La humillación de Ligia (I)

Este es un relato que escribí para una amiga, sumisa y dulce como nadie.

El reencuentro

Este maldito trabajo me estaba volviendo loca.

Eran las 20:30 y quería dejar listo este informe antes de irme. Ya hace una hora que se había ido el último de mis empleados, menos Matías, el guardia de seguridad, que tenía que esperar a que yo me fuera. Bueno, si tiene que echar más tiempo, eso forma parte de su trabajo, como el mío.

La puerta del despacho se abrió de repente y pegué un respingo, dispuesta a reprender a Matías por entrar sin llamar. Pero no era él.

-¿Alfredo? ¿Qué coño haces aquí?, dije sorprendida, ¿Por qué te ha dejado entrar el guardia?

Alfredo chasqueó la lengua, con un gesto teatral de desaprobación.

-Esa no es forma de saludar a un antiguo empleado, Ligia, sobre todo después de lo que he hecho por tí.

Sin hacerle caso, cogí el teléfono y pulsé la extensión de seguridad. El teléfono comenzó a sonar, pero Matías no contestaba.

-¿Qué le has hecho al guardia?, dije empezando a asustarme.

-Nada, tranquila, Matías está bien. Sólo le he dicho que no coja el teléfono, para dejarnos un rato a solas tú y yo.

Se encaminó en dirección a los ventanales y a cerrar las persianas, bloqueando la visión desde el exterior. Quise levantarme para salir corriendo pero por alguna razón, mi cuerpo se negó a obedecerme y me quedé sentada, con mis brazos en tensión encima de la mesa. Busqué con la mirada algún objeto contundente con el que defenderme si llegara la ocasión. El pisapapeles, bien.

Alfredo se sentó en la silla enfrente de mí. Cojeaba de la pierna izquierda, y lucía una buena cicatriz en la parte izquierda de la cabeza, aunque se le estaba empezando a tapar por el pelo que se estaba dejando largo.

-No estaba así la última vez que me viste ¿recuerdas?

-Alfredo, yo...

-Cállate.

De repente noté una sensación horrible, como si mis cuerdas vocales hubieran desaparecido de repente. Mi boca sólo servia para exhalar o inhalar aire, pero no podía emitir el menor sonido. ¿Qué me pasaba? Me llevé las manos a mi garganta.

-Ya han pasado 6 meses, Ligia, desde el accidente ¿te acuerdas, maldita zorra? Debo decirte, francamente, que el accidente ha sido lo mejor que me ha pasado en mi vida. Antes de eso, yo era un desgraciado. Llevaba 4 años trabajando para tí, haciendo horas extras sin cobrar, realizando labores para los que no fuí contratado, todo por mi secreta esperanza de que te fíjaras en mí y conseguir un ascenso. Ese día me mandaste, como si fuera un chico de los recados, a comprarte comida para el fin de semana, en mi coche, pagando la gasolina de mi bolsillo. Y entonces ese camión se saltó el semáforo y me embistió de lado. Y cuando desperté en el hospital del coma dos semanas después, me entero de que cuando tuve el accidente estaba "técnicamente despedido" al haber abandonado mi puesto de trabajo y no tenía derecho a cobrar indemnización, y que tú negaste tajantemente haberme mandado fuera por ningún motivo. ¿Se puede ser más miserable?

Intenté hablar pero sólo pude mover la boca sin resultado, él hizo un gesto con un dedo y los sonidos volvieron a brotar de mi garganta. ¿Él había hecho eso? ¿Pero qué pasaba aquí?

-Alfredo...yo...lo siento, pero tienes que comprender, que no era nada personal, yo sólo buscaba lo mejor para la empresa.

-Sé que no era personal, puta, porque para tí tus empleados sólo son objetos, como este ordenador o el papel con el que te limpias el culo después de cagar. Pero como ya te he dicho, Dios, o el destino, o lo que sea, me premió con algo después de todo.

Se señaló la cicatriz de la cabeza.

-Cinco fragmentos del cristal de la ventanilla se alojaron en mi cerebro, y me los tuvieron que extirpar. No sé qué pasó exactamente cuando trastearon aquí dentro, pero cuando desperté, me dí cuenta de que podía introducirme en las mentes de otras personas. Podía acceder a recuerdos suyos. Y lo que es mejor, podía dominarlas.

-Eso es absurdo, estás completamente loco.

Alfredo me miró intensamente y de repente sentí como si unas poderosas manos invisibles me sujetaran firmemente la cabeza. No, no la cabeza, más adentro, mi cerebro, mi mente.

-Ponte de pie, puta.

Me puse de pie, sin poder evitarlo. Dios mío, ¿era verdad después de todo? ¿Me estaba controlando como a una marioneta?

-Puedo saborear el miedo que te inunda. Me encanta, y me excita también. Te voy a decir lo que vamos a hacer. Me voy a cobrar la indemnización que me debes, y te voy a hacer pagar toda la humillación que he recibido todos estos años. Vas a ser mi mascota. Ven aquí, mascota, ponte ahí donde pueda verte bien.

Mis pies empezaron a andar y rodear la mesa. Había perdido totalmente el control. Tuve un pensamiento absurdo de que el informe todavía estaba sin terminar, y me reproché a mí misma no poder hacer nada.

Me quedé de pie delante de él, mientras me miraba fijamente.

-Primero vamos a establecer una serie de reglas que deberás cumplir a partir de ahora. ¿Has entendido?

-Aaaah, sí.

Ahora sentía como si sus palabras fueran cuchillas que se estuvieran grabando con sangre en mi cerebro. Ahora estaba usando su poder conmigo mientras hablaba. Reglas, reglas que deberé cumplir a partir de ahora, reglas. No podía dejar de pensar en eso.

-Regla número 1: A partir de ahora me llamarás amo. ¿Has entendido?

-Sí, amo.

-Regla número 2: Si te hago una pregunta, tú la contestarás, y tienes completamente prohibido mentirme lo más mínimo, a no ser que yo te diga lo contrario. ¿Has entendido, mascota?

-Sí, amo.

-Regla número 3: Jamás intentarás hacerme ningún tipo de daño físico.

-Sí, amo.

-Regla número 4: Tienes totalmente prohibido contarle a alguien lo nuestro. En público fingirás normalidad. Tampoco intentarás escapar ni nada que pueda perturbar nuestra nueva relación.

-Sí, amo.

-Bien, esas son las reglas. Por ahora, jaja. Ya se me irán ocurriendo otras. Ahora desnúdate completamente. Quiero ver mi nueva adquisición.

-Sí amo, dije horrorizada.

Mis manos se dispusieron a quitarme la chaqueta y por primera vez intenté con todas mis fuerzas negarme. Conseguí frenar los brazos un poco, pero una inmensa angustia comenzó a invadirme, que se transformó en algo que no puedo describir con palabras, sólo como un sufrimiento extremo que se extendió por todo mi cuerpo. Mi cara debía de ser un poema, porque él se reía divertido.

-Jajaja, es divertido verte luchar, pero no te sirve de nada.

Cuando quise darme cuenta, la chaqueta ya estaba en la mesa y llevaba media camisa desabotonada. No podía hacer absolutamente nada, sólo luchar y sufrir por lo inevitable. La falda, las medias, el sujetador y las bragas. Lucía completamente desnuda a él. Me tapé los pechos y el sexo con las manos, totalmente avergonzada y humillada. Las lágrimas comenzarón a brotar de mis ojos.

-Por favor, amo, por favor...

-Jajajaja, me encanta esta estampa, dijo, mientras sacaba una cámara de fotos digital y me hacía una de cuerpo entero. Me la enseñó.

-Sales preciosa, como realmente te mereces, ahora dejémonos de timidez. Manos a la nuca, ¡YA!.

-¡¡¡Aaaaagh!!!

Me dio una orden mental muy fuerte, tan fuerte que la angustia que sentí hasta que puse las manos detrás de la nuca fue un pulso breve pero horrible. Empecé a sollozar.

-Por favor, amo, te lo suplico...

-Tienes buenas tetas, dijo, ¿cuántos años tienes?

-28, dije, llorando.

-Y tienes el coño muy bien cuidado. Poco pelo. ¿Tienes novio?

-No, amo.

-¿Cuándo follaste por última vez?

-Hace 6 días, amo.

-Aaah, menuda zorra estás hecha.

Se levantó y empezó a manosearme las tetas, sopesándolas como si fueran objetos a la venta en un mostrador.

-Separa las piernas.

Obedecí. Me palpó el coño, me separó los labios y me examinó el clítoris. Yo no paraba de llorar y sollozar.

-No está mal. Date la vuelta. Quiero verte el culo.

-Sí, amo. Me dí la vuelta, mirando hacia la pared, manos a la nuca, quieta esperando otra orden. No podía verle, pero podía sentir sus manos palpando mi trasero.

-Agáchate. No flexiones las rodillas.

-Sí amo.

Obedecí. Me agaché todo lo que pude. Sentí cómo me separaba las nalgas y me examinaba el ano.

-Necesitas una depilación por ahí. Ya nos encargaremos de eso. Ahora ponte a cuatro patas y empieza a dar vueltas por la habitación.

-Si, amo.

Y ahí me encontraba de repente. Quince minutos antes estaba pensando en ese puto informe y ahora estaba desnuda dando vueltas por mi despacho a cuatro patas, como una miserable perra, durante un tiempo que se me antojó eterno. Me estaba enfocando con la cámara y supuse que estaba grabándome en vídeo.

-No me mires perrita, mira al suelo.

-Sí, amo.

Dí unas cuantas vuelta más hasta que me ordenó que parase y volviera mi posición inicial. Las rodillas me ardían por el roce continuo con el suelo.

-¿Con quién vives en tu casa?

-Vivo sola, amo.

-Bien. Vamos a ir a tu casa en tu coche. Tú conducirás. Pero antes de salir de viaje, hay que orinar, ¿verdad?

-Sí amo, dije.

-Ponte sobre tu alfombra persa.

-Sí amo, dije, obedeciendo al instante. Seguía con las manos a la nuca.

-Recuerdo lo orgullosa que estás de esta puta alfombra y cómo presumías de ella y te cuidabas de que nadie te la pisara. Por supuesto, nadie de categoría inferior, claro está. Bueno, pues para dejar claro que es tuya, vas a marcarla como hacen los perros. Ponte en cuclillas y méate sobre ella.

-Sí, amo.

Sólo pude observar impotente cómo un chorro de orina brotaba de mi entrepierna y manchaba mi preciosa alfombra de la que me sentía tan orgullosa. Empezó a crecer la rabia en mi interior. Me las pagarás, malnacido.

-Jojojo, a ver qué excusa le pones mañana a la señora de la limpieza, jajaja. Vístete y sígueme.

-Sí, amo.

Salimos del despacho juntos. Yo andaba detrás de él, dócil como un perrito. Por el rabillo del ojo veía teléfonos por los que pedir ayuda, objetos con que golpearle por la espalda, puertas por las que salir corriendo, pero mi mente me negaba esa posibilidad rotundamente. REGLA NUMERO 3, REGLA NUMERO 4, REGLA NUMERO 3, REGLA NUMERO 4....¡¡¡basta!!!

Llegamos al ascensor que daba al aparcamiento. Allí estaba Matías, sentado a su mesa.

-Hola Alfredo, ¿cómo te ha ido con la zorra de la jefa?

-Muy bien, mírala, me la llevo a mi nueva casa.

¿Nueva casa? pensé horrorizada.

-Cómo me gustaría follármela. Tumbarla contra una mesa, arrancarle las bragas, cogerla fuerte del cuello y clavarle mi verga en su almeja, que chille de dolor.

-Algún día, Matías, ahora tenemos que irnos.

-Vale, hasta luego, dijo amablemente.

Bajamos por el ascensor en dirección al aparcamiento.

-Matías no recordará nada de lo de esta noche. Pero lo que te ha dicho ahora es lo que desea realmente. Me cae bien ese hombre. Algún día le daré ese placer.

Nos montamos en el coche. Me obligó a abrirle la puerta como si fuera su chófer y conduje en dirección a mi casa. Mis manos temblaban por el profundo miedo que empezaba a crecer en mi interior, al hacerme consciente de la magnitud de la pesadilla en la que me había metido.