La insaciable Luisa

Me pidió que le hiciera el sexo otra vez, pero le comente que ya me tenia que ir, que me esperaban en casa. Lo cierto es que ya estaba al borde del paroxismo.

Saludos mis queridos lectores, hoy les platicare acerca de lo sucedido una tarde de diciembre. Soy propietario de un local comercial, dedicado a las actividades infantiles. Es de imaginarse que existen más locales a los derredores, a un lado tenía el de pinturas para el hogar y esas cosas, por el otro, un local dedicado a la telefonía celular, el cual era atendido por una joven y delgada damisela. Normalmente abría mi negocio a las 10 u 11 de la mañana y cerraba por aquella hora en que el cielo se obscurece.

La agencia de teléfonos tenia un horario parecido al mío, solo que ella cerraba un poco más temprano, por aquello de las cinco de la tarde. Luisa, de aproximadamente 25 años, era la encargada del negocio contiguo, tenia fama de ser una glotona del sexo, había escuchado algunas historias acerca de su desesperado y lúbrico apetito, que iban desde sexo tumultuario, hasta vouyerismo. La comprobación de todas estas historias se pudo dar unos meses después de que ella llegó a atender el negocio.

Esa tarde, ella tuvo que esperar un poco más de lo acostumbrado, pues el dueño del negocio llegaría hasta el crepúsculo para hacer cuentas. Su patrón llegó, hizo cuentas y se fue, todo en unos cuantos minutos.

Ella se enfiló a cerrar el negocio sola. Justo en ese momento solícito me hice el aparecido, diciéndole que si podía ayudarle en algo, a lo que ella contestó afirmativamente. Avivadamente todos los candados fueron cerrados, al terminar le sugerí que pasara a platicar un poco conmigo, ella accedió sin chistar. Platicamos un poco de ella, de mí. Diez minutos de platica y manos a las masas, comencé a rozarle la rodilla, y vi que era bueno, seguí con el muslo, y vi que era más que bueno, subí la mano un poco hasta llegar a la ingle, tocaba buscando su pataleta, mientras tanto, nuestras lenguas jugueteaban sin cesar. La sorpresa fue mayúscula, cuando, después de tentalear por un rato, caí en cuanta que no traía nada. Acariciaba sus labios mayores con mis dedos índice, medio y anular. Empecé a meter lentamente un dedo en su vagina, y sentí lubricada profusamente aquella cavidad. Ella por iniciativa propia agachó su cabeza y empezó a deleitarse con mi falo. Era una experta en el arte de la felación, chupaba, lamía, succionaba, mientras yo sentía que se me salía el cerebro por el pene. Quiero decirles mis queridos lectores, que ésta mujer a sido la mejor mamadora de miembros que he conocido en mi vida.

No dejaba un espacio sin chupar. Se levanto y me insinuó que hiciera lo mismo. Me negué poniendo no sé que pretexto, pues a mí sólo me gusta el sexo oral con niñas vírgenes. Le sugerí que se volteara, ella obedeció rápidamente, con su mano acomodo mi miembro en su entrada vaginal, ya únicamente tuve que empujar, y sentir aquella cavidad que me apretujaba y me invitaba a menearme en un continuo mete-saca. La bombeé por unos cuantos minutos, mientras ella se quejaba como artista de película porno. Estuvimos unos minutos así, después me senté en una silla y ella quedo se sentó frente a mi. Esta posición me excita de sobremanera. Se meneaba como una experta, llevaba unas cuantas meneadas y yo sentía que ya escupía mi semen dentro de ella. La detuve para no terminar tan pronto, pues quería darle una cogida memorable. En esa misma posición la giré, hasta que me diera la espalda y le pedí que se agachará un poco. Empezó un frenético sube y baja, pudiendo observar limpiamente como su vagina se tragaba mi miembro una y otra vez.

No aguante más y termine dentro, mientras ella no dejaba de moverse y de exclamar; ¡que rico! ¡damelos todos! Quedé exhausto. Para mi sorpresa, apenas lo iba sacando de su vagina y ella ya lo estaba lamiendo nuevamente. Le dije que me dejara descansar un poco, solo unos minutos, para seguir con la batalla. Unos minutos y a mamar mi querida Luisa. Bastaron unos cuantos minutos para que Luisa y su sorprendente boca pusieran en firmes a mi falo. Se volteo y me pidió que ahora la atravesara por el ano, como buen caballero no me pude negar a ese favor. Un empujón leve, después otro, hasta que termino mi tolete dentro de su dilatado ano. Su esfínter no apretaba como el de una señorita, pero era bueno.

Diez minutos aguijoneando ese ano y procedí a voltearla. La acosté en el escritorio y puse sus muslos en mis hombros mientras seguía empujando hasta el tope mi pene en su ano, ella gritaba como trastornada, pidiéndome más y más. Unas metidas más y terminé inundando su ano con mi leche. Me pregunto que si ya estaba cansado, le conteste que no (por pura cortesía, pues realmente estaba extenuado). Comenzó a hurgar en mi entrepierna. Me masturbaba con su mano, apenas se estaba endureciendo y ya lo estaba metiendo en su rajada, se meneaba y (no exagero, pero esta zorra no dejó de gritar como estrella porno) bufaba, como perro con rabia.

Estuve así un rato, la subí, la baje, la empine, hasta que después de muchos esfuerzos pude terminar.

Me pidió que le hiciera el sexo otra vez, pero le comente que ya me tenia que ir, que me esperaban en casa. Lo cierto es que ya estaba al borde del paroxismo.

He comprobado que las ninfomanías si existen, alguna otra vez estuvimos tres hombres con ella. Todos terminamos consumidos, mientras ella pedía más sexo.

Esta es una escena de mi vida en la que me dejaron sin un mililitro de esperma, y sin ganas de fornicar por algunos días.