La inspectora 06. La inspectora cede el control.

Serie de relatos sobre la vida de la inspectora Martín. Situaciones absurdas, surrealistas (en uno sale un pulpo) y con mucho morbo.

Llevaba unas semanas centrada en el trabajo, me habían asignado casos normales pero interesantes y estaba haciendo una buena labor. Después del caso del sex—shop esperaba alguna otra asignación de infiltración, pero hasta que llegara me ocuparía de los casos rutinarios.

Había vuelto a intentar acostarme con alguien. Como las últimas veces no salió bien y me quedé insatisfecha, llamé a un antiguo amigo con el que me había acostado varias veces y siempre lo había pasado genial. Cenamos recordando viejas batallitas y luego fuimos a su casa. Empezamos a enrollarnos y fue divertido, con la confianza de conocernos de antemano. Terminó de forma decepcionante. Me fui para casa reflexionando por el camino, intentando analizar mi situación. Cuando trabajé en el sex—shop infiltrada tuve que probar la mayoría de los artículos y acabé corriéndome muchas veces al día. Desde entonces había experimentado un aumento desmedido del deseo sexual, raro era el día en que al llegar a casa no usara alguno de los juguetes. Intentaba frenar un poco, pero casi siempre acababa con unas bolas chinas, un huevo vibrador o cualquier otro artilugio insertado en mi coño. Reconocí que tenía problemas. Quizá el mayor de ellos fuera el que los hombres ya no me satisfacían. Me lo pasaba mejor yo sola con mis juguetes que con cualquier amante.

Llegué a casa excitada y me puse el huevo doble nada más entrar. Con la vibración simultánea en mi coñito y mi culo limpié un poco y cené. Luego me duché y me acosté. Antes de dormirme lo saqué.  Ya había conseguido tres orgasmos y pude descansar relajada y satisfecha.

Me levanté inquieta con necesidad de sexo. Mientras desayunaba me di cuenta de que tenía un problema. ¿Necesitaría tratamiento psicológico? Intentando ser sincera conmigo misma pensé que quizá lo único que precisaba era estar bien follada. Mis últimos intentos habían sido una decepción, nadie era capaz de complacerme, no me daban lo que necesitaba. Repasando los últimos meses de mi vida fui consciente de que mis misiones tenían la culpa. Prácticamente todas ellas exigieron que tuviera sexo o, al menos, lo simulara. Cuando detuvimos a los traficantes de droga tuve que fingir tener sexo con Segis para mantener nuestra cobertura, luego me drogaron con un afrodisíaco y follé como una descosida. En mi siguiente misión tuve que ser bailarina de striptease, me encantó desnudarme en el escenario y calentar al personal. Culminé la misión follando delante de todos. Luego vino la misión del zoo. Era una misión de vigilancia en la que no debí tener sexo para nada, pero Octo, el pulpo travieso, me violó durante horas. En el viaje a París para trasladar a un detenido tuve que ayudar a que mi compañero se desahogara para poder dormir. Amablemente me correspondió y me corrí un montón de veces. La última misión iba a ser simplemente trabajar en una tienda y conseguir información, pues resultó que la tienda era un sex—shop y yo la probadora de los juguetes. Creo que esta misión me remató. Debido a mi imposibilidad de fingir excitación tuve que estimular mi sexo durante todos los días que duró el trabajo. Tantas horas excitada y correrme delante de los clientes me dejaron como estoy ahora.

¿Me habría vuelto ninfómana?

Como un rayo abatiendo un árbol en una tormenta el cerebro se me iluminó y me di cuenta de una cosa. No sólo el sexo era el factor común. También Segis había estado presente en casi todas las ocasiones. De hecho fue él el que me hizo disfrutar todas y cada una de las veces en que los requerimientos del trabajo lo hicieron imprescindible. ¡Joder! ¡Segis era el único capaz de darme los orgasmos que tanto necesitaba!

Se me echaba la hora encima y me fui caminando rápido a la comisaría. Por el camino decidí intentarlo con él. No acababa de seducirme la idea, Segis era más feo que el hambre, aparte era compañero de trabajo y mi subordinado, pero probaría una vez con él para ver si era capaz de satisfacerme. Además, tenía la excusa perfecta. Recordé que me pidió una demostración de los juguetes requisados en el sex—shop y le debía el favor por lo bueno que había sido conmigo. No le di más vueltas y le llamé.

—Hola Marta, ¿cómo estás?

—Muy bien, Segis. Es que me he acordado de que me dijiste que querías aprender más sobre los artículos que vendíamos en el sex—shop.

—Si, es verdad. Podría venirme bien tener más información para algún otro caso.

—Pues si quieres esta tarde, cuando acabemos el turno, te vienes a mi casa y te hago una demostración. Como es viernes y mañana no trabajamos no tenemos prisa.

La llamada tenía algún problema porque dejé de oír.

—¿Segis?

—Sí, sí, estoy aquí. Me parece perfecto. ¿Quieres que compre algún juguete?

—Jajaja, no hace falta, me trajiste un montón y no he estrenado la gran mayoría.

—Vale, pues esta tarde nos vemos.

Le esperé duchada y en bata. Pensé si me ponía ropa interior y decidí que para lo que iba a hacer mejor que no, así que no llevaba nada bajo la bata. Había pasado el día inquieta sabiendo lo que pasaría y ahora mismo estaba ansiosa. Cuando sonó el timbre respiré hondo varias veces y abrí la puerta. Allí estaba Segis con una espléndida sonrisa que no embellecía su feo rostro, su calvicie prematura ni sus dientes torcidos. Pasó y me dio dos besos apretándome el culo como tenía por costumbre. Me entregó una botella de vino y pasó al salón. Dejó una bolsa junto al sillón. Había preparado algo de picar y lo tomamos con el vino mientras charlábamos del trabajo. Bebí sin moderación, iba a necesitar desinhibirme. Terminamos y continuamos hablando, ninguno se atrevía a dar el primer paso. Al final tuve que decidirme. Fui a mi habitación y saqué la caja de los juguetes del armario. Habría unos cuarenta o cincuenta. La deposité en la mesita del salón.

—Vamos a empezar Segis — según hablaba notaba que mi coño se humedecía, disfrutaba anticipando lo que venía —. Vete eligiendo y yo los voy probando, ¿te parece?

Segis me miró algo sofocado, se le notaba nervioso también.

—Claro.

Se levantó y volcó la caja, el contenido se desparramó sobre la mesa. Él iba cogiendo y revisando una a una todas las cosas.

—¿Podrías probarte esto? — me dijo entregándome una cajita. La examiné para ver qué había elegido primero. Se trataba de un juego de lencería de cuero. Con un extraño pudor entré en la habitación a cambiarme. El sujetador era abierto y únicamente realzaba mis pechos sin cubrirlos. Tres finas tiras de cuero rodeaban mi cintura. El resto era un liguero y un tanga abierto en el sitio más estratégico para no tener que quitarlo si no se deseaba. Me admiré en el espejo, con el cuerpazo que tenía me quedaba de fábula. Salí algo cohibida y me detuve frente a Segis, su mandíbula casi tocó el suelo. Al ver el impacto que había tenido me giré para darle la vista completa. Le tenía embobado. Me repasó con la mirada de arriba abajo, mis turgentes senos con los pezones duros, mi estrecha cintura y mi vientre plano, mis largas piernas y mi trasero redondito y respingón tapado únicamente por la fina tira del tanga. Como no reaccionaba cogí la cajita que tenía en las manos, eran unas pinzas de pezones unidas por una cadenita.

—¿Quieres que me las ponga? — pregunté.

—Preferiría ponértelas yo, si no te importa.

—Claro que no, adelante.

Saqué las pinzas y se las di. Él apretó una de ellas para abrirla y con la otra mano me amasó un pecho. Intervine cuando ya llevaba un rato.

—¿Crees que eso es necesario?

—Es mejor hacerlo así, es para que circule bien la sangre.

Segis era un cielo preocupándose por mí. Dejé que me sobara bien los pechos hasta que finalmente me las puso en mis erectas puntas. Un agradable dolorcillo se extendió por mis tetas desde los pezones. Segis me miraba ojiplático.

—¿Algo más? — le dije después de darle un momento para admirarme.

—Sí, sí, espera.

Revolvió entre las cosas hasta que encontró lo que quería : un grueso plug anal.

—¿Puedo ponértelo yo? — me preguntó con expresión pícara.

—Sí — pobrecito —, pero primero hay que lubricarlo.

Segis se acercó y me lo arrimó a los labios. Sorprendida lo lamí, esperaba que le echara algún lubricante, pero me agarró la barbilla y me lo metió en la boca como si fuera un chupete. Pensé que se le estaba yendo toda la timidez. Cuando lo sacó tiró suavemente de la cadenita de las pinzas y tuve que seguirle. Mis pezones celebraron su idea. Me llevó junto a la mesa de comedor y me inclinó, dejando mi culito expuesto. No lo había planeado así, pensaba darle un espectáculo con mi cuerpo y los juguetes, en cambio Segis había tomado el control. No me importó. Mi calentura era tan grande que saturaba el ambiente, casi se podía respirar. Primero me acarició el culo, luego me apartó la tira del tanga y me introdujo lentamente el plug. Jadeé al sentirlo entrar. Estaba acostumbrada a un tamaño menor y me impresionó un poco. Lentamente me erguí y me volví, Segis sonreía.

—Apóyate en la mesa, Marta, quiero probar esto — me mostró un pequeño masajeador a pilas —. Abre bien las piernas.

Obedecí completamente excitada apoyando el trasero en el borde de la mesa, desde que me puse la lencería supe que lo de esta noche no tenía remedio, que Segis acabaría haciendo lo que quisiera con mi cuerpo. Y lo estaba deseando. Fue directamente a por mis sensibilizados pezones, primero uno y luego el otro. Sendas descargas me recorrieron cuando los tocó con el masajeador, se entretuvo un rato con ellos y luego bajó lentamente. Con la respiración agitada abrí más las piernas, mi coño estaba anhelante. Un poco avergonzada contemplé la humedad que salía de mí empapando mis muslos. Segis no se demoró y puso el aparatito directamente en mi clítoris. Bastaron unos pocos segundos.

—Córrete y gime, Marta — me pidió.

—Aaaaagggh... me… estoy… corriendo…

Cerré los ojos, arqueé la espalda y disfruté del fuerte orgasmo. En apenas unos minutos Segis me había llevado a un potente clímax. Hacía magia conmigo.

—No te muevas.

—¡No! Espera — mi pecho todavía se movía intentando recuperar aire.

Ignorándome se arrodilló entre mis piernas, acercó su cara a mi sexo y me lamió de arriba abajo recogiendo mi humedad. Tuve que apoyarme en la mesa con las dos manos para no caer al doblárseme las rodillas. Poco a poco, lentamente, su lengua me iba acercando a otro orgasmo. Gemí al sentir sus dedos penetrándome. Era increíble cómo Segis era capaz de darme tanto placer, más de lo que jamás había sentido con nadie o conmigo misma. Jadeé retorciéndome mientras él manipulaba mi coño y mi clítoris, sus dedos estaban muy dentro y el plug me presionaba el ano aumentando hasta el delirio mi placer.

—Córrete, Martita, córrete y gime para mí.

—Síiiiii… síiiiiiii… me corroooo… me corrooooo…

Disfruté del salvaje orgasmo bajo la atenta mirada de Segis, me pareció ver algo malicioso en su expresión, pero tampoco estaba yo como para analizar nada ahora. Se levantó y me miró unos instantes, mi pecho subía y bajaba normalizando poco a poco mi respiración.

—Me parece, Martita, que estás muy necesitada, ¿tengo razón?

Asentí bajando la mirada, algo cohibida porque se hubiera dado cuenta. También noté que me llamaba Martita. Yo era su superior en el cuerpo de policía y nunca se tomaba esas familiaridades conmigo. Sin embargo, cuando estaba haciendo que me corriera una y otra vez, era él el superior, él dominaba mi cuerpo y acaba haciendo conmigo lo que le daba la gana. El llamarme Martita era otra manera de manifestar su dominio sobre mí. Dominio que ejerció cuando me ordenó :

—Túmbate en la mesa, Martita, vamos a seguir probando cositas.

Obedecí y me tumbé dejando las piernas colgando, eligió un gran vibrador del surtido de juguetes y me lo embutió en el coño a toda potencia. Se me escapó un gritito de la impresión. Lo dejó metido sin moverlo y, mientras yo resistía trémula la vibración, se desnudó completamente. Luego echó mano de la bolsa que había traído y sacó algo que no pude ver. Se puso entre mis piernas y empezó a mover el vibrador, con la otra mano me enfocó.

¡Joder! ¡Me estaba grabando!

—Segis — dije de forma entrecortada por el placer —, ¿qué haces?

—Quiero grabar esto, Marta, ahora voy a follarte y quiero un recuerdo, pero si te parece mal me vuelvo a vestir y me voy. Dime Marta, ¿quieres que te folle?

Mi cabeza estaba hecha un lio, obnubilada por el placer no pensaba con claridad. Me fijé en su miembro. Enorme, grueso, con la cabeza rojiza húmeda. Al contrario que el resto de su cuerpo era precioso. Quería tenerlo dentro, necesitaba tenerlo dentro.

—Fóllame, Segis, fóllame y haz lo que quieras.

Sin darme tiempo a cambiar de opinión me sacó el vibrador y me metió la polla.

—Abre la boca — pidió.

Separé los labios y Segis me metió el vibrador, luego dejó la cámara enfocada hacia nosotros en la mesa y me agarró fuerte del culo. Consciente de su tamaño empezó a moverse poco a poco, cada vez que entraba presionaba mi cérvix, cuando salía me hacía temer que no volviera a entrar. Paulatinamente aumentó el ritmo llevándome al cielo. Dio un pequeño tirón a las pinzas que apretaban mis pezones.

—Magréate las tetas, Martita.

Escupí el vibrador porque me estaba ahogando y le obedecí. Aferré mis tetas haciéndome daño a mí misma, pero estaba tan caliente que cualquier dolor se transformaba en placer. El orgasmo se acercaba a pasos agigantados.

—¿Te gusta que te folle, cariño?

—Sí... sí...

—¿Alguien te da este placer?

—No... solo tú.

—Es porque te conozco bien —su polla entrando y saliendo me estaba volviendo loca —, no te basta con correrte una o dos veces, necesitas mucho más. Y yo puedo dártelo.

—Sí... por favor.

—Córrete ahora, pequeña, córrete.

Aceleró sus embestidas hasta un ritmo infernal que me llevó de cabeza al clímax.

—Aaaaagggghhhhhh…

Siguió follándome un rato hasta que el placer del orgasmo se desvaneció, me quedé jadeante en la mesa mientras Segis colocaba la cámara en una estantería para poder grabar toda la habitación y volvía con otro juguete. Cuando vi la cadena con la correa ni siquiera parpadeé, levanté la cabeza para que me la pusiera en el cuello. Ni se me pasaba por la cabeza contrariarle, sólo quería que me siguiera follando.

—Ven, Martita, ahora me toca a mí. A gatas, cariño.

Me llevó de la cadena hasta el sillón, se sentó y abrió las piernas y me señaló su miembro. Me arrodillé y lo lamí de abajo a arriba, hasta el glande. Después de llenarlo todo de saliva lo engullí. La mano de Segis en mi cabeza me hizo profundizar más de lo que quería, era tan grande que me daban arcadas. Las soporté como una campeona relajando la garganta. Segis tenía mucho aguante y tardé mucho en hacerle llegar. Cuando se corrió, inundó mi boca con una inmensa cantidad de semen que tuve que tragar para no ahogarme. Sus manos me apretaron tanto la cabeza que los chorros parecieron llegar directamente a mi estómago. Cuando se vació por completo me liberó y levanté la cabeza necesitada de aire, respirando afanosamente.

—Muy bien, Martita, eres muy buena chupapollas.

De forma ridícula me sentí halagada, Segis me hacía sentir tan bien que estuve orgullosa de corresponderle. Allí estaba yo, a cuatro patas con un plug sobresaliendo de mi culo, con las pinzas colgando de mis pezones y encadenada por el cuello, sonriendo como una niña cuando le dan buenas notas porque me hubiera llamado “buena chupapollas”.

—Deja que me recupere, cariño. Vete trayendo un huevo vibrador, te la voy a meter por el culo y seguro que te ayuda.

Me estremecí ante lo que me esperaba, ¿me gustaría una cosa tan grande como la de Segis en mi culito? Me detuvo cuando me levanté para obedecerle.

—A cuatro patas, pequeña, quiero ver como se menea ese culito tan bonito. Y piensa dónde quieres que te dé por el culo. Te dejo elegir.

Había gateado ya unos metros cuando me di cuenta de la situación. Sin ser del todo consciente de ello me había sometido completamente a los deseos de Segis. Cumplía sus órdenes sin planteármelo, como si fuera lo más lógico y natural. Deseché la idea de rebelarme y recuperar la igualdad entre nosotros recordando la insatisfacción que sentí las pasadas semanas, la frustración que me ahogaba. Si tenía que someterme a Segis lo haría, sería sumisa y obediente a cambio del placer a raudales que me proporcionaba.

Le entregué el huevo con una pequeña sonrisa. Pareció saber lo que había estado pensando y me acarició la cabeza como si fuera una mascota sonriendo a su vez.

—Muy bien, cielo, lo estás haciendo muy bien — se inclinó para darme un suave beso en los labios —. Si sigues siendo tan buena voy a follarte todo lo que necesites.

—Gracias, Segis.

—¿Dónde quieres que estrene tu culito?

—En la cama.

—Vale, pues vamos.

Le seguí a cuatro patas a recoger la cámara y hasta la habitación. Con un pequeño tirón de la correa me indicó que subiera a la cama. Alegremente lo hice. Había asumido por completo mi nuevo papel en nuestra relación y ya no tenía dudas. Me embargó una sutil sensación de paz, era como si mi destino se hubiera cumplido felizmente.

—Ponte mirando a la cámara, Martita — me dijo dejando la cámara en la mesilla.

Obedecí mientras él se ponía en mi retaguardia, me acarició el trasero cariñosamente unos momentos para, a continuación, sacarme el plug y sustituirlo por uno de sus gordos dedos. Lo tenía dilatado, así que no tuve ningún problema en recibir los dedos según los iba añadiendo. Me folló el culo unos minutos hasta que estuvo satisfecho.

—Ahora te voy a dar por culo, ¿quieres Martita?

En cuanto afirmé con la cabeza apoyó la punta roma de su miembro en mi entrada.

—¿De verdad lo quieres?

—Sí, por favor Segis.

—Pues pídemelo, dime qué es lo que quieres.

—Quiero que me des por culo, méteme tu gorda polla en el ano.

Sentí aumentar la presión, poco a poco fue metiendo la enorme polla en mi culo. A pesar de todo el trabajo previo me dolió. Era lo más grande que había tenido ahí nunca y costó un poco. Una vez que tuve toda dentro, Segis paró y me metió mi huevo vibrador en el coño, luego empezó a moverse. Lo que sentí no se puede describir con palabras. Mis expectativas se quedaron cortas. El huevo me daba placer, los tirones que daba a las pinzas de los pezones me daban placer, pero el placer de su polla sodomizándome fue épico. Mis brazos fallaron y mi torso cayó sobre la cama, giré la cabeza para poder respirar con todo mi cuerpo moviéndose rítmicamente al son que me marcaba con su polla entrando y saliendo de mi culo. Creo que tuve un orgasmo continuo, el nivel de sensaciones y gozo era como cuando me corría pero no se detenía. Respiré jadeante completamente rendida y entregada al mejor sexo que podía existir. Lentamente Segis bajó el ritmo hasta que se detuvo. Mi cuerpo reaccionó por sí solo apretando mi culo contra su polla. No tenía bastante, nunca sería suficiente.

—Martita — me dijo apretando mis tetas con su barriga presionando mi espalda — ¿quieres que siga?

—Sí — gemí —, por favor, más.

—Entonces vamos a hacer un trato. Te conozco de sobra y sé lo que necesitas. Te daré todo el placer que tu cuerpo quiere y más. Disfrutarás de más orgasmos de los que puedes imaginar — apenas prestaba atención a lo que decía mientras echaba el culo hacia atrás buscando su verga —. ¿Quieres eso?

—Sí… sí… lo quiero.

—A cambio de tenerte siempre satisfecha y bien follada tú estarás siempre disponible para mí. A partir de ahora tu cuerpo es mío, de nadie más. Todos tus agujeros me pertenecen, te voy a follar donde quiera y cuando quiera, haré contigo lo que me parezca. Serás de mi propiedad. ¿Aceptas?

—Sí, sí, acepto, acepto, pero sigue.

—Bien, pequeña, ahora toma lo que quieres.

Enseguida continuó sodomizándome y elevando nuevamente mi placer. Mientras mi cuerpo disfrutaba sin medida por mi cabeza pasó fugazmente el pensamiento de que había aceptado ser su esclava. No me importó, mientras me complaciera como lo hacía le daría mi cuerpo y mis ahorros si me los pidiera, hasta la clave de Netflix.

—Díselo a la cámara, cariño. Preséntate y explica nuestro acuerdo — me dijo ralentizando el ritmo de la penetración.

—Hola, soy Marta Martín — no dudé en mirar a la cámara y obedecer —, inspectora de la Policía Nacional. Ahora mismo tengo la polla de Segis metida en mi culo. Desde hoy Segis me tendrá satisfecha, a cambio dejaré que me folle cuando quiera y como quiera. Seré suya y haré todo lo que me pida.

—¿Eres feliz, Martita? — me preguntó dándome dos empellones.

—Sí… mucho.

—Bien.

Segis cumplió su palabra y me folló el culo hasta que me corrí por tercera vez recibiendo su semen en mis intestinos. Me dejó descansar unos minutos y volvió a follarme, me dio orgasmo tras orgasmo en todas las posturas y de todas las maneras. Cuando pedí un descanso totalmente exhausta, me folló otra vez. Por fin se apiadó de mí y me dejó dormir, con la condición de que lo hiciera con su polla en la boca. Creo que nunca he dormido mejor, como un bebé satisfecho con su chupete preferido. Cuando me desperté aproveché que seguía con su miembro entre mis labios para hacerle una mamada que rápidamente le puso duro. Hice un mohín cuando me apartó.

—Buenos días, cariño. Vamos a ver la tele.

¿Ver la tele? Extrañada le seguí de la correa, a cuatro patas. Vi como Segis conectaba la cámara al televisor y reproducía lo grabado ayer. En cuanto empezó a verse la imagen se sentó en el sillón y de un tirón de la correa me subió encima de él. Me penetró bajándome lentamente, cuando la tuve toda dentro se detuvo y contemplamos las imágenes. Mientras me veía a mí misma tumbada en la mesa siendo follada Segis me acarició todo el cuerpo, mis manos fueron solas hasta mi ingle y froté suavemente mi clítoris. Disfruté al mismo nivel que la noche anterior, verme a mí misma tan sumisa, dominada por Segis y experimentando orgasmo tan orgasmo me puso tan cachonda que empecé a botar sobre su dura polla. Cuando me contemplé en la tele con la cara sudorosa y enrojecida y con la polla de Segis dentro de mi culo presentándome y aceptando mi papel de esclava me corrí gritando. Mi compañero demostró tener una resistencia sobrehumana, después del esfuerzo de la noche anterior fue capaz de follarme durante toda la mañana. Salvo el rato que paramos a desayunar creo que siempre tuve su polla insertada en alguno de mis agujeros. Di gracias al cielo cuando me dijo después de comer que quería echarse la siesta en el sillón, yo me tumbé con la cabeza en su regazo y su polla en la boca. Por la tarde continuamos. Me quitó el collar porque ya no lo necesitábamos, le seguía dócilmente a cuatro patas como una buena perrita. Me bastaba una leve indicación suya para saber lo que quería. Cuando caímos rendidos en la cama esa noche, la expresión de mi cara era de completa felicidad. Dormí como un angelito saboreando mi chupete.

El domingo al despertar desayunamos tranquilamente, luego me dio por culo en la mesa de la cocina y se marchó a su casa con mi correspondiente apretón en el culo. Agradecí que se fuera, necesitaba descansar. Estaba tan agotada físicamente y tan ahíta de sexo que pasé el día en el sillón sin hacer nada, reflexionando sobre mi nueva vida.

El lunes a media mañana estaba en la comisaría redactando informes. Mis compañeros me habían piropeado diciéndome que se me veía estupenda, radiante, mejor de lo habitual. En toda la mañana no se me quitó una sonrisilla de la cara. Cuando sonó el móvil y lo cogí escuché a Segis.

—Hola, Martita — empezaba a gustarme el diminutivo, creo que solo con oírlo me mojaba de anticipación —. Tengo una copia de una grabación estupenda, pensé que como sales tú quizá quisieras una copia.

—Jajaja, no tengo ni idea de qué grabación puede ser — bromeé —, pero estaré encantada de tenerla.

—Eso está hecho. Ve a la cafetería de enfrente y entra al baño de caballeros, te espero en el último cubículo.

Me faltó tiempo para cruzar la calle. Cuando llegué al baño ya tenía las bragas empapadas. Sin decir una palabra Segis me desabrochó los pantalones grises de vestir que llevaba y me dio la vuelta. Me incliné ansiosa y le ofrecí mi grupa. Sin bajarse los pantalones se sacó el miembro por la cremallera y me la metió de un golpe. Me llevé la mano a la boca para apagar los gritos que se me escapaban. Me folló de forma salvaje y frenética, con urgencia. Nos corrimos simultáneamente. Me dio un pendrive y un beso y se marchó. No había dicho ni una palabra. Me limpié lo mejor que pude y volví al trabajo.

Esa noche apareció por mi casa con dos bolsas de un restaurante chino cercano.

—Desnúdate y vamos a cenar, cariño.

Correteé alegre por la casa para obedecerle, me quité la ropa en la habitación y preparé la mesa con la vajilla buena en el salón. Mi dueño y proveedor de orgasmos no se merecía menos.

Me folló durante tres horas.

Así fue mi vida a partir de entonces. Cuatro o cinco veces a la semana aparecía por mi casa o me llamaba a la suya. Le gustaba ver la tele conmigo ensartada en su regazo como si fuera un pincho de tortilla. Frecuentemente me grababa con la cámara y los dos juntos lo veíamos después. Yo resistía unos minutos hasta que mi cuerpo empezaba a moverse, con una lenta cadencia iba poco a poco acercándome hasta el borde, consiguiendo finalmente un dulce orgasmo. Según el tiempo que estuviera Segis viendo la tele, me daba tiempo a correrme dos o tres veces. Aparte de eso de vez en cuando se pasaba por la comisaría y, o bien en el baño del bar de enfrente, o en algún cuarto desocupado de la comisaría, me follaba o me daba por culo.

A los dos o tres meses empezó a innovar. Me llevaba al cine y me follaba en la butaca, o íbamos a un parque y lo hacíamos en algún rincón discreto. Siempre que íbamos en coche yo tenía que mamársela lentamente. Ambos cumplimos escrupulosamente nuestro acuerdo, él me tenía completamente satisfecha y yo siempre estaba dispuesta a todo lo que me pidiera. Acepté cuando me registró en una web de cibersexo y me tuve que exhibir delante de la cámara. Con un antifaz como única vestimenta me hizo realizar demostraciones de todos y cada uno de los juguetitos sexuales que teníamos. Tuve tanto éxito que me contactaron los administradores de la página y me dieron un canal propio. A cambio de comprometerme a un horario concreto con mis actuaciones me ofrecieron una pasta. Segis me animó y lo acepté. La noche con más visitas fue una en la que Segis no aguantó quedarse mirando y me folló delante de todos los usuarios conectados.

Y así es mi vida actual. Soy la persona mejor follada del mundo y estoy feliz como una perdiz. Antes tenía alguna pequeña duda, pero ya no me considero obligada a nada con mi señor. Ahora soy la primera que desea estar a sus pies, adorarle y cuidarle como él me cuida a mí. Me gusta tratarle como a un rey, estar siempre preparada para satisfacerle sexualmente o de cualquier otra manera.

Ahora os dejo, que acaba de llegar y estoy cachonda perdida. Trae una cuerda muy larga y estoy deseando saber qué quiere hacerme con ella. Seguro que lo voy a disfrutar.