La invitación

Una chica y su novio invitan a una amiga española a pasar unas vacaciones candentes.

La invitación

A raíz de una antigua y persistente invitación de mi querida amiga María Carolina decido planificar unas vacaciones en Chile.

Salgo del aeropuerto los primeros días de enero y arribo a Santiago de Chile tras catorce horas de vuelo " non stop ". Me esperan en la terminal aérea mi amiga Mª Carolina y su novio Clemente. Me llama particularmente la atención lo preciosa que luce mi amiga: un vestido veraniego corto, a mitad de muslo, de color rojo y con amplios escotes delanteros y traseros que dejan advertir con claridad que no lleva sujetador. Su cabello negro y largo hace contraste con su tez alba. Sus ojos de color verde claro parecen dos faros a los cuales es imposible resistirse quedarse extasiada mirándolos.

—¡Hola Laura, amiga mía, por fin te has decidido a venir! —me dice a modo de saludo mi bella amiga.

—Así es, pero no es porque no hubiese querido venir, no había podido organizarme para hacerlo disfrutándolo.

—Te presento a Clemente, mi novio.

Clemente se acerca a mí y me saluda a la española, con dos besos, uno en cada mejilla, y me dice:

—Bienvenida Laura, eres mucho más guapa en persona que a través de la cámara web, aún con ropa.

Ese último comentario me sobrecoge porque me recuerda algunas sesiones de exhibicionismo cibernético que habíamos tenido los tres en algunas noches tórridas de desinhibición total al fragor de unas copas por mi parte y de desfogue sexual total por parte de mi amiga y su atractivo y muy bien dotado novio (la polla que se gasta el tío abre el apetito a cualquiera).

Hicimos los trámites de Policía Internacional y administrativos lo más rápido que pudimos y montamos en el coche de Clemente. Mi amiga y yo nos fuimos en el asiento trasero un poco para conversar más cómodamente y otro poco para excitar al novio de mi amiga. Yo me abrí la camisa hasta dejar bien a la vista de quien quisiera mis pechos e, instantes después, me saqué el sujetador que me traía oprimida por la escasa costumbre que tengo de usarlo y me senté de lado.

A poco andar mi amiga me preguntó que qué me parecía si viajábamos de inmediato a la casa de la playa o si prefería pasar a la casa de Santiago a darme un baño y descansar antes de viajar, quizás, al día siguiente o subsiguiente. Le pregunté que cuánto tardaba el viaje a la playa y me respondió que alrededor de una hora y media.

—¡Entonces vamos a la playa y que comience la marcha lo antes posible!

Todos reímos de buena gana.

Entre la amena charla que teníamos con Mª Carolina y nuestros intentos por mostrarle nuestros atributos femeninos a Clemente —quien no nos quitaba el ojo de encima a través del espejo retrovisor— el viaje se nos pasó volando.

Llegamos a un hermoso y tranquilo balneario llamado Cachagua, a una preciosa y amplia casa que la familia de María Carolina tenía allí y que contaba con todas las comodidades. La habitación que me habían preparado era amplísima, con vista al mar, una gran terraza, baño privado con un enorme jacuzzi , sala de vestir, TV LCD, equipo de música, teléfono, etc., etc.

Apenas entramos mi equipaje a la habitación y pude quedar a solas, me desnudé y abrí el grifo de la bañera para tomar un reparador baño. Mientras esperaba que el enorme jacuzzi se llenara, me acerqué al ventanal de la terraza embrujada por la maravillosa vista del mar y la incipiente puesta de sol.

Tan hechizada estaba con tan grandioso paisaje que durante unos buenos minutos no noté que Clemente me miraba atentamente afirmado en un árbol del jardín trasero de la casa, cerca de la piscina. Cuando me di cuenta, me encogí de hombros y dije para mis adentros:

—¡Qué más da! No será ni la primera ni la última vez que me verá desnuda.

Seguidamente me fui al cuarto de baño y me di un largo y delicioso hidromasaje con sales de baño. Cuando por fin terminé me sequé un poco y me coloqué una bata corta que encontré en la misma sala de baño y que apenas cubría mi parado culo. No terminaba de ajustar la bata cuando siento el sonido del aparato del sistema telefónico interno. Cuando contesto eschucho una voz masculina decir:

—Te veías hermosísima cariño. Me dejaste muy excitado al punto que aún tengo la polla dura. ¿Harás algo al respecto?

—¿Clemente? —dije para ganar tiempo mientras ideaba qué responder.

—Sí ¿qué me dices?

—Tengo que hablar con Mª Carolina primero.

—Ella está a mi lado muerta de la risa por mi propuesta y tu nerviosa reacción.

—Entonces tendrás que hacer méritos y después veremos.

Colgué el teléfono, pero quedé con el bichito rondando en mi mente y porque se me vinieron los recuerdos de aquellas escenas de Clemente follando a mi amiga con esa hermosa polla que tiene y que, por cómo gozaba mi amiga según se apreciaba a través de la web cam, sabía usar de maravillas. Estuve a punto de masturbarme, pero preferí acumular ganas para una mejor ocasión que, a la luz de cómo se atisbaba el panorama, estaba más cercana que lejana.

Me vestí sensualmente (shorts apretados de tela ligera y una camiseta ceñida sin sujetador que dejaba ver mi ombligo), pero sin exagerar para permitir que las cosas se dieran —si se daban— con una cadencia natural, sin prisas. También quería asegurarme bien —aunque prácticamente estaba segura desde hacía mucho— que María Carolina estaba de acuerdo y si la idea era hacer un trio o estar con cada una por separado.

Salí de la habitación y me dirigí al salón. Allí estaban mi amiga y su novio acurrucados, escuchando música y bebiendo una copa de vermut.

—¡Oh Laurita! ¡qué guapa luces! ¿quieres una copa? —dijo Clemente en cuanto me vio.

—Vamos, amiga, bebe una copa con nosotros, es vermut italiano, tu debilidad. —añadió mi amiga con voz un tanto afectada, no supe en ese momento si por efecto del alcohol, de una calentura o de ambas cosas.

—Vale, vale, ya sabes que ante ese delicioso licor no tengo capacidad de oponerme.

En tanto Clemente me servía la copa —y me devoraba las tetas de reojo— mi amiga corría a la cocina para traer una tabla con quesos, jamón y salami.

Tras varias copas y charla cargada de los recuerdos de nuestras sesiones exhibicionistas, mi amiga y su novio se sumieron en el deleite de las caricias íntimas por lo que decidí esfumarme y dejarlos a solas.

Entré en mi cuarto, coloqué el seguro, me saqué la ropa y me puse una camisa de dormir sin nada abajo, como solía dormir siempre.

Encendí la tele, pero al poco rato me dio sed, sed de otear "en vivo" en qué estaba la parejita. Me levanté sigilosamente, salí del cuarto y me aproximé silenciosamente al salón para ver si podía cruzar a la cocina (donde estaría más a resguardo) sin ser vista, pero me encontré a mis amigos en plena faena. Mi amiga, enteramente desnuda, a gatas y con el culo bien en pompa, los ojos cerrados y orientada hacia el pasillo por el cual me desplazaba, gemía quedamente al experimentar las sensaciones del sexo oral que le prodigaba ardorosamente Clemente a su epicentro de placer sexual.

No puedo dejar de confesar que fui incapaz de dar media vuelta y regresar a mi cuarto. Me quedé mirando, máxime que sabía que lo que venía era mejor que lo que había visto hasta entonces.

Me parapeté lo mejor que pude, aunque siempre tuve la sensación de que había sido descubierta. Aún así permanecí observando. Tras una prolija comida de vagina que hizo gozar a mi amiga al punto de llegar a los grititos agudos, Clemente se puso de pie y se sacó los pantalones y el bóxer. Su hermoso pene apareció en todo su esplendor, un resplandor mucho mayor al que recordaba haber visto por el vídeo chat.

Lucía tan lindo, grande y grueso que el picor en mi vagina me exigió llevar una mano hasta esa zona de mi cuerpo a objeto de restregar mi clítoris y saciar o calmar, en parte, mis ganas, mi excitación galopante.

Mi amiga se sentó en el borde de un sofá, con una mano en su vagina y la polla de Clemente entrando y saliendo de su boca con velocidad creciente. La otra mano de mi amiga cogía con suavidad el escroto bamboleante de su novio. Clemente metía y sacaba su prodigioso pene cada vez con más vigor y profundidad en la boca ávida de mi amiga.

En tanto que yo, ya desprovista del camisón de dormir, con una mano sobaba mis tetas y con la otra sacaba lustre a mi botoncito de placer, viviendo mi propia experiencia de disfrute sin la cautela del inicio. En eso vi emanar un grueso chorro de semen del pene de Clemente lo que me hizo gemir, por suerte al unísono con mi amiga. Al caer el esperma caliente cubrió extensas zonas de la cara de Mª Carolina y luego escurrió por el mentón hasta depositarse en los grandes y bien formados pechos de mi amiga.

De pronto salí de mi trance voyerista y como pude me recompuse huyendo con el camisón en la mano hacia mi cuarto. A salvo en mi guarida no paraba de pensar en cómo mi amiga le estaría chupando el miembro a Clemente para lograr limpiarlo, primero, y endurecerlo otra vez, después, a fin de seguir con la sesión de sexo.

A fuerza de autodominio me mantuve en el cuarto hasta que comencé a escuchar gritos de deleite sexual de mi amiga. Salí del cuarto tal y como estaba (desnuda y caliente) y me puse a espiar de nuevo. Clemente, sentado en un sillón, resistía el cabalgar desaforado de mi amiga en estado de éxtasis. El pene de Clemente entraba por completo y salía de la vagina de mi amiga quien alzaba y bajaba su tren trasero a gran velocidad. El febril movimiento únicamente acompasó su ritmo luego de varias jugosas y gritadas explosiones de placer.

Tras aquello volví a tomar conciencia de dónde estaba y de qué hacía. Entonces de nuevo emprendí la huida. Igual que Mª Carolina, me encontraba vastamente mojada con mis jugos íntimos por lo que decidí darme una ducha a fin de higienizarme. Sin embargo estaba tan calenturienta que de mi vagina manaba un hilo, que a veces mutaba a caño, constante de fluidos íntimos.

Cuando salí del cuarto de baño semi envuelta en una toalla percibí que la fiesta de goce sexual continuaba a tambor batiente, no obstante lo cual, decidí parar mi participación. La noche estaba tibia por lo que pude abrir el ventanal de la terraza y permitir que el ruido del mar me aislara del vocerío interno.

El cansancio del viaje, el hidromasaje y el alcohol se confabularon para permitirme dormir grata y profundamente.

El día siguiente desperté cerca del mediodía muy descansada y alegre. El día estaba precioso, el sol brillaba en el cielo, la brisa marina moderaba la temperatura, bandadas de pajarillos entonaban agradables melodías. En resumen, todo estaba dado para que aquel fuese un gran día.

Me di una rica ducha y me puse un bikini tipo tanga para tomar el sol junto a la piscina mientras mi amiga y su guapo novio despertaban.

٭ ٭ ٭ ٭

El día comenzó tarde para mí; con mi novia nos dormimos prácticamente al amanecer y pese a todos nuestros esfuerzos por conseguir que Laura se nos uniera e hiciéramos un trío, no conseguimos más que tenerla de espectadora de nuestro revolcón. Aquello me tenía un tanto frustrado, aunque comprendía que era difícil hacer que las cosas sucedieran con tanta rapidez por más que hubiésemos tenido unos cachondos aprontes cibernéticos.

Me levanté cuando todavía Mª Carolina dormía plácidamente. Me coloqué unas bermudas y una camiseta y salí del dormitorio para ver en qué estaba Laura y para desayunar.

Comencé a recorrer las dependencias de la casa y no veía a nuestra huéspeda por ninguna parte. Al último sitio donde me dirigí fue a su habitación. Sin embargo también estaba desierta. Entré y me asomé por la terraza y… ¡oh sorpresa! Estaba en una reposera junto a la piscina tomando sol, ataviada únicamente con unas minúsculas bragas de un bañador y con un coqueto sombrero de ala ancha que daba sombra a su bello rostro. Se veía preciosísima con sus grandes tetas al aire, su piel blanca, sus pezones rosados y una figura despampanante que me dejó atónito y excitado al instante.

Bajé apresuradamente por dentro de la casa hasta el bar que está justo al lado de la piscina. Preparé una bandeja con jugos, frutas, lácteos y galletas. Puse la bandeja sobre una mesa rodante y salí al encuentro de Laura empujando la mesa con ruedas.

—¡Buenos días Laurita! En realidad buenas tardes. Te pido perdón por nuestra mala educación al dejarte sola toda la mañana y parte de la tarde.

—No te preocupes Clemente, me he levantado hace poco.

—¿Quieres desayunar conmigo aquí mismo?

—¡Claro que sí! Iré a buscar una camiseta para que mi topless no te incomode. Enseguida regreso.

—Por favor te ruego que no lo hagas, me fascina como luces.

—Pero Mª Carolina se puede molestar si nos sorprende.

—De ninguna manera, nosotros y nuestros amigos solemos estar desnudos aquí. Ahora mismo estoy con ropa porque no sabía cómo te parecería a ti que anduviese desnudo. Seguro que cuando se levante tu amiga lo hará sin ropas, ya verás.

Charlamos y desayunamos amenamente, pero la sensualidad y casi desnudez de Laura me mantuvo con el rabo tieso todo el rato. Decidí darme un chapuzón para ver si el agua fría de la piscina me morigeraba el empalme. Me quité la ropa y me lancé desnudo al agua. Pese al intenso nadar de allá para acá y de acá para allá, mi polla se rehusaba a inclinarse. Finalmente Laura se dio cuenta, pues se encontraba al borde de la piscina y podía observar todo de cerca.

De súbito veo a Laura lanzarse al agua y nadar velozmente directo hacia mí. Al llegar se acercó mucho, me besó y abrazó mi cintura con sus largas piernas.

—Veo que estás muy caliente, papito —me dijo Laura con voz susurrante.

—Es verdad y tú eres la causante de ello —respondí con el mayor aplomo que pude.

—Entonces tendré que hacer algo al respecto para no quedar con cargo de conciencia.

Y en seguida me tomó de la polla y me llevó a la zona baja de la piscina. Hizo que inclinara mi cuerpo sobre el borde, se arrodilló y comenzó a menear mi enhiesta verga a un ritmo deliciosamente enloquecedor. Cuando mi mástil estaba en su máxima expresión, se lo echó a la boca y comenzó a paladearlo con la ayuda de su lengua. Laurita sabía mamar un pene; primero lo recorría entero, luego atacaba al frenillo sin compasión para después volver a introducírselo hasta donde podía, mirándome con los ojos entornados y cara de caliente. Si no hubiese sido por mi experiencia en estas lides, me habría corrido como un chaval a los dos o tres minutos.

Como a los diez minutos de mamada el ruido de una zambullida nos sacó de nuestro embelesamiento. Era mi novia que se había arrojado desnuda a la pileta.

—Veo que no pierden el tiempo ¿eh?

—Yo te puedo explicar…—balnuceó Laura.

—No tienes nada que explicar, amiga. Ese falo es para disfrutarlo y sacarle el jugo. Hacer otra cosa sería un desperdicio.

Aprovechando la ocasión, las tomé a las dos por la cintura y puse en movimiento mis manos sobre aquellos esculturales cuerpos prietos y esbeltos. Mis manos y mi boca recorrieron y toquetearon lascivamente cada centímetro de sus zonas erógenas en un ardiente peregrinar hacia sus grutas del placer. Poco después, las chicas gemían y jadeaban sin control al tiempo que pedían polla.

Las tomé de la mano, las llevé afuera del agua y las recosté a ambas de espaldas en una tumbona doble. Solitas se abrieron de piernas para acoger a mi polla. Sin embargo estimé que aún no era tiempo para aquello, toda vez que esos bellísimos coñitos rezumantes de fluidos se merecían una mayor atención de mi parte. Uno nunca sabe si oportunidades como estas se volverán a repetir en breve, y, por lo tanto, hay que aprovecharlas a plenitud.

Decidí agasajar esos maravillosos coñitos con mi boca y dedos. Mientras sumía mi boca en uno de ellos, daba un cálido dedeo al otro. Mientras mi lengua arremetía contra el clítoris de una, mis dedos penetraban la vagina y el orificio anal de la otra. Los suspiros y acezos se incrementaban tanto en cantidad como en intensidad hasta pasar a exquisitos grititos de goce profundo. Laurita era la que con más fogosidad expresaba su placer.

Llegado un momento el sexo oral no fue suficiente para ninguno de los tres. Las chicas se levantaron de la tumbona y me invitaron a recostarme de espaldas. De inmediato Laurita se montó sobre mi polla y comenzó una desenfrenada, gritada y deliciosa cabalgada. Mi novia, mientras tanto, se tumbó en otra reposera que ubicó a un costado de la nuestra para que los tres tuviésemos una vista del goce de cada uno. Mª Carolina se masturbaba con la ayuda de un dildo cuyas posibilidades de vibración eran manejadas por mí con un mando a distancia.

Laurita ritmó su cabalgar con un alocado vaivén que sostuvo hasta culminar en un fortísimo orgasmo que la hizo caer desfalleciente sobre mi cuerpo aún ardoroso.

Al tiempo que acariciaba la espalda de Laurita para ayudarla a reponerse, la iba guiando para que se acostara a mi lado y, de este modo, permitir que mi novia tomara el relevo.

Mª Carolina se encaramó rápidamente sobre mí y cabalgó mi polla con maestría sin igual; repentinos y bruscos cambios de ritmo me hicieron desvariar de gozo, y de paso, me hicieron acabar a lo bestia dentro suyo en pocos minutos, en medio de jadeos, resuellos y exultación desmadrada. La matriz de mi novis se repletó de savia seminal ardiente, que, cual lava volcánica, escurrió muslos abajo.

Cuando logramos retomar el control de nuestros cuerpos, nos fuimos a duchar y vestir para poder salir a almorzar. Invité a las chicas a un hermoso restaurante situado al borde del mar donde comimos machas a la parmesana en su concha, salmón del Pacífico con ensaladas y abundante vino sauvignon blanc .

Tras la comida, fuimos a pasear un rato por la orilla de la playa para embeber nuestros cuerpos de sol y brisa marina. No obstante, a poco andar, la abundante comida, el vino, la agitada noche anterior, el aire costero y el viaje nos pasaron la cuenta y nos dio sueño. Retornamos a casa e hicimos una larga siesta.