La humillación de Ligia (III)

Tercera parte del relato, donde Alfredo y Ligia hacen sanos hábitos de higiene antes de irse a la cama...

Higiene antes de dormir

-Vamos perrito, me dijo, en el tono en el que se le hablaría a una mascota. A la vez, y sin palabras, me ordenó andar a cuatro patas. Iba desnudo, aunque llevaba su cámara en la mano.

Empezó a andar escaleras arriba, al dormitorio, y yo me ví obligada a seguirlo a su ritmo, haciéndome daño en las rodillas subiendo las escaleras en esa humillante posición.

Comprobé aliviada, que mientras le seguía, podía ir deshaciéndome de los pelos que quedaban en mi boca y me martirizaban cada vez más. Lo hice lo más silenciosamente posible, para que no se diera cuenta.

-Primero al baño, dijo. Se acercó al retrete y me ordenó que le sujetara la verga mientras orinaba.

-Apunta bien, después de todo, tú te encargarás de la limpieza de la casa a partir de ahora.

-A...amo, yo, tengo una sirvienta que viene 3 veces por semana...

-¿Ah sí? ¿Cuándo le toca venir?

-Pasado mañana, amo, a las 8 de la mañana.

-Vale, tendremos una agradable charla los tres para entonces. Mientras tanto, tú te encargarás de limpiar lo que se vaya ensuciando.

-Sí, amo.

-Ahora es tu turno, perra, siéntate sobre el retrete y mea, dijo, mientras me empezaba a grabar en vídeo con su cámara.

Obedecí.

-Ahora caga.

-A...amo, yo...yo no tengo ganas.

Me miró intensamente e instantáneamente unos horrorosos retortijones invadieron mi vientre. Me llevé las manos allí y contraje mi cuerpo en un rictus de dolor. Sentía que el dolor se iba desplazando por mi vientre durante interminables segundos. Empecé a ver los puntitos que se ven cuando uno está a punto de desmayarse, esta vez de puro dolor. Por fin, sentí que el dolor se desplazaba hasta mi ano y ahí explotó hacia abajo, como un fétido volcan invertido.

Cagué y cagué, y yo sólo podía agarrarme con fuerza a los lados del retrete y ruborizarme de la vergüenza extrema que estaba pasando. Sólo pude ver fugazmente su cara divertida mientras me grababa en esta situación tan humillante.

Cuando por fin terminé, el cuarto de baño apestaba, y yo me sentía totalmente vacía por dentro, y agotada del tremendo esfuerzo que había hecho.

-Después de tanto tiempo convaleciente en el hospital, pensé que me había acostumbrado al olor de la mierda, pero esto apesta de veras ¿qué se podía esperar viniendo de tí?. Quiero este retrete limpio mientras yo me doy una ducha.

-Sí amo.

Mientras él silbaba y se daba una buena ducha de agua caliente, yo me esmeré en limpiar mi propia mierda, con la escobilla, con papel higiénico los bordes que había salpicado. Di sin poder evitarlo otra arcada, asustándome inmediatamente, pero él no me escuchó por el ruido de la ducha. Esta es la mayor rebelión que me podía permitir, pensé, y me puse a llorar otra vez. Por lo menos, pensé, el llanto taponaba mi nariz y me libraba del mal olor.

Cuando salió de la ducha se secó y se puso mi albornoz.

-Ya que me voy a quedar un tiempo contigo, tendrás que comprar algunas cosas, esclava. Te voy a abrir una lista de la compra mental. Tranquila, que no se te olvidará nada.

Seguro, pensé.

-Lo primero, un albornoz para mí, no esta mierda rosa que he tenido que ponerme.

-Sí amo.

-Utensilios de afeitado, champú y gel de hombre, no esa puta mierda que tienes...

-Sí amo.

-Ya se me irán ocurriendo cosas despues. Ahora te toca ducharte a tí.

-Sí amo.

-Me metí en la ducha y abrí el grifo del agua caliente.

-No, tú con agua fría.

-S..sí amo.

Empecé a mojar todo mi cuerpo con agua fría, sofocando un grito ahogado. Todos mis músculos se tensaban, porque el agua estaba bastante fría y aunque de día todavía hacía calor, ya de noche refrescaba bastante.

Cerré el grifo y tiritando me dispuse a echar gel en la esponja.

-Espera, he tenido una idea. ¡En seguida vuelvo!, dijo con todo desenfadado.

Me quedé de pie ahí, abrazándome lo más posible con mis brazos, tiritando y castañeteando los dientes, durante un tiempo que se me hizo interminable. Por fin aparecio de nuevo. Tenía uno de los estropajos de la cocina en la mano.

-Ten, lávate con esto. Es la única forma de limpiar una mierda como tú.

-Sí, amo, dije horrorizada.

-Eché el gel en el estropajo y empecé a frotarme.

-Más fuerte, ordenó él.

-Aaahh!

Conforme me iba frotando todo el cuerpo, la piel se me enrojecía con el áspero contacto del estropajo. Dolor y frío se acumulaban por todo mi cuerpo.

-Vale, ahora enjuágate.

Abrí de nuevo el agua fría y me quité los restos de la espuma. Tal como tenía la piel ahora, agradecí el agua fría que por lo menos me adormecía un poco el escozor.

-Basta, puta, cierra el grifo.

-Sí, amo.

Obedecí, y él se quedó mirándome. Desnuda, con la piel toda enrojecida, dolorida, tiritando muerta de frío, humillada, aterrorizada.

-Ahora no pareces tan imponente como cuando eras mi jefa ¿sabes? Es divertido verte así.

-Por..favor amo, ten...go mu...cho frío.

No dijo nada, se quedó mirándome con una sonrisa de satisfacción en su rostro, viéndome en este estado tan lamentable. Por fin estiró una mano y me dió la toalla del bidé, la más pequeña que había.

-Sécate con esto.

-S..sí..amo.

Cogí la diminuta toalla y froté vigorosamente mi cuerpo para entrar un poco en calor. Mientras, él se cepillaba los dientes con mi cepillo y echaba escupitajos de pasta por el lavabo.

-Vale, ya estás lo bastante seca. Ahora lávate los dientes. Ahí tienes la pasta, dijo, señalando los escupitajos. Usa tu dedo como cepillo.

-Sí, amo.

Empecé a recoger los esputos de pasta y me los froté con asco vigorosamente por todos mis dientes.

-Suficiente, zorra. Enjuágate y vamos a la cama.

-Sí amo.