La insaciable adoradora de leche

Por la noche tuve un encuentro sexual con Paola. Al otro dia repetimos pero con cinco vergas mas y la llenamos de leche caliente

Quiero tu leche, toda, toda – me ordenó Paola con su voz clamorosa y premonitoria.

Yo descargué una fuente de semen en su cara y en sus pechos, y ella saboreó con voracidad toda la leche sin dejar nada por beber. Me miro extasiada, con esos ojos miel –luego lo descubriría- , que le brillaban cada vez que recibía una eyaculación en su rostro.

Pasamos más de dos horas mitigando nuestras ganas de sexo, en todas las posiciones, con todas nuestras furias y pasiones. Nos acostamos luego, los dos sin bañarnos y oliendo fragancias mezclas de esperma y sudor.

La historia de nuestra relación es larga y hasta increíble. Comienza en esas épocas donde los sábados a la noche se convierten en excesos de alcohol, drogas y sexo escandaloso. Tenía ella diecinueve años y concurría siempre a la misma disco. Allí era conocida por todo el ambiente: dueños, seguridad del local, barman y allegados; y el conocimiento no era solo informal, sino de una intimidad que incluía derroches de sexo grupal en los baños del lugar.

La vi por primera vez sentada en la barra de la disco. La pintura negra estaba desvanecida alrededor de esos ojos miel que parecían tristes. Le brillaban los ojos a Paola y supuse que por su mirada arrebatada estaba ebria. Sonreí con diplomacia y empezamos a conversar y a brindar con algunas cervezas.

Pensé a la mañana siguiente, cuando me levante desnudo junto a ella en mi habitación, que había sido la mejor conquista de toda mi vida. Pensé también que me había enamorado de su mirada afligida, de sus labios perfectos y hasta de su manera en la que susurraba su voz. Pero no, no había ningún síntoma de amor en ella. Lo comprobé al otro día.

Amanecimos un sábado a las nueve. Tuve que salir rápido porque iba a llegar tarde a mi trabajo. La dejé durmiendo, confiaba en ella a pesar de haberla conocido la noche anterior. Los sábados estaba hasta el mediodía, por lo que seguramente la encontraría durmiendo cuando llegara. Antes de partir anoté el numero de celular por si llegara a pasar algo.

Te esta esperando una sorpresa en casa, ese fue el mensaje de texto que recibí cuando ya había subido al subterráneo para volver a mi departamento. Intenté pensar en un las distintas sorpresas con las que me podía encontrar. La imaginé que me esperaría con una comida que me llevaría a la cama, vestida con la ropa interior roja que tanto seducía.

-Sorpresa –anunció ella cuando abrí la puerta. La escena era extraña y asombrosa: se presentó ella con un ritmo danzarín y su admirable desnudez. Era la bailarina principal, pero detrás de ella cinco cuerpos de hombres casi desnudos eran los actores invitados a la función. Me intimidaron, por no decir que me sumieron, en esa primera impresión, en el desconcierto. Ella continuaba sonriendo, al mismo tiempo que empezaba a frotar los slips bien ajustados y de buen tamaño. Yo no hacia nada, parecía que le dejaba a ella la oportunidad de hacer y deshacer a su antojo. Era la dueña de la situación y la manejaba como tal. Los cinco hombres ya estaban con sus sexos al descubierto, exhibiendo sin demasiada excitación sus vergas imponentes.

-¿Te gustan? – me preguntó ella con ironía. Yo no respondí, solo veía como se llevaba, de a dos, esas vergas bestiales a su boca. Entraban y salían con cierta incomodidad y desplegaban un mar de saliva por el sexo de los jóvenes que bramaban con satisfacción por la chupada que le estaban haciendo. No iba a negar que no me gustaba la escena, me excitaba muchísimo y Paola se dio cuenta rápidamente. Dejó de lamer esas pijas y empezó a desnudarme sin prisa, mientras ensayaba un pequeño baile sensual. Me beso primero y al mismo tiempo empezó a pajearme lento. Bajo luego con su lengua por todo mi abdomen hasta llegar a mi verga. Cuando llegó a la cabecita la lamió sin pausa y después de cada lamida se tragaba hasta el fondo todo mi sexo. No se bien como hacia para que le entre todo, pero si me di cuenta que era una experta en el sexo oral.

Los demás hacían un círculo ante nuestra presencia y agitaban sus pijas, esperando seguramente que les tocara su turno. No fue egoísta Paola y fue alternando las chupadas, a cada uno le correspondían cinco minutos de una mamada de ensueño. Nadie decía una palabra, solamente se escuchaban el ruido del golpe de los sexos contra esa boca que todo lo abarcaba.

Terminó de relamerse y rió.

Que lindas vergas que me estoy comiendo, dijo y los jóvenes apenas esbozaron una sonrisa antes de empezar a manosear todo su hermoso cuerpo. Una pareja le comían sus pequeñas pero bien firmes tetas y parecía que se la estaban mordiendo y los otros dos se encargaban de su conchita y de su culo. Yo me mantuve al margen un pequeño instante y me senté en el sillón, quizás como una forma de desconcierto ante la inesperada escena. Aun así mi verga estaba que explotaba, sostenida por mi mano derecha que la jaleaba despacio.

Ah no, no quiero que mi preferido se me quede solito.

Yo me relaje todavía más. Esperaba ansioso que me cabalgara de la misma forma que lo había hecho la noche anterior, y así fue. Paola caminó despacio hacia mi y puso un dedo en su boca, provocándome, excitándome aun más. Cuando llegó se sentó y comenzó a cabalgar furiosa. Mi verga entraba y salía con violencia y hasta mis huevos golpeaban sus hermosas nalgas. Nuevamente se hizo un círculo en la escena y ahora las manos del resto de amantes se deslizaron por todo el cuerpo transpirado de Paola. Todos salvo el mas alto de todos que, sin pedir permiso, colocó el sexo en el culo sin ninguna dilatación previa, ni delicadeza alguna.

-Ahhh dale mas, rómpanme toda – gritaba Paola como una perra en celo. Mi compañero de penetración y yo hacíamos todo para satisfacerla como ella rogaba. El ritmo era cada vez mas intenso, los gemidos más rabiosos y la cogida era de ensueño. El resto de muchachos se pajeaban despacio en los alrededores de la escena y uno de ellos colocó sus piernas abiertas entre mi cabeza y puso su descomunal verga, sin dudas la mas grande de todas, a disposición de su amante que devoró todo lo que su garganta pudo tragar.

  • Quiero que me acaben todos juntos, ordenó ella tartamudeando y en medio de un grito orgásmico. Se bajó el hombre que le cogia el culo y Paola se despegó de mi rápidamente. Con mas manos que un pulpo comenzó el trabajo de masturbar los sexos empalados. Como la noche anterior Paola desplegó el ruego, casi una orden orgullosa:

-Si vamos, asi quiero que me llenen de lechita

Así fue: una catarata de semen se desparramó por todo su cuerpo divino.

Descansamos un buen rato. Otra vez el silencio entre los presentes como si nada hubiera pasado entre nosotros. Solamente tomamos unas cervezas y un whisky importado que tenía guardado para ocasiones especiales, todo en un respetuoso silencio. Era invierno y la calefacción había estado encendida todo este tiempo. El ambiente irradiaba encierro y mucho olor a transpiración y a sexo. Paola, por su parte, que todavía tenía el cuerpo repleto del semen que se estaba secando en todo su cuerpo, comenzó a besarnos y a chupar los cuerpos sudados. No tardamos mucho en empinar las vergas para alegría de la muchacha que, otra vez, se sumergió a los placeres del sexo oral. Uno tras uno como en la primera cogida. Solo que esta vez en menos tiempo por que los que no tuvieron el placer querían penetrarla sin detenerse.

Del living fuimos hasta mi habitación para hacerlo en la cama. Uno de los cinco anónimos, morocho y con cara de militar, le abrió las piernas a Paola con cierta violencia y de costado empezó a cogerla con furia. Los demás, casi arrodillados, poníamos las vergas alrededor de la cara de ella para que alterne sus magníficas chupadas. Así estuvimos alrededor de cinco minutos y después el turno pasaba hacia otro macho en celo. Llego mi momento. Otra vez una doble penetración, aunque ya tenía para mí solo el culito dilatado de Paula. El muchacho que estaba acostado casi ni se movía, dejaba todo a la chica que parecía endiablada Aproveché ese culito dilatado lo más que pude. Paola gemía y pedía más a los gritos, solo cuando tomaba respiro de las pijas que pasaba por su boquita.

La segunda cogida – después hubo mas- estaba por terminar. Otra vez la ronda habitual de de sexos agitándose. Paola deseaba lo que quiso siempre. Lejos de cualquier relación amorosa, ella necesitaba que la rociaran de semen calentito, y así sonreír con un dejo de gozo.

Continuara