La humillación de Ligia (XIV)

Comienza la fiesta con los subordinados de Ligia.

La fiesta

Las siguientes cuatro horas estuve tan atareada que literalmente no pensé en otra cosa que no fueran los preparativos. Con una sola orden suya me obsesioné en que todo quedara perfecto para sus invitados. Limpié, compré, y cociné sin descanso todo ese tiempo. Al final, me encontraba más extenuada de mente que de cuerpo, pues tanto pensamiento obsesivo me dejaba agotada.

Cuando acabé, me dirigí al Amo con miedo.

-Amo, ya he acabado.

El Amo miró alrededor, la mesa para la cena, las copas, la decoración. Hasta la luz ambiental.

-Bien. Date una ducha con agua fría. Luego arréglate bien. Ponte el vestido rojo. Sin zapatos, ni medias, ni ropa interior. Luego espera allí hasta que te llame. Cuando bajes, les dirás a los invitados este pequeño discurso, me dijo, mientras me daba una hoja de papel, memorízalo.

-Sí Amo.

Una vez en la ducha, me apresuré a limpiarme lo más rápido que pude, pues estaba tiritando de frío. Obligarme a seguir sus órdenes cuando él no estaba presente lo hacía doblemente humillante para mí.

Una vez duchada, me maquillé y peiné con esmero, como él deseaba, y me puse el vestido rojo, nada más. Era un vestido de una sola pieza, con un escote generoso y una falda un poco por encima de las rodillas.

Me senté en la cama y me puse a memorizar el discurso. Sentía que cada palabra que leía se me grababa a fuego en la memoria. Sólo tendría que leerlo una vez, estaba segura. Conforme leía, el miedo se apoderaba de mí. No podía decirle esto a mis empleados. Me iba a humillar delante de todos ellos. Por enésima vez quise escapar con todas mis fuerzas. Solté el papel, que ya había memorizado y me dirigí a la ventana con intención de saltar, sin importarme el daño que me hiciera. En cuanto la idea de saltar se formó en mi mente, un doloroso  pitido de angustia se apoderó de mí. La mera idea de seguir luchando hacía que el dolor fuera más intenso. Retrocedí hasta la cama lo más rápido que pude, golpeándome el pie contra el pie de la cama. Las lágrimas comenzaron a aflorar sin control y pensé estúpidamente que ahora tendría que maquillarme de nuevo.

Al cabo de un rato, sonó el timbre de la puerta. Alfredo debió de abrir, y escuché un montón de gente entrando. Parecía que habían venido todos de golpe. No me extrañaba, viniendo de él, que les hubiera ordenado que se presentaran a las 9 en punto.

Momentos después, y trás el ruido de las sillas al sentarse, Alfredo comenzó a hablar. Me pegué a la puerta para escuchar lo que oían, andando de puntillas incoscientemente por miedo a que me oyeran.

-En primer lugar, gracias a todos mis excompañeros de trabajo por haber venido. Gracias a todos que fuísteis a venir a visitarme al hospital.

Yo no fuí a visitarle.

-Todos juntos hemos sido un gran apoyo entre nosotros contra la tiranía de la empresa, ejecutada cruelmente por nuestros jefes. Pero hoy amigos, vamos a obtener una pequeña compensación por todos estos atropellos que hemos sufrido. Ya puedes bajar.

-Mi mano abrió la puerta. Mi cuerpo salío. No quería, no, no, pero mi cuerpo obedecía ciegamente. Bajé las escaleras y ahí ví a todos mirándome.

Cuando me vieron, dejaron soltar una pequeña exclamación de sorpresa. Algunos me miraban con sonrisas crueles y otros con pura expresión de odio. Sin poder evitarlo, comencé a hablar.

-He...he sido muy injusta con todos vosotros. Os he tratado como a simple maquinaria

(sólo obedecía ordenes ¿no lo entendéis?, vosotros hubiérais hecho lo mismo, maldita sea)

cuando el personal humano es lo más valioso de una empresa. Me arrepiento de todo corazón de mi trato hacia vosotros. Por eso, durante esta noche, me ofrezco para hacer penitencia y serviros en todo lo que deseéis, para intentar compensar mínimamente mi miserable actitud.

Pasaron un par de segundos de silencio, y entonces comenzaron a aplaudir. Algunos soltaron algunas risotadas. Tenían algo en sus miradas que me recordaba algo, y entonces lo comprendí. El Amo había deshinibido sus mentes, tal y como había hecho esta mañana con María. Me encontraba completamente a merced de 18 personas sin inhibiciones a los que había tratado como la mierda todos estos años.

Alfredo me sugirió lo que debía hacer ahora.

-Una buena anfitriona no debe hacer esperar a sus invitados. ¿Por qué no sirves vino, Ligia?

-¡Eso, eso, supongo que será vino del caro no? ¡Con lo que cobra nuestra queridísima jefa!

Risas al unísono.

Fui a la cocina y  descorché una botella. Efectivamente, era vino caro. Muy caro. Me dirigí a las mesas con paso asustado y la mirada baja y comencé a servir.

Primero serví a Alfredo, el cual no se movió ni un milímetro. Era el que menos miedo me daba ahora, curiosamente. Cuando pasé al siguiente, Julián, mientras le servía el vino, me miró intensamente de arriba a abajo, escrutándome el escote sin ningún reparo.

La siguiente era Sofía. Era una chica con poca personalidad, maleable y dócil, hecho que aproveché al máximo por el bien de la empresa. Ahora me miraba como un tigre a punto de devorar a su presa.

Mientras le servía el vino, se inclinó hacía atrás y empezó a observarme el culo, para pasar rápidamente a sopesarlo arriba y abajo con ambas manos.

-Oye, puta, ¿cuánto te has gastado en liposucción eh? ¡No me digas que esto es natural!

Intentando ignorarla, seguí sirviendo el vino, cuando una punzada horrible me taladró el cerebro.

¿Qué estás haciendo? me grité a mí misma. Contéstala, se una buena anfitriona.

-No, mi culo es natural, no me he operado.

Todos se rieron.

-Normal, dijo Carlos, sentado al lado, si Alfredo te lo estuvo lamiendo tanto tiempo, te lo tenía gastado, gastado.

Carcajadas desagradables. Alfredo dejó escapar una sonrisa.

-Y mira cómo lo trataste, pedazo de puerca, dijo de repente muy serio.

Todos enmudecieron. Parecían una sola persona.

-Sigue sirviendo el vino, estúpida.

Pasé a servir el vino a Carlos y éste comenzó a sobarme las piernas por debajo de la falda sin piedad. No tardó en darse cuenta de lo inevitable.

-¡Jaja, fijáos esta zorra no lleva bragas!, dijo, poniéndose de pie y subiéndome la falda hasta la altura de mi ombligo.

Risas. De ellos y de ellas. Todos disfrutaban.

Por fin me bajó la falda y pude terminar de servirle el vino.

-Espera, me dijo Carlos, necesito catarlo antes.

Y en un movimiento brusco y que me pilló por sorpresa, introdujo mi mano por debajo de la falda y metió dos de sus dedos en mi coño, haciéndome exclamar un grito de dolor y dar un pequeño salto que casi hace que se me caiga la botella.

-¿Qué clase de anfitriona recibe a sus invitados con el coño medio seco? Anda, piensa en algo que te ponga cachonda, como despedir a un subordinado.

Risas.

Sacó los dedos y los mojó en el vino, chupándolos luego, con teatralidad.

-No está mal. El vino, quiero decir.

Risas y aplausos espontáneos.

Durante la interminable sesión de servir el vino, me introdujeron 7 dedos en el coño, 4 en el culo, y mojaron mis pezones en el vino 3 veces. Uno me agarró del pelo con fuerza y me obligó a darle un beso con lengua. Cuando tuve que ir a por otra botella, me ordenaron que la abriera ahí.

-Seguro que esta puta aprovecha para metérsela en la cocina cuando nadie mira,  dijo Sofía. Más risas.

Cuando abrí la botella, el siguiente en ser servido cogió el tapón y me lo introdujo con brusquedad en el ano. Grité de puro dolor.

El vino me escocía la zona sensible y los bordes del tapón me apretaban en las nalgas, obligándome a separar un poco las piernas.

Afortunadamente el siguiente me quitó el tapón, pero para mi horror lo depositó en su copa.

-Esta es tu copa, tú beberás de esta. Tráeme otra a mí.

Más risas horribles.

Una vez finalizado el horrible ritual de servir el vino, la gente empezó a comer aperitivos.

-Perra, si quieres comer, pide debajo de la mesa, me ordenó Alfredo.

-Sí Amo.

Un murmullo de complicidad sonó al escuchar cómo había llamado a Alfredo.

-Alfredo, cuéntanos que le has hecho a esta zorra obsesiva, dijo Antonio.

-Oye, debes tener una verga muy grande para tenerla así de domesticada, ¿eh?, a ver cuándo nos la enseñas, dijo Isabel, con la boca llena de una canapé de queso.

-Este pedazo de mierda más que una verga grande necesita una buena correa y un bozal, respondió Carlos.

Todo esto lo oía a cuatro patas debajo de la mesa, mientras todos comían. La conversación era todo del mismo tipo. Me insultaban y mostraban su opinión sobre mí abiertamente, de la forma más burda posible. Una mano femenina bajó debajo de la mesa y agitó un trozo de canapé de paté. Fuí, solicita a comer de su mano. Cuando me lo tragué, ella seguía agitando la mano y me dí cuenta de que quería que le lamiera los restos de paté que tenía sobre la mano, lo cual hice con disgusto.

Luego una mano de hombre, no sé quién me ofreció otro canapé, pero masticado. Un pegote de saliva brillaba encima de la masa. Me negué a tragar eso, pero el dueño del canapé perdió rápidamente la paciencia.

-¿Qué te pasa, eres una puta delicada? ¡Ven aquí ahora mismo y come de mi mano!

Al decir esto, unas cuantas piernas empezaron a darme puntapiés para que me obedeciera. Varias cabezas me miraban divertidas por debajo de la mesa. No tuve más remedio que obedecer, y tratando de no pensar en el asco que sentía, lo cogí con la boca y me lo tragué lo más rápido que pude.

-Suficiente, dijo Alfredo, Ligia, deja de comer como una cerda y atiende a tus invitados.

Obediente, salí de la mesa. No sabía si debía de sentirme aliviada o no.

-Ponte a cuatro patas y empieza dar vueltas a la mesa, por si alguien necesita algo.

-Sí, Amo.

Me puse a dar vueltas a cuatro patas, mientras los demás charlaban animadamente y reían. Parecía por un momento que se habían olvidado de mí. Por supuesto, la alegría no duró mucho. Alguien me levantó la falda hasta mi espalda, dejándome con todo el culo a la vista.

-¿Quieres probar este chorizo frito, Sofía?, esa voz era de Gabriela, que se encargaba de los correos.

-Sí, por supuesto, dijo Sofía.

-Te lo paso por correo interno. Ten cuidado que quema.

Más risas. De repente, noté que Gabriela depositaba algo en mi espalda, cerca del culo, algo muy caliente, algo que me quemaba. Entendí entonces la broma del correo interno. Yo tenía que llevarle el chorizo a Sofía, que estaba en la otra punta de la mesa, mientras el chorizo con el aceite caliente me quemaba cruelmente la espalda.

Dejé escapar un pequeño grito de dolor, lo cual no hizo sino avivar las risas a mi alrededor.

-Como se te caiga te espera una buena, zorra, me dijo despectivamente Gabriela.

-Sí, Gabriela.

Continué dando la vuelta conteniendo las ganas de gritar. A cada movimiento el pincho de chorizo se bamboleaba quemándome la piel de alrededor. En un movimiento sentí que el chorizo se movió más de lo normal, quemándome zonas nuevas, y lo que es peor, tentando demasiado la suerte de que se me cayera. Para mi desgracia, me obligué a andar  más despacio para conservarlo sobre mi espalda.

-Oh pobrecita, ¿te quema el chorizo?

Era Luis, el informático. Luis era uno de los que más había abusado en estos años, obligándole a quedarse innumerables noches por culpa de la página web de la empresa, corrigiendo incontables errores que tenía la chapuza que nos había hecho un informático externo. Como dicho informático era sobrino del director, no podíamos objetarle nada, así que Luis cargaba con el muerto.

-Sí, Luis, me quema bastante.

-No te preocupes, que te voy a dar algo para compensarte un poco.

Y entonces cogió un hielo de la cubitera y me lo introdujo en el ano con brusquedad. Esta vez dejé escapar un grito bastante alto haciendo que mi público estallara en aplausos y risas, más risas.

-¿Estás mejor eh?

-Sí...gracias, Luis.

-Ahora sigue, no dejes a los demás desatendidos. Ya me devolverás el favor más adelante.

Las risas y los comentarios jocosos que vinieron después me sirvieron para que los restantes invitados hasta llegar a Sofía me dejaran tranquila, pudiendo llegar, por fin hasta ella.

Sofía cogió el chorizo por el palillo de madera, para no quemarse, aunque ya había perdido bastante calor por el contacto con mi cuerpo. y se lo metió en la boca. Acto seguido lo escupió al suelo.

-Gracias, Gabriela, pero no me gusta demasiado. Perra, limpia eso.

Me dispuse a cogerlo con las manos para tirarlo a la basura, pero Sofía me dió un fuerte manotazo en la nuca.

-¿Pero qué haces estúpida? ¡¡Cómetelo, y no uses las manos!!

-Sí, Sofía, dije, servil.

Me agaché y me comí la comida escupida del suelo. Por mucho que lo hiciera, no me acostumbraba ni disminuía el asco que sentía.

-Vale, Ligia, es hora de traer el primer plato, dijo Alfredo.

La fiesta

Las siguientes cuatro horas estuve tan atareada que literalmente no pensé en otra cosa que no fueran los preparativos. Con una sola orden suya me obsesioné en que todo quedara perfecto para sus invitados. Limpié, compré, y cociné sin descanso todo ese tiempo. Al final, me encontraba más extenuada de mente que de cuerpo, pues tanto pensamiento obsesivo me dejaba agotada.

Cuando acabé, me dirigí al Amo con miedo.

-Amo, ya he acabado.

El Amo miró alrededor, la mesa para la cena, las copas, la decoración. Hasta la luz ambiental.

-Bien. Date una ducha con agua fría. Luego arréglate bien. Ponte el vestido rojo. Sin zapatos, ni medias, ni ropa interior. Luego espera allí hasta que te llame. Cuando bajes, les dirás a los invitados este pequeño discurso, me dijo, mientras me daba una hoja de papel, memorízalo.

-Sí Amo.

Una vez en la ducha, me apresuré a limpiarme lo más rápido que pude, pues estaba tiritando de frío. Obligarme a seguir sus órdenes cuando él no estaba presente lo hacía doblemente humillante para mí.

Una vez duchada, me maquillé y peiné con esmero, como él deseaba, y me puse el vestido rojo, nada más. Era un vestido de una sola pieza, con un escote generoso y una falda un poco por encima de las rodillas.

Me senté en la cama y me puse a memorizar el discurso. Sentía que cada palabra que leía se me grababa a fuego en la memoria. Sólo tendría que leerlo una vez, estaba segura. Conforme leía, el miedo se apoderaba de mí. No podía decirle esto a mis empleados. Me iba a humillar delante de todos ellos. Por enésima vez quise escapar con todas mis fuerzas. Solté el papel, que ya había memorizado y me dirigí a la ventana con intención de saltar, sin importarme el daño que me hiciera. En cuanto la idea de saltar se formó en mi mente, un doloroso  pitido de angustia se apoderó de mí. La mera idea de seguir luchando hacía que el dolor fuera más intenso. Retrocedí hasta la cama lo más rápido que pude, golpeándome el pie contra el pie de la cama. Las lágrimas comenzaron a aflorar sin control y pensé estúpidamente que ahora tendría que maquillarme de nuevo.

Al cabo de un rato, sonó el timbre de la puerta. Alfredo debió de abrir, y escuché un montón de gente entrando. Parecía que habían venido todos de golpe. No me extrañaba, viniendo de él, que les hubiera ordenado que se presentaran a las 9 en punto.

Momentos después, y trás el ruido de las sillas al sentarse, Alfredo comenzó a hablar. Me pegué a la puerta para escuchar lo que oían, andando de puntillas incoscientemente por miedo a que me oyeran.

-En primer lugar, gracias a todos mis excompañeros de trabajo por haber venido. Gracias a todos que fuísteis a venir a visitarme al hospital.

Yo no fuí a visitarle.

-Todos juntos hemos sido un gran apoyo entre nosotros contra la tiranía de la empresa, ejecutada cruelmente por nuestros jefes. Pero hoy amigos, vamos a obtener una pequeña compensación por todos estos atropellos que hemos sufrido. Ya puedes bajar.

-Mi mano abrió la puerta. Mi cuerpo salío. No quería, no, no, pero mi cuerpo obedecía ciegamente. Bajé las escaleras y ahí ví a todos mirándome.

Cuando me vieron, dejaron soltar una pequeña exclamación de sorpresa. Algunos me miraban con sonrisas crueles y otros con pura expresión de odio. Sin poder evitarlo, comencé a hablar.

-He...he sido muy injusta con todos vosotros. Os he tratado como a simple maquinaria

(sólo obedecía ordenes ¿no lo entendéis?, vosotros hubiérais hecho lo mismo, maldita sea)

cuando el personal humano es lo más valioso de una empresa. Me arrepiento de todo corazón de mi trato hacia vosotros. Por eso, durante esta noche, me ofrezco para hacer penitencia y serviros en todo lo que deseéis, para intentar compensar mínimamente mi miserable actitud.

Pasaron un par de segundos de silencio, y entonces comenzaron a aplaudir. Algunos soltaron algunas risotadas. Tenían algo en sus miradas que me recordaba algo, y entonces lo comprendí. El Amo había deshinibido sus mentes, tal y como había hecho esta mañana con María. Me encontraba completamente a merced de 18 personas sin inhibiciones a los que había tratado como la mierda todos estos años.

Alfredo me sugirió lo que debía hacer ahora.

-Una buena anfitriona no debe hacer esperar a sus invitados. ¿Por qué no sirves vino, Ligia?

-¡Eso, eso, supongo que será vino del caro no? ¡Con lo que cobra nuestra queridísima jefa!

Risas al unísono.

Fui a la cocina y  descorché una botella. Efectivamente, era vino caro. Muy caro. Me dirigí a las mesas con paso asustado y la mirada baja y comencé a servir.

Primero serví a Alfredo, el cual no se movió ni un milímetro. Era el que menos miedo me daba ahora, curiosamente. Cuando pasé al siguiente, Julián, mientras le servía el vino, me miró intensamente de arriba a abajo, escrutándome el escote sin ningún reparo.

La siguiente era Sofía. Era una chica con poca personalidad, maleable y dócil, hecho que aproveché al máximo por el bien de la empresa. Ahora me miraba como un tigre a punto de devorar a su presa.

Mientras le servía el vino, se inclinó hacía atrás y empezó a observarme el culo, para pasar rápidamente a sopesarlo arriba y abajo con ambas manos.

-Oye, puta, ¿cuánto te has gastado en liposucción eh? ¡No me digas que esto es natural!

Intentando ignorarla, seguí sirviendo el vino, cuando una punzada horrible me taladró el cerebro.

¿Qué estás haciendo? me grité a mí misma. Contéstala, se una buena anfitriona.

-No, mi culo es natural, no me he operado.

Todos se rieron.

-Normal, dijo Carlos, sentado al lado, si Alfredo te lo estuvo lamiendo tanto tiempo, te lo tenía gastado, gastado.

Carcajadas desagradables. Alfredo dejó escapar una sonrisa.

-Y mira cómo lo trataste, pedazo de puerca, dijo de repente muy serio.

Todos enmudecieron. Parecían una sola persona.

-Sigue sirviendo el vino, estúpida.

Pasé a servir el vino a Carlos y éste comenzó a sobarme las piernas por debajo de la falda sin piedad. No tardó en darse cuenta de lo inevitable.

-¡Jaja, fijáos esta zorra no lleva bragas!, dijo, poniéndose de pie y subiéndome la falda hasta la altura de mi ombligo.

Risas. De ellos y de ellas. Todos disfrutaban.

Por fin me bajó la falda y pude terminar de servirle el vino.

-Espera, me dijo Carlos, necesito catarlo antes.

Y en un movimiento brusco y que me pilló por sorpresa, introdujo mi mano por debajo de la falda y metió dos de sus dedos en mi coño, haciéndome exclamar un grito de dolor y dar un pequeño salto que casi hace que se me caiga la botella.

-¿Qué clase de anfitriona recibe a sus invitados con el coño medio seco? Anda, piensa en algo que te ponga cachonda, como despedir a un subordinado.

Risas.

Sacó los dedos y los mojó en el vino, chupándolos luego, con teatralidad.

-No está mal. El vino, quiero decir.

Risas y aplausos espontáneos.

Durante la interminable sesión de servir el vino, me introdujeron 7 dedos en el coño, 4 en el culo, y mojaron mis pezones en el vino 3 veces. Uno me agarró del pelo con fuerza y me obligó a darle un beso con lengua. Cuando tuve que ir a por otra botella, me ordenaron que la abriera ahí.

-Seguro que esta puta aprovecha para metérsela en la cocina cuando nadie mira,  dijo Sofía. Más risas.

Cuando abrí la botella, el siguiente en ser servido cogió el tapón y me lo introdujo con brusquedad en el ano. Grité de puro dolor.

El vino me escocía la zona sensible y los bordes del tapón me apretaban en las nalgas, obligándome a separar un poco las piernas.

Afortunadamente el siguiente me quitó el tapón, pero para mi horror lo depositó en su copa.

-Esta es tu copa, tú beberás de esta. Tráeme otra a mí.

Más risas horribles.

Una vez finalizado el horrible ritual de servir el vino, la gente empezó a comer aperitivos.

-Perra, si quieres comer, pide debajo de la mesa, me ordenó Alfredo.

-Sí Amo.

Un murmullo de complicidad sonó al escuchar cómo había llamado a Alfredo.

-Alfredo, cuéntanos que le has hecho a esta zorra obsesiva, dijo Antonio.

-Oye, debes tener una verga muy grande para tenerla así de domesticada, ¿eh?, a ver cuándo nos la enseñas, dijo Isabel, con la boca llena de una canapé de queso.

-Este pedazo de mierda más que una verga grande necesita una buena correa y un bozal, respondió Carlos.

Todo esto lo oía a cuatro patas debajo de la mesa, mientras todos comían. La conversación era todo del mismo tipo. Me insultaban y mostraban su opinión sobre mí abiertamente, de la forma más burda posible. Una mano femenina bajó debajo de la mesa y agitó un trozo de canapé de paté. Fuí, solicita a comer de su mano. Cuando me lo tragué, ella seguía agitando la mano y me dí cuenta de que quería que le lamiera los restos de paté que tenía sobre la mano, lo cual hice con disgusto.

Luego una mano de hombre, no sé quién me ofreció otro canapé, pero masticado. Un pegote de saliva brillaba encima de la masa. Me negué a tragar eso, pero el dueño del canapé perdió rápidamente la paciencia.

-¿Qué te pasa, eres una puta delicada? ¡Ven aquí ahora mismo y come de mi mano!

Al decir esto, unas cuantas piernas empezaron a darme puntapiés para que me obedeciera. Varias cabezas me miraban divertidas por debajo de la mesa. No tuve más remedio que obedecer, y tratando de no pensar en el asco que sentía, lo cogí con la boca y me lo tragué lo más rápido que pude.

-Suficiente, dijo Alfredo, Ligia, deja de comer como una cerda y atiende a tus invitados.

Obediente, salí de la mesa. No sabía si debía de sentirme aliviada o no.

-Ponte a cuatro patas y empieza dar vueltas a la mesa, por si alguien necesita algo.

-Sí, Amo.

Me puse a dar vueltas a cuatro patas, mientras los demás charlaban animadamente y reían. Parecía por un momento que se habían olvidado de mí. Por supuesto, la alegría no duró mucho. Alguien me levantó la falda hasta mi espalda, dejándome con todo el culo a la vista.

-¿Quieres probar este chorizo frito, Sofía?, esa voz era de Gabriela, que se encargaba de los correos.

-Sí, por supuesto, dijo Sofía.

-Te lo paso por correo interno. Ten cuidado que quema.

Más risas. De repente, noté que Gabriela depositaba algo en mi espalda, cerca del culo, algo muy caliente, algo que me quemaba. Entendí entonces la broma del correo interno. Yo tenía que llevarle el chorizo a Sofía, que estaba en la otra punta de la mesa, mientras el chorizo con el aceite caliente me quemaba cruelmente la espalda.

Dejé escapar un pequeño grito de dolor, lo cual no hizo sino avivar las risas a mi alrededor.

-Como se te caiga te espera una buena, zorra, me dijo despectivamente Gabriela.

-Sí, Gabriela.

Continué dando la vuelta conteniendo las ganas de gritar. A cada movimiento el pincho de chorizo se bamboleaba quemándome la piel de alrededor. En un movimiento sentí que el chorizo se movió más de lo normal, quemándome zonas nuevas, y lo que es peor, tentando demasiado la suerte de que se me cayera. Para mi desgracia, me obligué a andar  más despacio para conservarlo sobre mi espalda.

-Oh pobrecita, ¿te quema el chorizo?

Era Luis, el informático. Luis era uno de los que más había abusado en estos años, obligándole a quedarse innumerables noches por culpa de la página web de la empresa, corrigiendo incontables errores que tenía la chapuza que nos había hecho un informático externo. Como dicho informático era sobrino del director, no podíamos objetarle nada, así que Luis cargaba con el muerto.

-Sí, Luis, me quema bastante.

-No te preocupes, que te voy a dar algo para compensarte un poco.

Y entonces cogió un hielo de la cubitera y me lo introdujo en el ano con brusquedad. Esta vez dejé escapar un grito bastante alto haciendo que mi público estallara en aplausos y risas, más risas.

-¿Estás mejor eh?

-Sí...gracias, Luis.

-Ahora sigue, no dejes a los demás desatendidos. Ya me devolverás el favor más adelante.

Las risas y los comentarios jocosos que vinieron después me sirvieron para que los restantes invitados hasta llegar a Sofía me dejaran tranquila, pudiendo llegar, por fin hasta ella.

Sofía cogió el chorizo por el palillo de madera, para no quemarse, aunque ya había perdido bastante calor por el contacto con mi cuerpo. y se lo metió en la boca. Acto seguido lo escupió al suelo.

-Gracias, Gabriela, pero no me gusta demasiado. Perra, limpia eso.

Me dispuse a cogerlo con las manos para tirarlo a la basura, pero Sofía me dió un fuerte manotazo en la nuca.

-¿Pero qué haces estúpida? ¡¡Cómetelo, y no uses las manos!!

-Sí, Sofía, dije, servil.

Me agaché y me comí la comida escupida del suelo. Por mucho que lo hiciera, no me acostumbraba ni disminuía el asco que sentía.

-Vale, Ligia, es hora de traer el primer plato, dijo Alfredo.