La inspectora 05. Sexshop.

Serie de relatos sobre la vida de la inspectora Martín. Situaciones absurdas, surrealistas (en uno sale un pulpo) y con mucho morbo.

—Perdona que te lo diga, Marta, pero estás un poco borde desde que has vuelto de vacaciones — me dijo Rafa, compañero inspector, después de una mala contestación mía.

—Lo siento Rafa, tienes razón, discúlpame. Enseguida te miro eso.

Rafa me había pedido que le buscara un documento ya que yo tenía el ordenador conectado a la base de datos que necesitaba. Detuve el exabrupto antes de terminar, pero se me vio la intención. Estaba frustrada y lo pagaba sin motivo con mis compañeros. Empecé mi semanita de vacaciones con ilusión, aproveché para hacer unos arreglillos en casa y salir con las amigas de la academia de policía. Estábamos todas solteras, nuestro trabajo no facilitaba las relaciones largas, y nos dedicamos a salir por la noche intentando ligar algún buen maromo. Con mi estupendo cuerpo y mi bonita cara nunca había tenido problemas para ligar, y en vacaciones no fue distinto. Por dos veces me fui con chicos guapos y simpáticos. El problema no fue ese. El problema fue que tuve sexo con los dos, no a la vez, claro, pero no conseguí disfrutar. El primero me llevó a su casa, obvió los preliminares y enseguida estábamos follando en la cama. Se corrió en dos minutos dejándome a medias. ¡Qué digo a medias! No me dio tiempo ni a calentar. Insistí en el tema y follamos dos veces más. No estuve ni cerca del orgasmo. Me marché sin siquiera ducharme frustrada y enfadada.

Con el segundo no fue muy distinto. Me lo llevé a casa y lo tuve una hora sin dejar que me penetrara, no estaba dispuesta a quedarme a dos velas y lo obligué a pasar por todos los preliminares imaginables. Hasta me chupó los dedos de los pies. Cuando nos pusimos a follar duró mucho más que el anterior. He de alabar su resistencia. Nada más. Lo único que mi hizo sentir fueron cosquillas cuando lamió mis deditos. Lo eché de casa indignada. Pobre.

Así que llevaba cuatro días, desde que me había reincorporado, comportándome de forma huraña y arisca. Había llegado a la conclusión de que el problema era mío. Una de mis compis de fiesta se había acostado anteriormente con Óscar, mi segunda pareja, y no tenía queja, al contrario. Llevaba un par de días pensando en hacer algo que nunca se me hubiera ocurrido, pero había decido hacerlo hoy al terminar el turno. Entraría en el sex—shop que hay camino de casa y compraría algo para desahogarme. Si no lo conseguía de la manera tradicional recurriría a los chismes mecánicos, o eléctricos, o lo que fuera, lo cierto es que desconocía completamente el tema. Lo más que había visto en mis veinticuatro años era un consolador de látex que me enseño una amiga. Y ni siquiera vibraba.

Muerta de vergüenza, pero decidida a combatir la insensibilidad de mis partes más privadas, entré en la tienda. Aluciné cuando recorrí el local con la mirada. Esperaba un tugurio oscuro y un poco siniestro, en cambio descubrí un espacio bien iluminado, limpio y despejado. Infinidad de artículos atestaban varias estanterías, con carteles colgando del techo indicando las diferentes secciones : vibradores, arneses, lociones, bondage. ¡Parecía el supermercado de El Corte Inglés! Un poco aturullada por la cantidad de cosas que ver vagué entre los pasillos. Había demasiado oferta como para que yo, inexperta en el tema, pudiera decidir qué me convenía. Dispuesta a marcharme e investigar por internet para saber algo más antes de volver, fui abordada por una jovencita de apenas veinte años.

—Hola, soy Cris, ¿te puedo ayudar? ¿Necesitas que te recomiende algo?

La tal Cris parecía un angelito, delgadita, menuda y muy guapa. Estaba claro que me equivocaba con los estereotipos que tenía formados.

—Perdona, pero es que pareces algo despistada — insistió con una sonrisa —. ¿Eres novata en esto?

—Sí, eso parece — conseguí contestar.

—Vale, pues sígueme que te hago un tour, jajaja. No te preocupes que yo te ayudo.

Recorrí siguiendo sus pasos toda la tienda, ella iba indicándome lo que era cada cosa, para qué servía y cómo se usaba. Tenía un desparpajo admirable, incluso con los látigos y las fustas actuó con naturalidad, como si todas las mujeres debiesen tener varios en casa para ser fustigadas periódicamente.

—Bueno, ahora que tienes una idea general deja que te aconseje. Lo primero que necesitas es un consolador/vibrador — me mostró la estantería correspondiente —, no te fijes demasiado en el tamaño. Mira, empieza con este, además no es caro.

Me entregó una pequeña caja alargada, tras la cubierta transparente se apreciaba un consolador no muy grueso de unos quince centímetros.

—Tiene cinco velocidades y trae las pilas. ¿Quieres pinzas para pezones? No, creo que todavía es pronto para ti — ella me preguntaba y se contestaba sola —. Necesitas un huevo vibrador, tampoco son caros y le sacarás mucho partido. Toma coge este, puedes llevarlo horas puesto. Ten también una loción estimulante, te aplicas unas gotas donde ya sabes y verás qué diferencia. ¿Te atreves con un plug anal? — Pensé en el placer que había recibido con los dedos de Segis en mi culo y asentí tímidamente con la cabeza —. Así me gusta. Te doy este mediano, si luego te apetece ven a por uno más grande.

La seguí con las cajas apabullada por su charla incansable y su aparentemente inagotable conocimiento del tema.

—Yo creo que con esto de momento tienes todo lo necesario — me enseñó otra caja con un aparatito de forma extraña —. ¿No sabes lo que es? — Negué con la cabeza —. Es un Satisfyer de segunda generación. Es bastante caro, pero tendrás satisfacción garantizada. Yo le tengo que cambiar las pilas al mío tan a menudo que las he tenido que comprar recargables, jajaja.

Me reí con Cris sin saber de lo que estaba hablando. Nos dirigimos a la caja sin que parara de hablar.

—Verás como en un mes estás aquí otra vez buscando más juguetitos. Salvo que tengas novio, claro. En ese caso tardarás mes y medio, jajaja.

Estaba en el mostrador pagando cuando ocurrió lo impensable. Me puse roja de vergüenza hasta las raíces del pelo cuando vi a Segis que me miraba desde un pasillo. Pensando frenéticamente qué decirle me di cuenta de que me ignoró para seguir curioseando. Cuando terminé de pagar, recoger la bolsa y conseguir que Cris se callara por fin, salí del local por el pasillo más lejano a Segis agradeciendo interiormente su discreción. Desde luego era una persona en la que se podía confiar en cualquier circunstancia.

Cuando llegué a casa lo primero que hice fue guardar la bolsa del sex—shop en lo profundo del armario. Todavía estaba abochornada por haber comprado los “juguetitos”, como decía Cris, y encima haber sido pillada con las manos en la masa. Estaba cenando una ensalada frente al televisor cuando sonó el timbre. Me sorprendió porque no esperaba visitas. Por la mirilla vi a Segis esperando, en cualquier otra circunstancia me hubiera encantado verlo, pero justo hoy no era mi primera opción. Ruborizada abrí la puerta intentando mantener la sonrisa.

—Hola, Segis, me alegro de verte. Pasa — le acompañé al salón, cuando vi mi ensalada a medias le pregunté : ¿Has cenado?

—No, todavía no.

—Si te apetece ensalada he preparado de sobra.

—Vale, así como sano por una vez, jajaja.

Disfrutamos de la ensalada charlando de banalidades, habíamos compartido varios casos y teníamos confianza de sobra para estar cómodos. Estaba temiendo que sacar el tema del sex—shop, pero cuando lo mencionó me dejó sorprendida.

—Has hecho bien en no saludarme hoy — me dijo dejando el bol vacío sobre la mesa y recostándose en el sillón —. Estoy en medio de un caso e iba de incógnito. Estamos investigando una red de falsificadores y creemos que esa tienda está involucrada.

—¿Falsificadores de qué? — pregunté intrigada.

—Eso mismo dije yo cuando me lo contaron, jajaja. Por lo visto hay ciertas marcas de prestigio en el sector. Hacen productos caros y de buena calidad. Y como siempre, surgen oportunistas que fabrican imitaciones a mucho menor precio. Al parecer los compradores de estas cosas no suelen conocer los productos lo suficiente como para detectarlo y acaban pagando por el falso el precio del original.

—Nunca lo hubiera sospechado.

—Yo tampoco, jajaja. Fíjate, por lo visto sacaron hace relativamente poco un producto revolucionario. Algunos modelos cuestan más de cien euros, y están vendiendo a ese precio copias que traen a España por menos de veinticinco. Se llama Satisfyer, aunque supongo que tú no lo conocerás.

—Ni idea — mentí descaradamente apresurándome a recoger los platos para que no cantara mucho el rubor que me cubrió instantáneamente el rostro.

—¿Y qué tal vais con la investigación? — pregunte por cambiar de tema.

—Estancados, tenemos bastante información, pero estamos intentando infiltrar a alguien en una de las tiendas principales de la red para recabar todos los datos logísticos y de las personas que lo dirigen. Los productos vienen de China, y allí contamos con poca colaboración de su policía. Está tan extendido el negocio de las falsificaciones que no hacen nada para combatirlo.

—Espero que tengáis suerte, seguro que al final lo conseguís. ¿Quieres quedarte a ver una peli?

—No, te lo agradezco pero tengo una reunión a primera hora y llevo varios días durmiendo poco — se levantó para marcharse.

—Pues vete a descansar — le di dos besos y le acompañé al puerta —. Me he alegrado mucho de verte.

—Yo también, hacía ya unas semanas, aunque en mi caso te diré que te veo todas las noches antes de dormirme. Que duermas bien.

Segis se marchó y tardé un rato en entender lo que había dicho. Sonreí cuando recordé el cartel del club de striptease que me hicieron en un caso. Tenía curiosidad por verlo, había destruido uno y tenía otro en mi habitación, pero el suyo no lo conocía.

Estaba comentando un caso con Rafa, un compañero, cuando me llamaron al móvil. Me disculpé con Rafa y contesté a Segis.

—Hola Segis, ¿qué tal?

—Bien gracias. Escucha, quería comentarte un tema. ¿Tienes esta mañana un hueco para tomar un café?

—Claro.

Quedé con él a las doce y le esperé en la cafetería de enfrente de la comisaría. Llegó puntual con una sonrisa en su fea cara.

—Hola Marta, ¿has pedido ya?

—No, acabo de llegar.

—Pues espera.

Volvió en un par de minutos con mi café con leche y su café solo. Nada más sentarse fue directo al grano.

—Te dije ayer que necesitábamos infiltrar a alguien. ¿Te apuntas?

—Por supuesto — si había algo que me gustara de la profesión era el trabajo encubierto. La excitación y la adrenalina compensaban sobradamente el riesgo —. ¿Qué tengo que hacer?

—De momento entrar a trabajar en una de las tiendas y recabar información.

—¿Cuándo empiezo?

—Hay una empleada a la que podemos detener por ser inmigrante ilegal. Si mis superiores están de acuerdo mañana mismo organizo la detención. Supongo que enseguida buscarán reemplazarla. Ahí aprovechamos la oportunidad y te ofreces para el puesto.

—Parece fácil y rápido.

—En principio sí. Quizá deberías estudiar lo que puedas sobre los artículos que venden en los sex—shop.

—En cuanto acabe la jornada empezaré a buscar información en internet. Si dispongo de dos o tres días me dará tiempo a conocer todo lo que se vende.

—De acuerdo entonces. Mañana hablaré con mi jefe para que contacte con el tuyo y te transfiera a nuestro caso.

Al día siguiente acudí al despacho del comisario.

—Inspectora Martín, han solicitado su colaboración en el caso de la red de falsificadores — el comisario repasaba el expediente según hablábamos.

—Sí, ayer me lo explicó el agente Porras.

—El caso parece claro, no creo que se tarde mucho, pero ¿está usted de acuerdo en aceptar el trabajo que ofrecen?

—Claro, parece una buena forma de infiltrarse.

—Sí, eso lo veo, ¿pero no tiene reparos?

—No, comisario — ¿qué le pasaba? Otras veces había aceptado tapaderas peores, ahora sería una simple dependienta, aunque fuera en un sex—shop. Quizá mi superior fuera un poco chapado a la antigua.

—Alabo su compromiso. Desde ahora considere que está en el caso. Hable con Porras para que la ponga al día y empiece a prepararse. Yo me encargo de transferir sus casos actuales a sus compañeros. Eso es todo. Gracias inspectora.

—Gracias a usted, comisario.

Pensando en la extraña conversación me fui para casa a estudiar. Tenía mucho que aprender. Estuve todo el día visitando tiendas online empapándome de los productos que tendría que vender. Por suerte encontré algunas páginas en las que había videos demostrativos que me aclararon algunas cosas. Entrada ya la tarde, y un poquito excitada de ver los videos, decidí probar lo que había comprado.

Saqué del armario la bolsa del sex—shop y puse sobre la mesa todas las cosas. No me apetecía probar el consolador, así que empecé con el huevo. Me desnudé de cintura para abajo y, con un poquito de estimulación de mis dedos, me humedecí lo suficiente para metérmelo. El huevo entró profundo, colgando unos centímetros por fuera un cordón para sacarlo y encenderlo. Lo puse a velocidad media y respingué cuando empezó a vibrar en mi interior. Aguanté un par de minutos hasta que me acostumbré, recordé que Cris me dijo que se podía llevar durante horas y decidí dejarlo hasta que no pudiera más. El Satisfyer lo aparté para el final, sería como la culminación de la experiencia. El plug anal me costó mucho más metérmelo. Terminé lamiéndolo y escupiendo sobre él para poder introducirlo por mi culito. Iba a necesitar lubricante si lo usaba a menudo.

Con el cosquilleo constante en mi coñito me puse una bata y preparé la cena. Moverse por la cocina era toda una experiencia. Tenía que juntar los muslos para resistir la vibración del huevo y la agradable presión en mi ano. Tan abstraída estaba en mis sensaciones que cuando escuché el timbre de la puerta me di cuenta de que había sonado varias veces. Sin pensarlo del todo bien abrí la puerta y encontré a Segis cargado con dos bolsas.

—¿Hola Marta, puedo pasar? Traigo la cena.

—Claro, pasa — tuve que acceder. ¡No era el mejor momento!

Volví a dar un respingo cuando me dio dos besos, parece que los juguetitos me habían dejado muy sensible. En la cocina guardé lo que había sacado para mí y puse la comida china que trajo Segis en bandejas. Cargados con todo y nos fuimos al salón.

—Aaaaagggghhh — jadeé al sentarme. El plug me presionó intensamente dándome un escalofrío de placer.

—¿Estás bien, Marta? — Segis me miraba con preocupación.

—Sí, sí, no es nada. Cuéntame del caso.

Mientras cenábamos me contó las novedades. Esa misma noche iban a detener a la empleada, en un par de días podría solicitar el trabajo y, con suerte, estaría dentro.

—Te veo muy seguro de que me vayan a coger, imagino que habrá más candidatos al puesto.

—Oh, no creo que tengas problema, tú vístete sexy y verás cómo te cogen.

—No tengo tu fe, pero lo haré lo mejor que puedaaaaaaaa… — me había inclinado para coger la caja del pollo chop sueiy y al volver a sentarme volví a recibir un latigazo de placer.

—¿Seguro que estás bien?

—Que sí, que no es nada — me notaba cachonda y la humedad de mi vibrante coño ya escapaba por mis muslos. Resistí intentando permanecer impávida.

—¿Qué sabemos de la logística? En el expediente no dice nada — procuré mantenerme distraída para ignorar la calentura que me iba dominando.

—Es que no sabemos nada. Creemos que el gerente de la tienda puede ser el jefe de la red, pero salvo que los productos vienen de China no sabemos nada más. Estamos estancados, por eso es importante conseguir a alguien dentro.

—Claro lo entiendooooo … — Como siguiera así me iba a correr delante de Segis. La vibración que al principio era estimulante con el tiempo se iba convirtiendo en una tortura. Muy placentera, eso sí.

—Te encuentro rara, Marta.

—Está muy bueno el pollo — me recosté en el sillón decidida a estarme quieta, si me seguía moviendo en el asiento iba a empezar a correrme y a gemir como una perra.

—Sí, me gusta mucho este restaurante — Segis me miraba atentamente. Sabía que algo pasaba, pero no sabía el qué.

Me pasé una mano por la frente para secarme el sudor. Me notaba acalorada y seguro que estaba roja, hice un ímprobo esfuerzo para que nada de lo que sentía se reflejara en mi cara. Sacudí las solapas de la bata para darme aire y refrescarme un poco.

—¿Tienes calor? — preguntó Segis sin dejar de mirarme extrañado.

—Sí, de repente me encuentro caliente.

—Oye Marta, ¿qué tienes ahí?

Miré hacia abajo para ver a qué se refería y encontré la bata entreabierta. Al sacudirla antes se había aflojado el cinturón y mostraba el cordón rosa saliendo de mi húmedo coño. ¡Joder! Me había pillado. Me volví a recostar con los puños apretados, cada movimiento que hacía ahora incrementaba las sensaciones, estaba a un paso de correrme delante de mi compañero.

—¿Estás probando juguetes sexuales? — me dijo sorprendido.

—Mmmmmpppffff — contesté con la boca cerrada, si la abría escaparían los gemidos que estaba conteniendo.

—Pues por mí no te cortes, ya sé que lo haces por el trabajo. ¿Me harías un favorcito?

Para favores estaba yo en ese momento. Asentí de todos modos.

—Córrete y gime.

—Aaaagggghhhhhh … me corrooooo … aaaaahhhhhh

Apreté fuerte los muslos mientras el placer me recorría, arqueé la espalda disfrutando de mi merecido orgasmo después de tanto tiempo de contenerlo. Segis se levantó, me separó las piernas con sus fuertes manos y tiró bruscamente del cordón. El huevo salió zumbando como un abejorro de mi coño y sufrí un nuevo latigazo de placer.

—Síiiiii … aaaahhhh …

Mientras jadeaba muerta de gusto en el sillón, mi compañero observaba atentamente como disfrutaba y mi entrepierna se llenaba de fluidos. Tardé un par de minutos en recuperarme. Segis, muy amablemente, me cerró la bata cubriendo mi intimidad y me besó en la frente. Luego se volvió a sentar tranquilamente con el huevo en las manos, lo apagó y siguió dándome detalles del caso como si no hubiera pasado nada.

Tardó todavía veinte minutos en irse, se empeñó en ayudarme a recoger y tuve que seguir moviéndome por la casa con el plug insertado en mi culo. No lo había visto y no pensaba dejar que supiera que lo llevaba puesto. Cuando salió por fin me lo saqué, luego tuve que estrenar el consolador para calmar la calentura que volvía a sufrir. No estuvo mal, pero no era del todo satisfactorio.

Las cosas por una vez salieron como estaban planeadas. A los dos días apareció un cartel ofreciendo empleo en el sex—shop y acudí enseguida. Me fijé en el cartel antes de entrar : “Se necesita tester”. ¿Qué sería un tester? ¿Tendría que probar los artículos? No me parecía mal, no sería una gran sacrificio, jajaja. Estaba dispuesta a llevarme todos los días alguno y probarlos en casa. “Creo que me va a gustar el trabajo”, pensé.

Entré al sex—shop y no me chocó tanto como la primera vez que fui al de cerca de casa. Éste era más grande, pero estaba igual de bien organizado. Como Segis me recomendó, me había vestido de forma atractiva, llevaba un pantalón blanco de algodón que se ceñía a todas mis curvas y una camiseta ajustada de manga corta. También me había puesto tacones, lo pensé mucho porque sería agotador para trabajar, pero me hacían un culo estupendo y me acabé decidiendo por ellos. Me dirigí al mostrador donde una chica hablaba por el móvil. Me resultó familiar aunque no acabé de localizarla. Esperé un par de minutos a que colgara.

—Hola, guapa. ¿Qué puedo hacer por ti? — me dijo sonriente.

—Venía por lo del empleo.

—¿De verdad? — la chica me miró de arriba abajo, no sé por qué pero parecía extrañada.

—Sí, he visto el cartel en el escaparate y me interesa.

—Claro, claro, espera que aviso al dueño.

La chica se metió por uno de los tres pasillos que había en la pared del fondo y enseguida volvió acompañada por un hombre de unos treinta y cinco años, atractivo y en buena forma. Se acercó y me tendió la mano.

—Hola, soy Pedro Gómez, el propietario. Me ha dicho Teresa que te interesa el puesto de tester.

—Así es. Estoy en el paro y necesito trabajar.

—¿Sabes en qué consiste el puesto? — me recorrió con la mirada igual que había hecho antes Teresa.

—Bueno, no exactamente.

—Verás, la tester tiene que … espera, mejor vamos a mi despacho — acababan de entrar dos mujeres y un hombre que se pusieron a mirar las estanterías y a comentar entre risas lo que veían.

Le seguí hasta llegar al despacho donde me ofreció asiento y se sentó al otro lado de la mesa.

—Tu función sería la de ayudar a Teresa en la tienda y probar los productos.

—¿Qué tengo que hacer? ¿Llevármelos a casa y ver qué tal funcionan?

—No exactamente, aquí tenemos una sala especial para eso. Ven, mejor te lo enseño.

Me llevó por otro pasillo hasta la puerta del fondo. Me cedió amablemente el paso y al entrar vi una mesita baja rectangular y un amplio sofá pegado a la pared de la izquierda. En una estantería en la pared del fondo había un montón de productos, consoladores, lociones, lubricantes, huevos como el que tenía en casa … incluso arneses con vergas de látex y látigos. Toda la pared de la derecha era un enorme espejo.

—Esta es la sala de demostraciones, aquí es donde tendrás que probar los artículos e ir diciendo tus impresiones.

—¿A quién? — pregunté extrañada.

—Ven.

Salimos de la habitación y entramos en la siguiente. Varias sillas estaban dispuestas en fila orientadas a un gran cristal a través del que se veía perfectamente la sala de demostraciones.

—¿Aquí habrá gente? — pregunté desconcertada.

—Sí — afirmó Pedro.

—¿Mientras pruebo las cosas?

—Sí, de eso se trata. A los mejores clientes les entregamos unas tarjetas VIP como esta — me mostró una tarjeta negra con su nombre y el logo de la tienda —. Aparte de descuentos, ventas privadas y otras ventajas, les da derecho a que nuestra tester pruebe los artículos de su elección para ellos. Ellos miran desde aquí y, si aceptas el empleo, tú tendrás que irles comentando tus impresiones.

Me quedé patidifusa. Desde luego no era el trabajo sencillo que yo esperaba. Iba a rechazarlo, tendría que exhibirme delante de vete tú a saber cuánta gente, pero pensé en el caso. Estaban estancados y mi aportación podría resultar determinante.

—¿Los clientes no pueden entrar a la otra sala?

—No, está terminantemente prohibido. Hay un cerrojo en la puerta que puedes echar cuando quieras. Salvo que necesites la ayuda de Teresa nadie entrará a molestarte. También está prohibido que hagan fotos, se les retiran los móviles antes de entrar.

—No sé, no lo tengo claro — aunque ya había decidido aceptar, me hice la difícil por el bien de mi tapadera.

—Te enseño el resto, así te lo vas pensando.

Aparte de su despacho y las salas que conocía me mostró el almacén. Estaba muy ordenado. Por el tercer pasillo me llevó al sitio más curioso de la trastienda. Una habitación redonda con varios espejos en las paredes. En el centro había un enorme banco acolchado de forma cuadrada, de unos dos metros de lado.

—Los espejos que ves dan a las cabinas, antes se usaban para ver videos pornográficos. Con el boom del porno en internet tuvimos que reconvertirlas. Ahora hacemos ocasionalmente sexo en vivo. Ya no funcionan por monedas, claro. Ahora el cliente o la pareja paga por ver el espectáculo completo. Cuando tenemos suficientes solicitudes traemos profesionales y hacemos una sesión. Incluso algún cliente se ha ofrecido para hacer el amor con su pareja dejando que mire el que quiera.

—Ya veo. ¿Pero yo no tendría que hacer esto, no?

—No, salvo que quieras, claro. Pero no es tu trabajo.

—¿Cuál sería mi sueldo? — pregunté algo más tranquila.

—Dos mil euros netos al mes, más tres pagas extras.

—De acuerdo, acepto — Pedro estaba encantado, me dio la mano efusivamente.

—Bienvenida, estoy seguro de que lo harás muy bien. Con el cuerpo que tienes serás muy buena para el negocio.

—Gracias, ¿cuándo empiezo?

—Si quieres ahora mismo, así Teresa empieza a explicarte cómo funciona todo. Si no puedes hoy cuanto antes. Antes de ayer se fue la anterior tester y estamos cojos de personal.

—Puedo empezar ahora, no hay problema.

—Fenomenal, ven al despacho que te coja los datos para el contrato.

El día pasó rápido, creía que había aprendido un montón en internet, pero Teresa me demostró que no tenía ni idea. Me enseñó cómo funcionaba la caja y cómo buscar el stock en el ordenador, luego empezó con los productos. Me dejó apabullada. Su conocimiento era enciclopédico. Me recordó a Cris, me fijé bien y en realidad se parecían, las dos eran bonitas y menudas. Resultó que era su hermana. Nos reímos mucho cuando le conté sobre mi primera compra.

—Mañana trae falda corta, Marta — me dijo cerca de la hora de cerrar mientras reponíamos las estanterías, los clientes entraban con cuentagotas pero se vendía un montón —. Si tienes que probar un vibrador o algo parecido no necesitarás quitarte los pantalones.

—Cierto, no había caído.

—Y no vengas con tacones, por dios, que estamos todo el día de pie.

—Jajaja, es que hoy quería venir presentable.

—Con lo buena que estás necesitas poco, verás cuando se corra la voz. Tendremos a los VIP haciendo cola. Ta vas a hartar de probar juguetitos.

—¿Tú crees?

—Desde luego. Además, estoy deseando ayudarte con alguno — me tocó el culo descaradamente, cuando la fui a retirar se apartó riendo a carcajadas.

—Jajaja, no te preocupes, cariño. A mí me gustan los hombres y a Pedro también. Por cierto, te voy a confesar una cosa. Cuando entré aquí yo me encargaba de las demostraciones y Pedro me ayudó varias veces. Tiene unos dedos increíbles, pero ninguna vez se le puso dura, así que si alguna vez se ofrece a ayudarte ya sabes que no corres peligro.

—¿Tú hiciste mi trabajo? — pregunté curiosa.

—Claro, hace tres años.

—¿Puedo pedirte un consejo?

—Dispara.

—Verás, es que tengo un problema. Supongo que tendré que hacer como que me lo paso bien con los juguetes, pero soy muy mala fingiendo. Tuve que hacerlo hace poco y no soy nada creíble.

—Vaya, pues eso es un problema. Prueba con alguna loción estimulante. Te echas un par de gotas en el clítoris y no tendrás que fingir, pero te dejará cachonda un buen rato, jajaja.

—Lo intentaré con eso, gracias por el consejo.

—De nada, pero dátelo sin que te vean los clientes. También puedes usar las bolas chinas o el huevo vibrador, si lo tienes todo el día puesto estarás deseando que te hagan probar algo para poder desahogarte, jajaja.

—Parece que te sabes todas.

—Qué va, lo que pasa es que hay muchas opciones. Cuando las vayas conociendo mejor, verás que puedes disfrutar enormemente aunque estés tú sola. Aunque si es en compañía mola más.

Cuando terminamos de organizar todo para el día siguiente nos despedimos de Pedro y nos fuimos a casa. Llegué con los pies molidos. No había conseguido averiguar nada pero entraba dentro de lo normal. Necesitaría unos días para familiarizarme con todo antes de saber qué buscar. Era un error querer apresurar las cosas. En cuanto llegué a casa mandé el informe del día y luego me puse el pijama. Saqué los juguetitos sexuales y los repasé. Ya había probado el huevo, el plug y el consolador. Hoy podría probar la loción estimulante y el Satisfyer. Me acordé de la primera misión que llevé a cabo con Segis. Por circunstancias me sugirió que comprara un consolador y me dio tanto apuro que ni siquiera le contesté. No me atreví a pedirlo. ¡Quien me ha visto y quién me ve! Ahora tenía que convertirme en una experta del tema.

Con cuidado para no derramarlo me eché un par de gotas en la yema del dedo y me lo apliqué en la zona del clítoris bajo mis braguitas. Mientras esperaba que hiciera efecto me quedé mirando el plug, encogiendo los hombros y con un suspiro lo cogí y me lo puse después de lamerlo bien. Era una cosa que sin tenerme cachonda como el huevo, daba cierto gustito y me resultaba algo alocado y perverso. Cuando llamaron a la puerta recordé que Segis vendría todas las noches a repasar la jornada. “Sin problema, la loción no me ha hecho nada”, pensé.

Le abrí en pijama, aunque era de pantalón corto y finito no era provocativo. Nos sentamos en el salón y le conté mi jornada. Según le explicaba mis funciones en el sex—shop caí en la cuenta de algo.

—Oye, Segis, ¿tú sabías exactamente en qué consistía el puesto?

—Bueno … lo cierto es que sí sabía algo.

—¿Por qué no me lo dijiste? — le pregunté algo enfadada.

—El caso es que tú aceptaste tan pronto unirte al operativo que no quise disgustarte.

—¿Disgustarme? ¡Joder! Por eso el comisario estuvo tan raro. Todos lo sabíais pero ninguno fuisteis capaz de decirme nada — según se me iba calentando la cabeza también se calentaba otra parte de mi anatomía.

—Te pido disculpas, Marta, puede que no fuera todo lo claro al respecto de lo que debiera haber sido.

—¿Claro? Fuiste del todo oscuro — según me desahogaba con Segis apretaba los muslos para aliviar la comezón que me nacía en el clítoris. Lo sentía caliente y duro.

—Sí, tienes toda la razón. Reconozco que actué mal. Perdóname, por favor. No quiero que un error haga que pierdas la confianza en mí — se arrodilló ante mí en el suelo y cogió mis manos, tenía tal carita de pena que no tuve más remedio que perdonarle.

—Vale, Segis. Te perdono, pero otra vez no te guardes nada.

—Gracias, Marta. No volverá a pasar.

Volvió a sentarse y seguí contándole el día. El picor de mi clítoris subía y subía, yo frotaba los muslos intentando disimular.

—Marta, ¿te pasa algo?

—No, no, nada.

—Estás como ayer. ¿No estarás probando algo?

Me callé apretando firmemente los labios, si intentaba hablar gemiría como una perra en celo. Enrojecí con las manos en el regazo aguantando el picor que me estaba matando. Como no le contesté Segis insistió.

—¿Marta, estás bien?

—Síiiiiiiiiiii … ahhhhh … biéeeeeeennnn

Mis manos presionaban mi ingle mientras el calor aumentaba por toda mi vagina. Me levanté para ir al baño a terminar con mi sufrimiento, tropecé con la mesita y me quedé apoyada en ella con una mano. La otra la metí bajo mis braguitas y me froté furiosamente. Segis se levantó para ayudarme, le hice un gesto para que no se acercara y caí en el sillón. Abrí las piernas y, con las dos manos bajo mi ropa interior, me masturbé frenéticamente. Mis caderas subían y bajaban espasmódicamente. Cada vez que apoyaba el culo en el cojín, el plug de mi culo mandaba ráfagas de placer a mi ano y a mi sobreestimulado clítoris. Mis manos seguían intentando aliviar el picor, no es que me diera placer tocarme, ¡es que no podía estar sin hacerlo! A todo esto Segis me contemplaba con la boca abierta y los ojos como platos. La erección bajo su pantalón era notoria.

Me corrí tres veces antes de que mi calentura meguara. Por tres veces gemí como una perra para la satisfacción de mi compañero. Cuando el picor remitió y saqué las manos de mi entrepierna, el cojín, el pantalón y las bragas estaban empapados.

—Disculpa un momento, Segis, voy a cambiarme.

—Claro, sin problema.

Salí de nuevo avergonzada con otro pijama.

—Perdona mi curiosidad, Marta, pero ¿qué estabas probando?

—Una loción. Creo que debo ser alérgica o hipersensible o algo así. No me parece normal el efecto que ha tenido.

—Tienes razón, no ha sido normal.

Terminamos de hablar del caso y Segis se marchó. Antes de irse me dijo cariñoso :

—Si necesitas ayuda para probar algún juguetito no dudes en decírmelo. Estaré encantado de colaborar.

—Gracias, Segis, eres un cielo. Lo tendré en cuenta.

Me acosté pronto para estar fresca y descansada al día siguiente. Me llevé el satisfyer a la cama para probarlo. Cuando vi que lo que el aparatito hacía era succionar el clítoris lo dejé para otro día, ya lo tenía bastante trabajado para una noche.

El día siguiente fue fantástico hasta la una de la tarde. Me pasé la mañana asesorando a chicas, Teresa me dejaba a mí a las más jóvenes e inexpertas y ella se encargaba de las más maduras y de los hombres. Era francamente divertido lidiar con las jovencitas vergonzosas y azaradas. Me reía internamente recordando mi primera compra hacía tan solo unos días. Un par de veces pedí ayuda a Tere, por ejemplo cuando me pidieron juegos eróticos. Resulta que había un montón de juegos de mesa y cartas para disfrutar con la pareja o en grupo. A la una entró una señora que se dirigió directamente al mostrador y se dirigió a Teresa.

—¿Está Belinda?

—No, ya no trabaja aquí, señora.

—¿Y quién prueba ahora los juguetes?

—Espere que se la presento — Teresa me llamó y me presentó a la señora —. Marta, esta es la señora Peláez, si necesita que pruebes algo pasa a la sala y hazla una demostración.

—Por supuesto, encantada señora Peláez.

La tal señora, entrada en carnes y bien vestida, me miró con altivez, no parecía muy amable.

—Esta chica servirá. Necesito elegir un buen consolador anal. Lleva tres o cuatro para que pueda elegir —. Sin dudar se dirigió al pasillo de la sala de demostraciones.

—Te acompaño, Marta. Vamos y te digo lo que tienes que probar.

La seguí sin tener todas conmigo pero decidida a hacerlo bien. Una vez en la sala Teresa cogió de la mesita varios consoladores y los dejó en la mesita. Añadió también un tubo de lubricante.

—Empieza por el pequeño, cariño, luego vas usando los mayores. Cuanto más grande más tienes que decir que te gusta — me susurró —. El intercomunicador se enciende aquí — me señaló un botón verde de un aparatito que había junto a la puerta —, si lo pulsas se queda activado hasta que pulses el botón rojo. Ánimo.

Me dejó sola ante el peligro. Me bajé las braguitas y me quité la falda. Elegí el consolador más pequeño y le puse un chorro de lubricante, me iba a sentar cuando se oyó por un altavoz :

—Prueba los dos más grandes, los pequeños no me interesan.

Recogí el lubricante con los dedos y lo extendí en el segundo consolador más grande, era como el que tenía en casa, pero siendo para el ano me parecía bastante grande. Me senté y apoyé las piernas abiertas en la mesita, enseñando mi intimidad por completo. Con una mano me separé las nalgas y con la otra apunté el consolador directo a mi orificio anal. Tomé una respiración profunda y me lo metí poco a poco. Agradecí haber usado el plug anal los días anteriores porque la dilatación de mi agujerito fue grande; mayor y más dolorosa de lo que esperaba.

—Acelera, he quedado para comer — se oyó por el altavoz.

Me forcé un poco y fui bombeando el dildo, pronto el movimiento era más suave y pude profundizar más.

—Cuéntame.

—Ahora empiezo a disfrutar, señora, no está nada mal, quizá un poco duro para ser en esta parte.

—Muévelo más rápido.

Obedecí y aceleré el vaivén, saber que me estaban observando me quitaba toda la posible excitación que pudiera tener. Notaba el roce dentro de mi culo, pero no sentía nada.

—Aaaaahhhhh — gemí como pude — se va sintiendo mejor, no está nada mal.

—Cambia al más grande — me pidió la señora Pelaéz con la voz metálica que salía del altavoz.

Saqué el consolador y me metí el grande después de lubricarlo, a pesar de ser solo algo más grande se sentía como si fuera el doble o el triple de grueso. Los músculos de mi entrada (o salida) se estiraron dolorosamente. Haciendo un esfuerzo lo metí y saqué varias veces, consiguiendo hacerlo con fluidez.

—Ahhhh, mucho mejor, señora.

Continué como pude un par de minutos, gemía de vez en cuando, pero sin mucha credibilidad. Aguanté hasta que la señora me mandó parar. Me limpié y me vestí y salí de la sala. En el mostrador me esperaba Teresa con ella.

—No pareces haber disfrutado mucho — me dijo —.

—Marta todavía es un poco novata y no está acostumbrada a todo — acudió Teresa en mi ayuda —.

—Bueno, si le gustan grandes yo me llevaría los dos, es mejor y más seguro ir dilatando poco a poco — argumenté.

—¿Sabes qué? — dijo con indiferencia la señora —. Tienes razón. Teresa me llevo los dos más grandes.

Respiré aliviada y volví a la sala a lavar los consoladores. Cuando regresé a la tienda Teresa estaba esperándome.

—Estuve un ratito mirándote y tenías razón, finges fatal, jajaja.

—Creo que haré lo que me dijiste. Usaré el huevo, la loción mejor que no.

Le conté lo que me había pasado, estuvo de acuerdo conmigo en que tenía algún problema de hipersensibilidad a alguno de sus componentes.

—De todas formas esta tarde veré los componentes que lleva y buscaré por si hay alguno con distinta fórmula que te pueda servir.

Cuando volví por la tarde estuvo todo tranquilo, no fue sino hasta las siete que empezó a entrar gente. Yo me había metido el huevo nada más llegar en la vibración más baja y estaba cachonda perdida. Teresa se reía de mí cuando veía mi cara toda ruborizada. Dos mujeres de unos treinta y tantos pidieron una demostración y para allá que fui. Querían que usara unas balas vibradoras, y que probara cuántas podía tolerar. Antes de entrar me saqué el huevo en el baño y me limpié los fluidos que humedecían mi vagina.

—Cuando quieras, Marta — oí nada más entrar.

Preparé cinco de las balas en la mesita, eran parecidas al huevo que llevaba y, lubricada como estaba, no tuve problemas en meterme la primera en el coño. Seguí repitiendo la operación. Encendía el cacharrito y me lo metía profundizando con los dedos. Cuando llevaba tres no necesité fingir, con cuatro la sensación era abrumadora. Los gemidos se me escapaban involuntariamente. La quinta costó un poco más pero conseguí meterla también. Estaba reclinada en el sillón mostrando mi abarrotado coño al cristal separador. Recibía tanto placer que me iba a correr de un momento a otro.

—¿Qué tal es, Marta? Cuéntanos algo.

—Es laaaaaa … hostiaaaaa… me voy aaaaa correeeeer….. Aaaaaaaagggghhhhhhh … me corroooo…

—¿Qué es mejor, cuatro o cinco?

—Cincoooooooooo …

Cuando salí las chicas ya estaba pagando las balas. Se llevaron cinco cada una.

—Gracias, Marta, ha sido muy instructivo.

—Para mí ha sido un placer, jajaja.

Riéndose salieron encantadas de la tienda. Teresa me hizo un gesto de aprobación con la cabeza y seguimos atendiendo a los clientes. Ese día ya no tuve que hacer más demostraciones. Me limité a asesorar a las clientas jóvenes y a cobrarlas en la caja. Pasaron otro par de días, me sirvieron entre otras cosas, para conocer mejor los productos en cuanto a su embalado y etiquetado. De algunos, los más caros, parecía haber dos versiones, supuse que una era la original y otra la falsa. Reponiendo un día me fijé en que Teresa sacaba una caja grande en la que dentro estaban mezclados varios productos de ese tipo. Tenía una pista, ahora era cuestión de seguirla a ver dónde conducía. La pregunté haciéndome la despistada y me contestó que había dos fábricas, por eso el producto no siempre era exactamente igual.

Por lo demás el trato con los clientes era, en general, muy divertido. Normalmente actuaban con timidez, pero había algunas clientas que sabían perfectamente lo que querían y me explicaban cómo y por qué lo usaban, parecía que tuvieran un posgrado en juguetes sexuales. Poco a poco empezó a venir más gente a que hiciera demostraciones. Como ya siempre llevaba el huevo vibrador en mi coñito estaba todo el día cachonda y acudía encantada a la sala de pruebas. Allí conseguía correrme como una perra, al terminar volvía a introducirme el huevo y vuelta a empezar. Me hicieron probar de todo, desde consoladores hasta el famoso satisfyer, con el que flipé. Pensar que tenía uno en casa y no lo había estrenado... También tuve que probarme lencería erótica. Me había acostumbrado a exhibir mi cuerpo desnudo y mis orificios ocupados por todo tipo de artilugios, pero posar con lencería transparente, o que mostraba lo que debería tapar me hacía sentir un poco puta. Era una sensación ambivalente, por un lado me parecía algo degradante, por otro me resultaba estimulante. Me encantaba.

Por si esto fuera poco, no era capaz de dormirme por la noche sin masturbarme. Mi cuerpo no se agotaba con los orgasmos durante el día, sino que me pedía más. En cuanto llegaba a casa me ponía el plug anal, había comprado uno un poco más grande y lo usaba ya con tanta naturalidad como si fueran unos pendientes o una pulsera. Me gustaba la sensación de tenerlo llenando mi culito, frotando mis terminaciones nerviosas según me movía por la casa. Luego llegaba Segis y le informaba de los progresos del caso. Cuando me acostaba tenía que masturbarme varias veces para conciliar el sueño. Iba a necesitar pilas nuevas para el satisfyer muy pronto.

En la tienda pude descubrir un patrón, la primera vez no lo detecté, pero sí a la segunda. Los lunes Pedro cargaba el maletero y el asiento de atrás de su coche y se iba a repartir a sus otras tiendas. El material que se llevaba no lo había traído ninguna agencia de transporte, el lunes aparecía en el almacén sin que yo supiera cómo había llegado. Supuse que lo habrían traído el domingo. Entre eso y que los productos que se llevaba eran todos falsos, pensé que había encontrado el sistema de distribución. Ahora solo faltaba llegar al origen. Ese mismo día llamé a Segis y comí con él para informarle del descubrimiento. Acordamos vigilar la tienda el domingo siguiente. Si surgía la oportunidad pondrían un dispositivo de rastreo en el vehículo que usaran y, con suerte, encontraríamos el almacén de origen de la mercancía. Eso significaba que tendría que quedarme al menos otra semana en el sex—shop, hasta comprobar a dónde nos llevaba la nueva información.

Yo me encontraba en mi salsa en la tienda, me encantaba el trabajo y Teresa era una compañera divertida y agradable. Tenía la seguridad de que estaba en el ajo de las falsificaciones y me apenaría si al final formulaban cargos contra ella.

En cuanto al día a día, empezaba a preocuparme, sentía un deseo sexual algo fuera de lo normal. Gran parte de culpa la tenía el que se había corrido la voz de que una chica con cuerpo estupendo, o sea yo, hacía las demostraciones, y prácticamente me pasaba el día en la sala de los orgasmos, como había empezado a llamarla. Era raro que llegara a casa por la noche y no me hubiera corrido ya ocho o diez veces esa jornada. Al menos había prescindido de mis masturbaciones nocturnas.

El miércoles llegó un nuevo producto y Teresa se empeñó en que lo utilizara en vez del huevo que llevaba. Era similar al huevo pero doble. Cedí y lo probé, me introduje un extremo en la vagina y el otro en el culito y lo encendí al mínimo de vibración. Tardé menos de tres minutos en declararlo mi juguete preferido de toda la tienda. Ese día me corría cada media hora o así sin necesidad de nada más. Teresa se descojonaba de mí cuando me veía agarrada a alguna estantería con los ojos cerrados y la respiración jadeante.

El jueves Pedro nos llamó al despacho a Teresa y a mí.

—Chicas, mañana viene el Sr. López, tú ya le conoces, Teresa. Es nuestro mejor cliente con diferencia. Posee una cadena de clubs y viene cada cuatro o cinco meses para una demostración de todas las novedades. ¿Podéis quedaros un par de horas después de cerrar?

Las dos contestamos afirmativamente y volvimos a nuestro trabajo. Intrigado le pregunté por él a Teresa.

—Es dueño de varios clubs de intercambios y de sado. No te preocupes que es muy correcto y educado. Y muy guapo, jajaja. Pero prepárate, tendrás que probar casi todo lo de la tienda, yo estaré contigo para irte guiando. Hay que hacer todo lo que diga, luego nos dará una lista de lo que quiere y, si le gusta cómo lo haces, una buena propina. La última vez se gastó más de ocho mil euros.

—¡Carai! Espero que no use todo de una vez.

—Jajaja, no tranquila, esa serás tú, jajaja.

Y llegó el viernes por la noche, esa tarde me había limitado a usar el huevo de siempre, me mantendría a tono y no me agotaría como hacía el doble. Pedro cerró a última hora y esperamos al cliente, que llegó puntualmente. Era un hombre de treinta y pocos, muy guapo y con un traje que le sentaba estupendamente. Cuando supo que yo haría la demostración me sonrió con calidez.

—Hola Marta, encantado de conocerte. Quiero que pruebes todo lo nuevo, también necesito que alguien pruebe contigo los látigos y me cuentes la sensación que produce cada uno. No finjas, por favor. Prefiero una valoración sincera. Si producen placer quiero saber cuánto, si no también. Cuando termines espero que me des más detalles de cada cosa.

Un poco asustada por tener que recibir latigazos, ya que nunca lo había hecho y me daba miedo, seguí a Teresa que me metió en el baño.

—Escucha, Marta. No caí en decírtelo. Yo te pegaré con los látigos, pero no te preocupes que no lo haré fuerte. Los dejaremos para cuando estés más excitada, así prácticamente no te dolerá.

—¿Seguro que no me va a doler?

—Seguro, los que vendemos aquí son bastante suaves. Los que usan los sádicos de verdad no los tenemos. Así que tranquila. Venga, desnúdate completamente y te espero en la sala.

Tuve que recorrer desnuda el tramo de pasillo que iba del baño a la sala, a pesar de que tanto Teresa como Pedro habían visto todas mis intimidades me dio cierto apuro. Llegué ruborizada de vergüenza. Cuando vi todo lo que Teresa había preparado sobre la mesita me quedé impactada. Había de todo y todo acabaría apretando, frotando, golpeando o entrando en mi cuerpo. Por primera vez dejaron las puertas abiertas de las salas y el espejo, al estar encendida la luz del otro lado, se habían convertido en un cristal casi transparente. Tras él se veía a Pedro y al Sr. López con una carpeta y un bolígrafo en la mano.

Aguardé de pie a que Teresa empezara a pasarme artículos. Lo primero que mostré fue la lencería, me la ponía daba un par de vueltas y cambiaba de conjunto. Con alguno me pidió el cliente que abriera las piernas o me inclinara para ver cuán reveladores eran. Todo fue de forma profesional. Luego me pasó unas balas vibradoras nuevas, mucho más blandas y flexibles que las clásicas. Observé que Pedro decía algo al cliente y este tomaba notas. Me senté al borde del sillón y me introduje dos en la vagina. Como acababa de quitarme mi huevo, inmediatamente recibí sensaciones placenteras. Comenté mis impresiones y me las saqué. A continuación probé un vibrador tipo conejito, éste llevaba un apéndice para estimular el clítoris y era sumergible. Me gustó y así lo dije, alabando la flexibilidad y el agarre. Se me escapó un gemido cuando me lo saqué.

A continuación Teresa me abrió las piernas y me introdujo unas bolas chinas en el coño. Eran en formato rígido y no muy grandes. La gracia del asunto era meterlas y sacarlas lentamente como si estuviera follando. Cada vez que una de la tres bolas entraba sentía un ramalazo de placer, que se hacía más intenso cuando las sacaba. Inclinada sobre mí me folló un rato con ellas.

—Voy a insultarte, no te lo tomes a mal, pero hay que dar espectáculo — me susurró al oído.

—¿Te gusta, zorrita?

—Sí, son geniales — jadeé.

—¿Te gusta que te folle con ellas?

—Sí, al meterlas es genial, pero al sacarlas es todavía mejor, aaaaahhhhh

Terminó cuando estaba a punto de correrme, respiré profundamente esperando el siguiente artilugio. Probamos otros cuatro o cinco y no pude correrme, cosa que estaba deseando. Lo conseguí cuando usó un masajeador de clítoris, estaba rodeado de pelitos de silicona y aparte del clítoris masajeó los alrededores.

—¿Cómo es, putita? ¿A que te gusta?

—Síiiiiii… es increíble... me corrooooo…

—Así me gusta, córrete como la puta que eres.

—Aaaaaahhhhh…

Me corrí frente a la lujuriosa mirada de Teresa y a las indiferentes de Pedro y el cliente. Pude notar que mi compañera disfrutaba algo más de la cuenta, y un par de veces vi malicia en su mirada.  Sin dejarme descansar Teresa me introdujo un vibrador punto G. Era un consolador curvado de forma extraña. En cuanto lo tuve dentro me sorprendió un subidón de placer. Volví a correrme sin remedio.

—Así, zorrita, así.

No pude valorar ninguno de los aparatos posteriores cuando los estaba usando. Mi compañera paraba unos momentos después de cada prueba para que diera mi opinión, porque normalmente me estaba corriendo cuando los utilizaba. El último cachivache fue mi favorito. Yo misma me introduje mi huevo doble y, entre gemidos, alabé el resultado. Sin sacármelo Teresa me obligó a levantarme y reclinarme sobre el respaldo del sofá. Sin tiempo para prepararme me dio un latigazo en el trasero. No pude ver el tipo de látigo, pero sé que me dolió. Continuó golpeándome de forma rítmica y pausada.

—¿Te duele, putita?

—Sí, no, no sé — era cierto, los primeros golpes me dolieron mucho , luego el dolor se fue difuminando y convirtiendo en placer.

—¿Te duele o te gusta?

—Las dos cosas.

—Pues no voy a para hasta que te decidas, pedazo de puta.

—Aaaayyy, me gusta, me gusta.

Probó cuatro látigos diferentes conmigo, dos en el culo, uno en la espalda y el último en mis pechos. Con este fue cuando me subió a tope la vibración del huevo doble y cada golpe se convirtió en una descarga de placer. Me corrí gritando como la zorra que parecía que era.

Eso fue lo último. El cliente entró para examinar las marcas que me habían dejado los látigos y luego me dejaron sola un rato. Me dejé caer despatarrada en el sofá, con el cuerpo cubierto de sudor, débil y con las piernas abiertas. Tanto mi coño como mis muslos estaban húmedos de mis propios flujos. Estuve recuperándome con una sonrisa desmayada en la cara hasta que vino Teresa con una botellita de agua y me acompañó al baño para que me limpiara y vistiera. Me abrazó y besó, algo que agradecí enormemente. Me encontraba exhausta y vacía y me vino muy bien el cariño.

En el despacho me esperaban Pedro y el Sr. López. Me extendí en detalles sobre cada artículo y, cuando terminé, me pude ir a casa.

Esa noche prácticamente eché en cinco minutos a Segis y luego dormí profundamente.

El sábado fue un día completamente normal, atendí clientes, demostré productos, lo habitual, vaya. Cuando llegué a casa solo me había corrido ocho o nueve veces. Invité a Segis a cenar, me sorprendió un poco el interés que tenía en que le explicara con detenimiento lo que había probado. Me aclaró que era para el informe, desde luego era un detallista.

El domingo me limité a permanecer en casa disponible en el móvil por si me necesitaban. A mediodía se presentó Segis a darme el informe. Habían encontrado el almacén central. Consiguieron una orden de registro y encontraron toda la documentación de la red de falsificación. Detuvieron a los implicados más importantes y requisaron la mercancía. Le pregunté por Teresa, al parecer no aparecía en ningún papel, sabía de las falsificaciones, pero no se había lucrado con ellas. Segis se fue a comisaría a empezar con el papeleo, por eso me sorprendió cuando volvió por la noche acarreando una caja bastante grande.

—¿No será eso la cena? Jajaja — le dije al verlo maniobrar por la puerta para meter la caja.

—No, es un regalo.

—¿Para mí?

—Para ti, Marta. Como te has aficionado a estas cosas he hecho una selección y te he traído lo que he podido, no sé si he acertado, ya me contarás.

Intrigada abrí la caja. Estaba llena de juguetitos del sex—shop. Miré a Segis sorprendida, no me lo esperaba para nada.

—Todos originales, las copias se necesitan como pruebas, pero estos no los necesitamos.

Revolví dentro de la caja, habría treinta o cuarenta cosas. Encontré una conocida y la saqué.

—¿Sabes que llevo uno como este ahora mismo? — le dije mostrándole un plug anal. La cara que puso era para grabarla — ¿Tú no te has cogido nada?

—Solo una crema alargadora del pene.

Me quedé patidifusa, Segis tenía un pene monstruoso. Él me miró muy serio con su fea cara hasta que le empezaron a temblar las comisuras de los labios. Nos carcajeamos los dos a la vez.

Antes de irse me hizo una pregunta.

—Oye Marta, ¿algún día me harías una demostración de los productos? Soy un completo ignorante y por si me hiciera falta en algún otro caso me gustaría saber más del tema.

—Claro, si es por aumentar tu formación siempre estoy dispuesta, pero déjame descansar unos días, estoy saturada de juguetitos.

—Trato hecho, ya me dirás cuándo te viene bien.