La inquilina
Sara es alta, morena, amplio pecho y amplias posaderas. Estará cerca de los 50 y, aunque tiene alguna pata de gallo, está muy bien conservada.
La inquilina
Mi madre tiene varios pisos en alquiler. Normalmente sus inquilinos no dan la lata, pero, de vez en cuando llaman con alguna historieta, que si el lavabo pierde agua, que si se han caído unos azulejos de la cocina, que si esto o si lo otro. Yo le tengo dicho a mi madre que llame al seguro de la vivienda que tiene contratado, que para eso lo paga, pero siempre me dice lo mismo: "anda, ve tu, a ver si lo puedes arreglar y así no doy ningún parte, no vaya a ser que me suban la prima".
Hace poco mas de un mes, un sábado en el que, como casi todos los sábados del año vamos a comer a su casa, me dijo que al siguiente, no podríamos salir por la tarde a dar un paseo porque iba a ir una de sus inquilinas a firmar una renovación de contrato y que le tenía que pasar por ordenador el nuevo contrato y sus nuevas condiciones de alquiler.
Nos presentamos en su casa con todos los papeles, comimos y a media tarde se presentó la inquilina.
Sara era una mujer sudamericana, que conoció, en su país natal, con 19 años, a un piloto de una línea aérea española. Salieron unos días, durante unas vacaciones y ella se quedó embarazada. Él consintió en casarse, pero le impuso la condición de establecer su residencia en España. Ella estaba encantada y accedió. Tuvieron cuatro hijos y, ahora, hace ya 5 años que están separados. Ella dice ser consciente que desde el primer momento, su marido le ponía los cuernos cada vez que emprendía un viaje. Dice estar segura que en cada aeropuerto dónde su marido aterrizaba, tenía una mujer ofreciéndole su cama y su cuerpo. Su ex marido de 65 años vive en Miami con su nueva mujer, de 32 años. Le envía a Sara, todos los meses, una pensión y el alquiler del piso.
Sara es alta, morena, amplio pecho y amplias posaderas. Estará cerca de los 50 y, aunque tiene alguna pata de gallo, está muy bien conservada.
Cuando llegó Sara, mi madre trajo una botella de whisky de malta, un vaso para Sara y un montón de papeles.
-"Mira, Roy, mientras Sara se toma un whisky, explícale lo de la subida del IPC, la subida de la Comunidad y de la renta y haz las cuentas para decirle exactamente de cuanto serán los próximos recibos y lo que hay pendiente".
-"Jo, que morro, y porqué no se lo explicas tú, que al fin y al cabo son tus cuentas y te las sabrás mejor que yo?", le contesté
-"Es que me duele la cabeza y voy a reposar un rato", me contestó.
O sea, que me deja a mí el muerto y ella se va a echar la siesta, pensé para mis adentros.
Eso era un follón de papeles, que me costó un buen rato saber de que iban.
Sara, andaba por su segundo vaso, y empezó a contarme su vida, la cual os he relatado más arriba, y empezó a lamentarse de que era ya una mujer vieja y que nadie la querría.
Cuando por fin conseguí aclararme, había pasado más de una hora.
Sara, que ya llevaba cuatro whiskys, empezaba a hacerme preguntas un tanto personales acerca de mi mujer y de nuestra relación matrimonial.
Empecé a explicarle las condiciones del nuevo contrato y el porqué de la nueva renta que debería pagar. Me pareció que lo entendió todo a la primera, aunque ella seguía preguntando el porqué de todas las subidas.
Al quinto vaso del líquido amarillo, Sara me dijo que mi mujer no me merecía, que yo era mucho más guapo que ella y que debería haberme casado con una mujer "mucho mas mujer" que la mía.
-"Quizás ... una mujer como tu?", le pregunté
Sara me miró y me contestó con otra pregunta,
-"¿Tú, cómo me ves, Roy? Yo sé que estoy vieja, pero tu, ¿cómo me ves?"
Calculé que aunque llevara más de media botella de whisky, Sara sabía perfectamente de lo que estaba hablando y lo que estaba haciendo, por mucho que, de vez en cuando, dijera "ay, por Dios, estoy pedo", así que me levanté, fui hacia ella, le cogí la mano y la hice levantarse de su silla, me situé a sus espaldas y le dije, susurrándole al oído:
-"Sara, tienes una buena carrocería y, aparentemente, el motor también debe funcionar muy bien"
Deslicé mis manos, desde un poquito más debajo de sus caderas, hacia arriba, llevándolas a su vientre y parando cuando empezaba a rozar sus pechos. Después las deslicé por su espalda, llegando hasta el cuello y ladee un poco su cabeza. Volví a susurrarle, mientras acercaba mi sexo, ya insinuante, a sus glúteos:
-"Tienes un cuerpo que haría feliz a muchos hombres y yo me incluyo entre ellos"
Volví a sentarme, como si nada hubiera ocurrido y seguí explicándole las cuentas. Ella tampoco dijo nada.
Cuando vino mi madre, después de haber "reposado", ya eran cerca de las nueve de la noche. Sara no dejaba de repetir que estaba avergonzada, que había bebido mucho y que estaba pedo. Mientras hablaba con mi madre, confirmándole que había entendido todas las cuentas y que estaba de acuerdo con ellas, yo me acerqué a la sala de estar, dónde estaba mi mujer y mi hija y le comenté que Sara casi se había bebido ella sola la botella de whisky y que deberíamos llevarla hasta su casa. Total estaba muy cerca y no nos costaba trabajo. Mi mujer o puso reparos y así lo hicimos. Sara se despidió con dos besos de mi madre y a mí me dio otros dos, pero tanto ella como yo buscamos la comisura de los labios y quedamos muy cerca de ellos.
-"Sara, que te voy a llevar a casa, ya nos despediremos luego", le dije
-"Ay, sí, es verdad, no me di cuenta", contestó
Fuimos hasta mi coche y nos dirigimos al piso. Al llegar, como ella iba sentada adelante, se giró hacía mí para los besos. Yo le pasé mi mano izquierda por su cintura y la posé, delicadamente, en su pecho derecho, presionando muy ligeramente. Un beso fue en la comisura de los labios, pero el otro, fue casi en la boca. Ella terminó de voltearse para darle los besos a mi mujer, sentada atrás con nuestra hija. Yo mantuve mi mano en su pecho. Salió del coche diciendo que a ver si nos veíamos otro día.
Nosotros nos fuimos a casa, pasaron los días y yo me olvidé de Sara.
A mediados del mes pasado, me llamó mi madre. Tenía que ir al piso de Sara porque el bidé estaba rajado y perdía agua. Le recordé que ese bidé llevaba ya muchos años rajado porque se lo habían cargado unos inquilinos anteriores y que si ahora perdía, lo mejor sería llamar al seguro y que lo cambiaran. Mi madre, como siempre, insistió en que fueran a verlo por si podía hacer algo. Llamé a Sara por teléfono y quedé en ir a su casa un jueves por la tarde. Cogí un par de herramientas, un par de barras selladoras y un tubo de silicona transparente antimoho y allí me presenté.
Me encontré a Sara en el portal, vestía unos vaqueros ajustados y una blusa. Venía de hacer unas compras. Subimos y mientras yo inspeccionaba el sanitario, Sara me dijo que como había sudado mucho por el calor de la calle, que se iba a duchar al otro cuarto de baño. Bueno, empecé a abrir y a cerrar grifos. El bidé, aunque rajado, funcionaba perfectamente. No tenía ningún escape y no perdía agua por ningún sitio. Fue entonces cuando recordé el episodio ocurrido en casa de mi madre y empecé a tener serias dudas acerca de la veracidad de la llamada de Sara. Esas dudas desaparecieron por completo cuando la inquilina entró en el baño donde yo estaba, con una bata prácticamente transparente, sin nada debajo y con el pelo totalmente seco. Dejé las herramientas, me levanté, me acerqué a ella, pasé misma mis por debajo de la bata, rodeándola la cintura y la besé en la boca.
-"...así que el bidé pierde agua, ¿eh?...te voy yo a dar bidé..."
Le puse una mano en una de sus nalgas y nos dirigimos a su dormitorio. Cuando llegamos al borde de la cama, yo ya había perdido por el camino mis zapatos, el pantalón y la camisa. Ella se tumbó mientras yo me deshacía de los calcetines y me quitaba la cadena con el crucifijo (no es por nada, pero siempre me la quito cuando voy a comer conejo casero, ya que me estorba en mis lengüetazos). Me quité el reloj y los calzoncillos.
Lo que vino a continuación no fue nada que no se haya visto antes. Fueron tres cuartos de hora de lameteos, sobadas, chupadas y otras cosas. Sara tenía un buen cuerpo, maduro, pero que carajo, yo también estoy en la edad madura y, si hubiera que comparar, diría, sin lugar a dudas, que su cuerpo estaba mucho mejor que el mío. Mi cuerpo está algo deforme, debido a que antaño tenía sobrepeso. Hace un par de años adelgacé más de 50 kilos y eso me permite lucir una figura, más o menos, normal cuando estoy vestido, pero cuando me desnudo, se ven, claramente las trazas y secuelas de mi estado anterior. Además, he adelgazado mucho, pero "no del todo" y sigo teniendo mi barriguita (de Famosa, jeje). Sara, sin embargo, tiene las carnes prietas, alguna grieta que otra, debidas en parte por sus embarazos, pero da gusto tocarle las nalgas, apretárselas y besárselas. Muslos y antebrazos carnosos, pero muy sabrosos. Y unas tetas...Joer, que delicia de tetas!, y esos pezones...que pezones!
Ese día estaba yo, sin haberlo buscado, dispuesto a disfrutar de su cuerpo y de confirmar que Sara tenía un polvo "im-prezionante".
Sara abrió la bata y me ofreció su cuerpo, como si de una gran recompensa se tratara. Me tumbé medio encima de ella, con mi pierna derecha metida entre sus piernas, presionando con mi miembro su pierna derecha. La mitad de mi cuerpo cubría la parte derecha del suyo. De ésta manera la dejaba respirar pero nuestras carnes estaban pegadas, sintiendo nuestros calores, sintiendo nuestras vibraciones, sintiendo nuestros deseos. Acaricié su cuerpo, sin dejar de mirarla a los ojos. Pasé mi mano por su pierna, pasé la mano entre sus dos piernas. Por el tacto descubrí que tenía el chochito muy recortado, aunque los pelos rodeaban sus labios vaginales. Subí por su bajo vientre, recreándome en el ombligo, llegué al vientre y volví a bajar hacia las caderas y cintura, alzando levemente sus nalgas para pasarle la mano por el culo. Me entretuve un momento en su raja anal, para, de inmediato, acariciarle el hombro y el cuello. Bajé hasta su pecho, y le hice un pequeño masaje con la palma de mi mano sobre su pezón, antes de cogerlo con mis dedos.
Me alcé un poco y la besé. Besé sus labios con ternura, como si fuera un beso de amor, en lugar de un beso sexual. Cogí su mano y la llevé hasta mi culo, para que me acariciara mis nalgas, me gusta que me acaricien mis nalgas y que me quiten las pieles muertas. Lo entendió sin decirle yo nada y empezó a trabajar con su mano. Seguí besándola en la boca y luego en la comisura de sus labios con pequeños besos, como si fueran furtivos, seguí besándola por su cuello y por el glóbulo de su oreja. Saqué tímidamente la punta de mi lengua y realicé, a la inversa, el mismo camino.
A Sara le gustaba eso, lo notaba en su cuerpo. Me deslicé hacia abajo, para seguir dándola besitos y pequeñas lamidas por su cuello y su pecho, antes de llegar a sus tetas. Ella también movió la ubicación de su mano, pasando de mis nalgas a mi espalda. Levanté un poco mi cuerpo, para ver mejor sus tetas y las cogía, cada una con una mano. Las separé y pasé mi lengua entre ellas, por el canalillo. Las junté y le besé sus carnes, pasando la punta de la lengua por las aureolas de sus pezones. Seguí bajando mi cabeza, sin dejar que mi lengua perdiera el contacto de su piel, hasta llegar a la parte baja de las tetas. Entonces, las subí hacia arriba, dejando al descubierto, lo que para mí es una de las partes más suaves del cuerpo de una mujer. Esa parte inferior de los pechos, dónde se unen al resto del cuerpo. Besé esa franja carnosa. La besé y la chupé.
Sara olía bien, olía a fresco, no olía ni a colonias ni a perfumes, lejos estaban los olores a Eau de Sobac que suelen olerse en los días calurosos de primavera o verano, aunque algunos/as usan ese perfume incluso en invierno.
Sara deslizó, a su vez, su mano por mi espalda. Me acarició, otra vez, las nalgas y llegó a ese lugar dónde la pierna cambia de nombre. Sara empezó a sobarme los testículos, me tocaba el pene y me pasaba la mano por la raja del culo. Sara me estaba excitando, y mucho. Mi pene, ya erecto, buscaba algo más, pero aun no había llegado su hora.
Volví a concentrarme en las tetas, con caricias, besos y lametones. Pequeños mordisquitos en los pezones y sobeteos incesantes en sus carnes. Tenía unas tetas perfectas para una cubana, pero mi polla era pequeña para esos monumentos, así que ni me molesté en intentarlo. Yo estaba muy salido y quería algo más, así que seguí bajando hasta su monte de Venus, con la idea, fija y clara, de comerle su coñito. Pero Sara no tenía un coñito, sino un gran coño. Era un chochete con grandes labios y con un clítoris que ya despuntaba desafiante. Su chocho ya rezumaba caldos afrodisiacos, ya estaba mojado, por no decir empapado, con sus flujos. Hice saliva y pasé mi lengua entre sus labios, los abrí cuidadosamente. Cogí una de sus manos, abrí sus dedos y los puse abriendo los labios por la parte superior, yo hice lo mismo por la parte inferior y me zambullí dentro de ellos. Nunca había saboreado una cosa tan grande y no quería desaprovecharla, así que le medio murmuré a Sara que me alcanzara la almohada y se la metí por debajo del culo. De ésta manera, levantaba su chochete y me era más cómodo meterle la lengua, se la metía lo más profundo que podía. Que delicia, delicia para Sara y delicia para mi. Sara suspiraba y me acariciaba mi cabeza, mis orejas, mi pelo. Cuando ya empezaba a tener molestias en la lengua, la saqué y lamí toda la franja que separaba su raja del ano, haciendo un esfuerzo en generar mucha saliva para depositarla en las puertas de ese agujero. Alcé la vista y vi su clítoris y hasta él se fue mi boca. Prácticamente lo engullí de un solo bocado y empecé a jugar con él en mi boca, como si tuviera una avellana que quisiera sacarla todo su jugo antes de tragarla. Mientras, restregaba el canto de mi mano por su raja, habiendo separado, previamente, mi dedo meñique, el cual se dedicada a intentar penetrar por su ano, ayudado por la saliva que antes había depositado. Los jadeos de Sara eran cada vez más notorios. Relajé mi succión del clítoris y, casi al unísono, introduje tres de mis dedos por su dilatado coño y el meñique por su culo. Solo quedaba libre el dedo gordo, que posicioné justo debajo del clítoris, presionando sus carnes. Sara se agitó y, al poco, empezó a culear. Estaba claro que esa masturbación simultánea a tres bandas le iba a hacer alcanzar rápido un orgasmo. Levantó la pelvis, y entre jadeos y pequeños gritos alcanzó el primero, mientras cerraba vigorosamente las piernas. Yo seguí en la brecha y por los ruidos que oí, pienso que tuvo un segundo y un tercero. Bajó su mano y me separó la mía de sus agujeros, dejé el clítoris en paz, ya que supuse que, en esos momentos, lo tendría excesivamente sensible y podría hacerle daño.
Me incorporé para besarla mientras tocaba sus tetas con mi mano pringosa por sus flujos. Me puse de rodillas junto a su cara y ella misma cogió mi polla y se la metió en la boca. Mientras chupaba, yo seguía con sus tetas, pero mi grado de excitación era grande y me corrí rápido. Cuando ella notó mis impulsos para eyacular, se sacó el pene, separándolo un poco de su cara y abrió la boca. Mi leche salió disparada esparciéndose por su boca, sus labios, sus mejillas, hasta unos de sus ojos recibió mi mensaje. Ella misma se restregó mi glande pringoso por su cara antes de limpiármelo con la lengua.
Cuando ya mi pene estaba decayendo y cobrando flacidez, me di el gusto de pasearlo entra sus tetas. Me acomodé entre sus piernas, restregándome contra su sexo y volvimos a besarnos, tragando yo algo de mi propio esperma.
Esa noche me llamó mi madre para preguntarme por la avería.
-"Poof, el bidé está hecho polvo. Le he puesto unos chorritos de silicona, pero no sé cuánto aguantará. Y el resto de los sanitarios está igual. No me extrañaría que te llamara dentro de una semana diciéndote que ahora pierde agua el water o el lavabo", le dije.
-"Bueno, cuando eso suceda, te llamaré otra vez, para que veas que puedes hacer".
-"vale, mamá".