La húmeda noche de klaus, el vampiro polaco

Klaus, el vampiro, deambula por la nocturna Varsovia, en busca del placer.

LA HÚMEDA NOCHE DE KLAUS, EL VAMPIRO POLACO.

Klaus había salido de Varsovia hacía años, justo antes de la ocupación nazi. Su esposa, Eleonora le acompañaba, como cosa cotidiana desde nueve siglos atrás. Ambos eran vampiros de costumbres serenas, más por el espíritu generoso y compasivo de él, al contrario que ella, una furiosa hembra con ráfagas sedientas de violencia, sangre y sexo. Klaus la soportaba porque sabía que sería prácticamente imposible deshacerse de ella, aunque tenía un fuerte ascendente de autoridad sobre ella. De nada servía recordarle a esa zorra que hacía novecientos trece años que la salvó de las garras del infernal y despiadado Golstat, un vampiro malévolo en extremo y destructor de toda alma que se cruzase en su camino.

Si Golstat hubiese mordido a Eleonora, lo hubiese hecho sin darle la oportunidad de inmortalizarla, sino que la hubiese mandado al infierno con una arbitrariedad que burlaba la inocencia de tan preciosa doncella. Klaus se adelantó apiadándose de ella y originando así mismo una enemistad y rivalidad con el sádico que perduraría cinco siglos, hasta que un impresor de Boston clavó a Golstat una estaca en el corazón. Fue el mismo klaus quien reveló al artesano donde se encontraba el ataúd de aquel bicho. Eso suponía transgredir ciertas normas entre vampiros, pero klaus "amaba" a su modo a los humanos.

Por no dañarles se alimentaba de sangre de animales, a lo que obligaba también a Eleonora, que lo hacía rabiosa y disgustada. Esta puta vampiro, no obstante escapaba de vez en cuando en busca de algún joven varón, incluso a veces mujeres, dada su bisexualidad. No desperdiciaba Eleonora la ocasión de tener una buena sesión de sexo antes de clavar sus colmillos en el cuello de sus desdichadas victimas a las que convertía en nuevos y crueles vampiros o bien enviaba al Averno directamente.

La inocencia humana de Eleonora, aquella bella muchacha del siglo XI, se transformó en la bestialidad atroz de una hembra atrayente y peligrosa como un volcán en erupción. Sin embargo, si este diablo femenino quería verdadero sexo, no había otro ser capaz de dárselo tal como lo hacía su propio marido, Klaus, el vampiro invencible. Aún recordaba Eleonora cómo después de aquel primer mordisco que la vampirizó, Klaus con lágrimas en los ojos la hizo arrodillarse ante su enorme verga e hizo que la princesita vándala se la chupase con fruición y ahí comenzó su gusto por la sangre, porque la muy puerca le clavó los dientes en el glande y extrajó una buena cantidad del líquido rojo lo que provocó más placer al macho, que a la vez eyaculó, mezclándose sangre y semen para deleite de la recién nacida vampira.

Siguieron décadas y décadas de tremendas orgías de sangre y sexo, pero Klaus sentía gran lástima por las inocentes almas que condenaban sin piedad.

En 1999 regresaron a Varsovia, a la vieja mansión. Eleonora continuaba con sus cacerías y Klaus intentó en la medida de sus posibilidades integrarse en la vida social, política y cultural de la ciudad. Así conoció a Alexandra, una bella damisela proveniente de una acaudalada familia burguesa. Se enamoró de ella, le hizo el amor y cruelmente, por amor y celos, cosa impropia y de la que él mismo se sorprendió, mordió al prometido de la chica y lo envió al mundo vampírico de la noche. Pero pasó lo que se temía: Eleonora se enteró de la existencia de Alexandra. No era celosa la maligna mujer, aunque no soportaba la idea de que otra estuviese a más nivel que ella misma, por eso la quería muerta o

Tras la fiesta de fin de año en la más principal de las mansiones de Varsovia, Klaus se retiró a una dependencia vacía con Alexandra, con la sana intención de follársela viva. Eleonora apareció y el hombre supo lo que no había más remedio que hacer. Clavar sus fauces sobre la joven polaca y convertirla en otra vampira más. Después sexo desaforado en un trío de almas sedientas de sangre.