La humillación de Ligia (XIX)
La fiesta alcanza su clímax con una orgía. Este es el penúltimo capítulo. El siguiente es un epílogo.
La orgía
-Bien, dijo Alfredo, ahora que todos os habéis divertido un poco con la jefa, ¿qué os apetece hacer?
-Joder Alfredo, yo estoy muy caliente, quiero follar.
-Y yo, tengo el coño todo mojado.
-¿Quieres que te lo repase por dentro, guapa?
-Jijiji.
Mientras las conversaciones obscenas seguían, todos mis subordinados se quitaban la ropa y se fueron desplazando hacia la alfombra, donde seguía de rodillas. Se formaron varias parejas y algunos tríos. Dos hombres y una mujer comenzaron a masturbarse mientras veían a los demas.
-Tú, puta, cierra los ojos y chúpamela, me ordenó Carlos. Obedecí sin poder evitarlo, pues todavía tenía en mi mente la orden de Alfredo de obedecer a todos los invitados. Recordando la posición de Carlos justo antes de cerrar los ojos, me puse de rodillas y comencé a chupársela.
Un fuerte olor a ambos sexos comenzó a llenar toda la estancia. Mientras se la chupaba a Carlos, alguien a mi derecha me ordenó:
-¡Meneamela, puta, vamos!
Yo, sin poder dejar de chupar el pene de Carlos y sin poder abrir los ojos, comencé a buscar a tientas el sexo de quien me dió la orden. Al no poder encontrarlo, una terrible ansiedad me inundó al no poder cumplir la orden que me habían encomendado. Busqué más rápido con mi mano mientras intentaba seguir el ritmo de la felación de Carlos. Por fin, encontré la verga y sin más demora comencé a masturbarle.
El hecho de verme sometida a varios dueños a la vez me inundó de terror. Verme expuesta a varias órdenes a la vez había resultado una experiencia corta, pero agónica. Para mi desgracia, una tercera voz, esta vez femenina, me llegó desde mi izquierda:
-¿Qué haces con una mano libre, zorra? ¡Usala conmigo, vamos, mi clítoris necesita compañía!
Lancé mi mano izquierda, rápido pero prudentemente, a la búsqueda del clítoris que me liberaría de la horrible necesidad de obedecer. Solo quería darle placer, liberarme de la agonía que empezaba a crecer en mi cerebro al no poder cumplir una orden.
Mi mano esta vez sólo tocaba aire, mi respiración parecía cortarse y agitarse al mismo tiempo. Tenía que dividir mi mente en tres tareas igual de importantes con mi boca y mis manos, y no podía, no podía y sufría horriblemente por ello.
-¡Esclava inútil!, me gritó la voz femenina, dándome un manotazo en la cabeza y cogiendo mi mano libre para llevarla a su coño.
Agradecí infinitamente aquel gesto y me pusé a darle placer lo mejor que pude, sintiendo el alivio de ver retroceder la horrible ansiedad que crecía en mi mente.
Hice un esfuerzo por no dejarme llevar por el pánico. Me sentía como si estuviera atada a varias cadenas y una de ella pudiera tirar de repente y arrancarme alguna extremidad si mi nivel de alerta bajara lo más mínimo. Tal era la tensión a la que ahora me veía sometida.
Unas manos me agarraron por detras y me obligaron a inclinar el culo y abrir las piernas, tras lo cual me penetraron analmente con saña. Una mano a su vez empezó a manosearme el coño, introduciéndome con brusquedad algo que no supe identificar y frotando mi clítoris sin ningún cuidado. Algunas palmadas se dejaron caer sobre mis doloridas nalgas, y otra mano se enredó sobre mi pelo y me lo tiró hacia arriba, obligándome a hacer fuerza para seguir con la mamada a Carlos.
Algunas risas se escucharon. Otra mano comenzó a sobarme un pecho y a retorcerme el pezón dolorosamente. Otra mano pasó a hacer lo mismo con el otro pecho.
El dolor por infinitas partes de mi cuerpo y sobre todo, la absoluta indefensión que sentía me hicieron llorar a lágrima viva. Esto hizo que mi nariz se taponara y que me costara respirar ya que seguía teniendo la polla de Carlos en la boca. Quería desconectar mi mente y que todo esto terminara, pero no me estaba permitido. Tenía que concentrarme con todo mi ser en lo que estaba haciendo.
Carlos empezó a convulsionarse más rápido y eyaculó en mi boca, llenándomela con el sabor a semen. Antes de que pudiera siquiera derramar una gota, se apartó rápidamente y volvió a meter su polla. No, no su polla, la polla de otro. Tenía que empezar de nuevo.
La vagina que estaba estimulando con mi mano izquierda se me escapó y la horrible angustia comenzó a hacer acto de presencia. Rapidamente la busqué, mi cuerpo se puso en tensión y dejé escapar gemidos lastimeros, provocando risas a mi alrededor.
-Venga, no seas mala, Sofía, no le quites el juguetito al bebé.
Más risas.
Por fin, mis manos rozaron un muslo y rápidamente pude volver a tocar el húmedo clítoris, recobrando poco a poco la normalidad.
Mi mano derecha cumplió su objetivo y se llenó de semen, siendo sustituida por una vagina. Los embistes en mi culo se hicieron más fuertes, casi salvajes, y dolorosos. Quienquiera que me estuviera sodomizando se corrió y celebró su victoria con una fuerte palmada en mi trasero que me estuvo latiendo un buen rato.
Un gemido de mujer. Mi mano izquierda había tenido exito y Sofía (¿era Sofía?) se había corrido.
-Bien, putita, ahora, chúpate los dedos, prueba mis jugos.
¿Chuparme los dedos? ¿Mientras hago una mamada? Intenté meterme los dedos en la boca a la vez que la verga, para lo cual tuve que abrir la boca tanto que mi mandíbula se quejó de dolor.
Una multitud de manos comenzó entonces a sobar todas las partes de mi cuerpo. No a sobar, a violarme con ellas, a invadirme. Sentí todos los rincones de mi cuerpo mancillados, todo ultrajado, todo rebajado.
Y entonces pasó. Me corrí de repente. No sé si mi cuerpo lo vio venir, ya que estaba tan sobrepasada por los acontecimientos que no presté atención a eso. Pero me corrí. Mi cuerpo se contrajo fuertemente, gemí con toda la fuerza que podía teniendo una verga en mi boca y mis piernas se sacudieron con espasmos tan fuerte que dolían.
Entonces oí unos aplausos y noté que mi cuerpo dejaba de obedecerme. Perdía la fuerza y mi pensamiento se hizo más y más transparente, hasta que finalmente, me desmayé.