La Iniciación De María (2)
María sigue descubriendo lo maravilloso que puede llegar a ser el sexo con su perro. Pero las cosas se salen un poco de control, enloquecida de placer planea como llegar hasta el final...
Aquella fue solo la primera vez de muchas otras. Me volví adicta a Rey, siempre buscando diez minutos de tranquilidad para tumbarme y dejar que me devorara con todas sus ansias. Creo que él también se aficionó al vicio y en más de una ocasión me pareció como si me buscara al efecto, tal vez el sabor de mi coño tuviera algún atractivo especial para el animal que yo desconocía o porque el “tratamiento” al que me sometía me ponía especialmente tierna y cariñosa con él. Siempre lo había querido mucho, por supuesto, habíamos sido compañeros de juegos y de aventuras durante años, pero esta nueva intimidad nos hizo aún más amigos.
Lo malo es que esos ratos de placer no eran tan frecuentes como quisiéramos. No era algo que se pudiera hacer en cualquier sito y una buena sesión podía llevarnos fácilmente una hora o más. Tratábamos de aprovechar las noches, pero pensaba que mis padres iban a empezar a sospechar de tanto encierro y, por otro lado, a veces producíamos ruidos difíciles de disimular.
A los pocos meses de mi primera noche de amor con Rey, se nos presentó una oportunidad de oro. Como otras veces, mis padres pasarían el fin de semana fuera, en la casa de campo de unos amigos. Saben que no es una cosa que me vuelva loca, así que me quedé sola en casa con mi amante. Tenía dos días solo para mí y los pensaba aprovechar.
Tampoco pensaba hacer nada fuera de lo normal, siempre que dentro de lo normal entre una sesión de sexo con mi perro. Me levanté el sábado ya casi al mediodía, holgazaneé un poco por la casa entre el ordenador y la tele y me preparé mi comida favorita, spaghetti al pesto acompañada de una botella fría de lambrusco. Dulce de leche de postre, un gin-tonic para la digestión y directa al sofá, delante de la tele. Era donde pensaba pasar la tarde, frente al plasma cambiando de canal y dejándome comer por Rey. Previendo un largo intercambio de fluidos, puse un par de sábanas sobre el sofá, echándome sobre él completamente desnuda y con él a mi lado.
Mientras miraba una absurda película de esas que reservan para las sobremesas, comencé lo que ya era un ritual. En esta ocasión mucho más excitada y loca, sabiendo que podría hacerlo durar cuanto quisiera y sin temor de que nada ni nadie interrumpiera la deliciosa ceremonia. Con una mano acariciaba delicadamente mi entrepierna, con la otra el lomo de Rey que, listo, sabía lo que se avecinaba. Al poco abrí mis piernas y mis dedos se adentraron sin obstáculo alguno hasta lo más hondo de mi vagina, ya húmeda y deseosa. Separé mis piernas y junté mis manos abriendo los labios. A continuación di a oler mi mano derecha a Rey y a los dos segundos ya estaba con el hocico husmeando a la entrada de mi cueva. Le dije que no tuviera prisa, mientras acariciaba su cabeza acercándola hasta la entrada de mi coño. Sentí el primer lengüetazo, una nueva descarga de flujo apareció haciendo brillar mis labios vaginales y entré de lleno en éxtasis.
Durante al menos diez minutos, Rey estuvo lamiendo, cada vez más deprisa, cada vez más profundamente. Yo estaba totalmente abierta, su ancha y rasposa lengua iba de mi clítoris endurecido como una piedra hasta mi ano. Fuerte y húmeda, me estaba haciendo gozar como nunca. Abrí mi coño con las manos separando todo lo que pude las piernas, Rey acabó meneando la cabeza de un lado a otro, el orgasmo fue interminable. Una vez acabado, separé a Rey haciendo acopio de voluntad, porque mi intención primera es que siguiera dándome con esa lengua endiablada, pero deseaba reservar fuerzas y no agotarnos ninguno de los dos antes de hora. Pensaba pasar toda la tarde disfrutando de él, hasta que uno de los dos acabara agotado, y yo ya estaba con mis fuerzas más que mermadas.
Se tumbó junto a mí en el sofá, mi mano encima de su lomo. Fui a la cocina, me puse otro gin-tonic para refrescarme un poco y entonarme. Quería pasarlo a lo grande. Volví y comencé a acariciarle de ese modo que había descubierto tanto le gustaba, comenzando en su cuello y acabando en sus cuartos traseros. Casi totalmente echado, reparé en su peine envainado y una idea loca pasó por mi cabeza, devolverle algo del placer que con tantas ganas me proporcionaba. ¿Por qué no masturbarle y hacerle llegar al orgasmo también a él? Se lo debía, e iba a pasar mucho tiempo hasta encontrar otro momento tan propicio como este.
Mis caricias llegaron hasta su pene, comencé a palparlo con cuidado. Aunque lo había visto en ocasiones empalmado tras alguna perra en celo, no tenía la menor idea de si su miembro sería tan sensible como para soportar el roce de mi mano sin molestia. Al notar mi palma sobre su sexo, se estiró totalmente sobre el asiento, como si quisiera facilitar todo lo posible mis movimientos. Froté un poco con mucho cuidado y Rey lanzó un pequeño gruñido de aprobación. Al poco, comenzó a asomar su pene rojo fuera de la funda. Parecía húmedo y pegajoso, y me daba un poco de apuro tocarlo por si le resultaba molesto. Escupí todo lo que pude en la palma de mi mano y lo cogí suavemente. Quemaba como el fuego, Rey dio un respingo pero no hizo ademán de apartarse. Poco a poco comencé a darle con mi mano abajo y arriba, como tantas veces había hecho con los tíos de mi escuela en oscuros bancos y reservados. Primero muy despacio, cuando mi mano pareció más lubricada por sus propios fluidos y mi saliva comencé a darle de verdad, mientras que con mi mano libre acariciaba su estómago y huevos.
Rey estaba en la gloria, yo ni os cuento. Allí estaba, una tía saliendo de su adolescencia y pajeando a su pastor alemán hasta morir. Por un momento me vi desde fuera y mi calentura alcanzó niveles inimaginables. Me sentía dominante y orgullosa, satisfecha de poder devolverle al fin algo de lo que me había dado a mi fiel amante. Seguí unos minutos a un ritmo bastante vivo, el animal seguía tumbado sin moverse. Su respiración comenzó a agitarse, mi mano ya comenzaba a entumecerse. No era el momento de parar, él jamás lo hubiera hecho. Así que pensé que, en justicia, tendría que acabársela con la boca, como tantas veces yo había acabado en la suya.
Sin dejar de pajearlo, acerqué mi boca a su pene. Olía muy fuerte, nada que ver con una polla humana. Pero había tomado una decisión e iba a llevarla hasta el final. Abrí mis labios e introduje buena parte del pene de Rey en mi boca. Este no se lo esperaba, al notar mi calor envolviendo su pene se quedó totalmente quieto, estático. Yo también cesé en todos mis movimientos, dejé ese medio pene en mi boca, acostumbrándome a su tamaño y sabor. Me iba a ser mucho más fácil de chupar, puesto que su grosor apenas llegaba a la mitad de un de los penes que había probado hasta entonces. Estaba increíblemente húmedo y caliente, y su sabor y olor distaba de ser agradable, pero sabía que me acostumbraría y al final llegaría a apreciarlo.
Comencé a cabecear suavemente y Rey enloqueció. Intentaba aplacar sus embates con mis manos, pero el animal intentaba introducirme todo su pene entre los labios, igual que cualquier chaval caliente. Jugué un ratito con él, lamiendo por los lados e introduciéndomelo todo ocasionalmente. Estábamos disfrutando de verdad, verle gozar de aquella manera me estaba poniendo a cien. Comenzó a emitir gemidos y gruñidos de lo más divertido, iba a ponerse a ladrar de un momento a otro. Supe que quería descargar, y que lo menos que podía hacer era ayudarle.
Noté que algo de sabor muy amargo comenzaba a salir de la punta de su pene, imaginé que estaba ya comenzando a eyacular. Paré un momento de chupar y Rey bajo al suelo, ya a cuatro patas y muy inquieto. Yo me dejé caer también, mi trasero directamente en la alfombra, apoyando mi cuello en el asiento del sofá. Atraje a Rey hasta a mí, puse sus patas delanteras sobre el sofá, una a cada lado de mi cabeza y acerque mi boca a su pene, dispuesto a que descargara toda aquella leche entre mis labios.
La posición debió resultarle cómoda, el sólo acercó su polla buscando mi boca y la atrapé, metiéndome todo lo que pude en la misma. No tuve ni que menear la cabeza, el instinto jugó su papel y pronto comenzó a culear a un ritmo endiablado. Me resultaba muy difícil aguantar sus embates, pero ahora nada iba a hacerlo parar y tampoco era mi intención. Fuerte y duro, me estaba follando la boca con todas sus ansias. Apenas estuvo un par de minutos, yo ya tenía las mandíbulas doloridas pero mi satisfacción y orgullo apenas me dejaba percibir las molestias. Mi nivel de excitación era insoportable, no tuve más remedio que masturbarme con todas mis fuerzas, metiéndome hasta tres dedos de mi mano derecha en mi ya dilatada y pringosa vagina, dándome caña casi con brutalidad. No había estado tan cachonda nunca en mi vida, con nadie. Era casi insoportable, pensaba que iba a perder el sentido de las oleadas de placer que me golpeaban, era un estar al borde mismo del orgasmo minuto tras minuto.
Noté como Rey entraba en tensión y supe lo que se avecinaba. No pensaba en absoluto en apartarme, iba a hacer que se corriera en mi boca y vaciar hasta la última gota de su esperma. Note un empujón ya imposible de frenar y Rey comenzó a eyacular más seguidamente, pequeños y muy líquidos chorritos, uno detrás de otro. Su pene entraba como un pistón en mi boca hasta casi llegara mi garganta, la bola de la base de su pene golpeaba repetidamente en mis labios que aprisionaban su polla inmisericordes. Estaba acostumbrada a recibir la descarga entre mis labios, es el punto culminante de una mamada y, aunque no me agrada especialmente, sé que para los chicos es una especie de milagro. Pero incluso acostumbrada, aquello fue demasiado. El primer chorro salió con una presión inimaginable, en una cantidad desproporcionada, casi ardiendo y con un sabor que distaba mucho de ser agradable. Aguanté la náusea como pude y chupé aún más adentro, llevando mi boca casi hasta sus testículos. Rey dejó de culear, pero el semen continuaba saliendo a borbotones. Era una corrida caliente, larga, muy líquida, nada que ver con la leche con la que me habían alimentado mis novietes hasta entonces.
Tragué un poco, todo lo que pude, pero el resto se desbordaba por las comisuras de mi boca, chorreando por mi barbilla y goteando sobre mis pechos. Rey permanecía ahora quieto pero tenso, vaciando su ardiente polla sobre mi lengua. Nunca pensé que eyaculara tal cantidad de líquido, pero una vez metida en faena no pensaba dejarla a mitad. Durante un minuto o más estuve chupando desesperada, asegurándome de dejarle absolutamente satisfecho. Siguió durante largos minutos saliendo a borbotones, inagotable, cálida. Me sentía super sucia y viciosa, con un nivel de cachondez que incluso a mi me asombraba, caliente como una perra.
Cuando era evidente que no quedaba nada que sorber, dejé que su flácido pene se deslizara fuera de mi boca. Rey se tumbó exhausto sobre la alfombra, y yo me dejé caer abrazada junto a él, satisfecha de poder habido corresponder a sus atenciones.
El pobre animal ni respiraba, yo estaba más cachonda y excitada que nunca. Pensé en ir a ducharme, la mezcla de sudor, olor a perro, sexo, esperma y mis flujos empapaba el aire. Para cualquiera que entrara en la habitación el aroma debía de ser algo asqueroso, pero yo me sentía una auténtica perra en celo y esa mezcla de perfumes me estaba resultando especialmente excitante. Esperaba que a Rey le pareciera lo mismo, porque tenía decidida cual iba a ser la guinda de la velada. Iba a dejarle recobrar fuerzas, pero el día no iba a terminar sin que Rey me montara y follara como la perra que era.