La kinesióloga bioenergética
Un joven, aquejado por sus dolores de espalda, llega a una consulta con una kinesióloga que además de ejercicios y masajes, quiere hacerle transmisión de bioenergía.
Ya había recorrido todo tipo de especialistas para sanar mis dolores de espalda y a mis 29 años, seguía sufriendo cada vez más. Buscando en la cartilla de la obra social encontré una kinesióloga cuya especialidad me cautivó bastante: la bioenergía. Reservé un turno con ella y tuve que esperar un mes para tener la primera consulta. Al principio me atendió en una clínica, en un consultorio que no era el de ella. Se llamaba Judith y tenía aproximadamente cuarenta y cinco años. Debía medir 1,60, veinte centímetros menos que yo. Estaba en muy buena forma, tenía un cuerpo maduro bien mantenido. El delantal médico le contorneaba la figura dejando entrever buenas curvas. Tenía piel blanca y pelo castaño oscuro. Estaba maquillada con rouge y con los ojos delineados. A diferencia de otros médicos, escuchó atentamente toda la descripción de mis dolencias y me ofreció palabras contenedoras. Las primeras sesiones hicimos ejercicios de estiramiento. Me dijo que no era conveniente que llevara camisa y un jean, por lo cual para la segunda sesión fuí con una remera suelta y un jogging. Judith tenía un perfume bastante cautivador, era dulzón y penetrante. Cuando se acercaba a mí para corregirme alguna postura de los ejercicios, yo sentía como mi verga se esforzaba por esconderse y no evidenciar su erección en el jogging gris. Pasadas algunas sesiones se me ocurrió preguntarle acerca del tratamiento bioenergético, ya que hasta ese momento lo que habíamos hecho era más de lo mismo. Yo sólo continuaba yendo porque Judith me trataba bien. Me contó que a través de la obra social podía hacerme nada más que el tratamiento convencional. Si quería la aplicación de bioenergía tendría que ir a su domicilio particular y pagar un extra. Urgido por la curiosidad, acepté.
Su consultorio era muy distinto al de la clínica. Estaba iluminado por luces tenues. La camilla estaba directamente apoyada sobre el piso, como un colchón. De las paredes colgaban cuadros de pintura abstracta y varios diplomas sobre congresos de Bioenergía. Una música funcional relajante salía por unos parlantes. Ella, no estaba vestida con el delantal médico. Me recibió de remera blanca y unas calzas azul eléctrico.
−Ponete cómodo –me dijo Judith−. Acá podés sacarte la remera si querés, así puedo hacerte masajes en la espalda.
−Sí, sí... –dije con cierta timidez y acaté la orden.
−¿Estás mejor de las contracturas? –preguntó Judith mientras yo me sacaba la remera−. Estuve pensando que esos dolores pueden estar representados por falta de contención y soledad.
−Puede ser –dije por responder algo.
−La bioenergía trabaja sobre las emociones de las personas y cómo eso se traduce en diversos dolores –dijo Judith y recién ahí me dí cuenta que debajo de su remera blanca no llevaba corpiño.
Me acosté en el colchón. Ella se arrodilló por detrás de mi cabeza. Empezó agarrando mi cuello y haciendo pequeños movimientos circulares con él. Yo sentía mis vértebras haciendo crac-crac. Judith luego de hacerme crujir el cuello llevó sus manos hacia mi pecho. Empezó a hundir sus dedos en mi esternón, buscando nudos y contracturas.
−Tenés todo el cuerpo tensionado –me dijo Judith mientras yo miraba sus tetas desde abajo−. Acá en el pecho también tenés todo muy duro. Flojito, flojito, ponete flojito.
Judith siguió buscando puntos de tensión en mi pecho. Después abrió las manos y empezó a frotarme, primero a la altura del corazón. Luego bajó hacia el estómago.
−¿Vos comés bien? –me dijo mientras sus tetas estaban cada vez más cerca de mi cara−. Somos lo que comemos.
−Mas o menos... Vivo solo –respondí titubeando.
−Pobrecito... Tenés que conseguirte una novia que sepa cocinar –dijo Judith.
Ahora sus dos manos estaban sobre mis tetillas. Empezó a masajearme los pezones y se me pusieron duros. Esas caricias me estaban volviendo loco lentamente. Inspiré hondo. Ella notó cierta incomodidad en mí.
−Los pezones son el clímax de la tensión de una persona –dijo Judith y se rió−. No te los toco para excitarte, quedate tranquilo.
Sus palabras no hicieron más que hacerme sentir más caliente. Para colmo, su perfume penetrante me invadía las fosas nasales. Al tenerla tan cerca de mí, no dejaba de respirar su olor que parecía desprenderse de todo su cuerpo. La erección no se hizo esperar. Se me armó una carpa tremenda en mi jogging gris. Y Judith se dio cuenta.
−¿No tenés un shortcito abajo del pantalón? –me preguntó−. Así estás más cómodo, me parece que te está dando calor.
−Sí... sí... tengo un shortcito –titubeé de nuevo.
−Quedate tranquilo, yo te saco el pantalón –dijo inclinando aún más su cuerpo sobre el mío−. Vos quedate relajado que yo te ayudo.
Judith me sacó el jogging. Mi erección era indisimulable. Lo peor de todo es que el bóxer que yo tenía puesto era de color blanco y mi verga no tardó en humedecerse. Miré mi pelvis y pude notar el lamparón de líquido preseminal pegajoso inundando la parte de adelante del bóxer.
−Al final, es peor el remedio que la enfermedad –dijo Judith al ver lo que estaba ocurriendo en mi zona pélvica−. ¿Te está apretando demasiado ese shortcito?
No esperó mi respuesta. Judith procedió a quitarme el “shortcito” y a dejarme completamente desnudo, con la verga al palo, el prepucio arremangado y la cabeza expectante.
−Mejor así –afirmó ella−. Además, no me voy a asustar, quedate tranquilo. No es nada que no haya visto antes.
Judith siguió un rato más recorriendo mi cuerpo con sus manos. Masajeó mi abdomen y luego mis piernas, desde los muslos hasta los empeines. A todo esto, mi pija seguía erecta como un mástil y a ella no parecía perturbarla en absoluto. Lo más desesperante es que sus manos, al masajear mis muslos y mi abdomen bajo, pasaban muy cerca de mi pene, que no paraba de supurar líquido transparente.
−Te estás manchando, pobrecito... –dijo Judith y se acercó con un papel tissue a limpiarme la cabeza del pene con mucho profesionalismo−. Ahora vamos a hacer la segunda parte de la sesión, que es la transmisión de bioenergía, espero que no te pongas incómodo.
No sabía qué esperar. Me entregué al destino. Qué sea lo que Dios quiera, pensé. Al fin y al cabo necesitaba relajarme un poco y dejar de autoflagelarme un poco con mi timidez. Judith bajó la intensidad de las luces y el cuarto quedó en penumbras. Sólo se filtraba un poco de luz del pasillo, con lo cual, cuando Judith empezó a quitarse la ropa, lo único que pude ver fue su silueta. Primero se sacó la remera y confirmé mis sospechas: no tenía corpiño. Pude notar la solidez de sus pechos recortándose como dos globos bien inflados del resto de su cuerpo. Después se quitó la calza y la tanga. La poca luz no me dejó apreciar su vagina al desnudo.
−Bueno, quiero que te relajes y disfrutes de este momento que es para vos –dijo Judith y se colocó recostada encima mío. Mi verga había quedado justo entre sus piernas, por debajo de la vagina. Judith tuvo la delicadeza de acomodarse así para no aplastar mi falo endurecido. Me abrazó y apoyó su cabeza sobre mi pecho. Empezó a murmurar unas palabras inentendibles. Yo estaba concentrado en las sensaciones que me regalaba su cuerpo: sus tetas se sentían ardientes sobre mi pecho. El calor de su vagina se percibía apenas por encima de mi pelvis. A todo esto, mi pija se movía sola, buscando el agujero, pespunteando en el aire. Notaba también una vibración inexplicable en mis testiculos. Era como si tuviese mis genitales disociados del cuerpo.
−Bueno, después del abrazo viene la etapa de fricción –dijo Judith−. La fricción entre dos cuerpos genera energía ¿Sabías, no?
Judith empezó a frotar todo su ser sobre el mío. Ahora la situación se había descontrolado. Ella subía y bajaba, raspando sus tetas sobre mi pecho y su vagina, ya húmeda, sobre mi pene erguido y travieso. Su respiración era entrecortada como si estuviesemos teniendo sexo.
−Es un proceso de entrega muy extenuante... –dijo Judith agitada−. La transmisión de energía de un cuerpo a otro –siguió explicando pero a mí dejó de importarme.
Algo se desconectó adentro de mi cerebro. La espalda dejó de dolerme. Su perfume me volvió loco del todo. Sostuve sus caderas con mis manos firmes para dejarla quieta y le punteé la vagina con mi verga. No tardé demasiado en hallar el agujero. Sentí su vello púbico acariciándome la cabeza del pene y al ingresar cueva adentro, cómo sus labios y paredes vaginales abrigaban mi tronco. Judith tenía una vagina suave y reconfortante. Sus jugos no tardaron en hermanarse con mi pene ya empapado de líquido preseminal hacía rato. Levanté las rodillas para poder impulsarme. Ahora era yo quién se movía. Empecé a bombearla fuerte, como un caballo enloquecido.
−No, no –dijo Judith pero no hacía ningún esfuerzo por soltarse−. No deberíamos estar haciendo esto, la transmisión de energía no va a funcionar.
−Ya funcionó –le dije yo completamente perdido y le chupé un pezón.
Con las manos agarré sus nalgas firmemente. Sentí toda su humedad sobre mi pelvis y cada bombeo empezó a hacer ruido: plac-plac-plac-plac. Judith estaba mojada y excitada, sus pezones estaban duros como dos pastillas de menta. La situación siguió descontrolándose y yo deslicé un dedo adentro de su culo.
−No, no, la cola no –dijo Judith otra vez pero no hacía ningún esfuerzo por quitar mi mano de ahí.
−Ya viene la lechita –le dije−. Estoy muy cargado, no me aguanto...
−No, no... No me acabes adentro –repitió Judith pero en lugar de dejar de cabalgarme empezó a hundir mi verga cada vez más profundo en su entrepierna.
Tenía dos dedos adentro de su esfínter cuando llegó la leche. Emitió un alarido como si el primer chorro le hubiese quemado las entrañas. Sentí que mis huevos se deslechaban dentro de Judith. Mantuve la erección un tiempo más pese a haber eyaculado y ella tuvo otro orgasmo. Finalmente cayó rendida y agitada sobre mi cuerpo. Nos quedamos un rato largo así, abrazados, compartiendo nuestra energía corporal.