamente sostenida por la cercanía de ambos cuerpos.

— Deberíamos comprobar que el veneno no se haya extendido a tus pechos – Improvisó la félida.

Con una velocidad pasmosa Rose se colocó ambas manos sobre el vendaje, sosteniéndoselo para impedir que cayera, y retrocedió usando tan sólo sus piernas, alejándose hasta casi el borde de la cama. Dando una voltereta, saltó al suelo y comenzó a correr hacia la puerta, dejando caer la venda al suelo y quedándose totalmente desnuda de cintura para arriba, mostrando sus pezones totalmente endurecidos por las caricias que había recibido. Una punzada en su costado izquierdo justo cuando iba a usar el pomo de la puerta hizo que se retorciera de dolor. Con ojos llorosos y una mano sobre el apósito se volvió alerta en dirección a la mujer-gata.

Selene se levantó de la cama, con gran lentitud, y caminó cabizbaja y con pequeños pasos hacia la ladrona, con su cola entre las piernas. Pasó por su lado y tomó la manija, dispuesta a abrir la puerta.

— Quédate al menos esta noche hasta que se cierre completamente tu herida — Le dijo sin mirarla, sosteniendo con fuerza el pomo—. Daré orden de que se te dé total libertad y un saco de oro antes de que te marches.

Al fijarse mejor, Rose comprobó cómo los ojos de la consejera estaban al borde de las lágrimas. La mujer-gata suspiró con pesadez, giró el pomo y abrió varios centímetros la puerta, dispuesta a abandonar la habitación totalmente rendida. Con la palma de la mano, Rose la volvió a cerrar de golpe.

— Siento mucho mis modales, mi señora – Empezó a decir, aun con la mano sobre la puerta.

Dubitativa, sin saber exactamente lo que hacer, Rose cogió la mano crispada de la félida y se la llevó a los labios, abriéndole la palma con gran cuidado.

— Creo que me recuperaría mucho mejor en manos de una sanadora – Dijo mientras le besaba uno a uno los dedos de la mano y mirándola directamente al rostro.

Selene se giró, aún con su mano sujeta por la de Rose, y se acercó a ella hasta casi ponerse cara a cara todavía con la cabeza gacha.

— ¿Estás segura? – Susurró Selene sin atreverse a mirarla.

Rose entrelazó sus dedos con los de la mano que hasta hacía unos segundos había estado besando antes de responder.

— Me encantaría, volvamos a la cama, mi señora.

Selene se giró y comenzaron a caminar juntas de la mano en dirección al lecho. Al pasar junto a la venda en el suelo, Rose hizo amago de agacharse para recogerla.

— No te preocupes, no hará falta cubrir tus pechos esta noche – Le dijo la mujer-gata mientras seguían caminando.

Colocándose frente a la chica, Selene la empujó lo suficiente como para sentarla en el borde de la cama. Luego se inclinó sobre ella, colocando ambos brazos a cada lado del cuerpo de la ladrona.

— ¿Por dónde íbamos? – Preguntó, casi rozando su nariz con la de la humana.

— Quería inspeccionar mis pechos… por si había veneno.

— Oh… cierto.

Colocando su mano sobre el hombro de la chica la obligó a tenderse bocarriba mientras ella misma se deslizaba un poco, acercando la cara a los senos de la ladrona, de tal forma que la chica notara la respiración sobre su piel desnuda.

— Me temo que tus pezones no son lo suficientemente grandes como para poder apreciar a simple vista la presencia de veneno – Dijo con aire profesional la mujer.

Rose cerró los ojos y enrojeció, avergonzada.

— Voy a tener que usar mis otros sentidos – Añadió Selene mostrando durante unos breves segundos su lengua por entre sus labios.

Rápidamente introdujo el pecho izquierdo en la boca y empezó a usar su rugosa lengua para dar pequeños lametones en el pezón que volvía a estar totalmente endurecido, emitiendo pequeños murmullos de gusto cada vez que pasaba la lengua por él. La félida alargó su mano hacia el otro pezón de la chica y comenzó a masajearlo en círculos, hasta conseguir endurecerlo también, momento en el que empezó a dar pequeños pellizcos que conseguían producir gemidos en los que parecía mezclarse el placer y algo de dolor por parte de Rose.

Instintivamente Rose arqueó su espalda apoyando ambos brazos en la cama, haciendo que su pecho se introdujera un poco más en la boca de la mujer-gata, que pareció aceptarlo abrazando con fuerza la cadera de la chica con su brazo libre. Durante casi medio minuto siguió lamiendo, parando de vez en cuando para dar grandes chupetones. Pasó entonces a hacer lo mismo en el pezón derecho, manteniendo un ritmo rápido pero firme. Rose gimió con más fuerza, incapaz de controlar la calentura que recorría ya todo su cuerpo. Aún con el pecho en su boca, Selene levantó la vista hacia el rostro encendido de la joven y sonrió, provocando que sus dientes rozaran el pezón y haciendo que Rose emitiera un pequeño ruido de dolor.

— Hay mucha sensibilidad – Dijo Selene dejando por unos segundos de lamer y frenando sus caricias —. Puede ser mala señal.

— Por favor… – Sólo respondió la joven con ojos cerrados entre jadeos.

La consejera sonrió complacida y comenzó a besarle intermitentemente sus pezones, con besos cortos y rápidos. Lentamente bajó las manos hasta la goma de las bragas blancas, que ya habían empezado a dar muestras de la excitación de la joven.

— No te preocupes, volveremos más tarde a los pechos, ahora me tiene algo intrigada esta mancha de humedad.

De un tirón consiguió bajarle la ropa interior hasta las rodillas, mostrando sus genitales. El vello púbico, de un color un poco más oscuro que el de su cabello castaño, estaba bien recortado, casi rasurado. Selene se relamió mientras, con su dedo corazón, rozaba apenas el sexo mojado de la humana, recogiendo parte de sus fluidos. Sin apartar la mirada empezó a chupar su dedo, metiéndoselo casi por entero en la boca y disfrutando del sabor con un murmullo de satisfacción. Con ojos vidriosos le sacó las bragas por los pies, haciendo que la chica pudiera abrir más las piernas y aprovechando para acariciarlas.

Selene comenzó a usar su lengua de abajo arriba con un ritmo pausado en los genitales de la chica, una y otra vez, haciendo que Rose gimiera de placer. Poco a poco fue subiendo más y más con su lengua, hasta que finalmente, ayudándose de sus dedos, comenzó a lamer en pequeños círculos el clítoris de la joven ladrona. Rose comenzó a estremecerse, rozando con sus piernas el cuerpo de la mujer-gata. Con una media sonrisa, la consejera siguió usando su lengua, recorriendo alternativamente el clítoris y el resto del sexo de la ladrona.

Antes de que pudiera reaccionar, la humana se incorporó como un resorte, agarrando con delicadeza por debajo de las mejillas a la félida, evitando que siguiera haciéndolo. Los ojos de la mujer se abrieron de sorpresa, seguramente en previsión de un segundo intento de huida por parte de Rose.

— Podría ser… — Empezó a decir la joven intentando sobreponerse a las sensaciones que aún recorrían todo su cuerpo —. ¿Podría ser contagioso? Debería comprobar yo también que está sana.

Selene apoyó sus manos sobre la cama, a cada lado de los muslos de Rose, y se puso en pie, a pocos pasos de las piernas abiertas de la joven. Con manos expertas, la mujer-gata deslizó un cordón que sobresalía de un lado de su batín y este cayó deslizándose por todo su cuerpo hasta el suelo. El cuerpo bronceado de la mujer sólo estaba cubierto por un conjunto de satén negro que dejaba muy poco a la imaginación.

Rose la agarró de la cinta de las braguitas y la hizo acercarse al alcance de su boca. La chica comenzó a besar con gran lentitud cada uno de los muslos de la consejera, cerca de la zona de su entrepierna, notando el borde negro de la ropa interior en la comisura de sus labios. Con sus dedos, fue apartando con dificultad la tela dejando al aire al fin la rajita de la mujer. La ladrona se mojó los labios de manera inconsciente ante la visión de sus genitales totalmente rasurados y perfectos. Al aflojar la fuerza de sus manos, la tela volvió a cubrir parcialmente la entrepierna de Selene.

— Deja que te ayude.

La consejera se quitó las bragas lentamente, aprovechando para contonear su cintura muy cerca del rostro de la joven, acercando y alejando su coñito. Su larga cola, en su espalda, permanecía totalmente erguida acompañando los movimientos de su cintura de un lado a otro, pero Rose no apartó en ningún momento su atención de los movimientos de la cintura, fascinada.

La ladrona se inclinó hasta casi rozar la entrepierna de la mujer, pero la mano firme de la consejera en su hombro se lo impidió.

— Tengo una idea más eficaz – Susurró la mujer-gata.

Aun con la mano en el hombro la obligó a retroceder y a tenderse cuan larga era en la cama, haciendo que sus pies no tocaran el suelo. A continuación, Selene se recostó a un lado de la chica y gateando por encima de su pequeño cuerpo se colocó de tal forma que su cara quedara a la altura de la vagina de la chica, con ambos cuerpos en posiciones opuestas quedando el de Rose acostado bocarriba.

— Así mejor – Jadeó Selene, con su boca a pocos centímetros del sexo de Rose.

Primero usando tan sólo su lengua, pero rápidamente usando también sus labios para besar y succionar, volvió a disfrutar de su sabor, cerrando por completo los ojos y dedicándose tan sólo a usar sus sentidos del gusto y del tacto. Selene intentaba mantener un ritmo calmado y estable con su boca, pero su propia excitación hacía que poco a poco fuera aumentando la velocidad de sus movimientos.

Rose tardó bastante en reaccionar, intentando por todos los medios resistir y alargar lo máximo posible la sensación que sentía en su entrepierna. Con algo de dificultad, y usando también sus manos, consiguió inclinarse lo suficiente como para empezar a lamer todo lo que podía alcanzar de la raja de la mujer-gata mientras introducía y sacaba uno de sus dedos en el interior de la mujer, cada vez con mayor facilidad debido a su lubricación. Al fin se dejó llevar por completo, olvidando absolutamente todo lo que las rodeaba e introduciendo también su lengua todo lo posible, pasándola allá por donde podía. Cada pocos segundos paraba para poder saborear, con un gesto de puro éxtasis en su rostro. Intentó en vano seguir el mismo ritmo que mantenía Selene y empezó a usar sus dedos y lengua con avidez, gozando como nunca antes con lo que estaba ocurriendo, a punto de llegar al orgasmo. Una descarga eléctrica pareció recorrer todo su cuerpo justo un segundo antes de que se corriera, relajando casi de inmediato todo su cuerpo y parando para jadear con fuerza.

Selene usó toda su boca, moviéndola de arriba abajo por todo el sexo, recogiendo con ella todo el flujo y engulléndolo de forma ruidosa mientras iba ralentizando poco a poco sus acometidas.

— No pares… Rose – Gimió Selene con su boca empapada antes de seguir, ávida por tragar todo lo posible.

La ladrona retomó su trabajo, cerrando con fuerza sus ojos y usando dedos y labios en una pasión cada vez mayor mientras no dejaba de oír los gemidos de la mujer-gata. El cuerpo de Selene tembló varias veces seguidas hasta que finalmente, con un gemido más parecido a un alarido, se corrió. Rose pasó insistentemente su lengua por la vagina, incapaz de parar de comer, chupando también sus dedos sin ningún tipo de orden.

Selene se volteó, alejándose y quedando tendida bocarriba junto al cuerpo de la chica, mientras recuperaba poco a poco el aliento lamía el dorso de sus propias manos mientras las movía en círculos. Después besó con suavidad la pierna de Rose varias veces sin tener que moverse demasiado.

Rose se reincorporó, sentándose para poder observar mejor a la félida.

— ¿Habrá que repetir las pruebas? – Preguntó la chica con tono pícaro.

La consejera siguió unos segundos más acicalándose como si fuera una auténtica gata antes de incorporarse a su vez, quedando sentada en dirección opuesta a su compañera. Tomando por las mejillas a Rose le dio tres largos besos directamente en sus labios antes de contestar.

— Para eso tendrías que quedarte más tiempo bajo mi protección, pequeña.

Rose se pasó la lengua por sus dientes mientras sonreía, en un gesto de diversión ante la perspectiva de repetir el inusitado chequeo médico en más ocasiones.

La mujer-gata apartó entonces las manos del pequeño rostro de Rose y acarició sus hombros antes de posarlas directamente sobre la cama. Sus orejas puntiagudas se movieron espasmódicamente, escuchando algún sonido lejano, justo antes de que una sonrisa le cruzara por los labios.

— Todo el servicio se ha retirado al otro edificio. Tenemos todo el palacio para nosotras solas hasta mañana al mediodía – Dijo Selene mirando directamente a los ojos castaños que tenía aún tan cerca.

— ¿Cómo podríamos aprovechar tanto tiempo?

Una mueca cómplice recorrió las caras de ambas amantes al mismo tiempo.