La iniciación
Como desperté mi sexualidad salvaje en la hermandad Claro de Luna...
Mi historia comenzó hace unas cuantas lunas atrás. Cuando aún no contaba los años por lunas, sentía que mi vida estaba vacía y tenía ese gran anhelo de recuperar esa parte salvaje y primitiva, que aunque dormida, todos tenemos en las profundidades más recónditas de nuestro ser…
Después de pasar por un agobiante proceso de investigación para salir del estilo de vida que tenía y encontrar mi verdadero estilo, al fin, encontré la hermandad Claro de Luna.
Claro de Luna era una especie de comuna que se encontraba en un alejado rincón en tierras gallegas, donde un grupo de mujeres habían comprado un extenso terreno.
Ellas vivían alejadas de la sociedad y no aceptaban la entrada de ningún hombre en sus tierras, donde vivían en comunión con la naturaleza y en estado prácticamente salvaje: danzaban desnudas en las noches de luna llena, purificaban sus cuerpos con excitantes baños de barro y homenajeaban a la diosa con reiteradas orgías cuyos sonidos de éxtasis llegaban a los alfeizares de las aldeas próximas. Las gentes del lugar las llamaban las meigas .
Cuando descubrí Claro de Luna una extraña sensación me invadió por completo y aunque entonces lo disimulaba, debía reconocer que la idea me resultaba de lo más excitante… jamás me había acostado con una mujer, en la vida, pero sí que me había masturbado infinidad de veces dejando volar mi imaginación, donde una mujer me succionaba con pasión mis rosados pezones, deslizando después su lengua hacia mi ombligo para terminar haciéndome llegar al más sublime de los orgasmos manipulando mi húmedo y caliente sexo. Y no solo masturbarme, en alguna ocasión cabalgando sobre un hombre recuerdo haber cerrado los ojos y imaginar el cuerpo de infinitas curvas de una mujer, con grandes pechos que botaran al compás de mi vaivén desesperado y gracias a esa ensoñación llegar al ansiado clímax. Así que pasados unos cuantos meses, la excitación pudo con mis pudores y hice el equipaje hacia la aventura que me cambiaría la vida…
Recuerdo que los tres primeros días en Claro de Luna fueron decepcionantes, a parte de que todas las mujeres de allí eran de lo más… ¿Cómo decirlo? Estrambóticas: vestimentas volátiles y transparentes, siempre hablando de la energía lunar, el poder de las gemas o la predicción en los cuerpos celestes…
En lo largo de tres días no había visto ni una mujer desnuda, ninguna invitación a ninguna orgía ni nada por el estilo, como mucho había podido ver el sutil dibujo de los pezones duros y suculentos bajo esas telas prácticamente transparentes y de vivos colores, pero aquella misma noche, la del cuarto día, algo ocurrió.
Mientras yo dormía plácidamente en una de las camas de la habitación comunitaria de las recién llegadas comencé a sentir un dulce hormigueo que me subía desde mi coñito hasta mis pechos y una fragancia a jazmín me invadía por completo, abrí los ojos y me encontré rodeada por seis mujeres, las ya llamadas meigas pues eran veteranas en la comuna, que estaban completamente desnudas y me acariciaban todo mi cuerpo desnudo… me habían roto el camisón y mi desnudez quedaba cubierta por la luz plateada de la luna que se filtraba por una ventana, mientras, una de ellas lamía muy lentamente mi clítoris excitado y las demás me acariciaban todos los rincones de mi cuerpo murmurando frases incomprensibles…
-Hermana, ya asoma la luna llena- decía una de ellas mientras me pasaba sus suculentos y voluptuosos pechos por mi rostro- a llegado el momento de tu iniciación en la hermandad…
Me incorporé totalmente excitada, ahora la mujer que hacía unos segundos me torturaba con su lengua experta mi ya mojado conejito se besaba intensamente con otra hermana que la masturbaba efusivamente. Miré a mí alrededor y vi que las demás recién llegadas dormían ajenas al espectáculo sexual que me estaban ofreciendo.
Las hermosas meigas me pidieron que las siguiera al claro sagrado donde debía efectuarse mi iniciación para formar parte de la hermandad. La mezcla de misterio y sexo en el exterior me producía una excitación máxima, notaba al caminar como chorreaba placer entre las piernas…
La ceremonia se efectuó en un claro rodeado de eucaliptos que daban un aroma para mi afrodisíaco y en el centro el crepitar del fuego en una enorme hoguera despertaba en mi interior ese espíritu salvaje que llevaba años rogando salir.
Primero hubo una danza alrededor del fuego, no habían pasos marcados ni una coreografía a seguir, mientras la gran meiga tocaba místicos ritmos en un tambor africano las demás mujeres danzábamos poseídas por los elementos que nos rodeaban, algunas se revolcaban por el suelo, manchándose de tierra, incluso frotándosela por sus genitales. Yo sentía que mi cuerpo ardía de deseo, a cada paso que daba o a cada roce con alguna de esas deliciosas diosas desnudas experimentaba pequeños y reiterados orgasmos que me hacían vibrar el coño de una forma bestial.
Después de la danza todas se abalanzaron hacia mí y me alzaron entre todas, me llevaron en procesión. Abierta de piernas colina abajo donde se encontraba la gran roca sagrada, rodeada por un enorme círculo de velas rojas, y me tumbaron sobre ella.
El cielo estaba salpicado de estrellas y una enorme luna llena nos iluminaba los cuerpos desnudos y lascivos, estaba en plena vorágine de sensaciones que jamás había sentido antes cuando la gran meiga procedió a concluir la iniciación.
A mi alrededor las demás mujeres comenzaron una orgía brutal, ya no sabía si eran mujeres o leonas en celo, se arañaban los cuerpos, se lamían salvajemente cualquier rincón por pequeño que fuese, se penetraban con lo primero que encontraban, en una mezcla de dolor y placer bestial, gritando a mi alrededor.
La gran meiga entonces se desprendió de su túnica negra, pues era la única que había permanecido tapada durante toda la ceremonia y dejando ver su cuerpo de mujer madura. Unos pechos exuberantes y carnosos y más abajo, bajo el ombligo, llevaba atado un cinturón con un enorme miembro de látex endurecido que movía de forma lasciva como si se masturbara.
Se acercó hacia mi, yo ya dispuesta con las piernas completamente abiertas y chorreando la roca de lo mojada que estaba y me empaló con furia haciéndome notar como se clavaba en mi profundidad y mi coño apretaba la enorme polla de plástico que entraba y salía eufórica mientras la gran meiga me succionaba los pezones, los mordía y retorcía y yo gritaba de placer mientras hundía su cabeza contra mis tetas inflamadas de pasión.
Pero la gran meiga no estaba saciada solo con eso así que se incorporó bruscamente y me hizo girar con un solo movimiento de mano, poniéndome boca abajo, contra la fría roca que aún me excitaba más. Me cogió del pelo y me hizo ponerme a cuatro patas para después perforarme mi hambriento culito.
No recuerdo muy bien como terminó la noche, fue tan extremo el placer que sentí que caí en una inconsciencia sublime y desperté con los rallos del sol tostándome mi cuerpo desnudo y aún inflamado. Desde entonces vivo en la hermandad Claro de Luna, lo dejé todo, mi trabajo, mi casa y mis antiguos amantes para dedicar mi vida al culto del placer extremo y el éxtasis profundo.