La humillación de Ligia (II)

Ligia llega a su casa controlada por Alfredo, su antiguo empleado, con la intención de instalarse allí...

Mientras conducía, Alfredo empezó a hacerme preguntas a las que yo me veía inevitablemente obligada a contestar de la forma más sincera posible.

-¿Qué te metiste en el coño por primera vez?

-El dedo índice, amo.

-¿Qué pensabas la primera vez que te corriste?

-Me imaginaba a un compañero de mi clase desnudo, amo.

-¿Qué edad tenías?

-12 años.

-¿Cuál es tu fantasía sexual más extrema?

-Que me follen 2 hombres al mismo tiempo, por el culo y la vagina, mientras lamo el clítoris de una mujer.

-¿La has realizado alguna vez?

-No amo.

-¿Y te gustaría hacerlo?

-Sí amo, pero me da miedo.

-Como a casi todo el mundo. De todas formas, ahora tus fantasías no importan. Lo que tú pienses o quieras o lo que te guste ya no importa, porque a partir de ahora eres de mi propiedad, ya no eres un ser humano con derechos. Ahora eres un objeto de mi propiedad. Mi mascota particular, mi juguete sexual. ¡Jajaja, lo que me voy a divertir contigo!

Empecé a llorar de nuevo mientras escuchaba a este monstruo regocijarse en mi sufrimiento.

-¿Tienes algo para cenar en casa?

-Sí amo. Tengo preparado un guiso de carne en la nevera.

-Vale, veremos lo buena anfitriona que eres.

Por fin llegamos a mi casa. Aparqué en el garaje, le abrí la puerta a ese cabrón (a mi amo, es mi amo, es mi amo, me reprendí a mi misma sin poder evitarlo), y entramos en mi casa.

-Así que aquí es donde vives, dijo, admirando el salón principal, bonita choza.

-Gracias amo, dije.

-Desnúdate, me ordenó.

Obedecí, dejando la ropa en una de las sillas. Esta vez no me molesté en tapar mis partes íntimas con las manos.

-De rodillas -me ordenó de improviso con fuerza- y ven aquí.

-Me dejé caer sin miramientos de rodillas en el suelo y caminé en esa posición hasta donde estaba él.

-Sácame la verga y hazme una mamada de bienvenida.

Obedecí, espantada y resignada. Sabía que tarde o temprano esto pasaría. Cuando la saqué descubrí con repugnancia que apestaba y estaba sucia.

-Hace 5 días que no me ducho, quería que nuestro primer encuentro fuera más...íntimo. Ahora chupa.

Me introduje su pene erecto en la boca y no pude reprimir una arcada. Siempre había sido muy escrupulosa con estos temas y verla tan sucia me provocaba un asco indescriptible. Empecé a chupar a pesar de todo. Una segunda arcada comenzó a subirme.

-Si vuelves a tener otra arcada serás castigada, maldita puta, y te aseguro que con mi poder puedo inflingirte castigos realmente crueles.

Me asusté sólo de pensar en lo que podría hacer ese monstruo conmigo. Seguí chupando y chupando, respirando por la nariz profundamente para reprimir otra arcada. Gracias a Dios, poco a poco el horrible sabor de su sucia polla se fue desvaneciendo ya que yo misma me estaba tragando toda la porquería. Por fin el asco y las arcadas desaparecieron y me pude relajar un poco, a pesar de seguir obligada a chupársela.

-Basta, dijo él, a la vez que de un empujón me tiraba al suelo como un trapo viejo.

-La chupas realmente mal. Si no sabes chupar una verga decentemente, ¿para qué mierda sirve una inútil como tú? Ve y sírveme la cena. Tú estás castigada sin cenar.

Fuí a la cocina mientras me enjugaba las lágrimas con las manos y calenté la cena. El teléfono de la cocina parecía reirse de mí desde un rincón. Parecía tan fácil cogerlo y marcar el número de la policía y a la vez era totalmente imposible...

Cuando regresé con la bandeja de la cena, Alfredo estaba cómodamente sentado en mi sofá, viendo la tele. Se había desnudado él también, y podía ver las cicatrices de su pierna derecha, fruto del accidente de la que me hacía responsable.

Le serví la bandeja en la mesa y él me ordenó que permaneciera de pie, las manos a los lados, cabeza baja, a la espera de la próxima orden.

-Tráeme una cerveza.

-Recoge esta comida del suelo.

-Recoge la cena y tráeme un whisky.

Sí, amo, sí, amo, sí, amo. Me sentía su esclava. La indiferencia y desprecio con la que me trataba me hacía sentirme humillada hasta límites que nunca hubiera imaginado. Provengo de una familia de clase alta y estoy acostumbrada a mandar y no a recibir órdenes. Y ahora estaba muy por debajo del rango de la más baja de las sirvientas.

Mientras le servía el whisky me entraron ganas de escupir en el vaso. Después de todo, eso no rompería ninguna de las reglas que ese malnacido me había grabado a fuego ¿o no? Inténtalo, inténtalo. Acerqué mi boca acumulando saliva, cuando mi mente me atizó como un látigo por dentro (te ha pedido un whisky, te ha pedido un whisky, el whisky no tiene escupitajos, te ha pedido un whisky). Me apreté la cabeza con las manos con todas mis fuerzas y reprimí un grito de angustia. Joderjoderjoderjoder.

Le llevé el whisky y me ordenó que me pusiera de rodillas y se la volviera a chupar y que esta vez pusiera más esmero. Si lo hacía bien, podría cenar.

Sin más remedio, me dispuse a mamársela de rodillas, mientras él cambiaba canales en la televisión y se bebía el whisky.

Esta vez, tal y como me ordenó, puse más empeño. Ahora que no me preocupaba las arcadas, podía concentrarme más en relamerle el pene con mi lengua, pasándosela por toda la extensión de su verga y dando amplios círculos al llegar a la cabeza. Luego empecé a alternar lamidas rápidas y el clásico "tragasables", metiéndomela todo lo que podía en la boca. Tenía hambre y quería cenar, y yo se la estaba chupando para poder comer, como una ramera de lo más vil.

-Ahora estás mejorando un poco, aunque todavía te queda mucho por aprender. Se nota que has tenido que chupar pocas vergas para conseguir tu trabajo.

Al rato su respiración empezó a hacerse más intensa y noté que se iba a correr. Quise acabársela con las manos, como he hecho siempre con mis amantes, para que no se corriera dentro de mi boca, pero eso no se me estaba permitido. Tenía ordenado chupársela. El máldito cabrón se va a correr en tu boca, admítelo, Ligia.

-Aaaaahhh...

Con unos leves espamos de cadera, se corrió y eyaculó todo su semen dentro mi boca. Abrí la boca dejando que el fluido se escurriera de mi boca. Pasados unos segundos, me dijo.

-¿Quién te ha dicho que puedes escupir mi precioso semen, puta?

-A...amo...yo...

-¿Acaso no te dije que si lo hacías bien te dejaría cenar? Bien, ahí tienes tu cena. Cómetelo todo.

Miré desilusionada y horrorizada el espectáculo. El semen que había derramado estaba todo esparcido por su vientre y su vello púbico. Me tragué lo poco que me quedaba en la boca y empecé a lamer los restos que había alrededor.

-Cruza los brazos detrás de la espalda mientras cenas, puta.

Obedecí. Y ahí estaba yo con los brazos cruzados, lamiendo y chupando del vientre de mi amo. Cuando le dejé el vientre limpio de cualquier rastro de semen, pasé al vello púbico, metiéndome en el proceso incontables pelos en la boca, y sintiendo otra vez insoportables arcadas.

-¿Qué te he dicho de las arcadas, puta? dijo él con tono enfadado.

El miedo me recorrió como una corriente eléctrica de arriba a abajo. La palabra "castigo" volvió a resonar en mi mente.

-Lo...lo siento amo, por favor, perdóname.

En aquel momento estaba muerta de miedo.

Apagó la televisión y se levantó. Yo seguía de rodillas, temblando, con las manos cruzadas a la espalda, y unos cuantos pelos púbicos en mi boca a los que procuraba no prestar atención para no empeorar la situación.

-Ahora hablaremos de eso. Hora de ir a la cama, puta.