La isla de la Dominación (fragmento)

Traducción de un fragmento ofrecido libremente por PF. Una visita a la isla

La Isla de la Dominación (fragmento de la novela "Reino de esclavos)


Título original: The Island Of Domain .... (Kingdom of Slaves)

Autor: Paul Moore, (c) 2000

Traducido por GGG, noviembre de 2001.

Lestrade y su contable particular, Bob Rayburn, habían ido a inspeccionar la isla, llevándose a las mujeres que más tarde se convertirían en sus esposas. Los cuatro, Anton y Gina, Bob y Trish, habían desarrollado una intimidad rara entre parejas. Los hombres eran dominantes, las mujeres sumisas. Los cuatro habían "jugado" juntos en muchas ocasiones. Como le gustaba decir a Gina, estaban unidos por el sado.

Cuando Lestrade sugirió en el bote en el que iban que las mujeres permanecerían desnudas y atadas todo el fin de semana, la idea fue aceptada con entusiasmo por todos. Las chicas fueron desembarcadas sin llevar nada excepto sus sonrisas y las esposas, evocando recuerdos de historias de piratas y dramas en la jungla que las habían entretenido de niñas. Exploraron los edificios vacíos y las calles desiertas de una ciudad nacida bajo el "boom" del siglo veinte, un lugar ahora envuelto en el silencio. Mientras Bob se aplicaba con entusiasmo en la utilización de una cadena colgante para colgar a Trish en un taller de reparaciones, Lestrade caminaba lenta y silenciosamente arriba y abajo por las calles. Gina le seguía, desnuda, dos pasos por detrás. Le conocía lo suficiente para reconocer de un vistazo cuando estaba sumido en profundos pensamientos, y contuvo la lengua mientras mantenía la distancia. Para ella era suficiente saber que llevaba su collar, que la usaría más tarde.

Lo hizo.

La luna miró hacia abajo a Gina, atada entre dos postes erguidos en el centro de la ciudad. La luz del fuego se reflejaba en su piel desnuda, proyectando sombras intensas en el espacio entre sus pechos, el hoyo de su ombligo, y el oscuro parche entre sus piernas. Se sentía como una heroína de una película de serie "B", capturada por los indios, esperando la violación y la tortura. En las películas, el guapo héroe siempre llegaba en el momento preciso. Para ella no habría rescate aquí: ese pensamiento la hacía estremecerse de placer.

Él reunió ramas de sauce, delgadas y flexibles, y las usó para azotarla desde el cuello hasta las rodillas. Disfrutó con la bárbara visión de su cuerpo ejecutando una danza erótica de dolor bajo las estrellas. Sus alaridos eran una canción de dolor y gozo. Colocó pinzas de muelle en su pezones y labios vaginales, colgando pesos de ellas para aumentar la tensión. Utilizó un consolador enorme para sodomizarla. Mientras ocurría, Gina gemía y jadeaba, pero nunca pidió clemencia.

"Si tuviera un hierro, te marcaría," dijo con aspereza, mientras admiraba a su torturada adorada.

"Si tuvieras un hierro," resolló a través de su dolor; "te pediría que lo hicieras."

Cuando la liberó, cayó al suelo y se arrastró hacia él. Le tomó profundamente en su boca y chupó con gula, como si buscara alimento en él, y solo se detuvo lo suficiente para suplicarle que la follara.

"¿Por dónde?" preguntó, "¿qué agujero quieres que te llene?"

"Todos."

Antes de que hubiera terminado la larga noche, su petición había sido satisfecha. Pasaron la noche en un cobertizo de herramientas. Lestrade durmió en un catre que habían dejado los trabajadores. Gina se tumbó en el suelo a sus pies, con las manos esposadas detrás de ella, retorciéndose de deseo frustrado. Había perdido la cuenta de los orgasmos que él había arrancado de ella. Todavía quería más, pero las esposas impedían que se diera satisfacción a sí misma.

Por la mañana volvió a tomarla, entrando profundamente, llevándola más allá del borde una vez más.

En el bote de vuelta a casa, las chicas van vestidas, rechazaron los bikinis que habían llevado a la ida y los cambiaron por pantalones y blusas. Tenían marcas que ocultar. Gina habló por todos cuando dijo, "Odio irme. Querría quedarme aquí para siempre. Querría ser tu esclava desnuda durante toda la vida."

"Volveremos," prometió Lestrade.

Cuando volvieron al continente, Lestrade y Rayburn empezaron a hacer planes. Tenían la idea de un reino privado donde los Amos mandarían y los esclavos servirían. A la vez pensaban que serían pocos, quizá una docena de personas, reclutadas entre sus amigos personales.

Construyeron un castillo en la isla, una fortaleza gótica con torres y altas murallas. Aunque evocaba edades pasadas estaba equipada con los adelantos modernos como agua corriente y electricidad. Ningún castillo está completo sin calabozos, por supuesto. Lestrade trasladó allí su centro de operaciones, manteniéndose en contacto con el continente por teléfono, y más tarde por fax. Encontraba pocas razones para ausentarse y nunca estaba fuera mucho tiempo.

Se casó con Gina. Después de la ceremonia pública con encajes y flores, viajaron a la isla donde celebraron una ceremonia privada. Se desnudó totalmente y se ofreció a sí misma para servirle como su esclava para toda la vida. Él la marcó a fuego, y se convirtió en la primera esclava de Clase A en Dominación. Eso había ocurrido hacía veinte años. Gina no había salido de la isla desde esa noche, y nunca había llevado nada excepto su collar. Aún ahora ocupaba una minúscula celda en el calabozo, pagando por una infracción menor. Todavía era hermosa, (al menos a los ojos de él) y cuando la castigaba lo hacía con amor. Se satisfacían mutuamente sus necesidades más profundas.