La joven rusa ultrajada por un japonés

Debo cofesarme, soy perverso.

"La joven rusa ultrajada por un japonés"

Debo confesarme. Soy perverso

¿Qué ves tú?

no sé… parece un pescado aquí y en éste lado yo diría que es una guitarra o un violoncello o algo semejante.

-jajaa aquí la madera ¿no?- me señaló con su dedo blanco.

Y si… y aquí la curva del cuerpo, la panza acá, incluso parte de las cuerdas aquí, si de ver se trata creo que puedo encontrar mil formas. –dije-

-no, mira bien, estás pensando demasiado en la música –dijo sonriendo-, observa ésta curva que tú crees que es el cuerpo de la guitarra, en realidad no está definido, es algo nebuloso, con ritmo… observas la continuidad de las líneas que suben y bajan??? -

En ese momento María levantó su mirada directo a mis ojos y mi vida pasó de largo en un destello color aguamarina que fue a perderse en la profundidad de sus iris verdes.

-¿Qué es rítmico, indefinido, nebuloso, que sube y baja? -me preguntó con una sonrisa triunfante-

Mmmh, ¿el amor? –respondí mitad sincero y mitad embrujado por el reflejo tan intenso de la luz en sus ojos que no acababan de sorprenderme; ella se quedó en silencio un momento y luego con una mueca de insatisfacción miró mi boca, giro su cabeza mirando el paisaje un instante y volvió a mis ojos: -El mar- dijo.

El Mar. –repetí-

¿qué significa esto? Un pescado y el mar… ¿significa que moriré en el mar pescando? –le pregunté intrigado y divertido a la vez-

Jaaa! –ella sonrió- no querido, no

María se inclinó un poco hacia mi dibujando una sonrisa curva, de sandía roja, entonces reposó su pecho sobre la mesita de sol, estiró sus manos para tomarme del brazo, y acercando su boca a mi oreja susurró – para empezar yo no creo que sea un pescado, creo que es un pez, mira como está moviéndose, la gran diferencia es que está vivo… un pez vivo y el mar M.!! Creo que si el destino decidió hablar de tu muerte -cielo-, yo diría, mejor dicho: yo interpretaría que vas a morir en tu medio, en tu rebaño, en lo que te gusta… -

Me gusta el mar. –respondí seco-

Sonrió con franqueza y dos hoyuelos coquetos aparecieron en su cara.

y sabes M.? tú me gustas a mi -contestó ella-

Inclinó su áurea cabeza en mi hombro, yo suspiré levemente y argumenté pronto para que María no notara mi aliento amoroso: -vaya! Había escuchado del tarot, de la baraja, de la bola de cristal, pero nunca pensé que encontrarías mi muerte en una taza de té chai -le dije desenfadado- mientras le abrazaba su hombro desnudo y le daba un beso en el cabello que olía a hierbabuena mientras ella perdía su vista en el horizonte dorado

Apenas una semana atrás María hubiera sido una mujer inalcanzable para mi, de padre ruso y madre pintora-mexicana –combinación extremadamente sensual- la conocí en una bienal de acuarela en el sur de Ciudad de México, la primera imagen que tengo de ella fue su deportiva figura que competía con su natural y juvenil elegancia contenida en un vestido azul marino, mínimo, de una tela de fibras naturales que están muy de moda entre las filosofías ecológicas, de textura lisa y con unas pequeñas flores guindas bordadas y entrelazadas con guirnaldas de hilo negro brillante que las unían delicadamente delineando su escote. Cuando pregunté quien era, una señora que parecía pavo real me dijo sin mirarme que era María L., ganadora del premio nacional de acuarela 1999, "tan joven y con un reconocimiento así…" –comentó un poco más bajo- hija de María B. pintora –continuó en un tono pomposo- …"quién es una de las socias actuales del museo de la acuarela, y una de las más influyentes en el medio, e hija del Arquitecto Fedor L. uno de los primeros diseñadores que introdujo las bondades de la computadora en el…(Bla bla bla)…", en ese momento dejé de escuchar a la señora pavo real y miré sus gesticulaciones sin sonido, como si fuera una película muda, después de instante de silencio decidí retirarme de una conversación (¿monólogo?) que auguraba no tener fin

Mejor me acerqué a observar a Maria; la inauguración se instaló en una carpa blanca al aire libre en el centro de un jardín asiáticamente decorado con flores sutiles, mucho verde y mucha agua viva, María estuvo callada y atenta mientras corría el discurso -lo que me permitió contemplarla- y creo que contemplar es el verbo correcto, pues su belleza no permitía sólo mirarla, su actitud, su mirada inmensa, la manera en que estaban descansados los brazos sobre su cuerpo, su composición plástica: la exactitud de una pierna cruzada mostrando sus muslos blancos en el punto preciso entre lo atrevido y lo elegante permitían deleitarse con su feminidad y su frescura, permitían ese "modo de arte" que contempla algo que es hermoso desde sus razones últimas, algo que existe sin la presión de la vanidad o de un punto de vista particular , algo puro y naturalmente hermoso per se.

Un escalofrío azul, líquido y perverso recorrió mi cuerpo cuando recordé que en el Japón antiguo, algunos hombres de cierto poder pagaban por contemplar a las mujeres jóvenes desnudas; no las podían tocar, ni faltarles al respeto, mucho menos pedirles favores sexuales, sólo las observaban sentados en círculo alrededor mientras ellas yacían recostadas o dormidas… bastó un recuerdo y un relámpago para que naciera en un rincón de mi mente el deseo color rojo-guinda de contemplar a María durmiendo y recostada, y deleitarme por mucho tiempo de esa belleza tan refrescante …contemplándola. Simplemente contemplándola.

Después de abrir los ojos y regresar a la realidad en el jardín caí en cuenta que había terminado el discurso y la exposición se abrió para todos los visitantes, yo me acerqué a ella presuroso y casi derribo al mesero que llevaba el vino tinto en la premura de alcanzar a Maria, y casi lo maldigo en voz alta cuando tuve que frenarme y ayudarle a detener las copas mientras cientos… cientos, miles! miles de hombres se acercaban a charlar con ella. Lobos, hormigos, abejos, buitres, hienos, todos querían devorarla solos o en manada y yo, por supuesto, ya había perdido mi medalla de oro llegando en el carril número ocho después de aquel percance, no tuve mejor opción que renunciar a ese deseo y pagarme el descuento mirando las obras expuestas de María… Justo al final del corredor colgaban cuatro acuarelas sobriamente enmarcadas en madera de nogal con una marialuisa blanca delicadamente biselada y con tratamientos repujados finamente detallados en el borde, obras femeninas, seguramente el trabajo lo había encargado el Zar papá a algún Fabergé exiliado en el calor mexicano, incluso en la parte baja de cada obra había una plaquita plateada que tenía grabado en letra manuscrita dominica el nombre de María L. con unos caracteres muy pequeños que hacían de la composición artesanal algo elegante antes que vanidoso. Miré detenidamente cada uno de sus trabajos y disfruté –otra vez- de la sensualidad de ésta mujer amarilla que tenía ese don particular de dejar (embarrar, lubricar, soplar) en su trabajo un halo de feminidad sutil y erótico; es como un susurro rojo –ya lo he dicho antes- , como el perfume que se queda fijo en el aire aún cuando la mujer que lo portaba se ha ido. Me di cuenta también de la fuerza de su trazo, de lo impetuoso y atrevido de sus pinceladas, del brochazo colocado no con fuerza viril, sino con tacto e inteligencia femenina y la coronación firme de sus obras con detalles pequeños y de colores intensos; noté que las flores y las plantas tenían especial dedicación, descubrí azucenas, lirios, plantas acuáticas, manzanillas, hierbabuenas, bien delineadas y precisas; sus temas mágicos, paisajes de bosques septentrionales con árboles como pies y manos, lugares encantados como veredas de ríos, pueblos pequeños y perdidos en bosques infinitos, algún duende disimulado entre el follaje, su estilo me recordaba las pinturas renacentistas del Bosco, muy místicas y ecológicas… miles de tonos verdes inmersos en el océano de sus ojos verdes.


Una luz de triunfo –quizás venganza- me envolvió cuando miré que María desdeñó uno por uno a sus secuestradores, se sabía deseada y sonreía artificialmente, se sabía inteligente y se portó encantadoramente fría despidiendo a cada uno de ellos cortés pero tajante. Yo estaba por formarme en la fila de los rechazados y hacer mi pequeña lucha que seguramente ya habría perdido, cuando se apareció la señora pavo real por casualidad, como un rayo en la noche seca se me ocurrió una idea amarilla y recién nacida, le pedí sutilmente que me presentara a María B. la madre de María, a lo que doña pavo real accedió más por morbo que por convicción social. Me llevó con ella y durante varios minutos hizo guardia enterándose de cada palabra salida de mis labios

Después de muchos halagos y esfuerzos conseguí de la mamá tres consejos de pintura, una sonrisa argentina y el teléfono de su casa; y así dos semanas después invitaba a María a una exposición de cuatro integrantes, dos artistas colombianas, ella y yo en una ciudad ideal: Cuernavaca*; la cité de mañana, temprano, en el mismo lugar donde la conocí, que sabía por boca de su madre estaba a unos cuantos metros de su casa; después de los saludos comunes, romper el turrón, y hablarle de la exposición se sintió en confianza conmigo, hablamos entonces de herbolaria, de magia, de flores, me mostré muy interesado en los hechizos y en la adivinación, y para el final de la mañana sus ojos verdes inundaban mi vista con su sonrisa de marfil y sus recetas mágicas.

(*Nota. Cuernavaca, al sur de Ciudad de México, lugar cálido y húmedo, rico en vegetación, famoso por su magia, sus verdes sempiternos y sus flores.)

¿Conoces Cuernavaca? -le pregunté-

Si, claro.

-¿quieres ir?-

¿Cuándo, ahora? –dijo ella-

  • ¿te atreverías?- pregunté recordando la soltura de sus trazos en sus acuarelas.

Si –respondió secamente y sonriendo-

-me refiero a ir ahora mismo- puntualicé.

-Sonrió y asintió- excelente!, pero hace mucho calor allá, irás vestida así? –le dije en un tono muy dulce que el mismo Maquiavelo me hubiera envidiado-

Dame unos minutos –dijo María- voy a casa y regreso.

Cuando apareció por la calle empedrada tuve la extraña sensación de estar en Wimbledon, María venía hermosa, con el cabello rubio suelto iluminado por el cenit del sol, moviéndose cadenciosamente con unas sandalias altas sujetas por una cuerda que le llegaba a la pantorrilla y un bendito y puro y blanco vestido de una pieza corto y deportivo que mostraba unos muslos sanos, tersos y deliciosamente torneados; su vestido aparte de marcarle su naranja feminidad mostraba un generoso escote donde se asomaba esa hermosa línea que indica la presencia de un busto bien dotado, puntiagudo y firme. Yo estaba impresionado, y permanecí con una erección mental durante las dos horas que duró el viaje a la ciudad de Cuernavaca mirando a mi costado esas piernas hermosas y esa sonrisa encantadora.

El viaje atravesaba un camino de bosques otoñales que dieron lugar a una animada conversación sobre los matices del verde, la magia, los duendes forestales, la herbolaria, los tés, la adivinación –tema que Maria amaba y manejaba muy bien- los sueños y el destino; efectivamente había hechizos en ella, mientras hablaba, su mirada me despojaba de mi cuerpo y me convertía en pequeñas motas de polvo que danzaban por sus ojos, me arremolinaba rodeándola y metiéndome por su escote, saliendo por su panza de tenista, dando vueltas en sus senos que de vez en cuando se erectaban en los pezones, volando por sus muslos y sintiendo el fino pelaje áureo de un durazno en su piel, de pronto sin darme cuenta ya habíamos llegado a Cuernavaca y tuve que soportar la pena que por un instante, apareció como un bulto en mis pantalones y que ella notó pero no quiso darle importancia aún cuando sus ojos verdes hierbabuena la delataban.

Por supuesto caminamos como dos turistas japoneses al llegar, en línea y separados con un brazo de distancia en actitud estrictamente marcial, pero después las flores y la humedad de esa ciudad nos unieron más… para el mediodía ya éramos un matrimonio anciano donde ella se colgaba de mi brazo y atendía sus pensamientos propios y yo lidiaba con los míos, mi bulto virtual y mi memoria. Cuidé de caminar hasta cansarnos, cuidé de llevarla al mercado de flores, no al nuevo sino al antiguo, donde colocan la venta a los pies, en el vil suelo, y donde Maria tuvo que agacharse quinientas veces y donde yo –como buen turista japonés- tomé cientos de fotos mentales de esos bellos muslos descubiertos, de ese culo sensual, femenino y sexy que podría arropar mi cuerpo durante mil noches de frío, de esos senos turgentes que jugaban a esconderse y asomarse por entre la tela del vestido blanco y corto, de esa actitud elegante para doblarse y reclinarse como una princesa de las Mil y una Noches, de esa elasticidad perversa que hacía volar mi imaginación

Paramos en un café al aire libre, pedimos dos tés chai, y le pedí a María que me leyera la mano, ella me explicó que la lectura de la adivinación es un arte que no se lee "al gusto del cliente" (sonrisa), que por el contrario viene determinado por el destino mismo, me dijo:

si quieres saber sobre el amor –por ejemplo- digamos si quieres saber que suerte tendrás con una chica rubia –sonrió y me tomó de las manos, mientras me guiñaba el ojo- y como te va el amor con ella, pues no… no! –me soltó las manos con un gesto mitad desdeñoso y mitad divertido- no podrás saberlo a menos que el destino quiera contártelo, esto querido M. es como la acuarela, aunque uno pinte y crea que dirige la obra y diga como y cuando, quien tiene la última palabra es el señor agua… el agua

Yo estaba inmerso en sus ideas y sus pupilas que tomaban un tono melancólico con la luz horizontal del ocaso de ese atardecer mágico, le besé intempestivamente, interrumpiéndola justo cuando pronunciaba la palabra "agua" por segunda vez, luego terminé mi té en silencio, mientras desaparecía el rubor rojo en sus mejillas y mirándola fijamente le mostré mi taza.

¿Qué ves? -le pregunté-

¿qué ves tú? –dijo intrigada y divertida-

no sé… parece un pescado aquí y en éste lado yo diría que es una guitarra o un violoncello o algo semejante.

-jajaa aquí la madera ¿no?- me señaló con su dedo blanco.

Y si… y aquí la curva del cuerpo, la panza acá, incluso parte de las cuerdas aquí, si de ver se trata creo que puedo encontrar mil formas. –dije-

-no, mira bien, estás pensando demasiado en la música –dijo sonriendo-, observa ésta curva que tú crees que es el cuerpo de la guitarra, en realidad no está definido, es algo nebuloso, con ritmo… observas la continuidad de las líneas que suben y bajan??? -

En ese momento María levantó su mirada directo a mis ojos y mi vida pasó de largo en un destello color aguamarina que fue a perderse en la profundidad de sus iris verdes.

-¿Qué es rítmico, indefinido, nebuloso, que sube y baja? -me preguntó con una sonrisa triunfante-

Mmmh, ¿el amor? –respondí mitad sincero y mitad embrujado por el reflejo tan intenso de la luz en sus ojos que no acababan de sorprenderme; ella se quedó en silencio un momento y luego con una mueca de insatisfacción miró mi boca, giro su cabeza mirando el paisaje un instante y volvió a mis ojos: -El mar- dijo.

El Mar. –repetí-

¿qué significa esto? Un pescado y el mar… ¿significa que moriré en el mar pescando? –le pregunté intrigado y divertido-

Jaaa! –ella sonrió- no querido, no

María se inclinó un poco hacia mi dibujando una sonrisa curva y divertida, entonces reposó su pecho sobre la mesita de sol, estiró sus manos para tomarme del brazo, y acercando su boca a mi oreja susurró – para empezar yo no creo que sea un pescado, creo que es un pez, mira como está moviéndose, la gran diferencia es que está vivo… un pez vivo y el mar M.!! Creo que si el destino decidió hablar de tu muerte cielo, yo diría, mejor dicho: yo interpretaría que vas a morir en tu medio, en tu rebaño, en lo que te gusta… -

Me gusta el mar. –respondí seco-

Sonrió con franqueza y dos hoyuelos coquetos aparecieron en su cara

...El sol estaba a punto de esconderse y la noche amanecía radiante como rosa blanca. La parte romántica de ésta historia me la reservo, es personal y tiene toques de delicado perfume que no deben ventilarse: se perdería su esencia; sólo puedo agregar que estoy estacionado, con el auto apagado, sin luces, en la mitad del camino de regreso a Ciudad de México, en un mirador solitario y con un bulto en el pantalón; el paisaje poco a poco se llena de azules, oscuridad, música de grillos y

...y que Maria está a mi lado dormida, confiada, laxa, con su cabello de oro suelto, con sus muslos descompuestos y sus piernas un poco abiertas, su vestido recorrido casi hasta su entrepierna, su brazo izquierdo reposa en su estomago con su mano abierta, y su brazo derecho detiene su cara inclinada que guarda una sonrisa que no se atreve a ser sonrisa, está soñando tranquilamente y su boca está muy roja; tiene dos botones desabrochados en el escote de su vestido y se asoma la piel roja del inicio de su seno que sabe a durazno, respira lentamente, y observo su pecho juvenil y elegante subir y bajar –justo como me dijo que hace el mar-

y en la quietud de ésta noche larga yo la miro

... sin atreverme a tocarla

sólo la contemplo

M.

.¿comentarios? errevez618@hotmail.com