La jefa de Silvia
Silvia comienza a trabajar en un despacho y despierta la atención de su experimentada jefa.
Mi nombre es Silvia. Soy una joven licenciada que trabajo en un despacho muy prestigioso de profesionales en Madrid.. Vivo sola, pues me he tenido que trasladar desde mi casa en Avilés. Estoy entregada a mi trabajo y esa es una escusa estupenda para no buscar novio.
Tengo 26 años. Soy rubia y mido 1,60. No soy muy alta, pero soy bastante sensual. Mi cabello es largo y liso, no estoy ni gordita ni delgada pero mis curvas son generosas y me considero con bastante salero. Por eso no es extraño que se me acerquen los chicos a los que a veces doy un poco de coba, pero a los que nunca me entrego.
Hace un par de semanas mi jefa me llamó al despacho. Doña Ramona Calostro es una mujer de unos 40 años. Muy autoritaria, con mucho carácter y muy mala leche cuando se defiende, todos nos echamos a temblar si pronuncia nuestro nombre. Poco saben de ella en la oficina y muchas cosas se hablan.
El otro día por poco me hago pipí en cima cuando al descolgar mi teléfono escuché que me llamaba para que fuera a su despacho, pues quería hablar conmigo. Al presentarme ante ella las piernas me temblaban. Me miraba fijamente de arriba abajo. Suelo ir vestida muy formalita, pero quizás la falda sea un poco corta y la blusa demasiado ajustada. Me miraba de arriba abajo y me hacía sentir desnuda. Los segundos de silencio se me hicieron interminables y me puse a sudar. Entonces por fin habló.
-Silvia, te he estado observando estos días y creo que podrías venir a ayudarme. Necesito que alguien me ayude en la casa. Tengo algún trabajo que tú podrías hacer y claro, serías recompensada. Sólo te pido que no digas nada a nadie en la oficina Sí alguien se entera, se acabó.- Me dijo mirándome fijamente.
Se acabó es un termino muy flexible. Pero dicha por una de las fundadores del despacho se acabó es que ya no me van a dar trabajos interesantes y cuando el contrato finalice, me ponen de patitas en la calle. Por eso, y por que pensaba que era positivo para mí ayudar a Doña Ramona, y por que me miraba de una manera que no podía decir que no, pues me atraía su mirada como un imán. Acepté. Me dio una dirección y me dijo una hora. Y su número de teléfono, por si no podía ir, me arrepentía o me perdía. Se citó conmigo para el día siguiente.
-Ven mañana. Sí, ya se que es sábado, pero tiene que ser mañana.-
Me presenté en la casa que ponía en la dirección que me extendió en aquella tarjeta. Era una casa estupenda en un barrio estupendo. No me impresionan ni las casas ni los barrios estupendos por que he vivido con mis padres muchos años en una casa así. Aparqué mi cochecito de jovencita independiente frente a su casa y con muchos nervios me dirigí a su puerta. Llamé y trascurrió un buen rato hasta que abrió. Cuando abrió la puerta Doña Ramona me deslumbró con su look en el que no faltaba detalle. Estaba muy bien peinada y arreglada, como un día normal de la oficina. Llevaba un pantalón de pinzas y una camisa de encajes. Me sonrió al verme y me pidió que entrara. No sabía como saludarla. Le extendí la mano, pero ella me acercó la mejilla e intercambiamos el saludo formal de los dos falsos besos. Su cara estaba fría y suave.
La seguí hacia el interior de la casa. No paraba de charlotear y de explicarme que aunque pensara que no, el trabajo que me iba a encargar era de suma importancia.- ¿Me entiendes?- y debía de poner toda mi voluntad en hacerlo bien y en complacerla -¿Me entiendes? -
Utilizaba una y otra vez esa muletilla mientras hablaba. Me llevaba por detrás sin mirarme, por el salón, por el pasillo. Empezó a usar un lenguaje ininteligible para mí: El polvo, los suelos, cera, escoba, la mopa, la fregona ¿Qué estaba insinuando? ¿Qué tipo de trabajo pretendía que hiciera? De repente se paró en un cuarto al lado de la cocina. Y te pondrás este uniforme-
Se paró ante un uniforme de criada, de chica de servicio. La miré a la cara, incrédula, casi a punto de chillarle, casi a punto de llorar, pero ella me miraba directamente a los ojos, con una mirada dura, imperturbable.
Me fijé en el uniforme. No había camisa. Era un uniforme de una sola pieza, pero de una falda cortísima. Doña Ramona había pensado en el más mínimo detalle. Había unas braguitas tanga blancas, unas zapatillas sin tacones y con un lacito, una cofia para el pelo, una especie de felpa que se agarraba al cuello como un collar, unas medias de encajes blancas, como de una novia, pero no había camisa. Era algo más que un vestido de chica de servicio. Era un disfraz para una fantasía sexual.
No quería hacerlo. Debía haber salido corriendo de la casa, haber escapado Pero mi naturaleza es así. Ella me había captado desde el principio. Ella se había dado cuenta de que los chicos no me gustan. De que miraba demasiado a mis compañeras de oficina y a las camareras de la cafetería. Ella se había dado cuenta de que no soy capaz de negarme. Ella sabía que era lesbiana y de que por satisfacer mi sexualidad oculta sería capaz de aceptar cualquier cosa, incluso una humillación, por que no se cómo había adivinado, por mi timidez, por lo que sea, que soy sumisa.
Mientras Dª Ramona me miraba, comencé a inspeccionar las prendas de vestir. La miré después de pensarlo un poco, -¿Me permite?-
Se dio cuenta de que era una invitación a que permitiera que me vistiera sin ser observada y asintió con la cabeza y se fue de la habitación. Me comencé a desvestir poco a poco y a vestirme con aquellos atuendos estrafalarios que me daban un aspecto de putita. La falda era tan corta que sólo con inclinarme un poco sentía el frío en mis nalgas, desnudas bajo el tanga. Los pechos estaban libres tras la pieza del delantal del traje y mi espalda estaba desnuda, sólo tapada por las tiras que sujetaban el delantal y el nudo que las unía. . Si miraba de lado, podía verme los pechos tras el delantal y al echarme ligeramente hacia adelante, la curva inferior de mis nalgas. Era excitante verme así. Ella me esperaba.
Salí del cuartito y me dirigí al salón con el plumero en la mano. Ella estaba sentada en el sofá de cuero carísimo y me miraba con descaro y ansiosa. Yo me puse a mover el plumero como creía, sin importarme demasiado el resultado, pues era evidente que Dª Ramona no me había contratado para limpiarle la casa.
Estuve haciendo como si limpiara el salón un rato y luego cogí la escoba del cuartito de la limpieza y barrí un poco. Incluso me acerqué a ella y le pedí que apartara, por favor, los pies. Llevaba unos zapatos de tacón de piel de cocodrilo, o algo así.
Empezó a hacerme preguntas. Yo sabía lo que quería y le seguí el juego, diciendo mentiras que la pondrían a tono.
-¿Cuántos años tienes?-
-Voy a cumplir veinte-
-¿Tienes hermanos?-
-¡Sí! ¡Tengo ocho hermanos! Por eso tengo que servir a amas como usted-
-Muy bien. Tienes que ser obediente y servicial si quieres conservar este trabajo-
Estaba barriendo justo enfrente de ella. Note su pié rozando mis pantorrillas y me quedé quieta. Me excité. Me sentía humedecerme mientras frotaba sus zapatos y los subía poco a poco por mi pierna, hacia mis muslos y los bajaba.
-Tienes que ser una criada buena y darle satisfacciones a la ama que te paga ¿Verdad?-
No me salía la voz del cuerpo
-¿Verdad?-
-Sí- Dije al fin con una vocecita que no reconocía
-Quita la alfombra. Barre debajo de la alfombra-
Me agaché para enrollar la alfombra. Me puse de manera que pudiera ver perfectamente mis nalgas. La enrollé lentamente. Sentía en mis nalgas como se clavaba su mirada. Sentía una humedad en mi almeja que se me antojaba que era su lengua que me lamía. La aparté y barrí. No me atrevía a levantar la mirada para ver su cara de loba hambrienta.
Después fui a por la fregona. Cuando volví me miró con furia y me habló despectivamente señalando la zona que había frente al sillón, donde había quitado la alfombra
-¿Qué haces con la fregona? ¡Coge el paño de fregar y ponte a fregar aquí, de rodillas! ¡Como se ha hecho siempre!-
Me puse de rodillas con el trapo en la mano y me puse a frotar. Ahora si que había conseguido humillarme. Estaba de rodillas, sintiendo el frío suelo en mis universitarias rodillas. Me puse frente a ella para que viera mis pechos a través del escote. Y luego me puse de lado, por lo mismo, y para que viera la curva de mis nalgas bajo la minúscula falda recogida. Luego, al fin volví a ofrecerle la visión de mis nalgas y de mi conejito tapado por la minúscula tela del tanga.
Quería provocarla. Por eso fui fregando hacia detrás hasta que, encontré su zapato entre mis piernas. Debía de haber cruzado las piernas y extendido el pié, por que el empeine estaba justo entre mis muslos. Comenzó a acariciarme parsimoniosamente y mi sexo volvió a humedecerse. Me quedé quieta como una perra que espera que la monten. Notaba en mis muslos y en mis labios apenas cubiertos por la raya del tanga la áspera piel del zapato. Comenzó a mover la pierna rítmicamente y a golpear mi sexo con suavidad. Aquellos golpes rítmicos hacían que me excitara más aún
-¡Date la vuelta, zorra!-
No pensé que Doña Ramona pudiera hablarme de aquella manera. Las palabras me cayeron como un jarro, pero no de agua fría, sino de agua caliente. Obedecí sumisamente. Tiró de mi pelo y colocó mi cara junto a su pierna. Me obligó con la mano a restregarme en sus piernas.
-Muy bien, zorrita. Ahora vas a limpiarme los zapatos
La miré perpleja. ¿Qué era lo que deseaba? Su cara de pícara me puso más cachonda todavía. Echó mano a mi cuello y desató el nudo que mantenía los cabos del delantal atados. El delantal cayó hacia adelante y dejó al descubiertos los pechos turgentes rematados por mis pezones grandes, oscuros y bien definidos, que ahora estaban excitados.
-Bien, zorra. Vas a limpiarme los zapatos con los pechos. ¡Vamos!.-
Me acerqué a cuatro patas y puso su pierna, sostenido sobre su otra pierna al lado de mi cuello. Mi mandíbula se apoyaba en sus rodillas y comencé a sentir de nuevo la piel de cocodrilo entre mis pechos. Comencé a restregar mis pechos por su zapato alzado. La piel se me antojaba lisa y áspera a la vez. La sensación sobre mis pezones era de caricia y dulce tormento a un tiempo. Comencé a restregarme cada vez con más fuerza y entre tanto la miraba para ver si le satisfacía. Y como me parecía que sí que le satisfacía, seguía restregándome hasta que me ordenó que parara.
-¡Basta!-
Me cogió de la barbilla y me obligó a permanecer de rodillas. Me miraba con picardía, dominando la situación. Aquella sonrisa me ponía a cien. Estaba ya más que excitada. Mientras manteníamos la mirada ella se descalzó. De repente soltó mi barbilla y apoyando uno de sus pies en mi hombro me empujó hacia detrás. La miré asustada y ella dirigió su mirada hacia sus pies descalzos.
-¡Lame!-
Levantó el pié y me ofreció la planta de su pié. Lo lamí con toda mi lengua, despacio, desde el tobillo hasta la almohadilla posterior. Volví a repetir tres o cuatro veces la operación de arriba abajo y de abajo a arriba. Su piel tenía un sabor un poco picante. Para mi sorpresa cambió de pié y tuve que volver a lamerlo.
-Ahora métete en la boca cada uno de los deditos. Vamos, zorrita.-
Me metí cada uno de los dedos de aquel pié, desde el menor hasta el más grande. Cuanto más avanzaba por el pié más satisfacción encontraba. El penúltimo lo sostuve largo tiempo entre mis labios, y lamiendo la punta con la lengua. Pero cuando llegué al dedo gordo, comencé a mover la boca como si su dedo fuera un pequeño pene y le estuviera haciendo una felación. Aquello excitó a Doña Ramona, y actuó de una forma casi violenta.
-¡Quita ya, zorra! ¡Vas a conseguir que moje mis bragas!-
Apartó el pié y me cogió del collar de tela que adornaba mi cuello. Me trajo hacia ella. Y me colocó a su lado, de costado, a cuatro patas. Mientras me agarraba con una mano del collar , con la otra comenzó a acariciar mi espalda., desde el homoplato hasta la cintura y las caderas. Aquella mano suave me tranquilizaba. Pero luego comenzó a acariciarme por debajo, mis pechos y mi vientre. Se distraía manoseando mis pechos que caían y cogiendo mis pezones entre sus dedos y dando pequeños estironcitos que provocaban que mi clítoris estuviera a puto de estallar. Cogió mis pechos con fuerza y los aplastó suavemente para luego tirar de ellos. Me sentía ordeñada. Después se entretuvo con mis pezones. Los retorcía ligeramente y los pellizcaba, cuando no los arañaba.
Ella debía notar mi excitación en mi respiración acelerada, o en mi posición sumisa. No sé. Me estuvo trabajando los pechos un rato delicioso y luego metió mi mano tras la falda que caía como una cortina. Su mano se deslizó por mi vientre hasta alcanzar el borde del tanga que traspasó sin respetarme.
-No estás totalmente depilada ¿eh?-
-Me Me depilé hace unas semanas-
-Mal. Muy mal.-
Me dijo y me dio un tironcito de los bellos del pubis. Me hizo casi soltar un chillido., pero pasó pronto. Fue más el susto que el dolor.
-Cuando llegas a casa te depilarás completamente ¿Entendido?-
-Sí, mi mi señora"
-Todas las mañanas, te llamaré a mi despacho. Tú vendrás. Cuando entres cerrarás la puerta con llave ¿Entendido?-
-Sí, mi ama-
-Te quitarás las bragas, te sentará en mi mesa, delante de mí y me enseñaras tu chocho ¿Entendido?
-Sí..Sí mi ama.
Deslizó aún más la mano y la colocó en mi clítoris. Sentía sus dedos a ambos lados, entre la crestita y mis labios. Sentía sus dedos largos, esbeltos rozarme con toda la malicia. Colocó la yema de uno de sus dedos debajo de mi clítoris, entre los bordes de mi raja y frotó su dedo con fuerza en mi clítoris. Comencé a sentir un orgasmo. No puede disimularlo.
Comencé a respirar excitada y a seguir con la cintura los movimientos de su dedo. Supongo que sentiría mi humedad, porque aquello la estimuló a segur masajeando fuertemente mi clítoris mientras me sostenía con mucha fuerza contra ella por el collar del cuello.
Cuando estaba yo más acelerada, olvidó su dedo entre los bordes de mi rajita y la hundió ligeramente. Gemí mientras buscaba el contacto de mi cuerpo con el suyo. Una oleada de humedad me roció y colocando los codos sobre el suelo me abandoné al orgasmo.
Me soltó. Estuve unos instantes recuperándome, con la cara mirando al suelo y los codos y las manos apoyados en él. Cuando levanté la cara escuché su opinión.
-No ha estado mal, nena. No ha estado mal-
Me puse primero de rodillas y luego de pié. Me disponía a darme la vuelta y marcharme del salón, pues ya me había usado, pero me detuvo.
-¿Dónde vas, Puta? Vuelve y quédate de pié frente a mí-
Ella, sentada me miraba de arriba abajo. Me inspeccionaba una y otra vez. Su mirada se clavaba en mis senos desnudos y en el borde de la falda, hasta que finalmente me lanzó una orden
-Quítate las bragas, nena-
Tardé unos instantes en obedecer. No quería creer que la mañana tendría más sorpresa. Me llevé las manos a los bordes de las bragas, subiendo la falda del uniforme y tirando hacia abajo, la tanga descendió por mis piernas y salió primero de una pierna y luego de la otra. Las tenía en una mano, extendida. La miré y tiré mis bragas con cierto desdén hacia Doña Ramona, cayéndole sobre la cara.
Cuando vi lo que había sucedido pensé que Doña Ramona se desquitaría, pero en ese momento mi cara era de satisfacción por haber provocado a mi jefa. Ella cogió las bragas con cara de paciencia. Me miró mientras las olía y las puso a un lado.
-Eres muy chula ¿No?-
Mientras me decía esto metía una mano entre mis piernas. La sentí pasar entre mis muslos y de repente, pegué un respingo que me hizo ir hacia su cara. Sentí su dedo en mi ano. Fue un acto reflejo.
-Muy bien, zorrita. Levántate la falda.-
Cogí el extremo de la falda sin rechistar con las dos manos y la puse a la altura de la cintura. Miré como observaba mi monte de Venus y se iba acercando
-¡Veremos a ver qué te duran a ti las chulerías!-
Se relamía. Sentí su aliento sobre mi pubis. Veía como acercaba su cabeza, rematada por un impecable peinada, se acercaba a mi cuerpo y sentía sobre mi piel su respiración casi jadeante. De repente sentí la humedad de sus labios en mi sexo, justo rodeando mi clítoris, mientras por detrás hincaba su dedo entre mis nalgas. Sentí una nueva oleada de humedad.
Sus labios apretaban contra mi pubis y buscaban entre las rendijas de mi sexo mi clítoris excitado. Sus labios me atraparon y todo mi cuerpo se estremeció. Intenté separarme pero cuando lo hacía, me encontraba atrapada por su dedo que presionaba para obligarme a estar quieta. Entonces intenté separarme usando mis manos e intentando apartar su cara y su brazo de mi cuerpo.
-¡Por favor! ¡Sólo soy una chica pobre que tiene que trabajar para dar de comer a mis hermanos!- Le dije suplicando, para seguirle el juego. -¡Déjeme marchar!-
Después del forcejeo, separó su cara de mi pubis. Ya no estaba tan bien peinada y una expresión de satisfacción se reflejaba en un duro rictus de su boca. Me cogió las manos y me las colocó detrás. Y tomó las bragas que le había lanzado a la cara. Metió cada una de mis manos por donde se mete cada una de las piernas y comenzó a retorcer las bragas entre mis muñecas de manera que cuando acabó estaba totalmente inmovilizada.
-¡Ahora, zorrita, vas a estarte quietecita. ¿Qué quieres? ¿Dinero? Yo te pagaré. ¡Te daré un vestido de mi armario si te portas bien! ¡Puta!-
Y me cogió por las caderas y me atrapó contra ella. Me moví para que sintiera mi obstinación y conseguí con ello sentir su furia contra mi pubis. Atrapó mi clítoris de nuevo entre sus labios y apretó, arrancándome un gemido de dolor y de placer a la vez. Su cara estaba tapada por mi falda, que le caía sobre la cabeza. Sentí sus manos agarrarme mis nalgas y manosearlas con fuerza. Las apretó y las separó y me hizo sentir abierta. Me azotó e insultó
-¡Puta!-
-¡Ahhh!-
Comenzó a lamer mi raja con toda la lengua desde el clítoris hacia el ano, tan lejos y tan profundamente como la extensión de su lengua se lo permitía. Sentía de nuevo mi humedad, compensada por la que su lengua me aportaba. Separé las piernas, ajusté mis caderas y le ofrecí todo lo que podía, obteniendo como recompensa una mayor penetración. Mis pezones estaban a punto de reventar por el placer. Mi vientre eran un nido de mariposas que volaban aleatoriamente y no sabía como me sostenía en las piernas, mientras su lengua me lamía y sus dedos se hincaban en mis nalgas.
Comencé a sentirme invadida de nuevo por las convulsiones de placer. Empecé a mover mis caderas y a buscar más aún el contacto de su lengua, mientras ella profundizaba dentro de mi raja y apretaba sus dedos, separando mis nalgas y rozando con alguno de sus dedos mi ano. Miré hacia el cielo y comencé a jadear y a gemir
-Ahhhh Ahhhhhhhhhh Ahhhhhhhhhhhhh-
Doña Ramona se separó de mí, saliendo de debajo de mi falda y mirándome de manera pícara y triunfante. Yo me intentaba recuperar de mi nuevo orgasmo y casi no podía hablar, hasta que por fín pude suplicarle.
-¿Puedo irme ya?-
-¿Cómo? ¡Aún falta lo mejor!-
Se levantó y sin mirarme me cogió del brazo y me llevó hacia un lado. Extendió la alfombra y desabrochó la cremallera del uniforme que aún me cubría el vientre y me dejó sólo con las medias, las zapatillas, la cofia y el collar de tela. Seguía con las manos atadas a la espalda por las bragas.
-Vengo en un momento. Mientras vete descalzándote-
La oí salir de la habitación a mis espaldas. Sus pasos se alejaban por el pasillo. Estuve esperándola un rato, sin atreverme a volver la cabeza. Me puse sobre la alfombra, pues el suelo estaba frío. Entonces volví a sentirla llegar.
-¿Qué haces sobre mi alfombra? ¿Sabes lo que cuesta esta alfombra?-
-Yo tenía frío y -
-¡Calla! ¡Puta!-
Me dio un empujón y aprovechó mi desequilibrio momentáneo para empujar mi cabeza hacia adelante y obligarme a arrodillarme primero, y luego a ponerme a cuatro patas, pero al estar mis manos atadas a la espalda, fueron mis hombros los que sostenían mi cuerpo, y obligaban a exponerle mi sexo y mi ano sin decoro a Doña Ramona. Ella siempre estaba detrás de mí. Sentí sus manos alrededor de una de mis piernas y fue poco a poco quitándome, enrollando la media por mi pierna. Sentí su cuerpo, uno de sus pechos, desnudo, rozar mi nalga al levantar mi rodilla para sacar la media de mi pierna.
Después, de repente, una nube opaca, de color negruzco, cubrió mis ojos. Sentí el nailon de la media sobre la piel de mis párpados y como el lazo se cernía sobre mi cabeza, rodeándome, tapando parcialmente mis orejas y cerrándose en un nudo por encima de la nuca.
Luego repitió la operación con la otra media, pero esta vez, metió el pico de la media entre mi cuello y el collar de tela que llevaba y tras hacer un nudo por detrás de mi cuello, tiró del otro extremo de la media, sintiendo yo el tirón amortiguado por la flexibilidad de la prenda. Entonces pasó la media por debajo de mi cuerpo y la sacó por entre mis piernas. Al tirar nuevamente la sentí atravesar mi cuerpo desde mi cuello hasta mi clítoris. El nailon de la tela apretaba con suavidad mi pecho y se metía estratégicamente ente mi clítoris y uno de los labios de mi pubis.
Tiró fuertemente. Me tenía apresada. Sentí su mano en mi nalga. Me azotó, consiguiendo que protestara con un gemido de dolor. Agarró mi nalga y la apretó. La separó como había hecho anteriormente y paso su mano por mi sexo. Uno de sus dedos atravesó mi sexo entre mis labios húmedos. Volvió a repetir la caricia, y el dedo se introdujo en mi vagina, ligeramente. Me volví a mojar.
Repitió la operación unas cuantas veces más. Al sentirme húmeda, Doña Ramona hincó su dedo poco a poco en mi vagina, despacio, pero profundamente. Lo sentí abrirse camino dentro de mí, mientras susurraba a mi oído.
-Sabes, putita, desde que te vi en la oficina te tengo calada. La primera vez que te vi me dije .-
Y calló, dejándome en la expectativa. Luego sacó el dedo y volvió a meter dos dedos, juntos, tan profundamente como antes.
-Mira que putita más rica y más engreída viene por ahí. Mírala. Se cree alguien.-
Y Volvió a callar y a sacar sus dedos para meter tres dedos a la vez. Me sentí caliente como una perra, excitada, deseando que siguiera poseyéndome.
-Y va ves, no me equivoqué. Aquí estás, a cuatro patas y abierta para que Dª Ramona te convierta en una perra saciada.-
Y comenzó a mover sus dedos dentro de mí, de arriba a abajo y de dentro hacia fuera. Me provocó una excitación explosiva. Me sentía a punto de estallar, mientras notaba como mi sexo destilaba humedad. Me puse a cien, como una moto. Comencé a jadear y arqueé mi cintura para hacer el roce más intenso. Sentía el dedo meñique apretar contra mi clítoris y el pulgar rozar mi ano mientras me masturbaba.
Apoyé la cara sobre la alfombra y comencé a gemir, a responder con suspiros y jadeos a la sensación de goce que Dª Ramona me hacía sentir. Ella me hincaba sus dedos con decisión, y me arrancaba uno a uno los espasmos de mi orgasmo. Acompasaba el movimiento de sus dedos dentro de mí con el ritmo de las olas de placer que recorrían mi cuerpo y de esta forma me controlaba, por que yo, intentaba a mi vez acompasar las ondas de placer con el de ritmo de su movimiento.
Fue un orgasmo largo. Parecía que nunca iba a acabar, hasta que finalmente yo me sentía exprimida.
Doña Ramona me palmeó las nalgas ligeramente y yo entendí que me permitía tumbarme en la alfombra. Seguía maniatada y con los ojos vendados. Bajo mis pechos, y bajo todo mi cuerpo sentí la sueva textura de pelos largos y sedosos de la alfombra. Escuchaba como mi jefa se desplazaba de un lado a otro de la habitación y yo aprovechaba para descansar aunque me sentía muy excitada, a pesar de mis orgasmos, por la incertidumbre y por sentirme a su merced, esperando que me soltara o que me utilizara de nuevo.
Entonces sentí sus manos acariciarme mi espalda y mis nalgas, mis muslos y mis mejillas.
-Te has portado muy bien, pequeña puta, pero aún no hemos acabado ¿sabes? Aún queda lo mejor-
Sentí el roce de la ropa en su cuerpo cuando se levantaba y la noté de pié junto a mí. Al cabo de un rato se volvió a agachar a mi lado y noté que estiraba de la media que cubrí mis ojos hacia abajo, hacia el cuello. La media quedó en mi cuello con cierta holgura.
La miré de reojo. Desde donde estaba parecía un rascacielos que se mira desde la calle. Estaba desnuda, bueno, no. Estaba prácticamente desnuda. No pude apreciar si su piel era tersa o el paso del tiempo había dejado sus marcas sobre ella. Sólo la veía desnuda excepto a la altura del pubis.
Un espolón extraño sobresalía. Un espolón negro, en forma de pene, que se sostenía agarrado mediante unas correas que llegaban a su cintura, a su pubis. Sólo con ver aquello me volví a sentir mojada y a la vez, asustada. ¿Sería capaz Doña Ramona?
-Ahora vas a ser buena, por que voy a coger tus manos y las voy a soltar-
Asentí con la cabeza. Noté que deshacía el nudo de mi espalda para soltarme una de mis manos. Me sentí falsamente aliviada, pues intentó manipular mi brazo para ponerlo sobre mi cabeza. Me rebelé.
Forcejeamos, me intenté escapar, pero fue inútil. Rápidamente se montó sobre mi espalda y así ni podía levantarme ni escaparme hacia los lados. Cogió la mano en la que aún tenía la media y la llevó hasta el cuello, por detrás de mi nuca, que era la parte que ella veía. Pasó el extremo de la media entre mi cuello y la otra media, que lo rodeaba y tiró de ella hasta colocar mi mano pegando al cuello. Dio varias vueltas a la media e hizo un lado. Agarrar mi otra mano, y atarla por detrás de mi nuca junto a mi otra mano, no le costó nada.
-Aunque gimas y lloriquees, no vas a conseguir nada, bonita, así que deja de hacerte la mojigata. ¿No pensarías que iba a amar todo esto para hacerte unos dedos, No?
Me obligó a darme la vuelta y quedé tendida de cara al techo.
-Por favor, Doña Ramona. Nunca me han hecho esto. Yo, Yo no he pasado de que me meta mano alguna amiga Pero esto -
-¡Calla, Zorra! ¡Algún día me agradecerás lo que voy a hacerte ahora!... ¡Y yo sabré hacerte agradecer lo que vas a hacer hoy por mí! ¿Quieres tener un futuro brillante en la empresa? ¿Quieres el despachito que hay a mi lado?-
Se colocó frente a mí, de manera imperiosa, de rodillas. Hice un amago por cerrar las piernas, pero fue inútil. Me las separó y se metió en medio.
Hice un esfuerzo y eché hacia adelante la cabeza. La miré fijamente. Se relamía los labios mientras mantenía entre las manos el consolador que manoseaba una y tra vez como si pretendiera darle vida. Podía ver sus pechos caídos pero aún hermosos, rematados por unos oscuros pezones que me desafiaban excitados.
-Mírame zorrita. Todo esto es para ti. ¿Qué te parece?
-Yo, Doña Ramona. Yo -
No puede decir nada más. Se echó poco a poco sobre mí esforzándose por hacer contacto con mi cuerpo tanto como podía. La sentí pesada pero no me molestaba. Sus pechos rozaron mi torso y finalmente quedaran frente a los míos. Su vientre rozaba mi vientre y sus muslos acariciaban los míos. Metió sus dedos en mi boca para que se los lamiera y luego desaparecieron.
-Eres una putita con mucha suerte. Vas a tener una carrera meteórica en el despacho ¿Lo sabes?-
Antes de que le contestara me besó y entonces comencé a sentir el duro falo entre mis piernas, penetrando con decisión manipulado con sus manos. Me intenté chafar de sus besos y protestar pero ella no me daba pié. Perseguía mi boca con la suya y mis intentos de rebelarme la excitaban. Me metía el consolador sin echarse atrás. Lo sentía avanzar dentro de mí y cuando finalmente conseguí liberarme de su boca no pude quejarme sino simplemente gemir y acompañarla, cooperar con ella para obtener tanto placer como fuera capaz de darme.
Mi jefa se dio cuenta de la situación y empezó a moverse rítmicamente, despacio, al principio. Comencé a respirar aceleradamente, y mientras me abría de piernas sentía como los dedos de mis pies se estiraban, como los de las manos. Sentía como si mis pezones escocieran con el más ligero de sus roces y como en mi vientre comenzaba una revolución provocada por el movimiento de aquel consolador dentro de mi vagina.
-Muy bien putita. Muy bien. Te estás ganado tu despachito en la oficina. No tendrás que aguantar más que los compañeros te miren
Decía mientras me follaba cada vez con más ganas. Me movía a su ritmo, o al menos lo intentaba, porque con las manos atadas junto al cuello no podía hacer gran cosa, pero abría mis piernas y colocaba mis caderas para que me follara tan profundamente como pudiera mientras sentía que mi humedad lubricaba mi vagina y facilitaba que las embestidas de Doña Ramona fueran cada vez más feroces.
-Pero todos los días, zorrita, todos los días quiero que antes de irte a casa entres a mi despacho y estés dispuesta a todo. ¿Entiendes?
Me metía el consolador y yo estaba ya a punto. Me follaba como una loca, agresivamente.
-¿Entiendes?-
-¡Siiiii!.- Dije al fin mientras me corría. Comencé a responder al ritmo de su locura con mi propia locura. A buscar su boca, y besar y morder, a gemir, a chillar, a chillar más fuerte mientras mi jefa me cabalgaba como nunca hubiera soñado.
Duró mucho más de lo hubiera pensado y al final, en cambio casi me supo a poco, y no sería por que no estaba agotada. Estaba extenuada. Mi jefa se separó de mí y me dejó tirada en el suelo, follada, recuperándose mientras se alejaba con aire triunfal por el pasillo de su casa. Apareció en bata y sin ningún atributo sobresaliendo.
Me ayudó a levantarme y me desató. Me felicitó. Se lo terminé agradeciendo y nos duchamos juntas.
Cuando me fui de su casa no sabía si pensar que aquello era una pesadilla o un sueño. No sabía si volver a Avilés. No sabía qué hacer el lunes, pero he trabajado muy duro para estar en ese despacho y no lo iba a tirar todo por la borda. El lunes fui a trabajar y cuando entré había un cierto revuelo en la oficina. Unos auxiliares sacaban muebles de un pequeño despacho que hay al lado del de doña Ramona y la que hasta entonces había sido mi inmediata jefa me indicó que ese era ahora mi despacho, mirándome con ciertos recelos.
No sabía cómo podría agradecérselo a Doña Ramona, hasta cinco minutos antes de salir de la oficina. Mi teléfono sonó. Ella me reclamaba. Ya os podéis imaginar para qué.