La humillación de Ligia (VI)

Por si a alguien le intersa, el sueño que tiene Ligia es otra de mis fantasías (microfilia, fantasías con personas reducidas de tamaño, no enanos).

El primer sueño

Estoy desnuda y acurrucada en una basta cama hecha con un trozo enorme de algodón. Me encuentro en una jaula para hámsters y mi amo me observa desde fuera, con una sonrisa de regocijo. Debo medir unos 12 centímetros. Soy su pequeña mascota.

De repente me abre la jaula con una de sus enormes manos y me hace señas para que salga. Obedezco lo más deprisa que puedo, aterrorizada de contrariarle en lo más mínimo. Mis diminutos pies se posan en la mesa donde está la jaula, y él me rodea con su mano y me coge como si fuera un pajarillo. Su enorme mano rodea casi todo mi cuerpo. Estoy firmemente presa, mis manos pegadas a mis caderas, sin poder moverlas. Sólo puedo balancear un poco los pies. Noto el calor que irradia su enorme cuerpo. Pienso que con un solo gesto, podría aplastarme y reducirme a pulpa sin esforzarse lo más mínimo y noto que el pánico empieza a invadirme. Intento calmarme.

El amo se levanta y comienza a andar. Estos movimientos, tan naturales para él, me producen un vacío en el estómago como si estuviera en una montaña rusa. Se dirige al salón, donde una mujer, igual de enorme que él, le mira y sonríe. Antes de que pueda fijarme en nada más, mi amo me deposita en una caja con paredes de cristal que hay en la mesa del salón. Ambos gigantes me miran divertidos desde fuera.

Veo que conmigo en la caja hay un hombre. Debe ser la mascota de la mujer gigante. Pero es mayor que yo. Desde mi punto de vista, debe medir 3 metros. Tiene una polla monstruosa, erecta y se dirige hacía mí. Empiezo a comprender el juego.

Comienzo a temblar de miedo. Su polla me va a doler. Me matará. No huyo por miedo al castigo del amo.

La mascota de la mujer se acerca y me coge como si fuera una marioneta. Con gran habilidad, me separa las piernas y me penetra salvajemente en volandas. Dejo escapar un profundo grito de dolor, pero éste se ve ahogado por las estruendosas risas de los amos que miran divertidos la escena. Me penetra y me penetra y yo no puedo hacer nada salvo gritar. De repente me suelta y me pone a cuatro patas para seguir penetrándome por detrás...

Al día siguiente

Me despertó el sonido de mi teléfono móvil. Desorientada, contesté.

-¿Sí?

-¿Ligia, qué te pasa, por qué no has venido a trabajar?

Era mi jefe.

-Lo...lo siento, Don Alberto, yo...he estado enferma y pasé muy mala noche. Quise avisarles, pero me quedé dormida.

-Pues sea lo que sea, te quiero aquí ya. Tenemos la reunión con los de marketing en menos de una hora. Tómate una caja de aspirinas y ven para acá.

-Sí, sí señor.

Colgué el teléfono. Eran las 11:07. Había dormido 2 horas, pero seguía muerta de sueño, aunque el cansancio físico había bajado un poco. ¿Todo lo de ayer fue real? Quería creer que había sido una inagotable pesadilla. No, la pesadilla había sido ese horrible sueño del mercado de esclavos. Me levanté y me dí una ducha, con agua muy caliente. El poder ducharme con agua caliente me dió una sensación de libertad que me reconfortó. ¿Se había ido? ¿Había consumado su venganza y me había abandonado?

He sobrevivido, pensé.

Conduje a toda prisa hacia el trabajo, parándome a comprar 2 cafés que me tomé en los semáforos. Llegué 2 minutos antes de las 12, a tiempo de sentarme en la mesa de reuniones con todo el equipo listo para empezar. Mi jefe me echó una mirada de reproche mientras comenzaba la sesión.

El Director comenzó a hablar sobre las estrategias de la empresa en su típico recital introductorio, cuando, ya más calmada, pude observar con más detenimiento la sala, y mis ojos se abrieron de puro terror.

De pie en una esquina de la sala, estaba él.

Me quedé petrificada. No sabía que hacer. El Director seguía con su charla.

Alfredo caminó hasta situarse al lado del Director General. Nadie parecía advertir su presencia.

-Les he ordenado a sus mentes que no registren mi presencia. No quieren verme ni oirme. A tí sí, me temo.

Le miré suplicante. La charla del Director seguía su curso sin alterarse lo más mínimo. Tuve un miedo atroz a perder mi trabajo. Esta sería el final de su venganza, hacer que me despidieran, probablemente cerrándome las puertas a otros trabajos. Mis manos empezaron a temblar y luché por mantenerlas serenas.

Entonces comencé a sentir que un dedo invisible me acariciaba el pezón izquierdo. No un dedo invisible exactamente, sentía el tacto, mi cerebro reaccionaba como si un dedo de verdad me acariciara el pezón. Inmediatamente mi cuerpo reaccionó. Mis pezones se pusieron duros y mi coño comenzó a humedecerse a la vez que me sentía caliente.

-Vamos a darle una nueva definición a la expresión "fingir un orgasmo" ¿te parece? Eso si quieres conservar tu patético empleo, dijo con expresión divertida.

Mientras el Director General seguía con su discurso, yo me encontraba más y más excitada.  Cada vez que exhalaba el aire una ráfaga de placer me inundaba el clítoris y me llevaba más y más a la excitación. Mi mente se llenó de pensamientos obscenos y me obligué a apartarlos porque necesitaba toda mi concentración en mantener una postura normal.

Inhalé el aire lo más lentamente que pude y lo exhalé de nuevo. Mi clítoris y mi vagina se estremecieron de placer. Apreté los labios para reprimir un jadeo. Mis manos querían sobar mi cuerpo, recorrerlo de arriba a abajo, pellizcar los pezones hasta sentir dolor...

¡¡Basta!! me dije, concéntrate en la reunión.

Imposible. El Director había dado paso a uno de Marketing que, ¡gracias a Dios! oscureció la sala para proyectar una presentación. Así pasaría un poco más desapercibida. Respiré otra vez.

Podía sentir las palpitaciones de mi vagina, y unas ganas horribles de ser penetrada. Ahora mismo me dejaría penetrar por cualquiera de estos, o por todos. ¿Cómo tendrá la verga el de Marketing? Me obligué a no pensar en ello.

Inhalé y exhalé, y el orgasmo llegó sin previo aviso y embistiéndome con un tren. Mi cuerpo se estremeció brutalmente y todo el mundo se dio la vuelta para mirarme. Inmediatamente comencé a toser fuertemente para disimular, con la cabeza baja para disimular el placer. Tenía las bragas empapadas.

-¿Estás bien? Me preguntó Ramón, de Contabilidad.

-Sí, es que..es que no me encuentro bien, disculpadme por favor.

-Me levanté. Me temblaban las piernas y mi coño seguía emitiendo impulsos de placer. Me dirigí hacia la puerta de salida, al lado de Alfredo, que me miraba divertido y aplaudiendo.

Cuando por fin me encerré en un retrete del baño de señoras pude relajarme. Estaba sola en el baño. Me baje las bragas, y el roce con la tela me produjo placer. Comencé a masturbarme salvajemente metiéndome una mano por debajo de la camisa y el sostén, pellizcándome los pezones, hasta que me corrí por segunda vez, esta vez más relajadamente.

Me dejé caer en el retrete, jadeando. Las bragas estaban inservibles y olía profundamente a sexo. Abrí con cuidado la puerta del retrete para asegurarme de que no hubiera nadie y salí rápidamente hacia el lavabo para mojar papel higiénico y hacer un improvisado lavado íntimo.

Cuando me recuperé y volví de nuevo a la sala de reuniones, ya sin bragas, Alfredo ya no estaba allí.