La inocente culpable (3)

El profesor visita la casa de Amanda, con la intención de prolongar el placer que sienten cuando están juntos

Buenas a todos y todas, aquí les dejo la segunda parte del relato. Espero que sea de su agrado y dejen muchos comentarios y valoraciones. Gracias por leer, un saludo.

Era sábado por la tarde y me encontraba paseando tranquilamente por una de las zonas residenciales de mi ciudad. Mi destino era la casa de mi alumna Amanda Castillo. Aún retumbaban en mi cabeza las palabras de una de sus amigas.

-¿Entonces te quedas en tu casa sola la noche del sábado al domingo? Qué guay tía, seguro que quedas con alguien para llevártelo a tu casa y poder follar tranquilamente.

La respuesta de Amanda había sido una negativa tajante, pero lo que ella no se imaginaba es que las palabras de su amiga iban a hacerse realidad.

Cuando llegué a las cercanías de su casa (la dirección la había encontrado en la ficha que todos los alumnos rellenan al inicio de curso), me cercioré de que sus padres ya hubieran abandonado la casa. Una vez hecho eso, caminé tranquilamente y llamé a la puerta. La expresión de su cara al verme plantado en la puerta fue de sorpresa.

-¿Qué...qué hace aquí, profesor?

-Buenas tardes Amanda, ¿puedo pasar?

Ella se apartó y me dejó pasar al interior de su casa. La verdad es que la casa estaba decorada con buen gusto y se veía muy acogedora. Aproveché también para echarle un vistazo a mi alumna. Iba descalza, vistiendo un pequeño short y una camiseta de tirantes, que permitía notar sin problemas el contorno de sus pechos y sus pezones marcados en ella. Esa visión me provocó ya el inicio de una erección bajo mis pantalones, la cual no me preocupé de disimular.

-¿Qué quería, profesor?

-Pues quería pasar un rato y quizás la noche contigo. Sé que tus padres no están hasta mañana y he pensado que sería un buen momento para ver cómo hacer para que apruebes mi asignatura el siguiente trimestre. Este lo has aprobado, pero deberás aplicarte con esmero para obtener la calificación necesaria.

-Me parece bien profesor-dijo ella, con una mirada entre avergonzada y sugerente.

-Primero vamos a ver una película que quiero que veas.

Me senté en el sillón y busqué la película en internet. Una vez estuvo preparada, Amanda se sentó al lado mía. Yo pasé un brazo por encima de sus hombros y la atraje contra mí, Aproveché para oler su pelo, mmmmmmmmm. Me estaba empezando a poner muy cachondo, solo con tenerla a mi lado ya tenía un buen bulto en mis pantalones. Y creo que a ella le pasaba lo mismo, ya que juraría que sus pezones habían crecido bajo la camiseta.

Con el avanzar de la película, surgió una escena subida de tono. Introduje una mano por el escote de la camiseta de Amanda, acariciando su pecho con suavidad mientras buscaba el pezón. Cuando lo encontré, constaté lo que sospechaba: su pezón estaba durísimo, estaba excitada. Lo apreté entre mis dedos, escapando un gemido suave de sus labios. Fui jugando con su pezón entre mis dedos, disfrutando de su dureza y de los gemidos de Amanda.

Ella acabó por despojarse de su camiseta, dejando ambos pechos al aire. A la vez, colocó su mano sobre mi paquete mientras lo acariciaba suavemente. Me volví hacia ella, encontrando su cara a pocos centímetros de la mía. No me resistí y me lancé a besarla. El contacto entre nuestros labios aumentó la temperatura de nuestros cuerpos, haciendo que yo apretase sus tetas con ganas y ella acariciase mi paquete con más fuerza. Metí una mano por su pantalón, dispuesto a acariciar su entrepierna pero me paré súbitamente cuando noté una tela entre mi mano y su piel.

Automáticamente, dejé de besarla y me aparté de ella mirándola con el ceño fruncido. Ella inicialmente no entendió mi reacción, pero cuando se percató intentó explicarme:

-Profesor, no se enfade... Verá, es que en casa me da vergüenza ir sin nada. El hecho de que puedan verme o notar que no llevo nada debajo...

-Me da igual-repliqué secamente.-Creo que fui claro que no debías llevar ropa interior, ya fuera en el instituto o en cualquier otro lugar.

Me levanté y me dirigí hacia la puerta:-Está visto que no eres como creía que eras. En fin, una lástima que no vayas a aprobar el curso y todo el mundo vaya a ver cómo eres en realidad...

-¡No, por favor!¡Haré lo que sea!

Sonreí sin volverme:-¿Lo que sea?

-Sí, lo que sea-musitó Amanda con un hilo de voz.

-De acuerdo-me volví, con cara seria.-Empieza por desnudarte.

Ella lo hizo, quedándose totalmente desnuda en el salón de su casa. Repasé su cuerpo con mi mirada, deteniéndome en sus pechos, los cuales se agitaban al ritmo de su respiración. Y también en su pubis perfectamente depilado, observando su coñito y repasándolo con mi dedo. Un gemido escapó de sus labios. Di la vuelta alrededor suyo, admirando su precioso culo, firme y respingón. Aproveché para acariciar una de sus nalgas, primero suave para acabar apretando fuerte con mi mano.

-Ponte contra la mesa, toca castigo para que no vuelvas a desobedecerme.

Ella obedeció sumisamente. Hice que con sus manos agarrara los bordes de la mesa, ordenándole que bajo ningún concepto los soltara y que no mirara hacia atrás. Me situé detrás de ella, acariciando lentamente sus nalgas. Sin que ella me viera, levanté la mano y descargué un fuerte azote en una nalga. Ella pegó un respingo, aguantando estoicamente.

-Cuenta.

-Uno.

-¿Vas a ser una buena zorrita a partir de ahora?-¡Plas!, azote en la otra nalga.

-Dos. Sí profesor, seré-¡Plas!-, tres, seré una buena zorrita.

-¿Y sabes qué es lo que tienes que hacer?-¡Plas!

-Cuatro. No llevar nada de ropa interior-¡Plas!-, cinco, en ningún contexto sea cual sea.

-Porque sino...-Dejé la frase en suspenso con mi mano alzada para que ella la completara.

-Seré castigada por mi profesor-le di un fuerte azote-¡seis!

La azotaina continuó hasta los treinta. Cuando paré, sus nalgas ofrecían un color bastante rojizo. Las acaricié suavemente, dejando que se relajara y susurrándole lo bien que había aguantado el castigo. Su cara reflejaba un inmenso alivio y el gozo que le procuraban mis caricias.

Hice que abriera sus piernas y me arrodillé detrás de ella. Su coñito emergió entre sus piernas, bastante humedecido. Sonreí, sabiendo que el castigo había excitado a mi preciosa alumna. Empecé a lamerlo, primero por los labios pero cada vez más hacia el interior de ese coñito que me llamaba a disfrutar de él. Pronto estuvo lamiendo su interior con ganas, mientras los gemidos de Amanda iban subiendo en intensidad. Pero no soltaba la mesa. esa lección la había aprendido bien.

Quise recompensarla y, a la vez que lamía su coñito, empecé a frotar su clítoris con mis dedos. Esa acción tuvo un efecto demoledor en mi alumna, pues se humedeció aún más y empezó a gemir a gran volumen. Su cuerpo temblaba, sin que ella pudiera controlarlo por el placer que sentía.

-Puedes hacerlo- le dije casi sin detenerme.

-¿Có...oooohhhhh... cómo dice?

-Que puedes hacerlo.

-¿Me...uuummmm... me está permitiendo...oooohhh ...correrme?

Por toda respuesta, aceleré mi lengua y mis dedos. Su cuerpo empezó a moverse descontrolado, por lo que tuve que agarrarla con fuerza para que no se escapara. Esperé un poco y cuando vi que no podría aguantar mucho más, clavé dos dedos en su interior. Entonces fue cuando Amanda, con un largo gemido que debieron oír los vecinos, acabó por correrse en mi boca.

Cuando terminó de correrse, besé sus nalgas, me incorporé y le dije: "Te espero en tu cuarto, ni se te ocurra vestirte zorrita". Me fui del salón y entré en su cuarto. La cama era bastante amplia, lo suficientemente para que dos personas entraran sin problemas. Me recosté en la cama y me desnudé casi por completo, dejándome puestos solamente los boxer, en los cuales se marcaba una gran erección.

Ella se asomó a su cuarto completamente desnuda como le había ordenado. Se quedó parada en la puerta, sin atreverse a entrar pero con los ojos fijos en mi erección. Le indiqué que entrara con la mano. Amanda obedeció e hice que se sentara sobre mí. Ella se estremeció al notar cómo mi erección bajo el boxer se situaba justo en contacto con su coñito. Le sonreí y acaricié su mejilla.

-No vuelvas a desobedecerme, la próxima vez no seré tan compasivo. ¿Ha quedado claro?

-Sí, profesor.

Sonreí al escucharla pronunciar esas palabras casi con devoción. La atraje hacia mí y la besé con pasión. Ella reaccionó a mis besos suspirando de placer. Pronto nuestras lenguas se entrecruzaban, mientras yo magreaba sus pechos y ella empezaba a frotarse contra mi erección. La aparté de mí y le dije mirándola:

-Es hora de que demuestres lo que sabes hacer.