La inspectora 01

Serie de relatos sobre la vida de la inspectora Martín. Situaciones absurdas, surrealistas (en uno sale un pulpo) y con mucho morbo.

En esta serie de relatos se narra la vida de la inspectora Martín. No he pretendido que los relatos sean perfectamente creíbles ni contar una historia de amor. En esta serie en cambio la inspectora pasará por las situaciones más absurdas y surrealistas que se me ocurran. Intentaré que sea el morbo el protagonista. Me he propuesto que el amor no aparezca por ninguna parte, espero conseguir dar un tono de humor y sexo, mucho sexo. A ver si me sirve de terapia y me lo saco de la cabeza, jajaja.

El día estaba plomizo y frío y me apresuré a entrar en la comisaría. Como casi siempre era la primera en llegar, colgué el abrigo en el perchero y encendí el obsoleto ordenador que me veía obligada a usar. Era un ordenador del año catapún que más parecía un calentador de gas, hasta que no se calentaba unos minutos no se podía trabajar con él. Mientras le dejaba desperezándose me preparé un horrible café en la máquina de la sala común. Con las dos manos cubriendo la taza para calentarlas un poco me senté e introduje mi contraseña. Abrí las asignaciones del día sin esperanza. Llevaba más de un año en el puesto de inspectora y no me habían encargado ni un caso decente. Rememoré el primer día en el cargo y volví a reprocharme el error que cometí. ¡Sólo a mí se me pudo ocurrir presentarme al comisario y a los compañeros con pantalones ajustados y camiseta de tirantes! Desde aquel aciago momento no me habían tomado en serio como profesional, en cambio me veían como una barbie. Se fijaban exclusivamente en mi torneado cuerpo, mi bonita cara con ojos verdes y mi largo pelo rubio. Para mi desgracia me habían catalogado como una rubia tonta y por mucho que hice desde entonces no conseguí que cambiaran de opinión.

Se abrió por fin el fichero de asignaciones y comprobé que otra vez tenía trabajo administrativo. Respondí al saludo del comisario que cruzó la sala para llegar a su despacho y me puse a la tarea. Siempre cumplía a la perfección las mierdas que me asignaban, con la esperanza de que algún día me dieran una oportunidad.

—Inspectora Martín, la espero a las nueve en mi despacho.

—Sí, señor — contesté sorprendida. Era la primera vez que me convocaba en el tiempo que llevaba trabajando para él. ¿Sería para darme una oportunidad o para amonestarme por algo? Aguanté impaciente en mi mesa los escasos minutos que restaban hasta las nueve y acudí al despacho.

—Siéntese, inspectora, en cuanto llegue el subinspector Porras les informo a los dos.

Dejé pasar el tiempo mientras el comisario revisaba los casos abiertos, el despacho era bastante sobrio e impersonal, solo una foto de una mujer madura y dos adolescentes decía algo sobre la persona que trabajaba allí. Enseguida llegó el que debía ser el subinspector Porras. Se trataba de un tipo bajito, gordinflón y feo como pegar a un padre, a su favor tenía únicamente la juventud, no llegaría a los treinta años.

—Siéntese, Porras, esta es la inspectora Martín, trabajarán juntos en un caso.

Adelanté el cuerpo en la silla prestando atención. ¡Por fin!

—El subinspector Porras pertenece a narcóticos — me informó —. El departamento está intentando desmantelar una red de traficantes y se encargarán de la vigilancia de una pareja de camellos. Residen en una urbanización de las afueras, pero cuéntelo usted, agente Porras.

—Sí — carraspeó antes de hablar —, son dos individuos varones y jóvenes que pertenecen a la organización más importante de narcotráfico en la zona. Viven en un pareado y nosotros ocuparemos el otro haciéndonos pasar por matrimonio. Ya tenemos autorización judicial para poner micrófonos. Aparte de controlar el tráfico de drogas que se realice en la casa, si con las escuchas descubrimos alguna reunión con gente de su banda les seguiremos y recabaremos toda la información posible. Creo que eso resume todo.

—Bien — intervino el comisario —, aclaren entre ustedes lo que necesiten y múdense esta misma tarde. Quiero un informe por correo dos veces diarias. Envíenme también las grabaciones todos los días. El resto del día lo tienen libre para prepararse. Eso es todo.

Salimos del despacho y conduje a Porras a una pequeña y cochambrosa sala de reuniones.

—Si vamos a ser marido y mujer deberías llamarme Marta.

—Claro, yo soy Segismundo, pero casi mejor llámame Segis — joder, encima de gordo, canijo y medio calvo hasta el nombre lo tenía feo.

—¿Tienes información de los sujetos que tenemos que controlar?

—Sí, pero quizá sea mejor que me lleve todo a la casa y allí lo revisamos juntos, ¿te parece?

—Sí, será lo mejor.

—La casa está amueblada y solo tenemos que llevar nuestra ropa y cosas de aseo, en cuanto estemos allí podemos hacer compra y eso sí, en cuanto los dos tipos salgan tengo que llamar a nuestro técnico para que ponga los micrófonos en su casa.

—Vale, creo que de momento está todo claro.

—Dame tu dirección y te recojo a las cuatro esta tarde. En media hora o así estaremos allí.

Intercambiamos teléfonos y le di mi dirección, luego nos fuimos para preparar la maleta.

Llegamos a la casa a la hora prevista, metimos las maletas y elegimos habitación. Segis fue tan amable de dejarme la más grande. Arriba aparte de tres habitaciones había un baño, abajo estaba el salón, la cocina y otro baño. Por una puerta de cristal se salía también a un pequeño patio en el que había una mesa con sillas metálicas.  El salón estaba amueblado con un sofá, dos sillones que parecían muy cómodos, una mesa de comedor y varias sillas. También había una tele de pantalla plana adosada a una pared. La estrecha cocina estaba abierta al salón, con una barra de separación con algunos taburetes.

Un poco cohibidos ambos por tener que vivir juntos subimos a nuestras respectivas habitaciones a deshacer las maletas. En unos minutos estábamos los dos abajo otra vez, sentados a la mesa revisando los expedientes del caso. Mientras me mostraba toda la información me iba contando.

—Nuestros vecinos son gente sin antecedentes, pero creemos que llevan varios años en la banda. Ya los verás, parecen gente normal y corriente, pero sospechamos que han cometido varios delitos violentos, tienes todo en los expedientes.

—Esta noche los leeré a fondo, total, no tenemos nada que hacer hasta que venga el técnico.

La casa contaba con internet, agua y electricidad, el departamento ya se había encargado.

—Yo vigilaré por la ventana hasta que salgan los dos individuos — se ofreció Segis —, en cuanto los vea llamaré para que vengan a instalar los micros.

Comentamos el caso bastante rato, era realmente satisfactoria la cantidad de información que mi compañero tenía sobre él.

—¿Llevas mucho con este caso? — le pregunté.

—Dos meses, hasta el traslado he trabajado en Valencia.

—¿Por qué te has trasladado, no estabas a gusto en Valencia? — quizá fui indiscreta, pero si íbamos a convivir varios días me apetecía saber algo de él.

—En Valencia no me valoraban mucho, soy un buen policía pero mi aspecto no ayuda mucho — me dijo algo avergonzado.

—Ya, trabajo administrativo y poco más, ¿no?

—Sí, así fue.

—Me pasa lo mismo — dije con sinceridad —, es mi primer caso en la calle.

—No te entiendo — me dijo confuso —, no tienes precisamente mal aspecto.

—Ya, ya, pero a ti te marginaban por … poco atractivo y de mi piensan que soy una rubia tonta, una barbie inútil.

—Ah, eso sí lo entiendo.

—¿Cómo? — le dije simulando estar ofendida.

—Oh, no, no, no — dijo haciendo aspavientos con las manos — no es que piense que seas tonta, es que sí eres rubia y guapa y …

Me reí a carcajadas del pobre Segis. Por fin pilló la broma y se rio conmigo, enseñando la prominente dentadura con varios dientes torcidos. Noté que los michelines le temblaban y me causó algo de ternura. La verdad es que era realmente feo el pobre.

Segis se situó junto a la ventana de la entrada y yo me dediqué a estudiar los expedientes. Si todo iba según lo previsto sería la única noche en la que pudiéramos dormir como un día normal, luego tendríamos que hacer guardia. Para no dejarle solo como un pasmarote en el salón aguanté hasta cerca de la una, bostecé dos veces seguidas antes de levantarme de la mesa.

—Segis, no creo que salgan ya ni que vaya a venir el técnico a esta hora, vámonos a acostar.

—Tienes razón, mañana bajaré temprano por si se fueran pronto.

—Vale, mañana acordamos los turnos.

Apagamos las luces y nos fuimos a acostar. Me costó acostumbrarme a la cama nueva pero conseguí dormir unas horas. A las siete estaba abajo preparando café. Segis había sido previsor y trajo café y leche para que fuéramos tirando hasta que pudiéramos hacer compra. Con mi café con leche me senté en la ventana a observar la posible salida de nuestros vecinos.

—Buenos días, Marta — me saludó mi compañero bajando por las escaleras.

—Buenos días, he hecho café, sírvete en la cocina.

—Gracias, hasta que no tomo el primer café no soy persona.

—A mí me pasa igual, luego dúchate si quieres mientras yo vigilo.

Charlamos mientras tomábamos el café, nos contamos nuestras historias de la academia y nuestros primeros destinos. Luego me quedé sola mientras Segis subía a ducharse. Me sustituyó en la vigilancia y yo hice lo mismo. La mañana fue aburrida, no hubo ningún movimiento en la casa aledaña y ya nos planteábamos si es que los vecinos no estarían cuando Segis me hizo gestos. Me asomé discretamente a la ventana juntando nuestras cabezas, observamos a dos individuos de unos treinta años, ambos morenos y fuertes, se subieron al coche aparcado frente a su casa y se marcharon. Segis inmediatamente llamó al técnico, en veinte minutos estaba en el salón agujereando las paredes. Pensé que allanaría la otra casa para poner los micros, pero lo que hizo fueron unos pequeños taladros en la pared a la altura del rodapié. Primero probó la cámara, un estrecho cable que introdujo en uno de los agujeros y nos proporcionó visión del salón de los vecinos en el portátil. En los otros dos agujeritos metió sendos micros que conectó también al portátil.

—Ya lo tenéis, chicos. Podéis ver lo que pase en el salón y escuchar todo por los auriculares, son bluetooth por lo que no tenéis que estar pegados al portátil. Los micrófonos son muy sensibles y seguramente podáis oír incluso lo que se hable en el piso de arriba.

Nos explicó cómo recuperar los archivos de audio y video grabados y cómo enviarlos a comisaría. En apenas media hora se había marchado y nos había dejado todo preparado para la vigilancia.

—¿Aprovechamos y hacemos la compra? — me preguntó Segis.

—Claro, vámonos.

En su destartalado coche fuimos al supermercado más cercano, teníamos gustos parecidos y no fue difícil aprovisionarnos como para una semana. Con prisa por si volvían los objetivos volvimos a casa y descargamos las bolsas. Quiso la casualidad que justo entonces volvieran también los vecinos.

—Hola vecinos — nos dijo uno de ellos al bajarse del coche.

—Hola — contesté.

—Veo que os acabáis de mudar, ¿por mucho tiempo?

—Sí, nos acabamos de casar y viviremos aquí — quise darle explicaciones para reforzar nuestra coartada y que no sospecharan nada raro.

El tipo nos miró a los dos con cara de extrañeza, seguramente pensaba que no pegábamos ni con cola.

—Oh no — dijo tapándose las orejas con las manos — los dormitorios del primer piso están separados por una pared de papel y no me dejaréis dormir disfrutando de vuestro matrimonio.

Le miramos Segis y yo algo cohibidos hasta que se echó a reír a carcajadas.

—Es broma, es broma, aunque se oye todo yo duermo como un tronco. Por cierto, soy Lucas y este es Miki — nos dimos la mano —, si necesitáis algo aquí estamos — me miró intensamente al decir eso.

—Gracias, lo tendremos en cuenta.

Segis y yo nos metimos en casa después de despedirnos, colocamos los víveres comentando el encuentro. Nuestras voces habían bajado de volumen inconscientemente, al menos a mí lo de las paredes de papel me había preocupado. En vez de establecer turnos para escuchar con los auriculares decidimos hacerlo sobre la marcha, ocupándose cada uno de una mitad de la noche. Pronto obtuvimos resultados, de vez en cuando aparecía alguien que compraba droga, sobre todo meta y cristal. Documentábamos todo y enviábamos los informes, sin embargo no conseguimos información sobre sus superiores jerárquicos ni sobre la logística de la distribución. Era un trabajo muy aburrido, pero ambos estábamos decididos a hacerlo de forma perfecta para salir de la marginación en la comisaría. El segundo día se estropeó el termostato de la calefacción y la casa se convirtió en un horno. Debido a los equipos del salón y para evitar sospechas no quisimos llamara para que lo repararan. Tuve que escaparme unas horas a mi casa a coger ropa de verano para poder aguantar. Por la forma en que me miraba Segis de reojo debía estar encantado. Me pasaba el día con shorts y camisetas de tirantes. La convivencia con él era realmente buena, tenía un magnífico sentido del humor y siempre sacaba algún tema de conversación con lo que se paliaba el aburrimiento.

El tercer día por la noche me llamó para que escuchara algo. Retrocedió la grabación y lo reprodujo para que lo oyera :

“Los vecinos no parecen matrimonio, ni una noche los he oído follando”. “Sí que es raro, con el cuerpazo que tiene la tía yo estaría toda la noche metiéndosela”. “¿Te fijaste en el culo que tiene?”. “Claro”.

Siguieron comentando el tema y yo me retiré avergonzada. Era cierto que no nos comportábamos como un matrimonio.

—Marta, perdona que te diga esto — me dijo Segis ruborizado —, pero sería bueno que solucionáramos esto, quizá deberías ir a tu habitación y hacer ruido como si estuviéramos follando — el pobre no podía mirarme a la cara mientras me lo decía.

—Tienes razón, no vamos a joderla por eso — bajo ninguna circunstancia pensaba malograr la misión. No podía dejar que sospecharan de nosotros y volver a la comisaría con un fracaso. Hundiría mi ya pobre carrera para siempre —. Pero como ellos están abajo debería hacerlo aquí.

Me senté en uno de los sillones, elegí el que daba la espalda a Segis para no pasar más vergüenza de la necesaria.

—No me mires, por favor — pedí.

Intenté relajarme y empecé a gemir.

—Aaaahhh … ummmm … ooohhhh.

—Tienes que hacerlo más alto — me susurró Segis.

—Aaaahhh … ooohhh … ummm.

—Me parece que no va a funcionar — me dijo —, o le pones más pasión o no va a colar.

Tenía toda la razón, era difícil simular esas cosas y lo hacía de forma mecánica y sin gracia. Me desabroché el short y me acaricié. Mi otra mano se ocupó de mis pechos. Seguí gimiendo pero yo misma me daba cuenta de que no iba a dar el pego, no conseguía que parecieran gemidos de placer. Profundicé en mi vagina a pesar de sus sequedad y lo intenté nuevamente. El mismo resultado.

—¿De verdad quieres hacerlo bien? — me preguntó Segis sin darse la vuelta.

—Claro, necesito que esta operación sea perfecta.

—Pues déjame ayudarte.

A punto estuve de sacudirle cuando se puso a mi lado, pero el miedo al fracaso predominaba sobre cualquier otra cosa. Deslizó una de sus enormes manos bajo mi camiseta y acarició mis pechos sobre el sujetador. Le dejé hacer cerrando los ojos. Su mano estaba muy caliente y mi piel ardía por donde pasaba, increíblemente en un par de minutos tenía los pezones duros y los labios entreabiertos. Bajó la mano hasta meterla bajo el pantalón.

—Sube el trasero, Marta.

Obedecí y me bajó el pantaloncito, sus gordos dedos me acariciaron los muslos hasta conseguir que abriera las piernas. Mis ojos seguían fuertemente apretados cuando respingué al sentirle sobre mi coñito. Me frotó suavemente sobre la tela de mis braguitas consiguiendo humedecerme. Ahora sí gemí de verdad.

—Aaaahhhh.

—Gime más fuerte, Marta.

Metió la mano bajo la tela y me acarició directamente, no tuve ningún problema en gemir más fuerte cuando me penetró uno de sus dedos. Durante un rato siguió estimulándome y yo gemí sin tener que forzarme. Nunca hubiera esperado que mi compañero me excitara tanto.

—Córrete y grita — me pidió.

Me apretó fuerte una teta y aceleró su dedo en mi interior, en pocos segundos me llené de placer y grité mi orgasmo.

—Aaaaaaaaaahhhhhhhggggg.

Segis se apartó y yo recordé lo que estábamos haciendo, por un momento había olvidado el caso, la misión y todo, concentrada solo en correrme con los dedos de mi compañero. Me subí el pantalón a toda prisa y corrí escaleras arriba para encerrarme en mi habitación. ¡Qué vergüenza! pensé, ¿qué se pensará Segis de mí? Rumié unos minutos lo que había sucedido y decidí bajar y hablar con él.

—Lo han oído y han dicho que ya era hora, parece que se lo han tragado — me dijo al sentirme llegar.

—Oye Segis, verás …

—No digas nada, Marta, ha sido trabajo, no tiene importancia.

—Vale, sí, ha sido trabajo.

—De todas formas tendremos que repetirlo a menudo, aunque también te puedo encargar un consolador por internet. ¿Qué prefieres?

—No sé — estaba abrumada hablando de esas cosas con mi compañero, apenas hacía unos días que le conocía y me resultaba muy violento hablar de cómo estimularme sexualmente con él. No me parecía que algo tan íntimo tuviera que ser tema de debate policial.

—Bueno, entiendo que sea difícil para ti, ya me contarás lo que decidas. ¿Por qué no te acuestas y me relevas a las cuatro?

Me acosté dándole vueltas a la cabeza y me desperté a las cuatro dándole todavía vueltas. Sustituí a Segis sin poder mirarle a la cara y aguanté toda la noche sin un solo ruido en los auriculares.

Por la mañana ambos actuamos normalmente, como si nada hubiera pasado. Sí note que en la pequeña cocina al pasar junto a mí me rozó el culo con la pelvis, pero lo achaqué a que era muy estrecha y realmente había poco espacio. Durante mi turno de la mañana sucedió la primera cosa importante. Oí cómo quedaban con otro miembro de su banda en un parque esa misma noche para recibir mercancía. No concretaron de qué se trataba, pero iríamos a observar a ver si lo descubríamos y a fotografiar al otro miembro. Durante el día pensé sobre la sugerencia de Segis de comprar un consolador, pero no fui capaz de pedirlo ni me atreví a decírselo a mi compañero.

Esperamos a que salieran para seguirlos con nuestro coche, como conocíamos su destino no tuvimos ni que acercarnos, era imposible que nos detectaran. Aparcamos junto al parque en un sitio oscuro, el vandalismo urbano se había encargado de que las farolas cercanas estuvieran apagadas. Bajé la ventanilla unos centímetros y asomé el micrófono direccional para intentar captar la conversación. Poco tuvimos que esperar para que un individuo se reuniera con nuestros vecinos y entablaran conversación. Se notaba que el recién llegado estaba nervioso y preocupado, tenía una actitud tensa y no dejaba de mirar alrededor. Bajé lentamente el micrófono cuando su mirada se detuvo en nuestro coche, a unos veinte metros de su posición. Entregó a sus amigos un paquete bastante grande y caminó hacia nosotros observando el coche atentamente. Por un momento entré en pánico, no teníamos motivos para estar ahí.

—Ven, acércate — me dijo Segis.

Me agarró por los hombros y me besó. No fue un beso suave y dulce, fue un beso con lengua y profundo. Yo estaba con los ojos abiertos de la sorpresa y le veía vigilando al sospechoso que se seguía acercando. Profundizó aún más el beso y me agarró del culo, yo ya no sabía muy bien si lo hacía por disimular o lo estaba disfrutando, pero mi tripa se llenó de mariposas. ¡Segis besaba de puta madre! Cerré los ojos gozando del beso hasta que Segis se retiró.

—Ya se ha ido, aguanta así de momento.

Algo frustrada por el beso interrumpido permanecí a centímetros de su rostro. Era feo de narices, pero me había dejado con ganas de proseguir el beso.

—Vale, levanta el micro, ya no nos puede ver.

Volví a mi posición inicial colocando el micrófono en la ventanilla. No podíamos oír lo que decían pero lo escucharíamos en casa al volver. A los cinco minutos se dieron la mano y se marcharon. Nosotros esperamos una media hora antes de volver a casa.

De la grabación del parque sólo sacamos en claro que la droga había llegado a Madrid en camión, pero todo el día estuvieron llamando a gente para repartirles la droga, citándolos al día siguiente. Nos serviría para conocer a los pequeños camellos que dependían de estos. Esa tarde acudieron a su casa dos chicas y tuve que soportar los gemidos y gritos que profirieron durante más de dos horas. Me quedé hipnotizada viéndolos follar en la pantalla del portátil. Empezaron cada uno con su chica, luego las intercambiaron y al final entre los dos penetraron doblemente a una de ellas mientras la otra tocaba y chupaba lo que podía. Por suerte Segis estaba en su habitación y pude contemplarlo a solas.

Por la noche esperé a que se acostaran y me recosté en la cama para hacer mi parte. Seguro que excitada por la función de la tarde me resultaría fácil. Pero no fue así, pensando en la misión y lo que me jugaba no me concentraba o me relajaba lo suficiente y no era creíble. Tuve que llamar a Segis muerta de vergüenza para pedirle ayuda. Para hacerlo menos personal le hice sentarse en la cama con las piernas abiertas y yo me senté entre ellas. Me resultaría más llevadero si no nos veíamos veía las caras.

—Quítate el pantalón — me pidió —, será más fácil.

Dándole la razón le hice caso y esperé nerviosa a que empezara. Como el día anterior empezó acariciando mis pechos. Quizá porque me contuve para que no pensara que era una mujer fácil, debió pensar que no obtenía resultados, así que desabrochó mi sujetador y me agarró las tetas con las dos manos. Su calor y su magreo hicieron pronto que jadeara levemente. Llevó una mano a mi ingle y, directamente bajo mis braguitas, se apoderó de mi coñito. Jugó con él sin prisa, recreándose en las caricias. El pensar que en su vida habría tenido a una mujer como yo a su disposición extrañamente me calentó y empecé a gemir. Siguió estimulándome lentamente llevándome poco a poco a sentir un placer enorme y absurdo. ¿Cómo podía un tío tan desagradable físicamente ponerme tan cachonda?

—Gime fuerte, Marta — me recordó.

—Aaaaahhhhh … siiiiiiií.

No tuve que forzarme nada para berrear como una zorra. Sus lentas caricias me tenían en la frontera del éxtasis y estaba disfrutando como nunca. Seguí con los gemidos hasta que me metió dos dedos en el coño y me folló con ellos. Entonces grité. Un orgasmo explotó en mi centro y se extendió por todo mi cuerpo. Grité de placer tan fuerte que me tuvieron que oír en la comisaría. Segis detuvo el movimiento de sus dedos sin llegar a sacármelos hasta que terminé de correrme y pude respirar normalmente.

—Otra vez, Marta, que te oigan bien.

Como arcilla en sus manos me dejé hacer hasta que volví a correrme gimiendo escandalosamente. Esta vez me atrajo contra su cuerpo y noté perfectamente su erección contra mi culo. Fue un orgasmo menos intenso que el primero pero más largo, quizá prolongado por su mano frotando mis dos pezones a la vez bajo la camiseta. Me quedé desmadejada apoyada en su pecho hasta que caí en la cuenta de lo que estaba haciendo y me refugié en el baño.

Cuando salí Segis ya estaba abajo en su puesto de escucha y me metí en la cama a dormir unas horas antes de relevarlo. A las cuatro me entregó los auriculares y se fue a dormir haciendo los dos como si nada hubiera pasado. En el silencio de la noche tuve tiempo para pensar en lo que estaba haciendo, desde luego no era algo que hiciera en ninguna otra circunstancia, pero por el bien de nuestra misión seguiría mientras fuera necesario. Tendría que dejárselo claro a Segis, no quería que se hiciera ideas equivocadas.

La mañana siguiente pasó como esperábamos, camellos de poca monta recogiendo paquetitos y entregando dinero a nuestros vecinos. Solo tuvimos que asegurarnos de que el equipo captara todo sin problemas. Durante la comida Segis volvió a frotarse conmigo en la cocina, me pareció notar algo duro contra mi trasero, pero fue demasiado fugaz aunque me dejó un placentero escalofrío. La tarde fue una repetición de la mañana, al menos no nos aburrimos con el trasiego de gente. Nada más cenar Segis me hizo una pregunta.

—¿Quieres hacerlo ahora o esperamos a que se acuesten?

Sabía de sobra a lo que se refería, involuntariamente mis muslos se apretaron y creo que incluso me humedecí. Pensé qué hacer y decidí que cuanto antes mejor.

—Mejor ahora, así puedes irte pronto a la cama.

—Pues quítate el sujetador y el pantalón, así lo haremos mejor. Quizá te sea menos incómodo para ti si me siento y tú te colocas encima.

Obedecí sus instrucciones, me despojé del sujetador sin quitarme la camiseta y me bajé el pantalón quedándome en braguitas. Segis tenía razón en la posición, de espaldas era algo menos vergonzoso.

—Me gustaría aclarar algo, Segis. Espero que te quede claro que esto lo hago por el bien de nuestra misión. Preferiría no hacerlo pero me parece necesario, hemos de actuar como profesionales y hacer lo que se requiera para conseguir nuestro objetivo.

—Por supuesto, Marta. Así lo veo yo también, como profesionales.

—Bien, pues siéntate.

—Adelante, quizá sea mejor que te quites también las braguitas para que estés más cómoda.

Me las quité y me senté sobre su regazo, caí tarde en la cuenta de que le había mostrado completamente mi trasero desnudo. Dejé de pensar en eso y en nada más cuando sentí las manos de Segis bajo mi camiseta. Esta vez no me agarró los pechos directamente, sino que me acarició la cintura y la tripita largo tiempo. Recorrió mi espalda también antes de rozar leve como una pluma la parte baja de mis senos. Me gustó tanto la suavidad con la que me acariciaba que levanté los brazos inconscientemente para dejarle libertad de hacerme lo que quisiera. Debió malinterpretar mi intención porque aprovechó para quitarme la camiseta. Simplemente sentirme completamente desnuda y sentada sobre su duro miembro me tenía totalmente cachonda. Ya gemía cuando puso las dos manos sobre mis senos. Se entretuvo jugando con mis pezones hasta que me dolieron, un par de tirones provocaron que gimiera fuerte y claro.

—Así — susurró —, gime más.

Su sugerencia era innecesaria, los gemidos escapaban de mis labios forzados por el placer de sus caricias. Durante mucho tiempo amasó mis tetas y frotó mi pezones, tan pronto lo hacía con suavidad como las apretaba sin piedad. De las dos maneras era muy hábil. Tenía un sexto sentido para saber hasta dónde me podía llevar, me retorcía los senos casi con saña, haciéndome temblar de dolor. Luego me los acariciaba con dulzura convirtiendo todo ese dolor en placer. Con los pezones era parecido, me los pellizcaba o retorcía produciéndome un punzante dolor, al rozármelos después con mimo el placer iba directo a mi clítoris. En pocos minutos me di cuenta. ¡Imposible! ¡Me iba a correr sólo con sus manos en mis tetas!

—Aaaaagggghhhhhh… me corro…

—Así, Marta, así. Más fuerte — me pidió sin dejar de amasar mis pechos.

Yo gemía abandonada a sus caricias frotando los muslos. Gritaba de placer cuando noté que una mano bajaba por mi abdomen y abrí las piernas para recibirla. Me corrí otras dos veces enseguida con sus dedos follando mi coñito. Estaba tan débil después de los orgasmos que no tuvo problemas en levantarme en sus brazos y tumbarme sobre la mesa.

—¿Lo hacemos otra vez para estar seguros de que te han oído? — me preguntó.

Sin saber del todo lo que hacía asentí con la cabeza.

Parece mentira pero recuerdo poco a partir de ahí, solo flashes de Sergi obligándome a tener orgasmo tras orgasmo y ordenándome que gimiera más y más. Recuerdo que obedecí con mi cuerpo retorciéndose de placer. Sus dedos en mi coño y en mis tetas eran implacables. Tuve varios orgasmos : boca arriba, boca abajo, de pie. Obedecía sin dudar las instrucciones de Segis para ir cambiando de postura. Creo que el último orgasmo lo tuve a cuatro patas sobre la mesa, Segis siguió masturbándome sin piedad y metió sus dedos en mi boca. Los chupé hasta que el placer fue tan grande que me desvanecí. Desperté sola en el sillón con mis pantaloncitos sobre mi cintura, cubriendo escasamente mis intimidades. Tenía dolorida la garganta de tanto jadeo y gemido y mis muslos empapados de mi propio flujo. Subí a lavarme y a vestirme sorprendida por la flojedad de mis piernas. Luego, durante mi parte de la noche revisé la parte de grabación que nos habíamos perdido y redacté y envié el informe del día. A las cuatro bajó Segis y me sustituyó dándome las buenas noches.

El día siguiente, miércoles, escuchamos algo muy prometedor. Uno de nuestros vecinos mantuvo una conversación telefónica y luego le resumió lo principal a su colega. Resulta que el viernes se tenían que reunir a las doce de la noche con el “gran jefe” en un polígono industrial para recibir un camión cargado con droga. Enseguida Segis se puso en contacto con el comisario y le puso al día. Montarían una operación de vigilancia y detención, nosotros deberíamos seguir a los vecinos para asegurarnos que la información era veraz. Segis y yo estábamos radiantes de alegría, por fin parecía que el caso se resolvería gracias a nuestra aportación. Nos abrazamos con alborozo para separarnos enseguida tímidamente. Esa noche llamé a Segis tumbada en la cama. Se sorprendió al verme desnuda, pero enseguida se puso manos a la obra y nuestros vecinos de dormitorio me oyeron gritar cuatro orgasmos. El último lo padecí boca abajo, levantando el trasero y con los dedos de mi compañero profundamente enterrados en mi coño y sus feos dientes mordiendo fuerte mi culo.

El jueves ninguno podía ocultar el estado de felicidad que teníamos por el avance en la investigación, Segis llegó a propasarse conmigo al agarrar mi culo en la cocina dándome un abrazo. Le dejé al pobre que disfrutara, la misión iba a terminar y dejaría de tener mi cuerpo a su disposición. Salimos a media mañana, yo tenía que recoger armas del arsenal de la policía y Segis concretar la operación con los jefes. En la comisaría mi compañero se empeñó en que me quedara con el coche para ir a por las armas, luego se reuniría conmigo en casa en taxi.

Con los chalecos antibalas y dos armas de asalto en el maletero aparqué frente a la casa. Prudentemente no quise bajarlas hasta que supiera dónde estaban los traficantes. Al cruzar la acera justo salían de su casa.

—Hola, vecina ¿qué tal de recién casada? — me preguntó Lucas.

—Bien, gracias.

—Ya lo hemos notado, jajaja — se rio con expresión simpática pero noté que ambos se iban acercando.

—¿Este es vuestro coche?

—Sí, de momento nos apañamos con él.

Me giré hacia el coche y aprovecharon para agarrarme. Me sujetaron fuertemente entre los dos y me levantaron en vilo. Me retorcí como pude sin poder impedir que me metieran en su casa. Intenté hacer fuerza con las piernas en el marco de la puerta, pero fue inútil. Entre los dos me arrojaron dentro y caí al suelo. Miki rápidamente me puso una pistola en la cabeza. Lucas me rodeó tranquilamente sin dejar de observarme.

—¿Eres policía? — me preguntó directamente.

—¿Qué queréis? ¿Por qué me tratáis así?

—Responde — insistió — ¿eres policía?

—Pues claro que no.

—¿Y qué hacía tu coche la otra noche en el parque?

Me quedé helada. Era un fallo garrafal, el coche estaba tan cochambroso que era fácilmente reconocible.

—No sé de qué hablas.

Lucas abrió un cajón mientras Miki no dejaba de apuntarme. Sacó algo y luego echó agua en un vaso.

—Tómatela — me dijo ofreciéndome una pastilla rosa.

—No voy a tomar nada.

—O te la tomas o Miki te vuela la cabeza, puedes elegir.

Lo dijo tan tranquilamente y con tanta frialdad que pensé que podía ir en serio. Cogí la pastilla.

—¿Qué es?

—Algo nuevo, no te hará daño.

Me la puse en la boca y la tragué con ayuda del agua. No sentí nada.

—¿Ahora me vas a decir qué es?

—Claro, es un nuevo afrodisiaco, cinco veces más potente que el mejor de los actuales.

—Pues no siento nada.

—No es magia, pero lo sentirás muy pronto. Ven y siéntate en esta silla.

Me cogió del brazo y me obligó a sentarme un el centro del salón. Él se sentó en el sofá delante de mí y Miki se puso a mi espalda sin dejar de apuntarme.

—Me han hablado maravillas de esta droga, pero no había tenido todavía oportunidad de probarla, serás un bonito conejillo de indias. Pero mientras esperamos cuéntame qué habéis averiguado. ¿Qué habéis sacado en claro siguiéndonos?

—Casi nada — no sabían que teníamos video y audio de su casa y yo no pensaba decírselo —, salís poco y el día del parque no pudimos acercarnos, estábamos a punto de dejar la vigilancia — improvisé una historia que me pareció creíble.

—Algo me dice que eso no es todo. Luego seguiremos hablando del tema, ahora dime ¿sientes algo?

—Nada —, mentira, empezaba a tener mucho calor y la piel mi hormigueaba por todo el cuerpo.

—¿Quieres más agua?

—No, no tengo sed.

—Jajaja, puedes disimular pero tu piel está enrojeciendo. Este nuevo afrodisíaco concentra la circulación de la sangre en los puntos clave, aparte de estimular las zonas del cerebro correspondientes. Seguro que ya te estás mojando.

—Para nada, tienes demasiada fe en las pastillas.

—De eso nada, no me verás a mí consumir ningún tipo de droga, salvo alcohol, claro.

Me removí en la silla, tenía extremadamente sensible toda la piel y me empezaba a picar entre los muslos. Me propuse permanecer impasible ocurriera lo que ocurriera.

—Por lo que me han dicho ya debes sentir calor y picor en ciertos sitios, los pezones se te pondrán duros, ¡ah mira, ya lo están! — me miré y efectivamente se me marcaban bajo el jersey —. Pronto te apetecerá follar y nos lo suplicarás, pienso esperar a que estés desesperada antes de destrozarte el coño y el culo a pollazos.

Me mantuve impertérrita aunque temblara por dentro. Tenía miedo y el afrodisíaco era realmente efectivo. Me volví a remover en la silla intentando aliviar el picor. Me notaba mojada.

—Jajaja, en otros diez minutos serás una auténtica zorra.

Empeñada en aguantar permanecí en silencio mientras Lucas me miraba atentamente. Me volví y vi que Miki seguía encañonándome, impidiendo que intentar nada. Lucas tenía razón, en unos minutos mis labios se abrieron, me faltaba el aire y estaba muy excitada. Notaba cómo mi resolución empezaba a flaquear. Metí las manos entre los muslos y apreté fuerte. Lucas se sonrió al verme y siguió aguardando. Me dolían los pezones y tenía que esforzarme para no tocármelos, de mi coño manaban flujos que seguro que ya habrían llegado a la silla.

Se me escapó un jadeo, la comezón me estaba matando y necesitaba alivio. Intenté resistir, pero no aguanté mucho. Caí al suelo y metí la mano por la cintura del pantalón buscando desahogo. Lucas y Miki me agarraron de los brazos impidiendo que me tocara, bufé de frustración.

—Dejadme, cerdos.

—¿Dejarte para qué? — preguntó Lucas.

Me negué a contestar aunque la necesidad me estaba volviendo loca. Intenté zafarme buscando mi coño, pero me tenían bien sujeta.

—¿Quieres que te quite los pantalones, vecina?

—Sí, quítamelos — la poca entereza que me quedaba se evaporó.

—Lucas me quitó los zapatos y me sacó los pantalones. Aproveché para intentar aliviarme pero me sujetó antes de conseguir nada.

—¿Te quito el resto de la ropa?

—Sí, lo que quieras.

—Así no se piden las cosas, tienes que pedírmelo por favor.

—Desnúdame, por favor — estaba dispuesta a dejarme hacer lo que fuera por encontrar alivio, la necesidad que sentía era desmedida.

Me despojó de la ropa sin apresurarse, cuando estuve desnuda me hizo dar la vuelta para observar todo mi cuerpo.

—¡Guau! Estás más buena de lo que suponía, va a ser un placer darte lo que necesitas.

—Sí, dámelo, ahora, dámelo ya.

—Antes de eso, ¿cómo te llamas y dónde trabajas?

—Soy Marta Martín, inspector de la comisaría de Centro.

—¿Y tu compañero?

—¿Me follaréis si te lo digo?

—Puede, si lo pides apropiadamente.

—Se llama Segismundo Porras.

—¿Qué habéis averiguado?

Me retorcía entre sus brazos, la humedad manaba de mi coño y se deslizaba por mis muslos. Un brevísimo instante de cordura me ayudó a contestar.

—Nada, no hemos conseguido nada.

—Vale, ahora te creo, entonces ¿qué quieres que hagamos?

—Folladme, por favor, no aguanto más.

—En realidad no quieres hacerlo y sería una violación, ¿quieres que te violemos?

—Sí, por favor, violadme, violadme de una puta vez.

Entre carcajadas me soltaron para sobarme todo el cuerpo, lo primero que hicieron fue magrearme las tetas, tenía los pezones tan sensibles que solo con eso me corrí por primera vez. Me sujeté a sus hombros para no caerme, luego Miki me sobó el coño y me corrí por segunda vez, ahora sí que caí al suelo.

—Chúpanosla y luego te follaremos.

Desesperada les bajé los pantalones y de rodillas fui alternando las lamidas a sus miembros, deslicé una mano a mi coño para buscar mi propio placer, pero me lo prohibieron.

—Ahora solo nosotros vecinita, luego te tocará a ti. Cuanto antes nos corramos antes te llenaremos el coño.

Las masturbé con las manos mientras repartía lametones y chupadas, iba engullendo sus pollas alternativamente, estaba ansiosa de recibir su semen y que apagaran el maldito fuego que me quemaba las entrañas. Primero se corrió Miki, llenado mi boca, luego me centré en Lucas y conseguí que me pusiera perdida la cara con su corrida. Gemí de anticipación. Habían dicho que me follarían después de las mamadas y estaba deseosa de que cumplieran. Sin que me dijeran nada me levanté y me incliné sobre el sillón, ofreciéndoles mi retaguardia con las piernas abiertas.

—Que alguien me la meta, por favor, no puedo más.

Se rieron sin acercarse, les debía gustar tenerme suplicando y meneando el culo. Me insultaron llamándome zorra y puta, a mí me daba igual, solo quería ser follada hasta colmar la necesidad que me estaba desquiciando. Lucas se acercó con la polla erecta en la mano dispuesto por fin a follarme, sollocé por la anticipación.

Una mesa como la que teníamos en el patio atravesó la puerta destrozando los cristales, Miki se recuperó enseguida de la sorpresa y agarró la pistola, pero fue tarde. Un balazo en la cabeza le fulminó en el acto. Lucas se abalanzó sobre Segis, que entraba esquivando los restos del cristal y recibió dos disparos en el pecho, cayendo también. Mi reacción fue ambivalente, satisfacción por verlos eliminados y frustración. ¿Quién me follaba a mí ahora?

—¿Estás bien, Marta? — Segis me examinó el cuerpo buscando heridas.

—No, no, necesito que me folles ahora mismo.

—¿Qué?

—Fóllame ya.

Segis no se lo pensó demasiado, me cogió en brazos y me sacó de la casa para entrar en la nuestra.

—¿Te han dado algo? — me preguntó mientras retorcía mi cuerpo intentando restregarme contra el suyo.

—Afrodisíaco — gemí —, fóllame, por favor, sé bueno.

Me dejó en el suelo, yo me coloqué contra el sillón como había estado antes y esperé a que me complaciera. Segis se desnudó y me la metió de un golpe. Me corrí. Bombeó mi coño con energía y en un minuto me corrí otra vez. Segis no paró hasta que se vació en mi interior y me dio otro orgasmo. Yo seguía enfebrecida, me arrodillé frente a mi compañero y se la chupé para volverle a poner a tono. No me importaron los michelines de su prominente barriga ni su fea cara, solo quería que su enorme polla volviera a darme placer. Cuando lo conseguí miré alrededor buscando el sitio adecuado y me tumbé en la mesa boca arriba, Segis me agarró de las caderas y me atrajo hasta el borde donde me volvió a penetrar. Me levantó las piernas y las abrió en forma de V, yo me retorcía las tetas y los pezones mientras me taladraba sin descanso.

—Gime para mí, Martita — me pidió.

—Aaaaahhhhhh, síiiiii… dame más pollaaaa …

Le complací y me corrí otras dos veces antes de que volviera a llenar mi ansioso coño.

Mi cerebro se había derretido, solo una idea cabía en él. Seguir follando. Agarré a Segis y le senté en un sillón. Me metí en la boca su miembro manchado de semen y mis fluidos. Le limpié con la lengua y le lamí hasta que conseguí una nueva erección, luego le di la espalda y me senté volviendo a clavármela en el coño. Boté consiguiendo que la fricción me llenara de placer, su polla era realmente grande y tocaba todos mis puntos sensibles. Segis me mordió en el hombro y me magreó las tetas. Mis manos frotaban mi clítoris ansiando más alivio.

—No dejes de gemir, quiero oírte.

—Siiiiiiiiiiiiiii … sigue follándome …

—Más fuerte, Martita.

—Uuuummmm … aaaaaggghhhh

—¿Te gusta mi polla?

—Síiiiii, ¡es gigante! me encantaaaaaaaaa…

Mis orgasmos se sucedían sin tregua, en otras condiciones estaría exhausta pidiendo un descanso, pero la droga me hacía querer más y más. Mi culo hacía ruido cada vez que chocaba con el regazo de Segis, que seguía disfrutando de mis tetas y tirando de mis pezones, volviéndolos duros y absurdamente largos. Bufé con fastidio cuando me levantó y me tumbó en el suelo, agarró mis tobillos y me dobló las piernas llevándomelos hasta la cabeza. Con mi coño levantado y totalmente expuesto me volvió a follar.

Siguió gozando de mi cuerpo mucho tiempo, me ordenaba lo que quería en cada momento y yo siempre le complacía. Gemí cuando me lo pidió, me puse en las más extrañas posturas que se le ocurrieron, me corrí cuando me lamió el culo metiendo la lengua en mi agujerito. Cuando los efectos del afrodisíaco empezaron a remitir me llevó a la ducha y me folló otra vez. Luego me llevó a la cama y me acarició todo el cuerpo, yo suspiraba feliz. Mi enorme calentura remitía y empezaba a ser consciente de lo que hacía, lo que no impidió que le dejara besarme lo que quiso. Me corrí una última vez con su lengua en mi boca y uno de sus gordos dedos follándome el culo. Luego caí desvanecida, exhausta, feliz. Antes de que la oscuridad me llevara noté como me arropaba y me besaba dulcemente en la frente.

Desperté muchas horas después. Me vestí y titubeé antes de bajar, no sabía qué cara ponerle a Segis. Me costó quizá quince minutos reunir el valor necesario para verle. Le encontré hablando por teléfono, me dedicó una sonrisa y esperé que terminara.

—Hola Marta, ¿has descansado?

—Sí, gracias.

—Informé al comisario de lo que había pasado y recogieron los cuerpos, pasaron a través de nuestro patio para no alertar a nadie de lo que ha pasado, la operación de mañana sigue en pie. Aunque no vayan estos dos, podemos pillar a los jefes de la banda.

—El comisario habrá preguntado por mí, supongo.

—No te preocupes, le he dicho que nos descubrieron al reconocer el coche y tuviste que actuar para que no alertaran a su jefe de que sabíamos de la reunión de mañana. Luego te drogaron y por eso estabas en la cama.

—Muchas gracias, Segis, te debo una. Por cierto, ¿cómo supiste que estaba con ellos?

—En cuanto volví de comisaría te vi en el portátil y entré a rescatarte. He borrado del ordenador el video de lo que pasó, le he dicho al comisario que encontraron la cámara y los micros y los anularon.

—Parece que te debo más de una.

—No me debes nada, somos compañeros, hoy por ti y mañana por mí. ¿recuerdas algo de lo que pasó después de que te drogaran?

Qué bueno era Segis, me ofrecía una salida algo más digna. Me ruboricé al volver a recordar todo lo que hicimos y cómo le pedía polla. Agaché la cabeza pensando qué contestar.

—Casi nada — dije —, pero algunas cosas sí las recuerdo, espero que no fuera muy duro para ti — le di a la palabra “duro” una entonación distinta.

—Somos profesionales e hicimos lo que había que hacer, nada que no hubiera hecho por cualquier compañero.

—Eso, profesionales del todo — me reí internamente, le hubiera querido ver con Rafa, al que llamábamos “el gorila peludo”, como compañero.

—Bueno, gracias por todo — me acerqué y le di un beso en la mejilla.

La operación del día siguiente fue perfecta. Apresamos un enorme alijo de drogas y detuvimos a la cúpula de la banda de narcotraficantes. Luego el departamento de narcóticos fue deteniendo a los pequeños camellos que habíamos registrado en la vigilancia. La organización fue completamente desmantelada.

El comisario me alabó delante de los compañero y empezó a asignarme casos fuera de comisaría. Mi trabajo cambió radicalmente. Los demás inspectores dejaron de considerarme una barbie y me trataron con más respeto. Lo único que me molestaba era la extraña desazón que me carcomía cuando pensaba en Segis, como estaba en otra comisaría no había vuelto a coincidir con él y no me decidía a llamarlo. Me acordaba de él, sobre todo, cuando por la noche antes de dormir usaba el consolador que al final había comprado. Cuando me corría siempre me venía a la cabeza la enorme polla de mi antiguo compañero.

—Inspectora Martín, a mi despacho — el inspector me llamó a primera hora cuando redactaba el informe de mi último caso.

Acudí a su despacho pensando qué querría decirme. No pude evitar sonreír cuando me encontré a Segis sentado esperándome. Correspondí a su saludo con la cabeza.

—Ya se conocen — dijo el comisario —, tengo un caso para ustedes dos. Como ya han trabajado anteriormente me parecen los indicados, aunque por las … especiales características del asunto dejo a su elección — esto lo dijo mirándome a mí — aceptarlo o no. Si lo rechaza no se lo tendré en cuenta. Será estrictamente voluntario. En un club de la ciudad se está pasando mucha más droga de lo habitual, sospechamos que se trata de una nueva organización que intenta sustituir a la que ustedes ayudaron a desarticular. Usted, subinspector Porras irá como cliente, y usted inspectora Martín se infiltrará en el club como trabajadora.

—Ha dicho que el caso tenía circunstancias especiales, ¿a qué se refería? — pregunté.

—Ah sí, el club es de striptease.