La humillación de Ligia (XIII)

Después de tener sexo con Vivian, Ligia se queda dormida y tiene su tercer sueño. Este relato es en su mayoría microfílico, pero lo pongo aquí por continuidad.

El tercer sueño

Me encuentro otra vez reducida al tamaño de una muñeca. De rodillas y con las manos a la nuca, sobre la mesilla de noche, observo a mi amo que se prepara para salir, mientras silba una melodía. Permanezco lo más quieta que puedo, a pesar de que la postura ya me resulta dolorosa del tiempo que llevo en ella. El amo se acerca hacía mí, y para mí es como si un rascacielos fuera a derrumbarse encima mía. Hago un esfuerzo por controlarme. Mi Amo me ordena con su estruendosa voz que me ponga de pie, brazos en alto. Obedezco y él inmediatamente me levanta con su poderosa mano hasta las alturas. Con la otra mano, me ata las muñecas con una pequeña correa, cerrándola con un simple velcro, lo que para mí es algo imposible de abrir. Repite lo mismo con mis pies. De repente me deja caer y yo dejo escapar un grito de pánico. Mi caida para en seco de repente, con un doloroso tirón de mis manos, y comienzo a bambolearme. Me tiene colgada de una cadena de oro que ha enganchado al velcro de los brazos. Me levanta hasta el nivel de sus ojos. Estoy completamente estirada, mis pechos levantados, mi respiración agitada por la boca, y los temblores del profundo miedo que tengo se traducen en pequeños saltitos. Después de un momento de duda, comienza a andar hacia otra habitación, conmigo colgando de la cadena. Me siento como si estuviera colgando de un helicóptero. Me deposita en una mesa y saca de un cajón un rollo de celo y unas tijeras. Un calambrazo de miedo me recorre el cuerpo al ver esas monstruosas tijeras, y lo que podría hacerme con ellas. En vez de eso, simplemente recorta un pequeño trozo rectangular de celo, y con unas pinzas, me lo coloca en la boca, tapándomela firme y completamente. Por supuesto, no me he atrevido a moverme lo más mínimo durante la operación.

Satisfecho, se cuelga del cuello la cadena con su nuevo colgante, se abrocha la camisa emparedándome entre un muro de tela y otro de piel. Me pregunto cuánto durará esto, y cómo será la agonía de mi cuerpo cuando lleve mucho rato en esta postura.

Salimos a la calle. Es la primera vez que salgo a la calle desde que me capturó. ¿Cuánto tiempo había pasado? Procuro no pensar en eso. Me concentro sólo en sobrevivir.

Baja un par de escalones de dos saltos, y la sacudida que siento me hace entrar terror si esto se va a repetir mucho.

Noto de repente ruido de ciudad y el sol que incide sobre mí a través de la camisa. Estamos en la calle. El sol me calienta con fuerza.

Noto que entramos en un coche y comienza a conducir. De vez en cuando, el coche se para, quizá en un semáforo, y mi Amo aprovecha para meter un dedo entre los botones y sobar mi cuerpo sin delicadeza ninguna.

Al cabo de un rato bajamos del coche. Oigo el estruendo de mucha gente. Muchos gigantes para mí. Siento que se para y suena un timbre. Luego el ruido de una puerta al abrirse. Todo ello monstruosamente amplificado para mi tamaño de insecto.

Mi Amo saluda a alguien, una mujer a juzgar por la voz. De repente la tela de la camisa del Amo se me pega al cuerpo y una presión indescriptible me aprieta contra su pecho, cortándome la respiración. ¡Es un abrazo! Porfavorporfavorquetermine...no puedo respirar no puedo respirar...

El abrazo acaba y, liberados mis pulmones, intento recuperar el aliento, cosa difícil cuando se tiene la boca tapada.

Unos bamboleos hacia adelante y hacia atrás, este último más doloroso, me indican que el Amo se ha sentado. Ella le ofrece beber algo. Le oigo pedir una cerveza. Me muero de sed.

Les oigo hablar durante un rato que se me hace interminable. El Amo se ha sentado al sol y, junto con el calor que emana su enorme cuerpo, estoy completamente empapada en sudor, sufriendo un calor enorme. Tengo sed. Mi cuerpo me duele horrores por la postura tan forzada que llevo, pero, curiosamente, lo que más me preocupa es no estar en condiciones de satisfacer al Amo si él me lo ordenara. Estoy totalmente sumisa a él. Mi mente se ha rendido completamente, y todos sus esfuerzos ya se dedican a hacer el nuevo trabajo que tengo ahora.

Después de una interminable y banal charla, el Amo se levanta, y un nuevo abrazo me aprieta implacablemente. Creo que se están besando. El le dice que tiene una sorpresa para ella. Ella se separa y entonces noto que están desabotonando la camisa. Conforme se abre, una ráfaga de aire fresco me empieza a llegar, que agradezco profundamente.

De repente, a escasos metros (centímetros) de mí, tengo la cara de la mujer, que muestra sorpresa con una sonrisa lasciva. Tengo miedo. La forma en que me mira me aterra. Me coge con su mano y sin miramientos me desabrocha los velcros dejándome las extremidades libres. Mis brazos caen sin fuerza sobre su mano. Me quita el velcro con la punta de su uña y, aunque tiene cuidado, me hace bastante daño. Creo que me ha hecho una herida en la mejilla.

Le dice a mi Amo con cara de asco que estoy sucia, y es verdad, estoy completamente empapada en sudor. Me siento deshidratada. Me lleva al cuarto de baño y me deposita en el lavabo. Es mucho más brusca que el Amo. Al caer me hago daño en una rodilla. Inmediatamente, abre el grifo del agua fría y un chorro con una fuerza tremenda me aplasta contra el suelo dolorosamente. Grito pero ni yo misma me oigo con el estruendo del agua. El chorro pierde presión. Parece que ha cerrado un poco el grifo. Puedo incorporarme, y aprovecho para beber todo lo que pueda, sin molestarme en disimularlo.

Al cabo de unos segundos, cierra el grifo. Me doy cuenta de que, mientras me mojaba, la mujer se había quitado la ropa. Puedo oler el fluido de su gigantesca vagina excitada. Yo la excito. Al igual que al Amo. Soy su juguete sexual.

Me lleva al dormitorio donde mi Amo está tumbado sobre la cama, también desnudo. La mujer se tumba con las piernas abiertas y me pone contra su vagina. Me ordena que le dé placer oral. Su clítoris es del tamaño de mi cabeza. Lo masajeo con mis manos lo más vigorosamente que puedo. Con un gesto de fastidio, me coge y me dice que necesito lubricación. Antes de poder pensar nada, me introduce en su vagina húmeda y oscura. Grito de puro terror. Grito y grito y rápidamente me quedo sin aire. Me hace girar dentro para empaparme bien. Siento las paredes de su coño. Una sola contracción de sus músculos y moriré con todos mis huesos rotos.

Por fin me saca. Mi corazón está acelerado y siento que la orina se me va a escapar de puro miedo. ¿Por qué no aprovecharía en el lavabo para mear sin que se diera cuenta? Vuelvo a ponerme con su clítoris y al cabo de unos segundos me sacude con su dedo en mi culo, ordenándome más energía. El dolor es indescriptible. Tengo tanto miedo que el miedo piensa por mí. Froto y froto su clítoris con las manos y mi cabeza y sus labios vaginales con el resto de mi cuerpo. Pongo todas mis energías en ello. Por un momento me permito el lujo de pensar qué estará haciendo el Amo. Supongo que mirando divertido.

Por fin, al cabo de interminables minutos, empieza a contonear la cadera, levantándome fácilmente en el proceso. Procurando no perder el contacto, sigo estimulándola más y más. Finalmente, deja escapar un gemido que para mí es el de un monstruo de pesadilla y ella se corre. Noto que sus músculos vaginales se tensan fuertemente, y un escalofrío me recorre de pensar qué hubiera pasado si yo siguiera dentro. Eyacula un pequeño chorro que me inunda el pecho.

Mientras tanto, no me atrevo a parar ni un momento, muerta de miedo. Entonces me levanta tan repentinamente que dejo escapar un grito ahogado. Me deposita sobre uno de sus pechos y me ordena que me acueste, abrazada a su pezón. Ambos gigantes me miran divertidos. Se que esto todavía no ha acabado.

La despedida de Vivian

Despierto y mientras vuelvo a la realidad todavía me parece sentir el intenso olor a coño, y los fluidos que me impregnan totalmente. Vivian sigue en la postura que la dejé, apoyada en mi regazo. Me duele un poco el cuello de haberme quedado dormida sentada en la cama.

-Vivian, despierta, le digo.

Ella obedece. La sumisión y la obediencia se leen fácilmente en sus ojos. Me es difícil no verla como de mi propiedad.

Miro el reloj para ver cuánto tiempo me queda, pero una orden telepática de Alfredo me llega de repente.

-

Sé con certeza que Alfredo me ha dado la orden sentado en el sofá del salón. ¿Puede controlar las mentes hasta esa distancia? ¿Hasta dónde puede llegar su poder? Mientras me hacía estas preguntas mi cuerpo ya estaba andando con Vivian detrás a cuatro patas y la correa al cuello.

-Bien, aquí estáis por fin. Vivian, despierta.

Vivian tomó aire violentamente y miró a todas partes desorientada, se tocó el cuello para comprobar que, efectivamente tenía un collar de perro puesto.

-Vivian, nos lo hemos pasado muy bien contigo, pero ahora es hora de irte. Ligia y yo tenemos un compromiso que atender.

¿Qué?

-Vístete con la ropa que tenías cuando te encontré, dijo Alfredo. Puedes quitarte la correa.

Sin decir nada, salvo con sus lágrimas, fue a la habitación contigua donde se había cambiado. Al poco salió con ropa más normal.

-Ligia, te dejo elegir. ¿Debería hacer que Vivian olvidara todo lo ocurrido o debería recordarlo? Por supuesto, tendría prohibido hablar de ello con nadie, salvo contigo.

Esta pregunta me dejó atónita. ¿Qué hacer? Por un lado, quería hacer que olvidara tan amarga experiencia para ella. Pero una parte de mí, una parte egoísta. Una parte que buscaba el placer no deseaba que esto se perdiera. Esa parte la quería. La quería amargamente.

Miré a Vivian. Supongo que con su mirada imploraba poder olvidar todo aquello, pero mi mente se negaba a interpretarlo así. Pero ella no tenía la culpa de nada. No se merecía esto.

Aún así, me costó un esfuerzo increíble decirle a Alfredo:

-Por favor, Amo, haz que lo olvide todo.

Yo desde luego, no iba a hacerlo.

-Ya lo has oido, Vivian, vete a tu casa y olvídalo todo.

Vivian dio un respingo y su rostro se relajó como por arte de magia. Cogió su bolso y sin decir nada. Abrió la puerta y se fué. Cuando la puerta se cerró, una pinza totalmente irracional se cerró sobre mi corazón.

-Bueno, Ligia, ya te has divertido bastante. Ahora tienes trabajo que hacer. Verás, he organizado una pequeña fiesta aquí en tu casa para dentro de 4 horas. Necesito que prepares todo lo necesario. Vendrán 14 personas.

-¿¿Qué?? Pe..pero..sí Amo.

¿Una fiesta? ¿14 personas? ¿Pero qu...? Entonces comprendí. En mi departamento, tenía 14 personas a mi cargo.

Había invitado a todos mis subordinados.