La inspectora 04. Viaje a París.

Serie de relatos sobre la vida de la inspectora Martín. Situaciones absurdas, surrealistas (en uno sale un pulpo) y con mucho morbo.

—Inspectora Martín, a mi despacho — dijo el comisario.

Me senté tranquila, ya no me impresionaba acudir al despacho del jefe. Estaba ilusionada, eso sí, podía ser una nueva misión y lo estaba deseando.

—Inspectora, han detenido en Francia a Luis Gómez. Es uno de los cabecillas del tráfico de bebés que usted ayudó a desarticular. Tiene que ir a recogerlo en París y traerlo aquí. Será juzgado en España.

—¿Cuándo salgo y quién me acompaña? — sabía que a los detenidos se les trasladaba bajo custodia de dos agentes.

—Mañana, pasarán la noche en París y al día siguiente recogerán al detenido a las 9:00. Aquí tiene todos los detalles, billetes y reservas de hotel — me acercó una carpeta —. Creo que eso es todo. Asegúrese de que no haya ningún problema.

Volviendo a mi mesa caí en que no me había dicho quién sería mi pareja. Busqué en la carpeta hasta encontrar los billetes. “Segismundo Porras”. Una sonrisa asomó a mis labios cuando leí su nombre. Me gustaba que fuera él. Era divertido, buen compañero y muy de fiar.

Pasé el día terminando informes y pasando el trabajo inaplazable a otros compañeros, que bromeaban con envidia por mi viaje a París.

Caminaba camino de casa pensando en preparar la maleta cuando sonó el móvil.

—¿Marta? Soy Segis, voy para tu casa.

—Vale, yo llego en cinco minutos.

Me extrañó que viniera, apenas había estado un par de veces en casa, pero me alegró saber que volvería a verle.

Estaba metiendo un traje formal en la maleta cuando llegó Segis.

—Hola Marta — me dio dos besos —, estoy encantado con ir a París, no lo conozco.

—Pasa, ¿quieres algo de beber?

—No, gracias.

—Yo estuve tres días cuando era pequeña, la recuerdo como una ciudad preciosa. Acompáñame que estoy haciendo la maleta.

Pasó conmigo a la habitación mientras hablábamos de la suerte que habíamos tenido con esta asignación. Noté que llevaba un rato hablando yo sola y le miré extrañada.

—Eh, despierta — se había quedado absorto contemplando el cartel que me hicieron en el club de striptease. Lo observé yo también. Era vertical y alargado, aparecía yo a tamaño natural vestida únicamente con tanga y sujetador de cuero rojo. Estaba con el cuerpo de perfil, la cara vuelta con una sonrisa a la cámara y sacando ligeramente el culo. Me había gustado tanto que cuando Segis lo escamoteó del club y me lo regaló lo colgué en la pared de mi dormitorio.

—Ah … sí … perdona, Marta. No recordaba tu cartel, creo que me gusta más que el mío.

—Jajaja, si quieres te lo cambio — Segis se había quedado el otro que quedó cuando quemé “accidentalmente” el que los chicos de la comisaría habían expuesto allí.

—Me gustaría, pero un poco más adelante, todavía no me canso de mirarlo.

—Jajaja, pero si me ves en persona cuando quieres.

—Ya, pero no es lo mismo — en eso tenía razón. Yo no iba con ropa interior de cuero mostrándome por ahí.

—Como parece que te gusta mucho si quieres mañana podemos ir a cenar al Moulin Rouge. Así te hartarás de ver chicas jóvenes con poca ropa.

—¿De verdad? ¿No te importa? — se le había iluminado la cara, lo había dicho en broma pero al ver la ilusión que le hacía no pude defraudarlo.

—Claro que no me importa. Intenta reservar por internet, quizá no haya mesas disponibles.

Ni me contestó. Se sentó en el salón y estuvo un rato tecleando frenéticamente en el móvil. No quise distraerlo, terminé de hacer la maleta y supe que lo había conseguido cuando exclamó :

—¡Yupi! Tenemos reserva para dos mañana a las siete. No estamos muy cerca del escenario pero tampoco demasiado lejos. Gracias por esto, Marta.

—No me des las gracias, a mí también me apetece. Ya sabes que soy casi del ramo, jajaja — tuve que hacer striptease en una misión y me había enseñado una antigua bailarina —. ¿Cuánto es mi parte?

—Nada, yo te invito.

—Genial, pero no creo que haya sido barato. Tendré que compensarte, ya se nos ocurrirá algo en París. Lástima que no tengamos mucho tiempo y no podamos visitar nada, las colas siempre son enormes —. No sé por qué, pero hice una extraña asociación de ideas y recordé lo enorme que era la cola de Segis. Nunca había visto un pene tan grande. Me sonrojé y cambié de tema.

—¿Me recoges mañana para ir al aeropuerto?

—Claro, ¿cómo es que tú no tienes coche todavía?

—Porque te tengo a ti, jajaja. No, en serio, he echado cuentas y con lo poco que viajo no me merece la pena. Entre el coche, el seguro, garaje, mantenimiento y demás me sale más barato ir en taxi a todas partes.

Estuvimos un rato más charlando hasta que Segis se fue a preparar su maleta.

En el aeropuerto de Madrid no tuvimos problemas, tras los muchos controles de seguridad embarcamos y aterrizamos en París a las dos horas. Como ambos llevábamos únicamente equipaje de mano y no tuvimos que esperar a que salieran las maletas pasamos directamente a control de equipajes. Un hombre negro y enorme, me hizo gestos para que abriera mi maleta. Mientras la revisaba le observé, era musculoso y delgado, realmente atractivo. Terminó de examinar mis cosas y me miró fijamente.

—Venga conmigo — me dijo indicando con un gesto que le siguiera. Se dirigía a mí en inglés, por lo que no tuve problemas en entenderle.

Extrañada le seguí, Segis nos observaba atentamente mientras revisaban su equipaje. Pasamos por varios estrechos pasillos hasta llegar a una sala pequeña, donde esperaba otro hombre, menudo y flaco.

—Tenemos un chivatazo de tráfico de sustancias — me dijo amablemente el alto —, por favor, desnúdese para un registro completo.

—Mire, soy inspectora de policía, no creo que esto sea necesario.

—Eso da igual, tenemos que cumplir con nuestro trabajo.

—En ese caso exijo que me registre una mujer.

—Como quiera, pero tendrá que esperar cuatro o cinco horas a que se incorpore alguna. Con las fiestas en París estamos faltos de personal.

Lo pensé unos momentos, no me apetecía que me registraran esos dos tipos, pero menos me apetecía pasarme todo el día en el aeropuerto. Suspiré y me quité la chaqueta.

—De acuerdo, hagámoslo rápido.

Me desabotoné la blusa dejándola sobre una pequeña mesa y me giré para que vieran que no llevaba nada. El alto y el bajo me examinaron ávidamente.

—Quítese también los pantalones, por favor.

Resignada obedecí. Con solo los calcetines y la ropa interior puesta aguanté que los agentes del aeropuerto me rodearan examinándome. El que tenía a la espalda, el bajito, me desabrochó el sujetador antes siquiera de me diera cuenta y mis tetas quedaron expuestas. Protesté cubriéndomelas para sentir que mis braguitas eran bajadas a lo largo de mis piernas.

—Hemos de hacer un registro completo, disculpe los inconvenientes — me dijo el alto.

Había ocurrido todo tan rápido que no sabía muy bien cómo, pero estaba completamente desnuda delante de los dos individuos. Mientras el alto revisaba mi sujetador el otro me palpaba las tetas, simulando buscar algo escondido. Yo intentaba deshacerme de sus pegajosas manos, para sentir como el otro me tocaba ahora en la entrepierna. Tenía cuatro manos sobre mi cuerpo, por un momento me vino a la cabeza Octo, el pulpo del zoo. El recuerdo del pulpo y lo que mi hizo en la bañera hizo que por un momento bajara la guardia, dejé que me manosearan a su antojo y, cuando quise recuperarme, ya eran dueños de mi cuerpo. El bajito desde atrás manoseaba mis tetas y estiraba mis pezones, el negro alto se encargaba de mi coñito. Con una habilidad y suavidad insospechadas para unas manos tan grandes acariciaba mis labios vaginales introduciéndose cada vez más adentro. Yo intentaba resistirme, aunque abrí más las piernas cuando me empujó una de ellas con la mano libre. Estuvieron bastante rato “registrándome”. Gemía bajito sin poderlo evitar bajo sus hábiles caricias. El negro por fin sacó los dedos con los que me había estado follando el coño y respiré aliviada, para acto seguido envararme al verle abrirse la bragueta.

—¡No! — exclamé.

En ese justo momento la puerta de la sala se abrió bruscamente y Segis entró seguido por una mujer policía. Segis apartó violentamente a los dos tipos y me cubrió con la ropa que recogió de la mesa. Me vestí tan rápido como pude oyendo a la policía cómo abroncaba a los abochornados tipejos, que no osaban levantar la mirada del suelo. Todo terminó con profusas disculpas de la mujer y la promesa de que los dos agentes serían expulsados. Ni Segis ni yo comentamos nada del tema, cogimos un taxi y le dimos la dirección del hotel.

En el hotel nos encontramos con otra sorpresa. Nuestra reserva era de una sola habitación. Discutí con el recepcionista, pero por lo visto se celebraba el torneo de Roland—Garros y estaba todo ocupado, al no tener ninguna otra habitación libre no lo pudieron solucionar. Acepté finalmente compartir habitación con Segis y subimos en el ascenso con nuestras maletas.

—Espero que no te importe, Marta. Si vas a sentirte incómoda puedo buscar otro hotel — me dijo amablemente.

—No te preocupes, hay confianza de sobra. No es ningún problema.

—Genial, no se me da bien el francés y no me apetecía ahora buscar hotel.

—Ya te digo que no hay problema.

Mi serena aceptación de las circunstancias se desvaneció cuando entramos a la habitación y vi que solo había una cama. No sé por qué había pensado que habría dos camas y por eso no tenía mayor inconveniente, pero al ver la cama de matrimonio me llevé una sorpresa. En todo caso ya era tarde para cambiar de opinión, así que me callé y decidí no decir ni pío. Otra sorpresa que me llevé fue al ver el baño. Era un hotel moderno y a algún iluminado se le había ocurrido hacer las paredes del baño de cristal, el inodoro estaba tras una pared, como dios manda, pero la ducha era totalmente visible desde la habitación. Muy bonito sí, pero realmente poco práctico en nuestro caso.

Segis miró la cama y el baño y le corté cuando fue a decirme algo.

—Estoy cansada y no me apetece buscar otra cosa. Si tú no tienes problema yo tampoco.

—Vale, de todas formas es solo una noche.

—¿Qué te parece si nos duchamos y nos damos una vuelta antes de la cena?

—Eh … ¿tú crees? — Segis estaba indeciso y no me miraba a la cara.

—Jajaja, tranquilo Segis, nos duchamos por turnos. Baja un rato y sube en veinte minutos. Luego yo espero a que tú estés listo.

—Ah, vale.

Con cara de desilusión salió de la habitación. Me apresuré y estuve preparada enseguida, sonriendo al recordar la carita de pena que se le quedó a mi compañero. Cuando volvió le dejé libre la habitación para que tuviera intimidad. Recorrimos las calles de París como dos turistas cualquiera, señalándonos las cosas reseñables que veíamos y tomando un café carísimo en una coqueta terraza. A lo lejos se veía la torre Eiffel, no nos daba tiempo a visitarla pero era bonito tenerla allí cerca después de toda la vida viéndola en fotos y películas. Pensé que cualquiera que nos viera pensaría que éramos pareja, disfrutando de un paseo romántico por París. La ciudad era maravillosa, con anchas avenidas flanqueadas por edificios preciosos, le dije a Segis que no necesitábamos entrar en ningún monumento, que solo con recorrer las calles y disfrutar de su belleza el viaje había valido la pena. Segis coincidió con mi apreciación, se le veía encantado.

Llegamos al Moulin Rouge un poco antes de las siete, cansados de tanto andar. Suspiré aliviada cuando una bonita mujer nos acompañó a nuestra mesa y pudimos sentarnos. Cenamos tranquilamente acompañados por una suave música, la comida francesa es estupenda, y el vino más todavía. Poco antes de que empezara el espectáculo, recogieron la mesa y nos dejaron una botella de champán en una cubitera.

El espectáculo fue increíble, participaban un montón de bailarines y bailarinas, todos guapísimos y con un cuerpazo impresionante. Cantaban y bailaban enseñando toda la piel posible. Cuando vi moverse a las chicas me di cuenta de lo mal que lo hice yo cuando tuve que hacerlo en el club. Esto era otra cosa, desprendían sensualidad y vitalidad por los cuatro costados. Segis contemplaba hipnotizado el espectáculo, ni siquiera bebía champán. Yo no tengo mucha costumbre de beber, pero la noche invitado a ello y me terminé casi toda la botella. Cuando salimos fuimos caminando al hotel, era un largo paseo que nos permitiría disfrutar de la noche de París antes de volver al día siguiente a casa. Además, me vino muy bien para despejarme un poco del mareo del champán. Me agarré del brazo de Segis y escuché sonriente durante todo el camino su fascinada y detallada valoración de cada parte del espectáculo. Creo que se había enamorado de todas las bailarinas, jajaja.

Cuando subimos a la habitación, le hice darse la vuelta, no me molesté en cambiarme en el baño, ya que era transparente. Me puse el pijama y me metí en la cama, luego me volví para que pudiera cambiarse él. Cuando se metió a mi lado me puse boca arriba y todavía estuvimos charlando y comentando la actuación.

—Tengo sueño, me voy a dormir — le dije bostezando —. Hasta mañana, Segis.

—Que descanses, Marta.

Me giré dándole la espalda y cerré los ojos. Estaba exhausta pero no conseguía dormirme, Segis no hacía más que dar vueltas en la cama. Después de largo rato le pregunté :

—¿Estás despierto?

—Sí.

—¿Qué te pasa que no te duermes?

—Eh… nada.

—Algo te pasará, con tanta vuelta no puedo conciliar el sueño.

—Nada, de verdad.

—Vale, pues duérmete.

Estuvo un rato inmóvil y, justo cuando me quedaba frita, volvió a removerse inquieto. Molesta me incorporé sobre un codo y le miré.

—¿Me quieres decir qué te pasa? ¿Es la almohada, el colchón? ¿Qué?

—Que no me pasa nada — musitó mintiendo claramente.

—Dímelo ahora mismo o te vas de la habitación — dije enfadada.

—Me da vergüenza.

—Somos compañeros y me has visto desnuda, ¿ahora te va a dar vergüenza? Dímelo.

Segis cerró los ojos y se destapó. Mi mirada se vio atraída inmediatamente por la enorme erección que presionaba su pantalón. Parecía que fuera a atravesar la tela. Era como un monstruo amenazando con escapar de su prisión y comerse a todo el que encontrara.

—Ah… ya veo, las bailarinas ¿verdad? jajaja. ¿Por qué no vas al baño y te alivias eso?

—La pared es transparente, me da vergüenza.

—Tienes razón, ¿sabes qué? Hazlo aquí. Yo me vuelvo y te dejo a tu aire.

—¿Cómo voy a hacerlo contigo al lado?

—Mejor eso que estar toda la noche sin dormir, además, como no lo soluciones mañana vas a estar dolorido. Así que venga, ponte a ello y haz como si yo no estuviera.

Volví a darle la espalda y cerré los ojos. Oí como se bajó los pantalones y luego el rítmico movimiento de su mano. A los quince minutos salté :

—¿Pero cuánto tiempo necesitas? ¿Los hombres no hacéis eso en un momento?

—Normalmente sí — dijo avergonzado —, pero contigo aquí no me concentro. Te respeto mucho y no puedo dejarme llevar.

—Pues tenemos un problema. ¿Hay alguna forma en que pueda ayudarte?

—Como no quieras hacerlo tú, no creo que lo consiga.

Creo que lo dijo en broma, pero quería dormir y teníamos que solucionarlo rápido. Además me consideraba responsable de su falta de intimidad por haber insistido en compartir la habitación.

—Tienes razón, será lo mejor — abrió los ojos como platos —. Lo haré por un compañero. No te confundas.

—No, no — contestó raudo —. Gracias.

—Ponte mirando para allá.

Segis se giró y me pegué a él. Mis pechos presionaron su espalda y mi mano bajó por su considerable barriga hasta llegar a su enorme miembro. Estaba ardiendo, duro y muy suave. Lo acaricié con la mano unos momentos y luego empecé a pajearle. Mi mano subía y bajaba lentamente por toda su longitud. Tras un par de minutos me di cuenta de que así no lo conseguiría.

—Ponte boca arriba, es muy grande y con una mano no la abarco.

Me senté en la cama a su lado y la agarré con las dos manos. Ahora sí podía hacerlo bien. Con las dos manos a la vez le rodeaba el pene y podía masturbarle en condiciones. El problema que tuve fue que ver esa polla tan espectacular no me dejó indiferente. Sin pretenderlo empecé a excitarme, mis manos le recorrían cada vez más ávidas, deseando hacer que se corriera. Una gotita de líquido brotó de la punta y tuve que retenerme para no lamerla. Al contrario que Segis, que era feo a rabiar y con un cuerpo desagradable sobre todo para su edad, su pene era precioso. Durísimo y recto como el asta de la bandera, con la piel lisa y suave, quizá sería mejor algo más pequeño, pero por experiencia propia sabía de lo que era capaz. Un gemidito se me escapó cuando noté que el miembro crecía todavía más en mis manos.

—Sigue, Marta. Lo haces muy bien.

—¿Vas a correrte? — dije intentando que mi excitación no asomara en mi voz.

—Sí, no pares.

Aceleré un poco y seguí recorriendo su polla. Era tan grande que con las dos manos una encima de otra no la cubría. Desprendía muchísimo calor y noté que mis braguitas empezaban a mojarse. Como no consiguiera que se corriera pronto iba a tener que cambiármelas por unas limpias. Redoblé mis esfuerzos, ahora algo en mi orgullo me impelía a hacerle un buen trabajo. Esa polla tan impresionante estaba entre mis manos y era mi responsabilidad. No me importó que Segis pasara una mano bajo mi trasero y la dejara allí, apretándome con sus gordos dedos. Ni me importó que con la otra me acariciara el muslo, dejando un rastro de calor por donde pasaba. Estaba bien si servía para darle vidilla al asunto. Gemí otra vez cuando noté palpitar su miembro, aceleré aún más anticipando la eyaculación. En segundos un potente chorro de semen salió disparado al cielo, no frené la paja, seguí estimulándole mientras él seguía enviando chorros en todas direcciones. Me salpicó la camiseta del pijama y alguna gota cayó en mis mejillas. Su mano apretando duramente mi culo y ver la potencia de su corrida me excitaron aún más. Pesarosa liberé su polla cuando terminó de correrse. ¿Ahora cómo iba a dormirme yo con lo cachonda que estaba?

—Gracias, Marta. Ha sido fantástico.

—Jajaja, parece que lo necesitabas, has echado un montón. ¿Puedes soltar ya mi culo?

—Claro, perdona, me he emocionado un poquito.

Nos reímos juntos mientras nos limpiábamos, con un pañuelo me quitó el semen que tenía en la cara. Miré mi pijama y no supe qué hacer, no tenía otro para cambiarme.

—¿Te dejo una camiseta? — preguntó Segis al ver mi dilema.

—Estaría bien, gracias.

Sacó una de la maleta y yo me quité el pijama. No me corté, total, le acababa de hacer una soberana paja. Me la ofreció fijándose en mis duros pezones. Yo intentaba que no se me notara la excitación, pero mi cuerpo me traicionó.

—¿Quieres que ahora te ayude yo a ti?

Sopesé su oferta, estaba cachonda y no iba a ser fácil que me durmiera así. Podía masturbarme yo solita, sí, y sabía que lo conseguiría en muy poco tiempo, pero quizá Segis pensara que lo despreciaba o que me desagradaba, y me caía muy bien como para hacerle sentir despreciado.

—Vale.

—Quítate el pantalón — su cara se había iluminado. Me sentí contenta al verlo tan feliz.

Me quité la parte de abajo y me quedé desnuda, tumbada boca arriba abrí ligeramente las piernas y esperé cerrando los ojos. No tardé en notar sus manos acariciando suavemente mi cuerpo, sin tocar nada sensible todavía. Recorrió mis hombros y mis brazos, mi estómago y mis piernas. Suspiré cuando por fin acarició mis pechos, no tocó los pezones, pero los rodeó con sus manos apretando ligeramente. Entreabrí los labios para jadear suavemente cuando pasó los pulgares frotando mis anhelantes pezones. Segis tenía una forma mágica de acariciarme, cosa que demostró cuando deslizó una mano por mi tripa hasta llegar a mi pubis. Jugó con el poco vello que tenía y prosiguió su camino hasta mi coñito. Sin prisa me presionó los muslos para que abriera más las piernas, obedecí y fui recompensada con sus gordos dedos explorando mi intimidad. Me notaba mojada, más que mojada chorreante, su mano en mis tetas y sus dedos invadiendo mi vagina me estaban haciendo feliz. Gemí como una perrita cuando me penetró con un dedo, ocupando mi interior. Jugó conmigo como quiso, una vez que me tuvo lubricada tan pronto me follaba con un dedo como con tres, pero siempre lenta y profundamente. Yo estaba en el borde del orgasmo, moviendo ansiosa las caderas saliendo a su encuentro.

—Más deprisa — pedí.

Segis ignoró mis deseos y siguió a su ritmo, volviéndome loca con su pasmosa habilidad. Cada vez que me acercaba al clímax sacaba sus dedos y acariciaba mis muslos, para acto seguido volver a torturar mi coño penetrándome con uno o varios dedos. Me tuvo así casi una hora, sesenta eternos minutos llevándome al límite sin dejarme cruzarlo. Yo gemía desesperada dejando incluso caer alguna lágrima. Movía frenéticamente las caderas y retorcía el cuerpo sin conseguir llegar a mi objetivo.

—Déjame correrme, Segis, por favor.

Me ignoró y siguió a lo suyo, haciendo con mi cuerpo lo que le apetecía.

—Por favor, Segis. No puedo más —rogué.

—Gime más fuerte para mí, Marta.

Obedecí sin dudar, tampoco es que tuviera que hacer un gran esfuerzo. Si Segis tenía ese fetiche, yo le complacería.

—Aaaaahhhhh … por favor … deja que me corraaaaa ….

Complacido con mis gemidos esta vez no retiró sus dedos. Introdujo un cuarto para hacer compañía a los tres que ya me follaban y aceleró la penetración. El éxtasis se iba acercando rápidamente y le iba a recibir con las manos, perdón, con las piernas abiertas. Levanté el culo arqueando el cuerpo y grité cuando me avasalló.

—Aaaaahhhgggghhh … yaaaaaa …. yaaa… me corrooooo…

Segis acarició en ese momento mi clítoris, que hasta entonces estaba abandonado y el placer subió varios grados. De mi boca abierta por el placer no salía nada, estaba tan subyugada por el clímax que no pude ni emitir sonidos. No sé el tiempo que estuve arqueada con todos los músculos del cuerpo contraídos, pero cuando caí finalmente en la cama, derrotada y completamente satisfecha, todo mi cuerpo dolía placenteramente.

—¿Lo he hecho bien, Marta? — me preguntó lamiéndose los dedos.

—Sí, ya lo creo — contesté cuando pude volver a respirar —, y yo ¿he gemido a tu gusto?

—Totalmente — bajó la cabeza con algo de timidez.

—Me alegro, ¿sabes? Cada uno tiene sus cosas, sus preferencias. La tuya es encantadora.

—Gracias, Marta. Pero ahora tengo un problemilla.

—¿Cuál?

—No creo que pueda dormir así — se señaló el miembro. Estaba igual de duro que al principio, descollando orgulloso bajo su prominente barriga.

—¿Te ayudo otra vez?

—Sí, por favor.

Volví a masturbarle, esta vez él me metió mano cuanto quiso mientras me encargaba de aliviarle. Me costó concentrarme en mi labor ignorando las manos que exploraban todo mi cuerpo, magreando mis tetas y penetrando en mi rajita. Cuando conseguí que explotara poniéndome perdida de semen, él ya era dueño de mi encharcado coño.

—Ponte a cuatro patas — me dijo cuanto terminó —, creo que tú también lo necesitas.

Dándole mentalmente la razón obedecí. Mientras me follaba con los dedos me acariciaba todo el cuerpo. Magreó mis colgantes tetas y me estiró los pezones, consiguiendo que se alargaran causándome dolor y placer a la vez. Mi protesta cuando sacó los dedos de mi coño se vio interrumpida al sentirlos entrar en mi culito. Los tenía suficientemente húmedos para que no me doliera. Empezó con uno y fue aumentando el número hasta tres. Con el ano dilatado disfruté de la penetración.

—Gime, Marta, no pares de gemir.

—Síiiiii… máaaaasss…

—¿Te gusta en el culo?

—Síiiiii… muchoooo …

Segis estaba de rodillas erguido a mi lado, una mano la tenía en mis tetas y la otra me sodomizaba, su miembro descansaba cálido sobre mi espalda. Yo gemía como una perrita en celo, no me importaba en ese momento lo poco atractivo que era mi compañero, solo podía dejarme llevar por las sensaciones, por el inmenso placer que me procuraba y obedecerle cuando me pedía gemir. Tampoco es algo que me costara, de hecho tenía que refrenarme para que no me oyeran en todo el hotel.

Sus dedos invadían sin piedad mi culo, todas las terminaciones nerviosas mandaban descargas de placer a mi cerebro y a mi coño, notaba como la saliva caí de mi lengua, que colgaba de mi boca abierta.

—Córrete ahora, Marta.

Obligada por sus fuertes manos torturando mis pezones y masacrando mi culo obedecí sin poder ni querer oponer resistencia. Dejé que el placer alcanzara la cota más alta y me corrí con sus dedos dentro de mi ano.

—Aaaaahhhh… yaaaaa… síiiiiii …

Un chorro de líquido salió de mi coño, nunca había eyaculado antes. Segis conseguía hacer con mi cuerpo lo que le daba la gana, superando todos mis límites. Sin dejarme descansar se levantó de la cama y tiró de mi mano. Obligada a seguirle me colocó frente a la ventana, la habitación estaba a oscuras y no me podían ver desde fuera, pero la sensación fue excitante. Hizo que apoyara los brazos en la ventana y abriera las piernas, se arrodilló entre ellas y me lamió la rajita y mi sensibilizado ano. Una descarga recorrió mis nervios. Abrí más las piernas y disfruté de su lengua viendo la calle de París. Cuando me corrí me empujó hacia abajo hasta que caí de rodillas también, se levantó la cara y sin decir nada acercó la polla a mis labios. Abrí la boca sin dudar para recibirla, estaba tan embriagada por el placer que hubiera hecho cualquier cosa para seguir disfrutando del sexo. Se la mamé tan bien como pude. Mi boca era de tamaño normal y no podía con su gigantesco miembro, pero con empeño y tiempo conseguí que se corriera. La primera descarga me sorprendió y acabó en mi boca, saturando me lengua con su sabor, enseguida saqué su polla y le masturbé frenéticamente con la mano, dirigiendo sus chorros a mi cara, cada caliente latigazo de su semen me parecía un triunfo. Vació sus reservas en mi rostro, luego siguió diciéndome lo que tenía que hacer.

Me pasaba algo curioso y extraño con Segis. Yo no tenía demasiada experiencia sexual, pero sí la suficiente como para ser consciente de que mi respuesta a los estímulos de mi compañero no era normal. Cada vez que le dejaba tocarme, siempre por requerimientos de nuestro trabajo, acababa dejándome llevar, poniéndome por completo en sus manos. Una bruma erótica entontecía mi cerebro, mi capacidad de razonar bajaba a extremos donde solo el instinto impulsaba mis acciones. Era el instinto el que me impelió a obedecer sin pensar cuando Segis me pidió :

—Ven, estira la pierna y ponla encima del escritorio.

Sumisamente hice lo que me ordenó. Con las piernas abiertas noventa grados Segis se pegó a mi espalda y con una mano me aferró fuertemente un pecho, con la otra exploró entre mis piernas abiertas e invadió mi vulnerable intimidad.

—Gime para mí, Marta.

Sus dedo volvieron a causar estragos en mi cordura y gemí y gemí hasta que volví a correrme. Me tumbó en el suelo a continuación, llevó mis tobillos hasta mi cabeza y me hizo agarrarlos. Totalmente expuesta se colocó de rodillas tras mi cabeza y, estirándose, volvió a hacer su magia. Esta vez tenía su polla balanceándose sobre mi cara, sin que necesitara decirme nada la atrapé entre mis labios y se la mamé como una buena compañera.

—Gime más, Marta, y córrete otra vez.

—Uuummmppppfffff…

En pocos minutos cumplí su deseo. Rota en el suelo recuperé el resuello. Casi consigo volver a ser persona, lo impidió la siguiente orden de Segis.

—Túmbate en la cama con la cabeza colgando por el colchón.

Me subí a la cama y a gatas me puse como pidió. Mi cabeza y mis brazos colgaban por el lateral.

—Ponte mirando hacia arriba, Marta.

Cuando lo hice se acercó, me agarró la cara apretando mis mejillas consiguiendo que mis labios formaran un círculo, como un pececito, luego me introdujo la polla en la boca. Automáticamente y de forma natural mis labios se cerraron a su alrededor y reanudé la mamada. Sus gruesos dedos volvieron a mi coño, del que era dueño y señor, y me follaron hasta que volví a correrme. Gimiendo, claro. Protesté haciendo pucheros cuando me sacó la polla de la boca. Me ignoró y puso en el centro de la cama las almohadas y dos cojines haciendo una pila.

—Monta, Marta, como si fuera un caballito.

Me senté a horcajadas y esperé ansiosa sus dedos. Me decepcionó cuando no le vi intención de hacerlo, me compensó sin embargo, cuando se subió a la cama y me volvió a meter el miembro en la boca. Esta vez me agarró la cabeza y me folló la boca a conciencia, llegando varias veces a la campanilla.

—Aprieta los labios, Martita, y mastúrbate. Quiero que sigas gimiendo y te vuelvas a correr.

—Mmmpppffff … uummmffff — era lo más que podía hacer con la boca repleta.

Segis siguió follando mi boca, metiendo la polla hasta la mitad una vez tras otra. Era como tener un hierro al rojo, muy, muy caliente. Yo estaba prácticamente desmadejada, con el cuerpo lánguido por tanto orgasmo recibido, no caía rota porque las manos de Segis sujetaban mi cabeza. Me follaba la boca como si fuera un trozo de carne, estaba ahí para su disfrute. Mi cerebro estaba desconectado, me había vuelto completamente estúpida ahogada por el placer, enajenada por tantos y tan abrumadores estímulos sexuales. Lo único que me respondía era la mano que tenía entre las piernas, acariciando mi vagina y mi clítoris como me había mandado mi compañero. Sentí palpitar y crecer la polla en mi boca y enseguida recibí varios chorros de semen. Segis no me dio opción, sin poder respirar al tener su miembro metido hasta la garganta tuve que tragar todo su amargo semen para no ahogarme. Mi mano se movía frenética en mi coño pero no conseguí correrme como me había pedido Segis.

—No te preocupes, pequeña. Yo me encargo — me dijo solícitamente.

Me tumbó boca abajo sobre la torre de almohadas y volvió a profanar mi culo en pompa. Yo tenía los miembros laxos y sin fuerza, apenas sentía mi propio cuerpo. Lo único de lo que era consciente es de lo que me follaba el culo : varios de los dedos de Segis.

Esta vez no me pidió que gimiera, dudo que hubiera podido. Estaba tan cansada que tardó más de media hora en hacerme gozar por el culo, dándome el último orgasmo de la noche. En cuanto sacó los dedos de mi retaguardia me volteó poniéndome boca arriba. Justo antes de quedarme dormida, completamente noqueada, me pareció ver que se masturbaba justo encima de mi cara.

Me despertó la alarma del móvil a las siete de la mañana. A las nueve teníamos que recoger al detenido y había puesto la alarma antes de acostarme. Contemplé la luz que entraba por la ventana anunciando un bonito día cuando recordé de golpe lo ocurrido la noche anterior. Levanté la sábana para verme y comprobé que estaba desnuda. Segis dormía con el pijama puesto a mi lado. Salté de la cama completamente avergonzada, cogí la ropa de la maleta y corrí al baño. Antes de meterme en la ducha me examiné en el espejo. Tenía marcas de dedos en las tetas y en el culo, los pezones irritados, y al andar noté un leve dolor en la vagina y otro algo más fuerte en el ano. También tenía molestias en la mandíbula y gran parte de mí estaba cubierta de semen seco, sobre todo la cara.

Con prisa para que no me viera Segis desnuda, me duché tarareando bajito, estaba extrañamente contenta esta mañana y, aparte de todas las molestias, me encontraba genial. Cuando salí completamente vestida desperté a mi compañero.

—Venga dormilón — le dije sacudiendo su hombro —, espera que haga la maleta y te dejo para que te duches con intimidad.

A las ocho disfrutábamos de un magnífico desayuno en el hotel. Los croissants me encantaron, con su mullido sabor a mantequilla. Nos despedimos en la recepción y tomamos un taxi a la “Police Nationale”. Ninguno de los dos hizo mención alguna a lo que sucedió por la noche, como si no hubiera pasado. Después de gestionar el papeleo y de esperar bastante, un coche con dos agentes nos llevó al aeropuerto “Charles de Gaulle”. Luis Gómez, el detenido, iba esposado en el asiento de atrás flanqueado por nosotros. A pesar de lo que dicen de los franceses, los agentes fueron muy amables. Nos consiguieron una sala privada en el aeropuerto donde esperar con el detenido y nos acompañaron todo el tiempo hasta que embarcamos. En Madrid nos esperaba un furgón de policía que nos llevó hasta la comisaría. Allí hicimos la entrega del sujeto y dimos por terminada la misión.

En la sala de los inspectores hubo cachondeíto por la misión.

—Creo que alguien está enchufada — dijo Miguel —, ¿recogida de un detenido en París? Parece un premio más que trabajo.

—Aunque no te lo creas, Miguel — le contesté —, Segis y yo hemos trabajado mucho. ¿O te crees que París se visita solo? ¿Te crees que el Moulin Rouge es barato?

Miguel se quedó con la boca abierta sin saber qué contestarme, aproveché para acercarme a él invadiendo su espacio personal, a pocos centímetros de su rostro y pasando la mano por su pecho le dije con voz insinuante :

—Además, me dejaron hacer un striptease en el escenario, ya sabes, recordando viejos tiempos, y he tenido la oportunidad de practicar el francés. En profundidad.

Antes de que se ahogara o se le cayeran los ojos al suelo me di la vuelta y salí de la sala oyendo las carcajadas de los demás compañeros.