La iglesia

Morbo y tentación unidas irremediablemente hasta llegar al séptimo cielo, si existe, claro.

LA IGLESIA

Ayer por la mañana salí de casa sin rumbo fijo, me había levantado con esa sensación de que todo estaba gris, sin ningún valor ni aliciente

Entre mi casa y el mercado hay una iglesia, la cual dicen que por dentro es valiosa por las tallas que tiene. También me he fijado que muchas mujeres yendo a la compra, incluso llevando sus carritos, entraban a la misma. No soy persona creyente, las religiones siempre han sido causa de odios y guerras, soy temerosa de mis propios actos e intento no causar daño a nadie y sacando unas palabras –no exactas- de la Biblia, me baso en la ley del talión, o sea más o menos "no hagas a los demás lo que no quieras para ti, pues el mismo boomerang puede alcanzarte". Vaya… me estoy descarriando un poco de lo que quería contar.

Entré a la citada iglesia con la intención de visitarla y sentarme un rato, al igual que si lo hiciera en una plazoleta. En los primeros bancos estaba sentada una mujer que parecía muy concentrada en sus rezos. Me fui acercando a los laterales donde me habían indicado lo de las tallas y sí, realmente había un par dignas de mención, cosa que no describiré pues no soy entendida en arte, sólo puedo decir si me gusta o no. Entonces percibí otra figura más apartada, con disimulo me acerqué a ella y... te vi; nunca habíamos cruzado una palabra pero sabía muchas cosas de ti, que eras un hombre inteligente, vivías solo, no extrovertido con la gente que no conoces pero sí muy apreciado por tus pocos amigos. Me atraías, soy bastante parecida –no lo digo por la inteligencia- sino por lo de vivir sola, mi independencia y mis rarezas.

Con disimulo para que no se notara a una legua, me acerqué y me paré mirando un cuadro de la pared junto al banco donde estabas sentado. Soy mujer con algunos recursos e imaginación cuando se trata de lograr algo, y a veces, no siempre, lo consigo. Repito, me acerqué y disimulado una especie de dolor de cabeza, me apoyé en tu banco y dije "Perdón, déjeme sentar… me ha dado un vahído y temo desmayarme". Con gentileza me cogiste del brazo y me hiciste sentar a tu lado, me preguntaste si había alguna causa para ello y si me podías ayudar. "No –respondí- sólo ha sido un pequeño trastorno, quizás es que mi desayuno ha sido muy ligero, gracias, ya me voy recuperando". Mas como soy un poco "larga" me acurruqué más a tu lado rozando casi las mejillas. Mi ardid no tardó en hacer su trabajo, me cogiste las manos, te acercaste más a mi rostro y súbitamente me besaste. El primero fue suave, gentil diría, pero pronto, los besos se hicieron apasionados, ardorosos y naturalmente te los devolví. Tus manos ya no estaban quietas, buscaban la abertura de mi blusa para introducir tus ágiles y potentes manos, te dejé y las mías, buscaron lo que yo tanto deseaba, tu entrepierna y… gozo! Estabas teniendo una erección más que pronunciada. Una de tus manos mientras se deslizaba en mi blusa buscando mis ansiosos pezones, la otra se fue introduciendo en los pantalones , gloria bendita!... Ya digo... no soy creyente, pero dejé escapar un suspiro diciendo… gracias dios mío, quizás por eso de estar en una iglesia.

Como sólo estábamos en los preliminares y nuestra excitación iba en aumento, teníamos que buscar, con urgencia, un lugar lejos de la mirada de aquella mujer o de otros feligreses que pudieran entrar. Estábamos al lado de un confesionario y allí fuimos. Como es de suponer el cubículo no era excesivamente grande como para movernos a nuestras anchas, pero era tal nuestro deseo que no hicimos caso de esta menudencia. Te bajé la cremallera y… ufff… que placer ver ese tesoro, y sin titubear me lo introduje en mi boca. Comencé con suaves toques de lengua por los costados, arriba y abajo, tu expresión me lo decía todo, y con ella me apliqué más a mi trabajo. Puse tus preciadas bolas dentro de mi boca, jugué con ellas… las paladeé, luego fui de nuevo al mástil y pasé con delicadeza mi lengua por el orificio, sé que te volvías loco, lo mismo que yo por ser la causante del placer, y como dentro del vórtice de un tornado y dentro de la estrechez donde estábamos, empezaste a darme la misma satisfacción; tu lengua hacía maravillas con mi clítoris que, por encontrarnos en tierra santa, me hacía volar al séptimo cielo –si es que existe ese lugar-. Me excitaste tanto que a punto estuve de lanzar un grito, me contuve y me mordí los labios pero susurré "Amor, no pares.. NO PARES… mátame de placer". ¿Cuantos orgasmos tuve? Pues no lo sé, sólo que quería más y más. Y así estuvimos, diría yo, casi una hora. Teníamos que marcharnos, quizás el párroco entrara y… vaya situación.

Antes de salir a la calle nos compusimos las ropas como pudimos.

Mi día gris se había convertido en otro con todos los colores del arco iris. Fuimos a una cafetería para reponer las fuerzas desgastadas y planear otra nueva entrevista, en su casa, en la mía o donde surgiera.

Comprobé que era un hombre mucho mejor de lo que me habían comentado, cabal en sus ideas y… tampoco creyente, ¿fue que el destino nos unió al haber ido también a la iglesia por unos motivos semejantes a los míos?

Rosa…Ave Fénix… 23.02.07