La humillación de Ligia (XI)
Alfredo trae una antigua conocida de Ligia. Este episodio tiene menos control mental y más sexo lésbico.
Una antigua fantasía
Después del humillante episodio del jardín, parece que María perdió algo de interés en mí, pues me dejó preparando el almuerzo mientras ella veía la televisión en el sofá. De vez en cuando me pedía algún capricho, como una copa de vino o algo para picar, o que le cambiara la cadena, teniendo ella el mando justo al lado.
Mientras estaba en la cocina preparando la comida, escuché que alguien abría la puerta. Debía ser Alfredo, era el único que tenía la llave de la puerta.
-Métete en esta habitación y cámbiate de ropa. Quédate ahí hasta que yo te avise, dijo.
¿A quién le había dicho eso, a María? No me dio mucho tiempo a pensar en esta posibilidad, pues ésta me llamó de forma poco amigable.
-¡¡Esclava, trae tu sucio coño hasta aquí ahora mismo!!
Dejé lo que estaba haciendo y entré en el salón. Estaban Alfredo y María, y la puerta que daba a la salita estaba cerrada.
-¿Y tus modales, animal?
-Perdón, hola Amo. Me alegro de verle de nuevo.
Alfredo me miró divertido. María me había dejado ponerme de nuevo el traje de chaqueta de esta mañana, que a estas alturas estaba hecho una pena.
-¿Qué tal se ha portado la esclava? ¿Se merece que la castiguen?
Miré a María suplicante y muerta de miedo, pero ella no dejó traslucir la más mínima compasión.
-Ha sido una puta pésima. Vas a tener que emplearte a fondo con ella si quieres que sea mínimamente eficiente, Alfredo.
-Entendido. Bien Ligia, te has ganado un castigo por no saber satisfacer a tu dueña.
-Yo..yo.., empecé a decir con un temblor de terror por todo el cuerpo.
-Pero ahora no. Tengo otras cosas en mente. María, gracias por tu tiempo.
-De nada, Alfredo.
Se levantó, recogió sus cosas y se fue hacia la puerta. Antes de salir, se volvió y dijo.
-Y dale un buen castigo a esa puta, dijo cerrando la puerta.
Alfredo me miró durante unos segundos.
-Bien Ligia, todavía queda una hora para comer. Siéntate, quiero enseñarte algo que he encontrado. Y quítate esos harapos, prefiero que estés desnuda.
-Sí Amo, dije obedeciendo.
-Ya puedes salir, Vivian, dijo.
La puerta que daba a la salita se entreabrió un poco, pero no pasó nada más.
-Vamos, venga, que te estamos esperando.
Lentamente, una mujer más o menos de mi edad salió, con la cabeza baja y en contra de su voluntad, caminando hasta situarse delante nuestra. El Amo podría haberle ordenado sin más que andara, pero parecía disfrutar más con esas pequeñas órdenes. Llevaba puesto un traje de porrera, con unos pompones en cada mano, una minifalda y una camiseta corta que dejaba ver su ombligo.
De pronto recordé quién era, y mis ojos se abrieron de par en par.
Dios mío, Vivian.
Fue en el instituto, estaba viendo un partido de baloncesto donde jugaba mi novio. Recuerdo que estaba muy enfadada con él, no me acuerdo por qué. Estaba pensando en irme cuando en el descanso salieron las porreras a bailar. Entonces me fijé en ella. Sin saber muy bien por qué, empecé a mirarla intensamente, a concentrarme en sus movimientos, en la tela de su ropa balanceándose, en el bamboleo de sus hermosos pechos. Levantó una pierna y se le vieron las bragas. Y yo empecé a imaginarme que no llevaba bragas. Que estábamos solas ella y yo, y ella bailaba para mí, y yo me levantaba y la besaba y la sobaba por debajo del vestido y la desnudaba y le daba placer con mi lengua en su clítoris y...
Fue mi primera y única fantasía lésbica. Esa noche me masturbé en la cama recordando la escena, y después de correrme me sentí culpable. Lo achaqué a que estaba enfadada con mi novio y era una forma de vengarme. Nunca más volví a pensar en eso.
Ahora el objeto de aquella fantasía estaba otra vez delante de mí, después de tantos años.
Había engordado un poco, pero seguía siendo guapísima. Tenía el pelo más largo y menos cara aniñada que cuando me masturbé pensando en ella.
-Amo, ¿qué hace ella aquí?, le pregunté.
-¿Tú que crees, Ligia? Hoy me sentía generoso y ví en el cuaderno que me escribiste lo de tu fantasía lésbica, y he decidido ofrecértela para tí.
El cuaderno, claro.
-Me ha sido fácil encontrarla. Un paseo al instituo, otro a casa de sus padres, y otro a la casa donde vive. Cuando la gente colabora, es fácil encontrar a cualquier persona. Ahora, Vivian, ¿por qué no nos muestras el baile que hacías en el instituto?
Vivian empezaba a sollozar.
-Por favor, dijo, por favor, no quiero hacerlo.
-Vamos, dijo Alfredo.
Vivian se llevó las manos a la cabeza como sin un intenso dolor le hubiera atacado de repente.
-Está bien, está bien, por favor, haré lo que me pides.
Alfredo la estaba obligando, más que ordenando con sus poderes. Pobre Vivian, sólo nos conocíamos de vista y ahora estaba aquí por culpa de una fugaz fantasía mía.
Vivian comenzó a bailar y a recitar la canción.
-Vamos, más energía, dijo Alfredo.
Vivian obedeció. Y yo, yo, a pesar de todo, volví a concentrarme en ella, en los movimientos de su cuerpo, en sus hermosas tetas, más grandes que antes y con unos preciosos pezones marcados en la camiseta.
Se dió la vuelta y comenzó a contonear el cuerpo de izquierda a derecha ampliamente, lo que hizo que su minifalda subiera un poco, dejando ver su hermosísimo culo desnudo. ¡Dios mío, no llevaba bragas! ¡Debajo de la falda tenía su coño al descubierto!
Y cuando pude dedicar un pizca de atención hacia mí, descubrí que estaba toda mojada, y mi mano derecha estaba apretando mi entrepierna.
Sentí un deseo de masturbarme impetuoso. Quise echarle la culpa al Amo de esto, pero sabía que este deseo no era impuesto. Sentía en mi interior la explosión de una fantasía enterrada largo tiempo que salía con la fuerza de un volcán en erupción. Las paredes de mi mente se derrumbaban, y volvía a convertirme, esta vez por mi cuenta, en un animal en celo.
Comencé a masturbarme.
Vivian se dio la vuelta. La minifalda tapaba su coño. Yo quería vérselo, necesitaba verlo y después tocarlo y después saborearlo.
Ella dio unos pasos laterales. Los pompones subían y bajaban. Vivian cantaba con voz quebrada ya que estaba llorando, pero eso no hizo sino estimularme más, reforzando la sensación de que era mi fantasía, y que yo mandaba ahora.
Levantó la pierna derecha hasta su cabeza, y entonces pude apreciar su magnífica almeja durante una fracción de segundo.
Tenía el coño depilado. Durante el breve movimiento que hizo, pude apreciar cómo se abrían los labios dejando entrever el oscuro túnel de la vagina y el pequeño diamante de placer de su clítoris. Me enamoré perdidamente de su coño. Me masturbé con más fuerza.
El baile terminó y ella se quedó inmovil, jadeando por el esfuerzo, con la cabeza baja y mirando de soslayo a Alfredo. Sabía que Alfredo sólo estaba mirando, que no me ordenaría nada. Pero tampoco quería defraudarle, así que me levanté. Esa fue la excusa que me puse. En realidad lo hacía por puro erotismo.
Caminé hacia ella, le levanté la cabeza, le lamí sus lágrimas, saladas como el mar, y le besé en la boca. Ella se dejó. Estaba demasiado asustada para nada. A pesar de que quería follarla con fuerza, procuré darle un beso suave al principio para conseguir calmarla un poco. Comencé a pasar las manos debajo de la camiseta. No llevaba sostén, claro. Mis manos tocaban el paraíso. Mis pezones estaban durísimos y querían rozarse con los suyos.
Levanté su falda y acaricié su sexo suavemente. Inmediatamente me excité tanto que estaba segura de que si contraía el coño me correría ahí mismo.
La tumbé en el sofá con las piernas abiertas y de rodillas comencé a lamerle su preciosa almeja. Sabía exquisita y sentí envidia de su novio o marido, que podía probarla cuando quisiera. Ella comenzó a jadear. ¿Alfredo la estaba ayudando o era yo quien le hacía esto? Comencé a lamer empezando por abajo y subiendo por los labios, dejando meter mi lengua por su agujero un par de veces. Luego me encaminé hacia su clítoris y empecé a darle suaves pasadas con mi lengua. Ella jadeó con cada pasada. Cada vez que mi mente me recordaba a quién le estaba lamiendo el coño mi excitación subía y subía. No pude más y apreté la vagina. Me corrí. Me corrí con mi lengua en su clítoris. Era la primera vez en mi vida que me corría sin tocarme. Fue sumamente placentero. Pero quería más.
El tacto de su clítoris era maravilloso. Tenía el coño más perfecto que una mujer pudiera desear y ella estaba gozando con mis lamidas. Empecé a aumentar el ritmo, paladeándolo. Mi lengua comenzó a dolerme pero yo no quería parar. Con mis manos acaricié sus muslos, toqué su falda, y otra vez mi fantasía explotó dentró de mí y me hizo ponerme más y más cachonda.
Entonces me sentí, me da vergüenza admitirlo, sumamente feliz. Tantos años escalando puestos en la empresa, ganando dinero, buscando placeres aquí y allá, y nunca había sido ni de lejos tan feliz como lo era en este momento. Sabía que el recuerdo de lo que hiciera con Vivian me arrancaría una sonrisa durante el resto de mi vida.
Ella empezó a agitar los muslos. ¿Era su señal de que iba a correrse? Comencé a lamer más rápido. La agarré de su pelvis. Quería abarcar todo su sexo cuando se corriera. Sí cariño, vamos...
Ella se corrió y eyaculó un fluido dulce que bebí con avidez. Sabía a néctar de los Dioses. Encogió y estiró las piernas varias veces y cuando su ola de placer se encogió, se acurrucó en posición fetal. Me puse detrás de ella y la abracé, en actitud protectora y dominante, durante un buen rato, hasta que el Amo decidió que había que continuar.