La inocente picada de una viuda negra

En el sur del mundo, hay arañas que su picada producen en el hombre erecciones repetidas y permanentes. Estas personas requieren de la ayuda de los familiares más cercanos. Les cuento la historia de una familia conocida, que practican el naturismo.

RELATOS ERÓTICOS PARA LA PAREJA

Autor: Antoine Antilef

La inocente picada de una "viuda negra".

En un apartado lugar de América del sur

ella estaba sola, disfrutaba tranquila de un relajante baño en la piscina natural del arroyo, que refrescaba la cálida desnudez de su delgado y atlético cuerpecito juvenil, jugaba y giraba sobre sí misma sintiendo las caricias que le entregaba el agua. Sus crecidos y paraditos senitos se le ponían duritos, y su carnecita estaba muy alerta a los roces en sus ya definidas sinuosidades. Le producía un rico cosquilleos, que repetía para sentir la agradable y placentera sensación en su sensible piel morena. Contemplaba ensimismada con sus grandes ojos y negras pupilas, sus piernas y el ondular de suave vello púbico, comparable con el de su madre. Sus hormonas estaban muy elevadas, en este recién formado y desarrollado cuerpecito de hembrita-mujer.

La interrumpió unos gritos y después la salida rápida y urgente del vehículo de su padre. No era habitual. Mojada apenas alcanzó a ponerse su delgado vestido, corrió rápida a su casa. Entró a la sala de estar y encontró a su hermano mayor, corrijo, era medio hermano por parte de su padre, tendido en el sillón y sin pantalones, su madre inclinada apretaba fuerte con sus dedos una herida en una de sus piernas, la chupaba y escupía al suelo, ¡estaba desesperada!

Estaba chupando y botando el veneno de la picadura de una araña, de las más venenosas y mortales del mundo, la "araña viuda negra". Su padre había ido al hospital del pueblo a buscar el antídoto, era urgente y contra el tiempo.

A las horas después, inyectado el antídoto, el paramédico les recomendó llevarlo al hospital. Su padre, apodado "el gringo", viejo de campo terco y abrutado, se opuso y prefirió traer a la vieja "Chela", la "méica" del pueblo, confiaba más en la medicina natural.

La viejita "Chela", ordenó sacarle toda la ropa, para refrescar y mermar la fiebre que estaba invadiendo el cuerpo casi inconciente de Manuel. Le puso paños frescos y húmedos en el transpirado cuerpo.

¡Pero sorpresa!, el enfermo comenzaba con una notoria erección en su viril y grueso pene. La fiebre provoca el famoso "picaó de la araña", con erecciones repetidas y permanentes.

A la "meica" no le sorprendió, e hizo salir de inmediato al padre y la hija, quedándose sola con la "madre", a puertas cerradas.

"¡Hay que hacerle una descarga!", dijo la "meica", debía calmar la erección, para evitar las convulsiones febriles que ponían en riesgo la vida de Manuel.

Sacó de su maletín un ungüento lubricador, y con pausados movimientos y de gran maestría la experimentada sanadora, le enseñó cómo descargar y aflojar la erección. La madre, sorprendida pero concentrada en la faena, veía como la "meica" con mucho esfuerzo y dedicación, cerrando sus ojos y como rogando para el cielo, sobaba y acariciaba el pene de Manuel, que después de largos e intensos minutos lograba la erupción seminal, bajando con su mano el miembro a una calmada flacidez. Lo tuvo que hacer en varias y repetidas oportunidades en las largas horas que duro su visita, hasta dejar tranquilo el cuerpo del enfermo.

"¡Preocúpese, es su hijo!, … tiene que desvelarse, …. día y noche, …. le va a durar varios días"- le decía la "meica" a la madre, al retirarse ya de noche. Todos la escucharon con atención, pero su madre recordaba que pocos sabían que este muchacho, que había criado desde chico, no había salido de su vientre.

Su madre, después de alimentarse con el resto de su familia, se encerró en el dormitorio de Manuel, ya que le esperaba una noche muy dura. Lavó y secó bien el cuerpo inconciente, le aplicó el aceite refrescante desde los pies a su cabeza. La noche era cálida, mantuvo las ventanas abiertas con mallas mosqueteros, refrescando la pieza.

El cuerpo de Manuel comenzó a calentarse y la hinchazón de su miembro comenzaba a engrosar. Le dejó caer gotas de agua a su boca, evitando la deshidratación del acalorado cuerpo, puso paños húmedos y se dirigió a "descargarlo". Con sus manos de mujer madura, maternalmente lubricó la creciente dureza, acarició con ternura sus primeros contactos con una carne familiar, pero que siempre le había despertado curiosidad. Sentía en sus femeninas manos la dura y gruesa verga, que la obligó hacer grandes esfuerzos e intensivos movimientos hasta lograr la desahogada erupción del abundante semen de Manuel. Terminando con una tierna caricia a la húmeda y flácida carne. Se sentía triunfante y aliviada de tal labor terapéutica. Con meticulosidad y delicadeza secaba y lavaba el miembro y el cuerpo chorreado de jugos y sudor, de su "hijo".

La noche fue larga e intensa, tuvo que repetirlo varias veces, casi muy seguidas. Estaba agotada, pero contenta con su noble faena.

Afuera, sin que su madre se diera cuenta, estaba observando su hija. Contemplaba el misterioso ritual de la sacrificada sacerdotisa sanando el dorado y brillante cuerpo desnudo, adorando el carnoso y grueso "falo". La brisa de la cálida noche, cruzaban su delgado vestido, rozando suavemente la entrepierna. Le producía un intenso cosquilleo, acrecentados por la fascinante y ardiente visión.

Su madre, de piel morena y de físico suculento, pechos grandes y firmes, anchas caderas y gruesos muslos, contempló el cuerpo bronceado y fornido de Manuel, que le había inquietado en sus sueños y había fantaseado recorrer su lozana y fuerte musculatura abdominal. La calidez de la noche y el cansancio de su agotadora faena, le invadió en su cuerpo un deseo incontenible por introducir, en su abertura de hembra madura, la provocadora carne de Manuel. Se sacó sus delgadas bragas, arremangó su delgado vestido, acercando su suculenta pelvis a la gruesa carne erguida, e insertó suave y delicadamente en su experimentada y lubricada vagina, envolviendo y haciéndola desaparecer entre sus redondas nalgas. Su cuerpo lo necesitaba, sentir y abrazar a esa furiosa y viril carne. Moviéndose con ágil destreza, logró sensibilizar la dura carne hasta sentir el fuerte estallido del flujo seminal en su interior. No quería moverse de ahí, el pene seguía duro, en una aparente flacidez, deseaba tenerlo entre sus carnes húmedas. El frenesí la obligó a sacarse su mojado vestido, tomando contacto muy directo entre estos dos cuerpos sudados y sedientos. La intensidad de la jornada, sólo permitía que se desacoplaran para lavar, refrescar e hidratar ambos cuerpos.

En la frescura de la madrugada, su padre la encontraba plácidamente recostada al lado del enfermo. El debía seguir en la labor de la cosecha del trigo, la tarea era dura al no contar con su hijo. Él estaba en buenas manos, de la sacrificada y extenuada "madre".

En el día se hacía cada vez más extenuante, las altas temperaturas del verano obligaban a trabajar más intensamente, la fiebre era más frecuente y fuerte. El calor no se podía atenuar con las ventanas abiertas. Los cuerpos brillantes y dorados por el sudor se fundían en un éxtasis. El día fue demasiado intenso, tuvo que hacer agotadores esfuerzos, para evitar las convulsiones, obligándola a aumentar sus frenéticos movimientos de cintura, y poder calmar la erección de la cálida carnecita que la ¡tenía loca!

Llegó a la siguiente noche, con el enfermo más calmado y de un cuerpo más tranquilo. Le pidió a su hija que lo observará, mientras ella se duchaba y descansaba un rato. "Cualquier aumento de fiebre, ¡avísame de inmediato!"

Varias horas más tarde, la muchacha vio a su "hermano" Manuel, intranquilo y con una creciente hinchazón del sexo del enfermo, que cubría el paño instalado por su madre. Asustada corrió donde su madre, que se encontraba desnuda en su lecho y profundamente dormida junto a su padre, que no reaccionaban a ningún aviso. Corrió de vuelta donde Manuel, y notó temblores en el cuerpo que podían ser de riesgo en su vida. Casi mecánica, sin preocuparse de cerrar la puerta, atinó de inmediato a coger el ungüento lubricador y aplicar sobre el pene grueso y largo de Manuel. Parece que la suavidad de esas manos juveniles hizo que se produjera un rápido y mayor efecto en el miembro del cuerpo del muchacho. No notó cansancio ni sacrificio, sino que el éxito triunfal al ver la erupción desordenada y masiva del fluido blanco y lechoso. Salpicando y chorreando por doquier.

Inocentemente repetía los rituales de su madre, acariciando suavemente la flacidez mojada del pene. Limpiando y lavando el sudado cuerpo.

Fue a la pieza de sus padres para insistir en pedir ayuda, pero ambos muy agotados del trabajo diario, dormían profundamente.

Decidida a hacerse cargo del enfermo, y sin hacer ruido cerró por dentro la puerta del dormitorio de Manuel. Algo la invadía por dentro, que no sabía explicarse, sentía cosquillas por todo su cuerpo, la calidez de la noche y la tranquilizadora inconciencia de Manuel ayudó a quitarse involuntariamente su vestido. La desnudez de ambos más la visión de la noche anterior, intensificó su curiosidad por experimentar la penetración de la "sacerdotisa". Le agregó ungüento a la incompleta flacidez pero firme carne. Se acercó en cuclillas, y se montó en las piernas musculosas de Manuel como buena jineta, dirigió el lubricado e irrigado miembro con una de sus manos, lo apuntó a la boca de su virgen hendidura. Empujó haciendo una suave presión, sintiendo un fuerte dolor en su estrecha abertura. Le dio temor hacer más fuerza, entonces prefirió jugar en su exterior carnecita con el resbaladizo y cálido pene, pasando y rozando sobre su tierna y cerrada hendidura. Pasó varios minutos en este novedoso y suave juego, hasta sentir un escozor y cosquilleo nunca sentido. Se agregó un poco de ungüento lubricador en el borde de sus suaves labios y orificio vaginal. Esta vez, con mayor decisión de experimentar la sensación de la unión de las carnes, presionó con mucho más fuerza, hasta desgarrar el comienzo de su tierna carne. Le ardió mucho, quedó herida, se detuvo hasta apaciguar el dolor. Volvió a empujar, esta vez con más fuerza, hasta sentir ingresar una pequeña parte del lubricado miembro. Sintió satisfacción triunfal, pero una gran molestia y más dolor. No paraba el ardor de sus paredes, solo la flacidez y el lubricante la ayudaban a continuar. A medida que aumentaba la presión, penetraba más la carne de Manuel, pero esta comenzaba a aumentar de tamaño. Se le hacía cada vez más molesto y más lenta la entrada. Entonces apuró la penetración, porque veía venir un aumento de la erección que después le sería más difícil el ingreso. Continuó hasta profundizar y sentir la gruesa carne del muchacho en su interior. Captó el aumento de la irrigación de la sangre, tan grueso que tuvo que respirar profundo para aguantar el dolor y el malestar. Tuvo que sacar parte de la hinchazón que no cabía dentro. Se quedo quieta, no se atrevía a mover, hacía un esfuerzo por contenerla, pensaba que iba a reventar en su interior. Se mantuvo quieta, y que de a poco aceptaba el rígido miembro. La suavidad de su juvenil carnecita vaginal, que hacía fuerza para contener la irrigada carne de Manuel, hizo que el joven se corriera con más facilidad, expulsando fuertes golpes de flujos en la boca de su virginal útero, derramando en su interior el calido líquido, calmando la presión en su interior.

El semen y la flacidez incompleta pero firme, lograron en parte apaciguar el malestar en su interior. No se quiso salir, le había costado mucho entrar, no quería repetir el sufrimiento de la penetración, se mantuvo insertada en la carne suave y cálida, le era cada vez menos molesta. Con el pene aflojado y lubricado por la mezcla de jugos y ungüentos, comenzó a jugar con movimientos suaves de cintura, imitando a su madre, frotando carne con carne. Le gustaba el cosquilleo y la sensación que producía el roce, el sonido de la succión y el olor que emitían los jugos en su interior. Nada la perturbaba, era todo cada vez más suave y agradable, nadie intervenía en sus juegos, ni siquiera el dormido enfermo, estaba completamente sola, sumida en la tranquilidad de la noche. También, desde ahí tocaba el cuerpo sudoroso de Manuel, lavando y secando su abdomen y cara. Se sentía cada vez más plácida, con menos dolor y menos incómoda.

Al rato después, volvió a crecer la carne en su interior con mayor intensidad, sintiendo menos molestia y ardor, ayudada por los juegos de su cuerpo que habían producido el lubricante natural, que invadía su interior y de sus músculos vaginales más relajados, aceptando con mayor placer la exquisita carne en su estrecha cavidad interior. Pasó más tiempo al parecer, estaba más conciente en sus sentidos, que demoró más en lograr un segundo y potente estallido seminal, que volvía a sentir muy cálido en su interior. Volvió a realizar juegos con movimientos de sus piernas y su cuerpo, con el miembro menos duro de Manuel. Le comenzaba a agradar y comenzaba a sentir más deseo y placer.

No quería despegarse, no quería volver a empezar. Se sentía orgullosa que estaba logrando el mismo efecto que su madre con el enfermo. Lo esta tranquilizando cada vez que se endurecía su carne, sin llegar a provocar convulsiones que pudieran poner en peligro la vida.

Logró apañar erguimientos potentes del pene de su hermano dormido e inconciente, tan potentes como los primeros. Hubo uno de ellos que notó el inicio de convulsiones que hizo esfuerzos sobre humanos para retener dentro de su cuerpo y que no le causarán daño en su interior. Fue aceptando cada vez mejor el grueso y largo miembro, calmando las grandes envestidas, bajando el malestar y ardor inicial, que aún sentía pero que su cuerpo con mucho esfuerzo había logrado soportar bien. Su cuerpo juvenil y atlético, le permitieron realizar movimiento pélvicos, imitando a su madre, que lograban apaciguar con cada vez más facilidad las fuertes embestidas del enfermo. Había logrado introducir casi en plenitud toda la irrigada carne de Manuel, en su delicada pero cada vez más deseosa carnecita. La noche había sido larga e intensa, calmando las fuerzas convulsivas del enfermo.

Tomo más confianza, desacoplo la unión de las excitadas y resbalosas carnes. Comenzó de nuevo, repitiendo las penetraciones del miembro, desde la punta hasta el fondo de su cavidad, tomando conciencia del placer y sabor que la tenía embriagada. Lo tomo como un inocente juego, aprovechando la inconciencia de su hermano Manuel. Replicaba la introducción y roces de las carnes jugosas, y como "una sacerdotisa del amor", adoraba el miembro viril del enfermo, imitando las contorsiones enseñadas por su madre, que hacía delirar todo su cuerpo atlético y juvenil. En esta última etapa de la noche, verdaderamente tomo conciencia y sensibilizó todas las partes de su cuerpo, tomando contacto con todos los sectores de su suave piel morena, de las bondades del gozo de los frenéticos cuerpos. Lo disfruto más que nunca, aprovechando la tranquilidad y frescura de la noche. Los dos cuerpos, eran uno sólo, fundidos en dos fuertes impulsos juveniles de no se daban tregua. Los sudores de los cuerpos se mezclaban en un solo deseo y de feromonas que se degustaban con intensidad. Ella ahora era la que pedía más, controlando totalmente la fiebre y desasosiego del enfermo. Su cuerpecito de carnecita juvenil, más la suavidad de su piel, complacía en plenitud los movimientos reflejos e involuntarios, y mecánicos de Manuel.

Su madre despertó sobresaltada, se levantó y desnuda corrió angustiada al dormitorio del enfermo. Sorprendida, encontró a su hija dormida y abrazando desnuda, el cuerpo tranquilo y en reposo de su "hijo", sin síntomas de convulsiones y fuera de peligro. Maternalmente, tomo en brazos a su hija y la llevó a su dormitorio, la besó cariñosamente y la dejó dormir para recuperarse de una labor extenuante que solo ella entendía.

Mantuvieron sus turnos de atención del enfermo, que fue de a poco tomando conciencia de la sabrosa y exquisita suavidad de las carnecitas de estas dos mujeres, que con gran esmero lo cuidaban. Pero el muchacho tampoco quería despertar de este exquisito sueño. Entre ellos guardaron en el mayor de los secretos, y mantuvieron la práctica incestuosa del gozo y placer que compartieron para el resto de sus vidas.

Nota aclaratoria:

La picadura de algunos insectos, tanto de la "araña del trigo de poto colorado" o también conocida como "viuda negra" cuyo nombre científico es "Latrodectus mactans" originaria de Chile, y como también la araña "armadeira" de nombre científico "Phoneutria nigriventer" de originaria de Brasil, producen el Priapismo.

El Priapismo, es una condición de intenso dolor y potencialmente dañina, donde el pene erecto no retorna a su estado flácido por un tiempo prolongado. Es una erección sostenida y a veces dolorosa que ocurre sin estimulación sexual.