La Iniciación De María (1)
Una hermosa adolescente se inicia en los placeres de la zoofilia con el pastor alemán que ha sido su mascota durante años
Rey, mi pastor alemán, había sido el regalo de mi padre cuando cumplí doce años. Ahora tengo dieciocho y ha sido mi compañero de juegos y aventuras durante todo este tiempo. Lo que era un cachorro adorable se ha convertido en un hermoso y vigoroso macho, de naturaleza y fuerza que hasta a mí me cuesta dominar en ocasiones. Se podría decir otro tanto de mí. Me llamo María, también he crecido y soy toda una mujer de breves pero firmes pechos, larga melena, vientre plano y, ¿por qué negarlo?, más que atractiva para los chicos de mi edad.
Toda esta historia arrancó precisamente tras una noche con un medio novio que tenía. Habíamos estado bebiendo y mezclando, toda la tarde tonteando hasta que una vez anocheció nos quedamos solos en el rincón más oscuro del parque y las cosas se pusieron serias. Serias porque el tío este me ponía de verdad y tenía ganas de que me diera algo más que un achuchón, pero el chaval era algo tímido y no había manera de que pasara a la acción pese a todas las facilidades que le ponía. Después de mucho tiempo de buscar el momento, parecía que el día había llegado. Pensaba que ambos llevábamos un punto que facilitaba las cosas, pero pronto descubrí que él se había pasado en sus esfuerzos por sobreponerse a su encantadora timidez y llevaba una buena.
Estuvimos más de media hora dándonos la lengua y sobándonos, sobre todo él a mí. Uno de mis puntos débiles son los pechos, y Jose me los estuvo acariciando y besando con esa dulzura que solo da el no tener prisas de buscar nada más. Sus manos desabrocharon mis vaqueros y su diestra se introdujo bajo mis bragas, buscando con la misma muy lentamente mi clítoris y adentrando con cuidado un par de dedos en mi vagina, a estas horas empapada de una forma que hasta mí me sorprendió, ¿Tanto me gustaba Jose? Tuve miedo de que pensara que era una cachonda desatada, porque de verdad que lo de mis jugos era una exageración, pensé que casi podía olerlos aunque tenía mi cabeza echada hacia atrás mientras él repasaba mi cuello a conciencia con su incansable lengua. No niego que el alcohol no me hubiera afectado, lo cierto es que estaba disfrutando como pocas veces.
Yo estaba ya como una moto y sabiendo que a estas horas poca gente podía aparecer por este rincón, me relamía pesando lo que se avecinaba. Me libré de su abrazo y, ya sin disimulo, lo tiré hacia atrás y le eché mano a la entrepierna. Pensaba encontrarme con una polla ya en estado de excitación innegable, pero tuve que palpar un par de veces antes de comprobar que aquello estaba más bien mustio. No le di importancia, pensé que Jose era un caballero que centrado en proporcionarme placer despreciaba el suyo propio, lo cual me hizo querer recompensarlo aún más. Metí mi mano en su bragueta y buceé, pero sin resultado, aquello no levantaba cabeza –nunca mejor dicho- de ninguna de las maneras. Jose me miraba estupefacto, a punto de soltar la primera excusa, pero puse un dedo entre mis labios para que callara y agaché mi cabeza, dispuesta a utilizar mis mejores armas a fin de enderezar la noche.
Soy muy buena chupando pollas, os lo aseguro, lo llevo haciendo desde hace tiempo. Una buena mamadora siempre tiene el poder, haciendo lo que quiere con los tíos. Y si encima te gusta, como a mí, el éxito está asegurado, porque ellos notan y agradecen cuando las cosas se hacen bien y con cariño, disfrutando. Más de un ex-novio nostálgico ha vuelto a mi pretendiendo que le diera un homenaje, incluso pagando, por eso deduzco que estoy por encima de la media en el asunto.
Pero aquella noche era imposible. Estuve un cuarto de hora largo metiéndomela entera en la boca, ensalivándola, repasando el glande con la punta de mi lengua, pajeándola con delicadeza y rezando porque recuperara su esplendor y obtener lo mío. Esperanzada y caliente, incluso frotaba mi clítoris con mi mano libre –sé cómo os gusta mirar, guarros- tratando de mantenerme a tono con vistas a un posterior revolcón.
Fue inútil. Jose estaba completamente borracho y dudo que nadie hubiera podido ponerle en marcha, ni siquiera una chica de buen ver y dieciocho años loca por recibir lo suyo. Atacada, lo dejé balbuceando excusas y me dirigí hacía casa, con un calentón del once y las bragas totalmente empapadas. Fui a paso rápido, pensando ya en el pajote que iba a tener que hacerme si quería conciliar el sueño.
Eran casi las doce cuando abrí la puerta de casa. Mis padres estaban acostados, pero Rey se levantó de su alfombra y salió a recibirme en silencio, moviendo el rabo como siempre. Me abracé a su cuello y le di un besito de buenas noches entre las orejas, fue una gozada entrar de la noche fría y sentir su cálido abrazo. Me dirigí a mi habitación y me siguió como tantas otras veces había hecho. El habernos criado prácticamente juntos lo había acostumbrado a compartir cuantos momentos podíamos, parecía como si fuera un poquito más feliz por el mero hecho de acompañarme en cualquier actividad que estuviera haciendo. Por mi parte también lo echaba a faltar si estudiando no lo veía en el rincón dormitando o mirándome.
Entre el efecto de la calefacción y el punto de alcohol que llevaba, el calentón con el que me había dejado el inútil de Jose alcanzaba dimensiones épicas. Decidí darme un homenaje de los de verdad, una paja lenta y suave, sin prisas y tomándome el tiempo que hiciera falta. Me desnudé completamente, dejando la ropa sobre una silla pero arrojando mis húmedas bragas al suelo, desde luego no pensaba ponérmelas al día siguiente. Rey se acercó, olisqueándolas y enderezando las orejas, pero no le di ninguna importancia. Me tumbé encima de la colcha y comencé a frotarme el clítoris lentamente, pensando una vez más en el bobo que me había llevado a esta situación y como me gustaría que me hubiera penetrado allí en el parque, lenta y profundamente. Con una mano sobaba mis pechos, los pezones erectos, magreándolos lentamente en círculos, sin apretar. Pronto mi vagina estaba lo suficientemente lubricada como para que primero un dedo y luego dos prácticamente resbalaran en su interior. Guau, la verdad es que me hacía mucho tiempo que no estaba tan cachonda.
Poco a poco me deslicé hasta el borde de la cama, apoyando mis pies en el suelo. Era mi posición favorita, con la espalda sobre el colchón adoptando una suave curva y dejando mi pelvis algo más elevada, lo que me permitía acceder a mi sexo de manera mucho más cómoda. Abrí un poco más las piernas y ahora sí, tres dedos se internaban en mi vagina a un ritmo ya endiablado. Estaba a punto de correrme por primera vez –llevaba idea de dormir solo después de alcanzar al menos un par de orgasmos- cuando noté un roce inesperado. Era el aliento cálido de Rey en mi entrepierna y su frío hocico en la parte interior de mis muslos.
Al abrir los ojos lo vi en la penumbra, las orejas enhiestas y una mirada sorprendida. Me quedé absolutamente quieta, no tenía ni idea que podía estar pasando. Adiviné que, tras olisquear el perfume de mis bragas, había seguido el rastro del delicioso aroma hasta encontrarse con el origen del mismo. Podría quedar bien, contar que lo aparté de un manotazo diciéndole “¡no!”, pero para qué. Estaba absolutamente cachonda y cuando noté su ardiente aliento a tan pocos centímetros de la entrada de mi coño no tuve ni un momento de duda. Había oído muchas veces historias de mujeres que se dejaban lamer por canes y como era una experiencia casi indescriptible, y aquella noche yo iba a necesitar más que un par de dedos para quedar satisfecha.
Alguna vez había pensado en llevar a cabo algo parecido, siempre he sido muy activa sexualmente y con ganas de probar cosas nuevas. Pero cada vez que estaba decidida lo había pospuesto o evitado en el último minuto. Esta noche iba a ser diferente, yo no podía más.
Me abrí todo lo que pude de piernas, dejando mi sexo caliente a menos de un palmo de su hocico, esperando. Rey ni pestañeó, así que tuve que incitarle un poquito. Hundí hasta el fondo dos de mis dedos en mi coño, empapándolos de mis jugos todo lo que pude. Acerqué la mano mojada a su morro, olisqueó un poquito y obtuve la primera recompensa, un largo y lento lametazo que anunciaba el torrente de placer que se avecinaba. Lamió hasta la última gota, consiguiendo de paso que mi coño destilara más líquidos aún. Volví a introducir mis dedos, se los acerqué otra vez pero más cerca de mi coño. Otra vez, más cerca. La última vez, con mi vagina empapada y yo enfebrecida, dejé la mano justo encima de mi clítoris. Cuando rey la estaba lamiendo, la aparté, dejando que su lengua se posara de una vez en mi coño y rezando porque no parara.
Así fue. Al recibir el primer contacto de su lengua sobre mí ya excitado clítoris, abrí los ojos completamente mientras echaba mi cuello hacia atrás. No podía creerlo. A pesar de su roce rasposo, su fuerza y anchura no tenía nada que ver con ninguna de las lenguas, pocas y torpes, que me habían probado, esto era una barbaridad. Cada golpe de lengua me hacía segregar más y más flujo, que al parecer era una auténtica delicia para Rey por la forma en que lamía hasta el último rincón de mi coño.
Una vez comprobé que no tenía intención de parar, estiré mis brazos sobre mi cabeza, dispuesta a dejarme llevar. No estuvo muchos minutos, intenté alargarlo todo lo que pude pero estaba al borde del orgasmo desde el primer chupetón. Cuando noté que llegaba, apreté un poco más mi pelvis contra su lengua, con resultados electrizantes. El orgasmo fue tremendo, parecía que estuviera sufriendo convulsiones. Rey siguió chupando hasta que, desmadejada y rota, aparté su cabeza con las manos diciéndole que parara, que me estaba haciendo cosquillas y esa no era la idea.
Exhausta, me tumbé boca abajo en la cama y Rey a un lado, tranquilo y moviendo la cola. Agradecida, estuve acariciándole el lomo un buen rato, hasta que recuperada decidí obsequiarme otro achuchón. Me senté otra vez al borde, cogí la cabeza de Rey entre mis manos y le dije que por favor iba a tener que chuparme un poquito más. Esta vez solo tuve que acercar un poco mi mano, aún perfumada, hasta su hocico. La dirigí luego hacia mi coño y dócilmente, Rey la siguió. Aún quedaban restos de flujo tras el tremendo orgasmo que había experimentado minutos antes, así que pronto siguió lamiendo, cada vez más rápido según aumentaban mis secreciones.
Volví a tumbarme de espaldas y esta vez sí que estuve diez o quince minutos a su merced. Infatigable, lamió insaciable hasta el último resquicio de mi entrepierna. Cuando, tras minutos de tremendo placer y temiendo que se aburriera o cansara, decidí forzar el final, volví a elevar ligeramente mi pelvis, aumentando la presión de sus lamidas sobre mi clítoris. Apretaba todo lo que podía mi pubis contra su lengua y hocico, moviendome arriba y abajo para incrementar el placer, que no dudo en calificar de indescriptible. Mi cuerpo estaba totalmente a su merced, como trozo de corcho flotando en el mar enmedio de la peor galerna. Tuve que mordeme los labios para reducir al mínimo mis gemidos, ya no aguantaba ni un segundo más. Un descarga de placer bestial iba a arrollarme como nunca.
De nuevo, el movimiento aceleró la llegada de otro interminable orgasmo. Durante segundos y mientras Rey parecía chupar aun con más empeño, estuve al borde de la locura, jamás había experimentado nada de esa intensidad. Finalizada la descarga de aquel placer enloquecedor y otra vez sin aliento, aparté delicadamente su testa de mi coño. Trepó hasta mi lecho, apoyando su cabeza sobre mi hombro. Y así, boca arriba, desnuda, exhausta y con mi recién descubierto amante al lado, me abandoné al sueño, llena de gratitud hacia mi querida mascota que tan cálidamente me arropaba. Había sido una de las noches más placenteras de mi vida.