La humillación de Carmen

Camisa blanca, pajarita, falda... Elegante. Impecable camarera de hotel. La peor enemiga de mi novia.

Una noche de hotel y pasar el día siguiente en la playa. Un plan normal, relajante, para desconectar. Un año de relación, veintiocho años cada uno, a lo que hay que sumar ese morbo que desprende una habitación de hotel. No sé qué tienen. ¿Qué apenas hay una cama y una tele? No lo sé, pero el hecho de entrar en un hotel con mi pareja es sinónimo de sexo. Siempre.

Además era un buen hotel, todo pulcritud, educación y buenas maneras. Mucho “por favor” y mucho “usted”, mucho “me permite” y mucho “aquí tiene”. Un ambiente que ya incita a follar,  y a hacerlo de forma elegante.

Pero volvamos a lo de que los hoteles desprenden sexo. Y es que, por mucho que eso sea así, nunca pensé que aquella aparentemente inocente noche de viernes pudiera dar lugar a lo que sucedió finalmente. Seguramente esas son las mejores noches, las que no puedes ni imaginar que algo extraordinario pueda pasar.

Cena de buffet en el hotel, incluida junto con el desayuno de la mañana siguiente. Un comedor relativamente pequeño para lo grande que era aquel hotel de cuatro estrellas. Más elegancia, más pulcritud. Martina y yo no quisimos ser menos y nos vestimos acordes con el ambiente: Ella con un vestido negro bastante sencillo, pero muy sutil, casi sedoso, con un escote en forma de pico, que uno no sabía si era mejor sentarse frente a ella o a su lado. De frente para contemplarlo, a su lado para rozarlo a la mínima ocasión. Y también llevaba una americana rosa que le daba un toque elegante a la vez que juvenil. Yo llevaba una camisa a rayas azules y blancas, y el toque juvenil o desenfadado, lo daba, en mi caso, un pantalón vaquero.

Opté por la opción de aspirar a rozarla cuando ya en el primer plato me dijo:

-Bueno… no me lo puedo creer ¿qué hace ésta tía aquí?

Yo tracé una línea imaginaria entre sus ojos y su destino y me encontré, a unos cuatro metros, a una chica debidamente uniformada, colocando los cubiertos en una mesa relativamente cercana.

-Esta tía iba a mi colegio… bueno, bueno… Ni idea de que trabajase aquí, en esta ciudad. ¡Dios! ¡Tía más insoportable! ¡Nunca la pude ver delante!

Pocas veces de mi novia había emanado tanto odio en tan poco tiempo. Me fijé mejor, estatura media, quizás metro sesenta y cinco, morena, pelo largo, muy negro, muy maquillada. En su peso, proporcionada, ni delgada ni lo contrario. Y no había que ser un obseso de los pechos de las mujeres para que inmediatamente se te fuera la vista a unas tetas que trataban injustamente la camisa blanca de su uniforme, y es que, su cuerpo mediano reclamaba una talla, pero sus enormes pechos reclamaban una muy superior.

Camisa de manga larga, falda negra por encima de la rodilla, pajarita para no desentonar con la elegancia del lugar.

-¿Pero qué te ha hecho esa mujer?- le dije en voz baja.

-Pues a mí directamente, nada. Es un año más pequeña que nosotros. ¡Dios, la odio! Es una… “culo veo, culo quiero”… es… a ver, yo creo que le robó el novio por lo menos a cuatro o cinco del colegio y después en la universidad también. Hizo hostelería y estará de prácticas o vete a saber, ¿no?

-¿Pero le robó el novio a amigas tuyas?

-Sí, a dos. Ve a un tío con novia y le va a saco. Además, yo creo que lo hace como un reto, porque se los folla un mes y después los deja tirados. La pareja rota y ella a otra cosa, y si te he visto no me acuerdo.

Reconozco que cuando mi novia pronunció la frase “se los folla un mes” vi inmediatamente a aquella camarera de una forma aun más sexual.

-Vaya zorrita… se lo tengo que contar a Paula.

Dudé en decirle que ya habían pasado unos años, pero conociendo a las mujeres sabía que eso no era atenuante. Di un trago de vino, ya dispuesto a pasar página, cuando mi novia, sin dejar de mirarla, me dijo algo que a punto hace que me atragante.

-Mira que hemos hablado más en coña que otra cosa de tríos, pero ¡Dios! Si te follas a esta bien follada, en plan humillarla… es que me alegras el año, de verdad.

Posé la copa en la mesa con cincuenta pulsaciones más de las que tenía cuando la había levantado. No entendía nada. ¿Odiaba a la chica por follarse a novios de sus amigas y eso me pedía ahora a mí? Además su tono fue serio, no morboso, ni travieso, su tono era de odio puro. Le pedí que me explicara con claridad.

-Pues eso, no sé, a ver es una locura, pero joder… follártela a lo bestia y largarla de la habitación, darle caña y después que ella sepa que eres todo para mí. Eso es. Usarla como un objeto. Cómo ella usa a los hombres. La usamos y la tiramos. Que ella se vea utilizada. ¡Dios que cara de zorra tiene…!

Cierto era que en innumerables ocasiones habíamos fantaseado con tríos, sobre todo con la idea de otro hombre, ella y yo. Salir por la noche y subirnos al hotel a un desconocido que encontrásemos en un pub. Algunas veces también con que el trío fuera con otra chica. Pero esto, planteado así, no lo hubiera imaginado jamás.

Yo vi a Martina lanzada y quise incitarla:

-Pero… ¿Tan zorrita es? ¿Tú crees que aceptaría?

-Hombre no sé, es que trabajando aquí igual es mucho hasta para ella.

-Espera un momento, ven aquí- le dije para que girase su cabeza hacia mí. Le di un beso que en principio pretendía ser leve pero poco a poco se fue calentando y humedeciendo. Su boca se entreabrió y mi lengua se abrió camino invadiéndola con un ansia que hasta a mí me cogió desprevenido. Mi mano rozó su pecho firme a través de su vestido y antes de que la cosa fuera a más di por terminado el beso y le susurré.

-¿Si quieres compruebo ahora mismo si sigue siendo tan zorra como dices?

Su mirada pareció desprender una mezcla de deseo y curiosidad. No necesitaba más. Me levanté y me fui, no sin antes darle un pequeño pico en los labios y rozar su escote con el dorso de mis dedos.

Cogí un plato, supuestamente en busca de más comida, y vi que no me sería difícil acercarme a la camarera por detrás. Parecía que los planetas se habían alineado, pues mientras ella ordenaba botellines de agua, ante la mesa enorme donde se encontraba la comida, un hombre intentaba pasar por detrás de ella. No parecía difícil forzar un encontronazo entre los tres. Y así fue, me crucé en el momento preciso entre los dos. Un empujón sutil, un “perdón” pronunciado en su nuca justo después de empujar con mi cadera su trasero. Un toque aparentemente casual pero suficiente como para que ella se tuviera que poner hasta de puntillas. Suficiente para posar una de mis manos en su cadera, suficiente para empujarle con mi miembro, alterado por la historia de mi novia, en el culo de esa impresionante mujer.

Ella volteó la cabeza, nuestras caras frente a frente. -No pasa nada…- dijo con voz de inocente. Yo me quedé quieto, aun con mi mano en su cadera y nuestros rostros a escasos centímetros. Me dije “ahora o nunca”, mi intención era bajar mi mano de su cadera a su culo, posarla ahí hasta que presumiblemente fuera apartada. Uno, dos segundos, nadie apartaba la mirada, sólo su cara frente a la mía y una sonrisa tan radiante como pícara. Mi orden de bajar la mano ya estaba dada cuando ella puso una mano en mi cadera y me susurró al oído sin dejar de sonreír:

-Creí que alguien me había empujado con un vaso en el culo… madre mía…

Y tan pronto dijo eso se fue. Había ido a por ella con toda la seguridad del mundo y me había dejado descolocado.

-¿Qué te dijo? Preguntó mi novia una vez me senté a su lado.

-Joder… zorra no sé… pero que quiere jugar está claro.

-¿Sí?- A Martina se le iluminó la cara.

-Me dijo que cuando la empujé pensó que… vamos que no era mi polla, que era un vaso.

Mi novia comenzó una retahíla de “flores” hacia la persona de la camarera. Carmen, dijo que se llamaba.

Apenas comimos mucho más. Desde aquel encontronazo, supuestamente casual, los bocados ya no eran a la comida si no entre nosotros. Las copas de vino bajaban a la velocidad que nuestra libido subía. Y encontré un placer inmenso en besar a mi novia y en rozarle sus tetas sobre el vestido, al tiempo que miraba de reojo como aquella camarera paseaba su seguridad por entre las mesas.

Fue ya en los postres cuando la cosa se descontroló, cuando mi novia coló disimuladamente su mano bajo la mesa y, aprovechando que mi miembro sobresalía por arriba del pantalón, jugó con su pulgar sobre la punta. Yo no quise ser menos y colé una mano por su escote cogiendo uno de sus pechos con toda la mano. Nadie nos veía pues ya quedaba poca gente.

-Venga… vamos a arriba de una vez y… y me follas… -me susurró al oído justo antes de captar con sus dientes el lóbulo de mi oreja.

-¿Ya…? Espera que con esto así no puedo ni ponerme de pie…-me sinceré acalorado.

Instantes más tarde, y con mi miembro en una posición más disimulada, abandonamos la mesa en busca de nuestra habitación. Lo de Carmen quedó ahí. La perdí de vista y no le dije nada a mi novia al respecto. Quizás al día siguiente en el desayuno. Quizás otro día podríamos volver y plantear el encuentro sexual de los tres con calma. Lo di por zanjado.

Llegamos a la habitación. Una pequeña entrada con baño a la derecha, después a la izquierda una larga mesa, en frente la cama. En el lado de la cama más cercano al baño un armario y al otro lado de la cama un sillón, una mesita y un gran ventanal. Una vez los dos nos encontrábamos de pie, frente a la mesa grande, no le mentí cuando le dije que me tenía muy cachondo, ni le mentí cuando le susurré que tenía el calzoncillo empapado por su culpa. Sin embargo ella optó por demorarlo todo, diciéndome que necesitaba una ducha.

Me tumbé en cama y cogí la carta de servicio de habitaciones como quien coge cualquier cosa insignificante, cuando en seguida leí que subían champán a la habitación. Ya habíamos bebido vino pero si el hotel me desprendía morbo, recibirla con champán aun subiría más la temperatura. Llamé a recepción y me dijeron que en seguida me lo subían.

No lo vi venir. Como ya he dicho había olvidado el tema completamente. Por eso fue que, al oír que llamaban a la puerta, la abrí a la vez que me giraba, sin prestar atención a quién entraba. Ya que, seguramente, mi subconsciente esperaba un botones con pocos años y muchos granos. Fue por eso que le di la espalda y me acosté en cama. Fue por eso que cuando vi que una morena de mediana estatura y melena impecable colocaba la botella de champán y las copas en la mesa, algo me subió por el cuerpo, poniéndome totalmente tenso.

Como acto reflejo me levanté. Yo a un lado de la cama, ella frente a la mesa que se encontraba a los pies. Piernas perfectas y culo en su sitio colocaba todo con sumo cuidado. Volteó su cabeza hacia mí sin dejar de ofrecerme su trasero y me preguntó:

-¿Así está bien?

¿Inocente pregunta? Sin duda si no fuera por lo confesado de ella previamente por mi novia. Inocente si no fuera por esa mirada y sonrisa traviesa. Hay mujeres que desprenden feminidad, otras desprenden sólo sexo. Pues ella desprendía lo máximo de ambas cosas.

Antes de que pudiera llegar a responder volvió a girarse y se inclinó para abrir el mini bar. Esta vez sí. No hacía falta conocer sus antecedentes para sospechar de aquello. Levantó el culo de una manera incitadora mientras me preguntaba si quería que nos repusiera algo del mini bar.

Cada palabra que ella pronunciaba impregnaba todo de pecado, como si yo me convirtiese en infiel solo por escucharla. Cada movimiento trasgredía los límites de lo provocativo. No sé si hay palabra que describa la mezcla de sensualidad y provocación de sus movimientos.

Le dije que no, que no habíamos usado nada. Y ella no tuvo reparos en girar de nuevo su cara hacia mí, sin abandonar su postura de su culo en pompa y cuerpo estirado hacia adelante.

-¿No? ¿Aun nada? Bueno seguro que de esta noche no pasa sin que uséis algo- dijo al tiempo que cerraba la puerta de la pequeña nevera y se ponía derecha.

Paranoia quizá pero todo lo que decía parecía contener un doble sentido.

Se hizo un silencio incómodo. Supuestamente ella debía irse. Ya había traído la botella y las dos copas, sin embargo nos miramos durante unos pocos segundos. Fue ella quien rompió el silencio.

-¿Os la abro? ¿La descorcho? -dijo como si esa frase pudiera sacarnos de la tensión mientras echaba sus delicadas manos a la botella.

El mismo impulso irracional que me había hecho levantarme de la cama al verla, me hizo acercarme a ella mientras repetía: “No, no, es igual, es igual”. Tres pasos impensados y no sólo me encontraba su lado, si no que cuatro manos apretaban un pequeño tapón.

Yo solté mis manos como si las suyas quemasen, como si hubiera infringido alguna ley, como si hubiera caído en una tentación. Cuando se avecinaba otro silencio incómodo, el zumbido del agua cayendo sobre el cuerpo de mi novia se detuvo, convirtiendo el silencio en el más absoluto mutismo.

Yo pensé en Martina, en que podría salir en cualquier momento del baño. Carmen también reparó en ella pues dijo:

-Oye… la chica esta… con la que estabas en la cena, me suena muchísimo.

De nuevo, paranoia o no, pero rehuyó de utilizar la palabra “novia”. Yo me mantuve callado, a medio metro de ella, incómodo, sin saber dónde poner las manos. A ella se la veía más serena, y prosiguió:

-¿Te dijo algo de mí? ¿No te dijo que le sueno de algo o algo?

-No, no, para nada- mentí.

-Bueno, de todas formas… sea la chica que dudo que sea o no… lo innegable es que se lo monta genial… -De nuevo sonrisa maliciosa y pronunciación excesiva.

No dije nada, era como que cuánto más hablase ella y menos yo, más se podría ella misma descubrir y más a resguardo quedaba yo.

-Está claro, ¿no? Este hotel está genial… champán, tal… la compañía… -dijo esta última palabra mirándome más fijamente, con sus ojos grandes. Veía que no le entraba al trapo y continuó:

-Vamos que… los pobres que tengáis en la habitación de al lado no pegarán ojo…-dijo haciendo un gesto con la mirada hacia la pared que delimitaba con la habitación contigua. Yo ahí sí quise seguirle algo el juego:

-Bueno… el hotel es de calidad… no dudo que las paredes sean gruesas, no creo que se vaya a oír tanto.

-Pues… ya, no se… eso ya depende de ella… O de ti… -dijo eso acompañándolo de un ligero cambio de postura, con una mano jugueteando con la base de una copa posada en la mesa y la otra en jarra sobre su cadera. Yo le intentaba mirar a la cara pero lo cierto es que que la mirada no se me fuera a esos enormes pechos, a ese sujetador que se le transparentaba ligeramente, era harto difícil. Tampoco ella me ayudaba al hablarme así.

De nuevo silencio. Yo me había quedado callado. La había dejado sin salida. Me extrañaba que Martina no saliera aun del cuarto de baño.

-En fin… acabo el turno ahora a las once, así que si queréis pedir algo más o lo pedís ya o… os mandarán a otra chica, ¿vale?

-Vale, vale, no te preocupes, gracias por todo -Le dije como si no fuéramos más que camarera y cliente.

Ella abandonó la misión, dio por acabado el juego y pasó por mi lado para marcharse. No era un ignorante en flirteos con mujeres precisamente, pero con Carmen no tenía ni idea de qué podía pasar. Dudé si al pasar me tocaría, quizás haciéndose la tonta. Pero no. Lo único que me tocó fue su perfume y éste me dejó más tocado que si me hubiera palpado de verdad.

No me había sobrepasado un metro cuando se escuchó el inconfundible sonido del secador de pelo proveniente del cuarto de baño. Carmen se detuvo, se giró y dejándome atónito dijo lo siguiente:

-Mira… esto me da muchísima vergüenza pero… es que hasta temo llegar desnuda a recepción.

-¿Cómo? -No fui capaz de disimular mi sorpresa.

-No, no, no te asustes- rió mientras echaba sus manos a la espalda, sin duda al cierre de su sujetador. -Es que…- dijo con dificultad mientras maniobraba. -No sé si está roto o se ha soltado o qué pasa.- Al echar sus manos atrás, sus pechos se iban hacia adelante, todo se tensaba, su sujetador transparentaba más, y yo ya no sabía si estaba soñando o tenía que buscar la cámara oculta.

-¿Te importa mirarme aquí?- Y sin más miramientos se acercó a mí y me dio la espada. La camisa ya se había soltado de la falda por atrás desde el numerito del mini bar, y ella colaba sus manos por ahí hasta juguetear con el broche trasero del sujetador. Sacó las manos y me dio vía libre para que yo lo revisara. Nunca, jamás, en mis 28 años de vida, una mujer había sido tan descarada.

Colé mis manos por su espalda. No tenía tiempo, ni pulso, como para recrearme en ella como habría querido. Si en un primer momento me sorprendió la delicadeza de su camisa más lo hizo después la de su piel. No tuve tiempo ni de pensar. Sólo intenté comprobar si aquello efectivamente estaba suelto o roto.

-Mira déjalo, es igual, está roto fijo. Es que estos sujetadores que tienen cierre por delante y por detrás al final son una mierda los dos broches. -Dijo echándose hacia adelante sin que me diera tiempo a comprobarlo.

Se soltó la camisa también por delante y maniobraba algo por las copas del sujetador aun dándome la espalda. A los pocos segundos su sujetador ya estaba en sus manos, se giró hacia a mí, más cerca, y comenzó a meterse la camisa por dentro de la falda sin dejar de mirarme. Yo dejé de disimular ya, no podía más, y mis ojos se clavaron directamente en aquellos pezones que ahora ya si, sin sujetador de por medio, castigaban aquella camisa impecablemente blanca.

-¿Crees que puedo bajar así a recepción? ¿No, no? El que está ahora abajo es muy cerdo y vete a saber cómo me mirará…

Carmen ponía toda la carne en el asador, como si su tiempo se agotase. Martina no podía tardar mucho en acabar de secarse el pelo. Yo, visto que ella ya no se cortaba, había optado por no ser menos y contemplar aquellas dos maravillas sin reparo.

-Hombre… se te transparenta todo… los pezones, la areola… todo.

-¿Sí? Joder… bueno yo creo que los pezones se me transparentarán menos cuando te deje de tener delante…-Ante esa frase nos miramos fijamente, nuestras caras a un palmo una de la otra. Ella esperaba mi ataque pero yo no me veía en la necesidad de dar ese paso.

-¿Puedo dejar el sujetador aquí? No creo que… si tu chica lo ve… piense que me has follado ¿no?

Sin tiempo a responder, ahora sí dio el paso definitivo y acercó su cara a la mía, sus labios a los míos. ¿Acto reflejo? ¿Intimidación? No lo sé, pero giré levemente la cara y sus labios fueron a mi mejilla. Su sujetador en el suelo, su pecho en el mío y un segundo ataque que obtuvo la misma respuesta, esta vez más razonada, pero no más templada. Ella cambió de estrategia y buscó mi cuello. Por suerte o por desgracia éste si lo encontró, lo encontró tanto que me hizo cerrar los ojos y desaparecer por unos segundos. Dos besos, un mordisco. Sus manos en mi cadera con fuerza, las mías en la suya con cuidado. Un mordisco más fuerte y una de mis manos fue a su melena, enredándose en su pelo.

La sentía, sentía su olor, sentía su tacto, su mordisco medido para dar placer y casi dolor. Sentía morbo a la vez que sentía que pecaba, pues tocarme así con ella, sin Martina delante, no era precisamente lo que habíamos hablado.

-Déjate llevar… tócame… tócame el culo…- me susurró cogiendo y orientándome la mano, convirtiendo la escena en algo aun más prohibido. Más sucio. Ella era la experta, y sabía que el tiempo apremiaba.

Mi cuerpo me pedía tocarla, pero mi mente me pedía cumplir con nuestro plan.

Mientras dudaba, Carmen seguía haciendo estragos en mi cuello y mi mano ya se posaba en el culo de ella, un culo exuberante, proporcionado pero con superficie de sobra para recrearse.

-Apriétame bien el culo joder… -me susurró al oído como si no hubiera más tiempo que perder.

Esta frase, por extraño que parezca, no me encendió más, si no que me sacó un poco de la escena. Como que esa frase no tocaba, demasiado precipitada, como que no estábamos en el mismo punto. Yo decidí entonces jugar con ella y sin dejar de tocarle el culo la giré, le di la vuelta, y una vez así colocada dejé que mi pelvis atacase su trasero. Llevó entonces sus manos a mi nuca, invitándome a que fuera ahora yo quién le mordiese el cuello. Ella estaba dispuesta a todo, como si disfrutase del riesgo de que pudiera vernos Martina en cualquier momento.

Tiré de la falda hacia arriba hasta descubrir completamente su precioso y redondeado trasero. Tenía el plan de Martina permanentemente en la cabeza, pero en ese momento, pensando en mí, aparté ligeramente un lado de sus bragas para descubrir la carne que ocultaba, y apreté con fuerza una de sus nalgas. Su tacto era increíblemente suave, terso, su forma voluminosa, su temperatura más fría que mi mano. Posteriormente, y ya pensando nuevamente en la estrategia marcada, di una palmada en el culo de aquella vieja enemiga de mi novia, haciéndola dar un paso, y me aparté.

-Puedes irte, gracias por todo. -le dije retomando de un golpe todo el control de aquella habitación.

Allí estaba ella con la falda en la cintura y sus bragas al descubierto dándome la espalda. No dijo nada, se recolocó ese lado arrugado de las bragas, se bajó la falda con movimientos extremadamente lentos, y me dijo:

-Eres un hijo de puta…

Me mantuve en silencio y ella se agachó a recoger el sujetador. Su insulto la debió dejar tan insatisfecha como todo lo sucedido en la habitación pues prosiguió:

-¿Me llevo el sujetador o te lo regalo para que te hagas pajas con él?

-¡Ah no! No te preocupes, te lo puedes llevar. En serio, gracias. -Dije con la intención de seguir siendo hiriente.

Un portazo fue lo último que escuché antes de que Martina apagase el secador de pelo.

Mi novia salió del cuarto de baño. Con el pelo castaño oscuro, brillante, radiante. Una belleza, pero en ese momento una belleza dulce, seguramente por el contraste. Cara bonita, pechos medianos. Guapa, no explosiva. Pureza, sin maquillar. Salió con gesto de no haber escuchado nada y con un camisón de seda, rojo cereza, con encaje negro en el escote y abajo, a la altura del muslo.

Mi ataque fue de amante, no de novio, pues ya no podía más. Mis besos eran desesperados, impacientes. Nada de roces. Mi mano derecha amasando su teta izquierda.

-¡Ey, ey! ¿Qué te pasa? -preguntó sorprendida por mi fogosidad cuando mi boca dio un respiro a la suya para buscar su cuello.

-¿Que qué me pasa? Pues que la puta de tu súper enemiga acaba de pasarse por aquí, y le he tenido que dar un buen repaso…

-¡Jaja! ¡Venga ya! Qué más quisieras… -rió.

Me quité los pantalones y calcetines, y en calzoncillos y camisa me tumbé en cama. La invité a acostarse a mi lado y comencé a narrar. Paso a paso. Punto por punto. Todo lo que había pasado.

-¡Qué zorra es! ¡Es que, qué zorra es! -No paraba de repetir Martina una vez hube acabado. -Es que te juro que salgo del cuarto de baño, y os veo, y la tía sigue entrándote y la mato, te lo juro.

-¿Y te puso? -preguntó.

-Pues claro que me puso. Está buenísima. -Respondí seguro de que no se iba a enfadar.

-Ya, a ver, está muy buena, y es tan guarra… es que… ¿ves? Otras no. A mi verte con Elena o Marta… pues ya me dirás. Pero con ésta… Ya sé que es un razonamiento hasta casi de tío, pero bueno, somos humanas ¡eh! Pero tendrías que follártela… despreciándola ¿Sabes? Como un objeto, de usar y tirar.

Yo boca arriba y Martina a mi lado, susurrándome al oído:

-A las putas como esa se las folla y se las humilla, para que sepan lo que es bueno.

Sus susurros en mi oído hacían que mi miembro palpitase sin cesar, intentando escaparse de mi ropa interior. Martina me conocía, y lo vio venir en seguida.

-¿No te pondría? ¿Follártela una y otra vez mientras yo me toco viendo como lo haces?- Entretanto me susurró eso, sacó mi polla de la abertura del calzoncillo.

-La tienes durísima cabrón… la tienes enorme. ¿Tanto te puso cuando te fue al cuello?- Mi novia comenzó a retirarme la piel con sutileza, con dos dedos. Mi miembro tenía toda la punta embadurnada, lubricada. Brillaba como queriendo captar su atención.

-¿Sabes lo que más me puso? Esas tetazas vistas ya sin sujetador… sólo con la camisa por medio… No pensaba en otra cosa que en metérmelas en la boca. -Le susurré soplándole en el oído haciéndola estremecer.

-¿Y no te pone lo puta que es? -le iba a decir que sí cuando prosiguió:

-¿Sabes? No te lo dije antes porque es sólo un rumor, pero visto lo visto me lo creo: Un amigo de Pablo me dijo que en la universidad organizaban cenas en su casa, con unas copas después, y que la gente se iba marchando a los pubs. ¿Y sabes qué? Pues que bastantes veces esta puta se quedaba con cuatro o cinco amigos en casa, y no llegaban ni a salir a la calle.

Martina comenzó a pajearme con más velocidad. Hizo un silencio y se acercó a mi miembro… lamió uno de mis huevos hasta levantarlo y dejarlo caer y continuó:

-Se quedaban en casa toda la noche y se la iban follando. Todos. Una y otra vez. Uno tras otro. Le daba igual que fueran guapos o feos, pollas grandes o pequeñas. Se la follaban todos. Toda la noche.

La historia de mi novia me tenía a punto de explotar. Me imaginaba a Carmen en cama con una polla en la boca y otra en el coño… con sus propios amigos pajeándose delante de ella, esperando su turno, y sentía que me corría.

-¿Querrías haber estado en esas fiestas con los amigos de Carmen? -dijo mientras dos grandes gotas de líquido preseminal resbalaban por mi polla e impregnaban sus dedos.

Antes de que le pudiera responder, Martina dejó de masturbarme cortando así aquello que parecía irremediable.

-Shhhh, queda mucha noche…- me sonrió. -¿Voy a por el champán? -dijo limpiándose la mano en mi calzoncillo, dejando mi miembro convulsionando y lagrimeando.

Cuando ya servía el champán en las copas que aun se encontraban donde Carmen las había dejado miré el reloj.

-¿Sabes qué? Son las once ya.

-¿Y?

-Pues que me dijo que su turno acababa a las once, estará a punto de irse a casa supongo. -Dije al tiempo que me levantaba y me acercaba a mi copa, ya llena. Martina se quedó pensativa un instante. La dejé un poco, algo tramaba, bebíamos en silencio.

-¿Tú qué quieres que pase hoy? ¿Te la quieres follar?

-Hombre… sabes de sobra que contigo estoy más que satisfecho.

-Déjate de historias ¿Te la quieres follar? -repitió seria.

-Sí. -respondí tajante. Ella cogió mi brazo para mirar mi reloj y me dijo:

-Prepárate, a ver si tenemos suerte- Acto seguido se sentó en cama y descolgó el teléfono.

-¿Sí? Hola buenas noches. Mire, le llamo de la 403 para decirle que estamos muy disgustados con el trato del servicio. Sí. Resulta que hemos pedido champán y las copas están sucísimas. Pero mire, eso es lo de menos, la chica que nos ha traído las copas sucias para colmo ha sido una completa maleducada. No, no. Usted a mi no me tiene que pedir disculpas de nada.

Alucinado, tanto por su maldad como por su ocurrencia, me acerqué a ella para escuchar también lo que le decían desde recepción.

-No se preocupe, en seguida le llevan copas limpias y disculpe- Escuché una voz masculina al otro lado del teléfono.

-Le repito que conmigo no se tiene que disculpar, pero a ver si vigilan a quién contratan porque esa chica ha sido una maleducada.

-No se preocupe, de que no vuelva a ser maleducada me encargaré personalmente, no volverá a pasar. En seguida le suben las copas.

-¿La misma chica? -dijo Martina rápidamente.

-No lo sé, es ahora justo el cambio de turno y no sé si está ella o la del turno de noche, pero no se preocupe que la chica que suba… la chica que suba se comportará como la clientela de este hotel se merece.

No había tiempo para manifestarle mi sorpresa o para alabanzas, ni siquiera para discernir si vendría Carmen u otra chica. Tan pronto colgó el teléfono le pregunté:

-¿Y tú? ¿Qué quieres que pase? -Martina cogió un cepillo de la mesilla y comenzó a peinarse frente al armario, que era todo él un gran espejo.

-Pues…¿si te digo que no lo sé?- rió. -A ver… por un lado… es que es una mezcla de cosas. Por un lado que te la folles… pero fuerte, que ella vea en todo momento que la estás usando. No sé… -yo la dejé proseguir mientras se peinaba la melena con bastante fuerza- Es que al ser tan guarra… no sé, me pone eso, que… seas brusco con ella y verla ahí… humillada por ti, frente a ambos, verla que se corre delante de mí, como lo que es, una puta que solo vale para follar y nada más. Pero por otro lado, lógicamente también… no sé si celos, me muero de ganas porque vea que soy tuya, que esa polla es mía todos los días que yo quiera. Que se muera de envidia, que vea lo que yo tengo y lo que ella solo puede tener un día, y sólo porque a mí me da la gana, no porque ella te haya ligado… o esté buena… ¿entiendes?

-Sí, bueno, más o menos.

-Bueno… ¡Qué no sé, eh! Que igual te intenta besar y la mato. Es que no sé tampoco cómo reaccionaría. Es que tengo todo en la cabeza, a la vez, revuelto y mezclado como en un cocktail en el que has puesto demasiadas cosas y no tienes ni idea de cómo te saldrá al final, aunque tienes muchas ganas de probarlo. -Me interrumpió.

-No sé… de todas formas, tal vez ni sea ella la que venga y… vamos… que igual no pasa nada- dije.

-Ya, es que debe estar con un buen mosqueo si le han echado bronca por mi culpa. Por cierto, ni se te ocurra ponerte los pantalones. Si viene Carmen, te tiene que ver así, y si viene otra pues también que se alegre la vista.

Acabé mi copa de champán y me serví otra. Le di un trago y abrí la puerta, la dejé entreabierta. Así, si venía Carmen, que entrase hasta donde quisiera. En sus manos estaba. Me senté en el sillón, al otro lado de la cama de donde se encontraba Martina.

La espera era tensa, silenciosa. Sólo roto ese silencio por el cepillo de mi novia. No tardamos en escuchar pasos por el pasillo. Acercándose. Alguien llamó a la puerta. Un golpe, dos golpes. Ese alguien entraba sin más miramientos. Era Carmen. Bastante revolucionada, colorada, con dos copas que depositó con fuerza en la mesa grande de enfrente a la cama. Sonrojada, desprendía ira. Para mi desgracia ahora llevaba un chaleco negro que me impedía vislumbrar aquello que aun no se me había ido de la cabeza.

-¡Eres un cabrón, tío! -Me dijo como si mi novia no existiese.

-¡No, no eh! ¡Que fui yo!- Interrumpió Martina sin siquiera girarse.

Carmen la miró y le dijo que por su culpa se había comido una bronca impresionante. Fue ahí cuando mi novia pronunció su nombre por primera vez:

-Bueno Carmen… reconocerás que no te has portado demasiado bien ¿no?

La camarera la miró con un odio que sólo se pueden profesar dos mujeres. No sé hasta dónde ató cabos acerca de quién era Martina. Mi novia prosiguió:

-Por cierto, te queda muy bien el chalequito, así… se te ve… más tranquilita.

Mientras esto sucedía, Carmen decidió volver a mirarme, más concretamente a mis calzoncillos a rayas. No le di importancia dado que era lógico que le sorprendiese que la recibiera así. Me levanté, pasé por delante de Carmen, y fui a cerrar la puerta. Al volver a pasar por delante de ella le dije en tono bajo que se tomara una copa.

-¿Que me tome una copa? Me estás puteando -Respondió.

Ahí vi que se me iba, que se marchaba dando un portazo. Ahora o nunca pensé y le susurré al oído:

-Tómate una copa y mañana en el desayuno te busco y hablamos…

Un susurro casi inteligible, un salto al vacío en toda regla, dos segundos expectantes, una mirada de ella… de fingido enfado. Un “te haré caso pero no me convence”, que para mí significó vía libre.

Miré a mi novia y ella me devolvió la mirada a través del espejo. Mirada seria, enigmática. Yo no me acababa de creer que Carmen accediese a quedarse después de lo sucedido con mi novia. Y menos con ella presente.

Se giró hacia mí, cogió la botella con la mano derecha y una copa con la izquierda. Observé que el botón inferior de su chaleco estaba sólo parcialmente bien acoplado a su ojal. Por inocente manía perfeccionista posé mi copa y me dispuse a abrochar bien su botón. Ante mi sorpresa ella abrió sus brazos como invitándome no a cerrar ese botón, si no a abrirlo junto con todos los demás.

No entendía qué me pasaba con esa mujer. Era obvio que venía a lo que venía. Eran obvios su gesto y esa mirada con la que me invitaba, o más bien casi me obligaba, a quitarle el chaleco. También era obvio que si accedía a tomarse la copa, después de lo que había sucedido, era por algo. Estaba igualmente claro que tenía el beneplácito de mi novia… Sin embargo, aquella mujer tenía algo intimidante que me hacía sentirme en desventaja, sobre todo en las distancias cortas.

Por eso mis dedos, hacia ella, no fueron seguros, si no temblorosos. Uno, dos, tres, cuatro botones más tarde el chaleco fue abierto y apartado. Si su sujetador realmente estaba roto o no, nunca lo sabría, pero allí no había ni rastro de él. De nuevo sus pezones transparentándose bajo una camisa cuya blancura iluminaba radiante aquella parte de la habitación.

Cuando aparté el chaleco tuve que inclinarme más hacia ella. Carmen no desaprovechó su oportunidad:

-¿Te gustan? ¿Te gusta vérmelas así otra vez? -Ese susurro imperceptible para mi novia hizo que mi deseo venciera momentáneamente a mis temores.

-No es que me gusten… es que me vuelven loco…

-¿Te imaginas con una de ellas en tu boca?- Dijo en voz baja y sonriendo. Provocándome.

-¿Quieres que me las coma ahora mismo?-Le susurré al oído, siendo yo de verdad, casi por primera vez, haciendo rozar mi barbilla con su pajarita, y mi mejilla con la suya.

-No te atreves con ella aquí…-Me susurró incitándome con su constante malicia.

Mi boca pasó de su oído a besar sutilmente su cuello. Esa posición me permitía mirar a Martina. Con mi mirada le pedí sutilmente permiso para continuar. Ella seguía cepillándose y de nuevo nuestras miradas se cruzaban gracias al espejo. No se inmutó.

Mi mano izquierda, dando otro paso, aun temblorosa, se posó en su pecho derecho, al tiempo que, con mi boca, seguía dando tímidos besos en su cuello. Nunca me había costado tanto coger el pecho entero de una mujer. La tela de la camisa estaba fría, era suave, pero podía sentir palpitar su teta caliente bajo la prenda. Si a la vista parecía grande, al tacto era casi inabarcable. Notaba el pezón atravesando la camisa, erizado, duro, bajo la tela blanca, clavándose en la palma de mi mano. Ésta dio paso a mis dedos, el índice y el corazón, que pasaron a custodiar aquel extraordinario pezón. Sentir como éste se erigía colosal entre mis dedos propició que mi polla se tensase… por su culpa, por culpa de aquella suave voluptuosidad. Mis labios dieron paso a mi lengua que comenzó a lamer y posteriormente morder ligeramente su cuello. Ante ese ataque Carmen me susurró:

-Para… búscame mañana… y lo hacemos con calma. -Sus susurros eran suaves y en tono inaudible para mi novia.

-Mañana no sé… -le respondí mientras mi mano abandonaba su pecho e iba a su cuello y era mi mano derecha la que atacaba ahora su busto perfecto.

No recordaba que mis manos temblasen tanto por tocar a una mujer. Su perfume detrás de la oreja, el olor de su melena… su uniforme… mi novia delante. Todo era un compendio de tensión sexual que no me dejaba respirar. Sentía mi miembro moverse de forma involuntaria, queriendo apuntarla, señalarla, pero mis calzoncillos lo impedían.

Un mordisco en mi cuello fue la antesala para que ella buscara por fin mis labios. A la vista ya eran carnosos, pero al tacto superaban cualquier imaginación. Se quiso recrear en juntar nuestros labios primero, antes de que yo me aventurase a invadir su boca. Cuando me decidí, ella se retiró mínimamente, con la voluntad perpetua de jugar. Lo hizo una segunda vez, y a la tercera se dejó llevar. Su lengua y la mía jugaron en su boca por primera vez. Besaba increíble. De esos besos que excitan más que cualquier otra cosa. Besos que no puedes creer como hacen lagrimear tu miembro, como si te lo estuvieran tocando. Mi mano dejó de acariciar su pecho para apretarlo y ella acentuó un gemido cuando lo hice. Mi otra mano dejó de acariciar su cuello para sujetarlo. Mis ojos se entreabrieron y vi a mi novia quieta, con el cepillo en la mano, y ya, sin tapujos, mirándome con una enorme cara de deseo.

Tras embriagarme de sus labios y de su lengua abandoné su boca y aproveché para cogerle la botella y la copa, y dejarlo todo en la mesa. Ella se quitó el chaleco, todo eso casi sin despegarnos. No tardó Carmen en alargar sus manos y sacar mi miembro por la abertura de los calzoncillos. Me estremecí, temblé. Como si tiritase. Me la sacó y la cogió sutilmente. Con maestría, como diciéndome que ella sabría perfectamente cómo tratarla.

-Qué polla tienes cabrón… mañana me follas…-me volvió a susurrar a espaldas de mi novia. Sus susurros eran tan sentidos… como si el deseo se le multiplicase a cada instante.

Mientras me susurraba me la acariciaba de forma tenue, leve, a veces echándome la piel hacia atrás, a veces simplemente pasando las manos lentamente por ella. Los gestos eran suaves, pero nuestras palabras eran todo lo contrario. La agarró con ambas manos, cubriéndomela desde la base hasta la punta, y aprovechando que mi lengua no estaba en su boca sino en su cuello, me volvió a murmurar:

-Esto me lo tienes que meter… joder es gordísima, mañana me metes esto… -Yo ya dudaba qué me excitaba más, si tocarla, que me tocase, o sus palabras.

Me la agarraba con dulzura pero a la vez con firmeza. Apretaba lo justo. Como si me hubiera cogido el punto desde un primer momento. Su cuello estaba completamente humedecido, nuestros labios también, y fue entonces cuando le dije en voz baja:

-No he visto lo suficiente para saber si quiero quedar mañana…

Decidió responderme con gestos, no con palabras. Sus manos abandonaron mi miembro y cogieron las mías, ella misma las llevo a sus pechos, como sabiéndose segura de su mejor arma. Yo descubrí que Martina ya yacía en la cama, tumbada de lado, con su codo derecho flexionado apoyando la cabeza y su mano izquierda aun indecisa. Mientras mis manos contenían aquellas dos maravillas recordé las palabras de mi novia, su plan, su estrategia, así que aparté mis manos y le dije:

-Enséñamelas tú.

Al decirlo me aparté unos centímetros. Y fue entonces cuando pude descubrir lo tremendamente empalmado que estaba, lo tremendamente brillante que lucía la punta de mi miembro, y sobre todo, la magnitud de aquellas areolas que guardaban los pezones más desmedidos que recordaba haber visto.

Era una calma tensa. En la que todos nos queríamos tocar pero todavía algo nos impedía perder completamente el control. Sabía que mi novia estaba excitada pero aun se contenía, y sabía que Carmen y yo estábamos a punto de perder toda esa sutileza que se iba quedando obsoleta, pidiendo a gritos un cambio hacia la desinhibición.

Carmen dio el primer paso colocando sus manos a la altura de sus pechos. Lo que hizo fue desabrochar los dos botones que se encontraban a la altura de sus tetas, aun con los botones de arriba y la pajarita intactos y aun con la camisa dentro de la falda. Dos o tres botones, lo justo para dar salida a uno de sus pechos. Lo sacó de la manera más erótica posible, clavándome la mirada, ofreciéndome lo prohibido, lo que podría tener si quisiera. Por fin no había tela que me impidiese ver con claridad aquel pezón rosado. Su camisa ya no me impedía admirar una teta grande pero perfecta, enorme pero no vulgar, preciosa, pura. Esa parte de su cuerpo… jamás había sentido la necesidad de lamer, de comerme un pecho, como la que experimentaba ante aquella maravilla. Algo de mí me obligaba a devorar aquello pero ganó la parte que decidió masturbarse admirándola, masturbarse viendo como ella misma se la cogía con la mano de forma sutil. Pajearme mientras ella levantaba su pecho mínimamente.

Mi novia tampoco pudo más y su mano libre fue a calmar lo que ya palpitaba entre sus piernas. Cada vez que deducía que el deseo de Martina aumentaba, yo recordaba su plan, recordaba el origen, y entonces, actuaba en consecuencia:

-Joder Carmen… ¿Cómo puedes ir con esas tetas de puta por ahí?

Ese era el plan, la humillación de Carmen. Tensar la cuerda hasta el límite. Justo al decirlo saqué mis huevos de los calzoncillos, me los cogí con una mano y me seguí masturbando con la otra. Sus halagos a mi miembro me hacían mostrarme con seguridad.

Carmen no se amilanó por mi frase, no protestó ni de palabra ni de gesto, y sus manos fueron a su falda que recogió con serenidad en su cintura. Un movimiento erótico, lento, marcando los tiempos, sin mirarme a la cara, mirando más abajo…

Bragas negras, brillantes, como satinadas, unas bragas de puta en toda regla. Quería verla, quería contemplarla, pero a veces la tentación de tocarla era insoportable. Me acerqué a ella y colé la mano por la abertura de la camisa y por fin disfruté de ese tacto sedoso, del contraste de la suavidad de su pecho con la dureza de su pezón, de su teta caliente y su pezón tibio.

Un beso nuevo, una invasión rápida en su boca con mi lengua, mientras mi mano recogía ese enorme pecho, recreándose, sobándolo, moviéndolo de abajo arriba. Besarla mientras contenía esa teta era lo que llevaba ansiando desde hacía horas.

Mis manos fueron después a las tiras de sus bragas, en su cadera, jugueteando con ellas. Ella me mordió el cuello y me rodeó con sus brazos, y yo miré a mi novia que ya jugueteaba con sus labios sobre sus bragas. No sé si para provocar a Martina, o para que ella sintiera a través de Carmen, pero hice algo que en ocasiones le hacía a ella: tiré de las bragas de Carmen hacia arriba, haciendo que sus propias bragas apretasen su coño. En ese momento Martina dejó caer su cabeza en la cama y coló ya sus manos bajo su ropa. Yo fui más allá y doblé aquella prenda negra de tal manera que se convirtiera en una tira en medio de los labios de su coño. Carmen mordió mi cuello y enterró ahí un gemido. Martina se contuvo, y yo suspiré, pues mientras Carmen gemía, mi polla posaba una gota trasparente sobre su falda recogida.

Tiré hacia arriba unos pocos segundos más, para posteriormente dejar las bragas en su posición original, y volver a apartarme mínimamente. Apartarme lo justo para contemplar que los labios del coño de Carmen apretaban hinchados aquellas bragas ya caladas.

Me coloqué de espaldas a la mesa, con Carmen a mi derecha y Martina acostada en esa enorme cama frente a mí. Esperaba alguna participación de mi novia, de la manera que fuera, pero ella seguía simplemente sonrojada y acariciándose aun sutilmente.

Carmen se colocó frente a mí y comenzó a desabrocharme la camisa. A medida que iba descubriendo partes de mi torso iba besando y lamiendo esa piel. Mientras lo hacía, iba descendiendo, y yo miraba a mi novia que se recolocaba, respaldándose en el cabezal de la cama, y abriendo las piernas dispuesta a masturbarse sin reparo. Yo suspiraba porque se quitase las bragas, por ver como maniobraba con su coño libre, pero ella, sin quitárselas, se tocaba bajo la tela negra.

Yo me sentía bien, crecido, confiado. Pero eso no hacía que dejara de temblar cada vez que Carmen me tocaba. No impedía que mi pecho imberbe y abdominales marcados se tensasen a cada caricia o soplido de ella.

Cuando Carmen desabrochó todos los botones de mi camisa se deshizo de mis calzoncillos dejándolos caer en la cama… volvió a subir y me lamió el vientre. De nuevo ella quería mandar, pero mi polla reclamaba con ansia su boca. Me miraba, me mataba… me provocaba, y un impulso desconocido estaba a punto de salir de mí. Y es que algunas veces había tenido sexo un tanto agresivo con Martina, alguna vez nos habíamos insultado por el morbo y el placer de jugar, pero con Carmen se producía una mezcla entre temor a tocarla y ansia por tratarla mal, por humillarla de la forma más despectiva.

Tras ver como se recreaba en su dominio sobre mí, ese impulso salió con fuerza: la sujeté por el cuello de la camisa y atraje su rostro al mío, la besé de forma sucia, casi grosera.

-Métetela en la boca… -le susurré

-Y si no… ¿qué? -respondió ella.

Fue su perenne gesto de chulería, lo que unido a esa frase, terminó por desbocarme. De un golpe le abrí más la camisa, me agaché un poco y me metí una de sus enormes tetas en la boca. Lamí lo que pude y mordí lo que quise, ya que ella sólo me sujetaba la cabeza y echaba la suya hacia atrás. Le lamí la otra y le miré a la cara, llevando un reguero de saliva de uno a otro pecho. Le di pequeños toques con la lengua en el pezón y ella cogiendo esa misma teta con una de sus manos me dijo:

-¿Te gusta chupármelas? No me las muerdas eh…

Yo desobedecí visiblemente irritado, y se la mordí con fuerza hasta que gritó. No podía consentir que ella mandase, así que incorporándome, y tras besarla de nuevo de forma vulgar, le cogí una de sus manos que deposité en mi miembro desesperado:

-Ahora te toca… Seguro que la chupas mejor que nadie ¿A que si?

-¿Si? -¿Tú crees? -Respondió ella.

Me seguía encendiendo de manera increíble. Una de mis manos fue a su culo y agarrándolo con fuerza le dije algo que nunca pensé ser capaz de decir a una mujer prácticamente desconocida:

-Chúpamela como una auténtica puta…

-¿Es lo que soy? -Ella no se asustaba por nada.

-Sí, es lo que eres- dije apretándole el culo con más fuerza y apretando mi entrepierna contra la suya.

-Dios… cómo la tienes… es enorme… eres un animal joder… no me va a caber en la boca…

Diciendo eso me besó fugazmente los labios y descendió por mi cuerpo. Como si la palabra “puta” y la dureza de mi polla, hubieran sido los detonantes necesarios para hacerla proceder.

Carmen se puso de rodillas y yo creí tocar el cielo. De pie, a los pies de la cama, veía como mi novia se masturbaba ya con los tirantes de su camisón bajados y las tetas a punto de ser descubiertas del todo. Mientras, Carmen lamía mis huevos con delicadeza y rozaba con su mano el tronco de mi miembro sin querer deleitarme del todo, sin tocarme la punta.

Miraba hacia arriba, con una mirada pícara, poderosa, que de nuevo yo tenía que cambiar. Le sujeté los brazos y coloqué sus manos en mi culo… ella se dejó hacer y yo bajé mis manos intentando deshacerme de su pajarita, la quise sacar por la cabeza sin desabrocharla, y cuando el lazo de la pajarita pasó por su frente la dejé así, con la pajarita en la frente, sin quitársela. Ella me miró con odio, como sabiendo que eso no buscaba otra cosa que humillarla, que burlarme de ella. No contento con eso posé mi polla en su cara, a lo largo de toda ella, desde la barbilla a la pajarita, tapándole media cara con mi miembro. Yo no me conocía a mí mismo, y ella no sólo no protestaba, si no que sacaba mínimamente la lengua lamiendo lo que podía.

-Así putita, así… -dije moviendo mi cadera adelante y atrás restregándole mi polla por la cara. Yo estaba desconocido, pero no tenía tiempo ni de asustarme de mí mismo.

Sus ojos eran deseo, su lengua era puro sexo.

-Te la voy a meter en la boquita, así… no te muevas…

Y eso hice. Ella abrió la boca con la camisa abierta, sus tetas al descubierto, arrodillada, con la pajarita en la frente, con sus manos en mi culo, esperando que se la metiera en la boca.

Un enorme calor invadió no sólo mi miembro sino todo mi cuerpo. Quería verla, quería ver esa cara de puta acogiendo mi polla, pero no puede evitar cerrar los ojos por ese inmenso placer. Un tremendo calor, una tremenda humedad… un placer indescriptible, un morbo insuperable. Su lengua le daba pequeños golpes y la envolvía, yo sentía que mi polla derramaba allí un liquido aun transparente, como avisando de lo que venía. Ella llevó sus manos a mi miembro y lo que vino después fue un derroche de lujuria en su cara, unos movimientos mágicos con sus manos. Se la sacaba de la boca y me la lamía entera, me la sujetaba y tiraba con su boca de mis huevos clavándome la mirada, le daba golpes con la lengua en la punta y la empujaba hacia arriba, alternaba casi ni rozarme con las manos con apretármela fuerte y pajeármela rápido.

-¿Te vas a correr ya? Preguntaba en una búsqueda constante de tomar el control.

-Qué bien la chupas… ¿Cuántas pollas te has comido Carmen? -le pregunté con mis dos manos en su cabeza. -¿Cuántas veces te han follado esa boquita? Pon tus brazos en tu espalda-

-¿Qué me quieres hacer cabrón…? -Preguntó, pero a la vez obedeció sin miramientos.

Ella actuaba como si las posturas supuestamente humillantes para otras mujeres, a ella le despertasen tanto o más morbo que a mí. Saqué mi miembro de su boca, y teniendo a Carmen arrodillada y con sus brazos atrás se la metí en la boca. Le metí la mitad de la polla en la boca, con mi mano derecha sobre su cabeza y mi otra mano en jarra en mi cadera. Lo hice mirando a mi novia, para que Martina viera claramente como le clavaba la polla en la boca una y otra vez, como se la clavaba en la boca a su peor enemiga.

Martina se masturbaba con una mano y con la otra se apretaba un pecho, signo inequívoco de que se venía en cualquier momento. Una metida en la boca de Carmen demasiado fuerte fue motivo para que ella me frenara, llevando sus manos a mi miembro. Fue entonces cuando mi novia actuó por primera vez, se acercó, se colocó a mi lado y me besó. Me besó de forma entregada pero sutil, sin obligarme a moverme. Nuestros labios se juntaron, fue un beso sucio pero conocido. A Carmen no le importó que mi novia se acercara y siguió chupando como si hubiera nacido para ello.

Martina se arrodilló al lado de Carmen y sin rozar sus caras se las arregló para lamerme los huevos mientras la camarera lamía la punta. Pronto cambiaron los papeles y poco más tarde compartieron la punta. Sólo fue cuestión de tiempo que sus lenguas se rozasen por casualidad, en un principio, y se enzarzasen en un beso furtivo con mi polla en medio después.Ver sus lenguas jugar entre si, con mi miembro lagrimeante por medio, era más de lo que yo podía soportar. Dos manos a la vez, una de cada una de ellas, echaba la piel de mi polla adelante y atrás, con una lentitud exasperante. Yo sentía que no había vuelta atrás cuando mi novia no se conformó con besarse con ella si no que ella misma le agarró una de sus enormes tetas con su mano. Eso fue irremediable para mí, mi polla se tensó, derramando una gota en la mejilla de Carmen. Ya no había vuelta atrás o eso creía yo, cuando mi novia se levantó, abandonando la boca de Carmen, pero sin soltar mi polla, y me susurró:

-Córrete en esta puta…

Carmen quedó sola, indefensa, arrodillada, con sus manos en sus muslos. Y fue mi propia novia quien sacudiéndome la polla magistralmente iba a conseguir que comenzara a derramarme sobre la cara de su enemiga. Una última mirada a nuestra víctima, para contemplar su cara de deseo. Su pajarita en la frente, sus tetas hinchadas y sus pezones duros. Su situación no podía ser más humillante, humillante y suficiente como para que se derramara ya el primer chorro, que lo hizo descendiendo por mi tronco. Los siguientes le salpicaron la cara sin compasión, cruzándosela de abajo arriba, desde la barbilla al pelo, pringando sus mejillas, sus labios y hasta la pajarita. Los últimos chorros cayeron cansados sobre su escote, sus tetas y camisa, mientras mi novia no dejaba de susurrarme: “Córrete más, córrete en esta puta… báñala bien…”. Yo gemía por un placer inmenso, pero lo hacía contenido, resoplando. Gemía sin perder de vista a Carmen, sin perder de vista como asumía los latigazos de mi semen caliente por toda su cara, cómo asumía que densas gotas bajasen de su mentón y cayesen mancillando sus enormes tetas, cómo asumía con gesto de falso orgullo que me derramase con desprecio en aquella preciosa cara.

Con su boca y ojos cerrados mantenía su gesto de excitación, como aceptando su castigo con complacencia. No parecía ser, sin duda, la primera vez que se corrían en su cara.

Me quedé exhausto, me fallaban las piernas, con los ojos entrecerrados percibí que Carmen se levantaba y que mi novia se acercaba a su víctima. Martina se deshizo de su pajarita y con ésta le limpió la cara. También con su mano la limpiaba para después llevar sus dedos manchados a su camisa blanca.

-Esta leche es mía ¡eh! -dijo mi novia recogiendo una de las últimas grandes gotas con su dedo índice, para posteriormente llevarlo a su propia boca.

No tenía idea de qué pasaría después, pero yo estaba hasta mareado por mi orgasmo. Carmen también se limpió con sus manos. Mientras lo hacía, miraba a mi novia con tremendo rencor. Martina percibió lo mismo que yo:

-No te hagas la indignada Carmen… llevas buscando polla desde la cena. -dijo mi novia recogiendo una gota del labio de Carmen.

Cuando creí que Carmen replicaría y comenzaría la guerra, ésta agarró la mano de mi novia y se llevó su dedo a la boca, como si quisiera demandar esa última gota blanca para sí. Mi novia la provocaba y Carmen lo asumía, como si hubiera aceptado de buen grado su papel de sumisa. Quizás porque no conocía a Martina como yo, la cual siguió tensando más y más.

-Mira como chupa el dedo -dijo girando su cara hacia mi- ya le da igual un dedo que una polla mientras tenga tu leche. Carmen siguió aceptando sus palabras y mi novia agarró con desprecio las tetas de la camarera y prosiguió con su martirio:

-Mira qué tetazas tiene…

Todos nos mantuvimos en silencio. Escuchando a Martina, que se la veía aun con más ansias de humillarla, quizás por haberse dejado llevar y haberse besado mínimamente con ella, cuando habían estado arrodilladas.

-Joder que tetas tienes Carmen…- Repitió Martina pero esta vez ya no cogiéndolas con desprecio, sino más bien acariciándolas.

Antes de que continuara con sus insultos, Carmen le sujetó las manos como había hecho antes conmigo, como invitándola a tocarlas con más dulzura. Mi novia se quedó callada. Sorprendida. No sé si por la reacción pacificadora de Carmen o por sentir algo al tocarle aquellas dos enormidades a su enemiga. Como si no esperase que ese tacto le despertase algo así. A los pocos segundos Carmen besó a mi novia y se retiró. Un beso rápido, disimulado. Mi novia no protestó. Siguió acariciando las tetas de Carmen en silencio hasta que ésta de nuevo la besó. Y esta vez sí, Martina acogió ese beso plenamente.

Ya no fue un beso robado sino aceptado; sus labios se juntaron y Martina continuó acariciando los pechos de Carmen de forma dócil, suave. Tras un tercer beso ambas se dejaban caer lentamente en la cama.

Se besaban con la sutileza femenina, casi siempre pequeños picos y roces de labios. Sólo cuando una exploraba los pechos de la otra, la que recibía las caricias respondía contraatacando con su lengua.

Aprovechando que Carmen yacía boca arriba me incliné hacia ella, recogí su falda y me deshice de sus bragas. Solo con lamerle los muslos supe que aquella mujer llevaba horas demandando ser saciada. Solo con acercar la cara supe que aquel olor a coño encerraba una humedad extrema. Mientras se besaba con mi novia enterré mi cara, mi nariz y mi boca, entre unos labios completamente encharcados. Ella apretaba sus muslos y me ahogaba entre su vello rizado, impecablemente recortado. Cada vez que enterraba mi lengua, una gota con su inconfundible sabor abandonaba su cuerpo y era aspirado por mí. Gemía, convulsionaba, controlada por Martina, medio sujetada. Creí que su coño explotaría en mi boca en cualquier momento cuando mi novia abandonó sus labios, le metió un dedo en la boca y me susurró:

-Fóllatela… fóllate a esta puta delante de mí.

Mi novia estaba fuera de control, como lo había estado yo cuando había provocado e insultado a Carmen. No me reconocía, como tampoco a Martina en ese momento.

Separé mi cara de aquel precioso coño, al hacerlo me di cuenta, aun más claramente, de aquel maravilloso olor.

-No te imaginas como le huele a la cabrona… -dije en voz alta, sintiéndolo. Para excitarnos a los dos, y para humillar a la tercera.

Al retirarme de aquella preciosidad un hilillo nacía en su coño y moría en mi labio inferior. Me retiré más y éste no se rompía, tuve que deshacerme de él con la mano.

-¿Quieres que ponga a esta puta a cuatro patas…? -pregunté con sorna a mi novia. Como eligiendo el castigo delante del prisionero.

-Si… fóllatela bien follada… -respondió Martina completamente ida, fuera de sí, con una excitación que no recordaba, mientras le daba a chupar su dedo a su víctima.

Tras decir eso Martina reptó hacia la parte superior de la cama y apoyándose contra el cabezal se sentó dispuesta a contemplar de una vez por todas lo que tanto ansiaba. Yo subí mi cuerpo, y mi boca quedó en frente de Carmen, como si la fuera a follar en misionero. La besé y desabroché los pocos botones que aun quedaban cerrados de su camisa. La besaba, la besaba y le susurraba: “Te voy a follar Carmen…” “Te voy a poner a cuatro patas ahora mismo”, lo decía y le mordía el cuello, le lamía la cara… “Te voy a destrozar ese coño…” le repetía una y otra vez.

La coloqué a mi antojo, a cuatro patas, frente a mi novia, que ya mostraba sin disimulo un coño que brillaba tanto o más que el de Carmen. Estaban cerca, se podían tocar. Yo me puse de rodillas tras ella y restregué mi polla sobre aquel coño que me acababa de comer, haciéndola sufrir. Aquella camarera inmaculada, perfecta, elegante, ahora no era más que una puta, a cuatro patas, ansiando ser penetrada. De su pulcro uniforme no quedaba más que una camisa manchada de mi leche, una falda arrugada y unos zapatos negros clavados en las sábanas. Una puta, una puta más, o la más puta, según Martina, esperando, ansiando que se la metiese, sin importarle tener delante a su peor enemiga. Entregada al placer, suspirando por un orgasmo, por un placer, por un sexo sucio, entre extraños, porque se la follasen sin cuidado, porque la siguiesen tratando con desprecio.

Una mirada hacia atrás de Carmen, una mirada de súplica. Una última echada de piel hacia atrás en mi polla, una embestida, única, una penetración, hasta el final, de la punta a la base, hasta tocar con mis huevos con los labios de su coño, un gemido puro, entregado, una cara desencajada, un “Ahhhh” desinhibido, y unas manos de mi novia frotándose con más impaciencia que nunca.

La saqué entera, como si nada, entraba sola, salía sola. Carmen no me miraba a mí, no miraba a Martina, simplemente, con sus codos apoyados, enterraba la cabeza en la cama.

-Joder Carmen… ¿cómo tienes el coño así? Aquí caben dos pollas- dije castigándola.

Se la volví a meter buscando más contacto. Su coño me abrazaba, me acogía, caliente, húmedo, ella volvió a gemir con la segunda metida. Esta vez un gemido aun más largo:

-Aaahhh…. Mmmmm…  gimió completamente entregada.

-Carmen… no puedes venir con el coño así mujer… que si no mi novio no se entera de nada… -la humillaba Martina con gesto serio y dominante.

En ese momento quise que la venganza de mi novia fuera más plena y comencé a follarme a Carmen de manera salvaje. Mis huevos rebotaban en su cuerpo de forma violenta, un estruendo que debía escucharse por todo el pasillo, un eco que rompía el silencio de aquel edificio elegante.

-¡Sí, sí, sí! -gritaba Carmen un “sí” a cada penetración, totalmente desvergonzada. Unos gritos extraños pero sentidos, pronunciados con celeridad.

El placer era indescriptible, el sonido era brutal. Nuestra víctima estrujaba con fuerza las sábanas con sus manos y gemía allí agachada. Miré a mi derecha, hacia el espejo del armario, y vi como mi polla entraba y salía, y me recreaba en esa visión. Quería ver más, así que le recogí un lado de la camisa sin dejar de metérsela sin descanso, sin dejar de oír aquellos “ahh….  ahhhh…” tan arrítmicos y aquellos “sí, sí“ tan rítmicos. Le aparté la camisa para ver aquellas tetas ir y venir, aquellas maravillas se balanceaban adelante y atrás humilladas, como su dueña. Las tenía tan enormes que apenas dejaban algo de espacio hasta tocar con la cama, rozando la sábana, de vez en cuando, con sus duros pezones.

-Ohh… dios… fóllame así… mmm… -gimió Carmen rompiéndonos los planes, disfrutando de su castigo. De nuevo quise llevarla más allá: tiré de su melena y levanté su cabeza hasta que cruzara la mirada con Martina. Una frente a la otra. Mi novia ya con el camisón en la cintura, tocándose su hambriento sexo y apretando sus tetas, viendo como Carmen se entregaba completamente a mi miembro candente que la ensartaba desde atrás.

-Así Carmen… así… córrete como una puta, delante de mí- le susurraba mi novia, hablándole con parsimonia.

La preciosa camarera no paraba de pronunciar gemidos maravillosos que competían con el eco de nuestros cuerpos chocándose.

-No pares… no pares… joder. -acertó a gemir Carmen intentando desviar la mirada de quien tenía enfrente.

Veía que Carmen no podía más, y que yo tampoco, así que decidí parar. Castigándome a mí para castigarla más a ella.

-Joder no pares… dios… no pares… -siguió protestando ella, sin dejar de gemir, girando su cara y moviendo el culo, no solo adelante y atrás si no haciendo círculos, como una auténtica profesional.

-Dame caña… joder, dame caña… -casi suplicó con ojos llorosos sin dejar de metérsela y sacársela lentamente.

-¿Qué dices Carmen? -Dijo mi novia. -Tú eres una puta, y a las putas se las folla el cliente hasta que le dé la gana.

-Hijo de puta, fóllame… haz que me corra de una vez… -siguió gimoteando Carmen haciendo caso omiso de Martina.

-¿Está muy abierta?- Preguntó mi novia.

-Abiertísima- Respondí permaneciendo quieto, con mis brazos en jarra, de nuevo mirando al espejo, contemplando como Carmen se seguía moviendo rítmicamente, desesperada, gimiendo, pero en un tono muchísimo más bajo que cuando yo se la clavaba.

-¿Podías romperle el culo, no? Podías romperle el culo a esta fulana.

Ambos nos quedamos callados. El silencio sólo era roto por los gemidos ahogados de Carmen, sutiles por estarse mordiendo el labio, mientras conseguía que su coño envolviese mi miembro de forma casi artística. Mi novia insistió:

-¿Se la metes en el culo a esta puta?

De nuevo mudos, esperando que Carmen protestase. Miré a mi novia, ella me miraba. Llevé la punta de mi dedo índice a mi boca y lo posé en el ano de Carmen. Ella no solo no protestó si no que gimió levemente.

-Joder ¿te vas a dejar follar el culo? - Le preguntó mi novia incrédula.

Yo no sabía qué hacer, Carmen parecía estar dispuesta a todo, incluso más que nosotros. Asumía las vejaciones de Martina sin alterarse lo más mínimo y ante la idea de penetrarla analmente, en absoluto protestaba.

Me incliné hacia su nuca y le susurré:

-¿En serio quieres que te rompa el culito, Carmen? ¿En serio quieres?

Ella sin dejar de moverse lentamente, sin dejar de sacarse mi polla casi del todo para inmediatamente volvérsela a meter susurró:

-Mmmm… Sí…

Mi novia no pudo si no exclamar un “dios…” y una de sus manos separó sus labios para con la otra rozar aquel clítoris a punto de estallar. Yo pasé mi mano por el coño de Carmen que estaba tan húmedo que tenía parcialmente empapados sus muslos. Aproveché todo aquel líquido para impregnar mi dedo y llevarlo a su destino. Introduje la mitad de ese dedo y gimió. Dos dedos y gritó. Con pasmosa facilidad conseguía hacer asequible aquel orificio. Ella colocaba el culo hacia arriba facilitándome la operación, sabiendo lo que hacía. Saqué mi miembro de aquello que llevaba tanto tiempo ardiendo y recogí todo lo que ella y yo llevábamos soltando desde hacía minutos, y lo utilicé para lubricar aun más aquel agujero que parecía tan ansioso como el que acababa de usar.

Cuando apunté con la punta en su culo, me agarré aquello que iba a llenarla con la mano derecha, y con la izquierda la volví a sujetar del pelo para que mirara a Martina. Le clavé la punta y no gritó, sino que se retorció del gusto, ella misma movía su cadera buscando la forma más sencilla de metérsela más y más. A los pocos segundos tenia la mitad dentro. Dentro de ese agujero que yo apenas había probado con Martina un par de veces. Nuestros cuerpos se tensaron más que nunca, cada músculo, cada vena, éramos uno, éramos un solo cuerpo que palpitaba junto, que sentía a la vez… Fue entonces cuando dos movimientos rítmicos dieron paso a poder decirme a mí mismo que me la estaba follando por el culo.

Miré a Martina que con la boca entreabierta hacía círculos en su clítoris con dos de sus dedos. Se miraban. Una, Carmen, gritaba, la otra, Martina, respiraba agitada. Mi novia ya no podía decirle nada, ya no la insultaba más, solo disfrutaba, casi diría que la admiraba. Como si el sentimiento peyorativo de lo guarra que le parecía Carmen se tornase ahora en admiración. Mi novia y yo sabíamos que la facilidad con la que me estaba follando a Carmen por el culo solo podía responder a que multitud de hombres habían probado ya aquella abertura. Sin embargo no hubo más preguntas sobre cuántos hombres la habían follado por ahí, en aquel momento no.

Llevé mi mirada a su culo, voluptuoso, grande. Mi polla se enterraba allí como si nada. Sus nalgas me parecían ahora enormes. Yo las agarraba y contemplaba como ella asumía mi polla sin dificultad.

Un “mmmm….” gemido por Carmen a pocos centímetros de Martina hizo que ésta no pudiera más. Yo la conocía, conocía esos gestos de mi novia y dejé de tirar de la melena de Carmen para bajarle la cabeza. Lo hice para ver más claramente como mi novia se corría. Ni Martina ni yo pudimos nunca imaginar que Carmen buscase en ese momento el coño de mi novia. Sorpresa, sí, pero el morbo superaba cualquier otro sentimiento. Martina acogió su cara, su boca, y con una mano siguió tocándose y con la otra apretó la cabeza de Carmen contra aquello que rosado e hinchado estaba a punto de explotar.

Mi novia se tensó al ver aquello y un impulso de morbo me llevó a penetrar a Carmen aun más. Fue entonces cuando ésta ahogó sus gemidos en el coño de mi novia, que ante eso no le quedó otro remedio que deshacerse, que entregarse, que convulsionar en la cara de su peor enemiga. Se corrió así, Martina se corrió así, se corrió en la cara de Carmen, ya no suspirando, gritando, en innumerables espasmos, con una mano en su clítoris y la otra apretando con fuerza la cabeza de su enemiga contra su coño.

Carmen movía la cabeza entregada, como si el sexo fuera todo y todo fuera sexo, como si no contemplara un sexo que no fuera sucio y entregándose al máximo. Martina nunca pensó correrse así, con la boca de otra mujer disfrutando de su sexo. Aquella imagen de mi novia colorada con las tetas al descubierto y la cabeza de Carmen enterrada… Aquella imagen de mi polla clavada en el culo de aquella fulana me hizo acelerar más el ritmo y entregarme de nuevo al placer.

Tiré una vez más de su melena, levantándole la cabeza, para que de nuevo mirase a Martina pero esta vez con su cara húmeda por haber recibido ahí el orgasmo de mi novia.

-Dame… dame cabrón… dame…- gritaba ella en la cara de Martina y yo ya no tenía en mente más palabras que decirle, solo sentir aquel culo magnífico apretando mi polla.

-¡Así joder…! Dame…. Rómpeme el culo cabrón… ¡rómpeme el culo!- seguía gritando mientras a través del espejo veía como ella tenía los ojos entrecerrados.

-¡Lléname el culo…! ¡dios, lléname el culo! -gritó ella aun más desesperada.

Ante ese último grito mi polla se tensó como nunca y mi cuerpo se bloqueó, me quedé completamente quieto. Y exploté. Y comencé a gemir, a suspirar, a desplomar mi cuerpo, a gemirle en la nuca. A invadirle el culo completamente, a vaciarme en aquella puta que gemía ahogada a cada chorro que la invadía.

Caí sobre ella unos instantes, notando las últimas gotas llenándola. Sin embargo no tardé demasiado en salirme de ella y sentarme en el sillón, exhausto.

Mi novia se colocó el camisón y se apartó de Carmen. Muerta, extenuada. Carmen no protestó porque la abandonase, simplemente permaneció bocabajo e hizo descender sus manos, para comenzar a masturbarse, mirando para mí. No parecía tener nunca suficiente.

A ella le faltaba su orgasmo y parecía buscarlo ahora ella misma, tocándose, con la cara contra las sábanas, medio tumbada, medio de lado. Hizo a un lado su camisa para de nuevo obsequiarme con la vista de una de sus tetas, que en esa postura, aun parecía más formidable.

No tardó mi novia en recobrar la compostura y acercarse a mí. Una vez tenido su orgasmo recobró su juego. Como si aquel tiempo sin vejaciones hubiera sido solo una pausa, por exceso de excitación.

-Mírala… mira como se toca… -me susurraba con recochineo -Mírala que salida está… ¿Tu sabes lo que pagaría esa puta porque se la metieras ahora mismo?

Mi polla goteaba hinchada en el sillón y mi novia a mi lado parecía planear una última venganza.

-¿Sabes por qué se toca? Porque le está corriendo tu leche por el culo… A esta puta le está goteando el culo… le gotea el culo de tu leche caliente…

Martina no dejó de insultarla y de tocarme hasta que no vio que mi miembro volvía a responder. Mientras, Carmen parecía no llegar al orgasmo pero sí conseguir ciertos picos de placer, gimiendo tímidamente, con la cara enterrada en las sábanas.

-¿Viste la cara de puta que ponía? ¿Cómo gemía? -preguntaba pajeando ya una polla casi recuperada. Me susurraba todo al oído pero asegurándose de que Carmen lo oyese.

Cuando ya creíamos que Carmen no nos podía mirar con una cara más desencajada atisbó que mis calzoncillos le quedaban al alcance de la mano… y se lo llevó a la cara.

-Pero como puedes ser tan puta Carmen… -repetía mi novia haciéndose la indignada.

-Te la ha metido en el coño… te ha follado por el culo… y ahí estás pajeándote con sus calzoncillos en la cara… chica… es que no tienes remedio…

Mi novia seguía con sus insultos pero de nuevo a Carmen le daba todo igual. Dejó mis calzoncillos delante de su cara y siguió masturbándose, jugando con sus dedos, restregando su entrepierna por la cama, convulsionando sus piernas sin vergüenza.

-¿Quieres esta polla Carmen? ¿La quieres? Pues es mía- dijo Martina colocándose delante de mí, dándome la espalda, de frente a su enemiga.

Martina se sentó lentamente sobre mi polla y me montó. Me montó como nunca delante de Carmen, se la ensartó de una sola metida repitiendo que no volviera a acercarse a esa polla. Que era suya.

Mientras, Carmen se masturbaba y gemía, siendo tanto víctima como partícipe de aquella escena. La imagen de Carmen con su cara en mis calzoncillos me daba un morbo indescriptible.

Yo besaba, quise besar la espalda de Martina, adorarla, agradecerle como enterraba y desenterraba su coño en mí. Agradecerle con besos como regalaba mis oídos con aquellos quejidos de placer por estarse metiendo aquello que era suyo. Y la admiraba, por cómo me había encendido con sus hirientes insultos a Carmen.

Mis manos bajaron su camisón, para eso, para besarle la espalda y para acariciar sus pechos suaves, preciosos, aunque medianos, no comparables a aquella teta enorme que Carmen nos ofrecía apartando su camisa cada vez que reparaba en que quedaba cubierta.

Martina me follaba con estilo, con sus manos en sus caderas, como diciéndole a Carmen que ella también sabía follar, que ella también sabía follarme, y que, además, podía hacerlo cuando quería.

Los “oohhh” de mi novia se fundían con los “ahhhh” de Carmen, y así se fundieron durante segundos. Un par de minutos sintiendo cada milímetro del coño de mi novia, enterrando y desenterrando mi polla. Enseñándosela y escondiéndosela a Carmen.

Fue entonces cuando mi novia volvió a sorprenderme, saliéndose de mí y dirigiéndose a Carmen. Se colocó tras ella. Yo no entendía nada. El pecho de mi novia en contacto con la espalda de su enemiga. Las dos de lado hacia mí. Carmen siguió tocándose, y yo me acerqué. La mano izquierda de Martina acariciando con mimo el pecho izquierdo de aquella chica que se restregaba contra sus manos y la cama.

-Córrete Carmen… -le susurraba Martina -Córrete tú solita porque mi novio no te va a follar más. Córrete imaginando que te folla. Vas a soñar con que te vuelve a follar el resto de tu vida…

-Aaahhh… dioos… aaah…..-gimió Carmen anunciando por fin su orgasmo, moviendo su mano con celeridad.

Ese gemido lo repitió otra vez más y Martina abandonó el pecho de la camarera para palpar la entrepierna de su enemiga. Carmen se entregó, dispuesta a correrse siendo tocada por mi novia. Sin embargo la maldad de Martina, su venganza se consumaba ahí. Ya que posó su mano en el coño de Carmen pero no la movió. La venganza parecía clara, cumplida. Pero no fue así, ya que Carmen no necesitaba más, y aprisionando su coño contra la cama, con la mano de Martina en medio, gimió y gimió desesperada. Se corría, se corría follándose la mano de mi novia, se corría en un orgasmo profundo, exagerado…

Fue verle de nuevo esa cara de puta a lo que no me acostumbraba nunca y acercarme más, y posar la punta de mi polla a la entrada de esa boca entreabierta. Ver los movimientos de Carmen, sin usar las manos, corriéndose restregando su coño por la mano de Martina y de nuevo comencé a venirme sobre ella, a derramarme en sus labios, en su boca y en su mejilla. Gotas densas impregnaban sus carnosos labios y cruzaban su cara hasta que ella decidió acoger mi polla en su boca, y retorcernos de placer entre gemidos ahogados.

No se la saqué de la boca hasta que no descendió de tamaño ostensiblemente. Ella siguió moviendo lentamente su cabeza, adelante y atrás, masturbándome con su boca, mirándome, durante esos instantes. Martina también se quedó quieta unos segundos, con su mano bajo el cuerpo de Carmen. Pero fue la primera en actuar, retirando la mano del coño de su supuesta víctima. No lo hizo con enfado ni con desgana. Hasta que hablara con ella aun no sabía cuánto quedaba de desprecio y cuanto de admiración.

Me retiré, como en una nube, después de tres orgasmos, cada cual más inimaginable, en apenas dos horas. Ni me había despojado de mi camisa sudada, que me quité, y me fui a la ducha.

Una vez bajo el agua apareció Carmen, ya vestida, que se acicalaba frente al espejo. La camisa arrugada y manchada, de la pajarita ni rastro. Pero denotaba seriedad. Como si no hubiera pasado nada. No hablé. Ella tampoco. Hasta que apareció Martina, que desnuda se metía en la ducha.

-Carmen tienes la pajarita allí tirada. Ya estás tardando en cogerla y largarte-. Diciendo esto cerró con fuerza la mampara de la ducha.

Martina me besó y cuando nos dimos cuenta Carmen ya no estaba. Yo tenía una sensación extraña. Como una buena sensación pero incompleta. Mi novia sin embargo parecía regocijarse por una victoria total.

A la mañana siguiente, en el desayuno, vimos a Carmen de lejos. De nuevo limpia, inmaculada.

-Ya nos ha visto… ¿tú crees que nos dirá algo?

-Ni idea, no creo-. Respondí.

-Mírala toda digna ella… qué cabrona… cuando se corría en mi mano no era tan digna… -El odio de Martina no parecía haberse calmado a pesar de aquella noche.

Carmen parecía muy atareada y no se acercó, ni nos miró, durante todo el desayuno.

Abandonamos el hotel, siempre con alguna mirada disimulada, de inquietud, tanto en recepción como en el vestíbulo.

Los días de la semana se fueron sucediendo y solo sacamos el tema una noche, además, nos centramos más en lo curioso de que Martina se hubiera dejado tocar por Carmen que en otra cosa. Ella decía que había sido raro, que nunca lo hubiera pensado, pero que se vio impulsada por un descontrol que había envuelto aquella habitación de principio a fin.

Cuando llegó la pregunta de qué haríamos el fin de semana nos quedamos callados, pero ambos sabíamos que planeaba la idea de repetir.

¿Qué queríamos? No lo sabíamos pero cuando uno habló de volver al hotel, el otro le tomó la palabra.

De nuevo en el mismo comedor, en la cena de aquel buffet. De nuevo Martina y yo elegantes, y, de nuevo, Carmen apareció en escena poniendo y recogiendo mesas. Esta vez no había plan, no había estrategia.

-¿Y si hago lo mismo? ¿Lo de la semana pasada? -pregunté en voz baja.

-¿Tú crees? No creo que haga falta ¿no? Seguro que viene ella. Si no, después… pedimos algo al servicio de habitaciones… ya verás como viene pero hasta con las bragas en la mano. Y ya pensaremos si aceptamos o no, ¿qué te parece?

Yo no le respondí, pues contemplaba como a pocos metros Carmen sonreía sin parar, pero no a nosotros, no a mí, sino a una mesa de treintañeros trajeados, seguramente allí por algún congreso. Se les veía entusiasmados con ella. Así como ya moderadamente ebrios.

Subimos a la habitación, no sin antes pasar yo cerca de Carmen, como intentando captar su atención, sin que Martina me viera. Lo justo para olerla, para rozarla, lo justo para que con solo eso, todos los recuerdos de la otra noche se cruzaran como un latigazo por mi mente.

Una vez en la habitación decidimos pedir una botella de vodka. Sabíamos que estábamos más apagados que el viernes anterior, que el vino se nos había subido menos, que el champán no sería suficiente.

Una calma tensa otra vez, pero esta vez no por el sexo, si no por nosotros. Como si nosotros ya no controlásemos nada. Una vez mi novia encargó la botella le dije que bajaría al primer piso, a la máquina expendedora, a coger refrescos para mezclarlos con el alcohol.

Miré mi reloj y pasaban unos minutos de las once. Carmen vendría con la botella ya, o no vendría. Una vez conseguí un par de latas llamé al ascensor que subía desde el vestíbulo. Cuando se abrieron las puertas me sobresalté, temblé, me tensé, y mis pulsaciones se dispararon. Allí estaba Carmen, rodeada de tres hombres, aquellos con los que había tonteado en la cena. Ella ni me miró, como si no me conociera o no le importara. Entré, me eché a un lado, y vi que el botón del piso de mi habitación ya estaba pulsado.

Si ya estaba tenso y casi infartado por la sorpresa de verla, más me sobresalté cuando uno de los hombres le apretó el culo con descaro y ella rió diciendo:

-¡Ey…! Espera…

Carmen no llevaba entonces ni pajarita ni chaleco, y a pesar de estar temblando me atreví a mirarla. A mirar, como la otra vez, aquel sujetador transparentando su camisa de uniforme. A mirar de nuevo la redondez, magnitud y perfección de aquellas tetas bajo la camisa blanca. Fue entonces, cuando otro hombre, diferente a quien le sobaba el culo la besó, apretó una de sus tetas con fuerza y ella no sólo le respondió el beso si no que hasta gimió.

Yo les miré. Uno la besaba, el otro la tocaba, el tercero les miraba y sonreía.

La feminidad y sexualidad de Carmen saturaba aquel ascensor, dejándonos sin aire. Si Carmen se encontraba en un lugar, todo ese lugar emanaba sexo. Si para colmo se dejaba besar y tocar… entonces el resto del mundo desaparecía para todos.

Cuando el que la besaba desabrochó los botones suficientes de la camisa de Carmen como para que una de sus tetas fuera sacada del sujetador yo creí morir. No les importaba yo, sólo follársela cuanto antes.

No sabía que sentía. No podía decir celos ¿o sí? ¿O quizás envidia? ¿O desengaño? Sí sentía seguro unos nervios indescriptibles, junto con una excitación enorme. Como si la estuviera tocando yo mismo.

Las puertas se abrieron y salí el primero, casi acobardado, encaminándome hacia la habitación, mientras aun escuchaba el inconfundible sonido de sus labios tocándose.

Caminaba por el largo pasillo y ellos iban detrás. Me sentía observado, con sus ojos en mi nuca, aunque no creo que ninguno de ellos cuatro reparase en mí. Cuando llegué a mi puerta saqué la llave y aun los oía cerca, detrás. Me temí lo peor y así fue, entraban en la habitación contigua.

Antes de meter la tarjeta una última mirada: Carmen ya tenía la camisa fuera de la falda, casi todos los botones desabrochados, la cara sonrojada, y una de las tetas casi completamente fuera de las copas de su sujetador negro… Entraba con aquellos tres hombres, que no perdían ni una sola oportunidad de tocarla.

-Me la trajo otra chica -dijo Martina haciendo referencia a la botella tan pronto entré por la puerta. Yo callé, y ella prosiguió:

-¿Se habrá ido a casa ya la muy zorrita? Bueno… la utilizamos otro día ¿no?

Quise poner la televisión a un volumen elevado pero… pronto se escuchó de todo.

-¿Estoy yo salida o están follando aquí al lado?- preguntó Martina. Yo seguía temblando.

Dudé en decirle que al lado estaba Carmen pero no se lo dije. Sin embargo, pocos minutos más tarde se oyó un: “Dame cabrón… dame…” inconfundible. Mi novia no dijo nada, pero yo sabía que ese detalle no se le había pasado.

Lo que vino después fue una sucesión de gemidos de placer incontenibles, de movimiento de muelles constante, de frases ya conocidas, de gemidos casi familiares. Se la follaron durante toda la noche, seguramente los tres, seguramente a veces se turnaban y a veces se la follaban entre varios.

Martina y yo no lo hicimos esa noche. Pasamos la noche prácticamente en vela escuchando como se follaban a Carmen una, y otra, y otra vez. Casi sin hablarnos.

En mitad de esa noche había conseguido dormir un poco cuando un “ohh, ohhhh” característico me despertó de nuevo. Miré entonces al techo, durante unos instantes, mientras Martina se hacía la dormida, y mientras Carmen seguía invadiendo mi mente y mi cuerpo con sus gemidos. Y recordé el origen de todo.

Recordé el plan de Martina, y recordé aquella frase de Carmen, la que había dicho cuando yo la acababa de empujar contra la mesa del buffet. Aquella frase que me había dicho sonriente, por lo que yo había deducido que había caído en nuestra trampa.

Aquello había sido el principio de todo. La frase de Carmen. Su sonrisa.

Martina y yo no utilizamos a nadie, nunca dominamos la situación, solo nos comimos su cebo.

Y es que Carmen lo controlaba todo. Desde su primera sonrisa conmigo hasta los gemidos que ahora me desvelaban. Desde sus provocaciones medidas en busca de su propia humillación… hasta dejarse follar ahora por aquellos tres hombres.

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