La inspectora 02. Club de Striptease.

Serie de relatos sobre la vida de la inspectora Martín. Situaciones absurdas, surrealistas (en uno sale un pulpo) y con mucho morbo

—Inspectora Martín, a mi despacho — el comisario me llamó a primera hora cuando redactaba el informe de mi último caso.

Acudí a su despacho pensando qué querría decirme. No pude evitar sonreír cuando me encontré a Segis sentado esperándome, me alegré mucho al ver su fea cara. Correspondí a su saludo con la cabeza.

—Ya se conocen — dijo el comisario —, tengo un caso para ustedes dos. Como ya han trabajado anteriormente me parecen los indicados, aunque por las … especiales características del asunto dejo a su elección — esto lo dijo mirándome a mí —, aceptarlo o no. Será estrictamente voluntario. En un club de la ciudad se está pasando mucha más droga de la habitual, sospechamos que se trata de una nueva organización que intenta sustituir a la que ustedes ayudaron a desarticular. Usted, subinspector Porras irá como cliente, y usted inspectora Martín se infiltrará en el club como trabajadora.

—Ha dicho que el caso tenía circunstancias especiales, ¿a qué se refería? — pregunté.

—Ah sí, el club es de striptease.

—¿Y? — pregunté, aunque ya imaginaba por dónde iban los tiros.

—A través de un contacto la hemos conseguido una prueba como bailarina de striptease, que sepamos no buscan gente para ningún otro puesto. Si acepta, ese mismo contacto, una exbailarina, la formará para el puesto. ¿Necesita tiempo para pensarlo?

—No, acepto — no era la misión perfecta pero ahora que confiaban en mí no podía rechazarla. Transigiría con enseñar las tetas a cambio de mantener el prestigio como inspectora.

—Estupendo, el subinspector Porras conoce a la bailarina, acuerden entre ustedes cómo hacerlo. Tiene una semana para prepararse y estudiar el caso. Eso es todo.

Salimos y entramos en la pequeña sala de reuniones, dudé al saludar a Segis, no me pareció adecuado besarle o abrazarle, aunque era lo que me apetecía. Segis lo solucionó ofreciéndome la mano.

—Hola Marta, es un placer volver a verte.

—Igualmente, Segis — nuestras manos estuvieron unidas algo más tiempo del normal —. Me alegra llevar otro caso contigo.

—Sí, es genial, aunque lamento lo que vas a tener que hacer.

—Bueno, parece que no hay más remedio. Somos profesionales y hacemos lo que haga falta.

—Claro. Esta misma tarde puedes ver a la bailarina, tiene una academia de baile cerca del club, al lado de la Castellana. Si quieres después de la clase tomamos un café y te pongo al día del caso.

—Me parece perfecto, ¿de qué conoces a la bailarina?

—¿A Luci? Era habitual en la comisaría de Centro. Trabajó como prostituta varios años y la detenían cada dos por tres, luego se reformó y se dedicó a lo que quería hacer desde siempre : bailar, pero como era muy mayor acabó haciendo striptease. Me la recomendó un compañero.

Me pasó los datos de Luci y la llamé. Quedamos en su escuela a las cinco y con Segis quedé a las siete. Esa mañana terminé todos los informes pendientes. Se había corrido la voz de mi nueva asignación y tuve que soportar el cachondeo de mis compañeros. Miguel, un juerguista de unos cuarenta años que presumía de ligón, se ofreció incluso a asesorarme con su experiencia en los clubes de striptease. Tuve que amenazarlos de muerte cuando insinuaron que irían a verme actuar.

A las cinco estaba en la escuela de baile, Luci era una mujer vivaracha, bonita a pesar de su aspecto desaliñado. Tendría alrededor de cuarenta años y su cuerpo voluptuoso estaba lleno de curvas. Me llevó a una sala amplia y luminosa con suelo de parqué y una barra del techo al suelo. Un enorme espejo ocupaba toda una pared.

—Ya me ha contado Segis, tenemos mucho que hacer si tienes que empezar en una semana, cariño — me dijo repasándome con la mirada —. Tienes buen cuerpo, vas a ser la favorita del club.

Avergonzada, solté la bolsa en la que llevaba la ropa para cambiarme después sobre un banco.

—No necesito ser la favorita, pero sí tengo que parecer una bailarina, ¿podrás enseñarme a tiempo?

—Claro, niña, al final de lo que se trata es de enseñar mucha piel, y con tu figura no se fijarán mucho en si bailas bien o mal. ¿Qué ropa has traído para practicar?

—Esta que llevo puesta — me había puesto ropa cómoda para bailar, leggins, sudadera y sujetador deportivo.

—Eso no servirá, recuerda que tienes que desnudarte. Deja que vea si encuentro algo mejor, para mañana tendrás que traer tu propia ropa.

Luci desapareció y volvió al rato cargada con varias prendas, me las tendió y revisé lo que trajo. Resultó que la ropa de baile consistía en mini pantalones, falditas cortísimas y blusas transparentes.

—Ponte lo que te parezca y empecemos — me dijo.

—¿Dónde me cambio?

—Cámbiate aquí mismo, total, vas a estar más tiempo desnuda que vestida de todas formas, jajaja.

Reconociendo la lógica de sus palabras me quedé en ropa interior y me puse una faldita y una blusa abrochada con dos únicos botones. Dejé las zapatillas de deporte en el banco y esperé instrucciones.

—Mañana trae zapatos de tacón, es lo único imprescindible y tienes que aprender a moverte con ellos — se dirigió al equipo de música del rincón y lo encendió. Se giró hacia mí cuando empezó a sonar.

—Empecemos.

Terminé exhausta. Jamás hubiera pensado que era tan difícil desnudarse sin dejar de bailar, aunque realmente no se bailaba mucho, era más mover el cuerpo al ritmo de la música marcando mucho los movimientos de las caderas y sacando el pecho para excitar al personal. Todo ello recorriendo la sala, luego sería el escenario, y sonriendo, sacando la lengua, haciendo guiños … La verdad es que no resultaba nada fácil.

—Mañana practicaremos tres horas por la mañana y dos por la tarde, recuerda comprar ropa, pero no te pases porque en el club te proporcionarán el vestuario. Dedicaremos unos días al striptease y luego practicaremos la barra, que es mucho más difícil.

—Vale Luci.

—Y trae un sujetador que se abroche a la espalda o al frente.

—Sí, claro — lo del sujetador deportivo no había sido buena idea, era imposible quitárselo con gracia.

—Puedes ducharte en los vestuarios, al salir a la izquierda, al fondo del pasillo.

—Gracias, Luci, has tenido mucha paciencia conmigo.

—Jajaja, hoy he sido muy blanda, mañana empezaremos de verdad.

Salí apresurada de la escuela para reunirme con Segis, había quedado en una cafetería cercana para que me pusiera al día del caso y me diera una copia del expediente para que lo estudiara.

—Hola Segis, ¿has esperado mucho?

—Hola Marta, no, acabo de llegar — por las dos tazas de café en la mesa llevaría un buen rato, pero era demasiado amable para reprochármelo.

Pedí un Aquarius, me apetecía más que un café después del ejercicio.

—Cuéntame, Segis, ¿cuál es el club?

Segis me explicó por encima todos los detalles del caso, me informó de los sospechosos de pertenecer a la banda y de los supuestos negocios ilegales que hacían.

—Bueno, ¿y qué tal te trata Luci? — me preguntó al final.

—Me tiene muerta, no pensaba que fuera tan difícil.

—La verdad es que no lo parece, las chicas solo salen se menean un poco y se quitan la ropa.

—Pues tiene más dificultad de lo que parece, pero ¿cómo sabes tanto de striptease?

Segis se puso rojo y carraspeó, tuve que sonreír al ver su azoramiento.

—Llevo un par de semanas frecuentando el club, tengo que ser cliente habitual para poder ser tu apoyo.

—Oh, es verdad, los sacrificios que se hacen por el trabajo, ¿verdad?

Asintió muy serio y me partí de risa. Segis me secundó enseguida.

—¡Qué morro tienes tío! Tú ahí disfrutando de un montón de mujeres desnudas y yo sudando la gota gorda con Luci sacando el culo y levantando las piernas hasta el cielo.

—Algo de razón no te falta, pero piensa que tú estás aprendiendo gratis otra profesión por si alguna vez te hace falta.

Ahora fui yo la que se quedó de piedra hasta que Segis se tronchó de risa. Me había pillado. De buen humor nos despedimos hasta el día siguiente, quedamos en repetir para comentar el caso una vez que hubiera estudiado el expediente.

Los siguientes días fueron estupendos, me entendí muy bien con Luci. Me hacía trabajar mucho, pero compensaba sobradamente. Me desnudaba sin problemas siguiendo el ritmo y sin dejar de moverme. Cuando empezamos con la barra es cuando tuve dificultades, me costó cogerle el tranquillo y hacerlo de forma natural, nunca sería mi fuerte pero Luci me dijo que serviría. Durante las clases ella me iba contando lo que podía de los clubes, cómo eran las chicas, qué había que hacer para tener contentos a los jefes… Quedaba todas las tardes con Segis para hablar del caso, él me iba informando de lo que descubría en el club, al que iba casi todas las noches.

El penúltimo día de clases Luci me dio una sorpresa :

—Mañana traeré público para que hagas tu actuación delante de ellos.

—¿Qué? — hasta ahora desnudarme bailando había sido divertido, llegué a olvidar que acabaría en un escenario.

—Necesitas público, si no la primera vez que salgas al escenario puedes quedarte bloqueada. Piensa que va a haber muchos hombres mirándote desnuda y gritándote obscenidades. Más de una vez he visto a chicas salir corriendo y llorando nada más pisar el escenario.

—¿Y a quién vas a traer?

—Seguro que mi marido está encantado, y ya buscaré más voluntarios, creo que podría hasta cobrar entrada, jajaja. No te asustes te digan lo que te digan, yo misma les animaré para que griten las vulgaridades que se les ocurran.

—Tienes razón, me parece una buena idea.

Estaba muy nerviosa, Luci tenía razón. Desnudarme en clase con ella de única espectadora era completamente distinto a lo que estaba a punto de hacer. Esperé como un flan a que sonara la música. Cuando la escuché empezar entré en la sala aparentando decisión, con una gran sonrisa en la cara. Me desplacé al ritmo de la música hasta estar frente a los espectadores. Había tres hombres que no conocía y Segis, sentado en el extremo del banco. Verle allí me desconcertó un momento, pero me dejé llevar por la música y la rutina aprendida. En cuanto me quité la camisa larga que llevaba empezaron a jalearme.

—Así, así, enséñanos todo.

Hice el espectáculo completo. Según iba quitándome prendas y enseñando más piel, los comentarios ganaban en atrevimiento.

—Eso es un culo y no el de mi mujer — gritó uno de ellos, cortado rápidamente por la mirada asesina de Luci. Creo que era su marido. Contuve la risa y seguí bailando.

Me satisfizo ver a los hombres disfrutar del espectáculo, aunque estaba ruborizada desde que había empezado me alegró ver sus ojos como platos sin dejar de mirarme un segundo. Me fijé en Segis y le vi más serio que los demás, era el único que no jaleaba impertinencias. En cuanto terminé, vestida solo con un tanga, la sala se llenó de aplausos y silbidos. Cuando Luci me cubrió con una bata, todos se levantaron para felicitarme. No sabían que era policía, pensaban que iba a dedicarme profesionalmente al striptease y me dieron su aprobación. Me abrumaron un poco cuando me besaron diciéndome lo bien que lo había hecho, me los tuve que quitar de encima cuando sentí una mano palpando mi trasero.

—Gracias, chicos, habéis sido un público estupendo.

Luci se esforzó para conseguir que salieran de la sala y me quedé con ella y Segis.

—Creo que está preparada — dijo —, ¿qué opinas, Segis?

—Más que preparada, vas a ser la estrella.

—¿Has visto — le preguntó Luci — las tetas y el culo que tiene? Seguro que triunfa desde el primer día.

Segis se ruborizó y no contestó. Si ya era bastante feo de por sí, con la cara roja parecía un troll. Me duché y luego me despedí de Luci.

—Gracias Luci, a pesar de no ser la ilusión de mi vida, has hecho que las clases sean estupendas. Has sido muy buena profe.

—Ay cariño, es que con tu cuerpazo y esa carita de ángel era muy fácil. Espero que os vaya todo bien y pilléis a los malos — me dio un abrazo asfixiante —. Cuando acabéis lo que sea que hagáis tienes que contarme todo. Ahora te dejo que tengo pendientes unas palabras con mi maridito.

Me fui con Segis a tomar un café, al día siguiente por la mañana me tenía que presentar en el club y quería concretar algunas cosas con él. Antes de empezar no me resistí a preguntarle :

—Segis, ahora de verdad ¿crees que daré el pego y pasaré por bailarina?

—Seguro, eres más guapa que cualquiera de las que trabajan allí, y te mueves muy bien. No tendrás ningún problema.

—Gracias, es un alivio.

—Pero estate preparada, allí la gente es mucho más atrevida, lo que te han dicho hoy son piropos en comparación con lo que te van a decir allí.

La mañana siguiente acudí al club y pregunté por el gerente. Mientras esperaba que le avisaran observé el interior, una gran barra ocupaba la parte izquierda y el escenario se situaba al fondo. Todo lo demás eran mesas repartidas por el local. Las había de varios tamaños y cinco de ellas estaban en primera fila. El escenario estaba ligeramente elevado respecto a la sala y tenía una barra en el centro. La pared del fondo estaba cubierta con cortinas negras. El local estaba muy iluminado y una señora limpiaba las mesas y fregaba el suelo. Supuse que cuando estuviera abierto la iluminación sería más tenue. El camarero al que pregunté volvió acompañado por una persona de mediana edad. Siguió ordenado la barra y lavando vasos y me dejó a solas con el gerente. Le reconocí por el expediente policial, según nuestros informes no era el jefe de la banda pero dirigía el club.

—Buenos días, usted debe ser Marta.

—Sí, vengo por el trabajo de bailarina.

—Lo sé, yo soy Germán ¿sabe en qué consiste el trabajo?

—Bueno, supongo que bailar y desnudarme, ¿no?

—Sí, jajaja, la verdad es que no tiene mucha ciencia, pero hay que hacerlo bien. ¿Sabe hacer barra?

—Claro.

—Pues venga, hagamos una prueba. Si lo hace bien empieza esta noche.

—¿Ahora?

—Sí, claro. Sígame.

Atravesamos una puerta negra, del mismo color que las paredes y recorrimos un largo y estrecho pasillo. Germán me iba indicando algunas de las puertas por las que pasábamos diciéndome dónde conducían : el almacén de bebidas, el baño, su despacho. Guardé la información de su despacho para después y llegamos al camerino de las chicas. Había cinco puestos de maquillaje, cada uno con su espejo. En la pared opuesta varios percheros sostenían conjuntos de ropa, habría cincuenta o sesenta.

—Elija un conjunto y cámbiese. La espero en la sala.

Comprobé las tallas y me puse el primero que me gustó. Cubrí la ropa interior de lencería con una blusa y una faldita. Recorrí el pasillo de vuelta y respiré hondo antes de salir. Esperaba no meter la pata y que me contrataran.

—Ya estoy, don Germán.

—Pues sube al escenario. ¡Luis! Pon música.

Me situé al fondo y cuando empezó la canción me dirigí al frente. Me esforcé en hacerlo bien y cuando terminé Germán y el camarero, Luis, me aplaudieron. Iba a bajar cuando Germán me detuvo.

—Espera Marta, aquí hacemos el striptease completo, tienes que quitarte el tanga, ¿hay algún problema?

—No, ninguno — no contaba con eso, pero ya que estaba allí no iba a ponerme melindrosa.

Me bajé las braguitas y me moví un poco por el escenario.

—Haz un poco de barra — me pidió el gerente.

Realicé algunos movimientos abrazando y deslizándome por la barra.

—Suficiente, Marta. Te espero en mi despacho para firmar el contrato.

Contenta por haberlo conseguido me cambié en el camerino y llamé a la puerta del despacho.

—Pasa Marta. Siéntate.

Las normas del club son sencillas. No podéis alternar con los clientes en la sala, estamos en el centro de Madrid y no queremos problemas con la policía. Si tú quieres quedar con alguno fuera de aquí ya es cosa tuya. Harás varios pases cada noche, de lunes a jueves cerramos a las cuatro y los fines de semana a las seis. Tendrás un día de descanso, ya te los diré cuando cuadre los horarios de todas las chicas. Tendrás que depilarte el pubis, déjate una tirita de pelo o un corazón, lo que tú quieras que sea pequeño y arreglado. El desnudo es integral sólo a partir de las dos de la noche, así conseguimos que los clientes se queden más tiempo y gastan más dinero.  Tu sueldo es de mil quinientos euros más las propinas. El dinero que tiren al escenario en tus actuaciones será para ti. Abrimos a las ocho de la tarde, por lo que las jornadas son largas, descansa para que tengas buen aspecto. ¿Alguna pregunta?

—Creo que no.

—Los sábados por la noche hacemos sexo en vivo a las tres. Pero ya hablaremos de eso más adelante, te puedes sacar un buen sobresueldo.

—¿A qué hora tengo que estar aquí?

—A las siete.

Sacó el contrato que rellenamos y firmé. Hablamos un poco más y me fui a casa. Germán estuvo agradable y correcto en todo momento, no cuadraba con la información que tenía de él. Era la mano derecha de Félix Librán, el cabecilla, y teníamos sospechas de que había cometido varios homicidios para eliminar a la competencia. El negocio del narcotráfico era muy reñido.

Al salir llamé a Segis y al comisario para informarles. Una vez en casa me depilé y luego me di un baño para relajarme, por si no me salía bien un corazón, me dejé una estrecha tira vertical de vello en el pubis. Con unas pinzas y mucho dolor me repasé toda la zona arrancando algunos pelitos rebeldes. Llamé a Segis y le pedí que fuera hoy al club, me vendría bien saber que estaba allí apoyándome, aunque tuviera que desnudarme delante de él. Me prometió que iría sin falta.

A las siete estaba en el club, cuando entré Luis me presentó a Juan, el otro camarero, y a Marcelo, el portero.

—Mañana entra por la puerta del callejón. Llama fuerte que alguien te abrirá.

—Vale.

—Pasa al camerino, Alicia ya ha llegado.

Recorrí el largo pasillo y entré al camerino. Una pequeña jovencita estaba rebuscando en los percheros y se giró al verme.

—¿Eres la nueva? — me preguntó con una sonrisa en su carita de niña.

—Sí, soy Marta, encantada — le di dos besos pensando que era demasiado joven para trabajar allí.

—Yo soy Alicia, y tengo veintidós años — me sorprendió que me dijera su edad —. Me lo pregunta todo el mundo al conocerme, no te preocupes que no leo la mente, jajaja. Aprovecho mi aspecto infantil y salgo vestida de escolar y con coletas. ¿Cuál es tu especialidad?

—Uuuhh… ¿bailar y desnudarme?

—Jajaja, se nota que llevas poco en esto. Según vayas cogiendo tablas y veas lo que le gusta al público irás eligiendo algún papel que te gustará más que otros. Mira, aquí llegan María y Vero. ¡Hola Chicas! Esta es Marta.

Me saludaron las dos y se empeñaron en escogerme el primer conjunto de la noche. Lencería, camisa larga y un pantaloncito ajustado que se quitaba como los pantalones de chándal de los futbolistas. Llevaba unos corchetes a los lados que al tirar liberaban la prenda. Preferí usar mis propios zapatos, ya me había acostumbrado a menearme con ellos y me daban más seguridad. Me puse una bata y me maquillé en la mesa libre. Las chicas me ayudaron. Me pusieron un maquillaje muy intenso, según ellas quedaría fenomenal cuando estuviera bajo los focos.

Un rato antes de las ocho entró Germán. No se molestó en llamar a la puerta y apenas echó un vistazo a Vero, que todavía estaba desnuda.

—¿No ha llegado Laura todavía?

—No, ya nos avisó que hoy llegaría un poco más tarde.

—Vale, quiero que Marta debute a las doce, vamos a irla anunciando en cada actuación. Apañaos entre las cuatro hasta esa hora, luego que rote igual que vosotras.

—Vale, jefe — contestó Alicia, parecía que era la empleada de confianza y la que organizaba un poco las actuaciones.

—Encárgate tú, Alicia. Marta, cámbiate para el debut, ponte algo especial, que te ayuden las demás. Divertíos, chicas.

Cuando se fue Alicia me explicó un poco cómo eran los turnos.

—El primero es a las nueve y luego cada media hora. Intenta que tu actuación dure entre diez y quince minutos. Nos vamos rotando con lo que actuamos cada dos horas y media. Te aconsejo que te traigas algo para entretenerte entre actuación y actuación. Hoy deberías ver las actuaciones de todas para que vayas cogiendo el ambiente del club.

—Me dijo algo don Germán sobre sexo en vivo los sábados.

—Sí, el jefe pide voluntarias, si hay más de dos que queramos lo hacemos rotando.

—¿Y si nadie quiere?

—Ay cariño, paga quinientos euros por media hora de sexo, siempre hay voluntarias.

—¿Y quién es el hombre?

—Óscar, es un stripper de otro local de los jefes que viene solo a eso.

Me contó más detalles sobre el funcionamiento del club mientras rebuscaba en los percheros.

—¡Aquí está! Toma, ponte este.

Me cambié de ropa por la que me había sacado. Tengo que reconocer que con el tanga y el sujetador de cuero rojo estaba estupenda. Una faldita de cuero negra y un top negro también con cremallera en un lateral completaban el conjunto. Dejé el top para cuando tuviera que salir y me puse la bata.

A las nueve actuaba Alicia, la acompañé hasta la parte trasera del escenario y observé oculta tras las cortinas negras. La sala estaba iluminada tenuemente y se apreciaba que había poca gente. Un señor de traje, al que luego me presentarían como César, el maître, anunció mi actuación posterior con enormes alabanzas e introdujo a Vero. Me chocó que a Vero la anunció como Verónica, pero para mí utilizó el nombre de “Cristal”. Ya me habían puesto un nombre artístico. Vero lo hizo de maravilla, se le notaban las tablas. Luego vi a María, a Alicia y a Laura. El espectáculo de Alicia fue tremendo, parecía una niña de primaria cuando salió al escenario, pero cuando se quitó la ropa desprendía un erotismo increíble. Fue muy aplaudida por los clientes, que lanzaron un montón de billetes arrugados al escenario. Estaba en el camerino con ella diciéndole lo que me había gustado su actuación cuando una de las camareras llegó con los billetes en una bolsa. Había más de doscientos euros.

Un poco antes de las doce me puse el top y esperé con Alicia a que me anunciaran. Estaba muy nerviosa. Cotilleé entre las cortinas y vi a Segis sentado solo a una mesa, me confortó mucho que estuviera ahí. Cuando me tocó salir Alicia me besó en la mejilla.

—Vamos Marta, deslúmbralos.

Salí al escenario como me aconsejó Luci, sacando pecho y pisando fuerte, como si el mundo fuera mío. Inmediatamente un potente foco me iluminó, ya no me dejaría durante toda la actuación. Lentamente, moviendo las caderas al son de la música me dirigí al frente, dejando que el público apreciara lo que iban a ver. Con las piernas abiertas seguí moviendo las caderas y los hombros. Luego me puse de espaldas y continué moviéndome al ritmo, saqué el trasero y levanté brevemente la falda para darles un rápido vistazo de mi culo. Recibí los primeros silbidos y aplausos. Me volví a poner de frente y despacito bajé la cremallera del top sin quitármelo. Aguanté unos momentos a que aumentaran las peticiones por parte de los clientes y lo lancé a mi espala por encima de la cabeza. Di una vuelta más al escenario meneando sensualmente el cuerpo y me volví a parar para quitarme la falda. Después de darle emoción la arrojé también. Cuando me incliné noventa grados de espaldas al público y arqueé la espalda los gritos eran tremendos. Di otra vuelta mirando a los ojos a los espectadores más cercanos, podía ver la lujuria en sus miradas. Cuando me quité el sujetador los billetes volaban sin parar. Enseñé las tetas sacando pecho. Busqué a Segis con la mirada y le pillé con la boca abierta y los ojos como platos. Terminé la actuación acariciando mi cuerpo al ritmo de la música y lanzando besos al personal. Las cuatro chicas me esperaban tras las cortinas y me llenaron de abrazos y besos.

—¿Pero tú no eras novata? — me preguntó Alicia —. Te los has comido, los has dejado echando fuego, jajaja.

Tuve que sentarme en el camerino porque tenía flojas las piernas. Las chicas me dejaron reponerme y, cuando salió la siguiente tuve unos minutos para reflexionar. Llegué a una extraña conclusión : ¡me había encantado! Por los nervios o la concentración que tenía no escuché prácticamente nada de lo que me gritaron, pero me encantaron los gritos y silbidos, sobre todo fueron las miradas las que me habían, de alguna manera, llenado curiosamente de orgullo. Lina, la camarera me trajo los billetes recogidos. Casi cuatrocientos euros. Pensé en el dineral que ganaban las strippers, desde luego mucho más que yo como policía.

Con otro conjunto repetí a las dos y media. El resultado fue similar, les gustaba. Y mucho.

Cambiadas para irnos entró el gerente al camerino.

—Muy bien todas, chicas. Habéis estado estupendas. Marta, me gustaría hacerte unas fotos mañana para poner un par de carteles. ¿Podrías venir sobre las doce?

—Claro, don Germán, aquí estaré.

—Bien, pues hasta mañana a todas.

Esperé a que salieran las chicas, Segis había quedado en recogerme y no quería que le vieran. Salí por la puerta del callejón y giré la esquina hacia la parte de atrás. El cochambroso coche de mi compañero me esperaba aparcado junto a la acera. Subí por el lado del copiloto y me senté en el asiento.

—Hola Marta.

—Hola, ¿cómo lo he hecho? — no hubiera debido empezar por ahí teniendo un caso entre manos, pero estaba ilusionada con mi actuación. Segis sonrió.

—Creo que nunca he visto nada mejor en mi vida.

—Jajaja, exagerado.

—Lo digo de verdad, ¿has cenado?

—No, primero no se me ha ocurrido traerme nada, y luego con los nervios tampoco me apetecía.

—Pues te voy a llevar al mejor sitio de Madrid, al menos de los que están abiertos.

Tras diez minutos conduciendo por las calles vacías debido a lo tardío de la hora llegamos al McDonald’s. Riéndome entre dientes entré con Segis y pedimos unas hamburguesas.

—Bueno, cuéntame — me dijo cuando nos sentamos con la comida.

—No hay mucho que contar, como habíamos acordado no haré ningún movimiento en unos días. Te puedo decir que Germán es agradable de trato y parece un buen jefe. Las chicas han sido ,muy suaves conmigo y parecen llevarse bien entre ellas. No he visto nada sospechoso.

—Vale, sigue así otros dos días, luego tienes que poner el micro en el despacho de Germán.

—Sí, ya lo sé. De todas formas, estaré atenta a partir de ahora a cualquier cosa extraña que pueda descubrir.

—Bien, pero ten mucho cuidado para que no te descubran, aunque parezcan buena gente, en realidad son de lo peor.

Comimos en silencio, pensando en los siguientes pasos.

—Y ahora de verdad ¿cómo he estado?

—Jajaja, lo que te dije antes era verdad. Tenías que haber oído los comentarios de la gente. Creo que vas a ser la responsable de que el local doble o triplique la clientela.

—He trabajado mucho para hacerlo bien.

—Sí, y lo has conseguido. Mañana no vendré, no quiero que sospechen, pero si en algún momento te sientes insegura llámame o mándame un mensaje y vengo a la hora que sea.

—Gracias, eres un cielo — le di un apretón en la mano.

Me presenté a las doce en el club. Llamé por la puerta de servicio y el mismo Germán me abrió.

—Pasa, Marta. Quiero que te pongas el conjunto de cuero rojo — me iba diciendo según nos dirigíamos al camerino —, solo el tanga y el sujetador. Maquíllate más discretamente que por la noche, el fotógrafo trae sus propias luces. No tardaremos mucho.

Salí vestida con lo que me pidió. El fotógrafo enseguida se hizo cargo de todo y me tomó muchísimas fotos. Tuve que posar con la ropa de cuero y desnuda en muchas posiciones, alguna verdaderamente vergonzosa. Lo mejor fue que en menos de una hora estaba fuera. Pasé por la comisaría a redactar el informe de lo poco que llevaba en el caso y a aguantar las bromas de los compañeros.

Durante dos días todo transcurrió con normalidad, mis actuaciones eran las más esperadas y ganaba un pastón en propinas. Tenía la duda de qué hacer con ese dinero, no sabía si entregarlo en comisaría o quedármelo para mí. Con la excusa de ver bailar a las chicas rondaba por los pasillos atenta a cualquier cosa, pero no pasó nada fuera de lo normal. Las cinco chicas éramos una piña, nos ayudábamos con el vestuario y el maquillaje como amigas de toda la vida.

Decidí poner el micro en el despacho de Germán el tercer día. El receptor debía estar a menos de veinte metros, pero en comisaría se habían encargado de aparcar un coche con el equipo junto al club, que se quedaría allí hasta que cerráramos el caso. Tenía una excusa perfecta para ver al gerente en su despacho, así que aproveché cuando le vi entrar. Cogí mi bolso y llamé a la puerta.

—Adelante.

—Don Germán, le traigo mi número de cuenta para que me ingresen la nómina.

—Claro, dímelo que lo apunto.

Puse el bolso en el borde de su mesa buscando la cuenta, cuando se me cayó al suelo me agaché a recogerlo y adherí el micro al tablero, junto a una pata. Volví a colocar el bolso en la mesa y saqué un papel.

—Tenga, don Germán, quédese con el papel.

—Gracias Marta, me encargaré de que te hagan el ingreso el día uno de cada mes.

—Gracias, ahora le dejo.

En cuanto llegué al camerino mandé un mensaje a Segis para informarle. Luego lo borré para no dejar pruebas.

El sábado vi follar a Vero con Óscar en el escenario. Parecía que se iba a caer el techo de los gritos del público. Luego charlé un rato con él. Era un tipo simpático y muy guapo. Se despidió diciéndome que cuando me tocara me trataría muy bien.

Pasaron algunos días sin progresos. Me había olvidado del asunto de las fotos y me sorprendí un día cuando al llegar al club encontré varios carteles con mi imagen a tamaño natural. Se me anunciaba como “Cristal, la bailarina más caliente del año”. Tengo que reconocer que el fotógrafo había hecho un buen trabajo y se me veía espectacular.

Me pasaba una cosa que no quería analizar demasiado, pero los minutos antes de mi actuación estaba expectante, deseosa de hacerlo bien y provocar al público con mi desnudez. Me empezaba a parecer un triunfo convocar cada día a más gente, muchos de los clientes esperaban a verme una última vez antes de marcharse a casa. Cuantas más obscenidades me decían y más propinas me arrojaban más orgullosa estaba de mí misma. Luego me lo reprochaba, pero completamente desnuda, exhibida en el escenario y siendo el objeto de gritos y silbidos, me encontraba bien, como si hubiera conseguido un logro importante. Si no hubiera sido por Segis puede que hubiera perdido el enfoque. Decidí pasar más tiempo en el club como último recurso, así que convencí a las chicas para que me ayudaran con la barra. No se me daba del todo bien y fue una excusa creíble. Pedí permiso a don Germán y por las mañanas iba al club a ensayar con alguna de las chicas. En todo el club solo había dos puertas cerradas con llave, el despacho del gerente y el almacén, quizá ahí hubiera algo.

Detecté algo sospechoso. Había dos proveedores que entregaban la misma marca de cerveza. Todas las mañanas dos camiones de Heineken descargaban cajas y las metían en el almacén. Luego, cerca ya de la hora de comer, varias furgonetas recogían las cajas vacías del día anterior, pero no se llevaban todas las cajas de una vez. Había veces en que se llevaban tres cajas, otras se llevaban dos, no me pareció normal y se lo conté a Segis una noche cuando me llevaba a casa después de trabajar.

—Creo que he descubierto el sistema de distribución. En el club no hacen menudeo, tienen mucho cuidado de no hacer nada sospechoso. Creo que el método que usan es recibir la droga en cajas de Heineken, luego la distribuyen en las cajas con las botellas vacías. Todas las mañanas vienen cuatro o cinco vehículos a recogerlas.

—Puede ser — me dijo —, creo que es muy posible. Mañana le contaré tus sospechas al comisario. Tenemos que seguir a esas furgonetas y ver qué hacen después del club. Ha sido un buen trabajo, Marta.

—Gracias, Segis. Te mando — dije sacando el móvil — algunas fotos. Ocasionalmente Germán se reúne con alguien en el despacho por la mañana. Seguramente sean proveedores, pero por si acaso les he hecho fotos al salir.

—Lo investigaré. No olvides cuidarte mucho, no hagas nada arriesgado que te pueda descubrir.

—La verdad es que ya no se me ocurre qué más hacer. Son tan limpios en el club que no hay nada que investigar.

—Bueno, aguanta unos días más mientras comprobamos tu teoría.

El viernes surgió una oportunidad, al volver excitada y contenta de una actuación encontré la puerta del despacho entornada. Dudé unos momentos pero revisé que no hubiera nadie cerca y me metí rauda para revisar la mesa. Acababa de cerrar un cajón y ojeaba los papeles que tenía encima cuando entró Germán.

—Ah, don Germán, le estaba buscando. Quería decirle que ya domino la barra y no necesitaré venir más por las mañanas — le dije lo primero que se me ocurrió.

—¿Cómo has entrado? — su fiera mirada no me hacía confiar en que me hubiera creído.

—Estaba abierto, pensé que estaba usted aquí.

—Puede que dejara abierto, pero aquí no se debe entrar sin permiso. ¿Qué mirabas en la mesa?

—Nada, don German, solo le estaba esperando para decirle eso.

—Ya me lo has dicho. Vete.

Volví apresurada al camerino y me senté en mi silla. Intenté actuar con normalidad delante de las chicas pero el corazón me latía a toda velocidad. Empezaba a tranquilizarme cuando entró Germán.

—Ven un momento, Marta. Quiero hablar contigo.

Le acompañé al despacho, cerró la puerta y se quedó junto a mí, muy cerca.

—He estado pensando, aquí no hacemos nada ilegal ni tenemos nada que ocultar, pero no me gusta haberte encontrado fisgando en mis cosas.

—Yo no …

—Cállate — me agarró del brazo haciéndome daño.

—Pensando en lo sucedido se me ha ocurrido que quizá seas policía, ¿tú qué dices?

—¿Yo? No.

—Ya, ya, a mí tampoco me parece muy probable, pero me quedará una espinita si no me aseguro. Y se me ha ocurrido una forma de asegurarme. Me extrañó que no quisieras participar en la actuación de sexo en vivo de los sábados. Si fueras policía no podrías hacerlo, claro, no te prestarías a algo así. Verás Marta, me quedaré tranquilo si lo haces, si no tendré que despedirte.

Sabía que el “despido” probablemente no sería simplemente darme de baja en la Seguridad Social, no podía olvidarme que esta gente era realmente peligrosa y violenta. Aún así no podía ponerme a follar con un desconocido delante de toda la gente. Una cosa era mostrar mi cuerpo y otra entregárselo a alguien con el público jaleando. Se me ocurrió una idea, al menos paliaría un poco la desagradable experiencia.

—No quiero que dudes de mí — le dije resuelta —, haz una cosa, ve anunciando en cada actuación que a las dos follaré con el tío más feo del local. Que las chicas o las camareras lo elijan entre todos los clientes. Así te demostraré que no soy poli.

—Jajaja, te debería haber contratado para marketing, me parece bien, Marta. De hecho me parece una idea genial.

—Tendrás que pagarme más, claro — forcé un poco para mantener mi tapadera, una bailarina de striptease no lo haría gratis — y no lo haré más veces, soy bailarina pero no puta.

—De acuerdo.

Había sido un movimiento arriesgado, en cuanto llegué al camerino mandé un mensaje a Segis : “Ven corriendo y espera”. No le había visto antes y quería asegurarme de que estuviera. Era difícil que hubiera otro tipo más feo en el local.

En mi salida de las doce, al presentarme, anunciaron el evento. Le gente jaleó y me dijeron más guarrerías que nunca, terminé un poco intimidada. Me fui asomando de vez en cuando por las cortinas hasta que respiré aliviada cuando vi a Segis sentado a una mesa.

Antes de las dos, entró don Germán al camerino. Ignoró a las otras chicas y vino directamente a hablar conmigo.

—Marta, a las dos haces tu actuación como siempre, luego te quedas en el escenario y las camareras elegirán a una persona, ya he hablado con ellas. Espero que al menos le hagas una mamada antes del sexo. Ten en cuenta que es un espectáculo, procura que los clientes tengan una buena vista de todo, recuerda que ponemos micrófonos, que parezca que disfrutas — se agachó para murmurarme al oído —. Más te vale hacerlo bien.

A las dos hice mi baile, quedé desnuda en el escenario bajo las miradas lujuriosas de todo el mundo. Quedé horrorizada cuando vi a Miguel, compañero inspector, mirándome con los ojos como platos. Me guiñó un ojo y sonrió cuando le devolví una mirada asesina. Recorrió todo mi cuerpo con la mirada y agrandó la sonrisa. Archivé en la memoria para después buscar la forma de vengarme.

El maître subió al escenario, me cubrió caballerosamente con una bata, y explicó las reglas de la elección.

—Caballeros, han de saber que Cristal, la bailarina más caliente, ha ofrecido su cuerpo para que uno de ustedes lo disfrute esta noche — se formó un escándalo considerable entre el público —. Silencio, por favor. A Cristal la persiguen príncipes, actores de Hollywood y los hombres más guapos y apuestos del mundo, por eso hay ha decidido hacer una buena obra — qué labia tenía el tío, y qué imaginación —. Nuestras preciosas camareras elegirán entre el público al hombre más feo, sí, al más feo para que comparta unos momentos de intimidad con ella — el escándalo entre los presentes era considerable, yo permanecía cohibida frente a todos —. Silencio, caballeros. He dicho momento de intimidad, pero quería decir de sexo puro y duro, ya que lo harán en el escenario, frente a todos ustedes. Ánimo caballeros, que se levanten y pasen al frente los que quieran participar en la elección.

Hubo un revuelo general en la sala, casi todos se levantaron y se acercaron al escenario, incluidos algunos hombres muy atractivos. Me cabreó ver a Miguel al frente, en cambio Segis permanecía sentado. Le miré suplicante y le hice una seña, intentando decirle que debía participar. Me entendió y se unió al resto. Las camareras no se complicaron, lo primero que hicieron fue echar a la mayoría, cuando quedaban ocho hombres volvieron a subir al escenario y debatieron entre ellas. Tuve que contener el impulso de sugerirles a quién debían elegir. Afortunadamente no fue necesario. La enorme fealdad de mi compañero actuó a mi favor y él fue el elegido ante la consternación del resto. Suspiré aliviada, iba a tener sexo delante de una multitud incluyendo a un compañero de trabajo, pero al menos sería con alguien de mi estima y confianza.

Luis y Juan subieron una recia silla al escenario y colocaron dos micrófonos, uno a cada lado. Segis estaba como un pasmarote esperando a que yo tomara la iniciativa. Cuando nos quedamos solos, titubeé antes de empezar. La sala estaba en completo silencio salvo una música suave que daba ambiente. La actuación de Vero y Óscar, la única que había visto, empezó con besos profundos, pero yo no quería besar a Segis. Reuní valor y, cogiéndole la mano, le llevé a la silla y le senté. Situada a su espalda le acaricié, luego me senté en su regazo dándole la espalda y meneé el culo para excitarle. Segis me susurró al oído bajito para que no lo captaran los micrófonos.

—¿De verdad quieres esto?

—Me han pillado en el despacho, o lo hacemos o me matan.

Me desabroché la bata sin quitármela, solo dejando entrever mi cuerpo. Aunque acababan de verme completamente desnuda, sonaron varios silbidos en la sala. Las manos de Sergi colgaban lánguidas a sus costados y las cogí para ponerlas en mis pechos. Tenía que animarle, supongo que para él tampoco sería fácil hacerlo con tanto público. Me bajé la bata hasta los codos mostrando mi torso. Mis pechos quedaban ocultos bajo las enormes manos de mi compañero, que empezó a apretarlos. Arqueé la espalda para que se viera mejor y pareciera que estaba disfrutando. Le dejé jugar un rato con ellos y luego me levanté. La bata cayó y volví a estar denuda. Mi giré y traje la cara de Sergi contra mi pubis, los gritos en la sala aumentaron. Moví las caderas en círculo sin soltar a mi compañero, que me seguía con la cara pegada. Ya se oían peticiones en la sala del tipo : “fóllatela ya” o “ponla de rodillas”.

Sin ánimo de prolongar más de lo necesario la función, levanté a Sergi y me arrodillé ante él, de perfil al público. Le quité los zapatos y los pantalones, cuando le bajé los calzoncillos de un tirón, su enorme miembro morcillón quedó a la vista. El silencio cayó en el club cuando vieron su tamaño. No se oyó un suspiro hasta que alguien dijo : “joder”. Luego Segis recibió todo tipo de alabanzas, casi ninguna de buen gusto. Le hice una mamada rápida. No quería que se corriera y no le dedique demasiado tiempo, aparte de que me dolía la mandíbula cuando me la metía sólo hasta la mitad. Conseguí, eso sí, que se le pusiera como el acero. Estaba preparado. Me levanté y miré al público de izquierda a derecha como desafiándolos, le puse a Segis el condón que habían dejado en la silla y me agarré al respaldo inclinándome casi noventa grados. Arqueé la espalda y levanté el culo para ofrecer un buen perfil al público.

—Vamos, cariño, hazme tuya — dije mirando a Sergi.

Afortunadamente no me hizo esperar, me acarició la rajita para asegurarse de que estaba húmeda, que lo estaba, y me la metió muy lentamente por entero. Aunque intentaba mantener la frialdad y actuar como una profesional simulando placer y expresiones faciales, me colmó tanto que abrí la boca y jadeé. Cuando Segis empezó a moverse aferrado a mis caderas la sensación fue indescriptible. Yo ya había follado con él, pero estaba bajo los efectos de un afrodisíaco y no confiaba en repetir las sensaciones que tuve. Ahora creo que fue mejor, mucho mejor. Mi cabeza cayó entre mis brazos y apenas pude hacer nada ni tomar ninguna decisión, salvo dejar que el placer que la enorme polla me daba se adueñara de mí. La gente animaba a Segis : “Así campeón, dale duro”, “No vas a follarte a otra tía igual”, “Rómpela el coño”. Completamente abrumada aguanté casi inerte, era consciente de sus dedos apretando mis caderas, de mi culo golpeado por su barriga en cada penetración, de mis tetas balaceándose al ritmo, pero no podía o quería hacer nada. Me limité a dejarme hacer hasta que un gigantesco orgasmo explotó en mi interior y grité como una posesa.

—Síiiiiii … síiiiiiiiii … síiiiiiiii … me corroooooooo

La gente se levantó de las sillas gritando enfervorecida, Segis seguía machacando mi coño y yo me retorcía para escapar antes de desmayarme de placer. Al final mi compañero me liberó quedando tras de mí, de pie, con su polla gigante apuntando al cielo.

Necesité unos instantes para recuperar la respiración, luego le cogí y fuimos casi hasta el borde del escenario. Allí me tumbé de lado, dando la cara al público y levanté la pierna. Segis vio mi postura y se tumbó detrás de mí. En un instante volvía a tener su polla dentro, machacando mi coño como un pistón. Estaba exhibida completamente, mostrando mi coño húmedo y mi expresión de placer. Segis asió una de mis tetas y siguió penetrándome como una máquina.

—Gime fuerte, Marta — me susurró al oído — déjales que te oigan.

Obedecí y gemí. Gemí como una puta por todo el placer que me daba. En esa posición veía perfectamente las caras de la gente, excitada y pidiendo más a gritos. “Llénala el coño”, “Luego por el culo”. Muchos lanzaban billetes al escenario. Me fijé en que uno de los que más gritaba era Miguel, mi compañero en la policía, “Folla a la zorra, fóllala”. Le ignoré y seguí a lo mío. Disfrutando de la follada.

—No dejes de gemir, Marta.

Obedecí sin ningún problema, lo difícil hubiera sido mantener la boca cerrada.

—Voy a correrme, cariño. Gime más cuando lo haga.

Cuando sentí su polla estremecerse y palpitar en mi interior me corrí yo también. Grité como me había pedido, o quizá un poco más. No lo sé muy bien porque el placer fue tan grande que creo que me mareé un poco. Recuerdo que Luis, el camarero, me llevó en brazos por el pasillo hasta el camerino, allí me sentó en mi silla y me obligó a beber agua. No me dejó hasta que me vio repuesta.  Gracias a dios me recuperé enseguida. Una de las camareras llegó con las propinas. Más de mil euros. La estupefacción se reflejó en su cara.

—Joder, yo follaría todos los días en el Bernabéu lleno si me pagaran tanto, jajaja — dijo saliendo del camerino.

Germán apareció a los pocos minutos e hizo salir a las chicas al pasillo cerrando la puerta.

—Lo has hecho muy bien, Marta, tus quinientos euros y otros doscientos de prima — me entregó un sobre —. Piensa si quieres hacerlo una vez por semana. Elegiríamos a alguien del público, como hoy y te pagaría ochocientos euros. No está mal para menos de media hora.

—Gracias, don Germán, pero ya le dije que no estoy interesada.

—Lástima. En fin, sigue trabajando así, lo estás haciendo muy bien. Y no vuelvas a entrar a mi despacho.

—No, don Germán, no se preocupe.

—Siento haberte metido en esto, Segis — me había esperado para llevarme a casa y estábamos en su coche. No podía mirarle a la cara, pero tenía que agradecerle su ayuda —. No se me ocurrió otra cosa, lamento mucho obligarte a hacerlo delante de todo el mundo.

—No te preocupes, Marta. Somos profesionales y hacemos lo que haga falta, no le des más vueltas. Cuéntame lo que ha pasado.

Le conté la pillada en el despacho y el ultimátum de Germán. Le explique mi idea para no hacerlo con un desconocido.

—Podías haber dejado el club, hubiera sido más seguro.

—Ya sabes que se me empieza a valorar en comisaría, no quería cagarla ahora.

—Lo entiendo, pero no te pongas en peligro más de lo necesario. La investigación de las entregas y recogidas de cerveza va muy bien, empezamos a tener una idea de la estructura de la banda. Ahora duerme y mañana te pongo al día.

—Vale, además mañana tengo que madrugar. Quiero hablar con el inspector Miguel antes de que entre en comisaría. Hoy estaba en primera fila y no quiero que cuente nada a los chicos.

—Yo me encargo de eso, Marta. Olvídate de Miguel.

—¿Qué vas a hacer?

—Tú no te preocupes y vete a dormir, lo necesitas.

Rumiando sobre Segis y Miguel subí a casa, me di una ducha caliente y larga y me dormí en cuanto apoyé la cabeza en la almohada.

A partir del día en que tuve sexo en vivo las cosas fueron muy deprisa, mis compañeros en la policía hicieron un magnífico trabajo recopilando información en base a las pistas que les proporcioné. Las fotos que conseguí sacar de las visitas que recibía Germán resultaron ser de varios miembros de la banda, a los que investigaron probando su implicación. Antes de detener a todo el mundo y para garantizar el éxito del caso y cerrarlo con garantías de condenas, me ordenaron registrar el almacén. Eso me planteaba un problema, si la mercancía se recibía y se distribuía por la mañana, quizá por la noche no hubiera nada. Tendría que registrarlo después de que llegara el falso camión de Heineken y antes de que empezaran a repartir la droga.

Por la mañana en el club solo estaban Germán y Marcelo, el enorme portero. Necesitaba que estuvieran entretenidos de alguna manera para disponer del tiempo necesario y que no me pillaran. Pedí ayuda a Rafa y a Julián, dos compañeros.

Me presenté en el club sobre las once, a esa hora ya habrían recibido la mercancía. Me colé bajo el cierre medio bajado de la puerta principal y llamé. Marcelo me abrió, estaba tomando café con Germán en la barra.

—Me dejé ayer el móvil, lo cojo y me marcho.

—¿Quieres un café? — ofreció Germán.

—No, no, he quedado a las once y media para depilarme y ando justa de tiempo — era una excusa cojonuda para una stripper.

—Vale, Marta. Sal por aquí otra vez para que dejemos cerrado.

Me metí en el pasillo buscando en el bolso. Con perfecta sincronización, mis dos compañeros golpearon la puerta del club pidiendo entrar con voces de borracho. Saqué la ganzúa y abrí sin problemas el almacén. La cerradura era sencilla y me llevó apenas unos segundos. Enseguida supe dónde buscar, toda una pared estaba cubierta por cajas vacías de cerveza, al lado había otras diez o doce cajas anónimas. El precinto había sido retirado y pude examinar el contenido. Hice fotos de todo, había paquetes de doscientos cincuenta gramos de lo que debía ser coca, también bolsitas pequeñas de plástico llenas de pastillas de todos los colores. En otra caja encontré pequeños viales llenos de líquido transparente perfectamente acolchados. Terminé las fotos y salí del almacén, volviendo a cerrar. Volví a la sala con el móvil en la mano.

—¿Qué era ese ruido? — pregunté haciéndome la tonta.

—Dos borrachos que querían seguir de fiesta, pasa de vez en cuando — contestó el portero —. Espera que salgo contigo por si siguen fuera y te molestan.

—Gracias Marcelo, eres un cielo.

Me sonrió y acompañó al exterior, como no vimos a nadie me despedí de él y me fui caminado por la acera.

Estaba con Segis en el coche, aparcados cerca del club. Tras el registro de ayer del almacén el comisario decidió efectuar registros y detenciones simultáneas. Era una operación importante en la que participarían varias comisarías. A las once y media salimos del coche con la placa colgando del cuello. Se nos unieron otros cuatro policías y, todos juntos, nos dirigimos al club. Llamé a la puerta y Marcelo me dejó entrar. Mis compañeros irrumpieron detrás de mí y, en dos minutos, tanto él como Germán estaban esposados en el suelo boca abajo. Llevé a Segis al almacén y le mostré las cajas con la droga. Al volver a la sala me encontré con los detenidos sentados en sillas.

—¡Puta! — exclamó Germán mirándome con odio — sabía que no eras trigo limpio.

—Quién fue a hablar — le contesté.

A continuación le ignoré y me uní a mis compañeros en el registro de las instalaciones. Cuando llegó el furgón para llevarse a los detenidos no le eché ni una sola mirada. Ya hablaríamos en los interrogatorios.

La operación fue un éxito, desarticulamos otra vez la mayor banda de narcotraficantes de Madrid. El comisario volvió a felicitarme ante los compañeros y yo estaba orgullosa de mi trabajo. Ocurrió una cosa curiosa que me intrigó. Al entrar la mañana siguiente a comisaría Miguel, el capullo que me había visto en el club, estaba esperándome.

—Quería pedirte disculpas, Marta. Lamento mucho lo que pasó. No te preocupes que no contaré nada — tenía aspecto contrito.

—Más te vale, Miguel. No quiero malos rollos contigo pero puedes buscarte un enemigo.

—No, no, ya te digo que lo lamento y que puedes contar con mi discreción.

—Vale, pues lo pasado, pasado.

—Dile a Segis que me he disculpado, ¿vale?

—Claro — dije extrañada.

—Ah, y yo no tengo nada que ver con eso — me hizo un gesto con la cabeza señalando la sala de reuniones.

Extrañada miré en la sala, uno de los carteles en los que aparecía en bikini como “Cristal, la bailarina más caliente del año” estaba contra la pared iluminado con unas velitas, como si yo fuera la virgen o algo así. Sonreí por un momento recordando lo bien que lo había pasado, luego volví al presente y miré a mi alrededor. Vi un extintor justo al otro lado del pasillo, así que con el pie deslicé un par de velitas para que quedaran pegadas al cartel. Luego salí tranquilamente y me fui a poner un café.

Me descojoné interiormente cuando se escucharon gritos y una voz preguntaba dónde estaba el extintor. Esperé unos minutos a que las cosas se calmaran y entré en la sala de los inspectores. Todos me miraron intentando descifrar en mi cara si había tenido algo que ver. El comisario se asomó desde su despacho, con una leve sonrisa me miró asintiendo con la cabeza y volvió a meterse dentro.

El día pasó entre informes e interrogatorios a los detenidos, llegué a casa tarde y exhausta. Me había puesto ya el pijama y estaba a punto de cenar algo cuando llamaron a la puerta. Por la mirilla vi a Segis acarreando un paquete largo y fino.

—Hola Segis, pasa, ¿has cenado?

—La verdad es que no.

—Yo iba a cenar ahora, ¿me acompañas?

—Claro.

—¿Qué traes ahí?

—Ah, es un regalo para ti.

Apoyó el delgado paquete en la pared y arrancó el papel que lo cubría, apareció uno de los carteles del club. Estaba yo de perfil sacando culo y sonriendo a la cámara.

—Pensé que te gustaría conservarlo, aparte quería pedirte permiso para una cosa.

Miré el cartel con una sonrisa, claro que me encantaría tenerlo. Pensaba colgarlo en mi habitación en cuanto se fuera Segis.

—Muchas gracias, sí que quiero el cartel. Ha sido un detalle. ¿Y para qué quieres mi permiso?

—Es que había tres carteles, uno es este. Otro ha sido destruido por un fuego misterioso — me dijo con media sonrisa —, el tercero está en mi casa. Quería preguntarte si me lo puedo quedar.

Qué cabrito el Segis. A saber lo que haría mirando el cartel. Pero si alguien tenia que tenerlo prefería que fuera él, sin ninguna duda.

—Con una condición, cuéntame qué le dijiste a Miguel para que se disculpara conmigo.

—Ah, en realidad no le dije mucho.

—Ya, ya, ¿qué le dijiste?

—Casi nada, créeme. Yo creo que lo que le convenció de verdad fue el tener el cañón de mi pistola tocando sus amígdalas.

—Sí — dije asombrada —, muy convincente, muy convincente.

De todo el caso, una de las mejores cosas que saqué en claro fue la amistad con las chicas. Las llamé en cuanto las cosas se tranquilizaron y las invité a cenar. Luego fuimos a un club de strippers y gritamos a los chicos como zorras cachondas. Menos mal que conocían a Alicia y a Vero y se lo tomaron con buen humor. Prometimos mantenernos en contacto y vernos de vez en cuando. Segis volvió a su comisaría y, aunque nos comunicábamos por WhatsApp con frecuencia, nos veíamos poco. La vida volvió a la normalidad, con casos normales y haciendo las cosas normales. No me podía quejar, mis asignaciones eran mucho mejores que antes y era valorada en el cuerpo, pero echaba de menos la emoción de estar infiltrada, de tener una misión que me pusiera a prueba y exigiera todo de mí.

—Inspectora Martín, a mi despacho — dijo el comisario.