La iniciación de mi esclavo
Me fijé cómo me miraba un empleado y decidí convertirlo en mi esclavo.
Soy ejecutiva en una empresa y tengo un cuerpo muy deseable, aunque ya no sea una jovencita; media melena rubia, grandes pechos, culo firme, largas piernas. Me encanta follar, como a cualquier mujer, me encanta comer pollas y tragar semen, me vuelve loca que me enculen, hago cualquier cosa cuando me gusta un macho. Aunque si tuviera que decir cuál es la parte más delicada y sensible de mi cuerpo, sin duda diría que mis pies. Me cuido mucho, todo mi cuerpo, pero especialmente mis pies, los tengo siempre suaves y deliciosos, me gusta pintarme las uñas y adornarlos con algún anillo, y quizá alguna cadenita en los tobillos. Por supuesto me gusta mostrarlos, y llevo siempre grandes tacones. Me excita ver cómo los hombres los miran, con disimulo o abiertamente, y suspiran por acariciármelos. Supongo que soy una fetichista de mis propios pies. Aparte de eso me gusta vestir elegante y con clase, con trajes de ejecutiva, sé que a muchos hombres les excita una mujer con poder, y eso me lleva a mi otro secretito: me gusta tener de vez en cuando a mi disposición un esclavo en quien descargar todas mis ansias de dominación; me gustan los machos para follar, y los perros para dominar.
Llevaba algún tiempo sin tener un esclavo en condiciones cuando me fijé en uno de los empleados de la compañía donde trabajo. Era un chico joven bastante atractivo, llevaba muy poco tiempo trabajando con nosotros, y un día observé cómo me miraba muy disimuladamente los zapatos. Podía ser solo una coincidencia, pero durante varios días le observé; no había duda, me miraba los zapatos y los pies con deseo. Era un chico bastante tímido. Los hombres que elijo para follar son duros, con personalidad y dominantes; los que elijo como esclavos son guapos pero débiles, tímidos, como éste. Empecé a pensar que podía tener posibilidades. Empecé a provocarle de tal modo que pareciera casual: le pedía algún informe desabrochándome antes algún botón más de mi camisa para que observara mis abundantes tetas bajo el escote, y sobre todo cuando estaba cerca, jugueteaba con mis zapatos, lo que le ponía nerviosísimo. Un día me quité un zapato delante de él para arreglarme la media, y cuando me alejé vi que salía corriendo al servicio. Le tenía en mis manos, así que decidí pasar al ataque.
Una tarde, cuando la mayoría de los empleados se habían ido a casa, le llamé a mi despacho. Le dije que quería que tomara nota de algunos datos y me senté enfrente de él en una silla. Me había arremangado la falda al sentarme y le mostraba mis muslos, y me había quitado la chaqueta para que observara mi sujetador bajo la fina camisa. El chico estaba muy nervioso, yo le intimidaba muchísimo, por ser mujer, mayor que él y por ser su jefa, y por ser tan sexualmente atractiva. Crucé las piernas, y mientras le dictaba, empecé a jugar con mi zapato; me soltaba el talón, lo dejaba colgando de mis dedos. El pobre estaba sudando, nunca había visto a nadie que se pusiera tan excitado y nervioso al ver unos pies femeninos; el bulto de la entrepierna le había crecido muchísimo, el pobre estaba totalmente empalmado. Decidí probarle totalmente y como por accidente dejé que mi zapato se descolgara de mis dedos y cayera al suelo. Él se quedó mirando mi pie todo excitado, y yo, con voz sexi, le dije que si me lo ponía. Como una flecha se arrodilló y me cogió el pie con mucha suavidad. Yo llevaba ese día unas medias muy finas, casi transparentes y él se quedo como hipnotizado mirándomelas, no reaccionaba. -¿Te gustan mis pies? Le pregunté con un poco de ironía. Casi temblando me dijo que sí, en un susurro, de lo nervioso que estaba. -¿Quieres besármelos? Y le acerqué el pie a la boca. Me lo besó con suavidad, el dedo gordo, los demás dedos, mientras me lo acariciaba con la mano. Sacó la lengua y me la pasó por los dedos, por la planta, muy lentamente me lo recorrió todo. El cabrón lo hacía muy bien y empecé a excitarme. Me saqué el otro zapato y le di mi otro pie también a probar. Ahora me chupaba los dos: los talones, la planta, los dedos, el empeine, no dejaba un centímetro por lamer. Entonces se colocó una mano en su paquete y empezó a frotárselo, por el tamaño me imagino que la polla debía de apretarle mucho y dolerle dentro del slip y el pantalón. En ese momento decidí probar si podía convertirle en mi nuevo esclavo. Retiré mis pies de sus manos con brusquedad y me avalancé sobre él; le di un bofetón muy violento en la cara: -¿Es que pensabas tocarte tu asquerosa polla delante de mí sin mi permiso?
Se quedó muy asustado y sorprendido, y temblando se disculpó, no le salían las palabras. -¿Ibas a sacarte tu mierda de polla delante de mis maravillosos pies? Le grité. No, yo no no quería .lo siento
Su reacción había sido como había imaginado y deseado. Le acaricié la mejilla dolorida y con un tono más dulce le dije: -No pasa nada, pero recuerda pedirme permiso para todo, ¿de acuerdo? Sí, lo que tú digas. Y volví a golpearle en la cara. Me llamarás con respeto, ¿me oyes?, me llamarás ama ¿me has entendido? Sí, ama. Me dijo casi aterrorizado, pero con un brillo de lujuria en los ojos. -¿Vas a ser mi perrito fiel, cariño? Sí, ama. Esta vez con más ganas. Le dije que lo estaba haciendo muy bien y que podía seguir lamiéndome los pies, pero que no se le ocurriera tocarse su repugnante polla. Y me los chupó con más ganas incluso que antes, y yo, para compensarle, empecé a presionarle y frotarle su paquete con uno de mis pies, hasta que entre gemidos mi pobre esclavo se corrió dentro de sus pantalones. Vi cómo una mancha se iba extendiendo por el pantalón de su traje, y él ponía una cara de felicidad enorme. Le dije que su iniciación como mi fiel esclavo había empezado esa tarde y que ya se podía ir a casa.
Al día siguiente en la oficina cuando me vio estaba muy nervioso y excitado, pero también se sentía humillado, y eso es lo que más me excitó. Le dije que cuando todo el mundo acabara su turno, que fuera a mi despacho. Cuando entró empezó a hablar de lo mucho que había disfrutado ayer, y que estaba deseando convertirse en mi esclavo y ser humillado por mí. Le golpeé en la cara, con mucha violencia: -¿Te crees que esto es un juego, repugnante babosa? ¡Hablarás sólo cuando yo de lo ordene, harás las cosas sólo cuando yo te lo ordene, y te dirigirás a mí como tu ama!, ¿me has comprendido bien, asqueroso hijo de puta? Mis gritos y mi violencia física le hicieron comprender por fin que aquello iba en serio, se quedó totalmente quieto, humillado, con la cara roja, se le humedecieron los ojos, y estaba a punto de llorar de impotencia. -¿No irás a ponerte a llorar, pedazo de mierda? Y le dije que se pusiera de rodillas. Me senté en mi silla delante de él y me quité los zapatos; esta vez no llevaba medias y le pasé los pies por la cara. -¿Te gustan mis pies? Sí, ama. Pues adóralos, perro. Y volví a dejar que me los chupara. El cerdo lo hacia muy bien, e incluso vi que le caía una lágrima que me llegaba hasta mi pie. Lo había conseguido, había dominado y humillado a otro hombre débil y le había puesto a mis pies para que me adorara como a su diosa. Me excité tanto que me abrí la camisa para que me viera el sujetador y poder acariciarme yo misma mis pechos. Él me miró a las tetas embobado y yo le golpeé con uno de mis pies: -¡No te he dado permiso para que me mires las tetas, gusano asqueros! Y agachó la cara para seguir lamiéndome. Entonces le dije que se sacara la polla. Lo hizo todo excitado. Muy bien, vamos a ver qué puedes hacer con esa mierda de polla, mastúrbate y córrete sobre mis pies. Se la machacó con furia, pero estaba tan excitado que en pocos segundos se corrió entre gemidos sobre mis pies, llenándomelos de semen -¿Sólo vas a aguantarme eso, pedazo de mierda? Mira cómo me has dejado mis delicados pies, empapados de tu repugnante semen, bien, quiero que me los chupes otra vez y me los dejes bien limpios. Me miró los pies empapados en su semen con asco, ya no le parecía tan erótico lamer y tragarse su propia lefa, pero lo hizo, y me los dejó sin una sola gota. -¿No ves que hay gotas en el suelo, es que tengo que decírtelo todo? Y lamió y tragó el semen que había caído al suelo. Volví a despedirle hasta el día siguiente.
Así comenzó la dominación de mi esclavo. Supe que sería un buen perro fiel. Estaba deseando avanzar más en su sumisión.