La iniciación de Claudia

Claudia es miembro de una familia incestuosa, y ahora va a ser iniciada sexualmente por su padre.

Ya está. Iba a suceder, y además, iba a suceder ahora. Todo lo que había ido aprendiendo a lo largo de los años iba a tener su uso aquella misma noche. Claudia se sentía nerviosa, un poco histérica, de hecho, pero entusiasmada.

Ahora, sentada en la cama, esperando a que él apareciera, solo podía rememorar todos aquellos momentos, para que la espera no se le hiciera eterna. Los primeros besos con su madre. Recordaba perfectamente ese aroma del cabello de ella, siempre tan característico, mientras la enseñaba a dar piquitos. Las primeras caricias tontas con sus hermanos, más inocentes e ingenuas que otra cosa. La noche que la mano de su madre había ido más alla de su piel, haciéndola estallar por primera vez. La primera vez que su padre se había mostrado desnudo ante ella. ¡Que curiosidad había sentido!

Todo ello iba a tener su climax aquella noche. Habían esperado mucho, casi demasiado. En los últimos dos años, se había sentido dispuesta, yendo cada vez más lejos con sus manos, con su lengua, esperando... y ya no iba a esperar más. Había sido su madre quien se lo había dicho, que era la hora, que sería esa noche. Después de la cena, su madre había ido a su dormitorio a prepararla. La había desvestido con manos ágiles, poniéndole un camisón ligero. La había peinado, le parecía a Claudia que durante horas, susurrándole dulzuras al oído. Le había untado un poco de aceite en la espalda para darle un masaje rápido, pues, experta, había notado de sobra su nerviosismo. Había introducido su mano entre sus muslos, solo unos segundos, para que estuviera un poco caliente, un poco abierta. ¡Dios, la sonrisa de su madre al despedirse todavía le hacía crujir la carne entre sus piernas!

Y ahora, solo faltaba que apareciese el último actor de aquella escena. Había ido a buscarle, y no podía tardar mucho más. ¿O acaso pensaba hacerla esperar? La espera sería peor que cualquier cosa. Sentía mariposas traviesas en su estómago. No quería retrasarlo más, lo que tuviera que pasar, que pasara ya. De improviso, oyó pasos en la escalera. ¿Sería él? No, se rectificó enseguida. Era el sonido suave de las zapatillas de estar por casa de su hermano, que probablemente iría a tomar un baño, como todas las noches. Se mordisqueó el labio inferior, irritada, gesto que los suyos encontraban irresistible. ¡Que apareciese ya! No se había sentido tan nerviosa desde la noche en que su hermano había jugueteado (algo torpemente, recordó divertida ahora) con su lengua en su vagina. Ni siquiera había conseguido llegar al orgasmo ¿o si? No. Apenas unas cosquillas. Pero que nerviosa estaba aquella noche. Como ahora.

Los pasos suaves, de zapatillas de estar por casa, se alejaron. Pasaron segundos, que a Claudia le parecieron horas, hasta que volvió a oír pasos. Esta vez eran más fuertes, los pasos que ella esperaba. Los nervios se reanudaron. Los indígenas que tocaban el tambor en su pecho reanudaron su frenética actividad hasta tal punto que sus tambores eclipsaron el sonido de sus pasos, sobre todo cuando la puerta se abrió, y volvió a cerrarse. Ella, de espaldas, no veía quien había entrado, pero lo sabía muy bien. Como un sigiloso caco, celoso de su furtivo oficio, el inminente ladrón de su virginidad acababa de entrar.

Papá. No la obligó a volverse para mirarle. Ni siquiera la tocó, hasta pasados unos segundos, en los que sintió su mano en el hombro. Solo entonces se levantó para enfrentarse a él. Era alto, el más alto de la familia, con el pelo moreno, algunas arrugas en torno a sus ojos azules, pese  a las cuales seguía siendo tan atractivo... siguieron sin decirse nada mientras él le quitaba el camisón. ¿Porque estaba tan nerviosa? Puede que cierta parte de su cuerpo fuera virgen, pero mentalmente no lo era. ¿Cuantas veces, sentados en el sofá ante algún programa aburrido, sus manos habían jugueteado con el pene que ahora iba a desvirgarla? ¿Cuantas veces lo habría tenido en la boca? ¿Una docena? Más, seguramente. ¡Deja de estar tan nerviosa, maldita sea! No temblaba, pero, ¿notaría él, a pesar de eso, su nerviosismo?

Desnuda. Desnuda como el día que vino al mundo, allí de pie, expuesta, en cierto modo, a él. Tampoco era la primera vez que él la contemplaba sin ropa, pero había un elemento nuevo, algo que la ponía tan nerviosa. Quizás, que nunca habían estado tan solos, nunca había sido aquello tan íntimo. En cierto modo, se hubiera sentido mucho más relajada si toda su familia hubiera estado mirando. Decidida a acabar con aquel nerviosismo, rodeó al hombre con sus brazos y le plantó un beso. Eso la hizo sentirse un poco mejor, pisaba terreno conocido. Se apartó para que él también pudiera desvestirsee tranquilo. Llevaba un viejo pijama azul con rayas blancas de dos piezas, y no se había puesto ropa interior aquella noche. También esto la hizo sentirse un poco mejor.

Con una voz suave, un susurro, su padre le preguntó si se encontraba bien. Claudia le sonrió, intentando demostrar que no estaba nerviosa, y tiró de él para llevarle hasta la cama, y no precisamente de su mano. Él se tumbó debajo, quizás para darle la iniciativa y de esta forma darle confianza. Volvieron a besarse, esta vez un beso mucho más largo y más íntimo, quizás el más sensual que jamás había tenido con su padre, mientras sentía crecer más y más su pene. Se encontraba dispuesta.  Él agarró sus senos con las manos, como si quisiera abarcarlos por completo, exactamente el mismo gesto que hacía ella de pequeña, ahuecando las manos para beber agua de una fuente, y se los llevó a la boca. Fue como si alguien hubiera encendido un interruptor en su cabeza: una pequeña ola de placer la invadió, relajándola por completo. Un segundo después, casi sin previo aviso, él estaba dentro.

Se le escapó un silbido entre los dientes, por la sorpresa quizás, o por la extraña sensación de haber sido partida en dos. Se había metido dedos antes, claro, los suyos propios y los de otros, y también rotuladores, pero aquello no tenía nada que ver con lo que acababa de sentir. Bajó, hasta estar pegada a él, sintiendo por completo su cuerpo pegado al suyo, y comenzó a mecerse bajo el mando de sus manos, ahora en sus caderas. Gimió, involuntariamente, al sentir aquel roce delicioso, ese balanceo en lo más profundo de ella misma, esa tensión tan placentera. Su madre le había dicho que quizá sintiera un poco de dolor, al principio, pero no fue así.

Era inútil, y aún más, era innecesario intentar contar el tiempo que transcurría. Claudia solo tenía la aguda sensación de estar participando en un baile muy especial, una balada lenta donde cada paso la hacía sentir una alegría inimaginable, cada vuelta la hacía ahogar un gritito de satisfacción. Ni contaron el tiempo, ni les importó. No tuvo conciencia de empezar a sudar, ni tuvo conciencia de que se revolcaban los dos por la cama, cambiando de posición: ahora ella arriba, ahora él. Solo tenía ojos para los ojos de su compañero, su padre, su amante ahora. Los gestos de cariño de toda su vida juntos le parecían un avance perfectamente lógico para lo que finalmente iba a suceder, y estaba sucediendo. Una sonrisa, una caricia, un regalo, una broma, una mano cariñosa revolviéndole el pelo. Todo había conducido hasta aquí, ¿y a donde podía conducir si no? No había otro camino posible, ni demostración de afecto mayor.

No pensó que acabara nunca, pero acabó. Poco a poco, fue consciente de las cosas. Del sudor que los bañaba a los dos, una sutil capa de aceite humano; de la luz mortecina de la lamparita de noche, iluminando el rostro amado, de que ambos, él y ella, estaban jadeando profundamente, de que el baile había ido un paso más allá, la sensación se había concretado, aumentando poco a poco, paso a paso, camino hacia un clímax. Y entonces, llegó. Gritó, sin poder o querer evitarlo, un grito constante e indefinido que no formaba ninguna palabra concreta, solo una expresión externa de algo interno que era demasiado grande para permanecer encerrado, y se apretó todavía más a él, intentando contener aquel climax dentro de ella; dos seres humanos no podrían estar más juntos de lo que estaban. Fue un segundo, y entonces el climax se deshizo, explotó, y ella soltó una risotada de alegría, que a la vez era un llanto de liberación, mientras sentía un chorro caliente inundar las paredes de su vagina, a presión.

Se negó a moverse, pensando que en cuanto se moviera, todo se desharía como una nube, que la sensación desaparecería, pero finalmente se movió, y tal y como sospechaba, la sensación comenzó a mitigar rápidamente. Cuando su padre retiró su pene y se dejó caer sobre ella, exhausto, cerró las piernas, apretó todo lo fuerte que pudo, pensando que podría así volver a reunir un poco de aquella sensación. Pero solo consiguió que el zumo de su padre le resbalase por los muslos. Entonces, con la certeza de que había terminado, se relajó.

-¿Tenemos que salir ahora?-le preguntó, temerosa de perder aquella nueva intimidad, que una hora antes la asustaba. Su padre sonrió y le rodeó el cuello con los brazos.

-No. No saldremos de aquí hasta mañána. Esta noche soy tuyo, y tú eres mía. Así debe ser, ¿no crees?

Claudia no pudo evitar reírse, de puro alivio que sentía, y atrajo hacia si a su padre para besarlo. Al fin y al cabo, la vida solo estaba empezando.

--- CONTINUARA ---