La humillación de Ligia (XVIII)

Ligia sigue controlada por todos sus invitados. Ahora le toca el turno a Juan.

Al cabo de unos minutos, desperté. Mis torturadores estaban charlando animadamente. Algunas parejas, libres de cualquier inhibición, se habían formado y se sobaban sin miramientos mientras hablaban o escuchaban. Por encima de todos ellos, Alfredo descataba como el líder de la manada.

-Ah, ya te has despertado, dijo Alfredo. Sigamos. Juan, ¿quieres salir?

-Por supuesto, dijo, sonriendo.

Se acercó a mí y pude sentir la presión que me impulsaba a obedecerle en todo.

-Levántate puta, me ordenó con autoridad.

Obedecí como impulsada por un resorte, algunas risitas se escucharon. Todo el mundo me miraba de nuevo. Sofía le estaba haciendo una felación a Javier mientras me miraba. Gabriela estaba sentada, abierta de piernas y masturbándose lentamente, con una sonrisa lasciva mientras me recorría el cuerpo con sus ojos.

-Manos a la espalda, con las muñecas cruzadas, como si estuvieras atada. Piernas separadas un paso. La mirada baja. Las esclavas no tienen derecho a mirar a sus amos a la cara.

Sin pensarlo, mi cuerpo adoptó la postura ordenada.

Juan empezó a dar vueltas a mi alrededor admirando mi cuerpo. Se puso detrás mía y empezó a sobarme el culo con sus dos manos.

-Te excita muchísimo ser mi esclava, me dijo.

Y mi cuerpo empezó a reaccionar.

Un intenso hormigueo me recorrió de arriba a abajo como una corriente eléctrica, y todo mi sexo se despertó.

Juan (mi Amo ahora) seguía sobándome el culo, y yo me estaba excitando. Pensaba que no podía dejar que mi nuevo Amo viera que tenía el coño húmedo, o me castigaría, y eso sólo servía para excitarme más y más.

Sus manos pasaron a mis tetas. Mis pezones se pusieron duros como piedras y él me los retorció dolorosa, pero placenteramente. Se me escapó un gemido y moví mis muslos para intentar darme algo de placer en la entrepierna. El Amo me dió una dolorosa palmada en una nalga.

-¡¡No te he dicho que puedas moverte!!

El dolor me gustaba. No el dolor en sí, sino el hecho de ser castigada por haberle desobedecido. Me hacía reforzar la sensación de ser su esclava y esto me hacía sentir más y más excitada. Ahora debía esforzarme por no jadear y mantener la postura.

Juan (Amo...) bajó una de sus manos a mi coño y en cuanto me rozó, quise morirme de placer. Mi respiración se aceleró. Notaba cómo mi corazón quería salirse del pecho. Una minúscula voz en mi cabeza me recordaba que yo nunca había sido así, que esto lo estaba provocando todo Alfredo con su poder, pero apenas la oía. Obedece Ligia, y no serás castigada.

-Estás toda lubricada, maldita puta. ¿Estás ávida de polla eh?

-S...sí, Amo, dije sincera.

Con su dedo me frotó el clítoris en movimientos circulares, haciéndome soltar gemidos casi dolorosos en cada movimiento. Un pellizco con la otra mano en el pezón izquierdo hizo otro tanto. Mis piernas empezaron a temblar.

El Amo se apartó de mí y todo el mundo se rió divertido, viendo cómo mi vagina segregaba tanto fluido que empezaba a impregnarme los muslos temblororosos.

-¡Jajaja, venga Juan, dale lo suyo a tu putita!

-¡No le dejes que se corra, lo tiene merecido!

(no, eso no por favor)

-¡Fóllatela por el culo!

Juan se puso delante mía. Se había quitado la ropa y su pene erecto lucía delante de mí. Me enamoré de la verga de mi Amo, y esas palabras resonaron en mi como un mantra: La verga de mi Amo, la verga de mi Amo, la verga de mi Amo...

Chupársela significaba complacerle, pensaba mi mente por mí. Chúpasela Ligia.

Me aproximé con intención de meterme su verga en mi boca, pero él me propinó un empujón lateral que me tiró al suelo. Como seguía con las manos "atadas" a la espalda me caí de bruces, afortunadamente la alfombra paró un poco el golpe.

-Ya me la chupaste antes debajo de la mesa ¿te acuerdas? No quiero que tu boca disfrute más de mi polla. ¡Levántate!

-Sí...sí, Amo, dije, mientras me daba toda la prisa que podía para levantarme con las manos a la espalda. El coro de risas seguía instalado en el salón como ruido de fondo.

-Quiero que te metas mi polla en tu coño. Vamos.

-Sí, amo.

Pero él no movió un músculo, se quedó ahí de pie, con su pene erecto mirándome con semblante serio. Y yo tenía que penetrarme en esa postura.

Me acerqué a él. Era más alto que yo, y su sexo estaba unos centímetros por encima del mío. Me puse de puntillas  e intenté acercar su glande a la entrada de mi vagina, sin mucho éxito. Tener las manos detrás de mi espalda sin poder moverlas no ayudaba en absoluto.

Después de intentarlo sin éxito tres o cuatro veces, Juan me dió un repentino bofetón que me tiró al suelo, golpeándome dolorosamente el hombro. Antes de que pudiera reaccionar, mi coño se había vuelto loco, excitada como estaba por ser castigada. Me estaba acercando al orgasmo, y me sentí doblemente humillada por dominarme de esta manera, y por disfrutar con esto. Traté de contenerme pues tendría el castigo asegurado si me corría ahora, y me levanté lo más rápido que pude.

-Perdón, Amo, siento no poder estar a su altura.

Sonoras carcajadas jalearon mi respuesta. Aunque no era esa mi intención, a Juan no pareció gustarle mucho.

-¡Puta esclava sin cerebro! ¿tengo que decírtelo todo? Si no llegas, súbete a algo. Mi paciencia se está agotando.

Miedo y placer siguieron subiendo dentro de mí. Por un lado la situación me producía un intenso gozo sexual. Por otro, no quería estar ahí.

Me acerqué a una silla y empecé a empujarla con los pies, lo más diligentemente que pude. Cuando conseguí colocarla enfrente de él, me subí encima, primero de rodillas y luego de pie.

Antes de terminar de incorporarme, me dí cuenta de que estaba demasiado alta, pero de rodillas mi coño estaba aún más bajo que antes.

Mientras pensaba cómo podía ajustarme mejor, Juan me retorció dolorosamente el pezón izquierdo.

-Me estoy impacientando, basura. Como no empieces dentro de 5 segundos, vas a saber lo que es un castigo duro de verdad.

-Sí, sí Amo, dije con un tono de pánico.

Sin pararme a pensar, me puse con las piernas flexionadas hacia ambos lados, haciendo un esfuerzo para acercar su polla a mi excitado coño.

Cuando por fin se tocaron, se me escapó un pequeño gemido de placer, y me entraron unas ganas horribles de coger su polla con mis manos y restregarla por todos mis labios vaginales y el clítoris. Me contuve e intenté penetrarme.

Fue horriblemente díficil claro está, sin usar las manos. Aunque su polla estaba ligeramente inclinada hacia arriba, tuve que forzar el ángulo de mis caderas para que mi orificio vaginal estuviera alineado con su polla. Mientras, él no movía un sólo músculo, salvo los de su cara, para expresar un enfado cada vez mayor.

Por fin, conseguí que su cabeza se introdujera. El resto ya solo era empujar. O eso pensaba yo. La postura que me había visto obligada a poner era tan forzada que los músculos de las piernas y del culo me dolían del esfuerzo, y una punzada en la espalda me avisaba de que lo que estaba haciendo no era lo mejor para ella, tampoco.

Me moví adelante y atrás con sumo cuidado de que no se saliera. No convenía enfadar al Amo, porque yo era su esclava, si no sería castigada, castigada, cast..

Demasiado tarde, me dí cuenta, cuando un intenso orgasmo brotó desde el fondo de mi coño, haciéndome temblar y gemir sin poder evitarlo.

-¿Te has atrevido a correrte antes que yo, esclava?

Los ojos se me abrieron de puro miedo.

-Lo siento, lo siento Amo, perdóname por favor.

-Puta de mierda, pedazo de basura, ¿así obedeces mis órdenes? ¡Te vas a enterar ahora!

-No...por favor, Amo, dije, empezando a sollozar.

-Es suficiente, Juan, dijo Alfredo, Ligia, baja de la silla.

-¿¿Qué?? ¡Pero Alfredo, no puedo dejarla sin castigo!

-No, si fuera tuya para toda la noche, pero se te ha acabado el tiempo.

-Venga, coño, si ni siquiera me he corrido.

Alfredo no respondió. En vez de eso, miró a Juan en silencio y esté se quedó rígido con los ojos en blanco. Poco a poco empezó a contonear las caderas de arriba a abajo y a gemir, cada vez más fuerte, cada vez más rápido. En escasos segundos, con un aullido gutural, eyaculó con más fuerza de la que yo me pudiera haber imaginado nunca, llegando a impregnar el techo (mi techo) de semen. Unos aplausos corearon la hazaña de Juan.

Pasados unos segundos, Juan se dejó caer de rodillas, exhausto. Cogió su ropa y se sentó en una silla, todavía desnudo. El poder de Alfredo no dejaba de asombrarme.

-Ligia, límpialo, ya sabes cómo. Puedes dejar la parte del techo.

-Sí Amo.

Y me puse a lamer y a tragarme todos los restos de semen de Juan, con las manos aún a mi espalda.