La joven Miriam

(...)Me desnudé pausadamente ante él, que me miraba sentado en una banqueta. Al quitarme las bragas, mostré mi pubis, completamente rasurado. Me di la vuelta y me agaché, para que viera mi ano bien. Me pasé una mano y en efecto, tenía razón: había algo de vello en él (...)

Llevaba dos esa noche. Algo escasa, para ser un jueves. Esos días siempre viene algún director de banco, que finge estar en una reunión hasta tarde; o algún ejecutivo, con parecidas excusas para su mujer. Y algún estudiante que ahorra varias semanas para venir a verme. Pero últimamente la cosa flojeaba, incluso para mí, que tengo tarifas de lujo y en esos precios se nota menos la crisis. El caso es que acababa de chupársela a Laureano, un ingeniero que siempre alargaba la hora de volver a casa, para estar menos rato con su esposa. Como viene todas las semanas al menos una vez, le había regalado una mamada extra después de follármelo. Es un detalle que tengo con algunos habituales: en la prostitución, como en todo, también hay márketing. En realidad, más que la felación, le había regalado media hora; como decía, siempre posterga el momento de regresar al hogar.

Ya había acabado con él y quería irme a casa. Me metí en la ducha de mi baño (todas habitaciones del piso cuentan con baño propio), y me aseé. Apenas salía de la ducha, cuando entró sin llamar Verónica, la madame del piso y quien dirige el business . Vero es mi amiga desde que comenzamos Veterinaria, hace más de siete años. Ahora tenemos veinticinco. Al poco de empezar la carrera, Vero decidió meterse en el negocio para costearse los gastos. Entonces era novata y cobraba poco; pero ahora tiene un nombre y sus precios son altos. Terminó los estudios aunque nunca ha ejercido como veterinaria. Con el cuerpazo de morena que tiene, no le ha hecho falta.

Yo, por mi parte, me mostraba reacia a esta profesión. Pero cuando acabé la carrera, me di cuenta de que vender mi cuerpo era más lucrativo que curar animales. Así que llevo ya cuatro años como escort.

  • Miriam, ya sé que me vas a matar –empezó a decir.

  • No, Vero, no me jodas, que estoy reventada –contesté, sabiendo qué me iba a pedir.

  • Por favor, es la última vez que te lo pido –imploraba.

  • Que no tía; además, me acabo de duchar.

Cuando acabo la jornada, me ducho en mi habitación; pero luego al llegar a casa me vuelvo a duchar, es una manía.

  • Anda, ¡pero qué dices! Si luego te duchas otra vez en casa, perra –dijo poniéndome unos ojos que sólo ella sabe, consciente de que cuando lo hace, no puedo negarme.

  • ¡Joder! Por lo menos deja que me seque –le pedí. Toda la conversación había tenido lugar en el baño, mientras me secaba el pelo desnuda ante ella.

  • ¡Deja! Ve así. Es el típico cuarentón tímido. Debe de vivir con sus padres todavía. Con suerte, aún será virgen –bromeó–. Recíbelo así y a lo mejor se corre encima y acabas antes.

Sin darme más opción, salió del baño, y no tuve más remedio que seguirla. Me enrosqué la toalla en la cabeza, y salí desnuda y húmeda detrás de ella.

En el recibidor del piso, había un hombre de cuarenta y pocos, peinado con la raya en un lado, y unas gafas modernas que le daban un aspecto formal. No era feo, pero en efecto, parecía bastante tímido. Se le notaba algo nervioso, y al verme en pelotas dio un respingo.

  • Estás de suerte colega. Esta es Miriam. Mira qué tetas tiene –dijo señalando mis grandes y simétricos pechos–. Y mira qué chochito. Todo para ti. Al final ha hecho una excepción, y ha accedido a quedarse más tiempo, sólo por ti. Así que deja el pabellón bien alto. Miriam, te dejo con el hombretón.

Casi pude oír su saliva al pasar por la garganta. Me miraba de arriba a abajo con una mezcla de fascinación y miedo.

  • Anda pasa –le invité con desdén.

El hombre me siguió hasta la habitación y cerré la puerta. Tenía tentación de ser borde con él porque estaba cansada y cabreada, pero la verdad es que me daba pena y me puse en modo simpática. Además, tenía su punto y en seguida me pongo cachonda.

  • ¿Cómo te llamas? –pregunté mientras me quitaba la toalla de la cabeza.

  • Carlos… –contestó embobado–. ¿Me desnudo?

  • No, si te parece follamos estando vestido –ironicé.

La verdad es que sí parecía timorato.

  • ¿Puedo tocar?

  • ¿Has pagado?

  • Esto… sí; bueno, yo no…

  • Calla tonto. Te estoy tomando el pelo. Claro que puedes tocar.

En nuestro piso el dinero va por delante. Primero se paga la tarifa, y después se entra a follar. Me divertía el hombre, tantos años mayor que yo y tan inocente. Me hacía gracia vacilarle.

Puso una mano en mi teta izquierda, y se la quedó mirando. Entonces me miró a mí, y cerrando los ojos, se acercó con intención de besarme, muy torpemente. Se le notaba escasa experiencia con mujeres. Le di un morreo con lengua, que me correspondió.

  • Es tu primera vez pagando, ¿verdad? –le pregunté.

  • ¿Tanto se nota?

  • Lo llevas escrito en la frente. Y recuerda, soy puta.

Era parado, y no había estado con ninguna prostituta. No quería que viera mi oficio como algo infame o deshonesto, sino como una cosa necesaria, y en cierto modo, bonita. Aunque no nos paramos a pensarlo mucho, la impresión que se llevase ese día de mí era importante. No es lo mismo pagar cincuenta euros por tener sexo, que llevarte una experiencia en la que disfruten no sólo los sentidos, también el espíritu. Bueno, al fin y al cabo, por eso soy escort y cobro lo que cobro.

  • Anda ven –le indiqué, y lo atraje hacia mí.

Le besé con pasión, y le toqué el pecho, todavía vestido. Le quité la camiseta y le lamí el cuello, escuchando como respiraba cada vez más fuerte. De rodillas, mientras él estaba sentado en la cama, lo descalcé. Sólo quedaba el pantalón.

  • Levanta el culo –le ordené, y me obedeció.

Le bajé al mismo tiempo pantalón y calzoncillo, y quedó desnudo como yo. Tenía la polla erecta.

  • ¡Vaya aparato tienes! –exclamé. No era pequeña, pero tampoco nada del otro mundo. Lo que pasa es que a los hombres les gusta oír piropos dirigidos a su miembro. Además, esto les da seguridad, porque sólo me faltaba que el tío se pusiera nervioso y “se me viniera abajo”.

Me la metí entera en la boca. Él me agarró de la nuca, e inició el movimiento. Dejé que llevara la marcha, y que se follara mi boca. El tronco rozaba mi paladar, y me dejaba un sabor salado en la lengua.

Entonces la sacó, indicándome que se la chupara por los lados. Eso hice, y a continuación le succioné los testículos. No estaba rasurado, y sus pelos se quedaban en mi boca, pero me gustaba. Se le notaba limpio y aseado, y olía muy bien, por eso no le pedí que se duchara. Le masturbé fuerte, mientras seguía chupándole los cojones, y acariciándole con los dedos en el perineo.

Las venas se le marcaban en la polla, que estaba tensa, y adiviné que se aproximaba su orgasmo. Vi que echaba su cabeza hacia atrás, disfrutando de las sensaciones que mi boca experta le provocaba.

  • Uffff –escuché que resoplaba.

Volvió la cabeza hacia delante, mirándome directamente a los ojos. Leí perfectamente su mirada, que me pedía que acabara. De modo que me la introduje, y acelerando el ritmo, chupé insaciable su verga. De repente, tensando todo su cuerpo, emitió un gemido, y me inundó la boca de semen. Empezó a tener contracciones, mientras se vaciaba al tiempo que yo tragaba su delicioso néctar.

  • Ahhhh, uffff –dijo muy suavemente, al final.

Le relamí el rabo, limpiándolo y dejándolo reluciente, y tragué todos los restos de semen, incluyendo las comisuras de mis labios.

  • Me… me ha encantado. Gracias –murmuró mirando al suelo, y haciendo ademán de coger su ropa para vestirse.

  • ¿Dónde vas tan ligero? Yo todavía no me he corrido. A una dama no se la deja así –le provoqué.

  • Yo… yo pensaba que ya… –musitó.

  • Has pagado, ¿no? Pues tendrás que aprovechar. Vamos a la ducha. Te recuperas, te relajas, y volvemos a la acción –le animé. En el fondo soy una buenaza.

Me levanté y le di la mano, que cogió y me siguió. Nos metimos en la bañera, y abrí el grifo.

  • No puedes correrte y marcharte, ¿entiendes? A una chica no la puedes dejar así –dije bajo el agua, con voz melosa.

Por fin Carlos perdió un poco la vergüenza y puso decisión. Me tocó las dos tetas, despacio al principio y más fuerte después. Como las tengo grandes, no las cubría completamente. Pellizcaba los pezones, que son oscuros y amplios, y no tardaron en ponerse duros. Aunque ya había follado varias veces en el día, Carlos logró ponerme cachonda. A pesar de esa timidez, tenía algo de macho ibérico que me volvía loca.

Me besó salvajemente, enroscando su lengua con la mía. Sin duda besaba bien. Acariciándome, fue bajando por mi cuerpo hasta llegar al pubis. Le cogí la mano, y se la guié hasta mi coño. Inicié los movimientos tal y como me gustan, en la entrada de la vagina, y Carlos enseguida pilló el ritmo y lo hacía divinamente.

  • No tienes… ni un pelo… –dijo mientras me masturbaba

  • A algunos clientes… les gusta así… –contesté jadeando.

Sin avisarme, me metió los dedos. Entraron casi sin querer, y me dio un temblor de placer. Quería follármelo ya.

  • Vamos a secarnos. Me han entrado unas ganas tremendas de follarte, Carlitos.

Al oír eso, se le dibujó una amplia sonrisa en la cara. Vi que su polla se había recuperado, y empezaba a crecer de nuevo. Nos secamos con prisa, a mitad, y fuimos a la cama. Me tumbé boca arriba, y abrí todo lo posible las piernas. Carlos se quedó de pie, mirando mi coño.

  • Dios, qué buena estás… -dijo, admirando mi cuerpo.

  • Ven y fóllame –le indiqué, y obedeciéndome, me penetró.

Me gustó sentir esa polla en mi interior. Vero me había dicho que era un cuarentón, pero no sé si llegaría a los cuarenta. En cualquier caso, tendría cuarenta y pocos como mucho. Su torso estaba bien formado; parecía de gimnasio. Se lo acaricié y lo lamí, mientras entraba y salía de mi interior.

  • Joder, esto es maravilloso –expresó.

Su cadencia era pausada y uniforme; definitivamente follaba bien. Me chupaba las tetas, y seguidamente me besaba; luego me lamía el cuello. Todo sin dejar de follarme, cada vez con más potencia. Me besó la cara, y noté su cálido aliento cerca de mi oreja. Era apasionante ser follada por este hombre, que a simple vista parecía callado y serio, pero que estaba demostrando ser un semental.

Era el último cliente del día y estaba cansada, y casi había sido un favor personal que me pidió Vero, pero estaba muy caliente y quería que Carlos me hiciera correrme. Ya había tenido por lo menos dos orgasmos en ese día, pero vislumbraba ya el tercero.

Sin avisarme, salió de mi y me colocó a cuatro patas. Se puso a follarme como a una perra, arrancándome gritos de placer.

  • ¡Ahhh! ¡AAHHHH! –gritaba yo, al tiempo que escuchaba su vientre golpear en mi culo.

Me agarró del cabello, mientras me daba palmadas en los cachetes. Este hombre no tenía ya nada que ver con el que vi entrar en el piso. Nuestros gemidos se debían de oír en las demás estancias, pero no me importaba. Me gusta que la gente me oiga follar.

  • Quiero… que te pongas encima –jadeó, y yo le complací resuelta.

Tumbándose boca abajo, agarré su verga y me la metí en el coño. Entró casi resbalando, por los fluidos que ambos emanábamos. Me puse a cabalgarle de manera salvaje, mientras mis tetas botaban alegremente. No es que fuera el mejor polvo del día, es que estaba siendo el mejor polvazo de hacía mucho tiempo.

Puse los dedos en mi clítoris, y lo froté con fuerza. La sensación era única: me sentía llena de polla, y el clítoris me daba escalofríos de placer.

Carlos me puso una mano en una teta, y la otra en el culo. Así es como se folla cuando la chica está arriba. Entonces llevó el ritmo durante unos minutos; después lo llevé yo otro rato, y así sucesivamente. Nos compenetramos muy bien, y tan solo era la primera vez que follábamos. No recordaba ningún cliente con el que me hubiera pasado eso, al menos tan temprano.

Sentí un cosquilleo en el fondo de la vagina. Era el orgasmo que ya asomaba. Lo retuve unos instantes, intentando disfrutar un poco más y alargar el placer que me daba Carlos, pero no pude hacerlo por mucho tiempo. Así que me dejé llevar, y sentí un clímax espectacular, que no me esperaba cuando recibí a Carlos en la entrada.

  • AAAAHHH!!! Ufffff!!! –exclamé.

Yo ya me había corrido, y seguía sintiendo convulsiones en mi interior, pero Carlos seguía dándole. Parecía no tener fin.

  • Quiero… quiero que me mires a los ojos cuando me corra –pronunció finalmente.

  • Claro cariño… te lo mereces… has hecho que me corra como una perra… –le contesté.

En efecto, le vi que iba a llegar. Aceleró el ritmo, y me manejó a su antojo desde abajo. Con el rostro enrojecido por el esfuerzo, y las venas hinchadas, frenó su ímpetu un segundo para seguidamente embestirme muy fuerte mientras chillaba.

  • ¡Me corro! ¡ME CORRO! –gritaba en medio de las convulsiones, mirándome a los ojos.

Por fin, acabó de contorsionarse, quedando exhausto. Me quedé encima de él, y le di un beso en los labios. Él me acarició el pelo y la espalda, y me besó en el cuello y la mejilla. Normalmente los clientes terminan y se separan de mi; o incluso se visten raudos. Pero Carlos, además de saber follar, era cariñoso, sin llegar a ser agobiante. Tenía todo.

  • Muchas gracias –dijo educadamente.

  • ¿Gracias? Gracias a ti, madre mía. Y no es por quedar bien, nunca le digo “gracias” a ningún cliente –dije sincera.

  • Ha sido… fantástico. Mucho mejor de lo que me esperaba. Al principio me daba palo venir.

Estaba muy a gusto tumbada sobre él. Antes quería irme a casa; ahora ya no tenía ninguna gana.

  • Todavía nos queda un ratito; ¿te apetece estar así? –me escuché decir eso, y no me lo creía. Era la primera vez que decía eso a un cliente.

  • Claro, estoy genial así.

  • Y aunque nos pasemos del tiempo, no pasa nada –seguía sin creerme que dijera eso.

  • Bueno… lo que he pagado… es decir lo que me han pagado… –titubeó.

  • Carlos, soy autónoma. Eso quiere decir que aunque esté en este piso, yo decido cuánto rato quiero estar, qué quiero hacer y con quién –expliqué–. Ahora necesito reponerme y descansar unos minutos.

  • Vale, vale –accedió, ya más seguro.

  • Además, me apetece mucho abrazarte y besarte.

Era verdad. Me apetecía mucho abrazarle. Después de follar con abueletes adinerados con problemas de erección, o con universitarios pudientes que no aguantan dos asaltos, acostarme con este hombre educado y serio, pero salvaje en la cama, era un alivio muy agradable.

Le acaricié el torso, bien torneado en el gimnasio. Tenía algo de vello en el pecho, que le hacía parecer más masculino aún. Era una delicia enroscar ahí mis dedos, mientras le acariciaba y daba pequeños besos.

  • ¿Cuántos años tienes? –preguntó de repente.

No me esperaba la pregunta, pero no me molestó.

  • Los suficientes. Soy mayor de edad desde hace tiempo.

  • No, si ya… era curiosidad –alegó.

  • Veinticinco. Tengo veinticinco.

  • Ah, muy bien…  más o menos lo que me esperaba –dijo.

  • Bueno, ¿y tú? ¿Cuántos tienes? –pregunté con interés.

  • Más de los que te esperas; soy muy mayor para ti –contestó haciéndose el misterioso.

Era verdad que era mayor que yo; eso era evidente. Pero me pareció que exageraba un poco; yo le echaba cuarenta como mucho.

  • Venga va, cuántos tienes. Yo te lo he dicho –insistí.

  • Acabo de cumplir cuarenta y ocho –confesó al fin.

Me quedé alucinada. Para nada parecía estar más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. Se conservaba muy bien.

  • ¡No jodas! Mi padre tiene cuarenta y ocho. Me tuvieron jóvenes. Y desde luego, no está como tú.

  • Sí, cuarenta y ocho. Nací en el 69. Eso dice mi DNI.

Sonrió complacido. Se notaba que se había sentido piropeado.

  • ¿Cuántos creías que tenía? –inquirió curioso.

  • No sé; cuarenta como mucho. Quizá menos.

Normalmente no tenía conversaciones tan naturales con los clientes; con Carlos parecía ser diferente.

  • Cuarenta y ocho y veinticinco… podría ser tu padre… –reflexionó pensativo.

  • Ya, pero tú estás más bueno –reí–. Soy veterinaria. Me saqué la carrera, pero me metí en esto, porque gano más.

No sé por qué le dije eso, me salió sin querer. Nunca hablo de mi vida a mis clientes.

  • ¡Anda, veterinaria! Es una profesión que está muy bien. Yo soy perito, trabajo para aseguradoras –me informó.

  • ¿Y vas a juicios? –me interesé.

  • Sí, casi todas semanas. Es aburrido –dijo con una mueca.

  • ¿Y… estás casado? –pregunté casi con miedo.

  • No… nunca lo he estado. He tenido una novia mucho tiempo, pero ya se acabó.

Eso era otra cosa nueva: nunca pregunto a mis clientes por su vida, y menos aún por sus relaciones. Pero con Carlos me salían las palabras casi sin querer.

  • Vaya, lo siento –me disculpé.

  • No te apures, ya hace mucho que acabó –noté un deje de melancolía en su voz.

  • Bueno, aquí puedes venir todas las veces que quieras. Que yo te levantaré el ánimo –le invité con una sonrisa–. Y te haré descuento.

No sé cómo pude decir que le haría descuento a un cliente con el que solamente había estado una vez. Me oía hablar a mí misma y no me lo creía.

Nos vestimos y salí a despedirle hasta la puerta. Las demás chicas estaban allí, esperando alguna cita. Además de Vero, que llevaba un vestido muy corto y escotado, estaban las otras dos: Carmen, una chica de dieciocho años que acababa de empezar, pero a la que se le daba muy bien este trabajo, teniendo en cuenta el volumen de clientes que atraía; y Nadia, espectacular rusa de veintiún años, que había venido a España hacía unos meses, pero que ya tenía cierta trayectoria como escort de lujo en otras ciudades europeas.

Carmen estaba en ropa interior. Tenía una larga melena morena, que caía elegante sobre los hombros. El sujetador negro marcaba unos duros pezones, que coronaban sus enormes tetas (nadie diría que acababa de estrenar la mayoría de edad). El tanga que llevaba también era de color negro; como sus zapatos de tacón. Un conjunto arrebatador.

Nadia estaba sentada en una silla, trasteando con el móvil. Tenía el pelo largo y rubio, y era una verdadera belleza de ojos azules. En ese momento llevaba un vestido rojo muy corto. De hecho, era tan corto que se le veía todo: cuando digo todo, me refiero a que no llevaba bragas puestas y tenía las piernas abiertas. Tanto yo como Carlos le vimos el coño depilado. Pero bueno, estas cosas son normales aquí. Concentrada como estaba con su celular, ni se inmutó ante nuestra presencia.

  • Espero que hayas disfrutado de tu primera visita –comentó Vero, amable.

  • Por supuesto –confirmó Carlos, algo turbado por la presencia de las otras dos chicas.

En ese momento sonó el timbre. Apareció en la puerta un hombre, con atractiva barba canosa de cuatro días. Tendría unos cuarenta y cinco años. Vestía de sport, pero se notaba que debía de manejar dinero.

  • Venía a buscar a Carlos –anunció el desconocido.

  • Justo acabo de terminar –dijo el aludido.

  • Siempre es un placer, Óscar –expuso Vero, dando dos besos al recién llegado.

  • El placer es mío –correspondió el interpelado, demostrando unas maneras y una educación exquisitas.

Se despidieron y los dos hombres se marcharon. Mi amiga Verónica se había percatado de que yo no quité ojo del que acababa de llegar.

  • Le has hecho una radiografía, ¿eh? Yo creía que habrías tenido suficiente el día que te lo follaste –observó.

  • ¿Yo? ¿Con ese? Qué va. Sería alguna de ellas –dije refiriéndome a mis dos compañeras.

  • Ah. Pensaba que habías sido tú. Pues sería con Nadia o con Carmen entonces –reconoció mi amiga.

  • Conmigo, me lo he tirado ya unas cuantas veces –intervino de pronto Nadia, sin quitar los ojos de la pantalla.

  • Yo también me he follado a ese varias veces. Por lo menos siete u ocho –afirmó Carmen.

Al parecer yo era la única que no lo conocía.

  • Es concejal del ayuntamiento. Y no sé qué otro cargo político había tenido antes. Vamos, que está forrao. No sé si tiene otros vicios, pero desde luego las putas es uno de ellos. Qué raro que no lo hayas catado tú, que siempre quieres probar a todos los maduritos. Yo también me lo tiré un par de veces, y deja buenas propinas –explicó Vero.

  • Qué zorrón estás hecho –le increpé riendo.

  • Ya sabes que sí –y arrimándose a mí, me puso una mano en el coño y me besó en la boca–. Hace mucho que tú y yo no nos liamos, a ver cuándo estás más receptiva –dijo lasciva.

  • ¡Quita, putón! –y la aparté como pude–. No han sido tantas veces, y además ahora no voy borracha –contesté entre risas.

  • Bueno bueno, ya veremos cuando caes… –contestó Vero con tono malicioso.

Me vestí y me fui a casa, que estaba cansada de tanto folleteo en el día.


Pasaron unos días en los que no pasó nada reseñable. Vinieron algunos habituales y otros nuevos. Me tiraba unos tres al día; ni quiero ni necesito más.

Pero el viernes se presentó Óscar con Carlos, justo cuando ya me iba. El primero ni siquiera me miró al pasar; tenía claro a lo que iba y a quién se quería follar. Pero Carlitos pasó por mi lado y apenas me saludó levantando levemente la cabeza, muy tímido. Evitó mirarme. Aquello sí que me molestó. Me gustó mucho estar con él, y creía que a él también le había gustado. Me dolió.

Me despedí de Verónica y me fui. Camino a casa, me sorprendí pensando más de lo normal en ese incidente. No era la primera vez que me pasaba, el que un cliente después hiciera como que no me veía, o que se hiciera el loco si caminaba con su mujer. Y nunca me ha importado. Pero que este tío apenas me saludara, siendo la primera prostituta con la que se acostara, me jodió. Y entonces caí en algo que no había pensado: iba a follar con otra, ya fuera Nadia o Carmen. ¿Tan poca huella le había dejado? Sentí una punzada de rabia en mi interior. “Viejo cabrón” , pensé.

Cuando la tarde siguiente fui al trabajo (le llamo trabajo pero me encanta), quise interrogar a Verónica por ese hecho. A ver qué me podía decir acerca de la visita de Carlos y Óscar. Pero disimuladamente, que es muy viva y en seguida sospecharía algo raro.

  • Oye Vero, ¿ayer repitieron los dos maduritos, no? Parece que les gusta nuestro género –comencé.

  • Pues sí. Óscar está loco por Nadia, y eso nos viene muy bien. Está forrao de pasta. Y dijo que se traía a un amigo, y que tuviera preparada a Carmencita. Y ese amigo resultó ser tu Carlos –explicó la madame.

  • Ya ya, los vi llegar al irme…  ¿Sabes que ni me saludó?

  • Uyyy, ¿veo celos en tus palabras? ¿Quizá habrías querido ser tú la que se lo volviera a tirar? –y me estudió con la mirada.

  • ¿Yo? Pfff, qué dices, si es un viejo –pero al hablar, me di cuenta de que mentía. Me encantó estar con él.

  • Ya, claro…  lo que yo te diga –sentenció tocándose la nariz, segura de sus impresiones. Como decía, es muy lista y es muy difícil esconderle algo.

Esa tarde pasó de lo más normal. También las siguientes, hasta el viernes. Hacia las ocho de la tarde, vino Óscar, él solo. Le recibió Miriam, y pasó. Yo estaba en el sofá del comedor, descansando, y como él tenía que esperar un poco a que Nadia se aseara y preparara, se sentó conmigo. Esta vez sí me saludó y fue correctísimo.

Me contó un poco su vida e inquietudes. Resultó que había estudiado Derecho, y era Abogado. Se metió en política, y ahora tenía un alto cargo en el Ayuntamiento. Su nombre no solía salir mucho en prensa, pero era de los que manejaban el cotarro. Tenía dinero y se notaba. No me podía decir nombres, pero me aseguró que a tres cuartas partes de los políticos, se les iba la fuerza por la nariz . Él no se drogaba, pero tenía otro vicio igualmente caro: las putas de lujo. Todas semanas iba con alguna, de nuestro pequeño negocio o de algún otro. Y Últimamente estaba prendado de Nadia, algo que, para un político casado y con dos hijos, era un asunto sumamente peligroso.

Como él era un asiduo y conocía el mundillo, había invitado a Carlos, su amigo de la infancia. Dijo que lo estaba pasando mal desde hacía bastante, de modo que quiso animarlo llevándoselo a putas un par de veces.

Pobre Carlos. Me dio pena; aunque no ahondó mucho en el tema, Óscar me confesó que su colega había tenido un desengaño después de media vida junto a una mujer. Tan serio y tan macho… Repetiría con él. Pero entonces recordé que la última vez se acostó con Carmen (ya que Óscar lo hizo, por supuesto, con Nadia), y no pude evitar una desagradable sensación en mi interior: celos. No podía ser, no me podía gustar un tío de casi cincuenta; podría ser mi padre…

  • No salió contento –dijo de repente Óscar, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.

  • ¿Cómo? –pregunté, confusa.

  • Carlos, el otro día, que no salió contento –reiteró.

  • ¿De dónde?

  • El otro día, con Carmen. No le gustó como contigo.

De pronto, al comprender, sentí una alegría por dentro.

  • Quería que se diera otra alegría, así que le volví a invitar. Esa chica estaba disponible, así que se acostó con ella. Pero dijo que te prefería a ti. No me extraña, visto lo visto –y me lanzó un buen repaso de arriba abajo, con descaro pero gracioso.

Este hombre, que en apariencia se veía prepotente y hasta presuntuoso, estaba empezando a parecerme un encanto. En parte por el piropo, y en parte por la alegría de lo que me acababa de decir sobre Carlos.

  • Bueno, puede volver cuando quiera, yo le acogeré con gusto –dije con una gran sonrisa en la boca; en realidad, estaba deseando que regresara.

  • El caso es que hoy iba a venir, pero claro, no le puedo pagar lo suyo y lo mío cada semana. Tengo pasta, pero si de esta manera ya es sospechoso en casa, como empiece a gastar el doble no lo quiero ni pensar. Se me acabaría el chollo –se sinceró.

  • Bueno, yo puedo… –empecé a decir, pero en ese momento se abrió la puerta, interrumpiéndome.

Entonces apareció Nadia con un precioso conjunto de lencería negra: sujetador, bragas transparentes que dejaban ver su depilado pubis, y medias con liguero. Todo ello rematado por unos zapatos de tacón. Hasta a mí me ponía cachonda.

  • Guapito. Ya puedes pasar –invitó la joven rusa.

  • Te dejo, que me reclaman. Una pena no habernos conocido antes, y mejor –me dijo, guiñando un ojo. Aunque estuviera loco por Nadia, era un galán.

Lo que había dicho me dejó pensativa. Y no el piropo (que se agradece), sino que a Carlos le había gustado más conmigo. Le había dejado huella . Y hubiera vuelto hoy… qué pena no verlo. Quizá otro día volviera.

Verónica se despidió de mí y se marchó. Me quedé sola, con la única compañía de la pareja follando en la habitación. Empecé a recordar a Carlos, nuestra primera vez… entre eso y los gritos ahogados que me llegaban desde dentro, me calenté. Ya había follado ese día, pero empecé a tocarme por encima de las bragas, y luego por debajo. Me masturbé en silencio en el sofá, corriéndome discretamente, con Carlos en la mente y los chillidos de Óscar y Nadia flotando en el salón.


No fue la única paja pensando en ese hombre. Me hice varias más en los días siguientes, incluso entre dos polvos con dos clientes. Ansiaba volver a verlo y a sentirlo, pero no quedaba bien que una puta deseara eso. Y menos una joven de veinticinco años, con un maduro de cuarenta y ocho.

No obstante, mi deseo se cumplió. Fiel a su cita de los fines de semana, el sábado se presentó Óscar, trayendo a Carlos con él. Habían reservado dos horas cada uno, hablando por teléfono con Vero. Yo sabía que iba a tener un cliente durante dos horas, pero Verónica, consciente de que me estaba empezando a gustar el hombre, no me había querido decir que era él para darme una sorpresa.

  • Aquí te lo traigo, que no paraba de decir que quería verte –dijo Óscar, en tono divertido.

  • Encantada de veros, chicos. Y de volver a verte, Carlos –saludé, poniendo una voz melosa al dirigirme a él, que se sonrojó levemente.

La otra pareja se fue por su lado, y nosotros nos metimos en mi habitación.

  • Bueno Carlos, ¿qué tal? ¿Tenías ganas de verme? –pregunté, cerrando la puerta tras de mí.

  • La verdad que sí… muchas ganas.

  • Ya vi que probaste a otra chica… ¿qué te pareció? –no quise parecer celosa, pero creo que no pude ocultarlo del todo.

  • Bueno, si te soy sincero…

  • Calla tonto. No me tienes que dar explicaciones –le corté. Realmente no quería saber qué tal había sido el polvo con otra.

  • Ya, pero en realidad… prefería venir contigo –confesó.

  • Calla tontito. Tenemos dos horas, así que prepárate. Te voy a follar hasta secarte.

Pareció relajarse, y sonrió. Yo también me relajé al dejar el tema.

  • Vamos a darnos una ducha primero. O mejor, me miras cómo me ducho, y luego te miro yo a ti.

Me quité la blusa que llevaba, y el sujetador. Al quedar mis tetas al aire, dio un pequeño respingo. Me bajé la falda, sin quitarme los zapatos de tacón. Me había quedado en tanga y zapatos.

  • ¿Te gusta que esté así?

  • Sí… mucho.

Le puse un pie en el pecho, para que me quitara el zapato. Me lo sacó despacio; después puse el otro y repitió la operación.

  • Vas aprendiendo… ahora bájame el tanga –le ordené, poniendo mi coño casi en su cara, ya que estaba sentado.

Me lo bajó lentamente, mirando mi sexo con los ojos muy abiertos. Entonces hizo algo que no me esperaba, pero que me encantó y me puso a mil: se acercó y lo olió profundamente.

  • ¿Qué? ¿Te gusta cómo huele? –inquirí.

  • Sí… me encanta.

  • Te enseñaré a comérmelo. ¿Querrás?

  • Claro… cuando quieras –y aspiró otra vez su aroma, muy hondamente.

Ya desnuda, me dirigí a la ducha. Me metí bajo el agua, mientras Carlos se sentaba en una banqueta observándome. Comencé a echarme champú, pero en seguida mis manos fueron a mi chochete, frotándolo para deleite del observador. Un enorme bulto se notaba ya en su pantalón.

  • Quiero que te desnudes ya –le exigí.

Presto, se quitó la camisa y el pantalón, y en un segundo se había bajado los calzoncillos, dejando su erecto cipote al descubierto. Le iba a ordenar que se la tocara, pero no hizo falta: empezó a masturbarse con la mano derecha, mirándome fijamente.

  • Así me gusta cariño…

Tenía un rabo de macho, parado y duro, con esas venas y ese glande delicioso; me lo comería. Me entraron ganas de metérmelo a la boca.

  • Entra aquí, cielo.

Con la polla empinada, entró en la ducha conmigo. Me agaché, y con el agua resbalando por mi cuerpo, me introduje su falo. Estaba deseando hacerlo desde que se había desnudado; bueno, en realidad, desde que follé con él por vez primera.

Me agarró la nuca, y dirigió el movimiento. Dejé de llevar la iniciativa, para permitir que fuera él quien se follara mi boca. Movía mi cabeza adelante y atrás, y me penetraba cada vez con más dureza.

  • Ahhh… madre mía qué boca tienes, Miriam –decía entre resoplidos de placer.

Yo no quería responder, no quería interrumpir la mamada. Pero tampoco quería que se corriera tan pronto. Teníamos dos horas y había que aprovechar.

Reduje el ritmo, sin dejar de chuparla. Evité mirarle a los ojos, ya que sabía que podría haber significado su corrida. De modo que poco a poco, paré del todo. Poniéndome en pie otra vez, le besé.

  • Vamos a la cama. Ahora te toca a ti.

Sin apenas secarnos, mojando las sábanas, me tumbé. Coloqué las piernas muy abiertas, exponiéndole todo mi sexo húmedo y lampiño. Él estaba a los pies de la cama, firme en todos sentidos, esperando órdenes.

  • Acércate. Primero ven a besarme, y luego ves bajando por mi cuerpo dándome besitos –le indiqué.

Se puso encima de mí, y buscó mis labios. Su boca era cálida, y con su lengua repasaba todos mis dientes y mi paladar. Tuve un escalofrío pensando lo que me podría hacer abajo, con esa lengua tan larga.

Sin decirle nada, me chupó una oreja. Me estremecí de placer. Jugueteó ahí, para luego ir bajando por el cuello. Poco a poco, entre lametones y mordiscos, llegó a las tetas. Ahí se recreó, besándolas alternativamente. Con una mano me pellizcaba, mientras con la boca lamía. También succionaba, poniendo los pezones durísimos, y a mí loca de deseo.

  • Así… muy bien Carlos… me estás poniendo a tope –susurré.

Notaba en mi tripa su polla erecta, de la cual ya emanaba líquido preseminal. Su manera de sobarme me estaba poniendo cardíaca, y sentía unos deseos enormes de que me penetrara ya, pero quería esperar. Alargar el placer.

  • A esa novia que tenías… ¿nunca le comías el coño? –pregunté de repente.

  • A veces… cuando me dejaba hacerlo –decía entre lametones–. No le gustaba demasiado.

  • Qué idiota… mmmhhh… ¿y tampoco te chupaba la polla? –seguí preguntando.

  • No mucho… alguna vez… normalmente me decía “es que me dan asco los líquidos ” –indicó, cambiando la voz e imitándola.

  • No me lo puedo creer –jadeé, y di un respingo porque pasó muy cerca de mi chochito.

  • Decía siempre eso, que le daban asco los fluidos, tanto para chupar ella, como para que le chupara yo –mientras hablaba, hacía pequeñas pausas dando diminutos mordiscos en mi piel.

Pues a su ex le daría asco, pero me estaba haciendo gozar de lo lindo. Y eso que aún no había empezado. Fue bajando muy poco a poco, besándome y haciéndome sentir deseada. Jugueteó en mi ombligo, lo cual me encantó. Me rozó con la lengua la raja, pero en seguida se desvió, dándome besos por la pierna.

  • Mmmmhhh qué bien, cariño –resoplé.

Continuó hasta la rodilla, que me besó con ternura. Mirándome a los ojos, bajó por la pierna y empezó a lamerme el pie. Se metió los dedos en la boca, y puso un gesto de placer. Parece que le gustaban.

  • ¿Sabes? Algunos clientes son fetichistas… les pone hacer lo que me estás haciendo tú, y me encanta –dije, regodeándome del placer que Carlos me daba.

Me miró con lujuria, mientras me chupaba los huecos de los deditos, y el otro pie se lo restregaba por la polla.

  • Me alegro que te guste… a mi ex no le gustaba. Me decía que era raro, y no me dejaba hacérselo –explicó, entre lengüetadas a mi talón y mi planta–. Yo le decía que viera cualquier película de Tarantino.

  • A mí me lo puedes hacer siempre que quieras, cariño.

Comenzó a desandar el camino: volvió a lamerme toda la pierna hacia arriba, sin prisa pero sin pausa, embadurnándome de su saliva. Cuando llegó a mi chocho, lo rozó, pero se alejó hacia la otra pierna.

En mi otra pierna hizo exactamente lo mismo, bajar despacio, encendiendo al máximo mi líbido. Quería que me lo chupara, lo necesitaba, pero tenía que esperar. Me estaba encendiendo al máximo.

Volvió a chuparme los pies, como antes. Lejos de desagradarme, me calentaba más y más.

  • Parece que tenemos a otro fetichista de pies…

  • Sí, a veces me hago pajas con porno de pies, o pensando en una historia con los pies de una tía mía –reveló.

  • Uff me encanta que me cuentes guarradas cariño –dije con la voz rasgada–. ¿Qué pasó con tu tía?

  • Una vieja historia… Tenía mucha confianza con ella, incluso demasiada –decía, entre besos.

  • Me estás poniendo cardíaca, eres una caja de sorpresas –dije completamente abierta de piernas, viendo la cabeza de Carlos entre ellas–. ¿Y qué pasó…?

  • Me enseñaron a hacer masajes en clase de gimnasia… así que le hacía masajes. Después me inventé que también se hacían en los pies… y era mentira. De modo que le empecé a hacer masajes en los pies, en las piernas… Creo que ella se dio cuenta de que no eran sólo masajes –explicó.

  • Sigue, por favor… –me refería tanto a la historia, como a su sobeteo en mi cuerpo.

  • No puedo –dijo con una sonrisa–. Si te cuento hoy todos mis secretos, perderás todo el interés.

Me reí por dentro al oír eso. Era astuto, y además yo le gustaba. Me sentí muy complacida. Y tenía razón, así que no quise seguir interrogándole.

Entonces volvió a subir por mi pierna, y al llegar al coño, pasó la lengua un poco más tiempo que antes. Sólo un par de segundos, pero suficientes para que un escalofrío recorriera mi espalda. Se alejó, pero no siguió por toda la pierna, sólo por el muslo interno.

Regresó a mis ingles, haciéndome cosquillas con la lengua. Notaba cómo repasaba mis pliegues, sin llegar a tocar aún la vagina. Me tocó con la nariz, y pasó al otro lado. Yo estaba que no podía más, iba a reventar de puro deseo. Entonces él, como adivinándolo, se metió de lleno en mi coño. Se puso a lamer la raja, de arriba a abajo, desde el clítoris hasta el ano.

Por poco me corro de la impresión, con las primeras lamidas. Lo hacía a la perfección, y me tenía muy caliente. Le puse las manos en la nuca y presioné hacia mí. Él no aminoraba ritmo ni energía, y chupaba con ímpetu. Encontró mi clítoris, y lo succionó sin parar.

  • Aaaahhhh uffffff –exclamé, cuando noté su boca en mi botoncito.

Siguió absorbiendo, consciente de que faltaba poco para correrme.

  • Joder Carlos –atiné a decir, viendo llegar el orgasmo.

Con las manos en su pelo, lo atraje más, sin que dejara de chupar mi clítoris.

  • Joder… –repetí, incapaz de decir nada más.

Entonces, sobrevino una ola de inmenso placer; un orgasmo tan fuerte que me mareó. Eché la cabeza hacia atrás, sintiendo unas sacudidas en mi interior que no se acababan. Además, Carlos seguía chupando, lo cual hacía que mi orgasmo se alargara más y más. Tras un tiempo que no sabría calcular, separé poco a poco su cabeza de mi sexo.

  • Ya… ya está Carlos –si no le digo eso, aún estaría pegado a mi coño.

Se acercó, y pude ver su cara reluciente de saliva y fluidos. Una gran sonrisa dominaba su rostro.

  • ¿Se me da bien o qué? –dijo con suficiencia.

  • Carlos, querido…  esto entra en el top 5 de comidas de coño de toda mi vida. Permíteme decir que tu novia era imbécil.

Eso le hizo soltar una carcajada. Él ya era guapo, pero oír su risa era más agradable todavía.

Tumbados desnudos, nos besamos. Ahora tenía que complacerle yo a él.

  • Déjame que me recupere un poquito, y enseguida estoy contigo.

  • Tranquila Miriam, tenemos dos horas –dijo guiñando un ojo.

  • Chico listo –comenté riendo.

Al no haberse corrido aún, su polla estaba totalmente tiesa. Jugueteaba con ella bocarriba, mientras me miraba a los ojos.

  • Me encanta ver cómo te tocas… –advertí, sin quitarle ojo.

Al escucharlo, dejó de “juguetear” con los dedos, y la agarró firmemente. Subió la piel arriba y abajo, mirándome a su vez.

  • ¿Qué quieres que hagamos? Mejor dicho, ¿qué quieres que te haga, cariño? Pídeme cualquier cosa –invité tiernamente.

  • De momento… que me mires… me excita que me observes mientras me masturbo –expuso con una voz que se empezaba a entrecortar por el esfuerzo creciente.

Entendí el juego. Le ponía que hiciera de “voyeur”.

  • Como quieras, tesoro…  ¿Te masturbas mucho? ¿Cuántas pajas te haces?

  • Ufff… ahora más que antes… más o menos… una al día…

  • Mmmhhh, me encanta que seas un pajillero… Yo también me toco, ¿sabes? El otro día te imaginé así, tal como estás ahora, y me hice un dedito… –intenté calentarle más.

Su velocidad aumentaba, y se refrotaba con los dedos el húmedo glande. Me encantaba observar cómo subía y bajaba el prepucio, y cómo se le marcaban las venas. Su cuerpo desnudo y su polla en movimiento me ponían más que las de cualquier cliente.

  • ¿Siempre te ha gustado que te miren? –pregunté.

  • Sí… de siempre. Con mi novia iba a veces a playas nudistas; y otras veces solo. Una vez me desnudé en el río, y descubrí una mujer observándome, medio escondida. Me hice el despistado, pero me excitó y me hice una paja –explicó, para mi sorpresa.

  • ¡¿Cómooo?!  ¿En serio? No me lo esperaba de ti. Esa es una de mis fantasías –comenté, sincera.

  • Y después de separarme de mi novia, viviendo solo, contraté varias señoras de la limpieza. Con alguna, me duchaba y salía desnudo del baño, delante de ella. Hubo una que se escandalizó y no quiso seguir; pero a las demás no les importaba a ninguna –continuó contando.

  • Es que me dejas de piedra… en apariencia tan tímido, y luego… –dije con los ojos como platos.

  • Y a veces me hacía pajas en mi habitación o en el baño… ellas entraban y se hacían las sorprendidas, o miraban desde fuera con disimulo –mientras hablaba seguía jalándose el pene; entre sus historias, y verlo pajearse, me estaba poniendo cachonda a más no poder.

  • Me hubiera encantado ser una de esas limpiadoras…  no te me hubieses escapado.

Me imaginé fregando el suelo en una casa ajena, y encontrarme con Carlos en pelotas haciéndose una paja. Sí, sin duda me lo habría follado.

  • Yo creo que les gustaba pillarme, porque entraban a mi cuarto sin llamar. Alguna me decía que la avisara al terminar; o me mandaba ir a acabar al baño. Así que iba al baño y me corría. Pero nunca pasó de ahí –reflexionó.

  • Ya te digo yo que sí. A las mujeres les gusta mirar, te lo digo yo. Joder Carlitos, no me esperaba esto de ti –confesé sinceramente.

  • Ufff… rememorar eso me ha dado ganas de correrme… casi no aguanto –dijo con una mueca de esfuerzo, conteniéndose.

Bajó de revoluciones, próximo al orgasmo. Tenía la cara contraída, pero no dejaba de mirarme. Su glande emanaba líquido preseminal, y estaba a punto de eyacular.

  • Miriam… ¿puedo pedirte una cosa? –dijo casi sin aliento.

  • Lo que quieras, cielo.

  • Puedo… ¿puedo correrme en tu cara? –preguntó en un último arranque.

  • Pues claro cariño, esas cosas no se preguntan. Anda ven –le indiqué.

Sin más preámbulo, se colocó de pie, yo me arrodillé en el suelo, y se masturbó con mucha fuerza hasta que se corrió a chorros en mi rostro. Tuve que cerrar los ojos, sintiendo el semen caliente en mi cara como si saliera de un surtidor.

  • Aaaghhh –escuché gemir a Carlos, que me acariciaba la nuca con la mano libre.

Había mucha cantidad de esperma por mi cara; notaba que me goteaba por todos sitios. A ciegas, busqué su polla con la lengua. Él me la acercó, tembloroso todavía. Aún seguía dura, y le limpié todo el capullo lamiéndolo. Después me la introduje en la boca, tragando el poco semen que goteaba ya. Tuve su miembro dentro de mi boca hasta que pasaron unos minutos y quedó totalmente flácido. Me encantaba tenerlo ahí, y a él parece que también.

Con las pulsaciones más tranquilas, se sentó a mi lado. Yo tenía la cara pegajosa, cubierta de semen, pero era una sensación magnífica. Sólo lo hago con los clientes jóvenes; y nunca lo había hecho con nadie mayor de cuarenta. Pero con Carlos era diferente. No me importaba estar repleta de sus fluidos. Me gustaba.

  • Muchas gracias Miriam. Me daba mucho morbo eso.

  • No me tienes que dar las gracias, tonto. Sólo tienes que decirlo. Estoy aquí para eso: para complacerte –dije.

Estábamos tranquilamente tumbados en la cama. Yo quería verle más veces, pero ser puta suponía un impedimento. Era el momento de decírselo.

  • Oye… hoy has vuelto a venir con Óscar –comencé.

  • Sí, se empeñó y me convenció… quiero decir, no es que me convenciera, yo tenía ganas de verte, pero me daba apuro… ya sabes… –titubeaba.

  • Te da apuro que yo sea escort.

  • Más o menos.

  • Pues mira: podemos quedar fuera de aquí. Si te parece bien –me arriesgué por fin.

Pareció dudar un momento, pero finalmente sonrió.

  • Claro que me parece bien –aceptó con tono alegre.

Un sentimiento de alivio, y al mismo tiempo de ilusión se adueñó de mí. Me sentí como cuando mi primer novio me pidió salir.

  • Dime tu móvil –dije, y nos cambiamos los números–. Esto hay que celebrarlo, ¿no?

  • Por supuesto –manifestó, y se abalanzó sobre mí.

Follamos más lentamente, porque estábamos más saciados con los orgasmos anteriores. No obstante, disfruté mucho de su cuerpo, de sus labios carnosos, y de su incansable verga, hasta que, entre espasmos, se corrió dentro de mí.

  • ¿Me llamarás? –pregunté, tras el sexo, mientras se vestía, como una jovencita pillada hasta las trancas.

  • Te llamaré –aseguró con una sonrisa.

Podría ser mi padre, pero me estaba enamorando de él.


Pensé que no se atrevería a escribirme o llamarme. Y poco a poco fui pensando que no lo volvería a ver. Y que nunca más sabría nada de Carlos. Pasó el fin de semana, sin que habláramos. Tuve a un par de clientes, a lo que follé de manera automática. Uno de ellos era habitual, y me dijo que había estado ausente. Me daba igual.

Pasaron el lunes y el martes, y le siguieron el miércoles y el jueves. Seguía sin saber nada de él. Volví a tener clientes, y cada vez me sentía más lejos cuando me acostaba con ellos. Hasta Vero me dijo que me pasaba algo, y que otro cliente se lo había hecho notar.

Por fin, el viernes por la tarde recibí un WhatsApp de Carlos. Sólo los enamorados entenderán esa alegría al ver su nombre en la notificación del teléfono.

Hola Miriam. Perdona que no te haya dicho nada estos días, pero tenía mucho lío en el trabajo. Juicios, informes, ya sabes. Te apetece quedar? Me dices algo” . Ese era el texto de su mensaje. No escribía como los chavales jóvenes, sino que se notaba que cuidaba la escritura. Después de todo, era perito. Y tenía razón: yo no había pensado en que tendría bastante trabajo estos días, y me rayé sin motivo. Carlos no tenía pinta de los que salen mucho entre semana, y por eso no habíamos hablado. Ahora que me escribía, me sentí aliviada y se me pasó la rayada. Volvería a quedar con él. Volvería a verlo.

No me podía creer que estuviera enchochada como una adolescente, pero lo cierto es que así era. Pasé de la depresión a la euforia en un momento, y todo por un simple WhatsApp. Todo por un señor en apariencia serio y formal, pero que me tenía loca.

Por supuesto que quedamos. Le invité a mi piso de soltera, encargamos unas pizzas y vimos El Hilo Rojo . Pero antes de los veinte minutos, ya tenía su polla dentro de mí.

Se quedó a dormir. Al acostarnos, volvimos a follar. Y por la mañana, me folló otra vez. Él era insaciable, y yo también.

Empecé a verle todos fines de semana, y después muchos días entre semana. Eso hizo que atendiera a menos clientes. Al principio Vero no pareció percatarse, pero en pocas semanas me preguntó.

  • ¿Te estás viendo con alguien? Estás todo el día como en una nube, y trabajas menos.

  • Tía… sí –no pude aguantarme más.

  • ¡¿Qué me dices?! ¡¿Con quién?! –exclamó mi amiga.

  • No te lo vas a creer… con Carlos –confesé.

Puso cara de querer hacer memoria, pero no recordar.

  • Sí tía, aquel señor tan serio que es perito. Que me lo trajiste un día a deshora –le recordé.

  • Ahhhh, ahora. El amigo del político.

  • Ese mismo –confirmé.

  • Pero Miri, ¡es un viejales! ¡Estás como una cabra! –rió Vero.

  • ¡Ya lo sé! Pero es que me tiene loca –dije, contagiada de su risa–. Cuando lo conocí era más… melancólico, lo había dejado con la novia y tal. Pero ahora follamos a todas horas, y me lo hace como los ángeles. Y en tan atento, tan bueno, tan…

  • ¡Tan mayor! –me interrumpió.

Las dos nos partíamos como pánfilas.

  • Bueno, haz lo que quieras. Pero ya sabes que si trabajas menos, ganas menos –me previno.

  • Ya, ya; no te preocupes. Volveré a atender a tantos como antes.

Ese tema de los clientes parecía un tabú con Carlos, pero lo hablé con él y no le importó demasiado. O fingió que no le importaba mucho. Sabía que era mi trabajo, y que me ganaba muy bien la vida con ello. Él también tenía buena soldada, y gracias a ser yo escort, nos podíamos permitir caprichos como irnos a los mejores hoteles o cenar en los restaurantes más caros.


Un día estábamos cenando en mi casa. Le había preparado comida casera. Después de todo, soy muy buena cocinera, y tengo años de experiencia en comida en años estudiantiles.

Estábamos degustando mi tortilla de patatas con cebolla, regada con vino de la tierra. Entonces me miró, y parecía que iba a hablar, pero calló. Finalmente, se atrevió a hablar:

  • Miri, ¿puedo pedirte algo?

  • Claro cariño, pide por esa boquita.

  • Me gustaría…  me gustaría que te afeitaras el culo. Y probar el beso negro .

Casi me atraganto con el pan con tomate y ajo que estaba tragando. Quizá no era el mejor momento para semejante proposición.

  • Pero… ¡¿pero y eso?! –exclamé con estupefacción.

  • Pues mira… lo he pensado a veces… y te lo he dicho.

  • ¡Cenando! –dije, echándome a reír.

La situación me hacía gracia y sorprendía, pero no me enfadaba. De hecho, sentía curiosidad.

  • Bueno, piénsatelo, y ya me dirás… –dijo.

  • No, no; lo quiero hacer. Lo vamos a hacer en cuanto acabemos de cenar –afirmé, decidida.

Carlos sonrió con satisfacción, y terminamos deprisa de cenar. En pocos minutos ya estábamos en el cuarto de baño. Me desnudé pausadamente ante él, que me miraba sentado en una banqueta. Al quitarme las bragas, mostré mi pubis, completamente rasurado. Me di la vuelta y me agaché, para que viera mi ano bien. Me pasé una mano y en efecto, tenía razón: había algo de vello en él.

  • ¿Quieres hacerlo tú, o quieres que lo haga yo? –pregunté.

  • Prefiero que lo hagas y te miro.

Me senté en el bidé, accioné el agua caliente y lavé a conciencia mi chochito y el culo. La situación me había puesto tremendamente cachonda.

Cogí mi maquinilla, y con cuidado, la pasé despacio alrededor del ano, que previamente había embadurnado de crema de afeitar. Como estaba sentada en el bidé, Carlos no tenía una perspectiva demasiado buena del espectáculo. Así que me levanté y puse el culo en pompa, a escasa distancia de él.

  • Ten. Termina tú –le ordené.

Tomó la maquinilla, y con precisión, acabó de rasurarme el ano. Lo hizo con sumo cuidado, como si se tratara de un cirujano operando.

  • Úntame de esto –y le di un bote de crema post depilatoria, que es calmante y a la vez sirve para retrasar el crecimiento del vello.

Se puso un chorro en las manos y me la repartió por el culo, el perineo y alrededor del ano.

  • ¿Qué tal ha quedado? –quise saber.

  • Precioso. Estoy deseando empezar –dijo ansioso.

Me giré, y un bulto enorme reinaba en su pantalón. Sin decirle nada, se lo quitó, desnudándose en un instante.

  • Vamos a la ducha –dije, tomándole de la mano.

Nos metimos en la cabina, y bajo el agua caliente, empezamos a sobarnos los cuerpos. Sentía una sensación rara en la zona del ano, como si estuviera más sensible de lo normal. Agarré su miembro, moviéndolo adelante y atrás. Sus manos rápidamente fueron a mi culo. Lo estrujaron, y sus dedos enseguida buscaban mi orificio. Tenía ganas de hacer lo que me había dicho.

  • ¿Quieres empezar? ¿Me quieres chupar el culo? –le pregunté al oído.

  • No deseo otra cosa en el mundo…

Dicho eso, se agachó, me dio la vuelta y metió su cara entre los mofletes de mi culo. Empezó a besarlo, a lamerlo; mientras con sus manos estimulaba mi sexo.

De pronto noté su lengua. Un relámpago de placer me atravesó. No sospechaba que iba a ser tan placentero. He de confesar que a pesar de ser puta, y tener gran experiencia, nunca había hecho ni me habían practicado el beso negro. Y por el culo, en no demasiadas ocasiones.

Pero los movimientos con la lengua de mi amante me estaban llevando a nuevos horizontes de placer. Tan es así, que para facilitarle la labor, me agaché, con las manos en los tobillos, exponiéndole mi ano en todo su esplendor. Noté cómo entraba la lengua, y aunque no alcanzaba muy adentro, los chispazos en las terminaciones nerviosas eran como pequeños orgasmos. Y con un dedo frotándome el clítoris, mientras el agua caía sobre nosotros… Era como estar en el cielo.

Me di cuenta de que con su lengua no tenía bastante. Quería más, que me metiera un dedo… o la polla.

  • Carlos… métemela… méteme tu rabo.

Se despegó de mi culo, y tanteó para penetrarme. No lo hizo a las bravas, sino que primero puso el glande en la entrada, sin presionar mucho.

  • ¿Estás bien? –preguntó en voz baja.

  • Sí… tranquilo…

La metió despacio, un poco más adentro. Me dolía levemente, pero el placer superaba el dolor. Empujando con suavidad, la introdujo del todo. Tenía su polla en mi culo. Inició el movimiento, lentamente al principio, acelerando a medida que mi cuerpo se acostumbraba.

A los pocos minutos ya me estaba taladrando con fuerza. Me insertaba contra la pared de la ducha, masturbándome al mismo tiempo. No sé cómo lo hacía, pero me tenía loca de gusto.

  • Así cariño… fóllame el culo –dije entre resoplidos.

Sus besos en mi nuca, al tiempo que me tocaba una teta y acariciaba el clítoris, me llevaban a otra dimensión de placer. Follar así, por el culo, era más extraño: como si constantemente estuviera al borde del orgasmo, pero nunca llegaba.

En cambio, Carlos sí parecía que iba a llegar: su respiración se aceleró, al igual que su cadencia. Me penetró cada vez más fuerte y rápido, estrujándome el pecho tanto que me dolía.

  • Ufff, ufff, ufff, me voy a correr Miri, ¡me voy a correr! –exclamó.

  • Sí, córrete mi amor, ¡córrete!

En cuanto lo dije, noté como una explosión en mi culo. No voy a explicar el símil porque sería escatológico, pero algo líquido fluía dentro de mí. En ese momento, entre la penetración en el ano, y la fricción en el clítoris, me corrí casi simultáneamente a Carlos. Me agarré a la barra de la ducha mientras pasaban los espasmos. Correrse así es peligroso: los dos de pie, en la ducha, convulsionándonos bajo el agua; podríamos habernos caído. Pero mereció la pena. Fue un polvazo de campeonato.

  • ¿Qué tal? –preguntó con la respiración ahogada.

  • De maravilla… –contesté.

Terminamos de ducharnos, y fuimos directos a la cama, donde poco rato después, volvimos a hacer el amor.


Todo iba así de bien. Follábamos como conejos y viajábamos. Yo trabajaba lo necesario para vivir bien, y Carlos tenía cada vez más trabajo.

Pero a veces no podemos controlar las cosas, y todo se tuerce.

Nadia marchó a otra ciudad a trabajar. Era de esperar, porque es una chica muy “nómada” e inquieta, y nunca estaba demasiado tiempo en el mismo sitio.

Me dio pena porque la apreciaba, y era muy buena persona; pero así funcionan las cosas. Este oficio es así. Le deseamos mucha suerte, y nos despedimos. En seguida Verónica se puso en marcha, y la sustituyó por Anna, otra impresionante rusa de veinticinco años, rubia y preciosa, que ya tenía una buena trayectoria como escort.

El caso es que no todo el mundo se lo tomó bien. Óscar llamó para concertar una cita con Nadia, y le informamos que ya no estaba aquí. Al principio no se lo creía, luego se puso hecho una furia y al final de la conversación telefónica casi lloraba. Nadia ni siquiera se había despedido de él, que estaba pillado hasta las trancas.

  • ¡Este es mi fin! –sollozaba al otro lado de la línea–. ¡Mi matrimonio casi se va al garete, y ahora se va sin decirme nada!

Dijo que de todas formas vendría, y que le diera cita con la que fuese. No había nadie disponible, ni siquiera Vero. Sólo yo.

Era viernes, y quedé con él. Sentía que no estaba haciendo bien, tratándose de un amigo de Carlos. Pero de todas formas, era mi trabajo y tenía que hacerlo. No obstante, no le diría nada, porque algo en mi interior me advertía que no debía hacerlo. Además, le vería esa misma noche, tras la jornada laboral.

Óscar se presentó puntual. Iba muy elegante, con americana cara y oliendo a buen perfume. En cuanto le abrí, me plantó un morreo sin decir nada. El aliento no le olía tan bien: había bebido, y enseguida me di cuenta de que iba borracho.

Me empezó a sobar las tetas, y sin demora, me metió la mano bajo el vestido. Quería ir al grano rápidamente. No me molestó, y además entendí esas maneras por las ganas que tenía de desquitarse. Le conduje a mi habitación, y le bajé los pantalones junto con los calzoncillos. Su polla era bastante grande, más que la de mi Carlos. Me la metí en la boca hasta el fondo, y sobraba un trozo.

Él se desnudó mientras se la mamaba, y a continuación me desnudó a mí. Sus manos expertas me acariciaban y pellizcaban los pechos, al tiempo que yo jugaba con la lengua en su glande. Tenía el pubis completamente rasurado, lo cual me agradó mucho.

Me puse a chupar como una posesa. Tenía la intuición de que quería algo así, en plan muy puta. Todavía no había dicho nada, así que yo tampoco hablé. Simplemente quería usarme, desahogarse por su desamor. Se la mamé de manera frenética, como en las películas porno, y doy fe de que le gustaba. Tenía las venas muy hinchadas, y debo decir que su miembro era muy apetecible. Aunque amo a Carlos, no estaba mal disfrutar de una polla como la de Óscar de vez en cuando.

Mis labios succionaban una y otra vez, resbalando por el húmedo tronco. Mi sexo ya chorreaba, pero debía centrarme en mi cliente y seguir chupando. Me agarró de la nuca y estuvo un momento dirigiendo él el movimiento, pero al poco volvió a dejarme hacer. Sus resoplidos eran como los de un león, y me estaban volviendo loca.

Tomé sus testículos con mi mano, estimulándolos al ritmo de la felación. Sus jadeos me decían que estaba disfrutando. Me aventuré a pasarle el dedo por el perineo, repetidas veces, y no opuso resistencia. Como se dejaba, fui avanzando, sin que hiciera nada. Lo tenía en la entrada del ano, y como seguía sin inmutarse, lo empecé a meter. Primero un poquito, a ver cómo reaccionaba. Emitió un gemido de placer, así que seguí adelante.

Cuando introduje la segunda falange dentro de él, se puso completamente tenso. Noté cómo la polla se dilataba en mi boca, para seguidamente expulsar una cantidad exagerada de semen con cada espasmo. Movía el cuerpo furiosamente, pero yo no le liberaba el pene, que seguía eyaculando. Al final, no pude tragar más y se derramó por mis comisuras, fluyendo hasta la barbilla y goteando desde ahí.

Por fin, dejé escapar el cipote, y Óscar cayó en la cama exhausto. Su polla, aunque había perdido erección, seguía siendo enorme. Le iba a dejar descansar, pero ansiaba que este tío me follara.

Entonces la imagen de Carlos me vino a la mente. Sentí una punzada de remordimiento; pero el caso es que se trata de mi trabajo, y Carlos no se oponía…

A mi lado, Óscar suspiraba, recuperándose. Siempre había sido un magnífico cliente, así que no había prisas. Ni siquiera habíamos hablado de tiempo: hasta que se hartara de correrse. Yo había quedado tarde con Carlos, de modo que no me importaba.

  • ¿Sabes algo de Nadia? –preguntó, rompiendo el silencio y hablando por primera vez.

  • Sólo que sigue en España, pero nada más. Es bastante hermética en ese sentido –respondí sincera.

  • Joder, qué mierda… ¿en serio que no sabes nada más? –insistió.

  • Mira Óscar, eres buen tío y te conocemos desde hace mucho, y tenemos confianza contigo. Te he dicho todo lo que sé; pero de todas formas, si supiera algo más, no te lo podría decir. ¿Entiendes?

  • No, si ya lo sé…  es que estoy desesperado. Es todo una mierda –se quejó.

Me pareció que lloraba, y sentí verdadera lástima por él.

  • No te tienes que enamorar de una puta, y menos de una de lujo. No es buena idea… –le aconsejé, y no pude evitar pensar en la ironía de que yo estaba haciendo lo mismo.

  • Lo sé… joder qué mierda… –protestó.

  • Ya te presentaremos a la nueva, se llama Anna… te gustará. Y lo de hoy va por cuenta de la casa –le ofrecí.

  • Gracias, sois muy amables todas –correspondió.

Vi que se le estaba empinando otra vez. Estaba triste y afligido, pero no perdía el apetito sexual. De hecho, debía de ser una auténtica máquina, por los comentarios de Nadia.

Se la empezó a tocar, me miró y sonrió. Era la primera vez que sonreía en toda la noche. Me puso una mano en el pecho, mientras se masturbaba mirándome. Bajó esa mano hasta mi sexo, donde rápidamente encontró acomodo. Apenas me rozó el ya hinchado clítoris, y un escalofrío de placer recorrió todo mi cuerpo. Empezó a besarme el cuerpo, por el costado, siguiendo por los senos, y luego por el ombligo, hasta el desierto monte de Venus. Jugueteó ahí con la lengua, amagando como si fuera a chupar, pero entonces se retiraba. Eso me ponía a cien.

Me lamió las ingles, sin tocar todavía la vagina. Parecía que supiera exactamente lo que quería en cada momento. Entonces asaltó con la lengua mi cuevecita, y me dejé llevar. Lamía todos mis recovecos, como si me conociera mejor que yo misma. Su saliva y mis flujos estaban encharcando todo. Con la punta de la lengua vibraba en mi botón, haciéndome ver las estrellas. Y no se cansaba. Mientras lo hacía, me miraba a los ojos, sabiendo que así me ponía muy cachonda.

Le agarré de la nuca y lo apreté contra mí, loca de placer. Definitivamente, me gustan más los maduros. Los lametones, jugueteos, succiones y demás habilidades bucales me producían casi pequeños orgasmos. Con cada lamida de clítoris, una oleada de gusto me inundaba. Cuando pensaba que ya no podía disfrutar más, me introdujo de repente dos dedos, tocándome exactamente en el punto G.

Entonces se puso sobre mí, y me insertó su gran polla. Me empezó a follar brutalmente, con furia, haciéndome sentir una puta total. Me follaba con violencia, sí; pero al mismo tiempo me besaba el cuello y la boca con gran ternura, provocando un delicioso contraste.

Me retorcía las tetas, pero sus labios eran calientes y delicados. Y no se cansaba. Esta manera de follar, tan salvaje, pero tan sensible, sólo saben hacerla quienes tienen mucha experiencia.

Entonces me dio la vuelta y me puso a cuatro patas, y repitió proceder: me folló con rabia. Sus embestidas eran bestiales, casi animales, llegando hasta lo más profundo de mí; pero notaba calidez en su movimiento. Me daba fuertes palmadas en el culo, que sonaban con estrépito. No me importaba. Estaba disfrutando de lo lindo. Eso sí, al día siguiente tenía marcas rojas de sus manos en las nalgas. Un bello recuerdo de una intensa sesión sexual.

Creía que se iba a correr, porque se apoyó sobre mi cuerpo, agarrándome las tetas, y empezó a gritar; pero era una falsa alarma. Simplemente gozaba, al igual que yo.

  • Uuuufffff –resoplaba, la voz entrecortada por el esfuerzo.

Pero seguía dando. Su cadencia no disminuía, y su polla continuaba entrando y saliendo con brío de mi coño. Sus testículos golpeaban en mi pubis, y su vientre en mi carnoso culo. Pof pof pof , se escuchaba. Otra cachetada, ¡plas! , y luego otra. Me dolía. Pero me gustaba mucho. Pensé en Carlos: cuando me viera desnuda esa misma noche, descubriría las marcas, y le tendría que decir que había sido un cliente fogoso.

  • Quiero que me cabalgues –ordenó.

Se tumbó boca arriba, y yo, obediente, me coloqué sobre él. El miembro se deslizó en mi interior, llenándome. En esta postura me corro enseguida, de modo que no aguantaría mucho.

  • Cabálgame. ¡Trota como una perra! –exclamó, y supe que no se dirigía a mí.

Empecé a botar sobre él, sintiendo la fricción dentro de mí. Es de mis posiciones favoritas, y con semejante herramienta, más. Las tetas subían y bajaban, al ritmo de la follada. Óscar me cogió una, pellizcando el pezón, y con la mano libre me aferró el culo. Tenía los dientes apretados y me miraba a los ojos. En esos momentos, aunque me tenía delante, no me veía: estaba pensando en Nadia.

No le culpo, yo tampoco pensaba en él. Pensaba en mi Carlos. Mi amante maduro conocía y consentía mi oficio, aunque no le gustara especialmente hablar de ello. Yo le quería a él; no obstante, disfrutaba trabajando. Cuando ejercía, no le ponía los cuernos; pero con un amigo suyo…  eso ya era traspasar una línea roja. ¿Le estaba siendo infiel?

Todas esas disquisiciones me vinieron a la mente mientras Óscar me clavaba su polla. No quería que me desconcentrasen del magnífico polvo que estaba echando, de manera que no pensé más. Me limité a gozar del sexo. Si era infiel o no, ya estaba hecho, así que a disfrutar.

Óscar aguantaba y aguantaba, con una energía digna de un atleta. Su cara estaba enrojecida, y el sudor caía por su frente y cuello. Me miraba con ojos desorbitados y las venas hinchadas, igual que debían de estar las de su miembro en mi interior. La visión de su bello semblante, su pectoral… me estaba acercando al orgasmo. Noté cómo crecía un hormigueo en el fondo de mi vagina, acercándose con cada embestida.

Le sentía entrar, con el miembro tan duro que parecía mi viejo consolador, el primero que tuve. Quería aguantar más, pero mis genitales ya no se podían contener: apreté las piernas, aprisionando la polla de Óscar, y sentí una explosión de orgasmo, tan intenso como el resto del polvo.

Eché la cabeza hacia atrás, y con los ojos cerrados, chillé expulsando todo el aire. Eso debió de hacer que Óscar dejara de retenerse, porque en ese instante noté algo muy calentito en mi interior, que seguidamente se escurría hacia fuera. Miré a Óscar, y efectivamente, aunque no gritaba, tenía la cara en un rictus de placer extremo, convulsionándose.

Me quedé encima de él mientras los orgasmos daban los últimos coletazos; y ya con el corazón más calmado, me quité y me puse a su lado. El semen resbalaba por mi pierna hasta las sábanas; su vientre estaba pegajoso. Un penetrante aroma a sexo impregnaba todo. Había sido una sesión sexual sobresaliente.

  • ¿Te quieres duchar? Te puedo enjabonar –le pregunté.

  • No; quiero que se me quede este olor. Me gusta –contestó, aspirando por la nariz.

El señor era un guarrete, además de casanova. No tardaría mucho en olvidar a Nadia, y encontrar a otra con quien poner los cuernos a su mujer.

  • Por cierto, ¿ha venido alguna vez a verte Carlos? Mi amigo, aquel que traje –preguntó entonces.

Ups. Yo no había querido comentarle el asunto a Óscar. Ni siquiera había querido saber si Carlos alguna vez le había hablado de lo nuestro. Pero ahora me preguntaba, con lo cual era evidente que no sabía nada. Me podría haber mentido, pero no parecía estar engañándome. Además, tampoco sé para qué lo haría.

  • Bueno… sí, alguna vez que otra –mencioné, sin enseñar mis cartas.

  • Hummm, qué raro. No me ha dicho nada –dijo pensativo.

  • Bueno no sé, es algo tímido.

  • Tienes razón. Es bastante cortao –zanjó Óscar, y se puso en pie.

Comenzó a vestirse, ya en disposición de irse. Observé cómo se abotonaba la camisa, y se ataba los zapatos. Era un tío verdaderamente atractivo, y si no hubiera conocido antes a Carlos, quizá me hubiera enamorado de él. Quién sabe.

  • Bueno, muchas gracias por tus servicios. Aquí todas sois la hostia –me halagó.

  • Ya sabes que aquí eres un vip –afirmé, tumbada en la cama.

  • Volveré, ten por seguro.

  • Y te presentaré a Anna. Verás que es un encanto –dije–. Anda ven, te acompaño a la salida.

Sin taparme con nada, me encaminé al vestíbulo. A mitad del pasillo tocaron al timbre. Estaba yo sola con Óscar, y no esperaba a nadie. Las demás chicas tienen llave. De modo que pensé que sería algún cliente, que llegaba antes que mi compañera.

  • No sé quién puede ser, no tengo más citas –dije caminando hacia la puerta.

  • ¿Vas a abrir así, en pelotas? –preguntó con curiosidad Óscar, detrás de mí.

  • Pues claro. Muchas veces recibimos así a los clientes. Da mucho morbo.

Abrí directamente, sin mirar por la mirilla. Soy muy morbosa, y me excita abrir desnuda sin saber quién puede estar al otro lado.

Nunca me he arrepentido tanto de hacerlo.

  • ¿Pero… qué narices?

Era Carlos. Y el “qué narices” no era por verme desnuda (es habitual que en casa le reciba así), sino porque vio tras de mí a su amigo. En ese momento, la palabra “incómoda” para describir la situación se quedaba corta. Yo, desnuda, mi novio delante, y su amigo íntimo, detrás. Que además desconocía nuestra relación.

  • Qué tal, figura –dijo Óscar, en tono alegre, a modo de saludo.

Tragué saliva, y noté cómo me ponía roja de vergüenza al ver la cara desencajada de Carlos. No sabía ni qué decir, estaba bloqueada.

  • Yo…  mal rayo os parta –y dándose media vuelta, Carlos desapareció escaleras abajo.

Me sentí vacía , y una especie de niebla me cubrió momentáneamente la vista; tanto, que me mareé.

  • ¿Pero qué coño ha pasado? –preguntó Óscar, sinceramente confuso.

  • Joder…  estamos juntos. O estábamos –dije, cuando pude hablar por fin.

  • ¿Quién? ¿Carlos y tú?

  • Claro que Carlos y yo, ¿quién cojones va a ser? –contesté, todavía en shock–. Perdona, no he debido hablarte así.

  • Estoy alucinando. Qué fuerte…

Cerré la puerta, sintiéndome tonta y ridícula. Un indicio de llanto comenzó a manifestarse en el fondo de mi garganta, que a duras penas ahogué.

Quería vestirme. Me gusta estar desnuda y que me contemplen, pero en ese momento era lo último que deseaba. No quería que Óscar siguiera viéndome sin ropa. Un rubor adolescente, casi infantil, que hacía una década que no sentía, se apoderó de nuevo de mí. Tapé con una mano mis senos, y con la otra mi sexo.

  • Por favor vete –le espeté mientras me dirigía a mi cuarto.

  • ¡Espera! No me dejes así joder –protestó–. Carlos es mi amigo.

  • Está bien…  Anda ven, te lo cuento mientras me visto –accedí.

Me acompañó a mi habitación, y le estuve explicando nuestra pequeña historia de amor mientras me vestía. La vergüenza por estar desnuda fue disminuyendo, no sólo por cubrirme, sino por hablar con franqueza con él.

  • Es muy fuerte todo esto –dijo, cuando concluí mi relato–. ¿Pero por qué narices no me ha dicho nada?

  • No sé…  –dudé–. Le dará apuro hablar de esas cosas, después de lo que le pasó con su pareja. No querrá arriesgarse, o exponerse.

  • Ya pero joder, él sabe todo lo mío con Nadia. Anda que ya le vale.

Ya me había vestido, y él estaba junto a mí, sentado en la cama.

  • Pues ya ves… y ahora parece que lo he echado todo a perder. Todo a la mierda –lamenté.

  • ¿Por qué no me dijiste nada cuando llamé? No hubiera follado contigo de haberlo sabido. Carlos es mi amigo, y eso no se hace a los amigos.

  • Ya, pero él no se opone a que trabaje y tenga clientes… y en principio, eras cliente, aunque seáis amigos…

Pero el hombre tenía razón. Hacerlo con su amigo, pese a haber venido como cliente, era traspasar una raya.

  • Bueno no te preocupes. Hablaré con él. Y me hará caso. Siempre lo hace. Después de todo, os conocisteis gracias a mí, ¿no? –dijo Óscar.

Aquello me tranquilizó. Pero también me hizo ver lo mucho que me importaba Carlos.


Al día siguiente recibí un WhatsApp. Era de Carlos, citándome para tomar un café y hablar.

  • Mira, yo no sé cómo ni por qué, pero me gustas mucho. Te quiero –comenzó a decir.

  • Cariño, yo tamb…

  • Espera. Déjame terminar –me cortó–. Lo he pasado muy mal en los últimos tiempos. No quiero pasarlo mal ahora. No quiero saber qué has hecho con Óscar, ni por supuesto los detalles. Sólo quiero saber una cosa: que no vas a acostarte más con amigos míos, o con conocidos.

  • Por supuesto que no, cariño mío; no sé en qué estaba pensando…

  • No me importa tu trabajo. Me da igual que folles con otros; de hecho me da algo de morbo. Me gusta saber que has follado con un salido, porque después vas a ser sólo mía –continuó–. Nunca te lo había dicho.

Eso no me lo esperaba. Pero en cualquier caso, era una buena noticia. Seguiría trabajando, y a mi chico le ponía.

  • Sólo te pido eso. No con mis amigos. Ya he hablado con Óscar, y no lo sabía, por eso no le culpo. Más bien, fue culpa mía no contárselo. Pero bueno, ya ha pasado.

  • Puedes estar tranquilo. A partir de ahora, sólo contigo y clientes forraos –dije sonriendo–. Y ahora, vamos a mi casa, que estoy deseando hacerlo contigo.

Fuimos a mi casa y estuvimos haciendo el amor toda la tarde. No sé cuántas veces lo hicimos, pero no salimos de la cama.

Era un miércoles, pero nos tomamos el resto de la semana libre. Hicimos una escapada al norte, a León, donde estuvimos hasta el domingo. No sólo fue una reconciliación perfecta, sino que salimos mejor que nunca.

Ya han pasado algunos años de esta historia, pero sigo con Carlos. Mantiene su trabajo, donde ha promocionado y ya es jefe, y gana más. Hemos tenido una niña y un niño, por lo que he dejado la profesión para dedicarme de lleno a ser madre. Me encanta pasear por la calle con mi marido y mis niños, y ver a veces las miradas de la gente, extrañados ante la diferencia de edad.