La isla

Nos quedamos abandonados en una isla

Este es un tema muy manido, sobre todo en el cine, pero ni en mis más locas fantasías podría haber imaginado algo así, sólo viendo alguna película tipo “El  Lago Azul” u otra igual de pastelera, en estos tiempos creía que era imposible un suceso así, perderse en el mar, que no te encuentren… Lo dicho ¡Imposible!

Hoy en día hay GPS, satélites de búsqueda, todo tipo de instrumentos de localización… Pero, a la hora de la verdad, cuando se juntan una serie de casualidades, acaba pasando. Todas esas casualidades no tienen importancia si se dan de una en una, sin embargo, todas juntas… La hecatombe.

Mi padre había comprado un barco nuevo, un velero precioso de 15 metros de eslora que valía hasta para regatas. Es un gran aficionado a la vela, un auténtico fanático y, por eso, lo encargó en los mejores astilleros de este tipo de embarcaciones, en Nueva Zelanda, a la vuelta de la esquina, vamos.

Esas iban a ser nuestras vacaciones de este año, ir hasta las antípodas en avión y traer el velero a casa, en una travesía de medio mundo. No era mi plan preferido pasarme más de un mes navegando con mis padres y mi hermano.

Nada más empezar Julio, nos fuimos en un avión de la Singapore Airlines rumbo a Paris, Singapur, Sídney y, por fin Auckland, más de un día de avión. Mi padre tuvo la decencia de sacar billetes de primera porque hacerse semejante viaje en turista puedes morir.

Pasado un día de recuperación del jet lag, nos hicieron entrega del velero, un barco precioso equipado a la última. Por lo menos, los camarotes estaban completitos y tenían de todo excepto intimidad. Bueno, no tan así porque estaba equipado para travesía de placer y no regatas, así que tenía tres camarotes, el de proa, de babor y de estribor, con un baño, estar y cocina.

La travesía empezó fenomenal, a pesar de que el invierno austral acababa de comenzar. La Idea de papa era tomar rumbo norte, hacia el ecuador y aguas más tranquilas, bordear Sudamérica hasta el estrecho de Magallanes, bordear Argentina y Brasil para cruzar el Atlántico por el ecuador derivando hacia Canarias y de allí a la península.

No era un viaje complicado y como la embarcación tenía casi todo automático en lo referente al velamen, el hecho de que sólo fuéramos cuatro no ofrecía muchas complicaciones. Lo único malo que le veía yo era que tendría que estar en familia todo el santo día.

Mi hermano es un chico guapo y bien parecido, a pesar de ser mellizos, no nos parecemos demasiado. Ya había pasado la época de estar coladita por él, eso me pasó con 13 o 14 años. Supongo que a todos los hermanos les pasa en alguna época de su adolescencia.

Zarpamos con buen viento rumbo norte, dejando la Micronesia a babor, enfilando una ruta directa hacia Hawaii, a donde no llegaríamos, virando a estribor rumbo a Ecuador.

Tras unos días de navegación, tuvimos la primera tormenta. La verdad es que las de allí impresionan un montón, hasta mi hermano tenía la cara pálida, cosa que a mí me impresionaba más. Luis era buen marino, no tan experto como papá pero llevaba desde pequeñito navegando, con Optimist, Vaurien, 4.70, 4.90 y yates de más de 7 metros. Además, estaba en muy buena forma.

Tras un par de días de tormenta, nos habíamos desviado bastante del rumbo original, pero dada la distancia a recorrer, no era un tema que le preocupara a papá. Lo malo fue que, aquella noche y sin saber cómo, apareció, con los últimos coletazos de la tormenta, una embarcación a estribor, salida de la nada. Estábamos en mitad del océano, de noche y, por los instrumentos de navegación, no había tierra en muchas millas a la redonda.

Aquella embarcación nos abordó y una pandilla de gente, serían cinco o seis, que parecían de muy mala catadura, nos atacó con armas y de todo. Aquellos fueron los momentos más terribles de mi vida. Nos iban a robar el barco y, probablemente, a matarnos a nosotros. Se había estropeado el GPS con la tormenta y no teníamos ni idea de donde estábamos. Mamá empezó a pedir socorro por la radio, empezaron las amenazas de rendición, los tiros

A pesar de no tener armas y ser menos, se montó una auténtica batalla, Luis se abalanzó a por ellos lanzándoles una bengala que impactó en su cubierta y generó algo de confusión,  papá se puso en medio intentando sacar a mi hermano de la línea de fuego, se defendió como pudo, le dispararon e hirieron… Grité aterrorizada, Luis intentaba arrastrar a papá hacia la cabina, con mamá, mientras volvía a disparar otra bengala

Entonces papá, con un último esfuerzo y a pesar de nuestras negativas, nos lanzó al mar a Luis y a mí, con una bolsa grande donde había balsa salvavidas.

-¡No la abráis hasta que estéis lejos! – Nos dijo mientras mamá se quedaba con él. No queríamos dejarles solos, nos resistimos lo que pudimos pero se mostraron inflexibles mientras los piratas subían a nuestra cubierta.

Antes de que pudieran acercarse, nos habíamos puesto los chalecos y ya estábamos en el agua con la balsa, dejando a papá moribundo con mamá en nuestro barco. Nadamos como pudimos mientras nos buscaban con un foco por la superficie del mar, todavía había bastante marejada con olas de unos cinco metros y no era fácil encontrarnos y así, llevados por las olas y las corrientes, nos fuimos alejando de ellos. Fue la última vez que les vimos.

Yo no paraba de llorar, había visto a papá allí tirado y sangrando y estaba sola con mi hermano, en mitad del Pacífico. Le echaba la culpa de todo, de la probable muerte de nuestro padre, si no se hubiera hecho el gallito, quizás seguiría vivo y nosotros no estaríamos en esta situación. De Luis he dicho que era buen marino, yo también aunque me gustara menos, siempre había navegado mucho con él, sobre todo en 4.70 y 4.90. Pero él siempre era el patrón y yo el proel, realmente hacíamos un buen tándem.

Habíamos cumplido 21 años hacía un par de meses, nos llevábamos bien, sobre todo cuando navegábamos de pequeños, luego, al crecer, a pesar de ser de la misma edad, teníamos vidas muy distintas y ni siquiera nos hablábamos demasiado. Tampoco nos llevábamos mal, simplemente éramos dos personas con aficiones y metas muy diferentes que vivían en la misma casa. Además, Luis era extremadamente tímido y callado, a no ser que hablara de barcos, creo que nunca le había escuchado una frase completa.

Estuvimos toda la noche en el agua, ya ni veíamos las luces de posición ni el foco que nos buscaba y le pedí a Luis inflar la bolsa, no sentía ni los pies ni las manos del frío que tenía, ya no podía ni llorar y sólo temblaba como un flan. Mi hermano no decía nada, estaba en shock y no reaccionaba… tiritaba lo mismo que yo. Un momento después pareció volver de donde estuviera y tiró del cordón de inflado. En un segundo, teníamos una balsa mejor de lo que hubiera creído, con cubierta, había una bolsa de líquido que se extendía en el mar alrededor de la balsa indicando claramente la posición, una radiobaliza y bengalas, además de mantas, agua, comida de emergencia y un botiquín.

Bueno, sólo era cuestión de tiempo que nos encontraran, pero Luis, lo primero que hizo fue tirar el líquido de posición y la radiobaliza sin encender.

-¿Qué coño haces? ¿Cómo nos van a encontrar? ¡Estábamos totalmente fuera de rumbo! ¡Eres gilipollas! ¡Podías guardarlo para más adelante! – Le grité histérica.

-Los primeros que nos encontrarían serían los piratas. – No dijo nada más. Pero era idiota del culo. Suponía que los piratas no nos buscarían toda la vida y, cuando dejaran de hacerlo, a ver quién nos encontraba. Se quedó más serio todavía viendo la realidad de mis argumentos.

Luis se desnudó sin importarle que le viera y se arrebujó en una de las mantas. La verdad es que apenas se veía nada, lo había hecho a oscuras, sin usar el farol que también había. También me desnudé, quitándome hasta el bikini, antes de envolverme en otra manta.

Casi sin darnos cuenta, se hizo de día, en un momento. Eso significaba que estábamos cerca del ecuador, no sé a qué distancia, pero no podía ser mucha. Un par de grados de latitud sur. La longitud ya era otro tema.

-Luis ¿Tienes idea de dónde estamos? Yo creo que cerca del ecuador ¿No?

Mi hermano me miró muy serio

-No sé, creo que no tan cerca, ni idea

Y se quedó sumido en sus pensamientos. Suponía que estaría afectado por la herida de papá, por la pérdida del barco, por todo, igual que yo. Pero no por eso tenía que estar tan borde.

Estuvimos mucho tiempo en la balsa aquella, hubo muchos momentos en los que perdimos la noción de todo, de la situación, del tiempo… Si además estás casi siempre en silencio, es para volverte loca. Racionamos el agua que teníamos, la poca comida que había… Cuando llovía conseguíamos más agua, pero siempre tenía sed, los labios agrietados. Cada vez más débiles, yo estaba al borde del ataque de nervios, Luis ni se movía, semiinconsciente la mayoría del tiempo...

Dada la zona en la que debíamos encontrarnos y la época del año, tuvimos tormentas una detrás de otra, cerrando la cubierta de la balsa, era casi hermética, pero cada vez teníamos menos idea de donde podíamos estar, totalmente perdidos a merced de los elementos, esperando que alguien nos encontrara.

Un día oímos un graznido de gaviota, lo primero que escuchábamos que no fuera el sonido del viento o del mar. Como pudimos, tremendamente excitados y sin poder movernos apenas, abrimos la lona de cubierta y miramos alrededor. La decepción fue terrible ¡No había nada! Tras mucho mirar en todas direcciones, encontramos una isla apenas visible en el horizonte. Con un único remo, quisimos ir en aquella dirección, las corrientes nos ayudaron, pero apenas teníamos fuerzas. Un par de días después, totalmente exhaustos, desembarcábamos en una mierda de islote perdido en mitad de la nada. Lo dicho, el Lago Azul.

Todo fue un mierda desde el principio, la balsa re rajó con unos corales al estamparnos una ola contra ellos, salimos rebotados por otra ola más grande y Luis no pudo enderezar con el remito,  con el agua entrando y desinflándose, la siguiente ola lanzó a mi hermano contra unas rocas, a mi me hizo caer y tragar un montón de agua… Milagrosamente acabé en la arena sana y salva excepto algunas magulladuras.

Luis estaba en el agua, boca abajo y no se movía, rápidamente fui a por él y, con mis últimas fuerzas, conseguí llevarle a la playa.. Estaba inconsciente, tenía un golpe en la frente que sangraba bastante… No sabía si hacerle una RCP o no… De repente tosió, escupió agua y abrió los ojos

-Lidia, me duele mucho la pierna… - Fue lo primero que dijo.

Le miré esa pierna, tenía un golpe muy fuerte con un corte profundo que sangraba bastante, a la altura de la tibia, pero no parecía estar rota, no se le salía el hueso ni nada, tampoco estaba torcida… En fin, que no soy médica y no lo podía saber.

Fui a lo que quedaba de la balsa a buscar el botiquín, gracias a Dios estaba en uno de los bolsillos internos. Había desinfectante, vendas, esparadrapo, analgésicos, aguja e hilo de suturas…Le limpié la herida de la cabeza, tendría un chichón una temporada, y me dediqué a la pierna que parecía tener peor aspecto.

Luis dijo que le cosiera la herida, que así no se podía quedar por el riesgo de infección, etc. Le miré con espanto, en la vida había cosido a nadie, lo máximo un par de botones… Me dijo lo que tenía que hacer, así que después de desinfectarle otra vez, me dediqué a darle puntos. Al pobre se le saltaban las lágrimas pero no decía ni pío, y así, con cuidado, le di unos doce puntos. Vista mi obra, le iba a quedar un costurón de cuidado para toda la vida.

Haciendo recuento, aparte del botiquín no teníamos prácticamente nada. La radiobaliza que ahora nos vendría estupendamente, se había perdido a saber donde, no teníamos agua, ni comida, ni útiles para hacer fuego, sólo unas mantas, una navaja suiza y la ropa que llevábamos puesta: unos pantalones, camiseta, un jersey marino y náuticos. Un bikini por ropa interior y mi hermano unos bóxer.

Un bagaje exiguo.

La isla era pequeña, algo más que un atolón y, dado su tamaño, estaría fuera de todas las rutas porque podía suponer un peligro para la navegación. Un pequeño cerro coronaba la parte central, había un manantial de agua ferruginosa, algunos tipos de árboles y muchas palmeras. De fauna… Vi algún lagarto, varios tipos de aves y quizás, no lo tenía claro, algunos ratones o algo parecido.

La pierna de Luis iba curando, por suerte no se infectó, pero le hizo estar sin moverla más de una semana, hasta que le quité los puntos. Aún así, pasó otra temporada hasta que consiguió utilizarla sin problemas. Ya desde el segundo día, lo primero que hicimos fue una especie de toldo-refugio con la balsa, unas cañas y hojas de palmera. Así empezamos nuestra temporada en aquella isla, comiendo cocos, una especie de frutas que no conocía pero que sabían bien y agua. Cuando Luis se recuperó un poco, empezó a colaborar en organizarnos para pasar más tiempo allí, aunque teníamos la esperanza de que nos encontraran enseguida.

Lo primero que intentó fue hacer fuego, pero no teníamos mecheros ni cerillas ni nada, así, el único sistema sería el de yesca y pedernal o frotar un palito sobre una tabla. Estuvimos buscando toda clase de piedras que pudieran servir, no encontramos ninguna, no sabíamos cómo era el pedernal. No nos quedó más remedio que decantarnos por la segunda opción.

Para los hombres primitivos sería una cuestión relativamente fácil esto de hacer fuego, nosotros, después de dos días no habíamos conseguido absolutamente nada y ya desesperábamos de conseguirlo alguna vez. Eso podía ser un problema tremendo. Sin embargo, mi hermano no se dio por vencido, decía que había visto películas, como esa de Tom Hanks, y que se podía conseguir… A no ser que sólo fueran eso, películas.

Nada, debía de tener algún truco la cosa porque ni de broma. Cansados de frotar el palito sin parar durante todo ese tiempo sin que siquiera oliera a quemado, yo lo dejé por imposible y me tumbé bajo la lona a descansar. Luis seguía y seguía y no conseguía nada, me daba rabia su tesón porque me hacía sentir culpable al no ayudarle, pero en vista del éxito… Él me miraba, de vez en cuando, con evidente mal humor, yo le devolvía la mirada con indiferencia, que no creyera que iba a tener que hacer lo que él dijera.

Me fui a dar un paseo por el borde de las palmeras para recoger cocos, había un montón pero eran dificilísimos de abrir sin herramientas. Por si acaso, los fui acercando hacia nuestro refugio.

Ya llevábamos un par de semanas y media en ese sitio maldito, Luis tenía mucho mejor la pierna pero seguíamos sin fuego a pesar de sus intentos, además, me sentía asquerosa sin jabón, con la misma ropa continuamente, sin pasta de dientes ¡Sin papel higiénico! Todo era asqueroso. Me fui al manantial, a unas pequeñas pozas que se formaban después de brotar de la pared. Me desnudé y me puse a enjuagar mi bikini y a asearme yo un poco. Con unas hierbas me cepillaba los dientes y me restregaba el cuerpo.

Apareció Luis por allí, se puso a un par de metros de mí, también se desnudó y se puso a lavarse él y sus bóxer. Me miró de soslayo sin hacer el más mínimo comentario, como si no estuviera viendo a una  chica desnuda. Yo le miré también, mi hermano estaba muy bien, tenía buen físico y unos ojos azules preciosos, También unas manos grandes y largas, me encantaban sus manos.

Me sentía un poco violenta estando desnuda a un par de metros de él, a pesar de haber terminado con lo mío, no me atrevía a ponerme de pie, así que esperé hasta que él terminó y se fue. Tenía un sofoco considerable, siempre había sido bastante pudorosa. Al acercarme a la playa, Luis estaba otra vez intentando hacer fuego, con los mismos resultados que hasta ahora. Me dio un poco de pena así que le relevé en la tarea, tediosa tarea debería decir. Escupiéndome en las palmas de las manos, hacía girar una varilla sobre una tabla en la que habíamos hecho un agujero pequeño y con yesca de coco debajo.

Una hora después, tenía ampollas en las manos y seguíamos sin conseguir nada, esto era jodidísimo. Entonces Luis, viéndome como hacía girar la varilla, tuvo una idea. Se construyó, con un palo y una cuerda de la balsa, un pequeño arco. Metió la varilla en la cuerda del arco, apoyó bien los pies en la tabla con la yesca, sujetó la varilla por encima con una piedra y se dedicó a hacer correr el arco como si tocara un violín pero con la varilla en medio.

Le dio con brío durante un rato y cuando parecía que los intentos iban a ser igual de nulos que hasta ahora, un delgadísimo hilo de humo salió de la tabla. Luis se empleó más a fondo, yo miraba como hipnotizada… Un par de minutos después, Luis soplaba sobre la yesca en la que había caído una brasita del agujero de la tabla.

Creo que no dormí en toda la noche mirando las llamas, alimentando el fuego con ramas de palmera, era impresionante. Luis estaba exultante aunque apenas decía nada, no sé si era por la pérdida de papá o por otra cosa pero estaba siempre callado. Nunca había sido muy hablador, pero ahora

Según fue pasando el tiempo, nos fuimos habituando a la soledad, todo el día dando vueltas a la cabeza, yo había revivido el asalto de los piratas y la muerte de papá hasta la saciedad: si hubiera sido más valiente, si Luis no se hubiera lanzado a por ellos… Papá estaría vivo y seguro que ya nos habría sacado de aquí. Sí, Luis tenía buena parte de culpa de nuestra situación.

Me pasaba la mayor parte del día tirada en la playa mirando al horizonte, Luis pelaba cocos, intentaba fabricar anzuelos con madera endurecida al fuego, fabricar puntas de lanza con piedras o palos, la cuestión es que no paraba quieto. Quizás, para él todo esto era una aventura. Me daba más rabia aún que se lo tomara así, no sé si era consciente de lo mal que estábamos, ni siquiera la isla daba más de sí.

Pero fue pasando el tiempo, llevábamos allí más de un mes y yo creía que me iba a volver loca, no tenía otra cosa que hacer que darle vueltas a la cabeza y, para joder más si cabe, Luis apenas me dirigía la palabra, no por nada especial sino porque era su forma de ser, y apenas estaba conmigo. Se estaba convirtiendo en todo un Robinson, conseguía pescar cada vez más, conseguía frutas, mucho marisco… Y estaba harta de comer siempre lo mismo.

Lo pasé fatal en la primera regla que tuve, eso no sale en las pelis. Sólo tenía unas bragas de bikini y nada con qué taparme, no podía ir desnuda en esas condiciones, era asqueroso y lo de ponerme unas hierbas también. ¡Cómo no! Luis me sacó del apuro consiguiendo musgo y dejándolo secar. No era la mejor compresa del mundo pero me hacía bastante apaño. Luego, y eso me dejó más impresionada, me dio una piel de esa especie de ratones que había en la isla. Me dijo que había muchos y podría conseguir más.

Dos meses después solo quería salir de allí como fuera, estaba continuamente agobiadísima, casi todo el día sola sin hacer nada, echaba muchísimo de menos a mis padres, me parecía vivir en una jaula, ni siquiera de oro. Lo peor es que, a falta de nada mejor que hacer, empecé a fijarme en mi hermano. Ya he dicho que tuvo su época cuando éramos pequeños, pero ahora éramos muy distintos.

No creo que fuera de la noche a la mañana sino que, paulatinamente y a falta de otra cosa, me fijaba cada vez más en él, cada vez quería estar más a su lado, estar sola era horrible y Luis también agradecía, a su modo, la compañía. También me hacía con más frecuencia la típica pregunta ¿Si estuvieras sola en una isla y fuera el único hombre…? Pues ya estaba sola en la dichosa isla ¿Y quién era el único hombre? Mi hermano. Pues llega el momento en que hasta tu hermano te parece el mejor hombre del mundo.

A pesar de ser el tío más callado que nunca había conocido, estaba bastante bueno, iba siempre en pantalón corto, el único que tenía, o desnudo, no se cortaba un pelo. Estaba muy delgado, cada vez más, pero también se le notaba fuerte. Y era un manitas, algo impagable por estos lares, pescaba, cazaba, hacía herramientas… Y me cuidaba. A su manera, siempre me tenía preparado lo que necesitaba de comida o lo que fuera. Hasta compresas de musgo o piel de ratón para mis reglas. Le había crecido una buena barba, parecía más mayor y más interesante. Sin embargo, empecé a desarrollar por él una especie de “instinto maternal”. Lo llamo así porque no sé definirlo de otra manera, era estar pendiente de él, de su seguridad… La necesidad de compañía también.

Después de una tormenta especialmente fuerte, él se quedó a la intemperie toda una noche para sujetar nuestro chamizo y que no saliera volando. Cuando amainó, tenía el jersey totalmente empapado, tiritaba muchísimo y me di cuenta de que estaba ardiendo. Estuvo varios días con fiebre, gasté los analgésicos que teníamos en el botiquín a pesar de sus negativas y lo pasé fatal pensando en que me podía quedar sola. A partir de entonces, nunca me separaba y estaba siempre pendiente de él.

En todo esto, llevando más de tres meses, hubo un antes y un después. Luis había salido a pesca y me pidió que le esperara pelando cocos. No me hacía ninguna gracia que se fuera solo, le vi rodear la punta de la playa y desaparecer. En cuanto le perdía de vista me entraba muchísimo desasosiego así que decidí ir a buscarle y, si quería, echarle una mano, los cocos podían esperar. Anduve por la arena hacia donde creía que iba a estar, subí unas rocas del final de una playa y, estando en lo alto para bajar hacia el otro lado, le vi medio escondido, se estaba haciendo una paja de espaldas a mí.

Me quedé de piedra, helada y sin reaccionar. Por primera vez tuve conciencia real de que éramos un chico y una chica, no sólo hermanos. Si quería desahogarse… ¿Por qué no me lo había pedido? Yo era mejor que hacerse una paja y tuve también conciencia de mi propia necesidad.

Muy despacio me acerqué hasta que pude verle su cosa en oblicuo desde atrás ¡Joder! No sé si era el tiempo que hacía o lo desesperada que estaba pero me pareció que tenía un rodillo entre las piernas ¡Madre mía, que polla! Me quedé hipnotizada viendo cómo la meneaba a toda velocidad, la tenía durísima… Se corrió como un bestia soltando chorros de leche súper lejos, así varias veces hasta que se quedó exhausto apoyado contra las rocas.

Sigilosamente fui reculando hasta que me pude ir corriendo por la arena hacia nuestro refugio ¡Madre del Amor Hermoso! ¡Qué pedazo de cosa! ¡Cómo se corrió! Y si ya estaba medio histérica por el aislamiento y la soledad, ahora tenía otro componente para joderme más.

A partir de entonces tuve muy presente que éramos de sexos distintos, que necesitaba tener a un chico a mi lado, necesitaba tener sexo … Me pasaba el tiempo pensando en la paja que se había hecho Luis, el cacharro que tenía, cómo se corrió… Y por qué no me lo pedía.

También empecé la tarea de espionaje. Cada vez que desaparecía mi hermano para hacer lo que fuera, yo le seguía a distancia, primero por no perderle de vista y segundo para ver si me lo encontraba haciendo lo mismo otra vez. Sólo le vi un par de veces en otro mes, pero me valió para seguir aumentando mis fantasías.

Porque solo eran fantasías, me comía mucho la cabeza pensando que, el día menos pensado, Luis me pediría que me acostara con él. Empezaba a ser agobiante incluso. En otro ambiente hubiera sido muy distinto, pero aquí, en la isla, sin nadie más

A pesar de no ser virgen, jamás me había hecho una paja. Puede parecer raro, siempre me había dado mucho reparo y no conocía a ninguna de mis amigas que reconociera que lo hubiera hecho, quizás eran todas unas mentirosas, pero la realidad era esa, no se me había ocurrido hacerlo jamás y eso también cambió. Por primera vez en mi vida, me toqué yo sola, me acaricié mi botoncito que se me irritó con muchísima facilidad. Me di cuenta de que si usaba saliva era mucho mejor, me introducía un dedo dentro acariciando las paredes de mi vagina, todo lo profundo que podía, seguí acariciando suavemente mi clítoris… Tardé bastante poco en tener un orgasmo, hacía muchísimo que no disfrutaba de uno y soñaba en que era Luis que me hacía el amor.

Se convirtió en mi única fuente de diversión, no tenía otra cosa que hacer más que espiar a Luis, disfrutar cuando le descubría haciéndose una paja y luego hacer yo lo mismo. Y morirme de celos porque prefiriera hacer eso que pedírmelo a mí. Aunque quizás él no pudiera superar que éramos hermanos.

Otro día nos pilló una fuerte tormenta, casi un huracán, que se llevó por delante nuestro chamizo construido con cañas y hojas de palmera. Luis estuvo horas luchando contra el viento para que no desapareciera también la lona de la balsa, sujetándola como pudo, planchándola con su propio cuerpo… Yo le ayudé a pesar de estar muerta de miedo por la fuerza del viento.

Al amanecer del día siguiente, el viento amainó y pudimos descansar, o eso creía porque Luis se puso en marcha enseguida para preparar otro chamizo, más fuerte que el anterior, para estar protegidos de la lluvia. Estuvo trabajando todo el día, de vez en cuando me decía si le podía sujetar una cosa u otra pero, en general, trabajaba solo mientras yo le miraba. Llegó la noche y seguía, sólo paró un rato para encender un fuego del que me dejó encargada y continuó sujetando cañas, travesaños, hojas de palmera entrelazadas, tejiendo paredes… Parecía incansable pero yo estaba segura de que no podía más.

Amanecía cuando se dio por satisfecho, fue a bañarse, se entretuvo en pescar y volvió para cocinar un único pez a modo de desayuno. Mientras lo hacía encima de unas piedras calentadas al fuego le vi la cara de cansancio que tenía, estaba agotado y no se había quejado para nada.

Me ofrecí a terminar de cocinar, simplemente me miró y negó con la cabeza. Cuando terminó, me ofreció la mitad en una hoja y se sentó a comerse su parte con los dedos.

-Luis… ¿Tú crees que saldremos de aquí? – Le pregunté con un nudo en la garganta. Estaba desesperada y no sabía cuánto íbamos a poder sobrevivir en estas condiciones. Yo ya no podía más

-No te preocupes, seguro que sí.

¡Joder! Qué difícil era sacarle dos palabras seguidas a este tío. Me miró con los ojos idos, se metió bajo el chamizo recién construído y se quedó dormido en un segundo. Terminé yo mi pescado y también me fui al chamizo, acostándome a su lado.

Mis sueños, sobre todo si dormía a su lado, ya eran enfermizos. Estando en duermevela, cuando todavía te acuerdas de lo que sueñas, sólo era capaz de pensar en él, en su cuerpo, en sus manos, en su cosa… Tenía que levantarme a solas para tocarme o darme un baño que me hiciera bajar la calentura. Cada vez era peor y esto se estaba convirtiendo en un infierno.

Seguía pasando el tiempo sin ninguna variación en ningún sentido, cada vez más delgados y más desesperados. Para fastidiar más, vino una época de lluvias que duró más de un mes, intentábamos tener el fuego siempre encendido dentro de nuestro refugio y yo vivía congelada. Todos los días, Luis salía a hacer arreglos en el chamizo, sustituir hojas que hacían goteras, apuntalar bien las paredes… Se había convertido en un experto en tejer hojas de palmera y caña para hacer paredes, a base de prueba y error, que eran ideales y aguantaban el viento y la lluvia. Habíamos aprovechado una pequeña cueva que habíamos encontrado y era poco profunda, casi un hueco en la pared de roca.

Todos estos paneles de caña y palmera rodeaban esa pequeña oquedad como el avance de una caravana de camping, la verdad es que era un chamizo muy apañado.

Había pasado cerca de un año, el año más largo de mi vida. Luis era un chico delgado, muy delgado, de barba y pelo enmarañados pero estaba fuerte y ágil dentro de lo que cabe, hacía de todo, no parecía que hubiera tarea no pudiera realizar, y siempre me cuidaba. Lo malo era que cada vez hablaba menos. Si antes era callado, ahora era una tumba. También me mosqueaba, cada vez más, que no hubiera intentado nada conmigo, sabía que muchas veces se tenía que hacer una paja, cada vez con más frecuencia se me quedaba mirando fijamente y no hacía falta ser muy lista para imaginar qué estaría pensando, pero seguía tal cual o a lo mejor yo me equivocaba.

Yo estaba igual o peor que él. Ahora me movía mucho más, ayudaba en la pesca, sobre todo de mariscos como caracolillos, cangrejos, lapas, ostras... También cogía cocos y frutas, procuraba  no ser una carga para él. Me hubiera muerto si no. También me quedaba mirando a Luis fijamente, imaginando que nos amábamos, que me acariciaba y besaba entera y no siendo capaz de decirle nada por el mero hecho de que él no lo hacía y tampoco me daba pie. Estaba que me subía por las paredes, no sabía si era puro deseo o estaba enamorada de Luis como una tonta.

Ya le había cogido el truco a esto de hacerme un dedo de vez en cuando, últimamente con más frecuencia. Tenía cada vez más asumido que no íbamos a salir de allí, por lo menos en breve y yo necesitaba a un hombre cada vez con más fuerza, le necesitaba a él y no porque fuera el único disponible, definitivamente, me había enamorado hasta las cejas.

Llegó el momento en que me harté de esperar a que Luis me dijera algo, no entendía cómo, estando solos, no se decidía. Le necesitaba tanto como el comer y no se lanzaba para nada, así que tuve claro que tenía que ser yo la que diera el primer paso para acercarnos. Estaba claro, aunque no sabía por qué,  que Luis no lo iba a hacer nunca. ¿Sería por respeto a nuestro parentesco? ¿Sería que yo no le gustaba? ¿Tendría miedo a que le rechazara? Pero veía cómo me miraba

Yo no podría describirme a mí misma como antes. Había tenido fama de chica mona en la facultad, con el pelo rubio y largo con mechas, ojos azules como los de él, y pienso que bastante buen tipo. Ahora estaba literalmente en los huesos, había perdido un montón de kilos, no tenía prácticamente tetas, tampoco culo y mi pelo, del que estaba tan orgullosa, era una mata pajiza y enmarañada.

Para ver si conseguía algo, empecé por ir sin camiseta, realmente la tenía ya bastante destrozada y el jersey marino era para emergencias. También deseché el sujetador del bikini, estaba hecho un asco y tampoco había materia prima para rellenarlo, así que iba desnuda de torso todo el tiempo, con las tetas, o lo que tenía ahora, al aire. Luis me miraba más a menudo, sobre todo cuando se me ponían tiesos los pezones por el frío o por el agua… Pero hasta eso dejó de ser una novedad. Este tío me iba a desesperar totalmente, si no lo estaba ya.

Un día de esos que hacía un poco de fresco al atardecer, estaba muy cansada, demasiado, cansada de todo, con un bajonazo de impresión. Apenas me quedé un par de minutos delante del fuego para entrar un poco en calor, comí con desgana un poco de coco y me fui a dormir. Luis se preparó también para pasar la noche, metiéndose en nuestro refugio un minuto después. Tampoco parecía estar en su mejor momento.

Antes de quedarme dormida, hice algo que no había hecho hasta entonces, con más miedo que vergüenza me puse detrás de él y, pegando bien el pecho contra su espalda, abrazándole por la cintura, me dejé llevar por los brazos de Morfeo. Desperté un rato después sin ningún motivo, seguíamos en la misma postura, seguía con el mismo estado de ánimo… Estuve un rato desvelada pensando en él, en lo que le quería, lo que le necesitaba, físicamente también… Pensé que, si seguíamos así, moriría casta ¿Y por qué? ¿Porque él no se decidía? Para esto hacen falta dos ¿No? ¿Por qué no podía ser yo la que diera el primer paso? Si me rechazaba, peor no iba a estar

Decidí pasar la barrera que tácitamente habíamos levantado entre nosotros, ya no podía más y le necesitaba como el respirar. Ambos dormíamos desnudos por la falta de ropas, teniéndole agarrado por la cintura, deslicé la mano por su vientre hasta alcanzar su cosa, tiré de ella hacia arriba y empecé a masturbarle suavemente, le besaba la espalda, le mordía un poco el cuello… Por el cambio de respiración sé que despertó en ese momento, paré de sobarle su cosa pero él no dijo nada, volví a moverla y se dejó hacer durante un ratito.

Se restregó un poco los ojos, se desperezó y se giró hacia mí. Yo, mientras, seguía con su herramienta en la mano, moviéndola suavemente de arriba abajo, entonces él me acarició los pechos con ternura, luego mi intimidad al igual que yo a él, metiéndome un dedo y frotándome el clítoris con suavidad. No tardamos nada en venirnos en un orgasmo compartido que me supo a gloria. Por primera vez se inclinó sobre mí besándome los labios, recorriendo mi boca con su lengua… En ese momento lloré de felicidad.

Siguió besándome el cuello, las orejas, mis pechos… Me encantó que mordiera un poco los pezones, que los succionara como un bebé… Siguió hacia mi bajo vientre, se entretuvo en el ombligo y, finalmente se dedicó a mi intimidad. Lamía muy despacio toda la vulva, pero al llegar a la entrada de la vagina, movía la lengua muy rápido, excitándome sitios que no sabía ni que tuviera, que me mataban de gusto. Siguió un rato, me chupó mi botón sin usar los dientes, notaba que me iba a correr… entonces, me metió dos dedos superpuestos dentro de la vagina y se dedicó a frotarlos por arriba. El pedazo de orgasmo que me produjo me hizo chillar a lo bestia, era impresionante, no acababa… Sabía que me estaba excitando el punto G, lo había visto hasta en la tele, aunque nunca lo hubiera probado.

Era un orgasmo que venía de dentro, jamás había sentido nada igual… Y mientras me corría, mi clítoris estalló a la vez, produciéndome un orgasmo mucho más largo que casi me deja destrozada. Fue increíble, también el morbo que me dio, la liberación que me produjo… El cariño tan inmenso que sentía por él.

Atraje a mi hermano hacia mí, quería disfrutar también de su virilidad, tenía una cosa considerable y necesitaba sentirla, disfrutarla. Se puso encima de mí haciendo un 69 y, mientras me dedicaba a saborear aquella barra divina e iba consiguiendo que se pusiera dura del todo, Luis repitió lo que acababa de hacer, haciéndome llegar, en cuestión de minutos, a otro súper orgasmo que casi me quita el aliento.

Se giró poniéndose a mi lado y me besó de forma muy dulce, compartiendo nuestros sabores. Estaba entre mis piernas dándome mordisquitos en el cuello y las orejas, yo levantaba las rodillas ofreciéndome  cuando empecé a sentir que me abría por la mitad ¡Virgen Santísima! ¡Qué alucine! ¡Qué cosa más impresionante! No sé como aguanté que me metiera aquello, le tuve que parar cuando iba por la mitad, si seguía seguro que me destrozaba.

Así empezó su rítmico vaivén dentro de mí, metiendo un poquito más cada vez, dilatándome a lo bestia, sintiendo los músculos vaginales más estirados que en toda mi vida. Hubo momentos en los que pensaba más en cómo me podía caber toda su herramienta que en el amor que sentía ¡Tenía un cacharro…! Estuvo un buen rato bombeando, estampó su pubis contra el mío, entonces giramos y me quedé encima de él, botaba sin parar, a la luz de las brasas que quedaban me parecía el hombre más guapo del mundo, sentía tanto amor que me desbordaba, tanto morbo que me atenazaba la garganta.

Me corrí clavándole las uñas en la espalda, mordiéndole el cuello, en un orgasmo de fábula, cargado de todos esos sentimientos que habían evolucionado aquí, en la isla. Se salió de mí dejándome vacía… Por poco tiempo. Me acarició un buen rato y me volvió a comer mi intimidad como antes, haciéndome llegar a otro de esos súper orgasmos del punto G y el clítoris a la vez.

Apenas me estaba relajando cuando me la volvió a meter sin compasión, me puso boca abajo con las piernas abiertas, machacándome como un martillo neumático, luego de lado con él a mi espalda, frotándome  mi botón con los dedos llenos de saliva… Volví a correrme y Luis seguía y me cambiaba de postura y me volvía a correr

Creo que hubo un momento en que estaba encadenando orgasmos o algo así porque no me acuerdo de casi nada, solo que estaba agotada y Luis seguía dale que te pego. Debí desmayarme con la apoteosis final ¡Qué polvo más increíble! Jamás hubiera pensado que podía ser así, si lo hubiera supuesto, habría violado a mi hermano hacía mucho tiempo ¡Qué bestia! ¡La mejor noche de mi vida!

Acababa de amanecer cuando hicimos otra vez el amor con una pasión que me desbordaba, conseguí que se corriera en mi boca, en ese momento me dio una sensación de triunfo increíble, pero volví a sucumbir por la cantidad de veces que me hizo llegar. Le besé con muchísima pasión, con muchísimo amor cuando me volví a quedar dormida

Avanzada la mañana nos despertamos y fuimos a bañarnos, sólo le pregunté a Luis por qué nos habíamos acostado ahora, por qué no se había lanzado antes

-Porque eras tú y a lo mejor no te parecía bien. –

-¿Qué no me parecería bien? ¡Si llevamos casi un año aquí! ¿A qué coño esperabas? – Le contesté más que asombrada.

-A que tú me lo dijeras – Y el cabronazo de él no dijo nada más. Lo que pensé, si no doy el primer paso, me hago monja en esta isla.

Aparte de eso, al meternos en el mar di un bote tremendo cuando el agua salada me mojó mis partes, las tenía súper irritadas y la sal no ayudó precisamente. Mi grito se debió de oír en todo el Pacífico ¡Podíamos haber ido al manantial!

Algo más de un mes después, empecé a encontrarme mal, vomitaba a menudo y no era capaz de aguantar los desayunos en el estómago. Hasta entonces, habíamos tenido buena salud, pero esto podía ser peligroso, ya no teníamos ni una medicina. La verdad se nos reveló un tiempo después cuando me di cuenta de que iba por mi segunda falta. El calendario no era algo que tuviéramos muy al día.

Me quedé anonadada y acojonada ¡Embarazada en la isla! Esto sí que se me escapaba del todo, no es que tuviera miedo, tenía pavor. Luis me preguntaba continuamente si estaba segura, si estaba bien, si me hacía ilusión tener un niño y yo le sonreía forzada. Él, creo, estaba tanto o más acojonado que yo, estuvo una semana sin hacerme el amor, con eso digo todo. Pero sólo una semana.

El tiempo iba pasando inexorable, Luis pescaba mucho más que normalmente y me hacía comer todo lo que podía, me buscaba frutas nuevas que siempre probaba él primero y no sé ni de dónde las sacaba, llegó a cazar algún ratón que también me hacía comer a pesar del repelús que me daba, y algún lagarto que también comimos. Y no, no sabe a pollo. También veía que mi hermano se iba consumiendo poco a poco, ya no estaba muy delgado, era un saco de huesos, con un pelo y barba enmarañados y sucios. La verdad es que tenía una pinta horrible.

Poco a poco iba engordando, me costaba más moverme con agilidad y estaba agobiadísima porque, a pesar de no tener síntomas de nada, no tenía ni idea de cómo avanzaba el embarazo.

Estaba un día en la playa vigilando cómo pescaba Luis. Yo quería que fuésemos siempre juntos, tenía pánico a que le pasara algo sin estar yo delante y que me dejara sola o que me pasara a mí y no estuviera Luis conmigo. Entonces sí que me moriría.

Empezaba a atardecer, aquí se hace de noche enseguida, así que le grité a mi hermano que saliera ya del agua, por ese día era suficiente. Al ponerme de pie, me dio un vuelco el corazón, una silueta muy lejana se distinguía cerca del horizonte, tenía que ser algún tipo de embarcación, por ahí no había nada más… A todo correr, gritándole a mi hermano, fui a nuestro chamizo, avivé las brasas e hice una antorcha con un palo y restos de mi camiseta. Con ella encendida corrí a la playa y me puse a agitarla de forma desesperada. No sé si con esa luz me podrían ver pero no cejé en el empeño. Cuando Luis estuvo fuera, corrió a por otra antorcha y hacía señas igual que yo, separado unos metros de mí. También trajo unas brasas y leña, enseguida hizo una hoguera.

En un momento era noche cerrada, ahora se distinguían, de vez en cuando, luces de navegación y seguimos con las antorchas hasta que caímos rendidos. A la mañana siguiente no había ni rastro de ningún barco, no me lo podía creer, cualquier vigía tenía que haber visto algo

Lloré de desesperación, nos íbamos a quedar allí para siempre, no lo podría aguantar… Luis me abrazaba y me miraba serio, sin decirme nada, pero en su cara notaba el mismo estado de ánimo. Me abracé a él hecha polvo, moralmente rota, ya llevábamos en ese sitio más de un año, casi dos y ya no podía más. Prácticamente no hicimos nada en todo el día, yo me quedé sentada en la arena de la playa y Luis tuvo que ir a pescar algo, aunque no tuviera ni ganas de comer.

Esa noche nos acostamos en el chamizo y, a pesar del calor, nos arrebujamos juntos bajo nuestras mantas dándonos consuelo ¡Qué desesperación!

Me apreté más a Luis, necesitaba como nunca ese consuelo y lo hizo con un abrazo protector. No me dijo nada, hubiera sido absurdo, me dio un beso cargado de amor que devolví con ansia. Ese beso me decía que no estaría sola, que siempre me cuidaría, yo le agradecía su dedicación, le decía todo lo que le quería y, también, lo asustada que estaba.

Su boca bajó a mis pechos, mucho más grandes y sensibles, con las areolas más abultadas y más oscuras. Estuvo besando y mamando mis pezones, de los que aún no salía nada, pero me mataba de gusto. Mientras, yo le había cogido su herramienta y le pajeaba suavemente, él tenía una mano en mi intimidad y me metía un par de dedos

Le tumbé boca arriba y me subí sobre él, aunque su cosa me entraba mucho y, a veces, me daba un poco de reparo por el bebé, era de las posturas más cómodas. Ya no podía prácticamente tumbarme sin que me molestara la tripa, pero sí podía botar rítmicamente durante un rato. Luego me puso a cuatro patas, así aguantaba mejor. Metiéndomela muy rápido, casi con desesperación, la que ambos sentíamos, nos corrimos juntos sintiendo que éramos lo único que teníamos. Hicimos el amor otra vez durante la noche que se llenó de gritos de placer compartido.

A la mañana siguiente, estaba algo más animada, no mucho. Pensaba en el momento de dar a luz, en lo difícil que sería, no teníamos ni idea de cómo hacerlo y ya había pasado el séptimo mes, era algo que teníamos que ir preparando. La idea de Luis era que lo hiciera en cuclillas, decía que en las culturas antiguas lo hacían así, comentaba que las indias americanas parían solas de esta manera.

Nos levantamos hacia el manantial, nos lavamos y fuimos a la playa. Justo al llegar vimos una avioneta que nos sobrevolaba, nos quedamos parados, estupefactos, sin saber reaccionar… Solo unos segundos. Enseguida empezamos a saltar, a hacer señas para llamar su atención... Aleteó como diciendo que nos había visto, se adentró en el mar y dio media vuelta, dejando caer una bolsa con un pequeño paracaídas. Luis corrió y nadó a por ella, trayéndola a la playa.

Dentro había comida, agua, un botiquín, bengalas y una radio. Nos pusimos en contacto con la avioneta, nos enteramos de que nos habían dado por desaparecidos hacía mucho tiempo. Sabían de nosotros, nuestros padres había contado quiénes éramos y cómo habíamos desaparecido ¡No me lo podía creer! ¡Papá estaba vivo! Nos contaron algo más pero hablaban en ingles muy rápido y no pillaba todo.

Tres días después, un barco de la marina neozelandesa nos recogía en nuestra isla, nuestro hogar de los dos últimos años. Nos dieron algo de ropa para taparnos, recogimos las dos cositas que aún nos quedaban y nos fuimos de allí con una mezcla de alivio y liberación pero sabiendo que nuestro amor tenía que llegar a su fin. Y eso me estaba comiendo por dentro.

Cuando desembarcamos en Auckland nos estaban esperando papá y mamá, parecía que habían envejecido veinte años, pero su sonrisa de alegría era impagable. Luis y yo corrimos hacia donde estaban, en la reja de entrada al muelle, nos gritaban y saludaban y ambos se quedaron mudos cuando vieron mi estado ¿Qué pretendían? ¿Qué hubiéramos pasado allí la vida sin sexo? Esperaba que lo entendieran

-¡Luis! ¡Lidia! ¡Hijos, qué alegría! -Y nos fundimos todos en un abrazo enorme, todos llorando, miles de preguntas, papá vivo

Nos enteramos de que, por suerte, la marina de Nueva Zelanda estaba sobre aviso de los piratas que últimamente operaban por la zona. Al zarpar, nos siguieron a varias millas de distancia sin que nosotros lo supiéramos para ver si se producía algún abordaje y conseguían atrapar a los piratas, como en efecto pasó.

Consiguieron salvar a papá, gravemente herido, apresaron a esos piratas e incluso confiscaron su barco, pero a nosotros, a pesar de buscarnos durante días, no nos encontraron. Las corrientes, las tormentas o lo que sea hicieron imposible que dieran con nosotros. Pasadas varias semanas sin encontrar rastro, nos dieron por desaparecidos.

Luego vino nuestra historia, papá y mamá miraban mi embarazo, no sabía si con comprensión o reconvención. Luis habló poco, pero contó cómo saltamos del barco, cómo nadamos, cómo fuimos en la balsa, después de muchos días, a parar a nuestra isla, la supervivencia… Con respecto a nosotros, sólo dijo que era natural que pasara entre un hombre y una mujer, aunque fuéramos hermanos, que de hecho, durante un año, no nos habíamos tocado siquiera, luego, fue algo que surgió entre los dos.

Yo les dije que me había enamorado, que era lógico ¿Cómo no hacerlo si no tienes a nadie más? Y éramos jóvenes, con necesidades, nuestros cuerpos nos pedían sexo y bastante habíamos aguantado. Además, Luis era un chico maravilloso, me había cuidado en todo momento, siempre pendiente de mí, y de la misma forma, yo había intentado cuidar de él, era una parte de mi vida.

No sé hasta que punto se quedaron convencidos. La cuestión, es que nos íbamos a quedar en Nueva Zelanda hasta que naciera el niño, lo médicos no consideraban conveniente un viaje tan largo en el estado de gestación en el que estaba. Además, teníamos una desnutrición tremenda, carencia de vitaminas, sobre todo yo, que me inflaron de ácido fólico, calcio y todo tipo de minerales. Cuando salimos del hospital al cabo de unos días, nos quedamos en un hotel tranquilito, cada uno en una habitación, no querían ni oír hablar de nuestra relación, del amor que nos teníamos. ¡Por qué no eran capaces de entenderlo! ¡Amaba a Luis! ¿Tan difícil era?

No nos dejaban mucha libertad, habíamos pasado de una jaula de la naturaleza a otra de la sociedad. En lo poco que podíamos hablar solos Luis y yo, rememorábamos nuestra isla, nuestro amor… No podíamos ni darnos un beso, siempre teníamos a nuestros padres encima.

Quisimos hablar con ellos más veces, no podían hacernos esto, tenían que entender que casi dos años solos, aprendiendo a sobrevivir el uno por el otro, crean un vínculo muy especial, que no podían romperlo porque sí, que nosotros tampoco podíamos ¡Que nos queríamos! No hubo manera, siempre argumentaban que habían sido las circunstancias, que si no, no hubiera pasado nada.

¡Precisamente! Decía yo. Claro que fueron las circunstancias, lo teníamos clarísimo, pero no podíamos hacerlas desaparecer, todo había sido real, mi embarazo era real, mi amor por Luis era real

Nuestros padres seguían intentando hacernos ver lo absurdo de nuestra relación, éramos hermanos y los hermanos tienen que tener otras inclinaciones. Por la noche lloraba de desesperación por su incomprensión ¡Éramos mayores de edad! ¡No nos podían obligar a nada! Entonces nos decían que eran nuestros padres, que ellos nos mantenían y que haríamos lo que se nos mandase.

¡Dios mío! Vivía una congoja continua, llorando todos los días… Veía a mi amor, a Luis y sabía que lo estaba pasando fatal, también veía una mirada de determinación que me hacía temer cualquier cosa.

Di a luz una niña en el Auckland City Hospital, era preciosa y estaba sana, toda una alegría. Antes de que mis padres pudieran hacer nada, Luis la registró como hija de ambos, ellos querían que fuera madre soltera o registrarla ellos. Me dio muchísima alegría a pesar del cabreo paterno, veía que seguía pendiente de mí. No hablaría mucho, pero siempre actuaba como debía.

Una semana después partimos rumbo a casa en avión. El barco que fuimos a comprar, papá lo volvió a vender enseguida, una vez dados por desaparecidos. De todas formas y con la niña, un viaje tan largo en velero hubiera sido demasiado.

Por fin llegamos ¡Mi casa! ¡Mi habitación! Dos años habían pasado, me parecía mentira. Enseguida intenté retomar algo de mi antigua vida, amistades, etc., pero era bastante difícil. Todo eran preguntas sobre nuestra aventura, sobre la niña, caras escandalizadas por nuestra relación… Nadie entendía nada, todos se quedaban con el lado físico, sexo entre hermanos, el morbo

No había terminado el verano y ya teníamos serias dudas de empezar el curso siguiente. Además, no nos habían dejado ni a sol ni a sombra, por lo que no habíamos vuelto a tener relaciones desde que estuvimos en la isla, hacía ya más de dos meses. Yo estaba con unas ganas que me moría, y no había que echarle mucha imaginación para saber cómo estaba Luis.

Un día que habíamos salido de paseo con la niña, curiosamente nadie nos acompaño y pudimos hablar sin problemas. En el parque nos dimos un beso, detrás de un árbol, en el que nos dijimos cuánto nos queríamos, nuestras bocas se devoraban, las lenguas se enredaban queriendo que ese momento no acabara nunca

Nos separamos con renuencia ¡Qué difícil! Entonces Luis me dijo que no podía seguir así, que me quería demasiado, necesitaba vivir conmigo, había sido su mujer y no estaba dispuesto a renunciar, me necesitaba y estaba dispuesto hasta a buscar una isla deshabitada si así podíamos volver a estar juntos.

Hacía tiempo que no lloraba tanto de felicidad. El saber que Luis me quería tanto me llenaba de alegría ¡Y teníamos una niña preciosa!

Tampoco tuvimos que hacer muchos planes, inventar otras estrategias… De repente, Luis lo tuvo todo claro, me lo explicó y ya sabíamos lo que teníamos que hacer. Íbamos a vivir como pareja en casa sí o sí; si nuestros padres no lo consentían o nos amenazaban con quitarnos a la niña, se quedarían sin nada. Nos dimos cuenta de que en Nueva Zelanda se habló un poco de dos chicos que habían sido rescatados en el mar, casi nada, y aquí, nadie había mencionado el tema, nuestros padres se encargaron.

No tendríamos más que ir a la prensa, o mejor, a algún programa de cotilleos y nos haríamos de oro, estas historias venden mucho. Si al hecho de ser hermanos viviendo solos en una isla le añades el sexo, la niña y que nosotros somos bastante bien parecidos (hemos recuperado bastantes kilitos), estoy segura de que nos lloverán las ofertas. Venderemos exclusivas, seguro que nos llevan a la isla para hacer directamente algún reportaje… Dinero no nos iba a faltar.

Luego, es cuestión de echarle la cara suficiente y aguantar el que te señalen con el dedo, incluso hacer gala de ello. En este país no es delito que dos hermanos tengan relaciones si son mayores, el morbo que le daría a la gente haría que se vendieran revistas y programas de televisión, las exclusivas de la niña

Casi estoy por decirle a Luis que optemos por esta vía, en una temporada nos hacemos colaboradores de algún programa y a vivir la vida. Pero, después de hablarlo con nuestros padres, han tragado con todo, ellos no creo que fueran capaces de aguantar el escándalo y a Luis no le gusta mucho hablar, menos en televisión

Y en eso hemos quedado hace un rato. Hemos pedido a nuestros padres que esta tarde se vayan con la niña y nos dejen hasta mañana, no les ha hecho mucha gracia pero han accedido, sé que al final se acostumbrarán. Pero hoy, no encuentro el momento de irme ya a la cama con él, con Luis, mi amor.

Estoy en el baño maquillándome un poco, poniéndome una gota de perfume, va a ser la primera vez que lo hagamos entre sábanas, en una cama de verdad y quiero que sea especial, necesitamos este momento, hemos de recuperar dos meses de abstinencia y tengo esta noche para hacerlo y decirle lo que siento, decirle cuánto le quiero, necesito que él me lo diga… Es mi vida y no podré nunca vivir sin él.