La humillación de Ligia (XII)

Alfredo come con las dos y deja a Ligia un rato a solas con Vivian.

La hora de la siesta

El Amo me obligó mentalmente a levantarme dejando a Vivian en el sofá, con gran dolor por mi parte.

-Suficiente, puta, pon la mesa, que vamos a comer. Un solo servicio.

-Sí Amo.

En mis idas y venidas de la cocina al salón aprovechaba para mirar a Vivian. Seguía inmóvil en posición fetal. El Amo miraba la tele, ignorándola. Yo por mi parte, me sentía en ese estado de flotación que se tiene después de una sesión de sexo sumamente satisfactorio, combinado con la desdicha de seguir siendo la esclava del sádico de Alfredo.

-La mesa está puesta, Amo, dije, empujada por las órdenes de Alfredo.

-Bien. Vivian, Ligia, sentaos enfrente mía.

Alfredo comenzó a comer, mientras nosotras estábamos sentadas con la cabeza baja. Yo seguía desnuda, mientras que Vivian aún llevaba su uniforme de porrera. Quería acariciarle los muslos por debajo de la mesa, meter mi mano bajo su falda y llegar con suavidad hasta el punto de su entrepierna donde se hacía patente que no llevaba bragas. Imaginarme esto me hacía excitarme de nuevo.

Alfredo escupió algo de comida masticada en su mano y me la ofreció. Yo comí de ella, intentando disimular mi asco.

-Pon tu mano Ligia, me ordenó el Amo. Obedecí, y él escupió un nuevo trozo de comida en ella.

-Dale de comer a tu putita, Ligia.

Extendí mi mano hacia Vivian. Ella miró vacilante la comida, pero Alfredo no tuvo compasión con ella, ya que inmediatamente Vivian hizo un gesto de dolor y rápidamente bajó su boca hasta mi mano, comenzando a comer.

Sentir su lengua y sus labios devorando la comida que yo le ofrecía me gustó. Tuve deseos de acariciarle con mi otra mano su cabeza como si fuera un perrito dócil. Mi perrito.

Y yo me estaba empezando a excitar de nuevo. Mierda.

Seguimos de esta forma, hasta que Alfredo terminó de comer. Yo me quedé con hambre otra vez, y apuesto a que Vivian también.

-Ahora me voy a dormir la siesta, pero sigo siendo generoso, Ligia. Verás, esta noche tengo pensado algo muy especial para tí y me apetece mimarte un poco antes.

Alfredo miró a Vivian.

-Vivian, cuando cuente tres, te convertirás en la mascota de Ligia, serás dócil y sumisa. Ella será tu ama y tú estarás completamente sometida a ella. Uno.

-No..por favor no..., empezó a sollozar Vivian. El contar hasta tres era otro toque dramático que no necesitaba, desde luego. Pero la cara de impotencia de Vivian era hermosa.

-Dos.

-Por favor..

-Tres.

Las palabras de Vivian se cortaron en seco y su expresión se relajó. Volvía a estar con la cabeza baja.

-Ponle esto, dijo el Amo, dándome una correa de perro, y llévatela al dormitorio. Es tuya durante 2 horas para hacer lo que quieras con ella.

-Sí Amo.

Le puse la correa y tiré tímidamente de ella. Vivian se dejó caer de la silla al suelo y comenzó a andar a cuatro patas.

Amaestrada. Esa era la palabra que se me venía a la mente cuando la miraba. Y yo era su dueña, durante 2 horas.

Comencé a andar. Vivian me siguió hasta el piso de arriba. Entré en el dormitorio y cerré la puerta. La miré durante un momento ahí quieta y, por un gesto instintivo, dí un par de palmadas en la cama. Vivian captó el mensaje e inmediatamente se subió a la cama, quedando sentada sobre sus rodillas, las manos cruzadas tímidamente sobre sus piernas y la cabeza baja.

La miré sin saber qué hacer.

-¿Vivian?

No obtuve repuesta.

-Vivian, por favor, háblame.

Vivian me miró, pero no emitió sonido alguno. De nuevo bajó la cabeza.

No pensaba aprovecharme del estado en el que ese malnacido (AmoAmo) la había puesto, desde luego.

-Túmbate a un lado, por favor.

Ella obedeció. La sumisión con la que lo hizo me hizo pensar que el "por favor" había sobrado.

Me tumbé junto a ella y pensé que lo mejor que podía hacer estas dos horas era dormir también la siesta.

-Duérmete, Vivian, le ordené. Ella cerró los ojos y se dispuso a dormir, en posición fetal parecida a la de antes, mirando hacia mí.

Me incorporé un poco y la miré. Podía ver sus piernas y sus pies descalzos. Su falda de porrista estaba un poco subida y dejaba entrever algo de la cadera izquierda, recordándole de nuevo al mundo que no llevaba bragas. Sus pezones se marcaban en la camiseta, y su boca ligeramente entreabierta derrochaba sensualidad.

Mierda, no podía dejar de mirarla.

¿Y por qué conformarte con mirarla, Ligia? Dijo una voz dentro de mí. Es tuya. Tuya. ¿Te quedarías mirando el vibrador en tu mesita de noche si te apeteciera masturbarte?

Pero esto es diferente.

No, no lo es. Ahora ella no es más que un juguete. Aprovecha mientras dure.

Oh, Dios.

Me volví a tumbar, esta vez de lado hacia ella y le acaricié suavemente el hombro. Luego la cara. Ella movió un poco el cuerpo, señal de que seguía despierta, pero no abrió los ojos ni opuso resistencia. Claro, ella era mía. ¿Qué resistencia iba a poner?

Nunca pensé que esta situación me llegara a excitar tanto. Me sentía en un nivel de intimidad inmenso. Le acaricié un pecho. Primer por encima de la camiseta, luego por debajo.

Llegados a este punto, yo ya no pensaba racionalmente. De nuevo había caido en el dulce pozo del sexo. Me limitaba a satisfacer las peticiones que mi cuerpo me hacía.

La sobé satisfactoriamente por todos los rincones de su cuerpo. Dudé si quitarle o no el uniforme de porrista, pero al final decidí que no, aunque se lo dejé bien subido dejando a la vista sus hermosas tetas y perfecto coño.

-Bésame, Vivian, le ordené.

Ella abrió los ojos y sin mediar palabra, me agarró con ternura por la cabeza y acercó sus labios a los míos, penetrándome con su lengua. Oscilaba la cabeza de un lado a otro a un ritmo perfectamente acorde con el de su lengua lamiéndome por dentro. A la vez con sus pulgares, me acariciaba los lóbulos de las orejas y con su muslo derecho me sobaba la cara interna de mis piernas. Quise gritar y tirarla de golpe en la cama y follármela y follármela más y más...

-Vivian, a mis tetas.

Ella obedeció como un perro. Se lanzó a ellas con sus manos, lamiendo y lubricando alternadamente mis pezones con su lengua. Me imaginé los pezones de Vivian anillados y encadenados a la cama para que no se escapara. Mi esclava personal...

Ella había pasado por su cuenta a mi almeja con su mano derecha. ¿Debería castigarla por eso? pensé. Ese pensamiento me escandalizó. ¿¿Pero qué me pasaba?? ¡Me estaba volviendo como ese hijo de perra!

Esto me cortó el punto momentáneamente, pero Vivian seguía a lo suyo sin darse cuenta, o sí se dio cuenta pero no le había ordenado que parara. Empujé su cabeza hacia abajo y ella pasó a darme una magnífica ración de sexo oral. Me tumbé y dejé que la excitación volviera a subir mientras mi esclava se afanaba en darme placer.

Las imagenes de fantasías de dominación destelleaban en mi mente cada vez que cerraba los ojos. Imaginaba los detalles que implicaba tener a Vivian de esclava en casa. Necesita un platillo para comer en el suelo, algún catre para dormir en el suelo. Un sistema de cadenas para tenerla bien atada. Fustas, vibradores, mordazas...

-¡AAggghhh!

El orgasmo me llegó sin previo aviso, y fue como descorchar una botella de champán. Vivian seguía con ello y cuando no pude más le empujé con mis manos para que se apartara. Ella obedeció inmediatamente y se retiró al otro extremo de la cama con la cabeza baja.

Pasados unos minutos me incorporé y me senté apoyada en el cabecero. Vivian no se había movido.

-Ven aquí, le dije, poniendo una mano en mi regazo.

Se desplazó a cuatro patas y tumbó su cuerpo sobre mis rodillas. La acaricié suavemente.

Y entonces comencé a hablarle.

Le conté todo lo relativo a mi fantasía con ella de hace ya unos años, y de lo que sentía ahora. Le conté la jefa miserable en la que me había convertido, y cómo Alfredo me había estado humillando estos días, por lo que le hice. Le conté mis miedos más profundos, y mis deseos más secretos. Me abrí totalmente a ella, sin saber siquiera si ella me estaba comprendiendo.

Y mientras le hablaba, acariciaba su cuerpo. Mis manos la tocaban por todas partes sin reparos. Introduje sus dedos en la vagina, en su boca, en su ano. Y ella se dejó absolutamente tocar y explorar durante un buen rato, hasta que por fin, me quedé dormida.