La implacable sensualidad de Venus

Historia de un adulterio.

LA IMPLACABLE SENSUALIDAD DE VENUS

(HISTORIA DE UN ADULTERIO)

La hermosa Afrodita contrajo matrimonio con Hefesto (el dios cojo de Lemmos, magnífico herrero y considerado como dios del fuego), por imposición de Hera.

Fue una cálida mañana, en el monte Olimpo, cuando, estando todos lo dioses reunidos, Hera alzó su divinidad sobre el resto y en alta voz ordenó impositiva tal unión. Había sido una promesa que le había hecho al lisiado Hefesto enamorado.

"Pues es tu voluntad y la mía – ordenó Hera – toma a Afrodita por mujer".

Todos volvieron sus ojos hacia Afrodita, que semirecostada en un diván, apenas daba crédito a lo que oía, a pesar que ser conocedora de los rumores que afirmaban el deseo de Hera. Sintió el peso de las miradas. Miró fijamente al lisiado que iba a ser su marido. Era un dios, si..., pero un dios con los brazos parecidos a los de un gorila, unas piernas que sin báculo no lo habrán sostenido, una cabeza gigantesca, como la de un cíclope, y unos ojos siniestros y oscuros como la pez.

Todos pensaron que ella retrocedería horrorizada, pues ¿qué podría ofrecerle Hefesto en comparación con otros dioses como no fuera el calor y el polvo de la fragua y el ruido de los martillos sobre el yunque?... Mas la astuta Afrodita sonrió y fue a abrazar a Hefesto. Había comprendido que era el tipo de dios que no interferiría en sus asuntos, que jamás trataría de mandar en ella: una vez casada, seguiría haciendo lo que quisiera. Así pues, todo pareció perfectamente arreglado. Los dioses que habían pretendido la mano de la más hermosa de las diosas suspiraron resignados y volvieron a sus ocupaciones.


Naturalmente, el matrimonio no fue fácil. Hefesto siempre andaba tiznado y sudoroso debido a su trabajo en la fragua y eso era algo que Afrodita no podía soportar. Era previsible que la bella diosa del amor engañara a su esposo con jóvenes divinidades de mayor atractivo. Y pronto se hizo más que evidente que la poderosa diosa prefería la compañía de otros a la de su marido... especialmente la compañía de Ares, el dios de la guerra, apuesto y vigoroso.

Los encuentros de los dos amantes tenían lugar de noche, a escondidas del esposo, pero en una de ellas se demoraron más de lo previsto y dieron lugar a que Helios, el dios Sol, (que sería identificado posteriormente con Apolo) , les sorprendiera. Helios acudió a la fragua de Hefesto para avisarle del adulterio de su esposa con Ares.

Hefesto, alarmado, pensó en cómo se podría vengar de su esposa y de Ares..., pues, considerando que el amante era el mismísimo dios de la Guerra, y Hefesto un simple lisiado, tendría que recurrir a la astucia. Así pues, el engañado dios tramó una afrentosa venganza, y es que, valiéndose de su gran habilidad como orfebre les tendió una trampa que consistió en fabricar una finísima red que sólo él podía manejar y que instaló extendida sobre el lecho donde los amantes solían celebrar sus encuentros. Seguidamente, anunció a Afrodita que partía de viaje y, la diosa, más confiada que nunca, se citó con Ares.


El plan de Hefesto comenzaba a funcionar. Simuló disponer todo para el supuesto viaje y raudo se escondió en la habitación secreta donde su adúltera mujer celebraba sus encuentros secretos con Ares. Allí esperó a que llegara la noche, cuando los amantes se citarían.

Pero no tuvo que esperar demasiado. Al poco les vio entrar al aposento, en cuyo centro se extendía una regia y gigantesca cama. Ares llegó precedido de la diosa. Enseguida, diríase que con ansias, se despojaron de sus ropajes y Ares, extasiado ante aquella belleza suprema, adoró el dulce cuerpo que tanto amaba Hefesto, quien tuvo que ver cómo otro amante poseía su objeto de deseo, cómo era otro quien iba aprendiendo los secretos caminos de su cuerpo inmortal de diosa satisfecha, sin dejar de recorrerla con sus burdas manos de guerrero sin fe.

Fue un momento mágico. Los sátiros entraron juguetones, calladamente, para acompañar en sus juegos a la hermosa pareja... y entonces todo pareció acabar, la pareja yacía en el enorme lecho, desnudos sus divinos cuerpos.

Hefesto comprendió que había llegado el momento.

Accionó los entresijos de la red, cayendo ésta estrepitosamente sobre los amantes, aprisionándolos e inmovilizándolos completamente. A continuación avisó a los demás dioses del Olimpo para que presenciaran el regocijante y bochornoso espectáculo, diciendo:

"¡Zeus y todos ustedes los inmortales, entre los cuales yo soy incluído! Vengan pronto y vean esta cosa intolerable, digna de sus risas. Porque soy cojo, Afrodita me desprecia. Ella ama al cruel Ares ya que es ágil y hermoso. Miren a los dos atrapados en su adulterio, ya que estas redes los mantendrán atrapados hasta que Hera regrese los regalos que le hice para obtener a esta muchacha insolente que no puede resistir sus deseos!"

Algunos desenfadados dioses, entre quedos suspiros, comentaron que no les habría importado sentir tal vergüenza... otros pasaron unos momentos de regocijo ante la cornamenta de Hefesto y la facha innoble que en el lecho presentaban los amantes.... y las diosas, siempre celosas de Afrodita, comentaron lo común en tales casos... " Es el justo castigo para una mujer tan descocada, ¿qué otra cosa pudo hacer Hefesto?"... " En cuanto la vi, supuse que tendría que ocurrir algo así. No ha de ser digno de alabanza fiarse de mujeres como ésta"...

Al fin Hefesto se decidió a liberar a los amantes, pero no sin que el iracundo Ares lo resarciera antes espléndidamente. Mas nada inmutó al despechado.

Para Ares, aunque altanero y jactancioso, fue un duro golpe el verse cubierto de ridículo. Sin embargo, Afrodita, lejos de arrepentirse, pues no estaba en su naturaleza de diosa del amor y la belleza actuar con cautela, se alejó sonriente, cual musa de lira dorada, en busca de nuevos pretendientes y nuevos amores que añadir a la lista de infidelidades...muchas fueron las veces que Hefesto se arrepintió de haberse casado con ella.

Aliena del Valle.-