La humillación de Ligia (XVI)
Alfredo otorga a todos los invitados el poder de controlar a Ligia.
Después de la cena
Me encontraba de pie en medio del semicírculo formado por mis 19 subordinados y Alfredo, totalmente a su merced. Les había servido una copa a cada uno y charlaban distendidamente mientras yo permanecía inmóvil. Parecían ignorarme deliberadamente, hasta que Alfredo habló.
-Bueno, queridos compañeros, ahora tengo una sorpresa muy especial para que nos divirtamos un poco con nuestra jefa. Veréis, ella está ahora bajo mi completo control y puede hacer todo lo que yo le diga.
-¿En serio?
-Joder, cómo mola.
-Y esta noche, os voy a dar a cada uno la oportunidad de controlarla por turnos. Ligia, escúchame atentamente.
Me puse inmediatamente tensa y de nuevo la realidad pareció reducirse a la penetrante voz de Alfredo.
-Sí Amo.
-Vas a obedecer las órdenes de todos tus empleados. Sin excepción. ¿Está claro?
-Sí, sí, Amo.
Inmediatamente, me sentí sujeta a 19 cadenas más.
-¿Bueno, quién empieza?, dijo Alfredo, con una palmada de aprobación.
-Yo misma, dijo Sofía.
-Venga, adelante.
Sofía se levantó y me miró fijamente de arriba a abajo.
-¿De verdad hará todo lo que le pido?
-Sí, puedes controlar incluso cosas que ella misma no podría, dijo Alfredo.
-A ver, Ligia, quiero que te entre una gran diarrea, ahora!
Inmediatamente, comencé a sentir unos dolorosos retortijones en la tripa, doblándome hacia abajo. Unos comentarios de exclamación se escucharon inmediatamente.
-¡No jodas, es verdad!
-No, esa puta está fingiendo.
-¡Mira, jajaja!
Necesitaba ir al baño, ahora, ya, o lo pondría todo perdido. No podría aguantar mucho.
-Vamos Ligia, dijo Sofía, te acompaño al baño.
Mis invitados rieron y me aplaudieron viendo irme encogida de dolor hasta el cuarto de baño. Una vez allí, y en cuanto me senté en el retrete, solté una buena andanada, quedándome totalmente vacía por dentro.
-Guau, pues sí que funciona, ahora hueles realmente a tí, dijo Sofía. Limpiate bien, y vuelve al salón, me dijo con un tono autoritario mientras ella me dejaba sola.
Como no tuve más remedio desde que empezó esta pesadilla, obedecí dócilmente. Me limpié a fondo y volví al salón, donde Sofía estaba de pie, esperándome con una sonrisa maliciosa.
-Vamos a hacer un juego muy divertido, dijo Sofía. Tienes 3 minutos para correrte. Si no lo haces, recibirás un severo castigo, zorra. Ya puedes empezar.
¿Q...qué? 3 minutos para correrme...me quedé en blanco durante unos valiosos segundos, y luego empecé a estimularme la vagina, frotándome los labios y los pechos. Estuve así unos cuantos segundos pero la tensión y el miedo me impedía concentrarme, no lograba excitarme.
Me obligué a cerrar los ojos y a pensar en mis fantasías favoritas, pero estas se negaban a aparecer.
-Te quedan 2 minutos.
Cuanto más lo intentaba, más nerviosa me ponía y más difícil se me hacía. Me obligué a moverme más despacio, porque a este ritmo no iba a conseguir nada. Mi mente me jugó una mala pasada pensando en todos los que ahora me estaban mirando y posiblemente grabando, lo cual no me ayudó en absoluto.
-Un minuto, puta.
¡Por fin, por fin, parecía que estaba reaccionando, me estaba excitando! De repente se me antojó más fácil. Si me lo proponía lo podía conseguir. Me concentré en lo que sentía cuando tenía un orgasmo, deseé llegar hasta esa sensación, y...
-¡Tiempo!
No, no, no...
-Puta estúpida, ¿es qué no sabes obedecer una orden? ¡¡Prepárate para el castigo!!
-Sí, Sofía.
-Para tí soy tu Señora, puta.
-Sí, mi Señora.
-Pon las manos en la pared, a la altura de los hombros, no las separes hasta que yo te lo ordene, piernas separadas ¿Has entendido?
-Sí, mi Señora.
Sofía se quitó un foulard de seda que llevaba al cuello y lo enrolló para darle más consistencia.
-¿Qué es esto, puta?
-Es...es un foulard, mi Señora.
-No, zorra, es un látigo, y te voy a atizar con él, y como es un látigo te dolerá horriblemente, ¿entiendes?
-Sí, mi Señora.
Se me erizó todo el vello de mi piel del miedo que ahora sentía.
Sin esperar más, Sofía me atizó con el foulard en el culo. Lo que debería haber sido una simple caricia para mí fue un estallido de dolor indescriptible.
-¡¡Aaaaaaaaghh!!
En mi mente la piel de mi trasero se acababa de hacer trizas y ya esperaba que la sangre empezara a manar de un momento a otro.
Otro azote más en la corva derecha, que me arrancó otro grito.
-¡¡¡Aaaagh!!!
Otro azote en mi hombro izquierdo, que me resultó especialmente doloroso.
-¡¡¡Aaaaggh, basta por favor!!!
Detrás de la nube de dolor me parecía escuchar risas de los demás.
Un azote en la zona lumbar.
Otro a la zona alta de la espalda.
Huelga decir que perdí la cuenta de cuántos azotes me llevé. Al poco estaba empapadada en sudor y me costaba respirar, el pelo me tapaba la cara de los respingos de dolor que daba a cada golpe.
Comencé a perder la fuerza en las piernas y noté que me caía de rodillas, pero a mitad de camino mis piernas se pararon por propia y dolorosa voluntad. Comprendí al instante que no podían seguir su camino porque no se me permitía separar las manos del punto de la pared donde las había puesto.
-Creo que ya es suficiente, pero se me han antojado un par más. Ponte de pie y date la vuelta, zorra. Las manos a la nuca.
-Sí, mi Señora.
Con todo el cuerpo temblando obedecí. Esta vez me atizó con el maldito foulard en los pechos, haciéndome gritar y gimotear con todas mis fuerzas.
-Separa más las piernas.
No, ahí no por favor, pensé mientras obedecía.
Un golpe en la entrepierna me llenó de un dolor horrible. Mi cuerpo se dobló y me quedé sin fuerzas para gritar.
-Suficiente, puedes descansar.
Me dejé caer como un muñeco de trapo al suelo y me acurruqué hecha una bola todo lo que pude, intentando volver a respirar.
-Esto ha sido por todos los años que he tenido que aguantarte, pedazo de puerca.
Aplausos. Por el rabillo del ojo pude ver que Sofía hacía una reverencia teatral. Y risas. Y comentarios.
-¡Esto es la leche!
-¡Joder, lo que se me está ocurriendo cuando me toque!
-¡Alfredo, eres el puto amo!
Y esto sólo acababa de empezar.