La indígena

LouWild navega rumbo a una isla misteriosa donde una indígena hace señas desde la orilla...

LA INDÍGENA

Maldito fue el día en que sus paseos le condujeron a aquel valle, pensaba el Burgomaestre, y maldito el momento en que, sustentado, hasta entonces, todo su mundo en la razón y la ciencia, vio derrumbarse toda la razón de su existencia, y a la vez la del mundo que le rodeaba, ante la magia, el Caos, y el horror de lo irracional. Desde aquel momento, en que condenó su vida, no encontró hogar ni descanso, la gente le rehuía temerosa de ser infectada por "su enfermedad", las puertas se le cerraban, y las aduanas y puertos estaban vedados para él. El Burgomaestre había sido maldecido con la inmortalidad solitaria por aquellos a los que en aquel valle sorprendió en una ceremonia secreta, y como maldito debería vivir durante el resto de su larga y eterna vida.

La Nave del Silencio, como la llamaban algunos, era el barco flotante en el que el Burgomaestre recorría la creación. Rápido y decidido, remontaba las olas que formaban los pliegues entre dimensiones del espacio – tiempo.

En uno de estos viajes sin rumbo, fue a divisar una linda isla. Desde la orilla, de aquella playa tropical, una voluptuosa indígena le hacía señales de bienvenida. -Hola.

Gritó él, abrazado al timón.

-Hola.

Repitió ella, como si se tratara del eco.

-¿Vas a desembarcar?

Preguntó ella, al ver la proximidad del barco.

-No.

Anunció él, sabedor de su eterna maldición, consciente de que, una vez hubiera desembarcado, no tardarían en intentar lincharle el resto de habitantes de aquel lugar, temerosos de que trajera con él su maldición.

-¡Uy! Que pena, mi amigo.

-¿Amigo?

Repitió él, dándose cuenta del tiempo en que nadie le había llamado con ese nombre.

-¿Acaso no lo eres?

Él no supo qué contestar.

-Si os detuvierais aquí – continuó ella -, no tendría que mandaros muchos besos desde el aire para que os recuperarais de la tristeza que veo en vuestro corazón...os los daría yo misma.

-Ojalá – dijo él, con tristeza -, pero mi destino es ir dando bandazos y pasando frío en el alma.

-Aquí os encontraríais con el calor de mis caricias.

Conforme la nave se acercaba a la costa, el Burgomaestre pudo fijarse en las vestimentas de la indígena... una túnica casi trasparente y un tanga de hilo.

-No puedo.

Volvió a repetir él, aunque su naturaleza le gritaba otras cosas.

-Entonces dejadme subir con vos... Me arrodillaré ante vos, y os entregaré el calor de mis labios. Tener tu sexo... Lo más rico es tenerlo contigo, y agarrarlo... Chuparlo como cual helado derritiéndose en el sol – dijo ella, dejando caer la túnica, y mostrando sus encantos al errante -... Si tenéis hambre, podréis comer de mis pechos, que son grandes y carnosos; de mis muslos torneados y jugosos; degustar mi entrepierna con sabor a mar y con jugosos filetes que estarían hechos solo con el calor de vuestros labios sobre ellos; beber y comer de mis labios, carnosos y lúbricos, que te embriagaran de pasión; saborear mis mejillas, cálidas y tiernas como el pan de sol; detenerte en mis glúteos, generosos en ternura y sabrosos desde el primer al último bocado.

Y, mientras ella, enumeraba sus delicias corporales, la pasión carnal del Burgomaestre se encendía a cada palabra. Desesperado de lascivia, la gritó.

-Con qué placer hundiría mis labios entre tus muslos, y regalaría besos y caricias de mi lengua en cada rincón de tu sexo. Saborearía tu clítoris, y lo divertía con mil acrobacias sobre y alrededor de mi lengua... Lo guiaría en un viaje por cada rincón de mi boca. Hasta que sintiera tus muslos temblar ante la inminente primera desbordada de tus líquidos seminales... y aún así no separaría mis labios de aquel oasis de jugos y dulce carne vaginal... Seguiré haciendo travesuras con mi lengua y mis labios, entre esos deliciosos y delicados pliegues que tienes ocultos entre tus frondosos muslos... y me diréis: ¡Basta ya!. Luego, separaré tus muslos, y usaré mi sexo como ariete que me abra paso entre tus labios vaginales. Pero no será una sola embestida, si no que serán varias... una y otra vez hundiré mi ariete en tus entrañas para luego retroceder y volver a embestirte con mayor pasión. Así seguiré una y otra vez, hasta que volváis a gritar: ¡Basta ya!... Una y otra, y otra vez... embestidas cada vez más fuertes, hundiéndose cada vez más el ariete en tus entrañas... Lubricándose para horadar mas profundo dentro de ti...

-Amor, me estoy masturbando – interrumpió, con gemidos de placer, la muchacha desde la playa -, no demores en describir.

El Burgomaestre, olió el aire, y paladeó el sudor lúbrico que despedía en la distancia la indígena. Continuó, embriagado por las imágenes acumuladas por un siglo de abstinencia.

-... Cada vez mas duro y contundente ese ariete........ Cada vez más receptivo y tierno ese portón........... Cada vez abriéndose más y más camino, mientras el palacio, que eres tú, tiembla ante la invasión. Imagínate ese duro y gordo ariete, clavándose en tus entrañas, invadiéndote con olas de placer que llenan tu cuerpo de calor.

El aire se lleno de miel y sal en ese momento, las corrientes se fundieron con las mieles que manaban como un pequeño riachuelo de entre los muslos de ella...