La inocente Selena (4)

La muchachita se prepara para encontrarse con su tío y recibir lecciones de inicio a su vida de mujer.

Autor: Salvador

Dirección: demadariaga@hotmail.com

La inocente Selena ( 4 )

Subió eufórica a su dormitorio, se desnudó y entró al baño. El agua bajando por su cuerpo no calmó en nada la ansiedad que tenía invadía su cuerpo. Incluso tenía dificultades para respirar, tal era la agitación que tenía.

Amaba a su tío. El descubrimiento de este sentimiento la había alterado y todo en ella quería gritar al mundo que Ricardo era su luz, su razón de vivir, todo lo que valía la pena. Era su presente y futuro, fuera de él nada valía la pena, todo era nimio, sin importancia.

Pero no podía decirle a nadie lo que su corazón gritaba. Ni siquiera a Andrea, su amiga y confidente, que no comprendería que una niña de quince años se hubiera enamorado de un hombre de 45 años y, peor aún, que era tío suyo. Ni qué decir lo que diría si supiera lo que había pasado con Ricardo.

Confiaba en él como en nadie más. Le había abierto su intimidad y su tío la había comprendido, hablándole de cosas que le explicaron completamente sus inquietudes ante los cambios que su cuerpo estaba experimentando. Más aún, le había hecho conocer sensaciones que nunca había imaginado, haciéndola sentir eso que él llamó orgasmo. Y sus orgasmos fueron muchos y cada uno más intenso que el anterior, dejándola completamente extenuada, pero fascinada con lo que su cuerpo había experimentado en las expertas manos y boca de ese hombre en el que confiaba completamente, porque todo lo había hecho por cariño a ella, sin que hubiera malicia ninguna en las caricias de su tío. Todo lo hizo solamente para darle a conocer el mundo nuevo al que se enfrentaba en su nueva condición de mujer. ¡Cómo no amarle!

Su cuerpo bajo la ducha caliente iba adquiriendo normalidad y la niña, con su rostro golpeado por los chorros de agua, mientras sus ojos cerrados la llevaban a esos hermosos instantes que vivió junto a su tío. Recordaba sus palabras, que tanta tranquilidad le regalaron. En un principio se preguntó si era adecuado que el hermano de su padre se convirtiera en su confidente. ¿Por qué él y no su madre, Andrea o alguna otra compañera de facultad? Ahora tampoco tenía respuesta, pues todo se había desarrollado con tanta naturalidad que no podría explicarse cómo se fueron dando las circunstancias. Sólo sabía que todo había empezado con un interrogatorio de parte de su tío, que parecía conocer muy bien lo que a ella le pasaba y de pronto se encontró con su blusa subida y los senos al aire, tocándose a petición de él. ¿Cómo había llegado a ese estado? No lo sabía, pues todo era como una película para ella, en que la trama escapaba a su comprensión pero que era tan absorvente que no podía evitar sentirse atrapada por ella.

Era una mujer. Ya no era niña, su tío se lo había explicado. Y los cambios en su cuerpo, le había dicho él, se originaban en ese hecho, al igual que esas sensaciones nuevas que de un tiempo a esta parte habían convertido su cuerpo en un torbellino de sensaciones.

Su cuerpo cambiaba y se estaba adaptando a su nueva condición. Por eso sentía que sus partes íntimas ahora le atraían tanto, pues eran las zonas más sensibles en este proceso de cambio. Por eso es que ella había empezado a tocarse esas partes, buscando un alivio que cada vez se convertía más en una sensación agradable, hasta que su tío le demostró que eso era natural y que era el preludio a nuevas sensaciones, increíbles, sin comparación.

Y así fue como ella se tocó entre las piernas a insinuación de Ricardo. Así fue como se toco los senos, también a pedido suyo. Y abrió sus piernas ante él, que hundió su rostro entre ellas y besó su intimidad, dándole esa increíble sensación que él llamó orgasmo. Su primer orgasmo,

Terminó la ducha y volvió a su dormitorio, donde se tumbó sobre la cama, tapada solamente con la toalla, echando a volar sus pensamientos hacia esos momentos vividos en manos de su tío. No comprendía algunas cosas, pero de algo estaba segura: su cuerpo había experimentado cosas nunca soñadas ni imaginadas, en las manos de ese hombre en quien confiaba plenamente y que le había regalado sus primeros orgasmos, ese salvaje despertar de su interior que delataba la intensidad con la que estaba viviendo su nueva condición de mujer.

El recuerdo de esos momentos la envolvió en un estado de ensoñación, mientras sus manos iban maquinalmente hacia sus senos y los apretaban, los masajeaban, como su tío le había enseñado. Cerró los ojos y se dejó llevar, pensando en su tío. Sus manos aumentaron las caricias en intensidad y en velocidad, al punto que nuevamente experimentó la exquisita sensación de sentir estallar su cuerpo y que su sexo expelía jugos que resbalaban por sus muslos.

Abrió los ojos y empezó a limpiar entre sus muslos, usando para ello la punta de la toalla. Pero el roce sobre su monte de Venus le dio un gusto exquisito y no pudo resistirse a dejar la toalla de lado y empezó a acariciar la entrada de su vagina. Sus dedos empezaron a entrar y salir, cada vez con mayor veocidad, mientras la muchachita echaba su cuerpo atrás y cerraba los ojos para disfrutar completamente las sensaciones que sus dedos le proporcionaban.

Empezó a mover su cuerpo, al punto de que le dificultaba las caricias en su vulva. Tal era la intensidad con que se movía. Y de pronto vino una nueva explosión.

Fue una sensación parecida a la que tuvo cuando su tío apretó su vulva entre sus labios, pero de menor intensidad que la que vivió con el rostro de Ricardo entre sus piernas. Después de algunos estertores, su cuerpo quedó tendido sobre la cama, desmadejado, semi cubierto por la toalla, que le tapaba solamente los muslos, dejando al aire sus senos y su sexo, por el que chorreaban gotas de semen que caían a la sabana.

Cuando se hubo calmado, empezó a planificar lo que le diría a su amiga Andrea para que la cubriera toda la tarde sin que sospechara que iba a estar con su tío, en su departamento, siguiendo el curso acelerado de sexo que estaba tomando en manos de ese hombre del que se sentía completamente atrapada.

Una vez concretados los planes para el día siguiente, que incluyó la elección de la ropa interior que usaría, apagó la luz y se dispuso a dormir.

Esa noche durmió feliz.