La joven deseada

Una mirada furtiva, una joven prohibida y unas cartas indecisas dan forma a una sensualidad abstracta. Un relato con gran esfuerzo literario...

La joven deseada

Ana Laura era la fruta prohibida, el séptimo pecado, la niña dulce y recatada. Ella era como un fantasma o una sombra. Cada vez que salía hacia la escuela, no sospechaba que un par de ojos la asediaban, la acechaban, la deseaban, con furia y con lujuria.

Ella, a sus 16 años, era más que un par de senos perfectos, era casi una imagen venerada en la mente del hombre que le miraba la falda y el cabello que le caía en la espalda. La deseaba, la llamaba, la admiraba, la devoraba con la mirada...

Y él se sentía tan culpable y excitado, le remodía en la conciencia el desearla y no tenerla; le fastidiaba sobre manera no poder tenerla cerca. Ansiaba tanto tocar esos senos, ese cuerpo desnudo, penetrar en su pecho y volverse suyo, pero no, aún no podía resolver dicho asunto.

Así pasaron los días, la soledad y la memoria hacían mella en sus fuerzas: atacar o no atacar, escapar o pecar, esperar para tenerla en el regazo de su lecho...

Sin embargo, ahí estaba nuevamente, hurgando en la piel de una joven inocente. Delineando su figura, recorriendo nuevamente su cintura, de abajo hacia arriba, de arriba hacia abajo y más abajo, besando su entrepierna y llevándola a un éxtasis total.

Así que empezó a escribirle cartas, cartas dulces pero a la vez duras. Cartas obscenas, llenas de lujuria. Cartas malditas pero infinitamente maduras. Cartas de amor, pero de amor usurero, con la mayor intención de hacer realidad sus sueños.

Una tras otra, una tras otra, al principio, Ana Laura, las quemaba, lo negaba, eran toda una tortura amarga. Y sin embargo, el tiempo siembra dudas... Tanto impactaron a ella las dudas que despertó su sentimiento de lujuria. La duda se había convertido en ternura, anhelaba estar cerca de aquél que le escribía con soltura, quería el beso, el abrazo y el cuerpo del autor de su tortura.

...

"Mas vale tarde que nunca, más vale verte que tenerte en una tumba. También quiero verte, quiero tenerte en mi locura. Poseerte como nadie lo ha hecho nunca, en un solo verso desnudar tu piel tan turbia, explorarte, respirarte y por instante hacerme tuya. Quiero que me hagas lo que no has escrito nunca, sólo quiero extasiarme con esas palabras tuyas."

"Bien, ven a mí, sigue de frente, estoy aquí, deseoso de tenerte. Quiero susurrarte al oído mi martirio, quiero penetrar sin miedo tu equilibrio. Quiero olvidar, por un momento, que somos dos amantes clandestinos. Ven, sigue de frente, departamento seis, pasillo siguiente. Somos tú y yo en esta tarde que se muere."

...

Con timidez abrió la puerta y no vio a su pareja, quiso buscarla con los ojos pero ya estaba puesto el cerrojo... y de pronto oscuridad. Alguien había atravesado una venda entre sus ojos, así ambos estarían más cómodos.

Unas manos recorrieron su cintura con precisa elocuencia, unos labios le besaron la piel que estaba expuesta. Los dos cuerpos que juntaron en una danza perfecta, ambos cuerpos amarrados sin mirarse siquiera.

Ana Laura, la hermosa joven, perdió el conocimiento, se dejó llevar por aquellos hábiles dedos que profanaban la perfecta simetría de sus senos, de su cuerpo, su cabello y su sexo. Poco a poco fueron desnudando su delicada anatomía, ella se agitábase en una exitación desmedida, era la primera vez que alguien cometía tal osadía.

Rápidamente quedó sometida, se sentía libre pero a la vez poseída. Con una enorme habilidad fue despojada de su cuerpo, sentía besos y caricias en todo momento. Su respiración se deformaba en ecos, luchaba por contener todo el silencio, y gemía y se estremecía por el tacto de otro cuerpo.

Pero ambos se sumergieron en el placer y el deseo, algo que empezó como un remordimiento se tornaba placentero. Restregaban con furia sus sexos, gemían, disfrutaban, masturbando cada uno de sus obscenos sueños, libando el néctar prohibido de sus cuerpos. Qué imagen tan ardiente, ver el cuerpo de una joven y disfrutar sin oponerse.

Y era ella la que entregaba su conciencia y su agonía en las manos de una sombra que siempre le veía. Aquí no hay lugar para el arrepentimiento, sólo hay sexo, placer y tiempo... tiempo, mucho tiempo para comerse a besos ese joven cuerpo...